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Carta a NairoPor: Jorge Enrique Rojas-Diario el País de Cali- Este texto fue el ganador
del “Premio Simón Bolivar” en el 2011
Tal vez nunca leas esto
Nairo. Sé que no te gusta
leer y que a veces llegas
tan cansado de en-
trenar que te quedas
fundido viendo las
cartillas de sudoku
y sopas de letras
que tu entrenador
te manda para que
también ejercites la
mente. Viajé para en-
contrarte y que me con-
taras esa vida de hazaña
que has tenido, para que me ex-
plicaras de dónde sacaste esa obsti-
nación, esa persistencia a prueba de
golpes para sobreponerte a los obs-
táculos que en tu vida han existido
desde que naciste; estuve en el ho-
tel donde te alojaron, en la Casa de
Nariño donde te recibió el presidente,
pero fue imposible que me atendieras.
Desde que llegaste a Colombia te han
llevado de un lado a otro para ex-
hibir tu triunfo en tour del capricho
ajeno: noticieros, emisoras, cenas,
homenajes. En este país exitista la
escena se ha repetido muchas veces
con otros deportistas que, inocentes,
se han dejado llevar por la tromba
del estrellato. Por eso te escribo Nai-
ro, porque anhelo que no te pase a ti.
En los dos minutos que conversamos
antes de que te montaran a un carro
con destino quién sabe a dónde, me
dijiste que tú, lo único que querías,
era regresar a El Moral, esa loma de
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recién ordeñada
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condidas.
T e n g o
la im-
presión
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distinto a otros ídolos de barro que
ante los logros, suelen sufrir de la
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bién te escribo, campeón.
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el Tour de l’Avenir, mientras ciclis-
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regados en el camino te insultaban
y escupían, algunas cosas sucedier-
on allá, en el pueblo donde alguna
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plo, esos perros de raza callejera
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que cuidan tu casa desprovista de
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gas y colas enroscadas que ahora
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oxidados, pedales que están por
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abono bondadoso para todo.
Ha llovido por estos días. Así que
no te extrañes si en el piso de
madera de tu cuarto encuen-
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tu hermano Dayer ha puesto
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esa pieza que comparte con-
tigo. Los agujeros del techo de
la casa que tu papá levantó
con adobe y tejas de barro, lo
sabes bien, no han podido ser
reparados y el agua se sigue
colando. Pero tú tienes el sueño
sereno. Dayer jura que aun en
medio de las tormentas duermes
como un bebé y que a
veces, tumbado de
lado, roncas. Tal vez
no estés consciente
pero eres su ídolo y
en silencio es él
quien te cuida
el sueño. Ese
muchachito
de 18 años se
ha desvela-
do cuando
has teni-
do malas
carreras
y, dor-
m i d o ,
d i s -
cutes, dices cosas, como si en
la dimensión difusa de los sue-
ños intentaras alcanzar lo que
en la realidad aún no logras.
Pero de los aguaceros
caídos en tu ausencia
hay algo bueno. Gra-
cias a esa lluvia, las
tinajas plásticas de
almacenamiento
han estado lle-
nas. Así que
Luis Guiller-
mo, tu papá,
con su cad-
era atrofi-
ada por el
accidente
de tránsito
que sufrió de
joven y esas ca-
torce operaciones encima que no
pudieron remediarle la co-
jera, no ha tenido que pasar
mayores trabajos para
conseguir el agua que
necesita para traba-
jar en la panadería
que le montaste
ahí, en los bajos
de la casa. Y tu
mamá Eloísa, con
sus 46 años, tam-
bién ha descansa-
do de caminar
los dos kilómetros
hasta el nacimien-
to de Aguavaruna
para traer los balda-
dos que necesita para fre-
gar la ropa en la lavadora
de 26 libras que le regalaste con el
primer premio que obtuviste dan-
do pedalazos en contra del destino.
Isabel Monroy, la madre comuni-
taria que hace veinte años atiende
Pato Lucas, la guardería donde a
los ocho meses tus papás te dejaron
para poder ir a vender verduras a
las plazas de mercado de Cómbita
y Arcabuco, dice que nadie creía
que pasarías los tres años de vida.
Sufriste de algo que allá, en las
montañas de Boyacá, llaman
"tentado de difunto": un mal
inexplicable del que pocos,
dicen, tan sólo los predesti-
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varse. La mujer, que te quiere
como si te hubiera parido,
cuenta que cada mes te daba
una diarrea inhumana que
te acosaba por días enter-
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gaba por nariz y boca cada
que tosías. Y que siempre,
sin importar las vec-
es que te bañaran,
olías a muerto.
