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CAPITULO 11: POR EL BOSQUE
Ben seguía a la chica por el bosque de los druidas a unos cuantos metros
de distancia. En primer lugar subieron por un sendero poco conocido que
atravesaba el bosque y que llevaba casi directamente a los lagos de
Salzkammergut. Por allí, unas plantas aromáticas se amontonaban a
montones por ambos lados del camino, y los arboles hacían una especie de
túnel.
Tras un buen trozo, Ben se giró y escuchó repicar las campanas de la iglesia
aún no muy lejanas, anunciando la llegada del último grupo del desfile al
Kalerre.
Poco después la chica subieron por encima de un pequeño puentecito
hecho de rocas apiladas unas sobre otras, que pasaba por encima de un
arroyo de aguas rápidas. Por allá siguieron hasta un camino que empezó a
zigzaguear entre una concentración de robles rugosos. Adentrándose cada
vez más hacia lo más cerrado del bosque.
*Tengo que decir brevemente que Hallstatt goza de tener unos de los
bosques en más buen estado del mundo, los llamados “bosques de los
druidas”, en los cuales la variedad de plantas regionales van a grandes
rasgos desde las acacias y sauces que crecen cerca del pueblo, hasta las
pináceas, decenas de árboles frutales, los abundantes y duros robles,
secoyas, sauces, ceibas, o incluso los raizosos ombúes; capaces de partir
unacasaporlamitadconelpasodel tiempo.*
Un poco más adelante la chica tomó otro camino que giraba a la derecha de
un árbol enorme, donde había un cartel que rezaba Hallazgo
arqueológico a 1500 metros, con una flecha que indicaba la dirección.
Por allí hubo un hallazgo de la edad del hierro, de unas 200 tumbas. Se
dice que esto fue descubierto por unos leñadores que cayeron por un
peñasco en una noche de tormenta, y que al tener que cavar un refugio con
las hachas dieron con un esqueleto, y luego otro y luego otro. Ese fue un
hallazgo muy bien conservado para lo antiguo de su origen, con la
curiosidad añadida de que todas las frentes de las calaveras que allí fueron
desenterradas, llevaban pintadas símbolos extraños, el nombre y la fecha
de la muerte del individuo con diferentes colores.
El caso es que la chica y Ben siguieron por donde había una multitud de
árboles de hojas amarillentas y troncos grises y altos que se doblaban y
retorcían como suelen hacerlo cuando buscan la luz del sol.
Sin embargo se notaba que la chica sabía exactamente hacia donde se
dirigía, ella no dudaba lo más mínimo en el rumbo que cogía cada vez hacia
un lado u otro; y cuando el camino acabó súbitamente ante un pequeño
barranco, subió por un sendero que trepaba. Luego dieron con una pared
de piedra baja. Se encontraban en ese momento al lado de una escalinata
probablemente natural, que ascendía hasta una cornisa por la que era
mejor no resbalarse, la verdad. Por allí caminaron unos minutos, y así
llegaron a un claro que estaba repleto de flores silvestres y hierbas rastreras
de muchos tipos. Aquí Ben casi perdió la pista a la chica, pues tuvo que
esconderse tras una roca. Un poco más adelante, la chica comenzó a andar
cogiendo unos caminos cortos que giraban hacia la izquierda, hacia las
estribaciones lejanas de las que Ben tan bien conocía su peligro debido a su
trabajo. Ben empezó a fijarse mucho en los caminos que tomaba ya para no
perderse, pues como ―guarda forestal‖ (entre comillas) que era, y pensando
que ya se había perdido hoy volviendo a Hallstatt, estaba ya…
–Parece que hoy es el día de las caminatas… que barbaridad niño… –se
dijo suspirando.
El camino más adelante se hizo recto de repente y seguía, e iba poco a
poco arrimándose a las orillas de un riachuelo que bajaba desde las
montañas; donde unos grandes robles alargaban sus raíces hasta el agua
como hundiendo los pies allí. Aquel camino fue convirtiéndose
progresivamente en un sendero mucho más fino y arenoso por el que los
árboles de mayor tamaño empezaban a acumularse, y por donde las piedras
del camino se hacían un poco molestas al caminar.
En ese momento Ben empezó a pensar en que si no volvía ya, acabaría por
perderse, pues apenas podría recordar la vuelta, pero fue justo en ese
momento cuando la chica llegó a donde iba.
Allí entre una concentración de unos robles de grandes ramas, Ben vio
cómo se metía en lo que parecía que hubiera sido una finca destinada al
resguarde del pastoreo. Sin embargo aquella estructura se parecía más a
una especie de hogar destinado a una ―línea‖ más industrial, ciertamente.
El caso es que el hogar estaba cubierto por unas enredaderas de grandes
hojas y por incontables líquenes. Los muros tenían un color marrón
verdoso, y arenoso por el paso del tiempo; y esto junto a los árboles que
habían crecido por su alrededor, hacía que aquello no pudiera estar más
camuflado. La chica entró por una puerta de madera que tenía unas verjas
rectas y unos cuadrados metálicos, y cerro con llave.
Ben se quedó observando desde lejos, cuando una luz apareció tras unos
segundos por el margen de una ventana. Ben sacudió su cabeza y se acercó
para echar un vistazo por la línea de luz. Por allí vio como la chica apartaba
una alfombra que había sobre el suelo, y levantaba lo que parecía ser una
trampilla por la que acabó introduciéndose sosteniendo un antiguo quinqué
(o farol). Seguidamente juntó estas puertecillas detrás de ella.
– ¿Pero qué? –dijo Ben tapándose la boca antes de soltar un fuerte
carraspeo.
Mientras Ben empezaba a pensar sobre eso, empezó a experimentar un
creciente cosquilleo nervioso en la boca del estómago. Aunque ya había
sido algo más que extraño para él llegar hasta allí y así, probablemente ya
no pensaba en dar media vuelta sin saber algo más de todo aquello. De
alguna forma se sentía ya más curioso que el dicho del gato.
–Mala cosa Ben… ¡Sácatelo de la cabeza! –le habría dicho Doris
cogiéndole de la oreja o dándole un capón.
Pero todo consejo de Doris se quedaría corto frente a lo que allí viviría a
continuación.
Tras esperar un tiempo que entendió prudencial, Ben entró por una
ventana tras desencajar hábilmente un pestillo que estaba flojo. Tras mirar
un poco encontró unas cerillas que estaban sobre una mesilla junto a una
vela, que enchufo enseguida. Vio entonces que el lugar estaba dividido en
cuatro partes. La más grande de ellas correspondía al sector que envolvía a
la sala del comedor, donde había una cocina, y la típica mesa larga con
ocho sillas. La segunda estancia era una habitación sin puerta, en donde se
veía un dormitorio con una cama rústica. La tercera estaba destinada al
aseo, y la cuarta era una especie de almacén o zona trastera, por lo que Ben
pudo intuir.
Ben se acercó hacia la trampilla tras unos pocos minutos. Agarró de las asas
fuertemente, y empujo con firmeza para deslizar las puertas lo más
silenciosamente posible. Al abrirla, vio una perspectiva oscura por donde
bajaba una larga escalera de peldaños lisos. Entonces se animó
curiosamente, y dejo los nervios fuera. Entro y vio mediante la luz de la
vela que todo estaba lleno de polvo. Vio también que a los costados había
unas habitaciones no muy grandes; excavadas dentro de la tierra misma,
sostenidas con vigas y puntales de gran tamaño.
Ben juntó las puertecillas intentando no hacer ruido a sus espaldas y
empezó a descender.
– ¿Pero qué carajo es esto? –se preguntó frunciendo la cara y frotándose
un ojo.
Fue descendiendo poco a poco intentado alumbrarse lo mejor posible para
no dar un mal paso y caer rodando hasta el fondo. Los escalones eran
bastante pequeños y lisos, casi de piedra pulida. El pasadizo debió ser en
otra tiempo, algún tipo de gruta por el que habrían buscado minerales de
hierro y carbón los habitantes de Hallstatt, pensó. Las paredes eran
irregulares y se abombaban o estrechaban de repente. Ben vio atreves del
polvo, que aquello estaba colmado de caracteres y grabados, que parecían
narrar algún tipo de historia. También vio mineral de estaño y plata,
aunque nunca lo supo. Ben no salía de su asombro. Tenía en estos
momentos la cara de un sapo digna de una película de la Disney.
Abajo, llego muy extrañado, y vio que a la izquierda seguía un caminito
tras otras varias habitaciones más que ahora aparecían. Entro en una de
estas habitaciones y encontró que estaba prácticamente llena de estantes
abarrotados de platos y tazas cubiertos de polvo. En el centro de la estancia
había una mesa desvencijada y en una de las esquinas un pozo sobre el que
había un letrero de madera con forma de pez, en el que tras pasar los dedos
por encima ponía: Ya no es potable.
–Um… –pensó–. Sería mejor que te volvieses atrás... Pero bueno,
ahora estas aquí dentro y allá vas. Va, tan sólo un vistazo más y me voy…
Solo un vistazo rápido… venga.
Ben se deslizo con cuidado por el corredor. Incluso se sacó los zapatos y
los recogió con la otra mano para no hacer ningún tipo de sonido. Dejo
atrás unas salas cuadriculadas y oscuras en las que no había nada salvo
papeles arrugados, unas botellas vacías o algún barril. Caminaba de
puntillas con mucho cuidado y cuando le faltaba poco para llegar a la luz
Ben de repente sintió un sonido tras él, y un segundo después sin que le
diera tiempo a nada más, estaba en el suelo sin conocimiento.
CAPITULO 12: LA LLEGADA
Anthuan conocido en el pueblo como ―Mañanairemos‖, era un anciano
que le gustaba la calle. Ahora estaba sentado en un banco junto a Fedrick
(otro anciano conocido en los entornos como el Carnicero, debido al oficio
que había desarrollado desde los quince años hasta los cincuenta y tantos).
Los dos estaban acomodados en un lugar cercano al ayuntamiento,
tomando el fresco mientras masticaban unos frutos secos que habían
recolectado y tostado esa misma mañana.
Mañanairemos hace un par de minutos había encontrado por ahí tirado uno
de esos papelitos típicos que se encuentran hoy en día en los mostradores
de las oficinas de turismo, y aunque eso os suene raro quizás para la época,
Hallstatt, resulta que fue uno de los pioneros en este tipo de cosas. El
panfleto tenía varias de las imágenes más representativas de las cercanías, y
señalaba los puntos de mayor interés para los extranjeros. Resulta que el
alcalde de Hallstatt había conseguido un par de imprentas a precio de ganga
en una subasta, y pensó en ese propósito. El panfleto tenía unas pequeñas
explicaciones que venían a decir que la provincia tenía una fuerte herencia
de la edad final del bronce, y de principios del Hierro. Decía a grandes
rasgos que Hallstatt es y era, una modesta población que subsistía de las
minas de sal y que promovía el buen trato hacia el turismo.
– ¡Aaaay, gastando dinero! Siempre gastando dinero señor…y otros por
ahí sin comer… –se dijo Mañanairemos arrugando el papel al levantar la
vista y ver llegar la diligencia de Don Vincenzo– ¡Mira eso piernas flojas!
¿Cuál escogerías tú si te dieran a elegir Carnicero, ese carro o el del
pelirrojo?
–Bueno… preferiría volver a ser joven, y montar a caballo como lo
hacía antes. Elegiría eso, sorderas –respondió mirando su sarta de cuentas
de oro y ébano, de la cual colgaba una cruz pequeña.
–Yo también lo desearía ¡Hombre claro! –contesto echándose un
puñado de frutos a la boca. Que cosas tienes.
–Bueno, pero no puedo quejarme… estoy contento con lo que dios me
ha dado como buen católico que soy –dijo aspirando con fuerza por la nariz
mientras masajeaba sus cansadas piernas.
–Parece obtener usted mucho consuelo de sus rezos para no ir nunca a la
iglesia.
–Yo doy por hecho, la biblia dice bien claro, que a nadie se le ocurra ir a
un templo para buscar a Dios. Para mí solo es un lugar significativo
Mañanairemos.
–Aaaaay… lo que tú digas. Bueno yo voy pa casa ya. Nos vemos mañana
cojeras.
El carruaje paró y Alessandra bajó y se marchó calle abajo. Tenía algunas
cosas importantes que hacer. Don Vincenzo y Michael bajaron y caminaron
hacia el mayor recinto de los que había en la plaza, sin prestar demasiada
atención a un individuo que se les acercó. Parece ser que este los había
estado esperando, y había salido para recibirlos. Era al parecer el
encargado de recibir y guiar a las visitas que recia el Alcalde.
Este era un tipo podríamos decir enclenque, y tenía una chepa pronunciada
probablemente de nacimiento. Tenía también una bigote largo y cuidado
que le llegaba casi hasta el pecho, y tanto Vincenzo como Michael, no
necesitaron más de un minuto para darse cuenta que esta era una persona
que hacia su trabajo a la perfección. Martti se llamaba el hombre.
Tras pasar por la gran fachada blanca sobre la plaza central, que es el lugar
al que habían llegado, estaba el ayuntamiento de Hallstatt. Tras subir unos
pocos escalones, vieron un largo jardín lleno de setos podados, plantas y
flores de todo tipo. Había colocado un invernadero con orquídeas, lirios y
ese tipo de flores a la izquierda. A la derecha había una fuente de agua con
la estatua de una mujer en el centro. Esta estatua estaba tallada
probablemente en mármol, y estaba de cuclillas sujetando una espada en
una mano. Martti dijo que era la Dama de Salzkammergut, una leyenda
popular del lugar de una mujer murió matando para proteger a unos niños.
Allí se respiraba un agradable olor a césped recién cortado. Luego los
condujo a una pequeña sala muy iluminada que estaba bajo unas escaleras.
Esta era la sala de espera del ayuntamiento. Enseguida les invito a sentarse
y fue comentando algunas cosas sobre la arquitectura del edificio. Les
conto que la construcción del ayuntamiento fue ordenada por un tal
Vermeer, para conmemorar sus triunfos hacía ya casi dos siglos. Dijo como
curiosidad, que este Vermeer ordenó que se agregara una capilla en el lado
Este de la construcción que permanecería siempre cerrada, sobre la tumba
de un hombre que según cuentan, le salvo la vida en una ocasión. El
ayuntamiento dijo Martti, se encontraba en el extremo sureste de la Plaza,
justo frente a la Torre Skaya (la Torre del Vigilante) y la Iglesia de San
Juan. En el jardín por el que acababan de pasar, comentó que yacía otra
estatua erigida en honor a los que lucharon contra los invasores durante el
tiempo conocido como Periodo Oscuro. Y así les iba contando cosas de
cierto interés. El concepto inicial del ayuntamiento dijo que fue realmente
construir un grupo de capillas inicialmente, cada una dedicada a cada uno
de los santos en cuyo día Vermeer ganaba alguna batalla, pero que con el
tiempo la construcción de una gran torre central unifico estos espacios en
uno solo mediante algunas remodelaciones. Lo que según él, explicaba la
extraña pero bonito diseño del ayuntamiento. Dicen que Vermeer, al igual
que el zar Iván mucho tiempo después, dejó ciego al arquitecto de todo
aquello para evitar que proyectara una construcción que pudiera superar a
esta, aunque parece claro que en esta última y más conocida historia, no se
trata más que de una fabulación.
Mientras Martti les contaba todas estas cosas, Vincenzo se enchufo un
puro.
–Dicho esto, de verdad que lamento que el Alcalde se esté retrasando
tanto, pero en este momento está ocupado caballeros... Acomódense por
favor y si quieren algún aperitivo con gusto se los traere en un santiamén –
dijo cortésmente–. El alcalde les recibirá con agrado en cuanto pueda. Si
quisieran siéntanse aquí como en su casa y tómenselo con calma, por favor.
A nuestros oídos han llegado algunas historias de Michael –dijo
volviéndose a el–. Se rumorea que su corazón es siempre impetuoso como
el hacha que hiende la madera y multiplica la fuerza del obrero; al igual
que dice uno de mis libros favoritos. Y también conocemos algo sobre la
sagacidad del señor Vincenzo, cómo no hacerlo. Si bien es cierto que de
pie no es usted digamos, tan divino como Michael, aquí sentados es usted
el más majestuoso. Y si me permite una recomendación, sería que probara
el faisán a las finas hierbas, tan típico de aquí. Está especialmente delicioso,
y tengo entendido que es usted un entendido.
–Muchas gracias Martti. Lo hare sin duda un día de estos –respondió el
Don echando humo por la nariz.
–Y digo yo señor que ara muy bien –dijo Martti–. Al alcalde le encanta.
Quizá sea un tanto pedante, pero he de decir que el alcalde es una persona
con un paladar exquisito.
