Este documento resume la historia de la revista de humor político argentina Tía Vicenta, desde su creación en 1957 hasta su censura bajo la dictadura de Onganía en 1966. Explica que Tía Vicenta ofrecía humor irreverente sobre políticos de todas las ideologías y que fue censurada no solo por revelar el apodo de un presidente, sino también por criticar al gobierno de forma más amplia. Relata las dificultades que enfrentó su creador, Landrú, para hacer humor político bajo diferentes dictaduras militares en Argentina
Ente de Coordinación Operativa de Servicios en la Capital
La Farsa De La Morsa (para IAEJP-2009)
1. La Farsa de la Morsa *
Lic. Mª Celeste Gigli Box (UNLP)
Contacto: mcgb_br@yahoo.com.br
En este ensayo narraremos detalladamente la censura decretada por el
gobierno de facto autodenominado Revolución Argentina al suplemento
semanal Tía Vicenta. Por un lado, recorreremos una minuciosa dedicación en
los detalles de la veda (incluyendo el derrotero de quienes estuvieron
relacionados con la publicación). Por otro lado, expondremos aquello que
creemos determinante para la prohibición. Allí llegaremos luego de narrar los
comienzos de la revista, su auge y la solución de compromiso conocida como
María Belén –emergente devaluado y desnaturalizado de la veda a la primera
revista de humor político argentina. Vale aclarar, que no nos dedicaremos aquí
a la, también inestable, versión televisiva de la revista, aun cuando podamos
hacer breves referencias si correspondieren, como tampoco a su efímera
segunda aparición en la última dictadura militar, abocada a lo que pregonó
como “humor sanito”.
Por lo enumerado, destacamos que nuestro objetivo principal es exponer con
amplitud aquellos contenidos que, junto a las razones que sostenemos
detonantes para la censura. Esto tiene por objeto desplazar la creencia
convencional que la veda de Tía Vicenta fue sólo consecuencia del revelar un
indiscreto sobrenombre presidencial en una caricatura. Creemos que hubo un
poco más que eso.
Un simple acento puede conservar tu trabajo…
La censura ha perdido a todos aquellos a quienes quiso servir.
François Sagan
Hacia 1945, luego de la renuncia de Perón a la vicepresidencia de la Nación, la
división del gabinete y los tiroteos en Plaza San Martín, se produce el reclamo
de seguidores peronistas llegado el 17 de octubre. Pero ése no era el único
suceso fundacional de la jornada: también apareció Don Fulgencio –revista que
tomaba su nombre de un personaje de Lino Palacio. Su protagonista –Cicuta–
convivía con las colaboraciones de Rafael Martínez, Juan Carlos Colombres –
próximo a tomar su pseudónimo, Vidal Dávila y Roberto Tálice, entre otros.
Producido el triunfo de Perón en los comicios generales de febrero, el flamante
*
Este ensayo es una continuación del editado como La Tía Vicenta y el Censurador (ISSN
1669-6581) en la revista digital Question (Vol. 22, Edición Invierno de 2009) de la Facultad de
Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata.
2. ejecutivo no se mostró afecto al humor político y por eso fue imperioso, para un
empleado de Tribunales –que pretendía conservar su trabajo, encontrar un
pseudónimo que le permitiera firmar tranquilo en Don Fulgencio. Recién en
1947, el hijo de Lino Palacio, sugirió a Colombres que su barba lo asemejaba a
Landru, el asesino de viudas francés. A fin de evitar su despido si lo
identificaban invocando al conocido barba azul, le agrega un acento a la última
letra (1). Y así seguirá firmando su trabajo… con lo que también podemos
certificar que las precauciones no sólo fueron necesarias con el onganiato, sino
que algunas de ellas fueron necesarias desde el comienzo de su trabajo.
Entrevistado en 1999 (2), Landrú comentó que la única manera de hacer humor
político –y seguir haciéndolo en el tiempo– implica una fórmula: hacer un chiste
sobre alguien, y no ya en contra o a favor de algo/alguien. Por eso se debe
cuidar no aludir a la misma persona todos los días –ya que hacerlo, asemeja a
una “campaña” en contra de ese personaje. Figura la idea como “desparramar
el juego” (así, un día le tocará a un presidente, otro día a un funcionario, el
siguiente a un opositor, y así sucesivamente –manteniendo un equilibrio). De
este modo, logró quedar fuera de querellas particulares o del desacato público.
Pero, allende esas estrategias tomadas para pervivir –con una labor que puede
herir susceptibilidades, Landrú presenció situaciones en que fue imperioso
evitar ciertos temas, si se quería continuar con las caricaturas de la actualidad.
Tal fue el caso de Raimundo Calcagno –Calki–, comentarista de cine en Rico
Tipo, blanco de una casualidad (fatalidad) que le costaría su trabajo como
periodista: durante el gobierno de Perón, se refirió al argumento de una película
calificándolo tan falso como una declaración jurada. Ese mismo día, mientras
salía Rico Tipo, el Presidente presentaba una declaración jurada de bienes…
De cualquier modo, es imperioso saber bien que como los problemas no
empezaron con Onganía, tampoco cesaron con los dos primeros gobiernos
peronistas. Los apuntes autobiográficos de Landrú (3) comentan que, en el
tercer número de Tía Vicenta, escribió el conocido teorema: el cuadrado de un
general es igual a la suma de los cuadrados de dos coroneles. Al día siguiente
lo llamó César Norega –sobrino de Aramburu, para decirle que unos coroneles
se habían escandalizado y que Aramburu lo invitaba a comer en Olivos. El
humorista percibió al PEN como un hombre circunspecto, que no reía nunca y
que le dijo: “Vea Landrú, ayer vino a verme un grupo de coroneles de la SIDE,
quieren clausurar Tía Vicenta. Yo el teorema ése ni siquiera lo leí, pero quiero
que usted sepa que cuenta con todo mi apoyo. Y haga todos los chistes que
quiera sobre mí y sobre el gobierno, tiene carta blanca”. La “descompresión” de
la situación permitió la continuidad de su trabajo.
Así, en 1958, comenzó a hacer TV con Tato Bores y los Tururú Serenaders.
Fue exitoso, pero cuando llegó la hora de renovar contrato para 1959, Raúl
Colombo –el censor de entonces, lo llamó suponiendo que era amigo de
Manrique (a quien sólo conocía “de pasada”, según sus palabras), para decirle:
“yo quiero que usted escriba para el próximo programa de Tato Bores un
sketch contra Frigerio (…) soy antifrigerista y le pido esto porque usted es muy
amigo de Manrique y a mí Manrique me apoya”. La respuesta fue: “Lo siento,
Colombo, pero yo no hago programas a favor ni en contra de nadie, yo hago
programas sobre”. Aquél trató de convencerlo, pero Landrú mantuvo posición.
3. Colombo pegó un puñetazo en la mesa y dijo impetuosamente: “Desde hoy, a
usted no se le renueva el contrato en Canal 7, y en los otros canales tampoco
va a poder trabajar”. Estuvo prohibido en la TV hasta después de la caída de
Frondizi. No obstante, con Dringue Farías comenzaron un ciclo en canal 11,
llamado “El Profesor Garrafa”, que duró tres semanas. Landrú armó un sketch
en el que el profesor Garrafa organizaba una “polla del golpe” (“polla” refería a
un juego llamado la “polla del fútbol”, similar al postrer “P.R.O.D.E.”). Era la
época de azules y colorados, y Farías decía: “procederé a leer: tal día de
marzo, golpe de los bomberos. Otro, de los zorros grises, otro de los
cobradores de gas, otro de los bancarios, otro de los empleados de SEGBA, el
2 de abril, golpe a la Marina”… unos días después, el mismísimo 2 de abril, se
levantó la Marina. Landrú asegura que fue una coincidencia. En cualquier caso,
fue a buscarlo la policía para llevarlo al Ministerio del Interior, donde hasta las
veinte horas lo interrogaron sobre cómo sabía que el 2 de abril se iba a levantar
la Marina. Por suerte, logró salvar el programa (por sólo dos emisiones más),
pero un coronel de la SIDE iría a revisar los guiones. Parece que éste no
estaba al tanto que los guiones de cine y TV suelen estar escritos en dos
columnas (en una se describen movimientos de cámara con la acción; y en la
otra los diálogos); y debe haber leído nada más que los diálogos. La letra no
era irritante, pero la acción era una receta de unos caníbales para cocinar al
secretario de Guerra Rattenbach. Así que, el sketch tenía dos platos fuertes:
por un lado, la escenografía; y por otro, los actores (constituidos por tres
miembros de la familia Rodas –matrimonio de enanos amigos de Farías, como
“Guido” y “Rojas” –un supuesto implicado en el plan golpista). Valiéndose de
que ambos militares eran de muy baja estatura. El remate residía en la apertura
de los planos cortos, mostrando a “Guido” y su mujer, junto a “Rojas”: al
abrirse, se podía comparar la altura de los militares con la de los granaderos
que los acompañaban –la que distaba considerablemente. El revuelo por este
chiste fue enorme. Landrú aseguró en broma que al coronel de la SIDE
debieron haberlo fusilado.