Tus ojos, enton-
ces, permanecían
tan apagados
como los de
un animal-
ito disecado.
María, se-
ñora que sabe
de yerbas y
otras cosas, le
dijo a tu mamá
que lo que pa-
saba es que alguien que
había arreglado a un
muerto le había to-
cado el vientre cuando
aún estabas ahí dentro.
Entonces le recomendó
un agua hervida con
cogollos de nueve ár-
boles y un bebedizo
de arracacha y tierra
que de un día empezó
a sanarte. El mila-
gro ocurrió tan pronto
que a los dos años, no
podrás recordarlo, cu-
ando todavía gatea-
bas, te volaste de la
guardería atravesan-
do medio kilómetro
de potreros y trochas
hasta que encontraste
tu casa. Eso de correr
y escapar, así como lo
hiciste en los riscos más
empinados de Francia,
contrariando pronós-
ticos y vicisitudes que
parecían mucho para
tu tamaño, no es algo
nuevo en tu vida: lo
llevas en la sangre.
Y así también lle-
vas el sacrificio, Nai-
ro. Porque tu no
empezaste a montar
en bicicleta por gus-
to, sino por necesidad:
porque tus papás, que
ya habían ido al colegio
a pedir que les rebaja-
ran la pensión tuya y
la de tus cuatro herma-
nos, no podían pagar
el transporte para que
ustedes llegaran hasta
la escuela, lejos, a 18
kilómetros de tu casa,
allá abajo en Arcabuco.
Por eso cogiste esa bici-
cleta todoterreno que tu
papá había comprado
para ir a ver las vacas
en el potrero. Por eso,
ya a los 12 años, ibas
y venías todos los días,
a veces con tu herma-
na Lady trepada en la
barra. Durante cinco
años pedaleaste por esa
cuesta que los carros de-
ben subir en tercera, a
veces segunda marcha,
sin más pretensiones
que ir a estudiar o llegar
a los ensayos de danza.
Qué importaba que te
tardaras 45 minutos,
mientras la ruta esco-
lar se demoraba 15. En
ese tiempo, aunque no
eras muy bueno, recu-
erda la profesora Flor
Mireya Vargas, te gus-
taba bailar y lo hacías
aunque aquella instruc-
tora venida de Tunja te
dejara sentado. Pero tu
eras inmune al desán-
imo. Bajaste y subiste
una y otra vez, sorte-
ando la curva mezqui-
na de La Cantera y las
tractomulas que más
de una vez te saca-
ron de la vía, como
aquella vez que ro-
daste por el barranco
y te apareciste a clas-
es todo reventado.
Siempre fuiste osado.
Tu hermana Esper-
anza, que te ayudó
con setenta mil pesos
cuando trabajaba como
empleada doméstica en
B a r -
ranquilla para
que pudieras
comprar unos
mejores pedales,
creyó que ibas a
desistir por tan-
tos golpes. Hace
dos años, cuan-
do ese taxi de
Arcabuco se
voló el pare
y te elevó
por los aires y
quedaste su-
mido en coma
por cinco días, todos pensaron que
sería el fin de tu carrera. Algo pare-
cido a lo supuesto por los franceses,
alemanes, italianos que ahora, en el
Tour de l’Avenir, te dieron patadas
y codazos, hasta que te vieron caer
a la orilla del camino después de
gritarte “fucking indian”. Pero no
por nada, ahora pienso yo después
de conocer la historia, tu te salvaste
de eso que allá en tu pueblo llaman
“tentado de muerto”. Eres un elegido.
Belarmino Rojas, el dueño de la he-
ladería de Arcabuco, también lo
cree. Como si fuera ayer, recuer-
da que el 4 de abril del 2005,
dos días después de que tu
papá se hubiera conse-
guido los $270.000 para
comprarte la primera
bicicleta de carreras,
cuando te enfrentaste
con Juan Pistolas, el
ciclista más temerario
del pueblo y lo hiciste
polvo en 32 kilómet-
ros trazados en una ruta
ida y vuelta que partió de
la plaza central hasta el Alto
de Sota. Ese triunfo tuyo aún
es leyenda; porque mientras
Juan Pistolas llevaba zapa-
tillas, uniforme de lycra,
casco, guantes y la mejor
bicicleta de por esos lados,
tu apenas ibas cubierto con
la camiseta roja que ya no
aguantaba más remiendos
de las manos de tu madre.
