Durante la transición a la democracia en España, el nacionalismo vasco aceptó la bandera y los símbolos del nuevo estado español, aunque con temor a represalias. En Cataluña no hubo problemas similares ni violencia terrorista como en el País Vasco. Años después, tanto el nacionalismo vasco como el catalán intentan construir sus propias naciones de forma separada, promoviendo su propia lengua e identidad a veces de forma beligerante y discriminatoria hacia otras culturas de España.
1. María José Gómez Cuesta
HISTORIA DE ESPAÑA
La historia en positivo
Durante los años de la transición, la sociedad no nacionalista hizo un esfuerzo de
conciliación extraordinario y aceptó con generosidad la bandera del PNV, sus rituales
públicos y su escapulario simbólico. Habló a media voz y siempre a media voz, desahogando
en privado sus diferencias con el nacionalismo por temor a habitar una lista de futuros
muertos; compró la convivencia a duro precio. Fueron muchos los que vivieron aquellos
tiempos, y viven hoy, con un miedo hobbesiano, cobijados en la liturgia del silencio, como
enterrados vivos, enterrados hasta el cuello, esperando día tras día las últimas paletadas de los
sepultureros etarras.
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muero jóvenes,
por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.
JON JUARISTI, Spoon river,Euskadi
En Cataluña, sin embargo, no hubo problema. La vieja cabeza conflictiva de España
emergía por fin, tras un siglo de barricadas y estallidos sociales, como una religión estable y
equilibrada, dominada por los valores de la moderación y la tolerancia. Recuperada la
libertad, los revólveres y las viejas quimeras revolucionarias permanecían mudos en las calles
de Barcelona. Y es que la democracia conquistada a partir de 1975 no hubiera resistido una
Cataluña con el cáncer terrorista del País Vasco y su desafío permanente al Estado. La mesura
y el instinto posibilista guiaron durante la transición los pasos del nacionalismo catalán, cuya
colaboración a la estabilidad de España quedó reflejada desde la primera hora en la tarea del
diseño del nuevo Estado definido por la Constitución.
España infrecuente.
Bastaron unos pocos años para que el franquismo, como cultura autoritaria,
amarilleara en su soledad definitiva. A medida que el nacionalismo español dejaba de ser el
eje del sistema político y desaparecía, los nacionalismos vasco y catalán
intentaban construir, cada uno a su estilo, sus naciones, levantando la frontera
de un ellos y un nosotros con una idea tan beligerante de lo autóctono que en
cuanto pueden practican la misma discriminación que dicen sufrir. Dan
por hecho que su proyecto político, incluida la lengua, es un derecho
irrenunciable y los de los demás una imposición abusiva. De
espaldas a la realidad histórica, muchos nacionalistas consideran
el español un idioma impuesto, olvidándose de que las elites catalanas de
la Corona de Aragón lo utilizaban aun antes del matrimonio de los Reyes Católicos, que se
habló antes en Vitoria que en Madrid y que desde el siglo XVIII es la lengua del Estado y la
educación. Su mensaje aparece diáfano; hay una lengua inocente y otra culpable, una que fue
Elementos básicos de la informática
2. María José Gómez Cuesta
oprimida y otra opresora, rivalidad radical que deja exigua esperanza al bilingüismo
impulsado por la ley.
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