Messaggio della Consigliera per le Missioni_14 agosto 2021 esp
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Roma, 14 de agosto de 2021
Queridas hermanas,
un saludo afectuoso para todas y cada una de ustedes. Seguramente todas celebramos con
alegría y gratitud el 5 de agosto, la fiesta de la fundación de nuestro querido Instituto, y con ello
hemos dado inicio al tercer año de preparación para el Jubileo del 2022.
En este camino de memoria y gratitud por todo lo que el Señor ha realizado en nuestra
historia carismática, pero también de proyección hacia el futuro, es decir, de esperanza en el
porvenir, se hace sentir la presencia discreta y siempre actuante de nuestro Patrón San José. Y más
aún en el Año dedicado a él, en el que lo invocamos con fe y confianza, porque en él encontramos
un gran protector e intercesor con corazón de Padre (Patris corde - Carta Apostólica del Papa Francisco).
Por ello, seguimos invocándolo con corazón de hijas, pidiendo de manera especial por la
realización del XXIV Capítulo General, por la fecundidad vocacional, apostólica y misionera de
nuestro Instituto, así como por todos los niños/as, los jóvenes y las personas confiadas a nuestras
comunidades educativas.
Hoy quiero compartir con ustedes una sencilla reflexión sobre San José y el Primer Anuncio.
Como sabemos, durante los últimos años el Ámbito de las Misiones, en sinergia con el Sector
Misiones SDB, ha realizado un camino de comprensión y profundización sobre el Primer Anuncio
de Cristo.
En Patris corde, el Papa Francisco señala que «después de un largo y duro viaje de Nazaret
a Belén, [José] vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio “no había lugar para ellos”
(Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que
representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos».
José es el hombre del silencio, cuya única “palabra” que conocemos es el testimonio de su
vida, es decir, su ser, su acción, las cosas que hizo y vivió con respecto a María y al Niño.
Por el Evangelio de Lucas (cap. 2) sabemos que los pastores tuvieron una visión de un ángel y
que recibieron el anuncio de «una gran alegría», el anuncio del nacimiento «en la ciudad de David»,
de «un Salvador, que es el Mesías, el Señor». Además, el ángel le indicó un signo: «encontrarán a
un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
Lucas señala claramente que José estaba presente en el nacimiento de Jesús: «…encontraron
a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre». Si por una parte tenemos el testimonio
de vida de José, por otra parte tenemos en José un testigo de aquello que le sucede al niño: «Al
verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron
admirados de que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba
en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto
y oído, conforme al anuncio que habían recibido».
José, junto a María, fue testigo de esta manifestación de Jesús, fue testigo del encuentro de
los pastores con el Niño. Y así como María, seguramente también él conservaba estas cosas y las
meditaba en su corazón.
Aunque en silencio, José participa en el encuentro de los pastores con Jesús, en el encuentro
de los Magos con Jesús – como nos narra Mateo – de igual manera en el encuentro de Simeón y
Ana con el Niño en el templo, «cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la
purificación», y llevaron a Jesús «a Jerusalén para presentarlo al Señor».
Es importante retomar y reflexionar de nuevo sobre lo que escribió Benedicto XVI en la
Encíclica Deus Caritas Est (n. 1), y que el Papa Francisco volvió a proponer en la Evangelii
Gaudium (n. 7): «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
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encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello,
una orientación decisiva».
Este es el secreto del Primer Anuncio… ¡un encuentro! No son las palabras iluminadas, los
largos discursos, las estrategias pastorales o nuestra programación lo que lleva a las personas a
encontrarse con Jesús. Todo esto es bueno, es importante, es necesario y ayuda, pero también puede
amortiguar el deseo de encontrar y dejarse encontrar por Aquel que da sentido a la vida y que es el
único capaz de llenar el corazón humano de alegría, esperanza y serenidad ante lo cotidiano.
El Primer Anuncio es, y será siempre, la comunicación de una experiencia de fe, la
comunicación de un encuentro personal con Cristo, que transforma nuestra vida y nos lleva a
compartir esta inmensa alegría con los que nos rodean y también con los que viven más allá de
nuestras fronteras geográficas y existenciales.
«Cuando a este primer anuncio se le llama “primero”, eso no significa que está al comienzo
y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido
cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas
maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar…». (EG 164)
El Primer Anuncio «tiene una función central e insustituible, porque introduce “en el
misterio del amor de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación personal con él en Cristo” y
abre la vía para la conversión» (RM 44). Es la “buena noticia”… que todos los pueblos y las culturas
tienen derecho a conocer. Es la buena noticia de la cual nuestro mundo tiene tanta necesidad.
Por otro lado, no podemos hablar del Primer Anuncio sin recordar que para comunicar la
alegría del Evangelio se necesitan «evangelizadores con Espíritu», es decir, mujeres y hombres
abiertos a la acción del Espíritu que se dejen transformar en «anunciadores de las grandezas de
Dios», que anuncien «la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo
tiempo y lugar, incluso a contracorriente». «Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena
Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de
Dios». (EG 259)
Queridas hermanas, mirando la figura de San José, que fue testigo de varios encuentros con
Jesús y del encuentro del Niño con diferentes categorías de personas, quisiera invitarlas e invitarnos
«a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de
dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso». (EG 3)
Como FMA, cuya vida es una respuesta continua a la consigna “A ti te las confío”, que cada
una de nosotras, guíada por el Espíritu, viva con más alegría y creatividad su ser misionera,
convirtiéndose en testigo creíble del amor de Dios por las/os jóvenes, haciendo de su propia historia
un primer anuncio que llegue a todos, en todo tiempo y lugar, en la misión encomendada por el
Señor; viviendo generosamente su “fiat” con la actitud del “voy yo”, en la dinámica del salir, con la
pasión educativo-misionera de Don Bosco y de Madre Mazzarello.
Queridas hermanas, ¡feliz fiesta para la solemnidad de María Asunta al Cielo y para el 206º
aniversario de Don Bosco!
Con afecto,
en comunión de oraciones,
Sor Alaide Deretti
Consejera para las Misiones