Y así esperaron largo tiempo charlando de alguna cosa en el salón,
escuchando los interminables elogios e historias del tipo hasta que ya no
pudieron más, y amablemente Michael le invito a marcharse. No hizo falta
decírselo dos veces.
Más tarde, casi una hora después, entró el Alcalde disculpándose por la
tardanza.
– ¡Buenas noches caballeros! ¡Perdónenme por favor! ¡El señor Marcus,
a vuestro servicio! –dijo con calma estrechándoles las manos. Lamento la
tardanza, espero que Martti le haya atendido como es debido.
– Vincenzo y Michael, al vuestro –Dijo el Gordo–. No hace falta que se
disculpe, ahórreselo por favor, no se preocupe. Sabemos que es un hombre
ocupado –añadió–. Vayamos ahora a donde podamos hablar
tranquilamente de negocios. La verdad es que tengo ganas de tumbarme ya
en una cama de verdad, si usted me entiende.
Fueron entonces al despacho del Alcalde por unos largos pasillos. Tras
recorrer el último entraron al despacho, el cual tenía cuatro puertas que
daban a las alas Este, Norte, Oeste y Sur respectivamente, y sin duda esta
era la estancia más grande de todas. Estaba llena de decenas librerías
robustas con detalles georgianos por todas partes. Destacaba sobre todo un
escritorio de madera que estaba justo en el centro de la habitación, frente a
una ventana rematada con capuchas rojas, bajo un sello grande con el
escudo de Austria. En aquel escritorio repleto de cajoneras, hablaron largo
y tendido por fin del asunto que los había llevado hasta allí.
– ¿Quieren una copa de algo? –dijo Marcus el alcalde poniéndose un
vaso de coñac.
–Quizá después –respondieron los dos.
–Como quieran... Díganme entonces ¿En qué puedo ayudarles señores?
–Me alegra que me haga esa pregunta Marcus, –dijo Vincenzo– aunque
ya sabe algo creo. Amigo, le llamare amigo. Hablemos de lo que hemos
venido a hacer aquí sin dar más rodeos. Tengo los riñones hechos polvo, ya
más tarde nos conoceremos mejor, si le parece bien –y un viento frio
entró de repente por la ventana que había tras el sillón de Marcus.
– ¡Por supuesto! –Respondió tras dar un largo trago–. Vaya al grano por
favor. A mí tampoco me gusta andar perdiendo el tiempo.
–Perfecto. Pues aquí discutiremos nuestro plan de acción sobre el
terreno. Como ya sabe, resulta que estamos esperando a un pequeño pero
excelente equipo según tengo entendido, que llegará mañana a caballo; si
no pasa nada raro. El objetivo es capturar a un hombre llamado ―Gabriel
Barton‖ VIVO –y cuando dijo esto hizo como un ruido involuntario de
nerviosismo–. Para ello necesitaremos la mayor discreción posible, si es
que usted me entiende. Éste Gabriel es un hombre muy hábil y casi con
toda certeza, sabemos que se encuentra en este momento en este pueblo
¿Capisci?
–Claro –dijo el Alcalde juntando las puntas de los dedos rápida y
seriamente–. Me han hablado muy bien de usted y más de un amigo me ha
dicho que lo trate bien. Lo único que me incomoda un poco, es trabajar
con este hombre –dijo refiriéndose a Michael–. Pudiendo contratar a
auténticos profesionales ¿Por qué a este desaliñado? ¿Qué pretendes tú?
¡Nada bueno diría yo! No me sorprendería nada saber lo que eres tú ¡Un
ladrón!
– ¡Michael a vuestro servicio! –Respondió fuerte y tranquilamente–.
Señor Alcalde imagina usted mal. No me juzgue tan a la ligera por favor.
Ni soy un ladrón ni lo pretendo. ―Solo cojo lo que no es de nadie‖. Pero le
diré una cosa y no la tome como una falta de nada, si es eso posible. Si
quiere usted contratar a un profesional me parece bien, lo aceptare y
permaneceré en un segundo plano si el Don opina igual que usted. Pero
eso lo único que ara será retrasarnos. Perdóname, sé que usted es un
hombre inteligente, pero nunca ha tratado con alguien como yo, quiero
decirle, que puedo entenderle. Mis hombres llegaran pronto y se vestirán
de paisanos –dijo Michael rascándose el cuello mientras se contenía, muy
dispuesto a mostrarse paciente hasta conocer mejor al Alcalde–. Se harán
pasar por turistas, e informarán de cualquier cosa mínimamente
sospechosa. Y no fallaran. Usted encárguese de conseguirnos un hostal o
algo así al completo, algún lugar que no sea demasiado llamativo para
nosotros. Nosotros nos ocuparemos de todo lo demás y todo irá como la
seda, puede creerlo. Y como dice Don Vincenzo, ese hombre es hábil hasta
un punto que no puede imaginarse, tendremos sólo una oportunidad si es
que llegamos a tenerla.
– Claro, claro… ¡Cuenten pues con ello! Todo lo que necesite el ladrón
–respondió incomodo pero intentando sacar una sonrisa al intuir que había
subestimado a Michael, pero que ya no podía echarse atrás.
–Puede que lo cojamos confiado con un poco de suerte –comentó
Michael tras esperar un rato en silencio–. Lo conseguiremos si no nos
hacemos la zancadilla los unos a los otros y no ocurre nada.
–De acuerdo, quizá tenga razón. Perdóneme si quizá le juzgue mal. Si el
Don tiene a bien confiar en usted centrémonos en el asunto en cuestión y
dejemos todo lo demás a un lado –dijo Marcus algo más serio y aliviado al
tenderle la mano al capitán y este estrechársela.
–Me parece perfecto. Ale, al lio –respondió Michael.
Pasaron varias horas dialogando hasta que todo estuvo claro.
CAPITULO 13: UN APOSENTO INESPERADO
Ben abrió los ojos y se encontró acostado en una cama. Vio que estaba
en una habitación que tenía unas irregulares paredes de ladrillos. La
habitación estaba compuesta por una cama y un armario de puertas
grandes. Más allá había una mesilla con una silla y un sillón a su lado, que
se reflejaban frente a un espejo. Ben se levantó y camino descalzo sin
demasiada prisa hacia la puerta. Abrió con suavidad y vio que el cuarto en
el que estaba, daba a un gran salón que estaba iluminado por dos chimeneas
construidas en las paredes este y oeste del hogar. Entonces se dio cuenta
que tenía una venda enrollada por la cabeza, y que sentía algo de dolor por
la parte de la nuca. No le dio mucha importancia a eso en ese momento
pues probablemente aún no estaba entero. Tras un minuto, salió de la
habitación. Se pasaba la mano por la cara y por los ojos mientras caminaba
con la mirada achinada.
Al salir miró más detenidamente, y vio a un hombre que había medio
acostado al lado de una de las chimeneas, al cual las luces del fuego y las
sombras le cubrían o descubrían la silueta por instantes. Este hombre
llevaba un sombrero de tela, y estaba vestido con una camiseta de botones
a rayas blancas y verdes. El hombre tenía los pies apoyados sobre una silla y
estaba sentado en un butacón. Ben comenzó a acercarse a él. Vio poco
después que estaba leyendo un libro y que apoyada sobre sus piernas estaba
la cabeza de un perro enorme que le miraba fijamente desde hacía rato.
Este parecía el punto de donde quiera que Ben estuviera, que daba a todas
las demás habitaciones. La estructura del sitio estaba hecha de una cantidad
enorme de diferentes materiales, y el suelo estaba cubierto por una
terracota de color anaranjado oscuro.
También vio que tenía una botella de licor bajo sus piernas, y que el
enorme perro era de colores pardos, aunque tenía el hocico blanco y las
orejas negras. Era un perro de la raza mastiff, un perro pastor enorme que
antiguamente se usaba para espantar a los lobos de los pastos, y que ahora
bostezaba mirándolo al verlo acercarse. Imaginaros. Ben se acercó hasta él
y se fijó desde atrás que el hombre tenía unas manos nudosas y grandes con
la que acariciaba la gran cabeza del perro. A Ben le costaba apreciar bien
las cosas por la luz, pero tras rodearlo y ponerse frente a él; vio también
que el hombre tenía la cara llena de unas marcas de expresión que filtraban
una personalidad compleja.
Entonces aquella persona le invitó a sentarse junto a él con un gesto,
señalando una silla.
–Buenas noches chaval. Soy Gabriel y éste saco de pulgas es Piñones
(dijo refiriéndose al perro). Piñones ―el encantador‖. Acérquese no tema –
dijo mirando al perro, el cual había vuelto la cabeza hacia arriba y lo
miraba como intentando comprender lo que decía su amo.
–Buenas noches Gabriel. Me llamo Benjamín. ¿Qué tal está? –respondió
arrimando el asiento–. Perdoneme ¿Podría decirme donde me encuentro?
–dijo agarrándose la cabeza y mirando a su alrededor.
–Claro. Estas en mi casa muchacho –respondió el hombre.
– Aaay... ¿en serio? creo que no recuerdo nada... Debí golpearme con
algo –dijo frotándose la cabeza.
–Tranquilo, así es. No es algo tan raro que no recuerdes bien las cosas
cuando te das un golpe ahí. No te preocupes por eso, lo más seguro es que
los recuerdos te vayan viniendo –decía sin levantar la vista del libro–.
Tranquilo Benjamín ¿Puedo llamarte Ben? Estoy seguro de que todos te
llaman así. Necesitas relajarte un poco… Mira, nosotros somos quienes te
vendamos la cabeza. No tienes nada que temer (dijo Gabriel, aunque esto
no era realmente cierto del todo). Toma asiento, todavía es algo pronto
para que te hagamos algunas preguntas.
Y Ben así lo hizo.
– ¿Nosotros? –dijo el joven mirándolo e intentando descubrir algo más.
Empezaba a sentirse algo más relajado aunque aún bastante fuera de lugar.
–Si Ben. Aquí estamos mi hija, la fiera de Piñones y yo.
Entonces Ben se recordó de repente siguiendo a la chica por el bosque.
Pero no dijo nada más que un: ¡Uh! Y pensando en: ―En una buena te has
metido Benjamín‖
–Veo que ya te has acordado de algo, no has tardado mucho –dijo el
hombre levantando un ojo del libro–. No está bien eso de colarse en
propiedades ajenas muchacho ¿Lo sabes? Eso me enojo bastante ayer. Da
gracias a que estaba mi hija allí.
–Esto, yo… lo siento...
Charlaron entonces brevemente y Ben acabo por sentarse codo a codo con
aquel hombre. El hombre a pesar de tener motivos para estar más que
furioso se mostraba muy agradable. Y el caso es que curiosamente
bebieron los dos bastante en aquel salón, mas plácidamente de lo que
hubieran imaginado al principio; escuchando embelesado el joven las
curiosas historias que el hombre se complacía en contarle, una tras otra.
Podría decirse que se cayeron en gracia.
– Por cierto. ¿Qué edad tienes? ahora que lo pienso –preguntó el
hombre tomando asiento nuevamente.
–Veintiocho años –respondió Ben.
– ¡Buena edad! La suficiente para tomar un buen trago ¡je! Dime ¿De
qué te gustaría hablar? –dijo Gabriel suspirando despacio, pues hacía
tiempo que no conversaba con un desconocido, cosa que le encantaba.
–No sé. Cuénteme algo de usted –dijo Ben.
– ¡Ja, ja! –rió–. Como quiera. A ver qué podría contarle... A ver...
Diré que gusta este lugar Ben, y he visto unos cuantos. Por suerte o por
desgracia he viajado mucho, por suerte quiero pensar. Hay ciudades brujas
¿sabe usted? Ciudades que se le meten a uno bajo la piel. Y al revés. Yo
desde bien jovencito viajaba intentando ganar dinero por aquí y por allá.
–Desde luego ha debido de ganar mucho dinero para tener una casa
así... –dijo Benjamín intentando ser cortes e intentando sonsacarle alguna
cosa más.
– ¡Claro! –respondió–. Veo que tienes buen ojo chico. ¡Ja, ja! Aaay…
Le contó seguidamente algunas cosas alegres, y otras no tanto; de unos
lugares lejanos de los que Ben nunca había escuchado hablar; y de una
época en la que las vicisitudes de la vida no eran las mismas que en las del
tiempo actual. De alguna forma Gabriel tenía una personalidad que de
seguro llevó por la calle de la amargura a más de una mujer en su juventud,
pensó Ben. Y bajo la desliñada barba que tenía, habló de algunas cosas
complejas y de otras simples; o bien lo sorprendía de repente con una
palmada en la espalda.
–Pues sí, hijo sí. He visto muchas idas y venidas de las estaciones de los
años, más de las que puedo recordar ahora mismo. ¿Y tu?
Ben lo miro un poco extrañado mientras el hombre reía.
Este le contó después muchas cosas sobre las mujeres que había conocido a
lo largo de su vida. Cómo una tal Mary le había salvado una vez la vida en
Francia durante la guerra y de como nunca pudo agradecérselo lo
suficiente; o de cómo lo arrestaron por culpa de una tal señorita Zafina,
una mujer que según el merecía más que de sobra el apelativo de bruja.
Una mujer que según Gabriel se creía el centro del mundo y se burlaba de
quien no entraba en sus planes o no le seguía la corriente.
Pasadas ya unas horas le habló también largamente sobre la vida en prisión,
pues resultaba que al parecer había pasado por varias cárceles, aunque
fuera poco tiempo. Y las cosas que de allí le contó, no fueron muy
agradables, la verdad.
–Funciona así. Allá si eres un chivato tienes los días contados, ya me
entiendes. Lo mejor es pasar desapercibido y estar duro. Y aunque no
venga al caso, me gustaría hablarte en este momento de una cosa –le dijo
interrumpiendo la conversación que llevaban sorprendiéndolo de veras–
grandes son problemas que traen. Estar encarcelado le da tiempo a uno
para poner en orden las cosas como dicen ¿sabe usted lo que quiero
decir?... No se confunda, no quiero ser su padre ni nada parecido, pero
vaya usted a saber –dijo preguntándose a sí mismo–, si no le hace esto un
favor esto en algún momento. Nunca se sabe, y no te ofendas –dijo
rascándose la cara con una expresión severa–, pero bueno.
Se enchufó un cigarrillo entonces y continuó.
–Cuidado amigo mío con el dinero, las drogas y las mujeres.
Primero ten siempre mucho cuidado a quién le dejas el dinero, y sobre
todo a quién se lo debes. Y ahorra siempre algo si es que te lo puedes
permitir –comentó–. Este es un buen consejo. Guárdatelo.
Sobre las drogas, no diré que no las pruebes ¡dios me libre!, pero si te diré
que un consumo irresponsable, llega siempre a mal puerto. Siempre.
Y sobre las mujeres. No soy quién para dar consejos sobre esto, la verdad.
Seguramente sea el menos indicado, pero si es que puedo aconsejarte algo
sobre este tema, sería que intentes buscar a una buena mujer en la que
puedas depositar tu confianza, por encima de todo lo demás. El físico no
nos engañemos, es lo que entra por el ojo y es así; pero es la botella de un
buen o un mal vino. No tengas prisas y cuídate.
Tras terminar de decir esto, le invitó a seguir bebiendo en la bodega si así
lo deseaba, y Ben accedió de buen gusto.
La bodega de Gabriel (o la que él decía ser suya) estaba al girar un par de
puertas, primero una puerta grande y luego una pequeña. Era una bodega
que estaba lejos de cualquier tipo de lujo. Tenía varias repisas repletas de
unas botellas completamente cubiertas por el polvo, muebles viejos, libros
y una cantidad increíble de cosas como bandejas, cuencos, fuentes,
cuchillos y cubiertos de madera casi por cualquier sitio que miraras. La sala
era oscura, pero Gabriel encendió un fuego que empezó a chisporrotear
rápidamente en un pequeño horno que había con unas tablas. Así iluminó
la habitación hasta que se marcharon un buen rato más tarde.
–Este hombre es todo un trotamundos –se decía Ben.
–Pues sí, la cosa es que ahora me atraen más estos pequeños pueblos
alejados de las grandes ciudades. Pero hoy aquí y mañana quizás allá Ben.
Siguieron bebiendo, y Ben de vez en cuando interrumpía a Gabriel para
que le aclarara algún punto que le interesaba más de alguna historia de las
que le iba contando, con muchos ¿y dónde está eso?, o ¿y qué es lo que
pasó entonces?, mientras jugueteaba con el enorme perro sin perder
detalle.