Belarmino, que ganó cin-
cuenta mil pesos apostando
a tu favor, te
regaló la pla-
ta para que
comparas
tu prim-
er casco.
Y tu, en
compen-
s a c i ó n ,
d e s d e
ese día
lo llamas
p a d r i n o .
Ese fue el
comienzo de todo,
Nairo. Así fue como
tu nombre, que tu papá
dice fue una iluminación
en la pila del bautizo, se
fue haciendo mito en-
tre las montañas boya-
censes. Así fue como los
alcaldes de Cómbita y
Arcabuco al fin te di-
eron el patrocinio para
que compraras una
bicicleta decente, así
fue como llegaste a tu
primer club, Ediciones
Mar, donde por prime-
ra vez te llamaron capo.
De ahí vienes, campeón,
esos son los pedalazos
que has dado. Gracias
a ese sacrificio al fin
te dicen así, campeón,
como tantas veces
soñaste. Gracias a ese
esfuerzo, el Presidente
se ha compro-
metido a bus-
car la man-
era de darle
una casa a
tus papás
y constru-
ir un cen-
tro de alto
rendimien-
to para los
depor tistas
de tu tierra.
Gracias a ti, este
país atribulado por
la guerra ha vuelto a
recordar que del campo
pueden brotar otras co-
sas que no sean confron-
taciones. Y yo, en nom-
bre de muchos, también
quería agradecerte por
todo eso. Esa es otra de las
razones por las cuales te
escribo Nairo, no importa
que a ti, no te guste leer.
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ganador del “Premio Simón Bolivar” en el año 2011
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Nairo Quintana, predestinado para ser grande en el ciclismo, una historia contada por el periodista: Jorge Enrique Rojas

  • 1. Carta a NairoPor: Jorge Enrique Rojas-Diario el País de Cali- Este texto fue el ganador del “Premio Simón Bolivar” en el 2011 Tal vez nunca leas esto Nairo. Sé que no te gusta leer y que a veces llegas tan cansado de en- trenar que te quedas fundido viendo las cartillas de sudoku y sopas de letras que tu entrenador te manda para que también ejercites la mente. Viajé para en- contrarte y que me con- taras esa vida de hazaña que has tenido, para que me ex- plicaras de dónde sacaste esa obsti- nación, esa persistencia a prueba de golpes para sobreponerte a los obs- táculos que en tu vida han existido desde que naciste; estuve en el ho- tel donde te alojaron, en la Casa de Nariño donde te recibió el presidente, pero fue imposible que me atendieras. Desde que llegaste a Colombia te han llevado de un lado a otro para ex- hibir tu triunfo en tour del capricho ajeno: noticieros, emisoras, cenas, homenajes. En este país exitista la escena se ha repetido muchas veces con otros deportistas que, inocentes, se han dejado llevar por la tromba del estrellato. Por eso te escribo Nai- ro, porque anhelo que no te pase a ti. En los dos minutos que conversamos antes de que te montaran a un carro con destino quién sabe a dónde, me dijiste que tú, lo único que querías, era regresar a El Moral, esa loma de la vereda La Concepción, en Cóm- bita, donde hace 20 años naciste; regresar para dormir en tu misma cama, tomar leche recién ordeñada y ver de nuevo a esa novia que tienes a las es- condidas. T e n g o la im- presión de que e r e s
  • 2. distinto a otros ídolos de barro que ante los logros, suelen sufrir de la memoria. Así que por eso tam- bién te escribo, campeón. Me contaste que querías volv- er pronto, entre otras cosas, para enterarte de todo lo que ha pasado mien- tras estuviste lejos. Es que fueron 35 días, vea usted, dijiste con tu voz de mona- guillo y ese acen- to lleno de sílabas estropeadas por aquella ESE ar- rastrada más de la cuenta por la que tanto se burlaban tus compañeros del cole- gio Alejandro Humboldt. Y sí, tienes razón, mientras corrías el Tour de l’Avenir, mientras ciclis- tas franceses y alemanes que dejabas regados en el camino te insultaban y escupían, algunas cosas sucedier- on allá, en el pueblo donde alguna vez pensaron que tu, tan pequeñito y tan flaco, no podrías llegar a ser otra cosa que un buen campesino. La Costeña y Chapulín, por ejem- plo, esos perros de raza callejera y lanas manchadas por la mugre que cuidan tu casa