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Casa Templaría, 21 de noviembre de 2011

El pizzero y el miedo
       Había un pueblo muy pequeñito llamado Benalúa de Guadix, vivía una
familia muy simpática y sobre todo muy unida, ese domingo
decidieron de ir al cine, fueron a ver una peli con sus hijos,
pasaron momentos felices y muy contentos, al llegar a su casa de
regreso, los niños le dijeron a su mami: “mami, mami queremos
cenar pizza” La madre pensó, ahora ya es muy tarde, voy a
telefonear y que nos traigan unas pizzas y al mismo tiempo la
madre descansaría y pasaría más tiempo con ellos, así que se
sentaron, después de haber llamado y encargado sus pizzas y
esperaron a que llegara el repartidor.

                                            Empezaron a hablar, sacaron los juegos de
                                     mesa y siguieron conversando, jugando, pasó una
                                     hora, dos horas, no llegaba el repartidor, entonces,
                                     decidieron hacer bocadillos e irse a la cama. Al día
                                     siguiente había escuela, pero antes la madre llamó
                                     a la pizzería y les dijo: “después de dos horas del
                                     pedido y no haber sido entregado, que no la
trajeran”. El amo de la pizzería se quedó sorprendido pues el chico no había vuelto,
que raro, nunca se había ido de su casa, de su establecimiento o su empresa con el
dinero de la pizza o propinas. Preguntó a sus compañeros y dijeron: “no, no ha
vuelto”. El repartidor fue a llevar las pizzas, como tenía de costumbre, a sus clientes.
Esa familia había construido un chalet a las afueras del pueblo, era una propiedad
muy grande y aún no habían instalado la electricidad en la carretera y aún menos
cerca de la villa. Dejó su moto en el portal
y anduvo unos 50 mts. En el camino, el
repartidor, de pronto sintió que alguien le
sujetaba su chaqueta muy fuerte, al sentir
un estirón, tuvo miedo y dijo: “¿qué
queréis, qué buscáis? --al mismo tiempo
quiso librarse de quien lo sujetaban con
fuerza y tiró. Al tirar se le clavó detrás un
fusil y dijo- “por el amor de Dios, no me
matéis, os daré el dinero, todas las propinas, si queréis también la moto de la
empresa, os lo daré todo, todo, pero no me matéis, tengo dos hijos que me esperan y
mi casa, mi mujer, y mis padres” tuvo tanto miedo que se quedo paralizado y no se
movió.
Les fue diciendo: “he sido honrado, honesto,
                               he trabajado toda mi vida y tengo muchos proyectos
                               para el avenir, quiero que mis hijos estudien, que
                               sean buenos, generosos y sobre todo trabajadores,
                               que respeten a los demás, como yo siempre he
                               hecho, tomarlo, coger de mis bolsillos el dinero que
                               llevo de todas las pizzas que he repartido”. Como
                               respuesta tenía el silencio y pensó- “esperaran algo
más, quizás que llevo una cadena, o joyas, pero yo sé muy bien que las joyas nunca
me han gustado, continúe a pensar ¿qué querrán de mi? ¿Quizás quieren que sufra?

     Y me quedé quieto, en mi cabeza pasó todo, mi vida, mis ilusiones, mis proyectos
y sobre todo el miedo. Pasé tanto susto que me puse de rodillas y pedí ayuda, de
miedo”.

        El jefe de su empresa, a las 6 de la mañana fue a su establecimiento y llamó a
su mujer y le dijo “¿ha regresado tu marido? y le contestó: “no, pensaba que estaba
trabajando, pues no ha llegado aquí”. Ahí sí que tuvieron miedo y fueron a buscarlo.
Cuando llegaron, se encontraron al repartidor de pizzas medio llorando, medio
dormido, medio cansado y sobre todo rendido de miedo y le dijeron: “¿pero qué haces
ahí? ¿te has caído?” “No, que no veis que me han sujetado en la espalda y que tienen
una pistola detrás de mi cuello” -entonces ellos lo miraron y le dijeron: “gírate, y al
girarse vio que estaban en obras y que había sido uno de los alambres con los pinchos
y las zarzas que se habían enganchado en su chaqueta. Se había enganchado tan
fuerte que no lo dejaban mover y escaparse, estaba atado ese alambre a una rama de
un arbusto, clavándose en su cuello. Por la noche el repartidor, dejo que el miedo se
apoderara de él y con ello no vio, ni quiso comprender que si no le contestaba nadie
es que no había que temer, si no le habían hecho daño, es que no había nadie y
solamente su propio miedo lo cegó una vez más, perdió la vista, una vez más se dejó
llevar, como hacemos los humanos, por el miedo que tenemos.

