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Un día llegaron, con naves del tamaño de ciudades, que oscurecían el cielo.
El pánico fue el amo del mundo,
no había donde esconderse,
y el humano entendió,
muy tarde y entre
escalofríos de terror,
que no es más que
una mota de polvo
en el huracán
del cosmos.
Con la parsimonia de las
estrellas,
y quizás lidiando con la
espesa atmosfera
terrestre, comenzaron a
desplazarse a partir de
los distintos lugares en
que habían emergido
desde la negra noche
cósmica…
El mundo enloquecía, especialmente por la falta de respuesta a los
intentos por comunicarse con esos visitantes que a su paso dejaban
un tendal de histeria, suicidios y oportunistas que por todos los
medios intentaban adjudicarse el falso merito de saber lo que
“ELLOS” querían.
Surgieron sectas, logias
y toda clase
de impostores
que decían haberse
comunicado con
los misteriosos
alienígenas
que, en el más absoluto
silencio, tenían al mundo paralizado.
Fueron dirigiéndose, cual lento ballet
perfectamente sincronizado,
hacia un punto
de convergencia cuya ubicación los
expertos (verdaderos y falsos) se
pusieron a calcular con frenesí.
Y resultó no ser ninguno de
los consabidos sitios que el
imaginario popular (inocente
y bienintencionado o
mercantilmente falsario)
había supuesto por siglos que
eran los que dejaron
visitantes alienígenas con la
promesa de volver a ellos.
No se trataba de pirámide
alguna, y ningún triangulo de
dudosa existencia, menos aún
ciertos parajes extremos e
inaccesibles.
Mientras el lento
periplo seguía su
curso, se agotaban
los medios para
comunicarse con los
visitantes.
No quedó método por
probar, ni idioma por
usar, ni códigos que
no fueran forzados
hasta las últimas
consecuencias con
todas las variantes
posibles. Y por cierto
que “mentalistas” y
charlatanes de todo
calibre también
fueron convocados,
con los mismos nulos
resultados.
Con toda evidencia, esas
naves de tamaño insensato
se dirigían hacia Estados
Unidos, y pasarían por sitios
de valor militar estratégico
si es que no eran esos sus
objetivos finales.
Logicamente, la potencia del
norte decidió un “ataque
preventivo”, con sus armas
de inmenso poder
destructivo, pese a los tan
posibles como numerosos
“daños colaterales”
inevitables.
Se esperaba un solo
movimiento mínimamente
sospechoso de agresividad…
…para desatar sobre ellos un
apocalipsis de fuego.
Así les fue comunicado, con todos los
recursos existentes y algunos mas que
se crearon exprofeso, recibiendo
siempre la misma respuesta:
El más atronador silencio.
Se cumplieron y postergaron varias veces los
plazos del ultimátum, mientras la larga marcha de
las titánicas naves seguía su curso, entrando de
lleno en el espacio aéreo norteamericano.
Se habían alineado en un verdadero cortejo, con la
más grande de ellas al frente y las otras
desplegadas en abanico o V, a la manera de
algunas bandadas de pájaros. Y siempre con la
inseparable escolta de los aviones de guerra más
avanzados y ferozmente armados, a la espera de
una señal para exterminar a los intrusos.
Un día, los colosos
voladores
detuvieron su marcha y
se reunieron en el
punto
de llegada que
evidentemente
habían predeterminado.
Se colocaron sobre
un diminuto pueblo
de Arkansas que
casi no figuraba
en los mapas.
Cundió el desconcierto.
¿Qué hacían allí esos
entes misteriosos?
Al cabo de una pocas horas de quietud, comenzó a verse
algún movimiento entre las naves, y esa fue la señal.
Empezó un bombardeo como no se había visto ni en la
guerra más sanguinaria de la humana historia. Llovió fuego
nuclear y convencional sobre los visitantes, arrojado desde
toda clase de plataformas móviles aéreas y terrestres,
desplazadas hacia allí justamente para eso.
Nada quedó en pie en decenas de kilómetros a la redonda,
y menos el pequeño pueblo, previamente evacuado con muy
malos modales.