La tía incoherente –que encima opina…
Los ignorantes son muchos, los necios infinitos; y así el que los tuviere a ellos de su parte, será
señor del mundo entero.
Baltasar Gracián
Un allegado familiar a Landrú conocía gente que pretendía sacar una revista de
humor político. Eran tiempos en que un gobierno democrático se iba abriendo
paso, y la revolución cultural se asentaba con la expansión de las industrias
culturales, la modernización del periodismo, el desarrollo de la incipiente TV,
entre otras cosas… El miércoles 14 de agosto de 1957 logran inaugurar Tía
Vicenta (programada para el martes 13, pero pospuesta una jornada por el
desperfecto en las máquinas impresoras, lo que demuestra la carencia de
supersticiones en su staff), con una tirada nada despreciable de 50.000
ejemplares, para llegar a los 450.000 cuando la censura (época en que salía
como suplemento de humor dominical en el diario El Mundo). La publicación
violaba de hecho, numerosos puntos el decreto 4161/56 (por el cual se prohibía
4. elementos de afirmación ideológica o propaganda peronista), en juegos de
palabras como el conocido aumentativo de buzo, buzón; de coraza, corazón; y
de pera… Perón. Claro que esto pretendía la hilaridad y no era una
aseveración proselitista –sabiendo que Landrú se ubicaba en el antiperonismo.
En cuanto a su nombre, era producto de la inspiración familiar en una tía de
Landrú, Cora. Quien hablaba de política sin pruritos –aunque no entendía
absolutamente nada de ella, y por eso, los disparates que decía, los adaptaba
a su mentalidad. Según el propio sobrino, era el modelo de la “señora gorda”…
Y, para evitar problemas familiares, fue mejor evitar nombrarla directamente.
Aunque tuvo que reforzar con otros argumentos para convencer a quienes
aportaban el capital (que no asociaban por nada del mundo a “Tía Vicenta” con
un título para una revista de humor político): Landrú les dijo que aquél tenía
muchos usos. Si aumentaba la cantidad de páginas, podían titular Tía Vicenta
engordó, si salía en colores se podía decir Tía Vicenta se pinta, y si tenía líos
con la censura, se intitularía A Tía Vicenta la encarcelaron. Claro que, cuando
la censura efectivamente asestó, el titular era por definición inviable: es
necesario un número posterior a la prohibición para poder proclamar que la tía
había hablado de más y fue amordazada…
Su estilo era novedoso: sin secciones fijas y con criterio de redacción abierta,
donde cada número contaría con colaboradores diferentes. Tanto fue así, que
por ella desfilaron: Caloi, Quino, Miguel Brascó, Fontanarrosa, Sabat, Roberto
Maidana como Chacato (todos iniciados en esta publicación), Copi (quien le dio
a Landrú su primer dibujo cuando sólo tenía dieciséis años), Maria Elena
Walsh, Roland Hansen (el director de Buenos Aires Herald), Conrado Nalé
Roxlo, Rogelio García Lupo, Dalmiro Sáenz como 3,1416 y Oski, entre otros…
incluso el presidente Frondizi colaboró en un número de ella, bajo el
pseudónimo de Juan Domingo Faustino Cangallo, quien negó el crédito ante
Landrú, pero su secretario privado se lo confirmó bajo línea privada (el artículo
era un comentario sobre la reforma constitucional de 1957). Su espíritu era la
espontaneidad, el absurdo, la falta de ceremonia –en todo sentido. Incluso la
invención de noticias ("se venderá el Congreso en propiedad horizontal",
4/6/62). Otra característica fue la adaptación de la portada a un tema escogido
(disfrazada de “La Chacra”, de “Pravda” o bien del clásico norteamericano “Tía
Vicenta del Reader's Digest”). Este recurso también se usaba para parodiar la
actualidad: así, para referir a la crisis económica, utilizó el nombre de Carestía
Vicenta (3/4/66). Cuando el rumor que Perón retornaba al país crecía, se tituló
Tía Vicenta en el Exilio –con una banda que aclaraba: Edición clandestina
(29/4/63). Otra edición tomó el travestismo en todo el suplemento, llamándose
Tío Vicente, y aclarando: ¡Hemos cambiado de sexo! (23/7/62), en ella se
trucaron fotos de los políticos como damas (Arturo Frondizi fue rebautizado
como Artura Frondizi de Poggi, lo seguían Alfreda Lorenza Palacios, Oscarina
Alende y Alvaro Carlota AIsogaray); Landrú se convirtió en Landrunelle, y un
hipotético secretario de redacción editorializó en contra de la idea del cambio
de género: ¡Ustedes son 1 manga de degenerados! (…) Si hasta nuestro
administrador, hombre al que por su avanzada edad consideraba yo persona
sensata y afín con mis inclinaciones juiciosas y respetables, se ha trocado en la
señorita Ferdinanda Rampolda y anda por ahí haciéndole caídas de ojos al
ascensorista y a los peones de limpieza!).
5. La filiación intelectual del director con Steinherg lo llevaba a un estilo sintético y
surrealista –muy similar al que se imponía en España con La Codorniz: la
parodia de otras publicaciones, sus números “bilingües”, la sátira, el hacerse
eco de rumores y parodiarlos… Pero no era algo muy acostumbrado
masivamente en ese tiempo: no obstante, lo que ofrecía en papel, la hizo
prosperar y presentar ante el público una novedad estilística que acabaría por
ser aceptada como el paradigma del humor político argentino. Con Tía Vicenta,
el absurdo que trabajó Landrú por años, llegó a más lectores, al haberse
desplazado al espacio de la política. Es así que los políticos tuvieron que
comenzar a acostumbrarse a ser referidos/asociados con nombres de animales
(Irigoyen con un peludo, Aramburu –idea de Lino Palacio– con una vaca, a
Rogelio Frigerio le asociaban con un tapir, Illia con una tortuga, Alende con el
bisonte, Alzogaray como un chanchito (4), Onganía con una morsa –aunque
ese mote tenía asidero en el círculo íntimo del militar -de donde provino, y
Videla como una Pantera Rosa). Pero, que esta tendencia comenzara, y
debiese, idealmente, ser tolerada por los políticos de turno, no significa
necesariamente que todos ellos lo hayan hecho.
Este tipo de sucesos, en que la revista y su fundador finalmente padecen las
limitaciones humorísticas y los intereses políticos de los funcionarios de turno,
no están tan aislados si los cotejamos con otros sucesos acaecidos en el seno
de la revista (y que invariablemente llevan a una reflexión deontológica –una
vez más– sobre el trabajo cotidiano en una publicación gráfica). Veamos: en
1959, Frondizi decreta el estado de sitio y la policía apresa obreros que
procuraban manifestarse, entre los que se encontraba un periodista de Tía
Vicenta –que concurrió a cubrir el hecho. En esta ocasión, Landrú se
desentiende del episodio, y por ello renuncia un grupo de colaboradores
disconformes –quienes entendían que su actitud respondía a un trasfondo
político. El director les responde desde el suplemento, diciendo que Tía Vicenta
nació libre y salió a la calle siguiendo una línea de completa prescindencia
política, sin aceptar directivas de nadie, por más comunistas o gorilas que sean
[sic] (5). Pero tal vez el caso que sigue sea más ruidoso. Nos referimos a la
renuncia pública de Oski, quien en carta abierta al director, dice: mientras todo
era una broma no me molestaba que hasta te la agarraras con la gente
decente, pero ahora que te metiste a hablar de política en serio y ubicado en
pro-yanqui y anti-castrista, me repugna tu actitud. Landrú respondió por medio
de un colaborador, afirmando que Oski nunca leyó Tía Vicenta. Se habría
enterado que Tía Vicenta nunca cambió y que burlarse de los tiranos no hace
excepción se llamen Trujillo, Somoza, Strossner, Franco o Fidel Castro...
Pónganse una mano sobre el corazón que tienen a la izquierda y digan si no da
motivo al chiste que Fidel Castro diga en la ONU que será breve, y hable cuatro
horas y media (6).