– ¡Ben! –Clamó Gabriel en un momento– si juegas así con él no te lo
quitarás ya de encima. Este perro es grande como un oso pero sigue siendo
un cachorro. Si juegas con él un rato ya eres vamos… ¡Su ídolo como
poco! Un día se me acercó por la calle mientras yo masticaba unos piñones
que acaba de comprar, le di unos pocos… y hasta hoy. Es más listo que yo.
–Ah, no se preocupe –respondió sobre el suelo mientras Piñones se le
echaba encima lamiéndole la cara.
–Tú verás. Je, je.
Pasaron las horas y en un momento, Piñones levantó una de sus lacias
orejas, abrió los ojos, resopló, los miro de reojo y salió corriendo por la
puerta. Gabriel sonrió.
–Julia debe de haber llegado ya. En fin ¿Qué voy hacer contigo
muchacho? Mira, voy a ponerte una condición para que quedemos en paz.
– ¿Que condición? –Pregunto Ben sorprendido.
–La condición es la siguiente: en los siguientes diez o quince días te
quedaras aquí conmigo y me entretendré enseñándote a pelear. Seguro que
alguien que irrumpe en casa de otros como haces tú, le valdrá algún día.
– ¿Cómo? Se lo agradezco… pero no tengo tanto tiempo señor, lo
siento. Yo tengo que…
Y antes de que Ben acabara la frase, Gabriel se levantó de un salto y en un
apenas dos segundos hizo caer sobre el suelo a Ben.
–Ah… Entiéndelo hombre –Dijo–. Va, no seas tonto hombre, si te
intentas ir ahora... Mira te quedaras conmigo aquí unos diez o quince días
hasta poder comprobar que puedo confiar en ti. Además, me aburro sin un
poco de acción, será divertido para mí y muy bueno para ti, y así podrás
conocer a mi hija ¿No querías eso?
–Qué remedio. Parece que no tengo alternativa –dijo el pobre de Ben
devolviéndole la mirada.
Entonces el hombre le sonrió y le tendió la mano ayudándole a levantarse.
–Muy bien, parece que eres un chico listo. Creo que podemos llevarnos
bien Benjamín. Puedes ir ahora a tomar un baño si quieres. Luego
comeremos algo Julia, cocina de miedo.
– ¿Julia eh?
– ¡Sí! Mi hija se llama Julia. Pero te recomiendo que tengas un poco de
cuidado con ella. Ella a veces no es tan amable como yo –dijo pasándole el
brazo por encima del hombro–. Ya lo comprobaras. Ja, ja, ja –rió a gusto–
está bien, está bien. Me caes bien Ben.
Entonces Gabriel lo acompaño al baño, donde Ben pudo lavarse y esto le
vino muy bien. Se refresco y se sacó mucho del cansancio y del dolor que
había acumulado desde que bajo de la montaña para coger las setas (apenas
había tenido tiempo para cambiarse de ropa y darse un poco de agua).
También se perfumo con colonia, se peinó, y se afeito con un kit de esos
tradicionales, compuestos por la brocha, el rastrillo clásico y un tazón para
preparar la espuma. Cuando salió vio a Gabriel de brazos cruzados
apoyando en la pared, entonces le cogió por el hombro y lo acompaño
hasta la cocina.
CAPITULO 14: REUNIÓN
Michael se asomó por la ventana de la habitación del ayuntamiento en la
que había dormido esa noche. Era muy temprano y desde allí todo parecía
fresco.
El Alcalde poco después de un desayuno que organizo en el jardín a base de
zumos y frutas, y luego propuso subir a la azotea para esperar allí a los
hombres de Michael. Estuvieron largo rato sin ver señales de jinetes sobre
el horizonte.
La impaciencia de Vincenzo iba en aumento. Veía que pasaban las horas y
aún no estaba la cosa como él esperaba.
Desde allí arriba se veía todo el pueblo bajo ellos, y una bastedad difícil de
imaginar hasta los picos de las montañas más lejanas. El sol se reflejaba
sobre el Lago Espejo deslumbrándolos por momentos, cuando sobre el la
entrada del pueblo empezó a dibujarse algo. La cabeza del Alcalde se movía
de un lado a otro intentando distinguir lo que era, cuando por fin empezó a
vislumbrarse que aquel punto, era un pequeño grupo a caballo.
– Ja. ¡Aquí están por fin! –Anunció Michael calzándose bien las botas.
Los otros se agruparon junto a él. Alessandra había vuelto a mitad de la
noche y estrenaba un vestido de tirantes típico de Austria y un colgante
artesanal.
Todos pudieron oír el murmullo de los cascos de los caballos cuando la
cabalgada se acercaba por la plaza. En el porche del ayuntamiento bajaron
cinco personas de sus caballos, y los ataron frente a un bebedero que había
en allí. Poco después entraron guiados por Martti poco despues al fin todos
estuvieron reunidos.
– ¡Bueno! –Dijo uno de los cinco jinetes, un hombre que tenía rasgos
asiáticos y a la vez, era el más tatuado de los cinco con diferencia–. ¡Miren
quien hay aquí!
– Cuanto tiempo ¿Qué tal va debilucho? –dijo un hombre grande que
tenía un parche en el ojo cuando Michael se acercó para darles la
bienvenida
– ¡Bienvenidos! –Dijo Michael alegremente mientras los saludaba uno
por uno estrechándoles la mano–. Estoy bien viejo, pero os habéis
retrasado un poco me parece.
– ¡Ha! No seas así hombre. Apenas nos hemos tomado un descanso para
llegar aquí lo más pronto posible, no seas tan duro. Supongo que tanto
tiempo en la mar a uno lo acaba por hacer un negado orientándose por
aquí. Reconozco que nos hemos perdido un poco, pero ¡Oh!, por fin
estamos aquí ya –dijo el hombre de la barba blanca.
– Si todo fantástico pero… ¿Podríamos ir a comer algo? Estoy famélico.
Podría comerme un jabalí entero –dijo otro de los recién llegados, un
hombre recio que tenía los dientes de oro.
–Ja, ja, está bien. Habéis llegado justo a tiempo en verdad. No
perdamos el tiempo entonces. Tenemos un banquete esperándonos en un
hostal cercano aquí; para que veáis que os conozco ya... Os explicaremos
allí con detalle el plan. Así que venga –dijo Michael dándole unos
golpecitos con alegría en la espalda a uno de ellos.
–Tampoco hay que ser muy listo para conocer a estos sacos de huesos –
dijo irónicamente la única mujer del grupo, la cual tenía el pelo rizado y
largo.
–Muy bien. Pero que no se me olvide, abajo tenéis ropas. Cogedlas para
luego.
Fue de esta manera como llego por fin todo el equipo de Michael a
Hallstatt, y desde allí fueron al hostal conocido como El viejo Roble.
El día siguió y Michael, Alessandra, Vincenzo y los demás llegaron a la
posada en unos pocos minutos.
Aparecía frente a ellos una arcada llena de pilares de madera. Así era la
fachada del recinto. La puerta principal era pequeña y estaba sobre unos
escalones anchos, donde se encontraba un cartel que rezaba: El Viejo Roble.
Aquella finca tenía dos plantas llenas de muchas ventanas y una buhardilla.
A la derecha había una fila de abetos que llevaban hasta un corral donde
había un Roble seguramente bicentenario, que no era muy alto pero estaba
repleto de ramas. Podéis apostar a que el nombre del edificio venia por
esto.
Tras echarle un vistazo al exterior, entraron y entonces vieron un enorme
salón, lleno de vigas de madera que había en un techo de blanco
inmaculado. Podía verse también un gran hogar a leña sobre la pared. Al
fondo giraba un pasillo, y por allí caminaron hacia el interior de la finca.
Pasaron frente a una pequeña salita reservada para el primer momento de
descanso de los viajeros, donde había montones de perchas y sillas.
Subieron a la segunda planta y llegaron al comedor.
Vieron que el sitio estaba vacío salvo por un par de asistentas, a las que el
alcalde les comento un par de veces algo así como que ―silencio absoluto
sobre los nuevos huéspedes‖, que no deseaba ningún tipo de comentario
sobre ellos fuera de aquellas paredes. Todos fueron por fin entonces hasta
una mesa grande, donde estaban ya preparados muchos manjares típicos de
Austria.
*Esta es una pequeña historia. En este comedor, resulta que habían colocado el
suelo con unas grandes piedras de color azul oscuro la una sobre la otra, y sobre
algún tipo de cemento. Estas piedras eran Lapislázuli y en Hallstatt por aquella
época, desconocían de su valor, o no tenía ninguno. Con el paso de los siglos el
que heredó El viejo Roble (un tal Bill), acabaría vendiendo cada una de estas
piedras a un alto precio. El color azul del Lapislázuli ya fue utilizado por
egipcios, babilonios, y asirios, para aderezos y máscaras funerarias. Pero fue más
tarde cuando los reyes de Francia de los siglos XII-XIII empezaron a poner de
moda vestimentas teñidas en este color azul, extraído de la piedra. Con el paso
del tiempo, incluso acabó pasando a la cultura y pintura de los siglos posteriores.
Su color azul la hacía una de las piedras más bellas; y no sin razón fue llamada
“oro azul” en aquel tiempo. Bill se enteró de esto de rebote, y las vendió con
mucha suerte en el momento más clave. Paso de ser pobre a rico en un
santiamén. *
Al fondo del comedor la luz entraba por una vidriera de cristales azules,
naranjas, verdes con formas de estrellas. Una de las sirvientas se acercó a la
mesa.
– Hola, buenos días. ¿Díganme que les sirvo? Si quieren algo que no está
en la mesa se lo prepararemos en un santiamén.
–Yo tomare un café y unos bollos con mantequilla, gracias –dijo Mary.
– ¡Que bueno! lo mismo para mí –añadió Alessandra.
–Yo quiero… A ver, carne asada muy echa y con mucha sal. Y fruta –
dijo Jun el oriental.
–Ummm… Para mí unos pastelillos de queso, unos frutos secos y un
buen vino –pidió Middleton, el viejo de la barba blanca.
–Yo quiero unos huevos fritos, muy fritos y unas chuletas y unas patatas
–añadió Velázquez.
–Yo el pescado más fresco que tenga, y a la brasa si es posible. Y una
porción de tarta o bizcocho –dijo Michael tras pensárselo durante un buen
rato.
–Para mí ternera poco hecha y pan crujiente y un plato con olivas –
añadió el señor Hawkings–Y para beber una pinta de cerveza, guapa.
–Y a mí tráigame un faisán a las hierbas, me han dicho que lo pruebe. Y
la mejor botella de vino blanco que tengan por favor –pidió el Gordo.
–Muy bien. Y para mi cielo, una ensalada grande y una buena sopa de
verduras –añadió el alcalde.
–Muy bien, muy bien. Intentaremos que en menos de una hora este
todo más o menos listo, pero tengan algo de paciencia por favor; solo
somos dos en la cocina. Mientras si quieren sírvanse a su gusto de lo que ya
hemos preparado, esta todo delicioso –dijo la mujer mirando al hombre de
la Barba gris con ojos golosos, antes de ir hacia la cocina.
Al llegar a la cocina y mientras preparaban las comandas, la sirvienta
charlaba con su compañera.
–Y pan crujiente, si… Por cierto Linna, mira, ¿te gustan mis
pendientes? Mira.
–Son hermosísimos Ruth, pero creo que eres demasiado joven para tales
adornos –contestó la señora Linna poniendo agua a una olla que había al
fuego.
–Trataré de no ser vanidosa –dijo Ruth–; pero no creo que me gusten
sólo por ser bonitos; me gustaría usarlos como la muchachita del cuento
cuando llevaba su pulsera. Me sirve para recordar algo. Ya me entiendes.
Je, je, soy una romancera, que le voy hacer.
En el comedor dijo el Don: Bien, que aproveche –Comento tras dar un
golpe en el suelo y volviéndose hacia Alessandra–. Mientras lo preparan
todo las señoras hablemos de lo que nos ha reunido aquí. Me gustaría que
la señorita Alessandra explicara toda la historia desde el principio y así
tendremos una mayor comprensión en general. Espero que todos presten
un poco de atención, así nos ahorraremos molestas preguntas después
caballeros.
Alessandra: Gracias Don Vincenzo, verán ¡Ejem! –Comenzó
carraspeando la garganta para aclararse la voz–. Tengo que decir que me ha
costado bastante digamos, encajar todas piezas, pero ahora creo poder
decir sin equivocarme que la línea es la siguiente. Para comenzar desde el
verdadero principio, eh de remontarme a la historia de ―Bartholomew, el
Rojo”, hace ya un par largo de siglos. Explicare esto con forme me lo
dijeron.
Aunque no son muchos los que lo recuerdan, hubo un tiempo en el que había
tierras que rebosaban de auténticas riquezas. Un hombre llamado
Bartholomew, codiciaba con ferocidad todas aquellas maravillas. Esas tierras
cayeran finalmente en sus manos, reclamando para sí innumerables tesoros de
todo tipo. Pero como la muerte le llega por igual a todos, finalmente un día el
tipo desapareció.
Entonces según parece ser, aquellas gentes oprimidas a las que había robado,
comenzaron a buscar donde estaban los muchos tesoros que había juntado sin
descanso. Sin embargo esto que podía haber sido un motivo de celebración y
regocijo, fue en realidad un tiempo de preocupación y egoísmo. Nadie
consiguió encontrarlos finalmente, por lo que el mundo en su gran mayoría
acabó por olvidar aquello, y a convertir todo aquello en un cuento.
Pero un hombre llamado Luciano, mi abuelo y el mentor de Michael, dos siglos
después, encontró en cierto lugar un libro antiguo. Ese libro parece ser que eran las
memorias de aquel Bartholomew, y dentro, halló un mapa.
(*La historia de este libro comienza unos veinte años después de eso*)
Desde hace tiempo, ―nuestra organización‖ a la que pertenecemos tanto
Vincenzo como yo investiga esto. Esta tiene como fin la unión de ciertas
esferas de la política, la religión y milicia; pero también está interesada en
asuntos como este en concreto. Para ser franca, no quiero engañarles, es
en realidad una sociedad en expansión. Nació a raíz de una reunión bajo el
patrocinio de la familia real holandesa. Esta es la impronta de esta
organización y de esa particularidad, nos hemos nutrido. Vincenzo es uno
de los fundadores, y el hecho de que este aquí, ya quiere decir por si solo
que este es un asunto importante. Pero bueno, no quiero marearles con
los detalles, volviendo al tema, ese mapa, parece ser que estuvo perdido
hasta que finalmente descubrimos que mi abuelo Luciano lo tenía. La
organización, intento llegar a él, pero parece que llegamos tarde y ahora lo
tiene ese tal Gabriel Barton. Eso es así señores.
Desde ese momento comenzamos a seguirle la pista a ese hombre sin
tregua de un país a otro, pero siempre hacíamos tarde. Sin embargo hace
poco, en la isla de Capri, (situada al sur de Italia) por fin pudimos
ponernos un paso por delante de él. Allí logramos interceptar una carta, en
la que decía que aquí, en Hallstatt, volvería junto a ella. Que se verían al
menos un tiempo. Yo sabía que actuar sobre la marcha, así que muy
pronto advertí que debíamos enviar la carta rápidamente a su destino y
llegar aquí lo antes posible. Aconsejé poner inmediatamente a un hombre
vigilando en la dirección del remitente, cosa que fue posible gracias al
alcalde, aquí presente.
"Sería aconsejable que un hombre llamado Michael, viniera con nosotros"
le dije a Vincenzo, así que en cuanto llegamos a Italia me puse en contacto
con la organización para que lo arreglara si es que eso era posible. Nos
vimos unos pocos días después con él, cerca de Holanda, y hasta aquí.
– ¿Y no te parece sospechoso que supiera donde encontraros ese tal
Gunnar? –interrumpió Mary amasándose el pelo, tras tomar un chupito de
licor que se había servido (pues resulta que ya había hablado con Michael
durante el trayecto hasta la posada y conocía de antemano la historia que
había pasado en el barco)
–No lo sé… por desgracia me parece que Barton tiene contratada a
mucha gente por todos lados por lo que parece… –respondió mirándola
con asombro–. Ese tal Gunnar, podría ser un simple mercenario tras una
recompensa, pero sin duda fue un acierto el haber pensado en Michael. El
solvento la papeleta con facilidad.
–Tendríais que haber sido bastante más cautos guapa. Parece que os
mostrasteis por el puerto muy alegremente. Umm ¡Umm! –murmuro
Middleton, el simpático hombre de la barba canosa.
– ¡Ya ha dicho que no tenían tiempo que perder Middleton! –Replicó
Velázquez–. Al fin y al cabo… todo está bien si todo acaba bien. No se les
puede achacar nada. No sirve de nada.
– ¡Ja, ja! –Soltó una carcajada Jun– .Ya está el tunante con sus refranes.