Y nada quedó, ciertamente, excepto las naves a destruir,
que permanecieron impertérritas, según mostraron
las imágenes captadas por aparatos capaces de escudriñar
entre el humo y el fuego.
La desesperación del mundo no tuvo límites, y cuando la nave más grande
comenzó a abrir su compuerta inferior, la humanidad se sintió al borde del
exterminio.
Conteniendo el aliento, el
mundo vio como un haz de luz
vivísima emergía de la compuerta,
y parecía sostener un
oscuro objeto rectangular al que impulsaba
lentamente, hacia abajo, hasta depositarlo en el suelo.
Y para asombro (y alivio) de todos, de inmediato el haz de
luz se contrajo, se cerro la compuerta de la gigantesca
estructura, y todas las naves empezaron a ganar altura.
Primero muy lentamente, pero en un par de minutos tomaron
velocidad y desaparecieron en la oscuridad de la noche,
siempre en el más absoluto silencio.
Pasaron semanas antes que se decidiera la mejor
manera para ver de qué se trataba el “obsequio” que
habían depositado los extraterrestres en el ahora
devastado lugar.
Finalmente, se optó por enviar a vehículos robotizados,
inmunes a la radiación, a recoger esa oscura caja de
aproximadamente dos metros de largo por uno de alto
y uno y medio de ancho.
Sorteando toda clase de obstáculos producto de la
destrucción asestada a la zona, los robots rodantes
llevaron la caja a un sofisticadísimo laboratorio
especialmente montado al efecto allí cerca, donde en el
más absoluto secreto y con las más extremas medidas
de seguridad, científicos de toda clase tratarían de
desentrañar la incógnita.
Durante días y más días se intentó absolutamente todo para abrir ese artilugio o al menos escudriñar su
interior. Estaba construido con un material completamente desconocido en nuestro planeta, que resistió
indemne la acción de los rayos más destructivos que la ciencia creara, soportó toda clase de explosiones
controladas y no tanto, aguantó la acción de los taladros más poderosos, de los ácidos más corrosivos y de
cualquier cosa que le opusieran, sin padecer la menor mella.
Hasta que un buen día, cuando la desesperación había ganado a los científicos, militares y políticos, la caja
inaccesible tuvo a bien abrirse sola.
Y lo que había en su interior
los dejó pasmados.
El envase contenía un
cadáver humano,
el de un hombre
extremadamente
viejo, perfectamente
conservado, con ropas
de un diseño y materiales
jamás vistos.
Y hubo algo aún más asombroso, por si los presentes todavía tuvieran capacidad de asombrarse
por algo…
Sobre su pecho, el cadáver tenía algo muy similar a una Tablet como las que todos conocemos,
aunque hecha con el mismo material inconcebible que la caja-ataúd.
Con infinito cuidado y mucho temor, uno de los científicos la tomó en sus manos, mientras el
resto de los presentes contenía la respiración.
Apenas fue retirada del cofre mortuorio, y con una vibración que casi hizo que el científico la
soltara y la dejara caer, el aparato emitió un haz de luz purísima que se dirigió a la pared más
cercana.
Y allí se formó un texto en perfecto ingles, que los azorados hombres y mujeres presentes
devoraron palabra por palabra.
Lo que leyeron los dejó aún más shockeados, si tal cosa fuera posible. Decía:
Saludos para quienes encuentren mi cuerpo y esta tableta en la tierra.
Como verán, soy humano. O lo era.
Fui un granjero de Arkansas, un hombre simple y amable que vivía de labrar la tierra
en las afueras de un pequeño pueblo. Mi vida transcurría de acuerdo a los ciclos de la
naturaleza, con austeridad y amor por el campo. Hasta que una madrugada de 1913 y a
mis 41 años, todo cambió.
Una gigantesca luminosidad salió del cielo, haciendo de la noche día y enloqueciendo a
los animales.
Cuando salí a ver qué estaba provocando el descomunal alboroto que generaban mis
queridas bestias, encontré que sobre mi granja flotaba una estructura aparentemente
metálica, de tamaño gigantesco, emitiendo luces que jamás imaginé que existieran.
