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EL SIMBOLISMO INICIÁTICO DE LA DIVINA COMEDIA Y SUS VINCULACIONES
CON LA REPÚBLICA ARGENTINA
Por Juan Bautista Tingueli*
La Divina Comedia es una obra de tres partes, que cuenta el viaje del Dante desde las
profundidades del Infierno, pasando por el Purgatorio, hasta finalizar su recorrido en el mismísimo
Paraíso. Parece una verdadera historia de aventuras, cuyo contenido pretende circunscribirse dentro
del terreno de la imaginación del autor, como si no se tratase de un evento real, lo que aquí se
cuestionará enérgicamente.
Lo vivido efectivamente por Dante Alighieri, que ha sido retratado fiel y detalladamente en su
obra por excelencia, La Divina Comedia, fue una verdadera “visión” del poeta, quien abrazó a la
totalidad, en el marco de un estado de trance inducido, habiendo comprendido y asimilado en dicho
proceso a la trascendencia en su estado más puro.
La experiencia de Dios, la comprensión cabal de este concepto y la revelación de la que fuera
destinatario el poeta podrían haber sido consideradas una herejía para la época, ya que la idea que
imponía la divinidad resultaba incognoscible por dogma, de allí que se haya encubierto esta vivencia
bajo la apariencia de un sueño, desnaturalizando el verdadero sentido de aquello que para el
florentino representaba una verdadera manifestación de la trascendencia.
En este sentido, el poeta advierte en su obra: “…Como aquel que en el sueño ha visto algo / así
estoy yo, que casi se ha extinguido mi visión, más destila todavía en mi pecho, el dulzor que nace
de ella…” (Paraíso, XXXIII, 58-63).
En dicho proceso, Dante, que se definía como un pecador, se situó dentro del Purgatorio, cuyo
espacio físico circunscribió bajo una constelación que solo podría haber sido divisada para la época
medieval desde el hemisferio sur, y que hoy se denomina por convención: la Cruz del Sur.
Es evidente que Dante tuvo acceso a información privilegiada para la época, desafiando con su
relato al mismísimo paradigma científico que se imponía en aquellos tiempos como una realidad
incontrastable. Cada verso de La Divina Comedia se presenta como una verdadera anomalía en la
matrix, que revela, de modo encubierto y prudente, retazos de sabiduría ancestral.
Hasta aquí llegamos entonces, al hemisferio sur. Un lugar cobijado por la legendaria Cruz Estelar,
el anverso geográfico de Jerusalén, sitio donde Dante ubicó espacialmente al Monte Purgatorio,
justo a la salida del Infierno, tierra sagrada que operaría de antesala para el ascenso al Paraíso. En
efecto, en el Canto I de El Purgatorio, el poeta narra el egreso triunfal que experimentó desde las
profundidades del Infierno, junto a su guía Virgilio, aportando detalles precisos de aquel espacio
que lo vio emerger bajo cuatro estrellas que, según refiere, solo pudieron haber sido vistas por la
primera gente, dando cuenta de lo que hoy constituye una realidad astronómica acreditada, que es,
concretamente, el hecho consistente en que la constelación de la Cruz del Sur sí pudo haber sido
vista en el hemisferio norte, por los primeros habitantes del globo terráqueo, hasta tanto se esfumara
brutalmente del firmamento que vio nacer a Dante, para finalmente reaparecer, cuasi
milagrosamente, en el hemisferio sur, donde el maestro florentino ubicó al Purgatorio.
Como dije antes, Dante se consideraba un pecador, de allí que situara su alma en el Purgatorio,
con el anhelo de poder ascender al Paraíso, previa purga de las faltas cometidas en el plano terrenal.
Debajo de la Cruz del Sur, conforme Dante especificó en su obra, ello en tanto al salir del Infierno
se volvió hacia la derecha, en dirección hacia el “otro polo” y vio las cuatro estrellas, que nadie vio
excepto por la primera gente, revelando de este modo que, como consecuencia de la precesión de
los equinoccios y el movimiento oscilatorio del eje de rotación del planeta Tierra que ocurre cada
decena de miles de años, el cielo tal y como lo conocemos hoy, ha ido cambiando, y es así como
las constelaciones que hoy vislumbramos desde el hemisferio sur han formado parte del firmamento
del hemisferio norte, y pudieron ser vistas por las primeras civilizaciones de la historia de la
humanidad. El hemisferio norte fue privado del símbolo de la cruz estelar, lo que para algunos
representó el inicio de un tiempo sin Dios. Dramático para quienes efectúan estas lecturas de la vida
en clave simbólica.