En un plano intermedio –entre los choques con funcionarios y los chispazos
internos como los referidos, encontramos aquellas “sugerencias” (asumidas por
los molestos o no), a veces “rumores” que corren con aparente libertad para
ajustar una imagen de un funcionario, o bien aquéllos pedidos de complacencia
directos. El primero de los exhortos a la modificación de lo editado vino por
cargo del director del matutino en que Tía Vicenta aparecía dominicalmente –El
6. Mundo, quien había viajado con Frondizi. El ucrista le dijo que Landrú lo
dibujaba con nariz demasiado larga y pidió que no se lo dibuje. Pero era una
verdadera falta prescindir del PEN, sobre todo, si tocaba que fuese chiste de
tapa. Por ello, Landrú lo dibujó de espalda por casi un año. La sorpresa fue
cuando, luego de un tiempo, se encontró con Frondizi y le comentó sobre le
tema. Al Presidente le pareció un disparate la instigación, ya que él sólo había
comentado que en Tía Vicenta salía con la nariz grande, pero nada más. Por
supuesto, nunca nos enteraremos si fue la vanidad/complejo presidencial o la
pretensión condescendiente [excesiva] de un comentario pasajero ante director
de El Mundo.
El siguiente de los “consejos” para cambiar algo en la revista aconteció años
después, en plena asunción presidencial del Dr. Illia. Su Vicepresidente
Perette, del cual Landrú era conocido, solía ser dibujado muy bajito según el
ojo del propio funcionario. No bien es elegido segundo en la línea de sucesión
presidencial, llamó a la revista para que se lo dibujase medio centímetro más
alto… De aquí avanzamos una década hacia adelante –concretamente, el
primer día de la última dictadura militar–, Landrú se encontraba ya trabajando
en Clarín. A primera hora de ese 26 de marzo, lo llamó el secretario general del
diario de entonces –Marcos Sitrin–, para decirle que había sido llamado por el
jefe de prensa de la Junta –Carpintero– para que hiciera un chiste sobre el
golpe. Landrú veía imposible hacer un chiste sobre lo que acontecía: no
obstante, cedió y buscó el nombre de los ministros designados, entre los que
estaba uno apellidado Liendo: resuelve dibujar dos militares, uno de ellos
diciéndole al otro "Hasta ahora nos va Liendo bien". Fue un modo de pasar la
situación sólo para hacerle honor a esa idea que reza mañana será otro día.
Confirmado en Primera Plana:
Tía Vicenta Incomunicada.
Una mediana vida yo poseo, un estilo común y moderado, que no lo note nadie que lo vea.
Francisco De Riojas
Un pelotón de la Guardia de Infantería (PFA) desalojó de la Casa Rosada al
presidente Arturo Íllia, respondiendo al grupo de militares subversivos a la
voluntad popular. El delito que estaban cometiendo contra lo que era su propia
constitución nacional, no era un absceso de intrepidez desbordada: en lo
absoluto. Había sido objeto de una concienzuda diagramación por parte de las
Tres Armas, junto a la consonancia de amplios sectores civiles. Un caso de
ellos fue el de dos medios como la revista Confirmado de Jacobo Timmerman y
el diario Primera Plana, el que, por obra retórica y pretendidamente doctrinaria
del ahora demócrata Mariano Grondona, promovió el golpe de estado que
barrió con el gobierno democrático. En esos días, la idea que todo tiempo
pasado fue mejor era una certeza cotidiana: los partidos políticos, los
sindicatos, la prensa libre, la actividad universitaria e intelectual, eran historia; y
la patria era un objetivo más urgente que la libertad de los que la componen.
Aunque no todo fue prohibido, vedado o suspendido: menesteres directos del
7. Poder Ejecutivo, como la preparación del partido de polo que disfrutaría con
Felipe de Edimburgo –príncipe consorte inglés hospedado en Buenos Aires, no
fueron dejados de lado.
La Revolución Argentina tomaría con santa paciencia el tiempo necesario para
concretar sus fines (de hecho, acorde a su Estatuto, el Presidente de la Nación
no tenía carácter provisional). Claro que en tal empresa, tampoco permitiría
alusiones irrespetuosas a su figura (el mismo Presidente, luego de la censura
de Tía Vicenta, había exhortado en discurso abierto -30/XII/1966-, a [que] los
hombres con visión de patria, que han dedicado su vida y su esfuerzo a la
Nación y a sus conciudadanos, son merecedores del respeto de país,
cualesquiera fueran las circunstancias en las cuales actuaron y cualesquiera
fuera el resultado de su tarea. Si bien a primera vista cuesta asociarlo con este
tipo de hombres de acción, él se consideraba incluido en tal categoría de
obradores dedicados. Claro que, considerar las circunstancias y resultados de
las actos como datos menores o prescindibles, puede implicar que la acción
pueda llegar a caer en cualquier rango de calificación (inclusive el delictivo u
objetable en términos morales). En otras palabras, dejar libradas las
circunstancias y el resultado de las tareas de los hombres, bajo el pretexto de
haber dedicado su esfuerzo a la Nación, puede llevar a lo que podríamos
calificar de un relativismo moral nada soslayable… y, si bien esto parece una
disquisición y discusión no procedente en estas líneas, es preciso comentar
que tal vez no esté tan alejada de la decisión y ejecución de una veda editorial.
Siguiendo las propias palabras del PEN en su discurso abierto –donde
pretendió explicar a la comunidad abierta sus intenciones luego de usurpar el
poder, resulta imposible evitar relacionar los valores invocados en ese mensaje
a los argentinos, al asegurar que los objetivos fijados se cumplen a un ritmo
dado, en libertad y con justicia. La inconsistencia de conjurar la justicia y
libertad con las suspensiones constitucionales (lo que incluyó la designación de
una nueva CSJ) y la censura, se hace evidente. Y, para completar la
exposición de las contradicciones, pasemos mejor al caso de la prohibición
editorial que nos aúna en estas líneas.
Volviendo a Tía Vicenta, dediquémonos un momento a la fatídica edición que le
constaría su propia existencia. En tapa, una fotografía de una bota decía “están
hechas para caminar”. Se mostraba la patente de la Revolución Argentina
(Registro Nº 832567/66), con otros titulares como “Las Proclamas
Revolucionarias Se Redactan Así”, “¿Qué se celebra el 29 de junio?”, “El Buey
Solo Bien Si Salimei”, entre otros. El número era el 369 del Año X de La Era de
la Morsa. El precio: 25 Salimeis. Como Director figuraba Landrú y el
Subdirector en esa edición era Nicanor Costa Méndez. El día fue domingo 17
de julio de 1966. En el dibujo de tapa, dos morsas de imponente bigote
dialogaban. Una le decía a la otra “¡Por Fin Tenemos un Gobierno como Dios
Manda!”. Pero no era todo: dentro de la misma, se encontraba el Estatuto de la
Morsa (escrito por Ignacio Anzoátegui) y el Diccionario de la Morsa (Cf. Anexo
al final). Eso completó la decisión para la veda editorial, causada por el
disgusto del presidente, quien, “en privilegio de sus rangos” dispuso por medio
de un comunicado de la Secretaría de Prensa (so “distinción entre el juicio
honesto sobre la obra de gobierno, de la irrespetuosidad hacia la autoridad”).
8. Según el relato autobiográfico de Landrú, la mañana siguiente de la aparición,
le dicen que el Ministro del Interior quería reunirse con él y la editorial. El
funcionario les explicó que existía un problema “al Presidente no le gusta Tía
Vicenta”, a lo que Landrú responde: “¡Ah! ¡Yo creía que el problema era más
grave!, porque si al Presidente no le gusta ¡que no la compre!”. En una actitud
completamente opuesta a la del humorista, el Ministro respondió: “No… lo que
pasa es que no quiere que aparezca más”. Como solución de compromiso, les
sugirió que se preparaba reemplazarla con un suplemento acerca del mundial
de fútbol, y prometió darles una respuesta definitiva en diez días. El Mundo
accede a sacar la primera edición del suplemento y cuenta como pasan los
diez días prometidos, pero sin respuesta. La editorial a cargo (Hayes) llama al
ministerio, y aquí se le pide un día más. Recién en ese momento obtienen una
respuesta –sólo que junto con la opinión pública: un decreto comunicaba la
prohibición. Esto no pasó en lo absoluto desapercibido, y de hecho, muchos se
manifestaron por ello, como el pintor Antonio Berni y los escritores León
Benarós, Arturo Jauretche y Marta Lynch. El único diario que condenó
directamente la medida fue el de la comunidad inglesa The Buenos Aires
Herald, diciendo “no habrá lugar para los partidos políticos, pero debe haber
lugar para el humor”. Aunque notas de protesta aparecieron en la mayoría de
los diarios argentinos. La repercusión internacional fue igualmente considerable
–en Estados Unidos, donde se habían publicado muchas notas sobre el
fenómeno de Tía Vicenta– y hasta en diarios rusos comentaron la arbitraria
prohibición. Claro que, también existieron muestras de apoyo a la decisión
presidencial, como señaló Landrú en la entrevista citada: comentando la
excepción deshonrosa de la revista Confirmado. Jacobo Timmerman, su
director, escribió una nota con el título ‘Tía Vicenta Insolente’. La explicación de
tal posición es, seguramente, que antes había dirigido Primera Plana, desde
donde ya mencionamos que se orquestó buena parte de la campaña pro-golpe
de Estado para detentar el poder. La revista Confirmado justificó la clausura
alegando que “la autoridad presidencial no podía ser objeto de burla
sistemática con el pretexto de la libertad de prensa”, pero jamás había emitido
comentario alguno cuando los caricaturistas de distintos medios –incluso en Tía
Vicenta– representaban a Illia como una paloma o una tortuga. El trasfondo de
esta nota lo comenta el mismo Landrú en la fuente mencionada: Hugo Guanini
(desaparecido en la última dictadura militar) fue a visitarlo para una entrevista
en los días posteriores inmediatos al cierre, para que el director se explayara
acerca de lo sucedido. Al día siguiente de esa visita, vuelven a hablar y Guanini
le dice: la nota no corre, porque el director tiene que mostrar que sos un
insolente y que la prohibición está justificada. Acto seguido, sale la nota de
Timermann. Y, como muchos otros acontecimientos, acarrea también su
anécdota –no exenta de amargura: más de una década después, la
Universidad de Columbia decidió otorgarle el Premio Moors Cabot a Jacobo
Timermann (el que Landrú ya había ganado). Por costumbre, se consulta a los
antiguos galardonados, a lo que el director de Tía Vicenta se opuso. Si bien
aquél acababa de salir de la cárcel, este sostuvo que no se puede otorgar un
premio a la libertad de prensa a alguien que aplaudió el cierre autoritario de
una revista democrática.