desprovista de cerraduras y chapas en las puer- tas, tuvieron cría: es una manada de seis cachorros de orejas lar- gas y colas enroscadas que ahora crecen entre las gallinas que cac- arean bajo los árboles de uchuva, tomate, mora y durazno, erguidos a un costado del rancho en medio de bicicletas descuartizadas, neu- máticos desinflados, manubrios oxidados, pedales que están por ahí regados como si en ese tro- zo del campo el ciclismo fuera abono bondadoso para todo. Ha llovido por estos días. Así que no te extrañes si en el piso de madera de tu cuarto encuen- tras ollas, peroles, vasijas que tu hermano Dayer ha puesto para cuidar de la humedad esa pieza que comparte con- tigo. Los agujeros del techo de la casa que tu papá levantó con adobe y tejas de barro, lo sabes bien, no han podido ser reparados y el agua se sigue colando. Pero tú tienes el sueño sereno. Dayer jura que aun en medio de las tormentas duermes como un bebé y que a veces, tumbado de lado, roncas. Tal vez no estés consciente pero eres su ídolo y en silencio es él quien te cuida el sueño. Ese muchachito de 18 años se ha desvela- do cuando has teni- do malas carreras y, dor- m i d o , d i s -
  • 3. cutes, dices cosas, como si en la dimensión difusa de los sue- ños intentaras alcanzar lo que en la realidad aún no logras. Pero de los aguaceros caídos en tu ausencia hay algo bueno. Gra- cias a esa lluvia, las tinajas plásticas de almacenamiento han estado lle- nas. Así que Luis Guiller- mo, tu papá, con su cad- era atrofi- ada por el accidente de tránsito que sufrió de joven y esas ca- torce operaciones encima que no pudieron remediarle la co- jera, no ha tenido que pasar mayores trabajos para conseguir el agua que necesita para traba- jar en la panadería que le montaste ahí, en los bajos de la casa. Y tu mamá Eloísa, con sus 46 años, tam- bién ha descansa- do de caminar los dos kilómetros hasta el nacimien- to de Aguavaruna para traer los balda- dos que necesita para fre- gar la ropa en la lavadora de 26 libras que le regalaste con el primer premio que obtuviste dan- do pedalazos en contra del destino. Isabel Monroy, la madre comuni- taria que hace veinte años atiende Pato Lucas, la guardería donde a los ocho meses tus papás te dejaron para poder ir a vender verduras a las plazas de mercado de Cómbita y Arcabuco, dice que nadie creía que pasarías los tres años de vida. Sufriste de algo que allá, en las montañas de Boyacá, llaman "tentado de difunto": un mal inexplicable del que pocos, dicen, tan sólo los predesti- nados para algo, logran sal- varse. La mujer, que te quiere como si te hubiera parido, cuenta que cada mes te daba una diarrea inhumana que te acosaba por días enter- os. Que la sangre se te re- gaba por nariz y boca cada que tosías. Y que siempre, sin importar las vec- es que te bañaran, olías a muerto. Tus ojos, enton- ces, permanecían tan apagados como los de un animal- ito disecado. María, se- ñora que sabe de yerbas y otras cosas, le dijo a tu mamá que lo que pa-
  • 4. saba es que alguien que había arreglado a un muerto le había to- cado el vientre cuando aún estabas ahí dentro. Entonces le recomendó un agua hervida con cogollos de nueve ár- boles y un bebedizo de arracacha y tierra que de un día empezó a sanarte. El mila- gro ocurrió tan pronto que a los dos años, no podrás recordarlo, cu- ando todavía gatea- bas, te volaste de la guardería atravesan- do medio kilómetro de potreros y trochas hasta que encontraste tu casa. Eso de correr y escapar, así como lo hiciste en los riscos más empinados de Francia, contrariando pronós- ticos y vicisitudes que parecían mucho para tu tamaño, no es algo nuevo en tu vida: lo llevas en la sangre. Y así también lle- vas el sacrificio, Nai- ro. Porque tu no empezaste a montar en bicicleta por gus- to, sino por necesidad: porque tus papás, que ya habían ido al colegio a pedir que les rebaja- ran la pensión tuya y la de tus cuatro herma- nos, no podían pagar el transporte para que ustedes llegaran hasta la escuela, lejos, a 18 kilómetros