Este documento presenta un análisis de la lectura del Evangelio de Mateo sobre la visita de los Reyes Magos a Jesús recién nacido. Explica que la historia muestra cómo Dios se manifiesta a todos en todo momento y cómo podemos encontrarlo. Analiza los personajes y enseñanzas del pasaje y hace reflexiones para aplicarlo a la vida.
Messaggio della Consigliera per le Missioni_14 agosto 2021 por
Epifania 2015
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LECTIO DIVINA
CICLO B, (Mt 2, 1-12)
Este relato evangélico es una catequesis que nos muestra cómo se manifiesta el
Señor en todo tiempo y cómo nosotros podemos encontrarlo para vivir su
presencia. Acerquémonos a María, Ella nos lo manifiesta. Crezcamos en la fe.
El pasaje pertenece a uno de los primeros capítulos de Mateo, que
constituyen como el prólogo de su obra; en él se habla del origen histórico
del Mesías, el Hijo de David y del origen divino de Jesucristo, el ‘Dios-con-
nosotros’.
Mateo nos ofrece una meditación profunda y comprometedora; nos pide
hacer una elección a través de los personajes que él introduce: de nosotros dependerá el
reconocerlo y acogerlo, porque ha nacido y está con nosotros, o el permanecer indiferentes,
y no hacer nada frente a quienes tratan de matarlo.
Estas perícopas nos ofrecen el recorrido de los sabios de Oriente, que viniendo de lejos,
buscan y acogen, aman y adoran al Señor Jesús. Su largo viaje, su búsqueda incansable, la
conversión de sus corazones, son realidades que nos hablan y están ya escritos en el rótulo
de la Historia del mundo, de nuestra Historia de salvación, que se actualiza cada año al
celebrar los Misterios de nuestra fe.
Epifanía significa manifestación. Celebremos la manifestación de Jesús, el Salvador, al
mundo pagano, representado por los sabios de Oriente; Él ha venido con la misión de ofrecer
la salvación a todas las gentes, de todos los lugares y de todos los tiempos.
Este día también nosotros, que no somos del pueblo judío por nacimiento, renovamos el don
de la fe en Jesucristo, el enviado del Padre, por obra del Espíritu, para nuestra salvación.
SEGUIMIENTO
1. Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del
Oriente se presentaron en Jerusalén,
2. diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el
Oriente y hemos venido a adorarle.»
3. Al oírlo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.
4. Convocando a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, les preguntaba dónde
había de nacer el Cristo.
5. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta:
6. Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá;
porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.»
7. Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la
aparición de la estrella.
8. Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y
cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.»
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9. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían
visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar
donde estaba el niño.
10. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.
11. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron;
abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.
12. Y, avisados en sueños que no volvieran a Herodes, se retiraron a su país por otro
camino.
Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
El pasaje puede ser dividido en dos partes principales, determinadas por el lugar en el que se
desenvuelven las escenas: la primera parte (2, 1-9ª) sucede en Jerusalén, mientras la segunda tiene
como punto focal Belén (2, 9b-12).
El pasaje se abre con las indicaciones precisas del lugar y del tiempo del nacimiento de Cristo: en
Belén de Judea, al tiempo del rey Herodes. Dentro de esta realidad bien especificada, acompañan
enseguida los Magos, viniendo de lejos, llegan a Jerusalén bajo la guía de una estrella.
Son ellos los que anuncian el nacimiento del Rey y Señor. Preguntan dónde pueden encontrarlo,
porque quieren adorarlo.
A las palabras de los Magos, el rey Herodes, y con él toda Jerusalén, se turban y tienen miedo; en
vez de acoger al Señor y aceptarlo, buscan el modo de eliminarlo.
Herodes convoca a las autoridades del pueblo hebreo y a los expertos de las Escrituras: Son ellos,
con las antiguas profecías, los que deben decir y revelar que es Belén el lugar en el que se encuentra
el Mesías.
Herodes llama secretamente a los Magos, porque quiere usarlos para sus fines malévolos. Su interés
por buscarlo tiene un fin muy diferente al que ellos persiguen: Quiere eliminar al Mesías, porque pone
en peligro su señorío.