¡Que Dios nos libre algún día de ellos, por favor!
– ¡Cállate! ¡Me tienes ya arto joder! Como vuelvas a decir algo así Jun te
juro que te ensartaré como a un churrasco. Diré lo que me venga en gana y
cuando quiera. Más te vale que no vuelvas a cabrearme –continúo diciendo
Velázquez señalándole con un tenedor mientras se colocaba la tira del
parche.
–Bueno, bueno… volviendo al tema, Alessandra, –dijo el Don– el saber
de antemano que Michael nos salvaria la papeleta me hace pensar en un
ascenso cuando volvamos. Ahora os rogaría que no interrumpáis más la
historia caballeros hasta que termine. Luego tendremos tiempo para todo
tipo de aclaraciones.
– (Entonces Alessandra siguió explicando cogiendo una postura más
relajada) Bien. El caso es que ayer por fin llegamos aquí, y cuando
Vincenzo y Michael fueron a hablar con Marcus, pude ponerme en
contacto con el hombre que conseguimos poner aquí a vigilar día y noche.
Este me dijo que la carta la recogió una tal... –dijo pasando unas páginas de
su libro de notas– aquí está… una muchacha llamada Julia. ―Una chica
joven de pelo largo y castaño‖ me dijo, y que curiosamente, parece ser que
vive hace poco tiempo por aquí. Dibujo una imagen aproximada suya. Es
ésta (era la chica que Ben persiguió por el bosque). Llegados a este punto,
el ―pero‖ es el siguiente.
Creemos que esta mujer vive en el bosque más que posiblemente, pues
aunque la carta fue enviada a una casa cercana a la biblioteca, parece ser
que se interna allí durante días, y luego baja. Supongo, finiquitando ya esta
especie de resumen, que Gabriel Barton y ella pueden tener algún tipo de
refugio en la espesura de los bosques. Esta es toda la información que
tenemos por ahora –dijo guardando el libro de notas en su bolso.
–Michael: Y eso ha sido más que suficiente. Estamos listos para
cualquier cosa, y su hombre Marcus, ha hecho bien en no intentar seguir a
la chica. Entonces amigos míos, aquí estamos una vez más. Esperemos que
no sea la última. No hace falta que os diga lo peligroso que es ese hombre,
ya lo sabéis, pero lo primero es lo primero.
Michael se levantó sonriendo, y empezó a nombrar a todos los que aún no
se conocían en la mesa. A su derecha estaba un hombre grande, un tal
Velázquez, junto a otro más joven llamado Jun. Les presentare ahora –dijo.
*Velázquez destacaba entre los demás por varios aspectos. En primer lugar por
su altura y su constitución imponente, a lo que había que sumar también un
amenazante rostro surcado por una cicatriz vertical desde la frente al cuello, y un
parche sobre su ojo derecho. Tenía el pelo corto y su vestimenta era un abrigo
largo y negro sin mangas, con unos dibujos floreados.*
–Mi amigo Velázquez fue capitán de una pequeña flota hace algunos años
–dijo Michael– Trabó amistad con Middleton y Mary, y juntos abordaron
el Galeón de un alto mando de la Marina para conseguir una información
que en aquel entonces, fue decisiva. Tras una larga lucha que tuvo contra
ese hombre, ganó, aunque tuvo que ser rescatado del umbral de la muerte
por Mary, quedándole esa marca tan bonita junto a la pérdida de la vista en
el ojo derecho. Irónicamente, quedó como aquél al que venció: con un
parche. Tras esto, se acabó asociando a mí, cosa que le agradezco.
–Claro, Michael. Es lo que digo cada vez que sale este tema. Le di su
merecido a ese cerdo –dijo Velázquez amargándosele el rostro–.
Michael puso la mano sobre él, asintiendo con franqueza.
*Jun estaba demasiado atareado comiendo como para decir algo al respecto de
todo aquello. Él tenía el cuerpo más trabajado con diferencia de todos los que
allí estaban, y en su cara tenía algunas pecas que le hacían lucir algo más
infantil de lo que realmente era. Uno de los aspectos más llamativos de Jun
aparte de su aspecto fibroso, eran sus más de treinta tatuajes; el más grande de
ellos era la cabeza de un León que le ocupa totalmente la espalda, y también
tenía otro grande en su brazo izquierdo con la forma de una cruz naval. Llevaba
una camisa azul abierta, unas botas negras, y un pantalón negro hasta la rodilla*
–Este hombre, es mucho más inteligente, cortés, y generalmente más
soportable que Velázquez –dijo Michael guiñándole un ojo–. Sin embargo,
le gustan las fiestas y los banquetes tanto como a él. Algo normal en él es
su tradicional "Comer y correr" que hace siempre que va a un restaurante y se
va sin pagar... Descubrí a Jun siendo un muchacho que participaba en el
torneo de lucha anual de Tailandia, que ganó. Su historia es inverosímil
pero cierta. Según tengo entendido, robaba para poder dar de comer a
unos huérfanos. Su familia materna si no recuerdo mal provenía de China,
y debido a eso los Jun tuvieron que buscar fortuna en otro lugar. Se
trasladó con su madre Asuka y su hermano Wichi. Montaron una
lavandería y recibían huéspedes en su casa. Un año más tarde Asuka, ya
viuda, se unió con Wiam, el cual trabó buena amistad con los hijos. Pero
poco después y debido a que a Asuka se le diagnosticó tuberculosis se
trasladaron otra vez, entonces a Hun Him, donde ella contrajo matrimonio
con Wiam. Poco después, sin embargo, Asuka falleció a causa de su
enfermedad y Wiam se marchó a otra zona, abandonando a ambos
hermanos. Jun, con 14 años en ese momento tuvo que sobrevivir
trabajando en un hotel como lavaplatos y realizando otros trabajos mal
pagados. En estas circunstancias comenzó una vida delictiva cometiendo
robos de poca monta y aunque fue arrestado por alguno de estos actos, fue
dejado pronto en libertad.
Jun pasó entonces gran parte de su juventud en el ambiente de los salones
de la frontera y entrenando artes marciales con diferentes maestros. Un día
lo descubrí robando en mi barco, y de esta forma lo conocí. Con los años
fue el ganador de la mayor parte de los torneos en que participo,
combinándolo con algunos trabajos que yo le encargaba; hasta que me
decidí a ofrecerle ser mi socio. En la lucha cuerpo a cuerpo es un hombre
que calificaría como casi imposible de vencer, y es un ladrón bastante
decente.
– ¿Umm? Si, si... ¿Quieres un muslito Michael? –dijo Jun con la boca
llena carne.
–Ja, ja, no. Sigue comiendo y bebiendo pero no olvides de tu tarea
amigo.
– ¡A la orden! –respondió tras beber un largo trago de vino tinto–. Pues
están deliciosos capitán, tenemos que volver a aquí en otra ocasión, eh...
¡Esta bebida esta de miedo! ¡Bruuurp!.
Sentados al otro lado de la mesa estaban los otros tres: Mary conocida
como ―la inglesa‖, el Sr. Hawkings, y el viejo Middleton, junto a la señorita
Alessandra, Don Vincenzo, y el Alcalde más allá. Michael dio la vuelta a la
mesa.
*Mary Nightingale “la Inglesa” era una mujer alta, hermosa y de ojos azules
brillantes y agudos; de mirada orgullosa y seria. Tenía una larga melena rizada, y
ella era quizá una de las mejores, si no la mejor, con un arma de fuego por esa
época. Ella caminaba con pasos ágiles y parecía no dormir, simplemente
descansaba con los ojos semi-cerrados, o con los pensamientos perdidos. La
habilidad de su padre con los negocios permitió a Mary vivir una adolescencia
alejada de la pobreza en su juventud, y a obtener un buen nivel educativo. Sin
embargo, debido a su carácter rebelde, tuvo continuos enfrentamientos con su
progenitor hasta que abandonó el hogar. El resto ya es historia. Le encantaba
viajar, las aventuras, y coleccionar objetos raros y antiguos. Solía vestir con unos
pantalones anchos y una faja; y también llevaba una larga chaqueta blanca con
una protección de cuero sobre el hombro izquierdo.*
–Mary –dijo Michael ahora– sobresalió por su gran puntería, ingenio y
resistencia; aunque también mostró unas dotes diplomáticas y un alto
sentido de la honestidad en el día en que la conocí; y hasta hoy. Dirigió la
defensa de la Central de Ipstown durante una invasión, ayudando a los
novatos a acabar con cada envestida que recibían de la armada de la marina.
Fue condecorada con el anillo de esmeraldas por esto bajo el sobrenombre
de ―la Inglesa‖. Es una persona que sabe prácticamente de todo de lo que se
puede saber, y seguramente sea la persona más inteligente que conozco.
– ¡Y que dios nos la cuide por muchos años! –añadió Middleton.
–Por Dios… de verdad que a veces eres más zalamero que una
princesita, Middleton… No sé cómo las mujeres pueden caer con esas
tonterías tan fácilmente –comentó levantando una copa–. ¡Cantinera,
tráigame más de su licor más fuerte!
–Au contraire mon cheri… –respondió Middleton– sólo tengo ojos para
ti. Eres mi auténtica debilidad, querida.
– ¡Ja! Un día de estos te haré demostrar esas palabras, si no vas con
cuidado viejo zorro... –dijo Mary pasándose su rizado pelo tras las orejas y
desafiándolo en cierta manera con la mirada (simpatizaban bastante a decir
verdad).
– ¡Cuando quieras amor! –respondió guiñándole un ojo mientras se
amasaba la barba.
Seguidamente el capitán Michael dijo esto del Señor Hawkings:
–Este es un hombre peculiar, siendo por naturaleza uno de los más
poderosos con los que me he cruzado en mi vida. Y cuando digo poderoso,
lo digo en el mayor de los sentidos. Aunque generalmente se viste con
unos trajes demasiado ostentosos para mi gusto... ―Lo único que salvaría
sería su sombrero –de visera amplia– y sus dientes (de oro)‖, diré que es
una fuerza de la naturaleza. Puede empuñar armas que la mayoría de los
seres humanos considerarían armamento pesado, y es un rastreador mejor
que un sabueso.
–Bueno ya sabes cómo pienso Michael. Si proteges a alguien, no dejes
que sea herido. Si peleas con alguien, destrózalo –dijo Hawkings con su
peculiar sentido del humor.
– ¡Claro! –respondió.
*El Señor Hawkings era un hombre cruel y sanguinario, aunque algunos
registros históricos podrían poner en duda dichas evidencias. Se comenta que
durante algún tiempo pudo haber actuado bajo patente de corso, aunque nunca
pudo ser demostrado. Lo que está claro es que Hawkings era un hombre muy
ególatra. Generalmente rebajaba a las personas por cualquier o ninguna razón en
absoluto, y su sonrisa lobuna y cargada de sarcasmo revelaba el morboso placer
y desprecio que sentía al ver perecer a quienes lo merecían según él, bajo el
fuego de sus armas. En el fragor de la batalla, el señor Hawkings se contenía
deliberadamente dándole a sus oponentes una sensación de fuerza, solo para
volver a abrumarlos completamente y robarles esa sensación, ya que en realidad
todos sus enemigos (o casi todos) son para él extremadamente fáciles de
eliminar. Iba con unos pantalones verdes desgastados, una camisa roja
arremangada y una pañoleta color café bajo su peculiar sombrero*
–Michael: Y por último, aunque no por ello menos importante, éste es
Middleton el barbas –dijo cogiéndolo por los hombros–. Su mejor habilidad
es la de usar armas blancas de todo tipo con gran habilidad y con una
precisión asombrosa. Aunque pensando, es aún más rápido. E de decir que
tiene un carácter a veces extraño... Quiere imponer justicia sin matar ni
derramar ni una sola gota de sangre, aunque sus métodos no siempre son
los mejores. Fue también entrenado como cirujano, y él siempre defenderá
la justicia y el orden aún si sufre daño físico. Lleva conmigo desde el
principio y me ha salvado la vida en no recuerdo ya cuantas ocasiones. Para
mí es un ejemplo a seguir y para mí, el mejor.
*Baltasar Middleton fue la mano derecha de Luciano, y el primer aliado desde
los principios de Michael. Su aspecto era el de un hombre alto, con una barba y
un cabello canoso recogido con una coleta. Llevaba en las orejas una decena de
pendientes de todo tipo, y bajo la ropa ocultaba una amalgama increíble de
cicatrices y heridas que había recibido a lo largo de sus intentos de frenar la
violencia, por medio de ideas pacifistas. Tenía también una debilidad por las
chicas bonitas, aunque a pesar de volverse loco por ellas, sentía gran aprehensión
de que lo vieran desnudo y contemplaran las marcas de las heridas que había
recibido en su cuerpo. Llevaba casi siempre una larga capa marrón sobre los
hombros, y unos pantalones ligeramente flojos, cortados por debajo de la
rodilla.*
–Así es, Michael… es lo que hay.
—Caramba. Ahora entiendo lo de que aunque fuerais pocos, erais un
buen grupo. Me alegra ver que estamos en buenas manos —añadió el
Gordo aliñando ahora una ensalada con una salsa de marisco.
Los demás presentes contaron también algo sobre ellos y de seguido se pusieron
manos a la masa con los detalles de la misión.
–Nos hemos reunido aquí para discutir cuál será el plan sobre el
terreno, aunque la táctica ya ha sido más que estudiada durante la noche
anterior. El caso es que esta misma noche nos pondremos ya manos a la
obra. Nuestro objetivo, es Capturar a Gabriel Barton vivo, y conseguir un mapa
que tiene. Centrémonos en eso –dijo Michael.
–Podríamos poner varios hombres en los tejados de todas las entradas al
pueblo –dijo Jun– y esparcirnos por diferentes puntos. Fácil y eficaz. Lo
primero ahora es saber dónde están.
–Eso será seguramente bastante fácil de hacer, estoy con el crio –dijo el
señor Hawkings volviéndose hacia el capitán.
–Es precisamente lo que habíamos planeado. Podéis contar con tantos
hombres como hagan falta por mi parte –dijo Marcus el alcalde un poco
disgustado al darse cuenta que su papel en esta historia, no iba a ser más
que presencial.
–Muy bien, ese será la fase uno. Estaremos en contacto pero no quiero
levantar ningún tipo de sospecha ¿entendido? ¡Ninguno! –dijo Michael.
–Y si aparece la mujer, el que esté más cerca la seguirá con mucho
cuidado para no ser visto. La seguirá hasta su guarida, y volverá a por
refuerzos. Seguramente harán falta –dijo Velázquez rascándose el cuello–.
No debe haber margen para fallar. Ese hombre es un monstruo.
–Correcto. Quizá no debería decir esto, pero así es. Barton, es tal como
dicen –increpó Mary–. Ya conocéis las historias que de él se cuentan, y yo
misma hace mucho tiempo me crucé con él en la gran ruta. El solo tumbo
al menos diez hombres uno detrás de otro con una bala en la pierna, y esto
lo vi con mis propios ojos. Si hacemos que se agite, no podremos siquiera
ponerle la mano encima. Tenemos que observar la situación y movernos
de forma adecuada.
–Cierto, no le des más vueltas a eso –respondió Vincenzo liándose un
puro para más tarde–. Además no creo que este solo.
–Michael: Así se hará entonces, todos de acuerdo. Esta noche se
colocarán ya los hombres dividiéndose el espacio por el perímetro de todo
el pueblo, y no quiero que patrullen. Nada de patrullas. Recordad que
ahora sois todos turistas, actuad como tales y no montéis ningún jaleo.
Parece sencillo pero mentalizaros o yo mismo os pateare el trasero.
– ¡Jo, jo! esto se pone interesante por momentos –rio Hawkings
mirando al techo con la boca llena de comida.
– ¿Y alojarnos todos aquí estaría bien, solo por precaución? –continuo
Mary.
–Muy bien, eso sería bueno –añadió Middleton, amasándose de nuevo la
barba.
–Bueno, mientras a mí no me toque una habitación sin ventana no diré
nada al respecto. Será como la misión que hicimos la última vez –dijo Jun
dándose viento con un sombrero.
– No seas idiota –Dijo Velázquez– aquel pobre diablo de ningún modo
puede compararse a éste. Esta es una empresa mucho más grande. ¡A ver si
te enteras! Tómatelo más en serio.
–Como quieras, no te enojessss hombree –respondió–. ¡Hip! Pero antes
de irnos podríamos megendr… ¡PAM! –dijo antes de inclinar la cabeza y
caer rendido sobre el plato.
–Bien, hagamos lo que hagamos al final, Barton seguramente no se
quedara de brazos cruzados ¡Pero nosotros tampoco nos vamos a quedar
mirando! –dijo Michael levantándose de la silla y colocando a Jun tendido
sobre el suelo.