de tu casa, allá abajo en Arcabuco. Por eso cogiste esa bici- cleta todoterreno que tu papá había comprado para ir a ver las vacas en el potrero. Por eso, ya a los 12 años, ibas y venías todos los días, a veces con tu herma- na Lady trepada en la barra. Durante cinco años pedaleaste por esa cuesta que los carros de- ben subir en tercera, a veces segunda marcha, sin más pretensiones que ir a estudiar o llegar a los ensayos de danza. Qué importaba que te tardaras 45 minutos, mientras la ruta esco- lar se demoraba 15. En ese tiempo, aunque no eras muy bueno, recu- erda la profesora Flor Mireya Vargas, te gus- taba bailar y lo hacías aunque aquella instruc- tora venida de Tunja te dejara sentado. Pero tu eras inmune al desán- imo. Bajaste y subiste una y otra vez, sorte- ando la curva mezqui- na de La Cantera y las
  • 5. tractomulas que más de una vez te saca- ron de la vía, como aquella vez que ro- daste por el barranco y te apareciste a clas- es todo reventado. Siempre fuiste osado. Tu hermana Esper- anza, que te ayudó con setenta mil pesos cuando trabajaba como empleada doméstica en B a r - ranquilla para que pudieras comprar unos mejores pedales, creyó que ibas a desistir por tan- tos golpes. Hace dos años, cuan- do ese taxi de Arcabuco se voló el pare y te elevó por los aires y quedaste su- mido en coma por cinco días, todos pensaron que sería el fin de tu carrera. Algo pare- cido a lo supuesto por los franceses, alemanes, italianos que ahora, en el Tour de l’Avenir, te dieron patadas y codazos, hasta que te vieron caer a la orilla del camino después de gritarte “fucking indian”. Pero no por nada, ahora pienso yo después de conocer la historia, tu te salvaste de eso que allá en tu pueblo llaman “tentado de muerto”. Eres un elegido. Belarmino Rojas, el dueño de la he- ladería de Arcabuco, también lo cree. Como si fuera ayer, recuer- da que el 4 de abril del 2005, dos días después de que tu papá se hubiera conse- guido los $270.000 para comprarte la primera bicicleta de carreras, cuando te enfrentaste con Juan Pistolas, el ciclista más temerario del pueblo y lo hiciste polvo en 32 kilómet- ros trazados en una ruta ida y vuelta que partió de la plaza central hasta el Alto de Sota. Ese triunfo tuyo aún es leyenda; porque mientras Juan Pistolas llevaba zapa- tillas, uniforme de lycra, casco, guantes y la mejor bicicleta de por esos lados, tu apenas ibas cubierto con la camiseta roja que ya no aguantaba más remiendos de las manos de tu madre. Belarmino, que ganó cin- cuenta mil pesos apostando
  • 6. a tu favor, te regaló la pla- ta para que comparas tu prim- er casco. Y tu, en compen- s a c i ó n , d e s d e ese día lo llamas p a d r i n o . Ese fue el comienzo de todo, Nairo. Así fue como tu nombre, que tu papá dice fue una iluminación en la pila del bautizo, se fue haciendo mito en- tre las montañas boya- censes. Así fue como los alcaldes de Cómbita y Arcabuco al fin te di- eron el patrocinio para que compraras una bicicleta decente, así fue como llegaste a tu primer club, Ediciones Mar, donde por prime- ra vez te llamaron capo. De ahí vienes, campeón, esos son los pedalazos que has dado. Gracias a ese sacrificio al fin te dicen así, campeón, como tantas veces soñaste. Gracias a ese esfuerzo, el Presidente se ha compro- metido a bus- car la man- era de darle una casa a tus papás y constru- ir un cen- tro de alto rendimien- to para los depor tistas de tu tierra. Gracias a ti, este país atribulado por la guerra ha vuelto a recordar que del campo pueden brotar otras co- sas que no sean confron- taciones. Y yo, en nom- bre de muchos, también quería agradecerte por todo eso. Esa es otra de las razones por las cuales te escribo Nairo, no importa que a ti, no te guste leer. Diseñado y Diagramado por: OLBDESIGN Imágenes cortesía de: http://movistarteam.com http://eltiempo.com http://www.letour.fr Textos: Jorge Enrique Rojas-Diario el País de Cali-Texto ganador del “Premio Simón Bolivar” en el año 2011 Siguenos en: http://twitter.com/oleyton2011