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Notas de Elena | Lección 2 | El bautismo y las tentaciones | Escuela Sabática
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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 2
11 de abril 2015
El bautismo y las tentaciones:
Sábado 4 de abril
La niñez, juventud y edad adulta de Juan se caracterizaron por la firmeza
y la fuerza moral. Cuando su voz se oyó en el desierto diciendo: “Aparejad
el camino del Señor, enderezad sus veredas”, Satanás temió por la seguri-
dad de su reino. El carácter pecaminoso del pecado se reveló de tal manera
que los hombres temblaron. Quedó quebrantado el poder que Satanás había
ejercido sobre muchos que habían estado bajo su dominio. Había sido in-
cansable en sus esfuerzos para apartar al Bautista de una vida de entrega a
Dios sin reserva; pero había fracasado. No había logrado vencer a Jesús. En
la tentación del desierto, Satanás había sido derrotado, y su ira era grande.
Resolvió causar pesar a Cristo hiriendo a Juan. Iba a hacer sufrir a Aquel a
quien no podía inducir a pecar (El Deseado de todas las gentes, pp. 195,
196).
Cuando Cristo se presentó a Juan para el bautismo, Satanás estaba entre
los que presenciaron ese acontecimiento. Vio el relámpago que salía de los
cielos sin nubes. Oyó la majestuosa voz de Jehová que resonaba por el cie-
lo, y retumbaba por la tierra como el estrépito del trueno, anunciando: “Este
es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Vio el brillo de la gloria
del Padre que se proyectaba sobre la figura de Jesús, destacando con segu-
ridad inconfundible entre la multitud a Aquel a quien reconocía como a su
Hijo. Las circunstancias que rodearon esa escena bautismal fueron del má-
ximo interés para Satanás. Entonces se dio cuenta con seguridad que, a
menos que pudiera vencer a Cristo, de allí en adelante habría un límite para
su poder. Comprendió que ese mensaje del trono de Dios significaba que el
hombre podía llegar más directamente al cielo que antes, y en su pecho se
despertó un odio intensísimo (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1054).
Domingo 5 de abril: Prepara el camino del Señor
En medio de las discordias y las luchas, se oyó una voz procedente del
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desierto, una voz sorprendente y austera, aunque llena de esperanza: “Arre-
pentíos, que el reino de los cielos se ha acercado”. Con un poder nuevo y
extraño, conmovía a la gente. Los profetas habían predicho la venida de
Cristo como un acontecimiento del futuro lejano; pero he aquí que se oía un
anuncio de que se acercaba. El aspecto singular de Juan hacía recordar a sus
oyentes los antiguos videntes. En sus modales e indumentaria, se asemejaba
al profeta Elías. Con el espíritu y poder de Elías, denunciaba la corrupción
nacional y reprendía los pecados prevalecientes. Sus palabras eran claras,
directas y convincentes. Muchos creían que era uno de los profetas que
había resucitado de los muertos. Toda la nación se conmovió. Muchedum-
bres acudieron al desierto.
Juan proclamaba la venida del Mesías, e invitaba al pueblo a arrepentir-
se. Como símbolo de la purificación del pecado, bautizaba en las aguas del
Jordán. Así, mediante una lección objetiva muy significativa, declaraba que
todos los que querían formar parte del pueblo elegido de Dios estaban con-
taminados por el pecado y que sin la purificación del corazón y de la vida,
no podrían tener parte en el reino del Mesías.
Príncipes y rabinos, soldados, publícanos y campesinos acudían a oír al
profeta. Por un tiempo, la solemne amonestación de Dios los alarmó. Mu-
chos fueron inducidos a arrepentirse, y recibieron el bautismo. Personas de
todas las clases sociales se sometieron al requerimiento del Bautista, a fin
de participar del reino que anunciaba (El Deseado de todas las gentes, pp.
79, 80).
Los votos que asumimos con el bautismo abarcan mucho. En el nombre
del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, somos sepultados como en la muerte
de Cristo, y levantados a semejanza de su resurrección, y hemos de vivir
una vida nueva. Nuestra vida debe quedar ligada con la vida de Cristo.
Desde entonces en adelante el creyente debe tener presente que está dedi-
cado a Dios, a Cristo y al Espíritu Santo. Debe subordinar a esta nueva re-
lación todas las consideraciones mundanales. Ha declarado públicamente
que ya no vive en orgullo y complacencia propia. Ya no ha de vivir en for-
ma descuidada e indiferente. Ha hecho un pacto con Dios. Ha muerto al
mundo y debe vivir para Dios y dedicarle toda la capacidad que le confió,
sin perder jamás de vista el hecho de que lleva la firma de Dios; es un súb-
dito del reino de Cristo, participante de la naturaleza divina. Debe entregar
a Dios todo lo que es y todo lo que tiene, empleando sus dones para gloria
de su nombre (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 396).