9. No obstante esta mención, Landrú omite hace referencia a otra revista que
justificó la decisión del Franco argentino, como el caso de Panorama. El 2 de
agosto, a dos semanas del cierre, Mariano Grondona escribía lo siguiente: La
libertad de prensa sólo ha de sobrevivir si se advierten las nuevas condiciones
que rodean su ejercicio. La primera de estas condiciones es que, esta vez, las
instituciones están encarnadas en un hombre. En tiempos normales, las
instituciones residen en la ley, y por lo tanto, los ataques a los funcionarios,
cualquiera sea su jerarquía, no afectan necesariamente al sistema. En la
situación actual, en cambio, el Presidente ‘es’ el sistema y, por lo tanto,
cualquier juicio o suposición que afecte a su persona lesiona a las instituciones
que moran en él. La otra condición nos indica, que así como en tiempos
normales la Constitución es el sistema y cualquier atentado contra ella resulta,
en definitiva, subversivo, en esta ocasión la revolución es el sistema y, por lo
tanto, oponerse a ella equivale a colocarse ‘fuera’ del marco institucional.
Pero en este clima de posiciones enfrentadas, el gobierno avanza a hacerse
eco de las repercusiones, intentando revisar la medida. En consonancia con
esto, el secretario de prensa del PEN –Blas González, llamó a Landrú para
decirle que le gustaría que se volviese a editar Tía Vicenta, con la condición de
que se disculpase ante Onganía. El humorista se negó: “Si Onganía está
arrepentido, que me invite él a Casa de Gobierno”.
Por otro lado, creemos dable mencionar ciertos hechos, que suelen ser
asociados a la veda editorial: el primero es el cierre de El Mundo, como
consecuencia de esta censura. Lo que sucedió realmente fue que los últimos
dueños del matutino, de orientación radical, y el golpe de Onganía los coloca
en una oposición directa. Por eso, el gobierno sostuvo al diario sólo un año
más. El cierre se precipitó porque su banco le reclamó todos los préstamos y la
Editorial Haynes acabó por quebrar. Landrú queda sin trabajo por este hecho,
pero seguía esperanzado con la vuelta de El Mundo –lo que no sucedió. Así
que –según las curiosas vueltas del destino, comenzó a trabajar con Julián
Delgado en un suplemento de Primera Plana.
Aquí nació otra revista: Tío Landrú, una continuación de Tía Vicenta, pero con
más cautela (sabían que Onganía era innombrable). Por eso, sabiendo que en
Capital existía una firma de rematadores llamada “Onganía y Bonifazzi”, Landrú
llamaba “Bonifazzi”. La elipsis, hizo que mucha gente comenzar a referirse así
al presidente, pero igualmente hubo problemas: Al poco tiempo, llamaron de la
SIDE para preguntar la tirada (a lo que, obviamente, se le contestó un valor
menor del real), y sugirieron que sería mejor si la revista saliese como
suplemento de espectáculos o deportivo. Landrú se negó. Para colmo de
males, la dirección de Primera Plana temía que por la revista de Landrú
cerraran el diario... Después de casi un año de hacerla, se decide dejar de
editarla –de común acuerdo entre Landrú y la dirección. En consecuencia,
Carlos Fontanarrosa le propone trabajar en Atlántida. Como estaban de moda
los trasplantes de órganos, Landrú escribió un artículo especial en Gente,
donde decía que “donaba su cerebro a Onganía”… ¡Y lo publicaron! Acepta
trabajar en esa revista, comenzando con “Clase A”, una página dirigida a las
costumbres de las clases sociales porteñas.
10. El segundo, tiene que ver con que el origen del apodo morsa, relacionándolo
con la razón de Landrú para dibujar el bigote destacado, en alusión a una
condición congénita del presidente (concretamente, lo que se conoce como
labio leporino). Esta suerte de rumor, había corrido antes que Landrú diera una
entrevista al canal 7, y el tema fue abordado una semana después de la
prohibición. Pero en ese momento, el inconsciente de Landrú lo traicionó.
Indignado, contestó: “de ninguna manera (…) lo que pasa, es que una vez
jugando al polo, vino una bocha con tan mala suerte que le pegó en el labio
leporino” [¡!] Desde ya, este video no salió al aire. Lo certero era que Onganía
se dejaba, efectivamente, el bigote para cubrir una cicatriz de una herida hecha
jugando polo), y es fácil desestimarlo: ¿Cómo una persona con tal
característica podría ingresar al Colegio Militar?
María Belén: la versión debida
“…a menudo son los propios inquisidores los que crean a los herejes. (…) un círculo
imaginado por el demonio, ¡Qué Dios nos proteja!…”
Adso de Melke (en ‘El Nombre de la Rosa’ de Umberto Eco)
Luego del comunicado de la Secretaria de Prensa de la Presidencia de la
Nación, el diario El Mundo decide hacer una exposición de los hechos,
intitulando: Tía Vicenta, ahora se llamará María Belén. Comienza señalando la
causa para la veda, lo que motivó la indicación al director del diario que
suspendiera la aparición, notificándole que no podrá seguir apareciendo. La
editorial de El Mundo se hizo eco de las repercusiones que tuvo la medida en la
opinión pública –lo que también se prestó a diversas interpretaciones. Además
aclara que, el gobierno revolucionario nunca había ejercido presión sobre
ningún [otro] órgano de prensa que criticara a la gestión oficial, y el hecho no
se relaciona con el derecho de censurar actos de funcionarios públicos. La
medida, según explicaron al diario funcionarios de la Presidencia, es la
imposibilidad de una sistemática acción disolvente ridiculizando por
características físicas a los gobernantes, so pretexto de la libertad de prensa. A
causa de esto, la nota se hace eco del caso Malcolm Muggeridge (quien debió
dejar de dirigir la revista británica Punch por satirizar a la familia real inglesa,
para después, dejar Londres radicándose en EUA). Por ese caso, afirma que
en Gran Bretaña existe, el derecho de la crítica, pero la comunidad se defiende
si los límites se dilatan para poner en juego la autoridad y jerarquía soberana.
Continua diciendo que, para el gobierno revolucionario argentino, hubiera sido
más sencillo estrangular a Tía Vicenta (y a El Mundo) no renovándole el crédito
oficial del que dependía el matutino. Sin embargo, vedaron la revista –aún a
coste de una polémica, para establecida manifiestamente que las críticas no
podrán llegar a menoscabar el prestigio institucional del PEN o la jerarquía del
Jefe de Estado. El humor político admite chistes sobre el Presidente; pero
dibujarlo como una morsa, según su parecer, excede el límite.