Quedé paralizado, y no solo por la sorpresa. Porque quise volver a entrar en la casa y
buscar mi escopeta, pero no pude mover un solo músculo.
Aterrorizado, vi que la luz más poderosa de todas salió de la parte inferior de esa cosa
monstruosa, me envolvió por completo y comenzó a jalarme hacia arriba a lo largo de
un centenar de metros, hasta introducirme en el interior de esa ciudad flotante y
luminosa por una compuerta que se abría más a medida que yo me acercaba.
Ya en el interior del colosal navío estelar, y paralizado tanto por el rayo como por el terror, vi entre brumas
a mis captores, quienes más tarde serían anfitriones y guías hacia una nueva vida. Y no pude tolerar esa
imagen, ya que eran tan ajenos a cualquier ser viviente o cosa inanimada que hubiese en la tierra, que me
desmayé por el espanto que me causaron.
Luego de un tiempo que me pareció eterno, desperté en una especie de cabina ovoide,
y frente a mí había un ser de apariencia casi humana y expresión amigable, que me dijo
en buen inglés pero pronunciado un tanto mecánicamente, que sería huésped de ellos
por tiempo indefinido. Me contó que eran parte de una civilización extraordinariamente
avanzada para nuestros parámetros, y que él había adoptado ese aspecto antropomorfo
para que me resultara más amable, dada mi reacción cuando los vi como realmente eran,
y así los vería de ahora en más. Rezumaba una cordialidad, una convicción y una dulzura que
barrieron con cualquier desconfianza o temor que yo abrigara hasta ese momento.
Allí comenzó un periplo increíble, en el que comprendí que yo era uno más entre miles huéspedes de esa raza
prodigiosa, que “recolectaba” seres de distintas especies a lo largo de millones de galaxias, para estudiarlos,
aprender de ellos e inculcarles los valores que practicaban: la más completa tolerancia, el respeto irrestricto
de la diversidad , una curiosidad insaciable por entender al universo, y el amor a la vida por encima de todo.
A partir de ese momento entendí la poca o nula
relevancia de la especie humana en el cosmos.
Apenas la misma de un grano de arena en una
playa.
En viajes inconcebibles a bordo de esa verdadera
ciudad voladora, conocí seres cuya sola
descripción podría arrastrar a la locura a
cualquier humano, y vi cosas en mundos
imposibles que echaría por la borda todo aquello
que los terrícolas creemos saber del universo.
Pero para bien de mi salud mental y física, conté
con los exquisitos cuidados de esos seres
sublimes, que velaron por mí y por todos sus
“huéspedes” con un amor difícil de concebir para
nuestra mezquina mentalidad terrestre.
Incluso tuve el orgullo de contribuir a la salvación de varias especies de distintos
planetas, amenazadas por pestes que fueron curadas por estos seres maravillosos
gracias a compuestos que sintetizaron de mis fluidos corporales con métodos que en la
tierra hubieran sido calificados como “magia”. Y no fui el único; muchos otros de los
inauditos residentes de la gran nave tuvieron la misma función, algo central en las
misiones de mis “anfitriones”.
Por decenios, si nos atenemos a la manera humana de medir el
tiempo que les puedo asegurar que está muy errada, fuimos
visitando mundos, civilizaciones más y menos desarrolladas,
pletóricas de seres que ninguna mente humana podría
imaginar.
Y siempre aliviando dolores, evitando conflictos, salvando vidas
e incluso desactivando cataclismos que hubieran arrasado
galaxias enteras (incluida nuestra Vía láctea, lo que hubiera
acabado con la tierra y todo el resto del sistema solar)
Yo no podía parar de asimilar tanta maravilla, ni podía dejar de
comparar mi sencilla vida de granjero con esta otra de
explorador cósmico y orgulloso colaborador de seres que en la
tierra solo podrían ser calificados como “Dioses”.
Antes no me había desplazado más de 1000 kilómetros desde mi
hogar; ahora, recorría millones de años luz en escasos
segundos.
Pero todo tiene un final,
hasta el maravilloso
universo que recorrí y
parece infinito, pero no
lo es. Me consta.
