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La Omnipotencia de dios
La otra tarde apareció dios por mi casa, a la hora de la siesta —que hace falta
tener maldad—. La cuestión es que entró, se sentó en el sillón donde
acostumbro a dormir y me preguntó que por qué no creo en él. Le argumenté
que por varias razones, pero la principal de todas era que considero que es un
payaso y un bocas. Más cabreado de lo que sería tolerable en el dios de la
bondad, me respondió a voz en grito que él era el verbo, que era el creador,
que era la hostia de bueno. Todo ello seguido de otra sarta de tonterías que
concluyeron con su mantra habitual de que es "Omnipotente".
Ahí ya perdí la compostura respondiéndole que los cojones. Así como
suena. Él, en plan chulillo de plató de tele cinco, respondió a mi exabrupto
poniéndose a hacer milagros con agua y con muertos. Yo, después de
explicarle que lo de los zombies ya no colaba y que lo del agua se hacía hoy en
día con el "quimicefa", le dije que iba a demostrarle que no era Omnipotente.
Soltó un par de rayos, imagino que influenciado por el éxito clamoroso de Zeus,
y me espetó, en plan chulesco: habla cabrón. Entonces se entabló el siguiente
diálogo:
—Si eres omnipotente puedes crear cualquier cosa, ¿cierto?
—Cierto.
—Incluso podrías crear a un ser superior a ti, ¿cierto?
—Cierto.
—Si crearas a un ser superior a ti ya no serías omnipotente, otro
ocuparía tu lugar en el podio, ¿cierto?
—¡Coño, visto así!
—Ergo no eres omnipotente porque no puedes crear a otro ser más
omnipotente porque dejarías de ser omnipotente.
—Vete a tomarpolculo.
Y se fue dando un portazo. En el fondo es de lo más sensiblero, el
pobre. Más tarde, a las ocho, sonaban las campanas de la iglesia, y yo estaba
dormitando tan feliz.
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La semanita creando
Debido a que a veces dios viene a casa a tocarme las narices, hoy, a las siete
de la mañana, me he levantado y he empezado a rezarle. Por joder, más que
nada.
Cuando lo tenía despierto, y sin dejarle tomarse el café, le he soltado a
bocajarro que a qué venía esa gilipollez de la creación en una semana. Que
quede claro que cada uno reza lo que le place. Y he seguido con mi soliloquio.
¿Qué es, dios, que no tenías ni idea de lo que ibas a crear e ibas haciendo
pruebas? «Hágase la Luz» ¿Por qué, resulta que el superdios
superomnipotente no ve un pijo con la luz apagada? Después empiezas con lo
de los cielos y la Tierra. Se ve que tenías que hacer las prácticas con nosotros
y después crear el resto del Universo. Imagino que a partir de aquí te hiciste tal
lío que se te mezclo tierra con agua y te tocó separarlas. Y viendo la mierda de
trabajo fuiste al Ikea de los dioses y compraste artículos decorativos para
adecentarla: mamíferos, plantas, peces, y hasta insectos, ¿pero en qué mierda
de sección te vendieron unos bichos tan horribles?
Sí, a estas alturas se había nublado todo y casi me estaba dando cagalera.
Que dios, cuando se pone, y por incompetente que parezca, saca el genio del
antiguo testamento, manda la Bondad a Tel Aviv y te quema Barcelona con
toque de trompetas celestiales y chorros de fuego de espadas flamígeras
—¿Qué, te molesta que te hablen así de claro? —Le he dicho.
Un trueno. Pero yo he seguido. Si iba a mandarme al infierno, que fuera con
todo el mérito.
Con lo poco que te costaba partir de un proyecto acabado, con buenos planos
y un diseño digno de Dios; que solo te hubiera tocado chasquear un dedo
omnisciente y ¡Zas! Todo con acabados de lujo. Pero tú no, tú, con la chulería
del que se cree mejor que nadie, haciendo el moñas con el barro y la costilla y
la hijoputez del árbol, que ahí te pasaste de frenada, que hay que ser malo, que
es como hacer un coche con las ruedas débiles y hacer todas las carreteras
repletas de clavos, solo por joder.
En ese momento ha comenzado a llover como si el mismo dios vomitara toda
su incompetencia. Llegados a ese punto yo, por si las moscas, me he retirado
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en silencio y me he echado a dormir de nuevo. Todavía truena por la zona
costera.
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Limitaciones de la omnipotencia
Eso, que para muchos podría catalogarse de milagro, no lo ha sido para mí.