Acto seguido comentan cómo comenzó todo: pocas horas después de que
Enrique Martínez Paz asumiera como Ministro del Interior, Carlos Infante –
director de El Mundo, acudió a solicitar ayuda financiera gubernamental, a
11. cambio de un giro en la tónica política de la publicación (efectivamente, suena
tan mal como se lee). Unos días después, Infante vuelve al Ministerio para
precisar las necesidades financieras de El Mundo. Pero el domingo siguiente,
Tía Vicenta satirizó al PEN. Martínez Paz llamó al director de El Mundo y exigió
mayor respeto por la investidura presidencial. Infante, coherente con su estilo,
aseguró que, para evitar mayores males, dispondría su no aparición. El Mundo
se limitó a informar que Tía Vicenta no aparecería el domingo siguiente porque
editaría un suplemento acerca del mundial de fútbol. La actitud oficial se
endureció: aparentemente, Infante procuraba una clausura formal para apelar
después al derecho de la libertad de prensa. En una reunión posterior –con
Infante y Landrú, Martínez Paz expresó que Tía Vicenta debía cambiar su estilo
o dejar de aparecer. Culminó todo con la dimisión de Infante como director de
El Mundo: Juan Carlos Corteza –presidente del directorio de editorial Haynes
asumió el cargo y evitó el enfrentamiento. Horas después, el comunicado de la
Secretaría de Prensa cerraba la discusión. En la misma nota, el diario comenta
que Landrú ya estaba abocado a una nueva revista dominical -pero
descartaban usar Tía Vicenta en el Exilio, por sus connotaciones políticas- y
optaron por uno despojado de connotaciones como es María Belén. Y, según
instrucciones de la Editorial Haynes, Landrú no pondría reincidir en su estilo
ácido de humor político. Incluso Corteza vetó algunas caricaturas diarias de
tapa en El Mundo: como aquella en que, Tía Vicenta, deshojaba una margarita,
por causa de la actitud oficial repitiendo ‘me quiere, no me quiere, me quiere…’
La Tapa Que Tapa El Destape.
¡Qué hipocresía! …¡Pintan los ataúdes solo al exterior!
Valeriu Butulescu
El chiste de tapa –signado como la ofensa a la figura presidencial- no era lo
único que Tía Vicenta tenía de cáustico. Antes por el contrario, las morsitas en
él eran casi lo más suave que presentaba el suplemento. Y son esos otros
componentes hilarantes los que queremos destacar como centrales para la
veda arbitraria decidida contra la primera revista de humor político argentina.
¿Qué era lo que los hacía tan corrosivo? Pues confrontar lo que algunos
medios gráficos, muchos analistas, y varios sectores interesados en la llegada
al poder de lo que fue luego el onganiato, querían predicar de la realidad para
lograr sus objetivos particulares. Veamos aquí algunos datos de ese clima de
opinión, ello nos permitirá luego encontrar la resonancia de esos contenidos
que pretendemos destacar.
Tomemos para comenzar la presentación que hace de este clima de opinión el
norteamericano Robert Potash (7) quien aclara, con tino, la deliberada
campaña en ciertos medios desalentando a la administración radical y
alentando la necesidad de que los militares tomaran las riendas. Confirmado
instalaba la idea de un golpe inevitable, en donde la única pregunta relevante
sería cuando tendría lugar la asonada. Primera Plana, en cambio, se dedicaba
a exaltar el liderazgo de Onganía y tituló, el 28 de junio, una suerte de encuesta
popular acerca de quienes querían [o no] el golpe. Esto era nada más que otro
12. de los actores sociales que se plegaron al armado del golpe activamente: el
autor señala una suerte de grupos no especificados, pero que se dividían
tareas específicas (suministrar a los conspiradores militares ideas para
organizar la estructura de gobierno; o bien propuestas específicas de política
doméstica y exterior como realizar tácticas obstruccionistas en el Congreso o
promover huelgas sobre servicios públicos); poco menos hacían los sectores
pasivos, que observaban con indiferencia el proceso, sin denunciarlo o
desalentarlo. Pero esta suerte de ‘trabajo hormiga’ –aunque para nada
despreciable-, no era lo único: en un clima de presiones inflacionarias por
sectores, hacía que las exigencias salariales para paliarlas no se cumplieran
como los trabajadores reclamaban (justamente, por el temor de las autoridades
de seguir alimentando el espiral inflacionario) y acabaran en la huelga –
algunos, en sectores públicos claves, como la recolección de residuos. Tal es
así que muchos líderes sindicales, a finales de 1965, encontraban necesario
reunirse con los que serían los próximos en el poder: los cargos superiores
militares (aunque vale aclarar que las posturas de los líderes sindicales
peronistas a su interior, no era uniforme: José Alonso no veía mal la toma del
poder militar, pero Vandor ansiaba conservar el camino democrático-electoral).
Este último encuentro, no es un dato menor, ya que los sindicatos con
liderazgo peronista no parecían ser el sector más allegado a los jerarcas
militares, acorde el pasado próximo vivido.
Mientras los contactos militar-civiles se producían con asiduidad en sectores
católicos, conservadores y nacionalistas; Juan Perón también lo hacía desde
España (8). Unas horas antes del golpe de estado, recibió confirmación de la
inminencia de la toma violenta del poder. Y en su víspera, concedió al enviado
de Primera Plana en la península ibérica –Tomás Eloy Martínez- una
entrevista. Por supuesto que los luctuosos sucesos para la democracia
argentina estuvieron en el centro de ese encuentro. A colación, Perón confesó
su entusiasmo por el golpe, citándole ‘un movimiento simpático’, porque
precipitaba esa necesidad de cortar una situación de corrupción en derredor del
gobierno de Illia (Perón aseguraba que el aún PEN usó el fraude, trampas,
proscripciones, interpretó la política como un juego de ventajas), como también
su errática idea de gestión, queriendo imponer al país estructuras dignas del
siglo XIX, cuando comenzaba el demo-liberalismo burgués, atomizando
partidos. Por eso Onganía llegaba en la última oportunidad de evitar una guerra
civil en la Argentina… Desde ya, si había habido muchas reuniones previas al
28 de junio en el país con diferentes sectores y filiaciones ideológico-
partidarias, Perón no había sido la excepción en España. Pero ese apoyo del
líder en las palabras que abrieron la entrevista se limitaba a una frase bastante
difícil de precisar políticamente, pero que claramente daba lugar a la sedición:
‘el que haga bien al país contará con nuestro apoyo’, y agregaba que, siendo
esta la última oportunidad antes de una guerra civil en la que tendrían ‘que
entrar todos’, se requería de la grandeza de Onganía para entregar el poder a
un ganador legítimo y evitar perpetuarse en el poder. No obstante, estas
expresiones no se traducían en el apoyo de sus partidarios –el que había
restado en su encuentro con emisarios de Onganía. En esa entrevista le aclaró
a Martínez que el peronismo no pactaría con nadie.
13. Como vemos, el golpe de estado no sólo era aceptado, sino que estaba tan
asumido en los diferentes actores, que comenzaban a verlo como una salida
más al gobierno de Illía, y en tanto que asumida, era preciso encontrar un
‘lugar’ político en ese golpe que se avecinaba… lo que se depositaba en un
futuro era una ganancia para algunos, algo simplemente que había que aceptar
para otros, o bien, avatares del decurso político. En ningún caso un delito.
Pero en había aún una perspectiva más, la de los propios subversivos: no ya
los altos mandos de las Tres Armas, sino lo que sería el núcleo más interno del
gobierno o el onganiato. Allende que muchos podrían suponer que ese
onganiato no era realmente colegiado, sino integrado por el propio Onganía sin
más, cual mandatario cesarista no sólo de una sociedad, sino de su propio
pertenencia militar (estilo que, tres años más tarde terminaría –con un
cordobazo por medio, desgastando por fuera su autoridad-, por minar también
su autoridad hacia el interior de las Armas, que retiraron su apoyo).
Veamos entonces cómo presentaba Onganía su gesta hacia diciembre del
mismo año del golpe de estado. Para ello, tomaremos su propio discurso a los
argentinos, donde aclara que esa revolución, adjetivada argentina, no parecía
tener plazos y sólo objetivos (9). Esto nos mostrará el choque que se genera
entre lo que Onganía quiso presentar como Revolución Argentina a la
sociedad, versión que estaba dispuesto a defender. Y sus apoyos anteriores al
golpe de estado, estarían implícitamente obligados a aceptar… pero antes de
seguir especulando, veamos cómo se dictaba lo que de la realidad debía
leerse:
El PEN dejó claro que el desgaste del gobierno de Illia, había llevado a que un
grupo de hombres cumpliese con una tarea con alto sentido patriótico y
desinterés para romper la inercia atávica. Y explicó que el cambio del 28 de
junio no fue sólo una respuesta a una conducción económica, social y política:
va más allá y dice se produjo ante la clara conciencia de que el sistema de vida
político, después de atravesar décadas de vaivenes y ajetreos, había dado
cuanto podía. Existía una Constitución que no se cumplía (…) la República
vivía más del mito que de la realidad (…) de su democracia que no aplicaba.
Desde ya, cuando Onganía menciona al “sistema político” se refiere
concretamente a la democracia contra la que había atentado. Parece que hacía
tiempo que el sistema no funcionaba y por ende, no era tan grave derrocarlo –
digamos que era hasta más honesto. Pero lo más interesante es ver la
decodificación del PEN acerca de lo que el pueblo quería, esto es la definición
de objetivos nacionales, de los que aseguró se cumplirían a costa de cualquier
esfuerzo. Y no se apelaría a tibiezas, sino a llamar las ‘cosas por su nombre’.