Y no pregunten por qué;
no solo es imposible
que les responda, sino
que además no
les conviene saberlo.
Créanme.
Cuando la edad comenzó a pesar en mi
cuerpo, las fabulosas terapias de mis
anfitriones me dieron mucha más sobrevida
de la que hubiera tenido en la tierra,
medible en varias décadas, y pude seguir
disfrutando del amor de aquellos increíbles
amigos que nunca hubiera imaginado tener,
y de los inacabables recorridos por el
cosmos.
Me evitaron un par de enfermedades que en la tierra y en mi época me hubieran costado la vida en pocos
meses, y aliviaron hasta hacer desaparecer todos los achaques propios de los años que se me venían encima.
Pero fue en inutil. El cuerpo humano tiene fecha de caducidad, y la muerte me llegó, como a todos mis pares de
la especie. Los seres del espacio que tan bien me habían tratado por tanto tiempo me cuidaron con extrema
dedicación hasta el último segundo, y me despidieron como en la tierra lo haríamos con el más querido de
nuestros familiares.
Incluso han accedido a mi último deseo: que mi cuerpo repose para siempre en los campos de mi Arkansas natal.
Y si están leyendo esto, es que ya los han visto. A pesar que les pedí que me llevara con la mayor discreción
posible, insistieron en organizar un cortejo que me acompañaría hasta el lugar de mi descanso definitivo. Es que
ninguno de ellos quiso dejar de estar presente en la despedida final, pese a que les advertí que podrían ser objeto
de muchas hostilidades. No les importó en lo más mínimo. Sabían de la naturaleza belicosa del ser humano por
haberlo observado durante mucho tiempo, y la superioridad tecnológica que poseen respecto a nosotros hace que
nuestras más terribles armas parezcan un mal chiste.
Seguramente, ustedes los habrán bombardeado y agredido de mil maneras a poco que aparecieron, no sin exhibir
histerias y toda clase de tonterías lastimosas. Pues sepan que si estos seres superiores no respondieron sus
mensajes, es porque sabían muy bien lo que pasaría, y que dijeran lo que dijeran no podría evitarse que los
atacaran, porque eso es la naturaleza humana. No valía la pena responderles. Parecerá raro, pero no necesitan
nada de nosotros, y menos escucharnos porque (al igual que a otros cientos de millones de especies en el
cosmos) nos conocen mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos.
Como sea, debo advertirles algo: Estos increíbles entes no se dan por aludidos ante las agresiones que reciben,
como habrán visto. Pero suelen aplicar algunos “correctivos” a las civilizaciones que no se muestran receptivas
a relacionarse con otras y reaccionan con violencia. No suelen ser tan amables con eso, y los he visto realizar
acciones escalofriantes contra quienes no han sido lo suficientemente amistosos.
¿Qué pueden esperar? No lo diré, porque empezarían a redoblar el armamentismo, y eso sería peor porque
aumentará la intensidad de esa “enseñanza para la paz”…
Si, véanlo así. Les resultará durísimo, pero les aseguro que lo necesitan, y luego serán mejores.
Y espero que lo sepan agradecer.
Entonces, la luz emitida por la tableta se apagó, y el objeto quedó completamente inerte y tan inaccesible a
cualquier maniobra para inspeccionarlo como lo fue el ataúd, que por cierto volvió a cerrarse herméticamente
por sí solo.
Pese a las extremas medidas de seguridad que rodeaban al laboratorio, el mensaje se filtró íntegramente y por
meses fue el principal alimento de la opinión pública internacional. No hubo forma de hacer que los líderes
mundiales pudieran ponerse de acuerdo respecto a qué hacer para el caso que los alienígenas volvieran.
Finalmente, y como no podía ser de otra manera, se resolvió incrementar la dotación de armamento “defensivo”
con el que contaba el planeta, pese a los millones de voces que se alzaban en contrario.
Y pasaron algunos años en los que nada ocurría, y ni el más prolijo escrutinio del cielo mostraba algo alarmante.