(Resulta que el vino que había estado bebiendo Jun era un ―Massandra‖, un
vino especialmente embriagador, cosecha del 1640. Un vino que no estaba
destinado a los grandes jarros con los que él bebía, si no para cuencos
muchísimo más pequeños.)
–Un día de estos te haré una medicina Jun… ¡Para la estupidez! Ja, ja, ja
–dijo Middleton pasándole la mano por el pelo mientras todos brindaban
sobre el centro de la mesa.
– Muy bien dicho. ¡Ahora a comer! –grito Velázquez.
Aquella misma noche, todos estaban en sus puestos y funcionando. Sin
embargo en la habitación de Michael se encontraron él, Mary y Middleton
para una conversación rápida, donde hablaron de algunas cosas que serían
decisivas al final de esta historia.

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Parte3

  • 1. CAPITULO 11: POR EL BOSQUE
  • 2. Ben seguía a la chica por el bosque de los druidas a unos cuantos metros de distancia. En primer lugar subieron por un sendero poco conocido que atravesaba el bosque y que llevaba casi directamente a los lagos de Salzkammergut. Por allí, unas plantas aromáticas se amontonaban a montones por ambos lados del camino, y los arboles hacían una especie de túnel. Tras un buen trozo, Ben se giró y escuchó repicar las campanas de la iglesia aún no muy lejanas, anunciando la llegada del último grupo del desfile al Kalerre. Poco después la chica subieron por encima de un pequeño puentecito hecho de rocas apiladas unas sobre otras, que pasaba por encima de un arroyo de aguas rápidas. Por allá siguieron hasta un camino que empezó a zigzaguear entre una concentración de robles rugosos. Adentrándose cada vez más hacia lo más cerrado del bosque. *Tengo que decir brevemente que Hallstatt goza de tener unos de los bosques en más buen estado del mundo, los llamados “bosques de los druidas”, en los cuales la variedad de plantas regionales van a grandes rasgos desde las acacias y sauces que crecen cerca del pueblo, hasta las pináceas, decenas de árboles frutales, los abundantes y duros robles, secoyas, sauces, ceibas, o incluso los raizosos ombúes; capaces de partir unacasaporlamitadconelpasodel tiempo.*
  • 3. Un poco más adelante la chica tomó otro camino que giraba a la derecha de un árbol enorme, donde había un cartel que rezaba Hallazgo arqueológico a 1500 metros, con una flecha que indicaba la dirección. Por allí hubo un hallazgo de la edad del hierro, de unas 200 tumbas. Se dice que esto fue descubierto por unos leñadores que cayeron por un peñasco en una noche de tormenta, y que al tener que cavar un refugio con las hachas dieron con un esqueleto, y luego otro y luego otro. Ese fue un hallazgo muy bien conservado para lo antiguo de su origen, con la curiosidad añadida de que todas las frentes de las calaveras que allí fueron desenterradas, llevaban pintadas símbolos extraños, el nombre y la fecha de la muerte del individuo con diferentes colores. El caso es que la chica y Ben siguieron por donde había una multitud de árboles de hojas amarillentas y troncos grises y altos que se doblaban y retorcían como suelen hacerlo cuando buscan la luz del sol. Sin embargo se notaba que la chica sabía exactamente hacia donde se dirigía, ella no dudaba lo más mínimo en el rumbo que cogía cada vez hacia un lado u otro; y cuando el camino acabó súbitamente ante un pequeño barranco, subió por un sendero que trepaba. Luego dieron con una pared de piedra baja. Se encontraban en ese momento al lado de una escalinata probablemente natural, que ascendía hasta una cornisa por la que era mejor no resbalarse, la verdad. Por allí caminaron unos minutos, y así llegaron a un claro que estaba repleto de flores silvestres y hierbas rastreras de muchos tipos. Aquí Ben casi perdió la pista a la chica, pues tuvo que esconderse tras una roca. Un poco más adelante, la chica comenzó a andar cogiendo unos caminos cortos que giraban hacia la izquierda, hacia las
  • 4. estribaciones lejanas de las que Ben tan bien conocía su peligro debido a su trabajo. Ben empezó a fijarse mucho en los caminos que tomaba ya para no perderse, pues como ―guarda forestal‖ (entre comillas) que era, y pensando que ya se había perdido hoy volviendo a Hallstatt, estaba ya… –Parece que hoy es el día de las caminatas… que barbaridad niño… –se dijo suspirando. El camino más adelante se hizo recto de repente y seguía, e iba poco a poco arrimándose a las orillas de un riachuelo que bajaba desde las montañas; donde unos grandes robles alargaban sus raíces hasta el agua como hundiendo los pies allí. Aquel camino fue convirtiéndose progresivamente en un sendero mucho más fino y arenoso por el que los árboles de mayor tamaño empezaban a acumularse, y por donde las piedras del camino se hacían un poco molestas al caminar. En ese momento Ben empezó a pensar en que si no volvía ya, acabaría por perderse, pues apenas podría recordar la vuelta, pero fue justo en ese momento cuando la chica llegó a donde iba. Allí entre una concentración de unos robles de grandes ramas, Ben vio cómo se metía en lo que parecía que hubiera sido una finca destinada al resguarde del pastoreo. Sin embargo aquella estructura se parecía más a una especie de hogar destinado a una ―línea‖ más industrial, ciertamente. El caso es que el hogar estaba cubierto por unas enredaderas de grandes hojas y por incontables líquenes. Los muros tenían un color marrón verdoso, y arenoso por el paso del tiempo; y esto junto a los árboles que habían crecido por su alrededor, hacía que aquello no pudiera estar más camuflado. La chica entró por una puerta de madera que tenía unas verjas rectas y unos cuadrados metálicos, y cerro con llave.
  • 5. Ben se quedó observando desde lejos, cuando una luz apareció tras unos segundos por el margen de una ventana. Ben sacudió su cabeza y se acercó para echar un vistazo por la línea de luz. Por allí vio como la chica apartaba una alfombra que había sobre el suelo, y levantaba lo que parecía ser una trampilla por la que acabó introduciéndose sosteniendo un antiguo quinqué (o farol). Seguidamente juntó estas puertecillas detrás de ella. – ¿Pero qué? –dijo Ben tapándose la boca antes de soltar un fuerte carraspeo. Mientras Ben empezaba a pensar sobre eso, empezó a experimentar un creciente cosquilleo nervioso en la boca del estómago. Aunque ya había sido algo más que extraño para él llegar hasta allí y así, probablemente ya no pensaba en dar media vuelta sin saber algo más de todo aquello. De alguna forma se sentía ya más curioso que el dicho del gato. –Mala cosa Ben… ¡Sácatelo de la cabeza! –le habría dicho Doris cogiéndole de la oreja o dándole un capón. Pero todo consejo de Doris se quedaría corto frente a lo que allí viviría a continuación. Tras esperar un tiempo que entendió prudencial, Ben entró por una ventana tras desencajar hábilmente un pestillo que estaba flojo. Tras mirar un poco encontró unas cerillas que estaban sobre una mesilla junto a una vela, que enchufo enseguida. Vio entonces que el lugar estaba dividido en cuatro partes. La más grande de ellas correspondía al sector que envolvía a la sala del comedor, donde había una cocina, y la típica mesa larga con
  • 6. ocho sillas. La segunda estancia era una habitación sin puerta, en donde se veía un dormitorio con una cama rústica. La tercera estaba destinada al aseo, y la cuarta era una especie de almacén o zona trastera, por lo que Ben pudo intuir. Ben se acercó hacia la trampilla tras unos pocos minutos. Agarró de las asas fuertemente, y empujo con firmeza para deslizar las puertas lo más silenciosamente posible. Al abrirla, vio una perspectiva oscura por donde bajaba una larga escalera de peldaños lisos. Entonces se animó curiosamente, y dejo los nervios fuera. Entro y vio mediante la luz de la vela que todo estaba lleno de polvo. Vio también que a los costados había unas habitaciones no muy grandes; excavadas dentro de la tierra misma, sostenidas con vigas y puntales de gran tamaño. Ben juntó las puertecillas intentando no hacer ruido a sus espaldas y empezó a descender. – ¿Pero qué carajo es esto? –se preguntó frunciendo la cara y frotándose un ojo. Fue descendiendo poco a poco intentado alumbrarse lo mejor posible para no dar un mal paso y caer rodando hasta el fondo. Los escalones eran bastante pequeños y lisos, casi de piedra pulida. El pasadizo debió ser en otra tiempo, algún tipo de gruta por el que habrían buscado minerales de hierro y carbón los habitantes de Hallstatt, pensó. Las paredes eran irregulares y se abombaban o estrechaban de repente. Ben vio atreves del polvo, que aquello estaba colmado de caracteres y grabados, que parecían narrar algún tipo de historia. También vio mineral de estaño y plata, aunque nunca lo supo. Ben no salía de su asombro. Tenía en estos momentos la cara de un sapo digna de una película de la Disney.
  • 7. Abajo, llego muy extrañado, y vio que a la izquierda seguía un caminito tras otras varias habitaciones más que ahora aparecían. Entro en una de estas habitaciones y encontró que estaba prácticamente llena de estantes abarrotados de platos y tazas cubiertos de polvo. En el centro de la estancia había una mesa desvencijada y en una de las esquinas un pozo sobre el que había un letrero de madera con forma de pez, en el que tras pasar los dedos por encima ponía: Ya no es potable. –Um… –pensó–. Sería mejor que te volvieses atrás... Pero bueno, ahora estas aquí dentro y allá vas. Va, tan sólo un vistazo más y me voy… Solo un vistazo rápido… venga. Ben se deslizo con cuidado por el corredor. Incluso se sacó los zapatos y los recogió con la otra mano para no hacer ningún tipo de sonido. Dejo atrás unas salas cuadriculadas y oscuras en las que no había nada salvo papeles arrugados, unas botellas vacías o algún barril. Caminaba de puntillas con mucho cuidado y cuando le faltaba poco para llegar a la luz Ben de repente sintió un sonido tras él, y un segundo después sin que le diera tiempo a nada más, estaba en el suelo sin conocimiento. CAPITULO 12: LA LLEGADA
  • 8. Anthuan conocido en el pueblo como ―Mañanairemos‖, era un anciano que le gustaba la calle. Ahora estaba sentado en un banco junto a Fedrick (otro anciano conocido en los entornos como el Carnicero, debido al oficio que había desarrollado desde los quince años hasta los cincuenta y tantos). Los dos estaban acomodados en un lugar cercano al ayuntamiento, tomando el fresco mientras masticaban unos frutos secos que habían recolectado y tostado esa misma mañana. Mañanairemos hace un par de minutos había encontrado por ahí tirado uno de esos papelitos típicos que se encuentran hoy en día en los mostradores de las oficinas de turismo, y aunque eso os suene raro quizás para la época, Hallstatt, resulta que fue uno de los pioneros en este tipo de cosas. El panfleto tenía varias de las imágenes más representativas de las cercanías, y señalaba los puntos de mayor interés para los extranjeros. Resulta que el alcalde de Hallstatt había conseguido un par de imprentas a precio de ganga en una subasta, y pensó en ese propósito. El panfleto tenía unas pequeñas explicaciones que venían a decir que la provincia tenía una fuerte herencia de la edad final del bronce, y de principios del Hierro. Decía a grandes rasgos que Hallstatt es y era, una modesta población que subsistía de las minas de sal y que promovía el buen trato hacia el turismo. – ¡Aaaay, gastando dinero! Siempre gastando dinero señor…y otros por ahí sin comer… –se dijo Mañanairemos arrugando el papel al levantar la vista y ver llegar la diligencia de Don Vincenzo– ¡Mira eso piernas flojas! ¿Cuál escogerías tú si te dieran a elegir Carnicero, ese carro o el del pelirrojo?
  • 9. –Bueno… preferiría volver a ser joven, y montar a caballo como lo hacía antes. Elegiría eso, sorderas –respondió mirando su sarta de cuentas de oro y ébano, de la cual colgaba una cruz pequeña. –Yo también lo desearía ¡Hombre claro! –contesto echándose un puñado de frutos a la boca. Que cosas tienes. –Bueno, pero no puedo quejarme… estoy contento con lo que dios me ha dado como buen católico que soy –dijo aspirando con fuerza por la nariz mientras masajeaba sus cansadas piernas. –Parece obtener usted mucho consuelo de sus rezos para no ir nunca a la iglesia. –Yo doy por hecho, la biblia dice bien claro, que a nadie se le ocurra ir a un templo para buscar a Dios. Para mí solo es un lugar significativo Mañanairemos. –Aaaaay… lo que tú digas. Bueno yo voy pa casa ya. Nos vemos mañana cojeras. El carruaje paró y Alessandra bajó y se marchó calle abajo. Tenía algunas cosas importantes que hacer. Don Vincenzo y Michael bajaron y caminaron hacia el mayor recinto de los que había en la plaza, sin prestar demasiada atención a un individuo que se les acercó. Parece ser que este los había estado esperando, y había salido para recibirlos. Era al parecer el encargado de recibir y guiar a las visitas que recia el Alcalde. Este era un tipo podríamos decir enclenque, y tenía una chepa pronunciada probablemente de nacimiento. Tenía también una bigote largo y cuidado que le llegaba casi hasta el pecho, y tanto Vincenzo como Michael, no necesitaron más de un minuto para darse cuenta que esta era una persona que hacia su trabajo a la perfección. Martti se llamaba el hombre. Tras pasar por la gran fachada blanca sobre la plaza central, que es el lugar al que habían llegado, estaba el ayuntamiento de Hallstatt. Tras subir unos
  • 10. pocos escalones, vieron un largo jardín lleno de setos podados, plantas y flores de todo tipo. Había colocado un invernadero con orquídeas, lirios y ese tipo de flores a la izquierda. A la derecha había una fuente de agua con la estatua de una mujer en el centro. Esta estatua estaba tallada probablemente en mármol, y estaba de cuclillas sujetando una espada en una mano. Martti dijo que era la Dama de Salzkammergut, una leyenda popular del lugar de una mujer murió matando para proteger a unos niños. Allí se respiraba un agradable olor a césped recién cortado. Luego los condujo a una pequeña sala muy iluminada que estaba bajo unas escaleras. Esta era la sala de espera del ayuntamiento. Enseguida les invito a sentarse y fue comentando algunas cosas sobre la arquitectura del edificio. Les conto que la construcción del ayuntamiento fue ordenada por un tal Vermeer, para conmemorar sus triunfos hacía ya casi dos siglos. Dijo como curiosidad, que este Vermeer ordenó que se agregara una capilla en el lado Este de la construcción que permanecería siempre cerrada, sobre la tumba de un hombre que según cuentan, le salvo la vida en una ocasión. El ayuntamiento dijo Martti, se encontraba en el extremo sureste de la Plaza, justo frente a la Torre Skaya (la Torre del Vigilante) y la Iglesia de San Juan. En el jardín por el que acababan de pasar, comentó que yacía otra estatua erigida en honor a los que lucharon contra los invasores durante el tiempo conocido como Periodo Oscuro. Y así les iba contando cosas de cierto interés. El concepto inicial del ayuntamiento dijo que fue realmente construir un grupo de capillas inicialmente, cada una dedicada a cada uno de los santos en cuyo día Vermeer ganaba alguna batalla, pero que con el tiempo la construcción de una gran torre central unifico estos espacios en uno solo mediante algunas remodelaciones. Lo que según él, explicaba la extraña pero bonito diseño del ayuntamiento. Dicen que Vermeer, al igual que el zar Iván mucho tiempo después, dejó ciego al arquitecto de todo aquello para evitar que proyectara una construcción que pudiera superar a esta, aunque parece claro que en esta última y más conocida historia, no se trata más que de una fabulación.
  • 11. Mientras Martti les contaba todas estas cosas, Vincenzo se enchufo un puro. –Dicho esto, de verdad que lamento que el Alcalde se esté retrasando tanto, pero en este momento está ocupado caballeros... Acomódense por favor y si quieren algún aperitivo con gusto se los traere en un santiamén – dijo cortésmente–. El alcalde les recibirá con agrado en cuanto pueda. Si quisieran siéntanse aquí como en su casa y tómenselo con calma, por favor. A nuestros oídos han llegado algunas historias de Michael –dijo volviéndose a el–. Se rumorea que su corazón es siempre impetuoso como el hacha que hiende la madera y multiplica la fuerza del obrero; al igual que dice uno de mis libros favoritos. Y también conocemos algo sobre la sagacidad del señor Vincenzo, cómo no hacerlo. Si bien es cierto que de pie no es usted digamos, tan divino como Michael, aquí sentados es usted el más majestuoso. Y si me permite una recomendación, sería que probara el faisán a las finas hierbas, tan típico de aquí. Está especialmente delicioso, y tengo entendido que es usted un entendido. –Muchas gracias Martti. Lo hare sin duda un día de estos –respondió el Don echando humo por la nariz. –Y digo yo señor que ara muy bien –dijo Martti–. Al alcalde le encanta. Quizá sea un tanto pedante, pero he de decir que el alcalde es una persona con un paladar exquisito. Y así esperaron largo tiempo charlando de alguna cosa en el salón, escuchando los interminables elogios e historias del tipo hasta que ya no pudieron más, y amablemente Michael le invito a marcharse. No hizo falta decírselo dos veces. Más tarde, casi una hora después, entró el Alcalde disculpándose por la tardanza.