Es realmente difícil no ver en estas afirmaciones la clara referencia a una
versión de la realidad con decisiones únicas para las variaciones que
consideraba necesarias, lo cual es realmente coherente, ya que el gobierno en
curso asestó al poder para imponer sus objetivos –como en cualquier otra
dictadura, haya sido o no vista con condescendencia por varios sectores
civiles… la tensón aparece cuando pensamos en la Revolución Argentina como
el emergente de lo que el pueblo necesita y pretende, que por naturaleza no
puede(n) ser objetivos uniformes, ya que es está formado por una pluralidad de
grupos con cosmovisiones y aspiraciones diferentes. Esta contradictio in
14. terminii se hace evidente cuando en ese discurso afirmó que: La Revolución
Argentina había elegido un proceso para resolver la crisis y alcanzar las
condiciones que nuestro ideal de grandeza nacional exige. Por supuesto, la
elección de un proceso prefijado para objetivos interpretados no debe pasarse
por menores ante la expectativa de la deseada grandeza argentina. Si bien
este ideal era y es deseado por numerosos miembros de la sociedad, el brillo
que conlleva esa gloria, tal vez ciegue que lo que se está afirmando versa
sobre objetivos y modos únicos. Prefijados. Preponderantes. Y esos objetivos
fijados, Onganía aseguraba cumplirlos a un ritmo dado, en libertad y con
justicia. Unos valores loables, los últimos, pero serían realizables para el PEN
sólo si se cumplen aquéllos únicos objetivos, lo cual no parece el correlato de
la libertad y la justicia (ambas requieren del reconocimiento de la pluralidad de
acciones entre grupos e individuos). Por ende, esa justicia y libertad no sería
aplicable a las opiniones periodísticas y menos al humor –si este atentare
contra esos objetivos -que por cierto no son enumerados ni explicitados en
detalle. Digamos que están contenidos en una suerte de caja negra nacional,
donde la variable de ajuste será el cómo y no el qué debe hacerse (como en
cualquier dictadura, donde el pueblo es curiosamente interpretado con idéntica
coincidencia los que los encargados del gobierno opinan). En otras palabras,
es una suerte de gran cheque en blanco al que detenta el poder, algo que dista
de tener asidero en la ‘justicia’ que el presidente citaba y que, de suyo, no
omite que el que posee ese crédito, incurra en todo tipo de libertades propias o
bien, delinca. Como vemos, la gesta de la Revolución Argentina estaba llena de
vacuidades, tan graves como las que la democracia anterior tenía, acorde la
opinión de Onganía y sus pares con la anuencia de muchos civiles.
Bajo la afirmación que [la] Revolución no dudaría en cambiar el proceso
elegido por otro, si los objetivos que ha impuestos se vieran amenazados,
quedaba explicitada la laxitud de acción del gobierno central, donde la censura
de un suplemento humorístico, si osaba molestar el camino para el
cumplimiento de esos objetivos, no estaría fuera de lugar ¡Pero lo que Tía
Vicenta hacía no era complicar esa concreción por un chiste de tapa! Afirmarlo,
simplemente no tiene sentido. Una caricatura no se interpone en el camino de
hacer a la Argentina una nación gloriosa… sólo podría ofender al PEN –a costa
de un gran revuelo público si se procedía a la censura. Lo que sí podía hacer
Tía Vicenta, era mofarse de esa necesidad de ‘llamar las cosas por su nombre’,
y de los abnegados y desinteresados patriotas, presentándoles como golpistas,
que utilizaban el poder para objetivos particulares, sin autoridad a más de la
que obtenían imponiéndose, y con visos de cierta afición profunda por el poder
(una de las razones que inquietaron a los mandos de las FFAA en el ocaso de
Onganía en el poder)… Podríamos sumar la famosa anécdota acerca de la
cual el PEN asistió a la Sociedad Rural en la carroza real que usara miembros
de la casa Borbón en ocasión del Centenario… es un argumento que serviría
para reforzar nuestra postura, pero preferimos dejarlo librado a una decisión tal
vez excesiva del momento, y nada más.
Estas aseveraciones chocan severamente con lo que el Estatuto de la Morsa
presentaba: los valores altísimos que Onganía decía abrazar, las misiones para
las que él decía –con su grupo de pares- ser encomendado, y esa necesidad
que la historia aparentemente rogaba a gritos, no eran similares a las del
15. cómico estatuto: en él, un napoleónico líder se enojaría si no lo reconocían
como tal, sin contar, como corolario, que la libertad a la que apelaba en su
discurso de diciembre, no era nada similar a la censura de la propia Tía Vicenta
–que al momento de publicar el estatuto, seguramente no se imaginaba que
sería presa de lo dispuesto en su artículo 4º…
Liberen A Las Morsas
¿Ha quién va a creer usted: a mí o a sus propios ojos?
Groucho Marx.
Las causas concretas de la censura a Tía Vicenta nunca fueron explicitadas: se
mencionó la imposibilidad de la burla sistemática a la autoridad presidencial
con el pretexto de la libertad de prensa, pero no se especificó a una alegoría,
parodia (caricatura, pasaje o guión) en particular. Pero como el episodio no se
repetía en otros medios y tomó un revuelo en la opinión pública, los
funcionarios sólo aclararon funcionarios de Presidencia a Landrú, que el daño
reside en la acción sistemática disolvente, que ridiculiza al mandatario por sus
características físicas (10). Desde luego, esta aclaración reforzó el rumor
acerca de la condición de Onganía, y quedó en el foco de las razones, el chiste
de tapa que a través del dibujo del sobrenombre presidencial, destacando el
origen de ese mote. Entre los que se arrogaban conocer las razones
específicas –esto es, en los trascendidos de los empleados de la industria
gráfica acorde vagas justificaciones de funcionarios nacionales, todo hacía
suponer que lo que había realmente colmado la paciencia de Onganía, era,
efectivamente, el par de morsas en el chiste de tapa. Era así directa la
asociación con la presunción de una patología congénita, la que el PEN
ocultaba con su bigote tupido. Pero eso no era todo: además, era un
sobrenombre íntimo. De cualquier modo, esta utilización del recurso hilarante
en la mofa física, flaco favor hacía por la capacidad creativa hilarante en el
autor (y en este caso, también el director de la revista).
En esta red de supuestas ofensas ‘filtradas’ informalmente por funcionarios, el
comunicado oficial sin alusión a un hecho específico de la publicación, y la
instalación de un presunto sobrenombre ligado al físico de Onganía, también
deja lugar a que pensemos lo que queremos exponer en estas sumarias líneas:
el hecho que las morsitas de tapa, tal vez no fueron lo más peligroso de la
revista y sí un buen cordero sacrificial para lo que era realmente urticante del
suplemento dominical, y que, estableciéndolo como causal de la censura, sólo
se habría acabado por posar aún más su atención en él… algo que daba por
tierra los argumentos más concienzudos de varios actores que bregaron por el
golpe, como señalamos en el apartado anterior.
La asimetría de la respuesta de Onganía ante un gag que podría haber salido
en el última página de cualquier matutino, es realmente llamativa. Sucede que
creemos que las dos morsitas eran realmente útiles como atracciones de tapa,
pero además tapaban algo más: tal vez, la verdadera razón expuesta y que era
16. de todos lados censurable. No ya porque esta fuese vulgar, o baja en la calidad
de su humor (como parecía serlo un chiste que se valía de características
físicas), sino solo porque agregaba una pizca de ironía a un juicio de lo que era
realmente la Revolución Argentina, pero que ninguno de sus mentores se
atrevería a afirmar y contradecir sus propios pronósticos públicos (y sus propios
intereses personales –tal vez no del todo explicitados en algunos casos). Nos
referimos en concreto a lo que se presentó como el Estatuto de la Morsa (cfr.
anexo final, transcripto en su totalidad). Si bien era presentado con alusiones
pinnípedas, importaba de ese título lo sustantivo: su categoría de estatuto.
Reglamento ingenioso que sí valía la pena ser tapado por morsas grandotas y
bigotudas en tapa. Es realmente más fácil y efectivo, censurar una revista por
una ofensa rápida y atrevida a la persona que ostenta la primera magistratura,
que hacerlo por un estatuto que daba por tierra el gran aparataje mediático y
civil para llevar al poder a Onganía y compañía –no olvidemos que, al hacerlo,
exponía al riesgo que los lectores se interesasen especialmente por ese pasaje
del suplemento, y se acabe por difundir un análisis hilarante pero cáustico de la
situación.
A riesgo de ser reiterativos, vale aclarar antes de proseguir, que es claro que el
argumento que comentamos como ‘esperable’ la censura a causa de la mofa
por un chiste que es presentado e interpretado por el PEN como ofensivo a su
condición física como un justificativo de la censura –hasta ahora, la vulgaridad
o la facilidad para encontrar lo risible a costa del mofado, no es algo perimido,
aunque refleja el mismo desagrado para muchos de los que son destinatarios
de ese gag. Simplemente quisimos mencionar que, en el marco de un gobierno
dictatorial, existe –siendo por supuesto lamentable- una suerte de acuerdo
implícito en el grueso de la opinión pública que hace ‘esperable’ la intolerancia
con el humor político –y más aún, si se exalta lo que de personal tiene.