       Lo miró y efectivamente, solamente necesitó tirar un poquito más fuerte para
quedar libre de los pinchos y las zarzas. Sus amigos le ayudaron y la rama volvió de
nuevo a su árbol, se echó a reír de nervios, de rabia, de coraje y sobre todo de
vergüenza, ahora que ya había pasado todo                                         el
miedo tenía vergüenza, él que era un bocazas
con sus amigos, cuando se tomaba su
cerveza, él que siempre se las daba de gallito
con sus cuñados y amigos, siendo el más
fanfarrón, él que perdía la voz y se quedaba
afónico cuando iba a un partido de futbol, él
que siempre le decía a su esposa cuando leía
un libro, cuando leía una novela romántica,                                        o
iba al cine: “bah, bobadas, cosas de mujeres”; tan valiente y tan grande que se
consideraba y con una simple zarza o alambre había caído más bajo que el suelo.
¿Qué comprendió ese repartidor de pizzas? Que de nada sirve exhibirse a los otros,
para que te vean o crean que eres más grande o poderoso sino mostrar que ayudas,
amas y que eres el más noble y sencillo, así que desde entonces el repartidor de pizzas
cambio.

       Los domingos ya no trabajo más, se los dedicó a su familia, a sus hijos, los
                      llevó a hacer deportes, les dio confianza, a tener fuerza en
                      ellos, a ser fuertes de dentro y no de fuera. A su esposa cada
                      domingo le hacía un regalo, no gastaba dinero, simplemente
                      gestos y pruebas, nunca más se rio de ella, al contrario, la
                      acompañaba donde ella quería ir, con sus amigos era él
                      quien invitaba y siempre en admiración hacia los otros.

                                 Otra gran lección, antes de hacerte una montaña de
                         un granito de arena tiene que estar muy claro en ti que el
miedo está dentro de nosotros, es nuestra alarma para protegernos, pero también está
la imaginación y es la que hay que tener en control. La imaginación es para el bien o
para el menos bien, nos puede ayudar a una gran alegría o al contrario, a
paralizarnos como le pasó al pizzero. Controlar el miedo y por mucho pánico que
tengáis si no es la hora nada os pasará, nada os pasará.
¿Recordáis el elefante? ¿Por qué le entró el pánico?
Porque no podía ver claro en él, y cuando se tranquilizó
todo se arregló, así es nuestra vida, sin saber el resultado
de una enfermedad, nos hacemos una montaña,
esperemos, vamos a dar una “chance” demos una
oportunidad antes de ver el negro y el lado negativo,
vamos a pensar que salimos de ese bache, que estamos
saliendo del túnel y que la Luz ya la vimos hace tanto
tiempo.

      Tenéis que trabajar cada día el miedo, sabéis que vive dentro de nosotros y
tomará el tamaño que vosotros le deis.

       Ánimo que sois muy valientes y no os podéis imaginaros la fuerza que tenéis y
lo que podéis resistir, es sin medida, así que luchar mucho.