  • 12. – ¡Buenas noches caballeros! ¡Perdónenme por favor! ¡El señor Marcus, a vuestro servicio! –dijo con calma estrechándoles las manos. Lamento la tardanza, espero que Martti le haya atendido como es debido. – Vincenzo y Michael, al vuestro –Dijo el Gordo–. No hace falta que se disculpe, ahórreselo por favor, no se preocupe. Sabemos que es un hombre ocupado –añadió–. Vayamos ahora a donde podamos hablar tranquilamente de negocios. La verdad es que tengo ganas de tumbarme ya en una cama de verdad, si usted me entiende. Fueron entonces al despacho del Alcalde por unos largos pasillos. Tras recorrer el último entraron al despacho, el cual tenía cuatro puertas que daban a las alas Este, Norte, Oeste y Sur respectivamente, y sin duda esta era la estancia más grande de todas. Estaba llena de decenas librerías robustas con detalles georgianos por todas partes. Destacaba sobre todo un escritorio de madera que estaba justo en el centro de la habitación, frente a una ventana rematada con capuchas rojas, bajo un sello grande con el escudo de Austria. En aquel escritorio repleto de cajoneras, hablaron largo y tendido por fin del asunto que los había llevado hasta allí. – ¿Quieren una copa de algo? –dijo Marcus el alcalde poniéndose un vaso de coñac. –Quizá después –respondieron los dos. –Como quieran... Díganme entonces ¿En qué puedo ayudarles señores? –Me alegra que me haga esa pregunta Marcus, –dijo Vincenzo– aunque ya sabe algo creo. Amigo, le llamare amigo. Hablemos de lo que hemos venido a hacer aquí sin dar más rodeos. Tengo los riñones hechos polvo, ya más tarde nos conoceremos mejor, si le parece bien –y un viento frio entró de repente por la ventana que había tras el sillón de Marcus. – ¡Por supuesto! –Respondió tras dar un largo trago–. Vaya al grano por favor. A mí tampoco me gusta andar perdiendo el tiempo. –Perfecto. Pues aquí discutiremos nuestro plan de acción sobre el terreno. Como ya sabe, resulta que estamos esperando a un pequeño pero excelente equipo según tengo entendido, que llegará mañana a caballo; si
  • 13. no pasa nada raro. El objetivo es capturar a un hombre llamado ―Gabriel Barton‖ VIVO –y cuando dijo esto hizo como un ruido involuntario de nerviosismo–. Para ello necesitaremos la mayor discreción posible, si es que usted me entiende. Éste Gabriel es un hombre muy hábil y casi con toda certeza, sabemos que se encuentra en este momento en este pueblo ¿Capisci? –Claro –dijo el Alcalde juntando las puntas de los dedos rápida y seriamente–. Me han hablado muy bien de usted y más de un amigo me ha dicho que lo trate bien. Lo único que me incomoda un poco, es trabajar con este hombre –dijo refiriéndose a Michael–. Pudiendo contratar a auténticos profesionales ¿Por qué a este desaliñado? ¿Qué pretendes tú? ¡Nada bueno diría yo! No me sorprendería nada saber lo que eres tú ¡Un ladrón! – ¡Michael a vuestro servicio! –Respondió fuerte y tranquilamente–. Señor Alcalde imagina usted mal. No me juzgue tan a la ligera por favor. Ni soy un ladrón ni lo pretendo. ―Solo cojo lo que no es de nadie‖. Pero le diré una cosa y no la tome como una falta de nada, si es eso posible. Si quiere usted contratar a un profesional me parece bien, lo aceptare y permaneceré en un segundo plano si el Don opina igual que usted. Pero eso lo único que ara será retrasarnos. Perdóname, sé que usted es un hombre inteligente, pero nunca ha tratado con alguien como yo, quiero decirle, que puedo entenderle. Mis hombres llegaran pronto y se vestirán de paisanos –dijo Michael rascándose el cuello mientras se contenía, muy dispuesto a mostrarse paciente hasta conocer mejor al Alcalde–. Se harán pasar por turistas, e informarán de cualquier cosa mínimamente sospechosa. Y no fallaran. Usted encárguese de conseguirnos un hostal o algo así al completo, algún lugar que no sea demasiado llamativo para nosotros. Nosotros nos ocuparemos de todo lo demás y todo irá como la seda, puede creerlo. Y como dice Don Vincenzo, ese hombre es hábil hasta un punto que no puede imaginarse, tendremos sólo una oportunidad si es que llegamos a tenerla.
  • 14. – Claro, claro… ¡Cuenten pues con ello! Todo lo que necesite el ladrón –respondió incomodo pero intentando sacar una sonrisa al intuir que había subestimado a Michael, pero que ya no podía echarse atrás. –Puede que lo cojamos confiado con un poco de suerte –comentó Michael tras esperar un rato en silencio–. Lo conseguiremos si no nos hacemos la zancadilla los unos a los otros y no ocurre nada. –De acuerdo, quizá tenga razón. Perdóneme si quizá le juzgue mal. Si el Don tiene a bien confiar en usted centrémonos en el asunto en cuestión y dejemos todo lo demás a un lado –dijo Marcus algo más serio y aliviado al tenderle la mano al capitán y este estrechársela. –Me parece perfecto. Ale, al lio –respondió Michael. Pasaron varias horas dialogando hasta que todo estuvo claro. CAPITULO 13: UN APOSENTO INESPERADO Ben abrió los ojos y se encontró acostado en una cama. Vio que estaba en una habitación que tenía unas irregulares paredes de ladrillos. La habitación estaba compuesta por una cama y un armario de puertas grandes. Más allá había una mesilla con una silla y un sillón a su lado, que se reflejaban frente a un espejo. Ben se levantó y camino descalzo sin demasiada prisa hacia la puerta. Abrió con suavidad y vio que el cuarto en el que estaba, daba a un gran salón que estaba iluminado por dos chimeneas construidas en las paredes este y oeste del hogar. Entonces se dio cuenta
  • 15. que tenía una venda enrollada por la cabeza, y que sentía algo de dolor por la parte de la nuca. No le dio mucha importancia a eso en ese momento pues probablemente aún no estaba entero. Tras un minuto, salió de la habitación. Se pasaba la mano por la cara y por los ojos mientras caminaba con la mirada achinada. Al salir miró más detenidamente, y vio a un hombre que había medio acostado al lado de una de las chimeneas, al cual las luces del fuego y las sombras le cubrían o descubrían la silueta por instantes. Este hombre llevaba un sombrero de tela, y estaba vestido con una camiseta de botones a rayas blancas y verdes. El hombre tenía los pies apoyados sobre una silla y estaba sentado en un butacón. Ben comenzó a acercarse a él. Vio poco después que estaba leyendo un libro y que apoyada sobre sus piernas estaba la cabeza de un perro enorme que le miraba fijamente desde hacía rato. Este parecía el punto de donde quiera que Ben estuviera, que daba a todas las demás habitaciones. La estructura del sitio estaba hecha de una cantidad enorme de diferentes materiales, y el suelo estaba cubierto por una terracota de color anaranjado oscuro. También vio que tenía una botella de licor bajo sus piernas, y que el enorme perro era de colores pardos, aunque tenía el hocico blanco y las orejas negras. Era un perro de la raza mastiff, un perro pastor enorme que antiguamente se usaba para espantar a los lobos de los pastos, y que ahora bostezaba mirándolo al verlo acercarse. Imaginaros. Ben se acercó hasta él y se fijó desde atrás que el hombre tenía unas manos nudosas y grandes con la que acariciaba la gran cabeza del perro. A Ben le costaba apreciar bien las cosas por la luz, pero tras rodearlo y ponerse frente a él; vio también que el hombre tenía la cara llena de unas marcas de expresión que filtraban una personalidad compleja.
  • 16. Entonces aquella persona le invitó a sentarse junto a él con un gesto, señalando una silla. –Buenas noches chaval. Soy Gabriel y éste saco de pulgas es Piñones (dijo refiriéndose al perro). Piñones ―el encantador‖. Acérquese no tema – dijo mirando al perro, el cual había vuelto la cabeza hacia arriba y lo miraba como intentando comprender lo que decía su amo. –Buenas noches Gabriel. Me llamo Benjamín. ¿Qué tal está? –respondió arrimando el asiento–. Perdoneme ¿Podría decirme donde me encuentro? –dijo agarrándose la cabeza y mirando a su alrededor. –Claro. Estas en mi casa muchacho –respondió el hombre. – Aaay... ¿en serio? creo que no recuerdo nada... Debí golpearme con algo –dijo frotándose la cabeza. –Tranquilo, así es. No es algo tan raro que no recuerdes bien las cosas cuando te das un golpe ahí. No te preocupes por eso, lo más seguro es que los recuerdos te vayan viniendo –decía sin levantar la vista del libro–. Tranquilo Benjamín ¿Puedo llamarte Ben? Estoy seguro de que todos te llaman así. Necesitas relajarte un poco… Mira, nosotros somos quienes te vendamos la cabeza. No tienes nada que temer (dijo Gabriel, aunque esto no era realmente cierto del todo). Toma asiento, todavía es algo pronto para que te hagamos algunas preguntas. Y Ben así lo hizo. – ¿Nosotros? –dijo el joven mirándolo e intentando descubrir algo más. Empezaba a sentirse algo más relajado aunque aún bastante fuera de lugar. –Si Ben. Aquí estamos mi hija, la fiera de Piñones y yo.
  • 17. Entonces Ben se recordó de repente siguiendo a la chica por el bosque. Pero no dijo nada más que un: ¡Uh! Y pensando en: ―En una buena te has metido Benjamín‖ –Veo que ya te has acordado de algo, no has tardado mucho –dijo el hombre levantando un ojo del libro–. No está bien eso de colarse en propiedades ajenas muchacho ¿Lo sabes? Eso me enojo bastante ayer. Da gracias a que estaba mi hija allí. –Esto, yo… lo siento... Charlaron entonces brevemente y Ben acabo por sentarse codo a codo con aquel hombre. El hombre a pesar de tener motivos para estar más que furioso se mostraba muy agradable. Y el caso es que curiosamente bebieron los dos bastante en aquel salón, mas plácidamente de lo que hubieran imaginado al principio; escuchando embelesado el joven las curiosas historias que el hombre se complacía en contarle, una tras otra. Podría decirse que se cayeron en gracia. – Por cierto. ¿Qué edad tienes? ahora que lo pienso –preguntó el hombre tomando asiento nuevamente. –Veintiocho años –respondió Ben. – ¡Buena edad! La suficiente para tomar un buen trago ¡je! Dime ¿De qué te gustaría hablar? –dijo Gabriel suspirando despacio, pues hacía tiempo que no conversaba con un desconocido, cosa que le encantaba. –No sé. Cuénteme algo de usted –dijo Ben. – ¡Ja, ja! –rió–. Como quiera. A ver qué podría contarle... A ver... Diré que gusta este lugar Ben, y he visto unos cuantos. Por suerte o por desgracia he viajado mucho, por suerte quiero pensar. Hay ciudades brujas
  • 18. ¿sabe usted? Ciudades que se le meten a uno bajo la piel. Y al revés. Yo desde bien jovencito viajaba intentando ganar dinero por aquí y por allá. –Desde luego ha debido de ganar mucho dinero para tener una casa así... –dijo Benjamín intentando ser cortes e intentando sonsacarle alguna cosa más. – ¡Claro! –respondió–. Veo que tienes buen ojo chico. ¡Ja, ja! Aaay… Le contó seguidamente algunas cosas alegres, y otras no tanto; de unos lugares lejanos de los que Ben nunca había escuchado hablar; y de una época en la que las vicisitudes de la vida no eran las mismas que en las del tiempo actual. De alguna forma Gabriel tenía una personalidad que de seguro llevó por la calle de la amargura a más de una mujer en su juventud, pensó Ben. Y bajo la desliñada barba que tenía, habló de algunas cosas complejas y de otras simples; o bien lo sorprendía de repente con una palmada en la espalda. –Pues sí, hijo sí. He visto muchas idas y venidas de las estaciones de los años, más de las que puedo recordar ahora mismo. ¿Y tu? Ben lo miro un poco extrañado mientras el hombre reía. Este le contó después muchas cosas sobre las mujeres que había conocido a lo largo de su vida. Cómo una tal Mary le había salvado una vez la vida en Francia durante la guerra y de como nunca pudo agradecérselo lo suficiente; o de cómo lo arrestaron por culpa de una tal señorita Zafina, una mujer que según el merecía más que de sobra el apelativo de bruja. Una mujer que según Gabriel se creía el centro del mundo y se burlaba de quien no entraba en sus planes o no le seguía la corriente.
  • 19. Pasadas ya unas horas le habló también largamente sobre la vida en prisión, pues resultaba que al parecer había pasado por varias cárceles, aunque fuera poco tiempo. Y las cosas que de allí le contó, no fueron muy agradables, la verdad. –Funciona así. Allá si eres un chivato tienes los días contados, ya me entiendes. Lo mejor es pasar desapercibido y estar duro. Y aunque no venga al caso, me gustaría hablarte en este momento de una cosa –le dijo interrumpiendo la conversación que llevaban sorprendiéndolo de veras– grandes son problemas que traen. Estar encarcelado le da tiempo a uno para poner en orden las cosas como dicen ¿sabe usted lo que quiero decir?... No se confunda, no quiero ser su padre ni nada parecido, pero vaya usted a saber –dijo preguntándose a sí mismo–, si no le hace esto un favor esto en algún momento. Nunca se sabe, y no te ofendas –dijo rascándose la cara con una expresión severa–, pero bueno. Se enchufó un cigarrillo entonces y continuó. –Cuidado amigo mío con el dinero, las drogas y las mujeres. Primero ten siempre mucho cuidado a quién le dejas el dinero, y sobre todo a quién se lo debes. Y ahorra siempre algo si es que te lo puedes permitir –comentó–. Este es un buen consejo. Guárdatelo. Sobre las drogas, no diré que no las pruebes ¡dios me libre!, pero si te diré que un consumo irresponsable, llega siempre a mal puerto. Siempre. Y sobre las mujeres. No soy quién para dar consejos sobre esto, la verdad. Seguramente sea el menos indicado, pero si es que puedo aconsejarte algo sobre este tema, sería que intentes buscar a una buena mujer en la que puedas depositar tu confianza, por encima de todo lo demás. El físico no
  • 20. nos engañemos, es lo que entra por el ojo y es así; pero es la botella de un buen o un mal vino. No tengas prisas y cuídate. Tras terminar de decir esto, le invitó a seguir bebiendo en la bodega si así lo deseaba, y Ben accedió de buen gusto. La bodega de Gabriel (o la que él decía ser suya) estaba al girar un par de puertas, primero una puerta grande y luego una pequeña. Era una bodega que estaba lejos de cualquier tipo de lujo. Tenía varias repisas repletas de unas botellas completamente cubiertas por el polvo, muebles viejos, libros y una cantidad increíble de cosas como bandejas, cuencos, fuentes, cuchillos y cubiertos de madera casi por cualquier sitio que miraras. La sala era oscura, pero Gabriel encendió un fuego que empezó a chisporrotear rápidamente en un pequeño horno que había con unas tablas. Así iluminó la habitación hasta que se marcharon un buen rato más tarde. –Este hombre es todo un trotamundos –se decía Ben. –Pues sí, la cosa es que ahora me atraen más estos pequeños pueblos alejados de las grandes ciudades. Pero hoy aquí y mañana quizás allá Ben. Siguieron bebiendo, y Ben de vez en cuando interrumpía a Gabriel para que le aclarara algún punto que le interesaba más de alguna historia de las que le iba contando, con muchos ¿y dónde está eso?, o ¿y qué es lo que pasó entonces?, mientras jugueteaba con el enorme perro sin perder detalle. – ¡Ben! –Clamó Gabriel en un momento– si juegas así con él no te lo quitarás ya de encima. Este perro es grande como un oso pero sigue siendo un cachorro. Si juegas con él un rato ya eres vamos… ¡Su ídolo como
  • 21. poco! Un día se me acercó por la calle mientras yo masticaba unos piñones que acaba de comprar, le di unos pocos… y hasta hoy. Es más listo que yo. –Ah, no se preocupe –respondió sobre el suelo mientras Piñones se le echaba encima lamiéndole la cara. –Tú verás. Je, je. Pasaron las horas y en un momento, Piñones levantó una de sus lacias orejas, abrió los ojos, resopló, los miro de reojo y salió corriendo por la puerta. Gabriel sonrió. –Julia debe de haber llegado ya. En fin ¿Qué voy hacer contigo muchacho? Mira, voy a ponerte una condición para que quedemos en paz. – ¿Que condición? –Pregunto Ben sorprendido. –La condición es la siguiente: en los siguientes diez o quince días te quedaras aquí conmigo y me entretendré enseñándote a pelear. Seguro que alguien que irrumpe en casa de otros como haces tú, le valdrá algún día. – ¿Cómo? Se lo agradezco… pero no tengo tanto tiempo señor, lo siento. Yo tengo que… Y antes de que Ben acabara la frase, Gabriel se levantó de un salto y en un apenas dos segundos hizo caer sobre el suelo a Ben. –Ah… Entiéndelo hombre –Dijo–. Va, no seas tonto hombre, si te intentas ir ahora... Mira te quedaras conmigo aquí unos diez o quince días hasta poder comprobar que puedo confiar en ti. Además, me aburro sin un poco de acción, será divertido para mí y muy bueno para ti, y así podrás conocer a mi hija ¿No querías eso? –Qué remedio. Parece que no tengo alternativa –dijo el pobre de Ben devolviéndole la mirada.