Tengo una supercongestión, voy empastillado y, no nos engañemos, me tomé
media botella de orujo blanco antes de acostarme. En ese estado igual podía
ver a dios que a santa teresa con el parrús al aire o al diablo meneándo el rabo.
Pero no desvariemos, ahora que estamos serenos.
Decía que se me apareció dios y me dijo, che, nano, qué puedo hacer para
demostrarte que soy dios omnipotente.
Se me escapó una sonrisa. No os imagináis la gracia que tiene dios con acento
de fallero.
Después de unos segundos pensándomelo decidí mi petición:
—Elimina a Donald Trump o, si te viene demasiado grande, a uno cualquiera
del trio de las Azores. A poder ser el que habla catalán íntimamente.
—Dios no puede hacer eso —dijo sin pensar—. Soy el dios de la bondad y del
perdón y del amor entre los hombres.
Le salían rayos de colores por la espalda y unos ágeles con pinta rara me
ofrecían una versión ñoña del What a wonderful world.
Me lo miré con cara de mala hostia y le solté que si eso era así, por qué no
puso ningún reparo a cuando mataron a Allende o por qué permite que hoy, a
esta misma ahora, se siga ahogando gente inocente en el Mediterráneo. Sin
contar con la que muere continuamente de hambre, las guerras o de mil formas
evitables.
Él, algo más nervioso, mandó callar a los ángeles (cosa de agradecer) y sacó
la vena católica: que si el libre albedrío, que si el perdón, que si reza, que si no
sois perfectos...
Lo mandé a tomarpolculo y me eché a dormir de nuevo. No sin antes ponerme
unos tapones en los oídos, aquellos machorros con alas y carita de obispo
pederasta eran capaces de volver y cantarme el tema central de Sister Act. Y
por ahí no paso.
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Una cuestión de elección
La tuve de nuevo con dios, tanto, que me tocó acabar la charla con el cura
párroco de la iglesia de mi barrio.
¡Hombre, Manel, que caro verte por aquí! Me soltó el padre Benito nada
más verme. Le conté que siento repelús por las sotanas desde la más tierna
infancia, que ni me gustan los toqueteos babosos ni las hostias que me
pegaban cuando iba a la escuela. Él ha hecho mutis y ha ido al grano. A qué
debemos el honor de tu visita. Le he contado la verdad, que había empezado a
rezarle a dios, como hago siempre y que esta vez, a media charla, se ha
desconectado y me ha dejado con la palabra en la boca. El cura, hombre de fe
contrastada, ha argumentado la imposibilidad de que eso pudiera suceder. Dios
siempre escucha a quien le habla, ha sentenciado. Pues a mí me ha dejado
con la palabra en la boca, padre, he contrarrestado yo con cierto enfado.
Después de un silencio en el que me pensaba que el anciano echaría a
volar en un éxtasis místico me ha mirado a los ojos, me ha puesto la mano en
la rodilla que yo, con un sutil golpe con los nudillos, le he forzado a retirar, y ha
preguntado sobre qué versaba mi conversación con Dios. Eso ha derivado en
el diálogo que intentaré reproducir con la máxima fidelidad que puedo otorgar a
mi pobre memoria.
—hablábamos de la trinidad, padre.
—Arduo misterio es ese, hijo mío ¿Y cuáles eran tus dudas?
—En realidad no eran dudas sobre la trinidad en sí, ¿sabe?, eso lo tengo
claro porque comprendo la complejidad de dios y sus poderes. Mis dudas eran
otras.
—¿Cuáles?, si pueden saberse.
—Pues me corroe una duda con el espíritu santo.
—El maravilloso Espíritu Santo —ha repetido él como sin tocar el
suelo—. Continúa, hijo mío.
—Sí, sobre el embarazo de María, la madre de Jesús, Lucas nos cuenta
en su capítulo 1, versículo 35, que: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra»…
—Correcto, hijo mío, veo que conoces bien la palabra de Dios.
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—Sí, sí, al dedillo. Sigo. Después, para que viera que no me lo tomo a
broma, le dije que, también en Lucas, capítulo 3, versículo 22, podía leerse: «y
descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma.»
—Exacto, exacto. Sigue.
—Pues eso, que según sus propias palabras, atendiendo a que la biblia
es su propia palabra, ese espíritu santo viene a los terrícolas en forma de
paloma y que esa paloma, de algún modo, es la que embaraza a María ¿Sería
correcto?
—Hombre, es un modo burdo de decirlo pero no se aleja de la verdad.
—Esas mismas palabras me ha dicho él antes de enfadarse.
—¿Y qué ha sucedido para que se enfadara del modo que dices?
—Que le he hecho un simple comentario.