Debemos guiamos por la teología verdadera y el sentido común. Nues-
tras almas deben estar rodeadas por la atmósfera del cielo. Los hombres y
las mujeres tienen que vigilarse: han de estar constantemente en guardia, no
permitiéndose palabra o acto que podría ser causa de que se hablase mal de
su conducta. El que profesa seguir a Cristo debe vigilarse, mantenerse puro
y sin contaminación en sus pensamientos, palabras y actos. Su influencia
sobre los demás debe ser elevadora. Su vida ha de reflejar los brillantes
rayos del Sol de Justicia.
Es necesario dedicar mucho tiempo a la oración secreta en íntima comu-
nión con Dios. Únicamente así pueden ganarse las victorias. La eterna vigi-
lancia es el precio de la seguridad.
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El pacto del Señor ha sido hecho con sus santos. Cada uno ha de discer-
nir sus puntos débiles de carácter, y guardarse celosamente contra ellos.
Los que han sido sepultados con Cristo en el bautismo y resucitados a la
semejanza de su resurrección, se han comprometido a andar en novedad de
vida. “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba,
donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestras vida está
escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosen-
ses 3:1-4) (Consejos para los maestros, pp. 244, 245).
Lunes 6 de abril: “Tú eres mi Hijo amado”
Jesús fue nuestro ejemplo en todas las cosas que atañen a la vida y a la
piedad. Fue bautizado en el Jordán, así como deben ser bautizados los que
van a él. Los ángeles celestiales contemplaban con intenso interés la escena
del bautismo del Salvador, y si los ojos de los espectadores hubieran podido
ser abiertos, habrían visto a la hueste celestial que rodeaba al Hijo de Dios
cuando se inclinó en la orilla del Jordán. El Señor había prometido darle a
Juan una señal para que pudiera saber quién era el Mesías, y en ese momen-
to, cuando Jesús salió del agua, fue dada la señal prometida; pues vio los
cielos abiertos y al Espíritu de Dios -como una paloma de oro bruñido- que
se cernía sobre la cabeza de Cristo, y vino una voz del cielo que decía: “Es-
te es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”...
¿Qué significa esta escena para nosotros? ¡Cuán irreflexivamente hemos
leído el relato del bautismo de nuestro Señor, sin comprender que su signi-
ficado era de la máxima importancia para nosotros, y que Cristo fue acep-
tado por el Padre en lugar del hombre! Cuando Jesús se inclinó en la orilla
del Jordán y elevó su petición, la humanidad fue presentada ante el Padre
por Aquel que había revestido su divinidad con humanidad. Jesús se ofreció
a sí mismo al Padre en lugar del hombre, para que los que se habían separa-
do de Dios debido al pecado, pudieran regresar a Dios por los méritos del
Suplicante divino. La tierra había estado separada del cielo por causa del
pecado, pero Cristo rodea a la raza caída con su brazo humano, y con su
brazo divino se aferra del trono del Infinito, y la tierra disfruta del favor del
cielo y el hombre queda en comunión con su Dios. La oración de Cristo en
favor de la humanidad perdida se abrió camino a través de todas las som-
bras que Satanás había proyectado entre el hombre y Dios, y dejó un claro
canal de comunicaciones hasta el mismo trono de la gloria. Las puertas
fueron dejadas entreabiertas, los cielos fueron abiertos y el Espíritu de Dios
-en forma de una paloma- circundó la cabeza de Cristo y se oyó la voz de
Dios que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.
Se oyó la voz de Dios en respuesta a la petición de Cristo, lo cual le ase-
gura al pecador que su oración hallará cabida en el trono del Padre. Se les
dará el Espíritu Santo a los que buscan su poder y su gracia, y él nos ayuda-
rá en nuestras debilidades cuando tengamos una audiencia con Dios. El
cielo está abierto para nuestras peticiones, y se nos invita a ir “confiada-
mente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para
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el oportuno socorro”. Debemos ir con fe, creyendo que obtendremos las
mismas cosas que pedimos a Dios (Comentario bíblico adventista, t. 5, pp.
1053, 1054).
Martes 7 de abril: “No solo de pan”
Después que el Salvador ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches,
“tuvo hambre”. Entonces fue cuando Satanás se le apareció. Vino aparen-
tando ser un hermoso ángel del cielo, declarando que Dios lo había comi-
sionado para poner fin al ayuno del Salvador. “Si eres hijo de Dios, di que
estas piedras se conviertan en pan” (S. Mateo 4:3). Pero en la insinuación
de desconfianza de Satanás, Cristo reconoció al enemigo cuyo poder había
venido a resistir en la tierra. No aceptaría el desafío, ni sería conmovido por
la tentación. Se mantuvo firme en lo afirmativo. “No solo de pan vivirá el
hombre”, dijo, “sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (vers. 4).
