El soldado se presenta ante Dios para ser juzgado por sus acciones en la tierra. Admite no haber sido perfecto y haber cometido errores, pero afirma que siempre cumplió con su deber de proteger a los demás aunque eso lo alejara de su familia y de la iglesia. Dios reconoce que el soldado vivió para servir a los demás y dar su vida por el prójimo, cumpliendo así con lo enseñado por Jesucristo. Por ello, le permite entrar en el reino de los cielos.