Pero un día, se detectó un gigantesco cuerpo aparentemente metálico, casi tan grande como la luna, que
ingresaba al sistema solar y se desplazaba lentamente hacia la tierra. Cundió la alarma, y todas las armas
terrestres apuntaron hacia él. Y siguen apuntando, porque aún está a millones de kilómetros, pero avanza hacia
aquí, eso es innegable. Y el mundo enloquece.
Aún más.

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EXEQUIAS-ITAU 2020

  • 2. Un día llegaron, con naves del tamaño de ciudades, que oscurecían el cielo. El pánico fue el amo del mundo, no había donde esconderse, y el humano entendió, muy tarde y entre escalofríos de terror, que no es más que una mota de polvo en el huracán del cosmos.
  • 3. Con la parsimonia de las estrellas, y quizás lidiando con la espesa atmosfera terrestre, comenzaron a desplazarse a partir de los distintos lugares en que habían emergido desde la negra noche cósmica…
  • 4. El mundo enloquecía, especialmente por la falta de respuesta a los intentos por comunicarse con esos visitantes que a su paso dejaban un tendal de histeria, suicidios y oportunistas que por todos los medios intentaban adjudicarse el falso merito de saber lo que “ELLOS” querían. Surgieron sectas, logias y toda clase de impostores que decían haberse comunicado con los misteriosos alienígenas que, en el más absoluto silencio, tenían al mundo paralizado.
  • 5. Fueron dirigiéndose, cual lento ballet perfectamente sincronizado, hacia un punto de convergencia cuya ubicación los expertos (verdaderos y falsos) se pusieron a calcular con frenesí. Y resultó no ser ninguno de los consabidos sitios que el imaginario popular (inocente y bienintencionado o mercantilmente falsario) había supuesto por siglos que eran los que dejaron visitantes alienígenas con la promesa de volver a ellos. No se trataba de pirámide alguna, y ningún triangulo de dudosa existencia, menos aún ciertos parajes extremos e inaccesibles.
  • 6. Mientras el lento periplo seguía su curso, se agotaban los medios para comunicarse con los visitantes. No quedó método por probar, ni idioma por usar, ni códigos que no fueran forzados hasta las últimas consecuencias con todas las variantes posibles. Y por cierto que “mentalistas” y charlatanes de todo calibre también fueron convocados, con los mismos nulos resultados. Con toda evidencia, esas naves de tamaño insensato se dirigían hacia Estados Unidos, y pasarían por sitios de valor militar estratégico si es que no eran esos sus objetivos finales. Logicamente, la potencia del norte decidió un “ataque preventivo”, con sus armas de inmenso poder destructivo, pese a los tan posibles como numerosos “daños colaterales” inevitables. Se esperaba un solo movimiento mínimamente sospechoso de agresividad…
  • 7. …para desatar sobre ellos un apocalipsis de fuego. Así les fue comunicado, con todos los recursos existentes y algunos mas que se crearon exprofeso, recibiendo siempre la misma respuesta: El más atronador silencio. Se cumplieron y postergaron varias veces los plazos del ultimátum, mientras la larga marcha de las titánicas naves seguía su curso, entrando de lleno en el espacio aéreo norteamericano. Se habían alineado en un verdadero cortejo, con la más grande de ellas al frente y las otras desplegadas en abanico o V, a la manera de algunas bandadas de pájaros. Y siempre con la inseparable escolta de los aviones de guerra más avanzados y ferozmente armados, a la espera de una señal para exterminar a los intrusos.
  • 8. Un día, los colosos voladores detuvieron su marcha y se reunieron en el punto de llegada que evidentemente habían predeterminado. Se colocaron sobre un diminuto pueblo de Arkansas que casi no figuraba en los mapas. Cundió el desconcierto. ¿Qué hacían allí esos entes misteriosos? Al cabo de una pocas horas de quietud, comenzó a verse algún movimiento entre las naves, y esa fue la señal. Empezó un bombardeo como no se había visto ni en la guerra más sanguinaria de la humana historia. Llovió fuego nuclear y convencional sobre los visitantes, arrojado desde toda clase de plataformas móviles aéreas y terrestres, desplazadas hacia allí justamente para eso. Nada quedó en pie en decenas de kilómetros a la redonda, y menos el pequeño pueblo, previamente evacuado con muy malos modales.