Repetimos que eso no justifica la veda, pero la creencia común le da triste
asidero, y es reforzada por un motivo físico personal en la raíz de la broma.
Volviendo al estatuto que traía el contenido del suplemento, algo que
explicitaba, era la falacia que había sido minuciosamente expuesta por los
mentores de la gesta de las tres armas: podríamos sintetizarla en la necesidad
histórica, que obligaba a usurpar el poder bajo el argumento de la debilidad
ejecutiva de Illia, la necesidad de volver a una Argentina pujante como antaño,
un gobierno fuerte para refrenar las pujas sectoriales que consumían el valor
del dinero y sofocar los primerísimos movimientos de acción violenta que ya
aparecían en los aledaños –y que se esperaba proliferasen en el futuro. Parece
que de todo esto –y algunas cosas más, alimentaban esa necesidad histórica
del onganiato al poder. Pero el Estatuto de la Morsa no acusaba recibo alguno
de estos grandes problemas y la necesidad de legitimar acciones ilegales
primando la importancia de las que eran expresiones de deseos por parte de
varios sectores y que no dudaron en entregar a las tres armas el crédito para
llevarlos a cabo. En el estatuto citado, presentaba a los sucesos de junio de
1966 como los de un golpe militar más, tan ilegal como lo habían sido los
cuatro pasados. Era un golpe de frente a todo lo que no sólo los líderes de la
autodenominada Revolución Argentina habían asegurado acerca de la realidad
que los circundaba. Y así atentaba contra la gesta de no sólo Primera Plana y
Confirmado, sino todos y cada uno de los actores que habían internalizado la
17. ‘necesidad’ supuesta de esta revolución telúrica como una de las últimas
‘oportunidades históricas’ del país ¿quién se atrevería a llamar al encargado(s)
de la gesta necesaria –los que con hidalguía se arrogaban realizar ese ‘trabajo
sucio’- como un golpe de estado con un bonapartista hecho y derecho a la
cabeza? Sólo la tía insolente, podía hacerlo…. Y lo hizo.
Allende los juicios que podamos hacer de ese chiste vis à vis el rumor
instalado, creemos que la revista dominical contenía un apartado mucho más
sensible para el gobierno, y por ende, pasible de caer en las garras de su
censura. No ya por supuestamente entrometerse en el físico del PEN, sino por
sacar a la luz que, lo que se había disfrazado de necesidad histórica, se
parecía más a un simple y repetido deseo de tomar el poder en un golpe de
estado, para la consecución de los intereses de los que triunfaran. En el
Estatuto de la Morsa, la revista e mofaba de lo que la usurpación de junio del
’66 tenía: planeado o no, disfrazado de necesidad histórica para legitimarlo, era
tan ilegal como cualquier golpe de estado, y sus mentores y conductores tan
subversivos como cualquier despojador al poder legal. De ello podemos
recuperar la ventaja que tuvo colocar en el centro de la motivación para
censurar una tapa con una caricatura presentándola como irrespetuosa; ya que
la atención se detendría en las morsitas y no en ese corrosivo Estatuto.
¿Y qué fue lo que podía ser tan venenoso en ese estatuto? Pues, las verdades
que contenía. Lo que los conspiradores defendían como necesidad, el estatuto
lo presentaba como el gobierno del tótem morsa, que estaría dispuesto a
armarse ante quién no lo reconociere como tal. Un gobierno donde la libertad a
la que apelara en su discurso del 30 de diciembre de 1966, era en realidad la
imposibilidad de diferir de cualquier medio con la persona misma del PEN;
como que cualquier institución que hiciese el menor llamado de atención,
debería someterse al silenciamiento de aquél, y que los partidos –vistos no sólo
como instituciones espurias disolventes del orden social, además eran, para el
presidente, también pecadores. Sin mencionar que ese patriotismo que se
arrogaba a todos los miembros de la Revolución Argentina, sacrificando su
interés particular en pos de la sociedad argentina, el estatuto lo refiere como el
gobierno personalista de Onganía, donde las disposiciones acerca de la patria
serían las que su propia consideración e interés dictaren.
En concreto, para censurar Tía Vicenta, había que leer mucho más que la tapa.
Y no detenerse en unas morsitas que sólo adornaban una revista que tenía
algo realmente peligroso: ver cómo la supuesta gesta patriótica no era lo que
Confirmado y Primera Plana presentaban. El Estatuto de la Morsa parodiaba
aquello que -por más que el poder dictara otra versión de la realidad o desviara
la atención a un par de morsas graciosas-, un grupo de humoristas pudo leer
en los sucesos y sus preliminares: un asesto al poder legal –que lejos estaba
de ser necesario, y menos aún, históricamente. Ellos ya habían visto y así
parodiado que ese ejercicio de la libertad y la justicia del que Onganía haría
gala en su discurso de fines de 1966, en la realidad se traduciría en decisiones
a merced del criterio personal y de su disposición. El verdadero sacrilegio de
Tía Vicenta se encontraba en decir la verdad, diferente de la que se había
construído por un par de años, señalando la insidiosa elección de presentar al
18. ilegítimo como tal, riéndose de su manipulación preparada y ejercida por varios
para que Oganía impere, sin olvidar a los que lo llevaron a ese lugar.
Presentaba lo contrario a esa revolución, que se engalanaba con ser por
primera vez argentina. Cuando en realidad era político-sectorial (e ¡incluso
partidaria! –muchos de esos sectores tenían fuertes filiaciones de este tipo)
ante los ojos de las tres fuerzas.
Pues entonces ¿Estamos aquí afirmando con soltura que, la censura de Tía
Vicenta está motivada en el Estatuto de la Morsa, y que la versión
sobreentendida acerca de las ofensivas morsitas de tapa es una mentira? No,
en lo absoluto. No lo hacemos porque no podemos. Y la imposibilidad se
deduce de no contar con las fuentes históricas como para confirmarlo. Pero sí
sabemos que el sacrificio de la revista por culpa del chiste de tapa, es también
un presupuesto de los trascendidos de esos tiempos, y así ha sido reproducido
por muchas fuentes –muy bien documentadas, por cierto- acerca del tema. Es
entonces cuando no dudamos en afirmar que, los argumentos para señalar la
tapa son tan fuertes como nuestra afirmación acerca de que no sólo en tapa
había afirmaciones censurables para los intereses que sostenían la Revolución
Argentina, y que, curiosamente, los que se encontraban en su interior eran
realmente fuertes en contra de ella. Por que desmitificaban de las intenciones
que varios actores tuvieron para ver en ella una verdadera revolución nacional
y la reducían a lo que realmente fue: una usurpación al poder, imbuida por
diferentes intereses particulares –fuesen estos políticos, empresarios o incluso
ideológico-religiosos. En concreto, queremos destacar que, al aceptar la
creencia de la censura por causa de la tapa, no se atendió un elemento
realmente importante en contra del golpe de estado –que además, es
curiosamente incluido por Landrú en la autobiografía que aquí utilizamos, junto
con los sucesos inmediatos a la censura y la famosa tapa de las morsas
bigotudas. No sería tan exótico suponer que algún funcionario leyó ese estatuto
urticante, y decidió encontrar una razón más legítima para una censura –como
ver indignante el uso de una condición física para hacer humor a costa del
PEN, dando lugar a ese rumor que Landrú mismo afirma constarle que no era
cierto. Por supuesto, en este caso, la negatividad recae en mayor medida en el
suplemento que hace humor ‘fácil’ y ofensivo en un gobierno que, bajo las
banderas del ‘orden’ no dudaría en cuidar las buenas formas acerca del Primer
Mandatario y era ‘esperable’ (aunque no justificable) que apelara a una medida
drástica, habiendo llegado al poder por causa de las supuestas dilaciones en
que incurría su predecesor. Por todo esto, realmente deseamos que al ser
recuperadas las razones de la censura a Tía Vicenta, no nos conformemos sólo
con lo que la tapa parodiaba, sino también con lo que el interior cáustico,
afirmaba en clave cómica, pero que encontraba asidero en la realidad –que
muchos sectores y actores más allá de Confirmado y Primera Plana habían
declarado del escenario nacional.
… Dicen que no existe nada más terrible que decirle a alguien que se siente
loco(a), tonto(a), feo(a) o ilegítimo(a) que efectivamente lo es. La verdad
asumida en el fuero interno por lo general se previene celosamente de
19. desbordarse. Por eso será que no hay nada peor que cuando se cuela por los
poros de esa coraza que debería sostenerla...
