Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
PastorBueno
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Lectio Divina - Año C. 4º. Domingo de Pascua (Jn 10,27-30)
Juan José Bartolomé, sdb
Jesús describe brevemente las relaciones que lo unen con sus ovejas y la
que mantiene con su Padre. Ambas son inseparables. Con los suyos, se
comporta como el Pastor Bueno: convive con su grey, la escucha y la
sigue; habiendo dado la vida por su rebaño, está seguro de que no se le
perderá nunca.
Al ser Uno con su Padre, no puede perder lo que Él le ha entregado. La
convivencia del Pastor con su grey y el cuidado que tiene de sus ovejas es
consecuencia de su íntima comunión con su Padre. Esta intimidad lo hace
BUENO.
Quien demuestra pertenecer a Cristo, porque convive con Él y camina tras Él, sabe que le
pertenece a Dios. Seguir el cayado de Jesús Pastor es sentirse en las manos del Padre de Jesús.
Seguir a Jesús es consecuencia de su seguimiento a Dios. Jesús nos cuida, como el Padre cuida de
Él.
Seguimiento:
27. En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me
siguen,
28. y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi
mano.
29. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano
de mi Padre.
30. Yo y el Padre somos uno”
Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice.
La brevedad del texto litúrgico, la ausencia de contexto histórico nos lleva a preguntarnos: ¿A
quién dirige Jesús este discurso? y ¿Con qué motivo? ¿Qué le antecede y qué sigue a las palabras
de Jesús? Nos contentamos con lo que nos dice el texto, aunque es bien poco.
En él, Jesús responde a quienes no pueden creer, por no pertenecer a su redil (Jn 10,26). El
criterio puede sorprender, pero refleja la conciencia cristiana, su concepción de discipulado: sólo
quien se sabe custodiado por Cristo se le confía. Si no le siguen (Jn 10,3), es porque no oyen su
voz ni él los conoce.
Ser discípulo comporta convivencia y conocimiento entre Jesús y él, y viceversa, en él y Jesús (Jn
10,27; cf. 10,14-15).
Quien le siga, no se perderá: nadie podrá arrebatárselo de su mano (Jn 10,28), símbolo bíblico de
la potencia y del cuidado divino (Dt 32,39; Is 43,13).
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Adherirse a Jesús es don de Dios (Jn 6,37.39.44). De hecho la razón última de esta vida sin
término, que tiene asegurada quien le siga, está en que lo mantiene el Hijo: lo que el Hijo aferra
con sus manos, lo mantiene el Padre en las suyas (Jn 10,28b - Jn 10,29b).
No hay nadie mayor que el Padre, ningún poder le excede: no puede perderse todo lo que Él
cuide; quien cree en Jesús está en buenas manos, las del Padre de Jesús.
Jesús se define como pastor, al hablar de su unión con su grey y con su Padre. Ambos, su rebaño y
Dios, le pertenecen, aunque de diversa forma. El rebaño está formado por quien le escucha, le
sigue y recibe de él vida eterna.
Ambos le pertenecen al Padre, Él, como pastor y el rebaño, que le confió; no puede perderlo ni
dejar que nadie se lo arrebate.
El rebaño de Jesús se sabe seguro, porque lo conoce bien; y lo conoce, porque le escucha
continuamente; y le puede escuchar, porque convive junto a él porque le sigue.
La actuación del Hijo refleja la iniciativa paterna, hace lo mismo que el Padre (Jn 5,17); más aún,
en la actuación se encuentran el Hijo y el Padre; los dos son UNO (Jn 10,30), custodiando a los
creyentes.
La unidad es funcional, no personal; están unidos en la acción salvífica. En el Templo, lugar
consagrado por la presencia divina, Jesús proclama hacer presente la acción de Dios; y así
cuestiona la función primera del Templo, su necesidad salvífica. Ninguna expectativa mesiánica
reclamaba la sustitución del Templo.
Hay que destacar dos afirmaciones que son fundamentales: El origen de la relación de Jesús con
el rebaño es el Padre: Él se lo ha entregado; nadie puede quitárselo. Jesús ejerce como Hijo de
Dios, siendo el pastor del rebaño del Padre. Con respecto al rebaño, el Padre y Jesús actúan de
forma idéntica: no se lo dejarán arrebatar de sus manos.