Cristo se sostuvo por toda palabra de Dios, y prevaleció. Si nosotros
asumiéramos la misma actitud cuando somos tentados, negándonos a acari-
ciar la tentación o a discutir con el enemigo, la misma experiencia sería
nuestra. Cuando nos detenemos a razonar con el diablo es cuando somos
vencidos. Es tiempo de que individualmente tomemos conciencia de que
estamos en plena contienda, optemos por la afirmativa a los ojos del Señor,
y allí permanezcamos. Así obtendremos el poder divino prometido (Alza
tus ojos, p. 253).
Es peligroso abrigar la duda en el corazón aunque sea por un momento.
Las semillas de la duda que Faraón sembró cuando rechazó el primer mila-
gro, se dejaron crecer y produjeron una cosecha tan abundante que todos
los milagros subsiguientes fueron incapaces de persuadirlo de que su posi-
ción era equivocada. Siguió aventurándose en su propio camino, pasando
de un grado de indagación hasta otro, y su corazón se endureció cada vez
más, hasta que se vio obligado a contemplar los rostros fríos e inertes de los
primogénitos (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 255).
Tenemos gran necesidad de más fe. Estoy alarmada cuando veo la falta
de fe entre los nuestros. Necesitamos ir directamente a la presencia de Cris-
to, creyendo que curará nuestras dolencias físicas y espirituales.
Somos demasiado faltos de fe. ¡Oh, cómo desearía que pudiera inducir a
nuestros hermanos a tener fe en Dios! No deben creer que a fin de ejercer fe
deben ser acicateados hasta llegar a un alto grado de excitación. Todo lo
que tienen que hacer es creer en la Palabra de Dios, así como creen en lo
que dicen uno al otro. Él lo ha dicho, y cumplirá su Palabra. Dependa Ud.
tranquilamente de las promesas de Dios, porque él quiere decir precisamen-
te lo que dice. Diga: Él me ha hablado en su Palabra, y cumplirá cada pro-
mesa que ha hecho. No os volváis impacientes. Confiad. La Palabra de
Dios es fiel. Proceded como si pudierais confiar en vuestro Padre celestial
(Mensajes selectos, t. 1, pp. 96, 97).
Miércoles 8 de abril: “Si me adorares”
La presunción es una tentación común, y cuando Satanás asalta a los se-
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res humanos con ella obtiene la victoria nueve veces de cada diez. Los que
profesan ser seguidores de Cristo y por su fe aseguran estar enlistados en la
guerra contra todo lo que es de naturaleza pecaminosa, frecuentemente se
sumergen sin pensarlo en tentaciones de las cuales se requeriría un milagro
para sacarlos sin mancha. La meditación y la oración los habría preservado
e inducido a evitar la posición crítica y peligrosa en la cual se colocaron al
concederle a Satanás una ventaja sobre ellos. Las promesas de Dios no son
para que las reclamemos irreflexivamente mientras nos apresuramos teme-
rariamente a entrar en el peligro, violando las leyes de la naturaleza y des-
cuidando la prudencia y el juicio con que Dios nos ha dotado. Esta clase de
presunción es la más flagrante de todas.
A Cristo le fueron ofrecidos los tronos y los reinos del mundo y la gloria
de ellos, si tan solo se postraba para adorar a Satanás. Los seres humanos
nunca serán probados con tentaciones tan poderosas como las que asediaron
a Cristo. Satanás se acercó con honores mundanales, riquezas y los placeres
de esta vida, y se los presentó bajo la luz más atractiva con el fin de atraerlo
y engañarlo. “Todo esto te daré -le dijo a Cristo- si postrado me adorares”
(S. Mateo 4:9). Cristo rechazó a su artero enemigo y salió victorioso...
El ejemplo de Cristo se halla delante de nosotros. Él venció a Satanás, y
nos mostró cómo nosotros también podemos vencerlo. Cristo resistió a Sa-
tanás con las Escrituras. Podría haber echado mano de su propio poder di-
vino, y hacer uso de sus propias palabras; pero dijo: “Escrito está”... Si las
Sagradas Escrituras fueran estudiadas y obedecidas, los cristianos serían
fortalecidos para enfrentar a su astuto enemigo {Exaltad a Jesús, p. 74).