El derrotero de la Cruz del Sur culminó en el hemisferio sur, en las antípodas de Jerusalén, donde
Dante ubicó al Monte Purgatorio, formación rocosa que emergió como consecuencia del
desplazamiento de la tierra ocasionado por la vertiginosa caída de Lucifer. En efecto, el Ángel Caído
se precipitó violentamente desde el Paraíso del que fuera echado por el propio Dios hacia el planeta
Tierra, impactando fuertemente y provocando un prolongado hoyo que se extendió hasta el centro
de la Tierra, lugar en el que desde entonces se lo podría hallar alojado al mismísimo Diablo.
Esta es la historia “legendaria” que nos cuenta Dante en su libro La Divina Comedia.
Este era el esquema descripto por el poeta, en cuanto a su origen, particularidades y esencia.
Ahora bien, ¿fue una orden iniciática de la Antigüedad la que recogió estos parámetros para ubicar
físicamente el lugar en el que debían depositarse los restos de su Gran Maestre, Dante Alighieri, a
tenor del simbolismo que él mismo profesó en vida, y respecto del cual, sus intérpretes han hallado
una cabal y contundente coincidencia con lugares, circunstancias y personajes de la más palpable y
evidente realidad?
El libro El Gran Maestre, de reciente publicación editorial, pretende responder desde el género
de la novela a este complejo interrogante, o cuanto menos plantear la duda en cuanto a la
autenticidad de los restos que se adjudica la ciudad italiana de Ravenna como pertenecientes al
mismísimo Dante Alighieri, todo ello además de reivindicar y ratificar en el correr de sus páginas
la condición de iniciado en los augustos misterios de una antigua sociedad secreta que ostentaba el
poeta florentino, dato que no todo el mundo conocía.
En este sentido, cabrá comenzar desde el principio…
Año 1290. Dante Alighieri era iniciado en la Fede Santa, a instancias de su maestro, el filósofo
Brunetto Latini, llegando a ocupar con el transcurso del tiempo la máxima jerarquía en la cadena
de mando de dicha organización, la de Gran Maestre, de allí el título del libro. A partir de este rito
de paso comenzaría su enriquecedora historia, aquella a la que quizás hoy el común de la gente
relacionaría directamente con el cristianismo, por las referencias insertas en su obra cumbre, La
Divina Comedia, de lo se ha denominado en el ámbito eclesiástico como estados del alma, esto es,
Infierno, Purgatorio y Paraíso, cuando la realidad indica que el poeta transitó por el mundo de las
sociedades secretas y de los misterios iniciáticos, hallando un vínculo estrecho con su mística y
esencia. Esto se ha visto plasmado en su majestuoso trabajo literario, La Divina Comedia, cuya
denominación fue conformada por el escritor y cofrade Giovanni Boccaccio, quien luego del deceso
del Gran Maestre, le adicionaría el calificativo de divina por tratarse de un poema que versa,
esencialmente, sobre la mismísima trascendencia. Hasta ese momento, había permanecido vigente
el título impuesto por el propio Dante, quien la había denominado como Commedia, por tratarse de
una historia contrapuesta al concepto de la tragedia, y que exhibía un final feliz luego del derrotero
que le tocó atravesar a nuestro protagonista por cada una de las pruebas que debiese atravesar para
arribar al ansiado Paraíso. La sencillez de la denominación inicial era un correlato de la grandeza
que ostentó el Dante como pensador, sabio y poeta.
Es importante no solo desmitificar la historia que expone La Divina Comedia como un relato
propio de la religión cristiana, lo cual nos han pretendido hacer creer a lo largo del tiempo, sino
también reivindicarla, a su vez, como una verdadera historia de iniciación en términos amplios y
significativos.
Con esto quiero decir que, si parece una historia del cristianismo, lamento decirles que no lo es,
que muchas veces —o casi siempre— las apariencias ocultan tras de sí un misterio por develar, una
incógnita oculta detrás de lo obvio y evidente, y esta no es la excepción a la regla. Dante nos da una
pista en el Canto IX, 61-63 del Infierno al decir: “… Oh, vosotros, los que tenéis sano
entendimiento, reparad en la doctrina que se oculta bajo el velo de los versos extraños…”. Hay
una doctrina por develar, que no está a simple vista, ni a disposición de los profanos, solo y tan solo
para los iniciados. De eso se trata todo esto, ni más ni menos.