  • 22. Entonces el hombre le sonrió y le tendió la mano ayudándole a levantarse. –Muy bien, parece que eres un chico listo. Creo que podemos llevarnos bien Benjamín. Puedes ir ahora a tomar un baño si quieres. Luego comeremos algo Julia, cocina de miedo. – ¿Julia eh? – ¡Sí! Mi hija se llama Julia. Pero te recomiendo que tengas un poco de cuidado con ella. Ella a veces no es tan amable como yo –dijo pasándole el brazo por encima del hombro–. Ya lo comprobaras. Ja, ja, ja –rió a gusto– está bien, está bien. Me caes bien Ben. Entonces Gabriel lo acompaño al baño, donde Ben pudo lavarse y esto le vino muy bien. Se refresco y se sacó mucho del cansancio y del dolor que había acumulado desde que bajo de la montaña para coger las setas (apenas había tenido tiempo para cambiarse de ropa y darse un poco de agua). También se perfumo con colonia, se peinó, y se afeito con un kit de esos tradicionales, compuestos por la brocha, el rastrillo clásico y un tazón para preparar la espuma. Cuando salió vio a Gabriel de brazos cruzados apoyando en la pared, entonces le cogió por el hombro y lo acompaño hasta la cocina. CAPITULO 14: REUNIÓN
  • 23. Michael se asomó por la ventana de la habitación del ayuntamiento en la que había dormido esa noche. Era muy temprano y desde allí todo parecía fresco. El Alcalde poco después de un desayuno que organizo en el jardín a base de zumos y frutas, y luego propuso subir a la azotea para esperar allí a los hombres de Michael. Estuvieron largo rato sin ver señales de jinetes sobre el horizonte. La impaciencia de Vincenzo iba en aumento. Veía que pasaban las horas y aún no estaba la cosa como él esperaba. Desde allí arriba se veía todo el pueblo bajo ellos, y una bastedad difícil de imaginar hasta los picos de las montañas más lejanas. El sol se reflejaba sobre el Lago Espejo deslumbrándolos por momentos, cuando sobre el la entrada del pueblo empezó a dibujarse algo. La cabeza del Alcalde se movía de un lado a otro intentando distinguir lo que era, cuando por fin empezó a vislumbrarse que aquel punto, era un pequeño grupo a caballo. – Ja. ¡Aquí están por fin! –Anunció Michael calzándose bien las botas. Los otros se agruparon junto a él. Alessandra había vuelto a mitad de la noche y estrenaba un vestido de tirantes típico de Austria y un colgante artesanal. Todos pudieron oír el murmullo de los cascos de los caballos cuando la cabalgada se acercaba por la plaza. En el porche del ayuntamiento bajaron cinco personas de sus caballos, y los ataron frente a un bebedero que había en allí. Poco después entraron guiados por Martti poco despues al fin todos estuvieron reunidos. – ¡Bueno! –Dijo uno de los cinco jinetes, un hombre que tenía rasgos asiáticos y a la vez, era el más tatuado de los cinco con diferencia–. ¡Miren quien hay aquí!
  • 24. – Cuanto tiempo ¿Qué tal va debilucho? –dijo un hombre grande que tenía un parche en el ojo cuando Michael se acercó para darles la bienvenida – ¡Bienvenidos! –Dijo Michael alegremente mientras los saludaba uno por uno estrechándoles la mano–. Estoy bien viejo, pero os habéis retrasado un poco me parece. – ¡Ha! No seas así hombre. Apenas nos hemos tomado un descanso para llegar aquí lo más pronto posible, no seas tan duro. Supongo que tanto tiempo en la mar a uno lo acaba por hacer un negado orientándose por aquí. Reconozco que nos hemos perdido un poco, pero ¡Oh!, por fin estamos aquí ya –dijo el hombre de la barba blanca. – Si todo fantástico pero… ¿Podríamos ir a comer algo? Estoy famélico. Podría comerme un jabalí entero –dijo otro de los recién llegados, un hombre recio que tenía los dientes de oro. –Ja, ja, está bien. Habéis llegado justo a tiempo en verdad. No perdamos el tiempo entonces. Tenemos un banquete esperándonos en un hostal cercano aquí; para que veáis que os conozco ya... Os explicaremos allí con detalle el plan. Así que venga –dijo Michael dándole unos golpecitos con alegría en la espalda a uno de ellos. –Tampoco hay que ser muy listo para conocer a estos sacos de huesos – dijo irónicamente la única mujer del grupo, la cual tenía el pelo rizado y largo. –Muy bien. Pero que no se me olvide, abajo tenéis ropas. Cogedlas para luego. Fue de esta manera como llego por fin todo el equipo de Michael a Hallstatt, y desde allí fueron al hostal conocido como El viejo Roble. El día siguió y Michael, Alessandra, Vincenzo y los demás llegaron a la posada en unos pocos minutos.
  • 25. Aparecía frente a ellos una arcada llena de pilares de madera. Así era la fachada del recinto. La puerta principal era pequeña y estaba sobre unos escalones anchos, donde se encontraba un cartel que rezaba: El Viejo Roble. Aquella finca tenía dos plantas llenas de muchas ventanas y una buhardilla. A la derecha había una fila de abetos que llevaban hasta un corral donde había un Roble seguramente bicentenario, que no era muy alto pero estaba repleto de ramas. Podéis apostar a que el nombre del edificio venia por esto. Tras echarle un vistazo al exterior, entraron y entonces vieron un enorme salón, lleno de vigas de madera que había en un techo de blanco inmaculado. Podía verse también un gran hogar a leña sobre la pared. Al fondo giraba un pasillo, y por allí caminaron hacia el interior de la finca. Pasaron frente a una pequeña salita reservada para el primer momento de descanso de los viajeros, donde había montones de perchas y sillas. Subieron a la segunda planta y llegaron al comedor. Vieron que el sitio estaba vacío salvo por un par de asistentas, a las que el alcalde les comento un par de veces algo así como que ―silencio absoluto sobre los nuevos huéspedes‖, que no deseaba ningún tipo de comentario sobre ellos fuera de aquellas paredes. Todos fueron por fin entonces hasta una mesa grande, donde estaban ya preparados muchos manjares típicos de Austria. *Esta es una pequeña historia. En este comedor, resulta que habían colocado el suelo con unas grandes piedras de color azul oscuro la una sobre la otra, y sobre algún tipo de cemento. Estas piedras eran Lapislázuli y en Hallstatt por aquella
  • 26. época, desconocían de su valor, o no tenía ninguno. Con el paso de los siglos el que heredó El viejo Roble (un tal Bill), acabaría vendiendo cada una de estas piedras a un alto precio. El color azul del Lapislázuli ya fue utilizado por egipcios, babilonios, y asirios, para aderezos y máscaras funerarias. Pero fue más tarde cuando los reyes de Francia de los siglos XII-XIII empezaron a poner de moda vestimentas teñidas en este color azul, extraído de la piedra. Con el paso del tiempo, incluso acabó pasando a la cultura y pintura de los siglos posteriores. Su color azul la hacía una de las piedras más bellas; y no sin razón fue llamada “oro azul” en aquel tiempo. Bill se enteró de esto de rebote, y las vendió con mucha suerte en el momento más clave. Paso de ser pobre a rico en un santiamén. * Al fondo del comedor la luz entraba por una vidriera de cristales azules, naranjas, verdes con formas de estrellas. Una de las sirvientas se acercó a la mesa. – Hola, buenos días. ¿Díganme que les sirvo? Si quieren algo que no está en la mesa se lo prepararemos en un santiamén. –Yo tomare un café y unos bollos con mantequilla, gracias –dijo Mary. – ¡Que bueno! lo mismo para mí –añadió Alessandra. –Yo quiero… A ver, carne asada muy echa y con mucha sal. Y fruta – dijo Jun el oriental. –Ummm… Para mí unos pastelillos de queso, unos frutos secos y un buen vino –pidió Middleton, el viejo de la barba blanca. –Yo quiero unos huevos fritos, muy fritos y unas chuletas y unas patatas –añadió Velázquez.
  • 27. –Yo el pescado más fresco que tenga, y a la brasa si es posible. Y una porción de tarta o bizcocho –dijo Michael tras pensárselo durante un buen rato. –Para mí ternera poco hecha y pan crujiente y un plato con olivas – añadió el señor Hawkings–Y para beber una pinta de cerveza, guapa. –Y a mí tráigame un faisán a las hierbas, me han dicho que lo pruebe. Y la mejor botella de vino blanco que tengan por favor –pidió el Gordo. –Muy bien. Y para mi cielo, una ensalada grande y una buena sopa de verduras –añadió el alcalde. –Muy bien, muy bien. Intentaremos que en menos de una hora este todo más o menos listo, pero tengan algo de paciencia por favor; solo somos dos en la cocina. Mientras si quieren sírvanse a su gusto de lo que ya hemos preparado, esta todo delicioso –dijo la mujer mirando al hombre de la Barba gris con ojos golosos, antes de ir hacia la cocina. Al llegar a la cocina y mientras preparaban las comandas, la sirvienta charlaba con su compañera. –Y pan crujiente, si… Por cierto Linna, mira, ¿te gustan mis pendientes? Mira. –Son hermosísimos Ruth, pero creo que eres demasiado joven para tales adornos –contestó la señora Linna poniendo agua a una olla que había al fuego. –Trataré de no ser vanidosa –dijo Ruth–; pero no creo que me gusten sólo por ser bonitos; me gustaría usarlos como la muchachita del cuento cuando llevaba su pulsera. Me sirve para recordar algo. Ya me entiendes. Je, je, soy una romancera, que le voy hacer.
  • 28. En el comedor dijo el Don: Bien, que aproveche –Comento tras dar un golpe en el suelo y volviéndose hacia Alessandra–. Mientras lo preparan todo las señoras hablemos de lo que nos ha reunido aquí. Me gustaría que la señorita Alessandra explicara toda la historia desde el principio y así tendremos una mayor comprensión en general. Espero que todos presten un poco de atención, así nos ahorraremos molestas preguntas después caballeros. Alessandra: Gracias Don Vincenzo, verán ¡Ejem! –Comenzó carraspeando la garganta para aclararse la voz–. Tengo que decir que me ha costado bastante digamos, encajar todas piezas, pero ahora creo poder decir sin equivocarme que la línea es la siguiente. Para comenzar desde el verdadero principio, eh de remontarme a la historia de ―Bartholomew, el Rojo”, hace ya un par largo de siglos. Explicare esto con forme me lo dijeron. Aunque no son muchos los que lo recuerdan, hubo un tiempo en el que había tierras que rebosaban de auténticas riquezas. Un hombre llamado Bartholomew, codiciaba con ferocidad todas aquellas maravillas. Esas tierras cayeran finalmente en sus manos, reclamando para sí innumerables tesoros de todo tipo. Pero como la muerte le llega por igual a todos, finalmente un día el tipo desapareció. Entonces según parece ser, aquellas gentes oprimidas a las que había robado, comenzaron a buscar donde estaban los muchos tesoros que había juntado sin descanso. Sin embargo esto que podía haber sido un motivo de celebración y regocijo, fue en realidad un tiempo de preocupación y egoísmo. Nadie
  • 29. consiguió encontrarlos finalmente, por lo que el mundo en su gran mayoría acabó por olvidar aquello, y a convertir todo aquello en un cuento. Pero un hombre llamado Luciano, mi abuelo y el mentor de Michael, dos siglos después, encontró en cierto lugar un libro antiguo. Ese libro parece ser que eran las memorias de aquel Bartholomew, y dentro, halló un mapa. (*La historia de este libro comienza unos veinte años después de eso*) Desde hace tiempo, ―nuestra organización‖ a la que pertenecemos tanto Vincenzo como yo investiga esto. Esta tiene como fin la unión de ciertas esferas de la política, la religión y milicia; pero también está interesada en asuntos como este en concreto. Para ser franca, no quiero engañarles, es en realidad una sociedad en expansión. Nació a raíz de una reunión bajo el patrocinio de la familia real holandesa. Esta es la impronta de esta organización y de esa particularidad, nos hemos nutrido. Vincenzo es uno de los fundadores, y el hecho de que este aquí, ya quiere decir por si solo que este es un asunto importante. Pero bueno, no quiero marearles con los detalles, volviendo al tema, ese mapa, parece ser que estuvo perdido hasta que finalmente descubrimos que mi abuelo Luciano lo tenía. La organización, intento llegar a él, pero parece que llegamos tarde y ahora lo tiene ese tal Gabriel Barton. Eso es así señores. Desde ese momento comenzamos a seguirle la pista a ese hombre sin tregua de un país a otro, pero siempre hacíamos tarde. Sin embargo hace poco, en la isla de Capri, (situada al sur de Italia) por fin pudimos ponernos un paso por delante de él. Allí logramos interceptar una carta, en la que decía que aquí, en Hallstatt, volvería junto a ella. Que se verían al menos un tiempo. Yo sabía que actuar sobre la marcha, así que muy pronto advertí que debíamos enviar la carta rápidamente a su destino y
  • 30. llegar aquí lo antes posible. Aconsejé poner inmediatamente a un hombre vigilando en la dirección del remitente, cosa que fue posible gracias al alcalde, aquí presente. "Sería aconsejable que un hombre llamado Michael, viniera con nosotros" le dije a Vincenzo, así que en cuanto llegamos a Italia me puse en contacto con la organización para que lo arreglara si es que eso era posible. Nos vimos unos pocos días después con él, cerca de Holanda, y hasta aquí. – ¿Y no te parece sospechoso que supiera donde encontraros ese tal Gunnar? –interrumpió Mary amasándose el pelo, tras tomar un chupito de licor que se había servido (pues resulta que ya había hablado con Michael durante el trayecto hasta la posada y conocía de antemano la historia que había pasado en el barco) –No lo sé… por desgracia me parece que Barton tiene contratada a mucha gente por todos lados por lo que parece… –respondió mirándola con asombro–. Ese tal Gunnar, podría ser un simple mercenario tras una recompensa, pero sin duda fue un acierto el haber pensado en Michael. El solvento la papeleta con facilidad. –Tendríais que haber sido bastante más cautos guapa. Parece que os mostrasteis por el puerto muy alegremente. Umm ¡Umm! –murmuro Middleton, el simpático hombre de la barba canosa. – ¡Ya ha dicho que no tenían tiempo que perder Middleton! –Replicó Velázquez–. Al fin y al cabo… todo está bien si todo acaba bien. No se les puede achacar nada. No sirve de nada. – ¡Ja, ja! –Soltó una carcajada Jun– .Ya está el tunante con sus refranes. ¡Que Dios nos libre algún día de ellos, por favor! – ¡Cállate! ¡Me tienes ya arto joder! Como vuelvas a decir algo así Jun te juro que te ensartaré como a un churrasco. Diré lo que me venga en gana y
  • 31. cuando quiera. Más te vale que no vuelvas a cabrearme –continúo diciendo Velázquez señalándole con un tenedor mientras se colocaba la tira del parche. –Bueno, bueno… volviendo al tema, Alessandra, –dijo el Don– el saber de antemano que Michael nos salvaria la papeleta me hace pensar en un ascenso cuando volvamos. Ahora os rogaría que no interrumpáis más la historia caballeros hasta que termine. Luego tendremos tiempo para todo tipo de aclaraciones. – (Entonces Alessandra siguió explicando cogiendo una postura más relajada) Bien. El caso es que ayer por fin llegamos aquí, y cuando Vincenzo y Michael fueron a hablar con Marcus, pude ponerme en contacto con el hombre que conseguimos poner aquí a vigilar día y noche. Este me dijo que la carta la recogió una tal... –dijo pasando unas páginas de su libro de notas– aquí está… una muchacha llamada Julia. ―Una chica joven de pelo largo y castaño‖ me dijo, y que curiosamente, parece ser que vive hace poco tiempo por aquí. Dibujo una imagen aproximada suya. Es ésta (era la chica que Ben persiguió por el bosque). Llegados a este punto, el ―pero‖ es el siguiente. Creemos que esta mujer vive en el bosque más que posiblemente, pues aunque la carta fue enviada a una casa cercana a la biblioteca, parece ser que se interna allí durante días, y luego baja. Supongo, finiquitando ya esta especie de resumen, que Gabriel Barton y ella pueden tener algún tipo de refugio en la espesura de los bosques. Esta es toda la información que tenemos por ahora –dijo guardando el libro de notas en su bolso. –Michael: Y eso ha sido más que suficiente. Estamos listos para cualquier cosa, y su hombre Marcus, ha hecho bien en no intentar seguir a
  • 32. la chica. Entonces amigos míos, aquí estamos una vez más. Esperemos que no sea la última. No hace falta que os diga lo peligroso que es ese hombre, ya lo sabéis, pero lo primero es lo primero. Michael se levantó sonriendo, y empezó a nombrar a todos los que aún no se conocían en la mesa. A su derecha estaba un hombre grande, un tal Velázquez, junto a otro más joven llamado Jun. Les presentare ahora –dijo. *Velázquez destacaba entre los demás por varios aspectos. En primer lugar por su altura y su constitución imponente, a lo que había que sumar también un amenazante rostro surcado por una cicatriz vertical desde la frente al cuello, y un parche sobre su ojo derecho. Tenía el pelo corto y su vestimenta era un abrigo largo y negro sin mangas, con unos dibujos floreados.* –Mi amigo Velázquez fue capitán de una pequeña flota hace algunos años –dijo Michael– Trabó amistad con Middleton y Mary, y juntos abordaron el Galeón de un alto mando de la Marina para conseguir una información que en aquel entonces, fue decisiva. Tras una larga lucha que tuvo contra ese hombre, ganó, aunque tuvo que ser rescatado del umbral de la muerte por Mary, quedándole esa marca tan bonita junto a la pérdida de la vista en el ojo derecho. Irónicamente, quedó como aquél al que venció: con un parche. Tras esto, se acabó asociando a mí, cosa que le agradezco. –Claro, Michael. Es lo que digo cada vez que sale este tema. Le di su merecido a ese cerdo –dijo Velázquez amargándosele el rostro–. Michael puso la mano sobre él, asintiendo con franqueza.