—¿Puedes repetírmelo a mí que pueda yo asistirte en tus dudas?
—Pues mire, solo le he dicho que para ser milagroso de verdad y que
esa historia tuviera una carga más dramática, el espíritu santo no debería
aparecerse a los terrícolas en forma de paloma sino en forma de caballo
percherón. Y me mandado a tomarpolculo ¿es eso normal?
«Vete a tomarpolculo» han sido sus últimas palabras.
Está claro que dios y yo no estamos hechos para entendernos.
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Dios es un obseso sexual
Hablando con dios hace unos días, me dio por tacharle de obseso
sexual. Como no podía ser de otro modo se enfadó muchísimo y se lanzó a
darme la vara con toda la retahíla de virtudes y demás tonterías que usa para
manejar las mentes de los simples, que no la mía.
La cosa es que hemos llegado a un punto en el que yo no creo en él y él
casi me deja por imposible. Pero a pesar de nuestras diferencias nos gusta
debatir, por más que siempre le pillo en falta. Pero qué queréis que haga si su
trabajo a nivel Humanidad es una chapuza sin paliativos.
Pero a lo que iba. Que después de ver mi cara de póker me preguntó
que en qué me basaba para decir una blasfemia como aquella. Yo cogí una
biblia, se la enseñé, le pedí la enésima confirmación de que lo escrito allí había
sido dictado por su mano, me respondió de forma afirmativa y yo le dije que iba
a recordarle la clase de historias que cuenta en ella.
Mira, solo para que te hagas una idea, leeremos algunos versículos del
capítulo 19 del Génesis contados por ti mismo, como bien has reconocido. Por
si no te acuerdas son los sucesos posteriores a la destrucción de Sodoma y
Gomorra, de la que tú, en tu infinita bondad, fuiste responsable. Silencio y
mirada altiva por su parte. Leo: «Pero Lot subió de Zoar y moró en el monte, y
sus dos hijas con él; porque tuvo miedo de quedarse en Zoar, y habitó en una
cueva él y sus dos hijas. Entonces la mayor dijo a la menor: Nuestro padre es
viejo, y no queda varón en la tierra que entre a nosotras conforme a la
costumbre de toda la tierra. Ven, demos a beber vino a nuestro padre, y
durmamos con él, y conservaremos de nuestro padre descendencia. Y dieron a
beber vino a su padre aquella noche, y entró la mayor, y durmió con su padre;
mas él no sintió cuándo se acostó ella, ni cuándo se levantó. El día siguiente,
dijo la mayor a la menor: He aquí, yo dormí la noche pasada con mi padre;
démosle a beber vino también esta noche, y entra y duerme con él, para que
conservemos de nuestro padre descendencia. Y dieron a beber vino a su padre
también aquella noche, y se levantó la menor, y durmió con él; pero él no echó
de ver cuándo se acostó ella, ni cuándo se levantó. Y las dos hijas de Lot
concibieron de su padre».
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Él permanecía atento mientras dejaba ir una media sonrisa bobalicona
de quien no se siente responsable de sus actos.
—¿Tú tienes idea de lo que representa esta escena? —le dije.
Él me miró sin entender.
—No solo te cargas a los habitantes de dos ciudades, que eso ya tiene
delito viniendo de quien “fabricó” al Ser Humano, es que además, a las pocas
criaturas que dejaste con vida las corrompes. Inventas el incesto y te quedas
tan ancho ¿Qué pretendías? Empeorar a la raza humana con esa mezcla
consanguínea que, por cierto, algún día hablaremos de la familia Adán. Lo tuyo
no tiene nombre, dios.
Llegados a ese punto empezó a excusarse, como hace siempre, tirando
pelotas fuera con que si fue un error de cálculo, que no le apetecía volver a
crear a toda la Humanidad, que si ya se encargó él de que la descendencia de
Lot tuviera calidad humana…
Le interrumpí. No estaba dispuesto a escuchar otra de sus peroratas sin
lógica. Solo tenía ganas de acabar y de que se largara a vigilar las iglesias de
las que se apropia sin pagar ni un euro.
—Solo me queda una cosa por decirte.
—Dime, hijo mío.
—Primero, que no soy tu hijo. Ni loco aceptaría un padre bipolar y
enfermo como tú. Y segundo que quería reconocerte un increíble milagro en la
historia que te he leído.
Se extrañó. Parecía darle vueltas a la escena de la cueva, las
muchachas, el viejo… después de un pesado silencio me preguntó cuál fue ese
milagro del que le hablaba.