                                     Con todo mi amor

                                        La Jardinera

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  • 1. Casa Templaría, 21 de noviembre de 2011 El pizzero y el miedo Había un pueblo muy pequeñito llamado Benalúa de Guadix, vivía una familia muy simpática y sobre todo muy unida, ese domingo decidieron de ir al cine, fueron a ver una peli con sus hijos, pasaron momentos felices y muy contentos, al llegar a su casa de regreso, los niños le dijeron a su mami: “mami, mami queremos cenar pizza” La madre pensó, ahora ya es muy tarde, voy a telefonear y que nos traigan unas pizzas y al mismo tiempo la madre descansaría y pasaría más tiempo con ellos, así que se sentaron, después de haber llamado y encargado sus pizzas y esperaron a que llegara el repartidor. Empezaron a hablar, sacaron los juegos de mesa y siguieron conversando, jugando, pasó una hora, dos horas, no llegaba el repartidor, entonces, decidieron hacer bocadillos e irse a la cama. Al día siguiente había escuela, pero antes la madre llamó a la pizzería y les dijo: “después de dos horas del pedido y no haber sido entregado, que no la trajeran”. El amo de la pizzería se quedó sorprendido pues el chico no había vuelto, que raro, nunca se había ido de su casa, de su establecimiento o su empresa con el dinero de la pizza o propinas. Preguntó a sus compañeros y dijeron: “no, no ha vuelto”. El repartidor fue a llevar las pizzas, como tenía de costumbre, a sus clientes. Esa familia había construido un chalet a las afueras del pueblo, era una propiedad muy grande y aún no habían instalado la electricidad en la carretera y aún menos cerca de la villa. Dejó su moto en el portal y anduvo unos 50 mts. En el camino, el repartidor, de pronto sintió que alguien le sujetaba su chaqueta muy fuerte, al sentir un estirón, tuvo miedo y dijo: “¿qué queréis, qué buscáis? --al mismo tiempo quiso librarse de quien lo sujetaban con fuerza y tiró. Al tirar se le clavó detrás un fusil y dijo- “por el amor de Dios, no me matéis, os daré el dinero, todas las propinas, si queréis también la moto de la empresa, os lo daré todo, todo, pero no me matéis, tengo dos hijos que me esperan y mi casa, mi mujer, y mis padres” tuvo tanto miedo que se quedo paralizado y no se movió.
  • 2. Les fue diciendo: “he sido honrado, honesto, he trabajado toda mi vida y tengo muchos proyectos para el avenir, quiero que mis hijos estudien, que sean buenos, generosos y sobre todo trabajadores, que respeten a los demás, como yo siempre he hecho, tomarlo, coger de mis bolsillos el dinero que llevo de todas las pizzas que he repartido”. Como respuesta tenía el silencio y pensó- “esperaran algo más, quizás que llevo una cadena, o joyas, pero yo sé muy bien que las joyas nunca me han gustado, continúe a pensar ¿qué querrán de mi? ¿Quizás quieren que sufra? Y me quedé quieto, en mi cabeza pasó todo, mi vida, mis ilusiones, mis proyectos y sobre todo el miedo. Pasé tanto susto que me puse de rodillas y pedí ayuda, de miedo”. El jefe de su empresa, a las 6 de la mañana fue a su establecimiento y llamó a su mujer y le dijo “¿ha regresado tu marido? y le contestó: “no, pensaba que estaba trabajando, pues no ha llegado aquí”. Ahí sí que tuvieron miedo y fueron a buscarlo. Cuando llegaron, se encontraron al repartidor de pizzas medio llorando, medio dormido, medio cansado y sobre todo rendido de miedo y le dijeron: “¿pero qué haces ahí? ¿te has caído?” “No, que no veis que me han sujetado en la espalda y que tienen una pistola detrás de mi cuello” -entonces ellos lo miraron y le dijeron: “gírate, y al girarse vio que estaban en obras y que había sido uno de los alambres con los pinchos y las zarzas que se habían enganchado en su chaqueta. Se había enganchado tan fuerte que no lo dejaban mover y escaparse, estaba atado ese alambre a una rama de un arbusto, clavándose en su cuello. Por la noche el repartidor, dejo que el miedo se apoderara de él y con ello no vio, ni quiso comprender que si no le contestaba nadie es que no había que temer, si no le habían hecho daño, es que no había nadie y solamente su propio miedo lo cegó una vez más, perdió la vista, una vez más se dejó llevar, como hacemos los humanos, por el miedo que tenemos. Lo miró y efectivamente, solamente necesitó tirar un poquito más fuerte para quedar libre de los pinchos y las zarzas. Sus amigos le ayudaron y la rama volvió de nuevo a su árbol, se echó a reír de nervios, de rabia, de coraje y sobre todo de vergüenza, ahora que ya había pasado todo el miedo tenía vergüenza, él que era un bocazas con sus amigos, cuando se tomaba su cerveza, él que siempre se las daba de gallito con sus cuñados y amigos, siendo el más fanfarrón, él que perdía la voz y se quedaba afónico cuando iba a un partido de futbol, él que siempre le decía a su esposa cuando leía un libro, cuando leía una novela romántica, o iba al cine: “bah, bobadas, cosas de mujeres”; tan valiente y tan grande que se consideraba y con una simple zarza o alambre había caído más bajo que el suelo.
  • 3. ¿Qué comprendió ese repartidor de pizzas? Que de nada sirve exhibirse a los otros, para que te vean o crean que eres más grande o poderoso sino mostrar que ayudas, amas y que eres el más noble y sencillo, así que desde entonces el repartidor de pizzas cambio. Los domingos ya no trabajo más, se los dedicó a su familia, a sus hijos, los llevó a hacer deportes, les dio confianza, a tener fuerza en ellos, a ser fuertes de dentro y no de fuera. A su esposa cada domingo le hacía un regalo, no gastaba dinero, simplemente gestos y pruebas, nunca más se rio de ella, al contrario, la acompañaba donde ella quería ir, con sus amigos era él quien invitaba y siempre en admiración hacia los otros. Otra gran lección, antes de hacerte una montaña de un granito de arena tiene que estar muy claro en ti que el miedo está dentro de nosotros, es nuestra alarma para protegernos, pero también está la imaginación y es la que hay que tener en control. La imaginación es para el bien o para el menos bien, nos puede ayudar a una gran alegría o al contrario, a paralizarnos como le pasó al pizzero. Controlar el miedo y por mucho pánico que tengáis si no es la hora nada os pasará, nada os pasará. ¿Recordáis el elefante? ¿Por qué le entró el pánico? Porque no podía ver claro en él, y cuando se tranquilizó todo se arregló, así es nuestra vida, sin saber el resultado de una enfermedad, nos hacemos una montaña, esperemos, vamos a dar una “chance” demos una oportunidad antes de ver el negro y el lado negativo, vamos a pensar que salimos de ese bache, que estamos saliendo del túnel y que la Luz ya la vimos hace tanto tiempo. Tenéis que trabajar cada día el miedo, sabéis que vive dentro de nosotros y tomará el tamaño que vosotros le deis. Ánimo que sois muy valientes y no os podéis imaginaros la fuerza que tenéis y lo que podéis resistir, es sin medida, así que luchar mucho. Con todo mi amor La Jardinera