La travesía del Dante representa un sublime y majestuoso viaje hacia las profundidades del
proceso alquímico, y ello es lo que ha pretendido dejarnos, aunque veladamente, el Gran Maestre,
además de las contundentes pistas que dan cuenta sobre su pertenencia a la Fede Santa, organización
de filiación templaria, creada por la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo del Rey
Salomón, que tuvo origen en su seno, con objetivos claros y precisos que el poeta se encargaría de
promover a través de su obra. Este grupo de personas estaba integrado por poetas del denominado
dulce estilo nuevo, un movimiento literario que ocultaba una organización iniciática, cuyos
propósitos eran, entre otros, enaltecer y promover una religiosidad más espiritual con basamento en
la justicia y la caridad, el repudiar la corrupción de la Iglesia de Roma, cuyo poder no reconocían,
y transmitir la sabiduría ancestral de los ritos iniciáticos que llevaban consigo como directrices, la
búsqueda tanto del ideal transformador de la conciencia como del conocimiento de la trascendencia.
Nótese que quien conduce al Dante a los planos de más elevada espiritualidad, es en La Divina
Comedia, Bernard de Clairvaux (San Bernardo), quien redactó la Regla del Temple a instancias del
Papa Honorio II, quien procuró el reconocimiento de la organización a pedido del mismísimo Hugo
de Payens en 1127, primer Gran Maestre y fundador de la Orden del Temple.
No es un dato menor que se haya hecho mención a San Bernardo con las implicancias que ha
tenido en la gesta de la organización madre en cuyas entrañas emergió con todo su esplendor la
Fede Santa.
Pero he aquí que el libro El Gran Maestre no sólo pretenderá abordar el simbolismo iniciático
velado en el texto de su obra cúlmine La Divina Comedia, sino también, como dijimos antes, sus
estrechas vinculaciones con el hemisferio sur, y la República Argentina, como si el florentino a
través de su literatura hubiera diseñado un mapa que trascendía la esencia del relato imaginario para
colocarnos frente a frente con certezas incuestionables.
Así pues, será La Divina Comedia, la que nos traerá al hemisferio sur, en las antípodas de
Jerusalén, debajo de la constelación de la Cruz del Sur, en la Ciudad de Buenos Aires, República
Argentina, donde a comienzos del siglo XX, encontraríamos a dos inmigrantes italianos, Mario
Palanti y Luigi Barolo, construyendo el “Palacio Barolo”, un mausoleo en la Avenida de Mayo al
1300 que pretendía operar como receptáculo de los restos de Dante Alighieri.
Bajo la directriz del antiguo adagio “los hechos son sagrados, y las opiniones, libres”, se
pretenderá revelar detalles sorprendentes vinculados al lugar donde se emplazaría el majestuoso
rascacielos que, cuanto menos, llevarían al lector a formular la pregunta ineludible: ¿Es posible que
los restos del poeta se encuentren en la República Argentina?
Dante Alighieri falleció el 13 de septiembre de 1321 en Ravenna, Italia, y la investigación
exhaustiva respecto del derrotero y las peripecias que atravesó el cuerpo del florentino hasta 1865,
con largos períodos de tiempo en blanco, en los que estuvo prácticamente desaparecido, hacen
cobrar mayor fuerza y solidez a la hipótesis inicial que plantea la duda sobre la identidad de los
restos que hoy descansan en el sepulcro de Italia y que se atribuyen al maestro florentino.
El misterio sobre su paradero, las menciones concretas que Dante realiza en La Divina Comedia,
y la simbología que rodea al edificio emplazado en la Avenida de Mayo al 1300, nos llevan a dudar,
a cuestionar, a pensar, a soñar…
¿Es posible?
Los hechos son sagrados, las opiniones son libres…
Esto es El Gran Maestre.