Nuestra única seguridad consiste en no dar lugar al mal; porque sus su-
gerencias y propósitos siempre nos dañarán, e impedirán que confiemos en
Dios. Satanás se transforma en un ángel de pureza, para poder, mediante
sus especiosas tentaciones, introducir sus artificios, de tal manera, que no
discernamos sus trampas. Cuanto más cedamos, tanto más poderosos serán
sus engaños. No es seguro discutir o parlamentar con él. Por cada ventaja
que le demos al enemigo, él pedirá más. Nuestra única seguridad consiste
en rechazar firmemente la primera insinuación a la presunción. A través de
los méritos de Cristo, Dios nos ha dado gracia suficiente para resistir a Sa-
tanás, y ser más que vencedores. La resistencia es el éxito. “Resistid al dia-
blo, y de vosotros huirá”. La resistencia debe ser firme y constante. Perde-
mos todo lo que ganamos si resistimos hoy para ceder mañana.
Hay quienes se exponen temerariamente al peligro y a las tentaciones, y
se requeriría un milagro de Dios para sacarlos sin daño y sin contamina-
ción. Esos son actos presuntuosos que no agradan a Dios. La tentación que
Satanás presentó al Salvador del mundo, de arrojarse desde el pináculo del
templo, fue firmemente enfrentada y resistida. El archienemigo citó una
promesa de Dios, de seguridad, para que Cristo pudiera hacer eso segura-
mente, confiando en la promesa. Jesús hizo frente a esa tentación con las
Escrituras: “Escrito está, no tentarás al Señor tu Dios” (S. Mateo 4:7). De la
misma manera, Satanás insta a los hombres a ir a lugares a los que Dios no
quiere que vayan, presentándoles las Escrituras para justificar sus sugeren-
cias.
Las promesas de Dios no son para que las reclamemos imprudentemente
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para protegemos mientras corremos temerariamente hacia el peligro, vio-
lando las leyes de la naturaleza, o desentendiéndonos de la prudencia y del
juicio que Dios nos ha dado. Esto no sería una fe genui- na, sino presun-
ción... Satanás acude a nosotros con honor mundano, riquezas y los place-
res de la vida. Estas tentaciones son variadas, para adaptarlas a hombres de
toda categoría y condición, para tentarlos y alejarlos de Dios, para servirse
a sí mismos más que a su Creador. “Todo esto te daré, si postrado me ado-
rares” (S. Mateo 4:9), le dijo Satanás a Cristo. Y Satanás le dice al hombre:
“Todo esto te daré”. “Todo este dinero, toda esta tierra, todo este poder, y
honor, y riquezas te daré”; y el hombre queda encantado, engañado, y trai-
doramente arrastrado a su mina {Mente, carácter y personalidad, t. 1, pp.
24, 25).
Jueves 9 de abril: Cristo, el Vencedor
Cuando Satanás indujo al hombre a pecar, esperaba que el odio que Dios
tiene por el pecado lo separaría para siempre del hombre y rompería el
vínculo que une el cielo y la tierra. Cuando de los cielos abiertos oyó la voz
de Dios que se dirigía a su Hijo, para él fue como el sonido de un toque de
difuntos. Esto le dijo que ahora Dios estaba por unir consigo al hombre más
estrechamente, y que le daría fortaleza moral para vencer la tentación y
para escapar de las redes de las trampas satánicas. Satanás sabía muy bien
la posición que Cristo había ocupado en el cielo como el Hijo de Dios, el
Amado del Padre; y el hecho de que Cristo hubiera dejado el gozo y la hon-
ra del cielo para venir a este mundo como hombre, lo llenaba de temor.
Sabía que esta condescendencia de parte del Hijo de Dios no presagiaba
ningún bien para él...
Había llegado ahora el tiempo cuando el dominio sobre el mundo le se-
ría disputado a Satanás, y su derecho impugnado, y temió que su poder
fuera quebrantado. Sabía por las profecías que había sido anunciado un
Salvador cuyo reino no se establecería con un triunfo terrenal y con honores
mundanos y ostentación. Sabía que las profecías predecían un reino que
sería establecido por el Príncipe del cielo sobre la tierra que él reclamaba
como suya. Ese reino abarcaría a todos los reinos del mundo, y entonces
cesarían el poder y la gloria de Satanás, y éste recibiría su merecido por los
pecados que había introducido en el mundo y por la desgracia que había
traído sobre la raza humana. Sabía que todo lo que atañía a su prosperidad
dependía de su éxito o fracaso al procurar vencer a Jesús con sus tentacio-
nes, e hizo que el Salvador soportara todas las artimañas de que disponía
para apartarlo de su integridad mediante sus seducciones (Comentario bí-
blico adventista, t. 5, pp. 1054, 1055).
Cada uno de nosotros será tentado intensamente; nuestra fe será someti-
da a prueba hasta un grado máximo. Debemos tener una conexión viva con
Dios; debemos ser participantes de la naturaleza divina; entonces no sere-
mos engañados por las invenciones del enemigo, y escaparemos de la co-
rrupción reinante en el mundo a causa de la concupiscencia.
Necesitamos estar anclados en Cristo, arraigados y fundados en la fe.
Satanás obra mediante sus instrumentos. Elige a los que no han estado be-