  • 33. *Jun estaba demasiado atareado comiendo como para decir algo al respecto de todo aquello. Él tenía el cuerpo más trabajado con diferencia de todos los que allí estaban, y en su cara tenía algunas pecas que le hacían lucir algo más infantil de lo que realmente era. Uno de los aspectos más llamativos de Jun aparte de su aspecto fibroso, eran sus más de treinta tatuajes; el más grande de ellos era la cabeza de un León que le ocupa totalmente la espalda, y también tenía otro grande en su brazo izquierdo con la forma de una cruz naval. Llevaba una camisa azul abierta, unas botas negras, y un pantalón negro hasta la rodilla* –Este hombre, es mucho más inteligente, cortés, y generalmente más soportable que Velázquez –dijo Michael guiñándole un ojo–. Sin embargo, le gustan las fiestas y los banquetes tanto como a él. Algo normal en él es su tradicional "Comer y correr" que hace siempre que va a un restaurante y se va sin pagar... Descubrí a Jun siendo un muchacho que participaba en el torneo de lucha anual de Tailandia, que ganó. Su historia es inverosímil pero cierta. Según tengo entendido, robaba para poder dar de comer a unos huérfanos. Su familia materna si no recuerdo mal provenía de China, y debido a eso los Jun tuvieron que buscar fortuna en otro lugar. Se trasladó con su madre Asuka y su hermano Wichi. Montaron una lavandería y recibían huéspedes en su casa. Un año más tarde Asuka, ya viuda, se unió con Wiam, el cual trabó buena amistad con los hijos. Pero poco después y debido a que a Asuka se le diagnosticó tuberculosis se trasladaron otra vez, entonces a Hun Him, donde ella contrajo matrimonio con Wiam. Poco después, sin embargo, Asuka falleció a causa de su enfermedad y Wiam se marchó a otra zona, abandonando a ambos hermanos. Jun, con 14 años en ese momento tuvo que sobrevivir trabajando en un hotel como lavaplatos y realizando otros trabajos mal pagados. En estas circunstancias comenzó una vida delictiva cometiendo
  • 34. robos de poca monta y aunque fue arrestado por alguno de estos actos, fue dejado pronto en libertad. Jun pasó entonces gran parte de su juventud en el ambiente de los salones de la frontera y entrenando artes marciales con diferentes maestros. Un día lo descubrí robando en mi barco, y de esta forma lo conocí. Con los años fue el ganador de la mayor parte de los torneos en que participo, combinándolo con algunos trabajos que yo le encargaba; hasta que me decidí a ofrecerle ser mi socio. En la lucha cuerpo a cuerpo es un hombre que calificaría como casi imposible de vencer, y es un ladrón bastante decente. – ¿Umm? Si, si... ¿Quieres un muslito Michael? –dijo Jun con la boca llena carne. –Ja, ja, no. Sigue comiendo y bebiendo pero no olvides de tu tarea amigo. – ¡A la orden! –respondió tras beber un largo trago de vino tinto–. Pues están deliciosos capitán, tenemos que volver a aquí en otra ocasión, eh... ¡Esta bebida esta de miedo! ¡Bruuurp!. Sentados al otro lado de la mesa estaban los otros tres: Mary conocida como ―la inglesa‖, el Sr. Hawkings, y el viejo Middleton, junto a la señorita Alessandra, Don Vincenzo, y el Alcalde más allá. Michael dio la vuelta a la mesa. *Mary Nightingale “la Inglesa” era una mujer alta, hermosa y de ojos azules brillantes y agudos; de mirada orgullosa y seria. Tenía una larga melena rizada, y
  • 35. ella era quizá una de las mejores, si no la mejor, con un arma de fuego por esa época. Ella caminaba con pasos ágiles y parecía no dormir, simplemente descansaba con los ojos semi-cerrados, o con los pensamientos perdidos. La habilidad de su padre con los negocios permitió a Mary vivir una adolescencia alejada de la pobreza en su juventud, y a obtener un buen nivel educativo. Sin embargo, debido a su carácter rebelde, tuvo continuos enfrentamientos con su progenitor hasta que abandonó el hogar. El resto ya es historia. Le encantaba viajar, las aventuras, y coleccionar objetos raros y antiguos. Solía vestir con unos pantalones anchos y una faja; y también llevaba una larga chaqueta blanca con una protección de cuero sobre el hombro izquierdo.* –Mary –dijo Michael ahora– sobresalió por su gran puntería, ingenio y resistencia; aunque también mostró unas dotes diplomáticas y un alto sentido de la honestidad en el día en que la conocí; y hasta hoy. Dirigió la defensa de la Central de Ipstown durante una invasión, ayudando a los novatos a acabar con cada envestida que recibían de la armada de la marina. Fue condecorada con el anillo de esmeraldas por esto bajo el sobrenombre de ―la Inglesa‖. Es una persona que sabe prácticamente de todo de lo que se puede saber, y seguramente sea la persona más inteligente que conozco. – ¡Y que dios nos la cuide por muchos años! –añadió Middleton. –Por Dios… de verdad que a veces eres más zalamero que una princesita, Middleton… No sé cómo las mujeres pueden caer con esas tonterías tan fácilmente –comentó levantando una copa–. ¡Cantinera, tráigame más de su licor más fuerte! –Au contraire mon cheri… –respondió Middleton– sólo tengo ojos para ti. Eres mi auténtica debilidad, querida.
  • 36. – ¡Ja! Un día de estos te haré demostrar esas palabras, si no vas con cuidado viejo zorro... –dijo Mary pasándose su rizado pelo tras las orejas y desafiándolo en cierta manera con la mirada (simpatizaban bastante a decir verdad). – ¡Cuando quieras amor! –respondió guiñándole un ojo mientras se amasaba la barba. Seguidamente el capitán Michael dijo esto del Señor Hawkings: –Este es un hombre peculiar, siendo por naturaleza uno de los más poderosos con los que me he cruzado en mi vida. Y cuando digo poderoso, lo digo en el mayor de los sentidos. Aunque generalmente se viste con unos trajes demasiado ostentosos para mi gusto... ―Lo único que salvaría sería su sombrero –de visera amplia– y sus dientes (de oro)‖, diré que es una fuerza de la naturaleza. Puede empuñar armas que la mayoría de los seres humanos considerarían armamento pesado, y es un rastreador mejor que un sabueso. –Bueno ya sabes cómo pienso Michael. Si proteges a alguien, no dejes que sea herido. Si peleas con alguien, destrózalo –dijo Hawkings con su peculiar sentido del humor. – ¡Claro! –respondió. *El Señor Hawkings era un hombre cruel y sanguinario, aunque algunos registros históricos podrían poner en duda dichas evidencias. Se comenta que durante algún tiempo pudo haber actuado bajo patente de corso, aunque nunca pudo ser demostrado. Lo que está claro es que Hawkings era un hombre muy ególatra. Generalmente rebajaba a las personas por cualquier o ninguna razón en
  • 37. absoluto, y su sonrisa lobuna y cargada de sarcasmo revelaba el morboso placer y desprecio que sentía al ver perecer a quienes lo merecían según él, bajo el fuego de sus armas. En el fragor de la batalla, el señor Hawkings se contenía deliberadamente dándole a sus oponentes una sensación de fuerza, solo para volver a abrumarlos completamente y robarles esa sensación, ya que en realidad todos sus enemigos (o casi todos) son para él extremadamente fáciles de eliminar. Iba con unos pantalones verdes desgastados, una camisa roja arremangada y una pañoleta color café bajo su peculiar sombrero* –Michael: Y por último, aunque no por ello menos importante, éste es Middleton el barbas –dijo cogiéndolo por los hombros–. Su mejor habilidad es la de usar armas blancas de todo tipo con gran habilidad y con una precisión asombrosa. Aunque pensando, es aún más rápido. E de decir que tiene un carácter a veces extraño... Quiere imponer justicia sin matar ni derramar ni una sola gota de sangre, aunque sus métodos no siempre son los mejores. Fue también entrenado como cirujano, y él siempre defenderá la justicia y el orden aún si sufre daño físico. Lleva conmigo desde el principio y me ha salvado la vida en no recuerdo ya cuantas ocasiones. Para mí es un ejemplo a seguir y para mí, el mejor. *Baltasar Middleton fue la mano derecha de Luciano, y el primer aliado desde los principios de Michael. Su aspecto era el de un hombre alto, con una barba y un cabello canoso recogido con una coleta. Llevaba en las orejas una decena de pendientes de todo tipo, y bajo la ropa ocultaba una amalgama increíble de cicatrices y heridas que había recibido a lo largo de sus intentos de frenar la violencia, por medio de ideas pacifistas. Tenía también una debilidad por las chicas bonitas, aunque a pesar de volverse loco por ellas, sentía gran aprehensión de que lo vieran desnudo y contemplaran las marcas de las heridas que había
  • 38. recibido en su cuerpo. Llevaba casi siempre una larga capa marrón sobre los hombros, y unos pantalones ligeramente flojos, cortados por debajo de la rodilla.* –Así es, Michael… es lo que hay. —Caramba. Ahora entiendo lo de que aunque fuerais pocos, erais un buen grupo. Me alegra ver que estamos en buenas manos —añadió el Gordo aliñando ahora una ensalada con una salsa de marisco. Los demás presentes contaron también algo sobre ellos y de seguido se pusieron manos a la masa con los detalles de la misión. –Nos hemos reunido aquí para discutir cuál será el plan sobre el terreno, aunque la táctica ya ha sido más que estudiada durante la noche anterior. El caso es que esta misma noche nos pondremos ya manos a la obra. Nuestro objetivo, es Capturar a Gabriel Barton vivo, y conseguir un mapa que tiene. Centrémonos en eso –dijo Michael. –Podríamos poner varios hombres en los tejados de todas las entradas al pueblo –dijo Jun– y esparcirnos por diferentes puntos. Fácil y eficaz. Lo primero ahora es saber dónde están. –Eso será seguramente bastante fácil de hacer, estoy con el crio –dijo el señor Hawkings volviéndose hacia el capitán. –Es precisamente lo que habíamos planeado. Podéis contar con tantos hombres como hagan falta por mi parte –dijo Marcus el alcalde un poco disgustado al darse cuenta que su papel en esta historia, no iba a ser más que presencial.
  • 39. –Muy bien, ese será la fase uno. Estaremos en contacto pero no quiero levantar ningún tipo de sospecha ¿entendido? ¡Ninguno! –dijo Michael. –Y si aparece la mujer, el que esté más cerca la seguirá con mucho cuidado para no ser visto. La seguirá hasta su guarida, y volverá a por refuerzos. Seguramente harán falta –dijo Velázquez rascándose el cuello–. No debe haber margen para fallar. Ese hombre es un monstruo. –Correcto. Quizá no debería decir esto, pero así es. Barton, es tal como dicen –increpó Mary–. Ya conocéis las historias que de él se cuentan, y yo misma hace mucho tiempo me crucé con él en la gran ruta. El solo tumbo al menos diez hombres uno detrás de otro con una bala en la pierna, y esto lo vi con mis propios ojos. Si hacemos que se agite, no podremos siquiera ponerle la mano encima. Tenemos que observar la situación y movernos de forma adecuada. –Cierto, no le des más vueltas a eso –respondió Vincenzo liándose un puro para más tarde–. Además no creo que este solo. –Michael: Así se hará entonces, todos de acuerdo. Esta noche se colocarán ya los hombres dividiéndose el espacio por el perímetro de todo el pueblo, y no quiero que patrullen. Nada de patrullas. Recordad que ahora sois todos turistas, actuad como tales y no montéis ningún jaleo. Parece sencillo pero mentalizaros o yo mismo os pateare el trasero. – ¡Jo, jo! esto se pone interesante por momentos –rio Hawkings mirando al techo con la boca llena de comida. – ¿Y alojarnos todos aquí estaría bien, solo por precaución? –continuo Mary. –Muy bien, eso sería bueno –añadió Middleton, amasándose de nuevo la barba.
  • 40. –Bueno, mientras a mí no me toque una habitación sin ventana no diré nada al respecto. Será como la misión que hicimos la última vez –dijo Jun dándose viento con un sombrero. – No seas idiota –Dijo Velázquez– aquel pobre diablo de ningún modo puede compararse a éste. Esta es una empresa mucho más grande. ¡A ver si te enteras! Tómatelo más en serio. –Como quieras, no te enojessss hombree –respondió–. ¡Hip! Pero antes de irnos podríamos megendr… ¡PAM! –dijo antes de inclinar la cabeza y caer rendido sobre el plato. –Bien, hagamos lo que hagamos al final, Barton seguramente no se quedara de brazos cruzados ¡Pero nosotros tampoco nos vamos a quedar mirando! –dijo Michael levantándose de la silla y colocando a Jun tendido sobre el suelo. (Resulta que el vino que había estado bebiendo Jun era un ―Massandra‖, un vino especialmente embriagador, cosecha del 1640. Un vino que no estaba destinado a los grandes jarros con los que él bebía, si no para cuencos muchísimo más pequeños.) –Un día de estos te haré una medicina Jun… ¡Para la estupidez! Ja, ja, ja –dijo Middleton pasándole la mano por el pelo mientras todos brindaban sobre el centro de la mesa. – Muy bien dicho. ¡Ahora a comer! –grito Velázquez. Aquella misma noche, todos estaban en sus puestos y funcionando. Sin embargo en la habitación de Michael se encontraron él, Mary y Middleton
  • 41. para una conversación rápida, donde hablaron de algunas cosas que serían decisivas al final de esta historia.