* El Dr. Juan Bautista Tingueli, es abogado graduado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires
(UBA). Cursó estudios de Posgrado en “La Psicología Analítica de Carl Gustav Jung” por ante la Facultad de Psicología
de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Experto en órdenes iniciáticas de la antigüedad, mitología y simbología,
el autor se propone abordar en su novela “El Gran Maestre” la conexión entre “La Divina Comedia” y la República
Argentina. Un apasionado por la obra de Dante Alighieri, avanza hacia lugares insospechados, entintando la pluma para
contar una historia que merece ser contada y merece ser leída.
www.elgranmaestere.com

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  • 1. EL SIMBOLISMO INICIÁTICO DE LA DIVINA COMEDIA Y SUS VINCULACIONES CON LA REPÚBLICA ARGENTINA Por Juan Bautista Tingueli* La Divina Comedia es una obra de tres partes, que cuenta el viaje del Dante desde las profundidades del Infierno, pasando por el Purgatorio, hasta finalizar su recorrido en el mismísimo Paraíso. Parece una verdadera historia de aventuras, cuyo contenido pretende circunscribirse dentro del terreno de la imaginación del autor, como si no se tratase de un evento real, lo que aquí se cuestionará enérgicamente. Lo vivido efectivamente por Dante Alighieri, que ha sido retratado fiel y detalladamente en su obra por excelencia, La Divina Comedia, fue una verdadera “visión” del poeta, quien abrazó a la totalidad, en el marco de un estado de trance inducido, habiendo comprendido y asimilado en dicho proceso a la trascendencia en su estado más puro. La experiencia de Dios, la comprensión cabal de este concepto y la revelación de la que fuera destinatario el poeta podrían haber sido consideradas una herejía para la época, ya que la idea que imponía la divinidad resultaba incognoscible por dogma, de allí que se haya encubierto esta vivencia bajo la apariencia de un sueño, desnaturalizando el verdadero sentido de aquello que para el florentino representaba una verdadera manifestación de la trascendencia. En este sentido, el poeta advierte en su obra: “…Como aquel que en el sueño ha visto algo / así estoy yo, que casi se ha extinguido mi visión, más destila todavía en mi pecho, el dulzor que nace de ella…” (Paraíso, XXXIII, 58-63). En dicho proceso, Dante, que se definía como un pecador, se situó dentro del Purgatorio, cuyo espacio físico circunscribió bajo una constelación que solo podría haber sido divisada para la época medieval desde el hemisferio sur, y que hoy se denomina por convención: la Cruz del Sur. Es evidente que Dante tuvo acceso a información privilegiada para la época, desafiando con su relato al mismísimo paradigma científico que se imponía en aquellos tiempos como una realidad incontrastable. Cada verso de La Divina Comedia se presenta como una verdadera anomalía en la matrix, que revela, de modo encubierto y prudente, retazos de sabiduría ancestral. Hasta aquí llegamos entonces, al hemisferio sur. Un lugar cobijado por la legendaria Cruz Estelar, el anverso geográfico de Jerusalén, sitio donde Dante ubicó espacialmente al Monte Purgatorio, justo a la salida del Infierno, tierra sagrada que operaría de antesala para el ascenso al Paraíso. En efecto, en el Canto I de El Purgatorio, el poeta narra el egreso triunfal que experimentó desde las profundidades del Infierno, junto a su guía Virgilio, aportando detalles precisos de aquel espacio que lo vio emerger bajo cuatro estrellas que, según refiere, solo pudieron haber sido vistas por la primera gente, dando cuenta de lo que hoy constituye una realidad astronómica acreditada, que es, concretamente, el hecho consistente en que la constelación de la Cruz del Sur sí pudo haber sido vista en el hemisferio norte, por los primeros habitantes del globo terráqueo, hasta tanto se esfumara brutalmente del firmamento que vio nacer a Dante, para finalmente reaparecer, cuasi milagrosamente, en el hemisferio sur, donde el maestro florentino ubicó al Purgatorio. Como dije antes, Dante se consideraba un pecador, de allí que situara su alma en el Purgatorio, con el anhelo de poder ascender al Paraíso, previa purga de las faltas cometidas en el plano terrenal. Debajo de la Cruz del Sur, conforme Dante especificó en su obra, ello en tanto al salir del Infierno se volvió hacia la derecha, en dirección hacia el “otro polo” y vio las cuatro estrellas, que nadie vio excepto por la primera gente, revelando de este modo que, como consecuencia de la precesión de los equinoccios y el movimiento oscilatorio del eje de rotación del planeta Tierra que ocurre cada decena de miles de años, el cielo tal y como lo conocemos hoy, ha ido cambiando, y es así como las constelaciones que hoy vislumbramos desde el hemisferio sur han formado parte del firmamento del hemisferio norte, y pudieron ser vistas por las primeras civilizaciones de la historia de la humanidad. El hemisferio norte fue privado del símbolo de la cruz estelar, lo que para algunos representó el inicio de un tiempo sin Dios. Dramático para quienes efectúan estas lecturas de la vida