Los Magos, fortalecidos por la fe, y guiados por la estrella, se dirigen hacia Belén. La estrella camina
junto a los Magos y los conduce hasta el lugar preciso donde está el Señor. Con grande alegría
entran ante su presencia y se postran en adoración; ofrecen al Niño dones preciosos, porque le
reconocen como Rey y Señor.
Los Magos reciben de Dios mismo la revelación; es Él quien les habla y lo hace hombres nuevos;
ahora son testigos de la presencia del Señor, ven un nuevo cielo y una tierra nueva. Siendo libres de
los engaños del Herodes del mundo, regresan a su mundo por un camino totalmente nuevo.
Matero nos presenta en estos personajes el deseo que todo ser humano tiene de iniciar un nuevo
camino para encontrar a Dios.
En Jerusalén, estos hombres dan testimonio: “Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a
adorarlo”, esta estrella simboliza el surgimiento de otro verdadero “astro” según el texto: “Surgirá una
estrella de Jacob y se levantará un hombre de Israel” (Num 24, 17); vencen las malas intenciones de
Herodes, quien ve en Jesús una amenaza a su reinado y la ignorancia de los sacerdotes y de los
maestros de la ley, pues, a pesar de que saben dónde nacerá el Mesías, no se inquietan por ello.
Los personajes venidos de Oriente se dejan orientar por la Palabra de Dios, en la profecía de
Miqueas (5, 2), que los maestros de la Ley indican (vs. 5-6). La estrella los guía hasta Belén (v. 9),
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por ello, en esta fiesta litúrgica, la estrella es signo de la presencia del recién nacido. Es Interesante
que la estrella no fue visible en Jerusalén, sino el Belén… se vuelve a aparecer a los Magos cuando
se alejan de la gran ciudad.
MEDITAMOS el texto desde nuestra vida.
Este pasaje está animado por el tema del viaje, del éxodo, de la salida. Los Magos, o Sabios,
personajes misteriosos, se ponen en marcha, se alejan de su tierra y caminan buscando al
Rey y Señor. La estrella que los guía es la luz de la fe, la llamada de Dios, que comienza a
iluminar la oscuridad en la que vivían a pesar de ser hombres de estudio, dados a la
investigación.
Mateo utiliza en el relato evangélico algunos verbos que acompañan el desarrollo de la
aventura: ‘llegar, ver, venir, enviar, andar, partir y regresar’.
El recorrido de los Magos esconde en sí toda una aventura importante y significativa; en el
campo espiritual se comprende y se valora por la fe que los sostuvo en su recorrido; la fe los
fortaleció y los hizo encontrar y conocer a Dios.
Los sabios de Oriente dejaron su casa y su país; siguieron un camino. Quien sinceramente
quiere encontrarse con el Señor tiene que hacer ese desprendimiento, y seguir caminando
hasta llegar a la conversión, a la ascesis, a la renuncia. Dios nos invita, nos llama y nos
atrae con fuerza hacia Él; nos pone de pie, en movimiento; nos ofrece indicaciones y
nos acompaña. ¿Somos conscientes de su invitación? ¿Estamos dispuestos a dejar lo
nuestro para seguir la estrella y encontrarnos con el Dios que se hizo niño para vivir entre
nosotros?
La Escritura nos ofrece muchos ejemplos que nos ayudan a entrar en este sendero de gracia
y bendición. Dios dice a Abraham: “Sal de tu país y de la casa de tu padre hacia el país que
yo te indicaré” (Gen 12, 1). También Jacob fue peregrino en la fe y en la conversión (Gén
28,10; Gen 29, 1). El Señor le habló a Abraham y le dijo: “Vuelve al país de tus padres y yo
estaré contigo” (Gen 31, 3).
Moisés también hizo camino: Dios mismo le señaló la vía: ‘el éxodo’. Toda su vida fue una
larga marcha para su salvación y para la de sus hermanos: “¡Ahora ve! Yo te mando al
Faraón. A Él le he dicho: ¡Haz salir de Egipto a mi pueblo!” (Éx 3, 10).
