San Justino de Jacobis El Pastor en las Ardientes Llanuras del Desierto
1. DE UN ARTÍCULO DE
MARLIO NASAYÓ LIÉVANO, CM
PROVINCIA DE COLOMBIA
2. San Justino de Jacobis es un modelo
excepcional de santidad y de vida
misionera, una luz para nosotros, sus
hermanos de Comunidad, un adalid para la
Iglesia misionera y un paradigma para
quienes son hoy y serán mañana pastores,
en especial en el campo episcopal.
Su personalidad y santidad son de una
copiosa riqueza, que nos dan luces para
muchas páginas de lectura, reflexión y
oración. Esbozo estas pocas líneas que nos
llevarán a profundizar estos aspectos, y a
seguir escavando la rica mina de su vida.
4. Sí, nuestro santo fue un hombre muy
humano, impresionaba su ternura, sus
homilías estaban llenas de compasión, en
las páginas de su diario hace referencia a
su madre que desde el cielo lo
acompañaba, como cuando pasó la
Navidad de 1839 casi solo. Narra su dolor
al quedarse solo en su misión de Adwa, ya
que sus cohermanos partían a otros
centros misioneros.
5. Nuestro santo no fue un misántropo, era
amigo ante todo de sus hermanos de
Comunidad, de sus fieles católicos por su
cercanía, e iba más allá, hasta el corazón
de los ortodoxos y protestantes. Y qué
especial, que a su tumba hoy siguen
llegando unos y otros, después de su
peregrinar terreno. Porque fue tan
humano, por eso llegó a ser muy del
corazón de Dios y de los pobres.
7. La vida de este apóstol al interior de la
Compañía no fue un jardín de rosas:
cuánto lo hicieron sufrir sus hermanos de
misión, como el Padre Sapeto, que era más
aventurero que misionero; Monseñor
Montuori su obispo auxiliar y luego su
sucesor, que fue cruz pesada y tropiezo en
el camino misionero; y ni qué decir el
Superior General, P. Ettiene, que, en lugar
de ser apoyo en su labor misionera, por
poco lo expulsa de la Congregación. Pero
seamos justos reconociendo que muchos
otros hermanos enjugaron sus lágrimas y
fueron su bastón en los momentos de
lucha, y bálsamo para curar sus heridas
apostólicas, como el postulante Abba
Ghebra Miguel.
8. En nuestra misión de hoy, aún en medio de
tantos medios de una y otra clase, cuán
“frágiles” podemos ser, con qué facilidad y
dolor vemos partir a hermanos que
iniciaron con nosotros el camino vicentino,
y prefieren otros campos distintos a los
que el Señor los había llamado. Pero bien,
reconozcamos que vivimos en familia y la
cercanía de los hermanos, tanto para los
que salen como para los que siguen como
vicentinos.
La C.M. es un árbol florido y con mucha
sombra para todos. Un don que hemos de
pedir al Señor, y que mucho necesitamos,
es el regalo de la “resiliencia” que vivió
profundamente De Jacobis.
10. Cuando Propaganda Fide y la
Congregación lo enviaron a evangelizar a
Abisinia, nuestro hermano pidió permiso
para pasar antes por la Rue du Bac donde,
9 años antes, María, la Madre de la
Compañía, había dado a sor Labourè el
tesoro inconmensurable de la Medalla
Milagrosa.
11. Y ella, cuando él llegó a las costas de su
misión, ya había llegado primero y con sus
brazos extendidos le musitó al oído
muchos secretos, le mostró el camino de
los pobres, fue su guía y compañía, y le
abrió las puertas de las covachas de los
pobres y aún más las puertas de su
corazón, para que su Hijo entrara. Y al
final, junto a la cabecera de piedra y bajo
un hospitalario árbol, al final de 20 años de
vida misionera, “después de este destierro
le mostró a Jesús el fruto bendito de su
vientre”.
12. Un misionero de hoy y de mañana, en su
morral misionero ha de llevar la Biblia, el
Crucifijo, el Rosario, las Constituciones, y
antes que el celular y el computador,
muchas, pero muchas medallas de la
Madre… ella, ayer como hoy, nos va
abriendo brechas misioneras.