La misericordia de Dios cura nuestra miseria
¡Hipocresía y dureza de corazón que nos indigna! Acusan a una mujer y se amparan en la Ley de Moisés para poder condenarla a muerte y saciar en ella su sed de odio y de sangre, bajo la apariencia de "justicia ante la ley". Usan el nombre de Dios y de su santa Ley para matar, asesinar y quebrantar el mandamiento más importante, que es el de la caridad.
Un abrazo y que Dios nos bendiga.
Luis J. Balvín Díaz
LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
La misericordia de Dios cura nuestra existencia
1. Primera Lectura: del libro de Isaías (43,16-21):):
Salmo Responsorial: Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6
R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres
Segunda Lectura: carta de Pablo a los Filipenses (3,8-14):
Evangelio: san Juan (8,1-11):
Sábado III(B) Adviento. La genealogía es una garantía de la
fidelidad de Dios, que no nos deja caer.
Autor: Héctor Bárcenas Gómez, LC | Fuente: Catholic.net
2. Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las
aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y
caballos, tropa con sus valientes; caían para no
levantarse, se apagaron como mecha que se extingue.
No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad
que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo. Me
glorificarán las bestias del campo, chacales y
avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el
yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el
pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.
¡Es palabra de Dios! ¡Te alabamos Señor !
3. Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R/.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R/.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R/.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R/.
4. Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y
todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no
con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de
Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para
conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con
sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un
día a la resurrección de entre los muertos. No es que ya haya
conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo
a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí.
Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco
una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia
lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el
premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.
¡Es palabra de Dios! ¡Te alabamos Señor !
5. En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se
presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a
él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha
sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero
Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin
pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo
Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus
acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó:
«Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
¡Es palabra del Señor! ¡ Gloria a Ti, Señor Jesús!
6. Aquí estoy, Señor, en tu presencia. Sé que me oyes, que me
ves; pero, sobre todo, sé que me amas. Y me amas con un
corazón de Padre, que, a pesar de mis errores de hijo, no
hay nada en mí que haga que Tú me ames menos. Esa es mi
confianza y mi seguridad: tu amor. Ayúdame a escucharte y
a sentir tu presencia, para saber corresponder con mi vida a
tanto amor que me das.
Ayúdame, Jesús, a experimentar tu misericordia para que
pueda dispensarla a los demás.
7. El evangelista san Juan pone de relieve un detalle: mientras los
acusadores lo interrogan con insistencia, Jesús se inclina y se pone a
escribir con el dedo en el suelo. San Agustín observa que el gesto
muestra a Cristo como el legislador divino: en efecto, Dios escribió la
ley con su dedo en las tablas de piedra. Jesús, por tanto, es el
Legislador, es la Justicia en persona. Y ¿cuál es su sentencia? "Aquel de
vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra". Estas
palabras están llenas de la fuerza de la verdad, que desarma, que
derriba el muro de la hipocresía y abre las conciencias a una justicia
mayor, la del amor, en la que consiste el cumplimiento pleno de todo
precepto. Es la justicia que salvó también a Saulo de
Tarso, transformándolo en san Pablo.
Cuando los acusadores "se fueron retirando uno tras otro, comenzando
por los más viejos", Jesús, absolviendo a la mujer de su pecado, la
introduce en una nueva vida, orientada al bien: "Tampoco yo te
condeno; vete y en adelante no peques más". (Benedicto XVI, 21 de
marzo de 2010).
8. Un grupo de judíos, capitaneados por algunos letrados y fariseos, presentan a Jesús a una
mujer sorprendida en adulterio, con la intención de apedrearla.
¡Hipocresía y dureza de corazón que nos indigna! Acusan a una mujer y se amparan en la
Ley de Moisés para poder condenarla a muerte y saciar en ella su sed de odio y de sangre,
bajo la apariencia de "justicia ante la ley". Usan el nombre de Dios y de su santa Ley para
matar, asesinar y quebrantar el mandamiento más importante, que es el de la caridad.
Actitud mezquina e inmisericorde que, en vez de perdonar a quien falla y se equivoca, por
los motivos que sean, se ceban en el pecador para condenarlo sin ninguna piedad ni
compasión. Esto se llama fariseísmo y fanatismo. Algo de esto es lo que estamos viendo
ahora todos los días en Medio Oriente y en muchas otras partes del mundo: violencia,
terrorismo, kamikazes que se "inmolan" para matar, asesinar y sembrar el pánico entre la
gente. ¡Matar en nombre de Dios! Eso es una contradicción.
Pero lo más lamentable y penoso de estos fariseos es que, además de acusar a esta pobre
mujer, querían aprovechar esta ocasión para poder acusar y condenar a muerte al mismo
Jesús. ¡Dos objetivos igualmente malvados y asesinos!