Anexo final
El “Estatuto de la Morsa” es parte del contenido de la fatídica edición
encabezada por las dos morsas parlanchinas. Además, contenía el “Diccionario
de la Morsa”, glosario formado por palabras ambiguas y con cambios
ortográficos para lograr un efecto hilarante. Veamos su contenido:
“Estatuto De La Morsa:
Art. 1º.- Queda establecido en todo el territorio de la República el Día de la
Morsa que se celebrará el día 29 de junio de cada año, con la participación de
los efectivos militares, navales y aeronáuticos de la Nación. En el supuesto de
que se careciere de efectivos suficientes o se encontraren éstos entregados a
funciones específicas, podrá hacerse uso de cheques.
Art. 2º.- La Morsa es el tótem de los argentinos, y los países que por cualquier
motivo inconfesable, se negaren a reconocerlo como tal o se hicieren los
chanchos rengos serán objeto de nuestras represalias bélicas y/o financieras.
Art. 3º.- La Morsa inviste las funciones de Jefe del Estado argentino y
comandante en jefe (pero de veras) de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire.
Art. 4º.- Toda publicación diaria, semanal, mensual, trimestral, anual o
quinquenal que osare poner en duda la legitimidad de sus atribuciones
gubernativas o la límpida trayectoria de su quehacer ciudadano será
inmediatamente sometida a proceso, encomendándose la denuncia al famoso
jurista Doctor Carlos Aleonada Aramburu, especializado en la materia.
Art. 5º.- Los tres poderes obsoletos que hasta ahora venían acarreando la
ruina del país con los nombre de Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder
Judicial recibirán hoy en adelante los nombres de On, Ga y Nía.
Art. 6º.- Ninguna acta de toma de posesión de cargo alguno en la órbita de la
Administración Nacional tendrá validez sin la firma de Monseñor Schettini. De
la omisión de la misma será criminalmente responsable el escribano mayor de
Gobierno, Dr. Yinyo Garrido, coleccionista de lapiceras presidenciales.
Art. 7º.- A partir de la fecha de la promulgación del presente Estatuto la dama
que representaba a la República será reemplazada por la figura de una Morsa
con banda, faja y bastón.
20. Art. 8º.- Queda terminantemente prohibido escribir en adelante la palabra
Morsa con “m” minúscula, oficiándose en tal sentido al Consejo Nacional de
Educación, a la Sociedad Argentina de Escritores y a otras instituciones
similares encargadas de velar por la pureza del idioma y el respeto debido a
las autoridades.
Art. 9º.- Con asistencia de la Morsa, todos los domingos y fiestas de guardar se
realizará en la Plaza de Mayo un emotivo desfile de ex dirigentes de partidos
políticos a los acordes de la conocida marcha “Yo, pecador” retirándose luego
los mismos a sus domicilios con la satisfacción del deber cumplido.
Art. 10º.- Cualquier diferendo que se promoviere entre gendarmes nacionales y
carabineros chilenos sobre los derechos patagónicos inherentes a la Morsa
argentina será drásticamente resuelto en la Casa Rosada, sin perjuicio de que
el gobierno trasandino ordene el acostumbrado remojón del busto de
Sarmiento en las aguas del Mapocho. Finiquitado el incidente con el aplastante
triunfo de nuestras armas, el Excmo. Señor Presidente de la Nación dirigirá un
mensaje al pueblo explicando los hechos ocurridos.
Art. 11º.- Queda totalmente abolida toda suerte de votos, incluidos “Voto a
bríos”, “Voto a Chápiro verde”, “Voto por la negativa”, “Votos sí, botas no” y
“Hago votos por su salud”.
Art. 12º.- Cualquier institución que, por una u otra causa, proporcionare a la
Morsa el más mínimo dolor de cabeza será inmediatamente dada de baja y
suprimida de los textos escolares de lectura.
Art. 13º.- Los comandantes en jefe de las tres armas, constituidos en Comisión
Depuradora de la Carta Magna, procederán a revisar la misma, proponiendo,
dentro de los treinta días, al jefe de Estado la supresión de aquellas
disposiciones que atentaren contra la moral y las buenas costumbres.
Art. 14º.- A contar del día de la fecha, la Plaza Constitución tomará el nombre
de Plaza Estatuto.
Art. 15º.- De forma.”
“Diccionario de la morsa:
Almorso: Almuerzo en la Casa Rosada.
Morsilla: Alimento presidencial.
El Gran Morso: Juan Carlos Bonaparte.
Morse: Alfabeto para telégrafo inventado por Onganía.
Morsarella: Queso revolucionario.
21. Morsalini: Jugador de fútbol favorito del gobierno.
Los Idus de Morsa: Illia, Perette y Cía.
Morsela: Vino que se fabrica en Campo de Mayo.
Morsadela: Fiambre que se come en los acuerdos de gabinete.
Morsacicleta: Vehículo presidencial.
Morza-soprano: Voz de mujer, entre soprano y morsa”.
Notas
(1) La elección también tuvo sus curiosidades: quince años después de firmar
como tal, se enteró que el galo fue guillotinado por sus crímenes el mismo día
de su nacimiento –el 19/I/1923–. Incluso, ese día, el santoral católico era San
Canuto –nombre que Colombres padre quería para su hijo, luego de Hipólito.
Pero su madre prevaleció con “Juan Carlos”, y acabó por convertirlo en tocayo
de Onganía.
(2) Entrevista a Juan Carlos Colombres por Ana Da Costa en noviembre de
1999. Disponible en: www.bibnal.edu.ar/salavirtual/Entrevistas/landru.htm
[Consultada el 30/XII/2008].
(3) Colombres, Juan Carlos: Landru por Landrú, apuntes para una
autobiografía, Buenos Aires, El Ateneo Editorial, 1993.
(4) Cuando se designa a Alzogaray Ministro de Economía, Landrú asistió a la
conferencia en que aquél aseguraba que en la Argentina, era preciso comer
menos carne de vaca y más de chancho. Eso lo llevó a bautizarlo “el
chanchito”. Luego se refirió así al ingeniero, pero en tono peyorativo –lo que no
fue la idea originaria de Landrú al bautizarle.
(5) Ulanovsky, Carlos: Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios,
revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa, 1997.
(6) Ibídem.
(7) Potash, Robert: El Ejército y la Política en la Argentina. De la caída de
Frondizi a la restauración peronista. Primera Parte 1962-1966. Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1994.)
22. (8) Entrevistas a Juan Domingo Perón en Primera Plana (1966). Fuente:
www.elhistoriador.com.ar (ISSN 1851-5843). Disponible en:
www.elhistoriador.com.ar/entrevistas/p/peron_primera_plana.php
[Consultado el 10/VIII/2009]
(9) De Privitellio, Luciano y Luis Alberto Romero (comps.): Grandes Discursos
de la Historia Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2000.)
(10) Colombres, Juan Carlos: op. cit.
Bibliografía
Avellaneda, Andrés: Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983.
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986.
Colombres, Juan Carlos: Landru por Landrú, apuntes para una autobiografía,
Buenos Aires, El Ateneo Editorial, 1993
Dell’Acqua, A.: La caricatura política. Buenos Aires, Eudeba, 1959.
De Privitellio, Luciano y Luis Alberto Romero (comps.): Grandes Discursos de
la Historia Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2000.
Matallana, Andrea: Humor y política. Un estudio comparativo de tres
publicaciones de humor político. Eudeba. Buenos Aires, 1999.
Rivera, Jorge: “Historia del humor gráfico argentino” en Ford, A.; Rivera J., E.
Romano: Medios de Comunicación y Cultura Popular. Legasa. Buenos Aires,
1985.
Ulanovsky, Carlos: Paren las rotativas. Historia de los grandes diarios, revistas
y periodistas argentinos. Buenos Aires. Espasa, 1997.
Vázquez Lucio, Oscar: Historia del humor gráfico y escrito en la Argentina.
Tomo 2- 1940-1985. Eudeba. Buenos Aires, 1985.
Resumen. En este ensayo narraremos detalladamente la censura decretada
por el gobierno de facto autodenominado Revolución Argentina, al suplemento
semanal Tía Vicenta. Por un lado, recorreremos una minuciosa dedicación en
23. los detalles de la veda (incluyendo el derrotero de quienes estuvieron
relacionados con la publicación). Por otro lado, expondremos aquello que
creemos determinante para la prohibición. Allí llegaremos luego de narrar los
comienzos de la revista, su auge y la solución de compromiso conocida como
María Belén –emergente devaluado y desnaturalizado de la veda a la primera
revista de humor político argentina. Por lo enumerado, destacamos que nuestro
objetivo principal es exponer con amplitud aquellos contenidos que, junto a las
razones que sostenemos detonantes para la censura. Esto tiene por objeto
desplazar la creencia convencional que la veda de Tía Vicenta fue sólo
consecuencia del revelar un indiscreto sobrenombre presidencial en una
caricatura. Creemos que hubo un poco más que eso.
Palabras clave: Censura, Revolución Argentina, Humor Gráfico, Tía Vicenta.