  • 9. Y nada quedó, ciertamente, excepto las naves a destruir, que permanecieron impertérritas, según mostraron las imágenes captadas por aparatos capaces de escudriñar entre el humo y el fuego. La desesperación del mundo no tuvo límites, y cuando la nave más grande comenzó a abrir su compuerta inferior, la humanidad se sintió al borde del exterminio.
  • 10. Conteniendo el aliento, el mundo vio como un haz de luz vivísima emergía de la compuerta, y parecía sostener un oscuro objeto rectangular al que impulsaba lentamente, hacia abajo, hasta depositarlo en el suelo. Y para asombro (y alivio) de todos, de inmediato el haz de luz se contrajo, se cerro la compuerta de la gigantesca estructura, y todas las naves empezaron a ganar altura. Primero muy lentamente, pero en un par de minutos tomaron velocidad y desaparecieron en la oscuridad de la noche, siempre en el más absoluto silencio.
  • 11. Pasaron semanas antes que se decidiera la mejor manera para ver de qué se trataba el “obsequio” que habían depositado los extraterrestres en el ahora devastado lugar. Finalmente, se optó por enviar a vehículos robotizados, inmunes a la radiación, a recoger esa oscura caja de aproximadamente dos metros de largo por uno de alto y uno y medio de ancho. Sorteando toda clase de obstáculos producto de la destrucción asestada a la zona, los robots rodantes llevaron la caja a un sofisticadísimo laboratorio especialmente montado al efecto allí cerca, donde en el más absoluto secreto y con las más extremas medidas de seguridad, científicos de toda clase tratarían de desentrañar la incógnita.
  • 12. Durante días y más días se intentó absolutamente todo para abrir ese artilugio o al menos escudriñar su interior. Estaba construido con un material completamente desconocido en nuestro planeta, que resistió indemne la acción de los rayos más destructivos que la ciencia creara, soportó toda clase de explosiones controladas y no tanto, aguantó la acción de los taladros más poderosos, de los ácidos más corrosivos y de cualquier cosa que le opusieran, sin padecer la menor mella. Hasta que un buen día, cuando la desesperación había ganado a los científicos, militares y políticos, la caja inaccesible tuvo a bien abrirse sola. Y lo que había en su interior los dejó pasmados. El envase contenía un cadáver humano, el de un hombre extremadamente viejo, perfectamente conservado, con ropas de un diseño y materiales jamás vistos.
  • 13. Y hubo algo aún más asombroso, por si los presentes todavía tuvieran capacidad de asombrarse por algo… Sobre su pecho, el cadáver tenía algo muy similar a una Tablet como las que todos conocemos, aunque hecha con el mismo material inconcebible que la caja-ataúd. Con infinito cuidado y mucho temor, uno de los científicos la tomó en sus manos, mientras el resto de los presentes contenía la respiración. Apenas fue retirada del cofre mortuorio, y con una vibración que casi hizo que el científico la soltara y la dejara caer, el aparato emitió un haz de luz purísima que se dirigió a la pared más cercana. Y allí se formó un texto en perfecto ingles, que los azorados hombres y mujeres presentes devoraron palabra por palabra. Lo que leyeron los dejó aún más shockeados, si tal cosa fuera posible. Decía:
  • 14. Saludos para quienes encuentren mi cuerpo y esta tableta en la tierra. Como verán, soy humano. O lo era. Fui un granjero de Arkansas, un hombre simple y amable que vivía de labrar la tierra en las afueras de un pequeño pueblo. Mi vida transcurría de acuerdo a los ciclos de la naturaleza, con austeridad y amor por el campo. Hasta que una madrugada de 1913 y a mis 41 años, todo cambió. Una gigantesca luminosidad salió del cielo, haciendo de la noche día y enloqueciendo a los animales. Cuando salí a ver qué estaba provocando el descomunal alboroto que generaban mis queridas bestias, encontré que sobre mi granja flotaba una estructura aparentemente metálica, de tamaño gigantesco, emitiendo luces que jamás imaginé que existieran. Quedé paralizado, y no solo por la sorpresa. Porque quise volver a entrar en la casa y buscar mi escopeta, pero no pude mover un solo músculo. Aterrorizado, vi que la luz más poderosa de todas salió de la parte inferior de esa cosa monstruosa, me envolvió por completo y comenzó a jalarme hacia arriba a lo largo de un centenar de metros, hasta introducirme en el interior de esa ciudad flotante y luminosa por una compuerta que se abría más a medida que yo me acercaba.