  • 2. en clave simbólica. El derrotero de la Cruz del Sur culminó en el hemisferio sur, en las antípodas de Jerusalén, donde Dante ubicó al Monte Purgatorio, formación rocosa que emergió como consecuencia del desplazamiento de la tierra ocasionado por la vertiginosa caída de Lucifer. En efecto, el Ángel Caído se precipitó violentamente desde el Paraíso del que fuera echado por el propio Dios hacia el planeta Tierra, impactando fuertemente y provocando un prolongado hoyo que se extendió hasta el centro de la Tierra, lugar en el que desde entonces se lo podría hallar alojado al mismísimo Diablo. Esta es la historia “legendaria” que nos cuenta Dante en su libro La Divina Comedia. Este era el esquema descripto por el poeta, en cuanto a su origen, particularidades y esencia. Ahora bien, ¿fue una orden iniciática de la Antigüedad la que recogió estos parámetros para ubicar físicamente el lugar en el que debían depositarse los restos de su Gran Maestre, Dante Alighieri, a tenor del simbolismo que él mismo profesó en vida, y respecto del cual, sus intérpretes han hallado una cabal y contundente coincidencia con lugares, circunstancias y personajes de la más palpable y evidente realidad? El libro El Gran Maestre, de reciente publicación editorial, pretende responder desde el género de la novela a este complejo interrogante, o cuanto menos plantear la duda en cuanto a la autenticidad de los restos que se adjudica la ciudad italiana de Ravenna como pertenecientes al mismísimo Dante Alighieri, todo ello además de reivindicar y ratificar en el correr de sus páginas la condición de iniciado en los augustos misterios de una antigua sociedad secreta que ostentaba el poeta florentino, dato que no todo el mundo conocía. En este sentido, cabrá comenzar desde el principio… Año 1290. Dante Alighieri era iniciado en la Fede Santa, a instancias de su maestro, el filósofo Brunetto Latini, llegando a ocupar con el transcurso del tiempo la máxima jerarquía en la cadena de mando de dicha organización, la de Gran Maestre, de allí el título del libro. A partir de este rito de paso comenzaría su enriquecedora historia, aquella a la que quizás hoy el común de la gente relacionaría directamente con el cristianismo, por las referencias insertas en su obra cumbre, La Divina Comedia, de lo se ha denominado en el ámbito eclesiástico como estados del alma, esto es, Infierno, Purgatorio y Paraíso, cuando la realidad indica que el poeta transitó por el mundo de las sociedades secretas y de los misterios iniciáticos, hallando un vínculo estrecho con su mística y esencia. Esto se ha visto plasmado en su majestuoso trabajo literario, La Divina Comedia, cuya denominación fue conformada por el escritor y cofrade Giovanni Boccaccio, quien luego del deceso del Gran Maestre, le adicionaría el calificativo de divina por tratarse de un poema que versa, esencialmente, sobre la mismísima trascendencia. Hasta ese momento, había permanecido vigente el título impuesto por el propio Dante, quien la había denominado como Commedia, por tratarse de una historia contrapuesta al concepto de la tragedia, y que exhibía un final feliz luego del derrotero que le tocó atravesar a nuestro protagonista por cada una de las pruebas que debiese atravesar para arribar al ansiado Paraíso. La sencillez de la denominación inicial era un correlato de la grandeza que ostentó el Dante como pensador, sabio y poeta. Es importante no solo desmitificar la historia que expone La Divina Comedia como un relato propio de la religión cristiana, lo cual nos han pretendido hacer creer a lo largo del tiempo, sino también reivindicarla, a su vez, como una verdadera historia de iniciación en términos amplios y significativos. Con esto quiero decir que, si parece una historia del cristianismo, lamento decirles que no lo es, que muchas veces —o casi siempre— las apariencias ocultan tras de sí un misterio por develar, una incógnita oculta detrás de lo obvio y evidente, y esta no es la excepción a la regla. Dante nos da una pista en el Canto IX, 61-63 del Infierno al decir: “… Oh, vosotros, los que tenéis sano entendimiento, reparad en la doctrina que se oculta bajo el velo de los versos extraños…”. Hay una doctrina por develar, que no está a simple vista, ni a disposición de los profanos, solo y tan solo para los iniciados. De eso se trata todo esto, ni más ni menos. La travesía del Dante representa un sublime y majestuoso viaje hacia las profundidades del