El Padre y Jesús son UNO. Mientras cuidan del único rebaño: el Hijo es más Pastor y Dios mejor
Padre.
Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
A pesar de su brevedad, las palabras de Jesús están cargadas de sentido y de consuelo. Son parte
del discurso que Jesús dirigió a los judíos cuando estaban en el templo. Se comparó con un pastor
bueno, que da la vida por los suyos. Sus palabras chocaron con la incredulidad de sus oyentes:
Los judíos no se podían creer que alguien en su sano juicio estuviera dispuesto a entregar la vida
por los demás, aunque fuera, como en el caso del pastor, por su propio rebaño.
No sólo da la vida Jesús por sus ovejas, sino que dice querer estar con ellas para cuidarlas y
guiarlas.
Nos preguntamos hoy ¿qué relación tenemos con Cristo Jesús? ¿Existe en verdad o, queremos
que exista? ¿La cultivamos y cómo?
¿Afronto sereno la propia necesidad y el incierto futuro por penoso que sea el camino o
insegura la vía? ¿Creo que su mano me guía? ¿Creo que Jesús es UNO con Dios y que no
permitirá que yo le sea arrebatado de su mano?
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¡Mucho me estoy perdiendo entre tantas cosas, junto a tantas personas, en medio de
situaciones o alimentando ilusiones, que me distraen de Cristo y de su palabra!: ¡Volver a su
escucha me hará estar en sus manos, y tener vida por siempre!
Jesús insiste en su disposición de ser Bueno con nosotros y vuelve a la comparación del Pastor
para asegurar su relación de intimidad con sus discípulos.
¡Cuánto estamos perdiendo si no creemos que Cristo es un Pastor Bueno para nosotros! ¡Nos
sentimos perdidos porque no nos dejamos guiar por Él, día a día! ¿De dónde nace nuestra
inseguridad? ¿En qué ciframos nuestro porvenir? ¿Qué perseguimos en la vida, cuando
tratamos de salvarla por nosotros mismos? ¿A quién estamos siguiendo?
Jesús mismo ha señalado en el evangelio unos criterios para comprobar si hay pertenencia entre
Él y el rebaño: Escucharlo y seguirlo, dejarse guiar por Él.
Jesús mantiene una auténtica comunidad de vida y destino, comparable a la que resulta de la vida
del pastor dedicado por completo a su grey. Las ovejas siguen a quien conocen, y lo conocen
porque convive con ellas: comparten sueño y trabajo, descanso y fatiga, comida y tiempo; el
pastor y su rebaño son familiares, aunque no son iguales. Esa es la relación que Jesús mantiene
con los suyos: le siguen seguros, porque lo conocen bien; y lo conocen, porque le escuchan
continuamente; conviven siempre.
Los discípulos de Jesús saben contar con Dios como la oveja cuenta con su pastor, porque lo
saben a su lado, compartiendo ocupaciones y reposo, alimento y preocupaciones, noche y
día. Saberse guiado por Dios les hace posible vivir despreocupados y, al mismo tiempo, saberse
bien atendidos; el cristiano, como la oveja del rebaño, no se preocupa por saber dónde se va hoy
ni dónde descansará mañana, porque sabe que Dios lo guía y lo protege de todo peligro.
Cualquier incertidumbre que podamos tener la superaremos con la seguridad de estar con
nuestro Pastor; sabiendo que Él está a nuestro lado en el peligro y caminando por idénticas
veredas nos dejaremos guiar por Dios, y seremos capaces de afrontar serenos nuestras
necesidades y el futuro, por penoso que sea el camino o insegura la vía: su mano nos
defenderá y guiará.
Para sentir la tutela de Dios hay que asumir su liderazgo y seguir sus directrices. ¡Cómo puede
sentirse con el Pastor quien no camina a su lado!
Si no lo seguimos, no tenemos derecho a esperar que nos acompañe ni mucho menos, que
esté dispuesto a entregar su vida por la nuestra.
Pero si nos atrevemos a dejar que el Pastor vaya delante de nosotros, estaremos protegidos
por Él; si nos dedicamos a escucharle, nos daremos cuenta de que está con nosotros y que
nos acompaña; si le concedemos un espacio en nuestra vida, nos daremos cuenta que Él nos
tiene en sus manos, que nos tiene asegurados, que nos cuida en esta vida y que nos dará la
eterna.