  • 15. Ya en el interior del colosal navío estelar, y paralizado tanto por el rayo como por el terror, vi entre brumas a mis captores, quienes más tarde serían anfitriones y guías hacia una nueva vida. Y no pude tolerar esa imagen, ya que eran tan ajenos a cualquier ser viviente o cosa inanimada que hubiese en la tierra, que me desmayé por el espanto que me causaron. Luego de un tiempo que me pareció eterno, desperté en una especie de cabina ovoide, y frente a mí había un ser de apariencia casi humana y expresión amigable, que me dijo en buen inglés pero pronunciado un tanto mecánicamente, que sería huésped de ellos por tiempo indefinido. Me contó que eran parte de una civilización extraordinariamente avanzada para nuestros parámetros, y que él había adoptado ese aspecto antropomorfo para que me resultara más amable, dada mi reacción cuando los vi como realmente eran, y así los vería de ahora en más. Rezumaba una cordialidad, una convicción y una dulzura que barrieron con cualquier desconfianza o temor que yo abrigara hasta ese momento. Allí comenzó un periplo increíble, en el que comprendí que yo era uno más entre miles huéspedes de esa raza prodigiosa, que “recolectaba” seres de distintas especies a lo largo de millones de galaxias, para estudiarlos, aprender de ellos e inculcarles los valores que practicaban: la más completa tolerancia, el respeto irrestricto de la diversidad , una curiosidad insaciable por entender al universo, y el amor a la vida por encima de todo.
  • 16. A partir de ese momento entendí la poca o nula relevancia de la especie humana en el cosmos. Apenas la misma de un grano de arena en una playa. En viajes inconcebibles a bordo de esa verdadera ciudad voladora, conocí seres cuya sola descripción podría arrastrar a la locura a cualquier humano, y vi cosas en mundos imposibles que echaría por la borda todo aquello que los terrícolas creemos saber del universo. Pero para bien de mi salud mental y física, conté con los exquisitos cuidados de esos seres sublimes, que velaron por mí y por todos sus “huéspedes” con un amor difícil de concebir para nuestra mezquina mentalidad terrestre. Incluso tuve el orgullo de contribuir a la salvación de varias especies de distintos planetas, amenazadas por pestes que fueron curadas por estos seres maravillosos gracias a compuestos que sintetizaron de mis fluidos corporales con métodos que en la tierra hubieran sido calificados como “magia”. Y no fui el único; muchos otros de los inauditos residentes de la gran nave tuvieron la misma función, algo central en las misiones de mis “anfitriones”.
  • 17. Por decenios, si nos atenemos a la manera humana de medir el tiempo que les puedo asegurar que está muy errada, fuimos visitando mundos, civilizaciones más y menos desarrolladas, pletóricas de seres que ninguna mente humana podría imaginar. Y siempre aliviando dolores, evitando conflictos, salvando vidas e incluso desactivando cataclismos que hubieran arrasado galaxias enteras (incluida nuestra Vía láctea, lo que hubiera acabado con la tierra y todo el resto del sistema solar) Yo no podía parar de asimilar tanta maravilla, ni podía dejar de comparar mi sencilla vida de granjero con esta otra de explorador cósmico y orgulloso colaborador de seres que en la tierra solo podrían ser calificados como “Dioses”. Antes no me había desplazado más de 1000 kilómetros desde mi hogar; ahora, recorría millones de años luz en escasos segundos.
  • 18. Pero todo tiene un final, hasta el maravilloso universo que recorrí y parece infinito, pero no lo es. Me consta. Y no pregunten por qué; no solo es imposible que les responda, sino que además no les conviene saberlo. Créanme. Cuando la edad comenzó a pesar en mi cuerpo, las fabulosas terapias de mis anfitriones me dieron mucha más sobrevida de la que hubiera tenido en la tierra, medible en varias décadas, y pude seguir disfrutando del amor de aquellos increíbles amigos que nunca hubiera imaginado tener, y de los inacabables recorridos por el cosmos.