Los Hombres venidos de Oriente se preguntaban: ¿Dónde está el rey de los Judíos? Y
yo, ¿me pregunto dónde está el Señor? ¿Qué significa para mí su presencia? ¿Me siento
inquiet@ por llegar hasta Él y vivir en su compañía? ¿Estoy dispuest@ a salir de los
lugares vacíos y viejos, de mis costumbres, de mis comodidades, para emprender el
viaje de la fe, buscando sinceramente a Jesús?
La estrella es un elemento muy importante en este pasaje, porque a ella se le confía la tarea
de guiar a los Magos a su meta, de aclarar sus notas de viajes, de indicar con precisión el
lugar de la presencia del Señor, de alegrar grandemente sus corazones. En la Biblia las
estrellas son signos de bendición y de gloria, son una personificación de Dios, que no
abandona a su pueblo, y al mismo tiempo, también del pueblo, que no se olvida de Dios y lo
alaba y lo bendice (cfr. Sal 148, 3; Bar 3, 34).
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El gesto de la adoración es tan antiguo como el hombre, porque, desde siempre, la relación
con la divinidad ha estado acompañada de esta exigencia íntima de afecto, de humildad, de
entrega.
Ante la grandeza de Dios, nosotros nos sentimos y nos descubrimos cada vez más,
como un grano de polvo, como una gota de agua en la inmensidad del mar. ¿Hemos
experimentado la adoración como actitud? ¿Qué nos favorece ese clima y qué nos la
impide?
El profeta Isaías dijo: “Vengan, subamos al monte del Señor” (Is 2, 3)… Nos indicó el camino
a seguir, para llegar a la verdad y para vivir en plenitud. En el Antiguo Testamento la Dios
pide ser adorado, actitud que implica la mente, la voluntad, el afecto. Quien adora Le
reconoce como su Señor y se reconoce ‘criatura’; se inclina y se postra en tierra porque
siente su presencia y la vive con todo su ser. El rostro del hombre, su mirada, su respiración,
su reconocimiento lo hacen ir a Dios porque es su Creador, su libertador, su Padre.
¿Vivo una relación de amor para con Dios? ¿Gozo en su presencia? ¿Le doy el lugar
que el merece en mi vida? ¿A quién entrego mis tesoros, mis esfuerzos, mi trabajo mi
ser, lo que soy y lo que quiero ser?
El Nuevo Testamento se profundiza todavía más esta realidad. Cuando Jesús dialoga con la
Samaritana, la lleva a tomar conciencia de que no es yendo de un sitio o a otro, no es
buscando ésta o aquélla novedad espiritual como se adora a Dios y le propone un recorrido
pedagógico de conversión y madurez, desde su interioridad. Los Evangelios nos muestras la
adoración de quienes se postran ante el Señor Jesús resucitado (Mt 28,9; Lc 24,52).
El movimiento, la partida, el viaje interior, el ir hacia la profundidad y llegar a la entrega
de nosotros mismos, de nuestra vida, de toda nuestra realidad nos hará “Adorad al
Señor, al Cristo, en nuestros corazones” (1 Pe 3, 15) para dejarnos tocar por su gracia y
transformar nuestra persona hasta ser hombres y mujeres nuevos.
ORAMOS nuestra vida a la luz de este texto
Señor, Padre nuestro, te nos has manifestado en tu Hijo muy amado.
Hemos contemplado la noche transformada en claridad, el dolor en
alegría, la soledad en comunión: todo esto ha sucedido delante de Ti,
porque la Palabra hecha carne, se nos ha hermanado.
Esta fiesta nos hace descubrirte en nuestro mundo. Que
comprendamos la misión que tenemos de manifestarte a todos los que nos encontremos en
nuestro camino. Que compartamos la alegría de tenerte entre nosotros. Que te adoremos,
que vivamos tu presencia como los sabios de Oriente, regresando a nuestra vida ordinaria
por un camino nuevo; sabemos que nos costará, pero la fe nos sostenga para lograrlo.
Ayúdanos a abrirnos al amor, a la escucha, a la acogida de los hermanos que Tú nos das
como compañeros de ruta y que como María y José sepamos ofrecerte a quienes te buscan,
para que nuestro mundo sea más y más tuyo. ¡Así sea!