Escuchemos al Pastor si queremos que Él guie nuestra vida y nos defienda .Para quien sigue
de cerca a Jesús, para quien le obedece, para quien se sabe cuidado por Él, no existe razón
para tener temor, pues Él lo ha dicho: ‘no perecerá para siempre y nadie le arrebatará de mi
mano’.
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Toda angustia resulta infundada, si se pertenece a su rebaño. No perderá a nadie ni se dejará
robar por nadie: lo suyo Dios lo tiene de su mano; a los suyos los mantiene entre sus brazos,
dispuesto como está, incluso, a jugarse la propia vida antes que entregar la de los que le
pertenecen. El discípulo de Jesús, que vive oyéndole y que le sigue obedeciendo su voz, se sabe
en buenas manos: son manos de Buen Pastor, que prefiere perderlas antes que perder cuanto en
ellas abraza, entregar su vida para que no se la roben a los suyos.
Saberse del rebaño de Jesús no implica tener siempre la solución a todo problema o evitarse todo
peligro, pero da la seguridad de no tener que afrontarlos solos ni siquiera los primeros: Cristo
Pastor precede a cuantos le siguen. Antes de llegar nosotros, ya ha encarado él nuestra dificultad;
venceremos nuestros miedos, si nos sabemos acompañados por Cristo.
Y nos sabremos acompañados por él, si le seguimos por dónde quiera llevarnos. Sea donde sea, si
Él nos precede, no hay peligro insalvable. No son, pues, las dificultades de la vida lo que nos la
hacen más difícil, sino lo difícil que nos resulta seguir a Cristo por donde él quiera; no es que la
vida sea mala, es que no somos buenos cristianos.
Nos preguntamos: ¿Por qué vivimos nuestra fe con tanta incertidumbre, con poca ilusión, con
tanto miedo y sin alegría? ¿Por qué pedimos tantas pruebas a Dios para poder sentirnos
acompañados por Él y vivir tranquilos?
La razón no es fácil, aunque sea una amarga constatación: no sabemos dónde ha ido a parar
nuestro Dios, porque no nos gusta ir donde quiere llevarnos; porque no queremos hacer su
voluntad, no nos sentimos queridos por Dios; rehusamos acompañarle y ello no nos deja
sentirle a nuestro lado. Buscamos certezas con otras personas, en otros lugares, dudamos
dónde está nuestro Dios y perdemos la seguridad de estar con Él.
ORAMOS nuestra vida desde este texto:
Padre Dios, te damos gracias porque has querido que tu Hijo sea
nuestro Pastor y dé su vida por la nuestra. Te pedimos que LE tengamos
siempre por compañero. Que lo sigamos, que queramos escucharlo…
Nos hace tanta falta… No permitas que atendamos a tantas cosas que
nos distraen, descuidando su voz.
Tú sabes, Señor que si no seguimos a nuestro Pastor, no nos seremos
ovejas de su rebaño, y no encontraremos en Él, lo que tanto
necesitamos: la felicidad para esta vida y para la eternidad.
Haz, Padre Bueno, que escuchemos a nuestro Pastor y que hagamos lo
que Él nos pide; ¿qué ganamos con tener tantas cosas y satisfacer gustos
pasajeros si Lo perdemos a Él? ¿Cómo ser felices sin su compañía?
Sabemos que al estar con Cristo Jesús, estamos contigo, y al estar contigo, estamos con el Espíritu
que los une, porque los tres son UNO. Que nos fiemos de su Palabra y nos abandonemos en tan
singular compañía. Quien a Dios tiene, nada le falta… Sólo Dios basta…
Gracias por nuestro Pastor, gracias por el rebaño que juntos formamos, gracias por esta
comunidad en la que hemos ido descubriendo como ser discípulos misioneros.
María, Madre de Jesús, el Buen Pastor, acompáñanos en el camino que nos lleva a Él, no solo en
este tiempo pascual, sino siempre. Haz que muchas ovejas escuchen su voz y quieran estar
siempre en su compañía. Te pedimos vocaciones para nuestra comunidad. ¡Nos hacen tanta falta!.
Danos sacerdotes, religiosos, religiosas y apóstoles seglares. ¡Amén!