Sin embargo, el comportamiento de nuestro Señor es totalmente diferente: abre su
corazón infinito, dulce y misericordioso para perdonar todas las heridas morales de esta
mujer. Pero no sólo la perdona, sino que la comprende, la acoge, la defiende. Yo creo que,
más que el mismo perdón -que ya es un gesto inmenso- lo más maravilloso de todo es la
manera como lo ofrece: con un respeto infinito, una dulzura increíble, una comprensión
inimaginable. Jesús no se escandaliza ni pone el grito en el cielo porque "esta mujer ha
sido sorprendida en flagrante delito de adulterio". Palabras textuales de los fariseos.
¡Hipócritas fanáticos y asesinos!
9. Jesús no. Él calla. Se mantiene sereno. Finge no oír las acusaciones. Se inclina y escribe en
la tierra como para hacerse el desentendido. Hace la vista gorda y parece no ver ningún
mal. Perdona. Comprende las miserias humanas.
Pero como los fariseos insistían en sus acusaciones, nuestro Señor se incorpora y
responde con un golpe magistral, de los suyos, como Él sabe hacerlo: "El que esté sin
pecado, que le tire la primera piedra". Y después de esta sentencia, otra vez se inclina y
continúa escribiendo en la tierra. No es la actitud orgullosa y desafiante del polemista
que se siente ya vencedor del pleito. No. Permanece en su postura
humilde, discreta, como para no humillar ni poner a nadie en evidencia, a pesar de que
los acusadores sí que lo hacen. Jesús deja que sean ellos mismos quienes se
desenmascaren delante de Dios y de su propia conciencia.
Y entonces -nos dice el Evangelio- "al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno". Juan
añade, con un cierto tono de ironía: "empezando por los más viejos". Todos hemos
pecado. Y si todos somos pecadores, ¿por qué nos empeñamos en ser tan crueles y duros
con los que caen? Ya nuestro Señor nos lo había dicho en el Sermón de la Montaña:
"¿Cómo puedes ver la paja del ojo de tu hermano, y no ves la viga que hay en el tuyo?
¡Hipócrita! Primero saca la viga del tuyo y luego podrás sacar la paja del ojo de tu
hermano" (Mt 7, 3-5). Y, hablándonos del perdón, nos enseñó a perdonar sin condiciones
a nuestro prójimo, "porque, si no perdonáis a quien os ofende, tampoco vuestro Padre
Celestial perdonará a vosotros vuestras faltas" (Mt 5, 14-15; 18,35). San Pedro
Crisólogo, hablando de la oración y de la misericordia, nos dice en el Sermón 43: "Es un
mal solicitante el que espera obtener para sí lo que él niega a los demás". También el
perdón y la compasión.
10. Ya cuando se han marchado todos los acusadores, entonces Jesús se incorpora y espera a
que la mujer, toda temblorosa, se acerque hasta Él: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?
¿ninguno te ha condenado?". "Ninguno, Señor" –respondió ella con grandísimo
respeto, humildad y confusión. "Pues tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no
peques más". ¡Qué maravillosas palabras, brotadas directamente del corazón de Dios!
Jesús era el único que, en justicia, podía condenarla, porque Él no tenía pecado. Y, sin
embargo, su actitud es de inmensa piedad y compasión, de ternura y misericordia hacia
esa pobre mujer: "Vete y no peques más".
¿Cuánto agradecimiento y amor habrá nacido en el corazón de esa mujer? ¡Se sintió
respetada, aceptada como ella era, también con sus miserias y pecados! Pero, sobre
todo, se supo comprendida, perdonada, acogida y elevada a una dignidad mayor.
¡Éste es el poder y el secreto de la misericordia de nuestro Señor! Al igual que al hijo
pródigo, la ternura del corazón de Dios destruye lo pasado, regenera, da nueva vida. El
Papa Juan Pablo II, en su encíclica "Dives in misericordia" ("Dios, rico en
misericordia"), nos dice que Él (el padre de la parábola, o sea Dios) actúa bajo el influjo
de un profundo afecto y así se explica su generosidad; además, con su misericordia salva
otro bien fundamental: la dignidad, la humanidad del hijo (DM, 6).
Es lo que hace Jesús al perdonar a la mujer y al perdonarnos a cada uno de nosotros.
Nunca nos humilla. Nos respeta, nos eleva, nos dignifica. Y, sobre todo, nos lleva al
Corazón del Padre, a la experiencia del amor infinito de Dios. Si así es la misericordia del
Padre, ¿cómo no acercarnos a pedirle perdón y a reconciliarnos con Él?
11. ¿Qué estamos esperando para convertirnos en esta Cuaresma?
¿Por qué no volver a Dios con todo el corazón y con toda el
alma, a través de la confesión y de los sacramentos? ¡No lo dejes
para mañana! Hoy es el día de la salvación.
Jesús, para experimentar y valorar auténticamente la
misericordia necesito tomar conciencia de mi debilidad y poca
correspondencia a tu gracia. Ayúdame a tener un encuentro
personal contigo, como lo tuvo la mujer del Evangelio. Mi
soberbia y mi sensualidad frenan mi deseo de conversión.
Señor, dame el don de saber enmendar mis faltas al experimentar
tu amor profundo.