—¡Coño, es evidente, dios! Que Lot, un viejo al que las muchachas han
emborrachado, es capaz de tener una erección suficiente como para preñarlas
a ambas y con solo veinticuatro horas de diferencia. Eso, nano, es un milagro
de la hostia lo mires como lo mires.
No sé como sería, pero después de eso tuve dos gatillazos seguidos. Y
deberíais haber visto que dos mujeres. Al final resultará que dios existe.
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«Eso no se toca»
Estaba yo tocándome —y sí, ya os digo desde ahora que siempre me he
considerado un gran masturbador—, que se me apareció dios para cortarme el
rollo. Lo hizo de ese modo tan suyo: luz cegadora y un atronador qué haces
hijo mío que me dejó aquello como una ciruela pasa. Repuesto del susto me
subí la ropa y me permití un vete a la mierda que debió escucharse desde la
calle.
Después, ya serenos, nos sentamos a charlar.
Él, como no podía ser de otro modo en un dios católico, me empezó a
dar la tabarra con lo de que eso no debe hacerse… que si el pecado de la
lujuria… que uno no puede caer en las bajas pasiones… solo recordaba un
tostón similar cuando en la escuela me llamaba alguno de aquellos tipos
vestidos con traje de noche, con las manitas metidas en sus infinitos bolsillos
negros, y me espetaba un «¿Tú te tocas?» a quemarropa ¡Qué mal me lo
hacían pasar entonces, cuando creía en el pecado! Pero a estas alturas del
desencanto me importa muy poco que el mismo dios se me ponga delante,
perniabierto y retándome.
¿Por qué nos regalaste un sexo? Le pregunté. Él, con esa cara de
importante que pone cuando le preguntan sobre lo que cree que sabe, me
respondió para que os reproduzcáis. «La misión de tan original sistema, hijo
mío, es la de la reproducción y que podáis poblar el mundo», fueron sus
palabras exactas. Yo no hice hincapié en la gilipollez que representaba eso de
“poblar el mundo”, como si el mundo no estuviera bastante maltrecho como
para llenarlo más y más de humanitos ególatras y narcisistas. Me limité a
lanzarle otra pregunta ¿Por qué incluiste el “Placer” en ese sexo? Pues está
claro, hijo mío, respondió de nuevo sin cambiar su estúpida mueca, para que el
hecho de la reproducción fuera agradable y no representase un sacrificio.
Y allí se quedó, más henchido que un zeppelín.
Ante aquella respuesta le argumenté que para reproducirnos podía
habernos instalado un sistema inocuo como el que manejan muchos otros
animales, que cada uno llega, pone lo que le corresponde en un recipiente y a
esperar que aquello prospere sin más quebraderos de cabeza.
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Él seguía en sus trece. Se puso a hablar del amor, del milagro de la vida,
de la comunión de las almas y toda esa cantinela que uno escucharía desde un
púlpito mientras el órgano interpreta un preludio de Buxtehude. Me tuve que
poner serio de nuevo. Le tuve que explicar su confusión del amor con el sexo,
de la reproducción con el sexo, de la estupidez de las almas con el sexo y de
cualquier tontería católica con el sexo. Lo hice con palabras simples que él
pudiera entender:
—Mira, dios, una cosa es amar y otra muy distinta follar1. Una cosa muy
bonita es hacer el amor buscando esa criatura que colme de insomnio infinitas
noches y otra muy distinta es follar. Una cosa muy linda es el amor por tu
amada y otra es follar.
—…
—Para que me entiendas, que se pega uno media vida con los cojones
llenos de amor pero a la que la naturaleza (dictada por tu mano) le fuerza a
echarlo fuera… pecado mortal. Eso, dios, es tener maldad.
—Pero yo todo lo hice por vosotros…
—Si, todo lo haces por nosotros, pero todo lo que nos diste de bueno,
cuando lo usamos, se convierte en pecado ¡Coño que parece que todo lo que
merece la pena sea dictado por el Demonio! Que le entran ganas a uno de
cambiar de bando.
—Eso jamás, Hijo Mío.
—Ándate con ojo. No te digo más.
1 Coger, cardar, chingar, echar un polvo, revolcarse, echar un calvo, copular, joder, ... cada país escoja su
acepción más cómoda.
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Para que se cumpla “A” es necesario “B”, ¿o será al revés?
Después de que me pillara masturbándome cuido de pasar todos los cerrojos.
Sé que con él no sirve de mucho, que la omnisciencia la controla de fábula
cuando le conviene, pero a mí me da sensación de intimidad.
Pero no era de eso de lo que quería hablar. Era sobre una charla que
tuvimos a través del rezo en el que nos dio por filosofar sobre lo divino y lo
humano.