  • 3. proceso alquímico, y ello es lo que ha pretendido dejarnos, aunque veladamente, el Gran Maestre, además de las contundentes pistas que dan cuenta sobre su pertenencia a la Fede Santa, organización de filiación templaria, creada por la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo del Rey Salomón, que tuvo origen en su seno, con objetivos claros y precisos que el poeta se encargaría de promover a través de su obra. Este grupo de personas estaba integrado por poetas del denominado dulce estilo nuevo, un movimiento literario que ocultaba una organización iniciática, cuyos propósitos eran, entre otros, enaltecer y promover una religiosidad más espiritual con basamento en la justicia y la caridad, el repudiar la corrupción de la Iglesia de Roma, cuyo poder no reconocían, y transmitir la sabiduría ancestral de los ritos iniciáticos que llevaban consigo como directrices, la búsqueda tanto del ideal transformador de la conciencia como del conocimiento de la trascendencia. Nótese que quien conduce al Dante a los planos de más elevada espiritualidad, es en La Divina Comedia, Bernard de Clairvaux (San Bernardo), quien redactó la Regla del Temple a instancias del Papa Honorio II, quien procuró el reconocimiento de la organización a pedido del mismísimo Hugo de Payens en 1127, primer Gran Maestre y fundador de la Orden del Temple. No es un dato menor que se haya hecho mención a San Bernardo con las implicancias que ha tenido en la gesta de la organización madre en cuyas entrañas emergió con todo su esplendor la Fede Santa. Pero he aquí que el libro El Gran Maestre no sólo pretenderá abordar el simbolismo iniciático velado en el texto de su obra cúlmine La Divina Comedia, sino también, como dijimos antes, sus estrechas vinculaciones con el hemisferio sur, y la República Argentina, como si el florentino a través de su literatura hubiera diseñado un mapa que trascendía la esencia del relato imaginario para colocarnos frente a frente con certezas incuestionables. Así pues, será La Divina Comedia, la que nos traerá al hemisferio sur, en las antípodas de Jerusalén, debajo de la constelación de la Cruz del Sur, en la Ciudad de Buenos Aires, República Argentina, donde a comienzos del siglo XX, encontraríamos a dos inmigrantes italianos, Mario Palanti y Luigi Barolo, construyendo el “Palacio Barolo”, un mausoleo en la Avenida de Mayo al 1300 que pretendía operar como receptáculo de los restos de Dante Alighieri. Bajo la directriz del antiguo adagio “los hechos son sagrados, y las opiniones, libres”, se pretenderá revelar detalles sorprendentes vinculados al lugar donde se emplazaría el majestuoso rascacielos que, cuanto menos, llevarían al lector a formular la pregunta ineludible: ¿Es posible que los restos del poeta se encuentren en la República Argentina? Dante Alighieri falleció el 13 de septiembre de 1321 en Ravenna, Italia, y la investigación exhaustiva respecto del derrotero y las peripecias que atravesó el cuerpo del florentino hasta 1865, con largos períodos de tiempo en blanco, en los que estuvo prácticamente desaparecido, hacen cobrar mayor fuerza y solidez a la hipótesis inicial que plantea la duda sobre la identidad de los restos que hoy descansan en el sepulcro de Italia y que se atribuyen al maestro florentino. El misterio sobre su paradero, las menciones concretas que Dante realiza en La Divina Comedia, y la simbología que rodea al edificio emplazado en la Avenida de Mayo al 1300, nos llevan a dudar, a cuestionar, a pensar, a soñar… ¿Es posible? Los hechos son sagrados, las opiniones son libres… Esto es El Gran Maestre. * El Dr. Juan Bautista Tingueli, es abogado graduado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Cursó estudios de Posgrado en “La Psicología Analítica de Carl Gustav Jung” por ante la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Experto en órdenes iniciáticas de la antigüedad, mitología y simbología, el autor se propone abordar en su novela “El Gran Maestre” la conexión entre “La Divina Comedia” y la República Argentina. Un apasionado por la obra de Dante Alighieri, avanza hacia lugares insospechados, entintando la pluma para contar una historia que merece ser contada y merece ser leída.