  • 19. Me evitaron un par de enfermedades que en la tierra y en mi época me hubieran costado la vida en pocos meses, y aliviaron hasta hacer desaparecer todos los achaques propios de los años que se me venían encima. Pero fue en inutil. El cuerpo humano tiene fecha de caducidad, y la muerte me llegó, como a todos mis pares de la especie. Los seres del espacio que tan bien me habían tratado por tanto tiempo me cuidaron con extrema dedicación hasta el último segundo, y me despidieron como en la tierra lo haríamos con el más querido de nuestros familiares. Incluso han accedido a mi último deseo: que mi cuerpo repose para siempre en los campos de mi Arkansas natal. Y si están leyendo esto, es que ya los han visto. A pesar que les pedí que me llevara con la mayor discreción posible, insistieron en organizar un cortejo que me acompañaría hasta el lugar de mi descanso definitivo. Es que ninguno de ellos quiso dejar de estar presente en la despedida final, pese a que les advertí que podrían ser objeto de muchas hostilidades. No les importó en lo más mínimo. Sabían de la naturaleza belicosa del ser humano por haberlo observado durante mucho tiempo, y la superioridad tecnológica que poseen respecto a nosotros hace que nuestras más terribles armas parezcan un mal chiste.
  • 20. Seguramente, ustedes los habrán bombardeado y agredido de mil maneras a poco que aparecieron, no sin exhibir histerias y toda clase de tonterías lastimosas. Pues sepan que si estos seres superiores no respondieron sus mensajes, es porque sabían muy bien lo que pasaría, y que dijeran lo que dijeran no podría evitarse que los atacaran, porque eso es la naturaleza humana. No valía la pena responderles. Parecerá raro, pero no necesitan nada de nosotros, y menos escucharnos porque (al igual que a otros cientos de millones de especies en el cosmos) nos conocen mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. Como sea, debo advertirles algo: Estos increíbles entes no se dan por aludidos ante las agresiones que reciben, como habrán visto. Pero suelen aplicar algunos “correctivos” a las civilizaciones que no se muestran receptivas a relacionarse con otras y reaccionan con violencia. No suelen ser tan amables con eso, y los he visto realizar acciones escalofriantes contra quienes no han sido lo suficientemente amistosos. ¿Qué pueden esperar? No lo diré, porque empezarían a redoblar el armamentismo, y eso sería peor porque aumentará la intensidad de esa “enseñanza para la paz”… Si, véanlo así. Les resultará durísimo, pero les aseguro que lo necesitan, y luego serán mejores. Y espero que lo sepan agradecer.
  • 21. Entonces, la luz emitida por la tableta se apagó, y el objeto quedó completamente inerte y tan inaccesible a cualquier maniobra para inspeccionarlo como lo fue el ataúd, que por cierto volvió a cerrarse herméticamente por sí solo. Pese a las extremas medidas de seguridad que rodeaban al laboratorio, el mensaje se filtró íntegramente y por meses fue el principal alimento de la opinión pública internacional. No hubo forma de hacer que los líderes mundiales pudieran ponerse de acuerdo respecto a qué hacer para el caso que los alienígenas volvieran. Finalmente, y como no podía ser de otra manera, se resolvió incrementar la dotación de armamento “defensivo” con el que contaba el planeta, pese a los millones de voces que se alzaban en contrario. Y pasaron algunos años en los que nada ocurría, y ni el más prolijo escrutinio del cielo mostraba algo alarmante. Pero un día, se detectó un gigantesco cuerpo aparentemente metálico, casi tan grande como la luna, que ingresaba al sistema solar y se desplazaba lentamente hacia la tierra. Cundió la alarma, y todas las armas terrestres apuntaron hacia él. Y siguen apuntando, porque aún está a millones de kilómetros, pero avanza hacia aquí, eso es innegable. Y el mundo enloquece. Aún más.