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TJ Klune
Bajo la puerta
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3
ESTE LIBRO ESTA TRADUCIDO
SIN ÁNIMO DE LUCRO Y SIN
NINGUNA RETRIBUCIÓN
RECIBIDA POR ELLO.
ESTÁ HECHO CON CARIÑO DE
FANS PARA FANS DE HABLA NO
INGLESA
NO COMPARTIR EN REDES SOCIALES
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para Eric
Espero que te hayas despertado en un lugar extraño.
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Nota del autor
Esta historia explora la vida y el amor, así como la pérdida y el dolor.
Hay discusiones sobre la muerte en diferentes formas: silenciosa, inesperada y muerte por
suicidio.
Por favor, lee con cuidado.
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Sinopsis
Bienvenido a Charon's Crossing.
El té está caliente, los pasteles están frescos y los muertos están de
paso.
Cuando una Segadora va a recoger a Wallace en su propio funeral, éste
empieza a sospechar que podría estar muerto.
En lugar de llevarlo directamente al más allá, lo lleva a un pequeño
pueblo. En las afueras, en un camino a través del bosque, escondida entre
montañas, hay una casa de té en particular, dirigida por un hombre llamado
Hugo. Hugo es el dueño para los lugareños y el barquero para las almas que
necesitan cruzar.
Pero Wallace no está listo para abandonar la vida que apenas vivió. Con
la ayuda de Hugo, finalmente comienza a aprender sobre todas las cosas que
se perdió en la vida.
Cuando el Gerente, un ser curioso y poderoso, llega a la casa de té y le
da a Wallace una semana para cruzar, él se propone vivir toda su vida en siete
días.
Una nueva fantasía contemporánea sobre un fantasma que se niega a
cruzar y el barquero del que se enamora.
Divertida, inquietante y amable, Bajo la puerta de los susurros es una
historia edificante sobre una vida pasada en la oficina y una muerte pasada
construyendo un hogar.
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Capítulo 1
Patricia estaba llorando.
Wallace Price detestaba cuando las personas lloraban.
No importaba si se trataba de pequeñas o grandes lágrimas, o de
sollozos que le destrozaban todo el cuerpo. Las lágrimas no tenían ningún
sentido, y ella sólo estaba retrasando algo inevitable.
—¿Cómo lo has sabido? —le preguntó ella, mientras sus mejillas se
humedecían y alcanzaba la caja de pañuelos que había sobre su escritorio. Ni
siquiera notó el gesto por parte de él. Probablemente fue lo mejor.
—¿Cómo no iba a hacerlo? —contestó. Cruzó los brazos sobre el
escritorio de roble, mientras su silla estilo Arper Aston rechinaba al
acomodarse ante lo que, sin duda, se convertiría en un lamentable episodio
dramático, mientras intentaba evitar hacer gestos de desagrado al sentir el
olor a blanqueador y a detergente. Uno de los trabajadores nocturnos debió
de verter algo en su despacho, cuyo aroma resultaba denso y empalagoso.
Hizo una nota para recordar a todo el mundo que tenía sensibilidad nasal y
que no debía trabajar en tales condiciones. Aquello era una absoluta
salvajada.
Las cortinas de su despacho estaban cerradas para evitar el sol de la
tarde, con el aire acondicionado a todo volumen, para mantenerlo despierto.
Tres años atrás, hubo alguien que le preguntó si era posible subir la
temperatura a veintiún grados. Se rió. Un ambiente más cálido daba lugar a
la pereza. Cuando uno tenía frío, no dejaba de moverse.
Fuera de su despacho, el bufete se movía como una máquina
perfectamente engrasada, con mucho trabajo y autosuficiente, es decir,
exactamente como le gustaba a Wallace. La empresa no habría llegado tan
lejos si hubiera tenido que controlar a todos los empleados. Naturalmente, no
perdía de vista a sus trabajadores, quienes sabían que debían trabajar sin
descanso. Sus clientes eran las personas más importantes del mundo. Si
decía ‘salten’, confiaba en que aquellos que estuvieran a su alcance, saltaran
sin preguntar cosas insignificantes como ¿hasta dónde?
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
8
Lo cual le llevó de nuevo a Patricia. La máquina se había averiado y, si
bien nadie resultaba totalmente infalible, Wallace necesitaba sustituir esta
pieza por una nueva. Había trabajado mucho como para dejar que fallase
ahora. El año anterior fue el más lucrativo para la empresa en toda su
historia. Y este año se perfilaba para ser aún mejor. Independientemente de
las condiciones en las que se encontrara el mundo, siempre era necesario
demandar a alguien.
Patricia se sonó la nariz.
—No pensé para nada que te importara.
Se quedó mirándola fijamente.
—¿Por qué motivo pensarías eso?
Patricia sonrió de una manera vacía.
—No es usted precisamente de ese estilo...
Él reaccionó con furia. ¿Cómo se atrevía a decir algo así, especialmente
a su jefe? Debería haberse dado cuenta hace diez años, cuando la entrevistó
para el puesto de asistente legal, de que aquello se volvería en su contra. Ella
había sido alegre, cosa que Wallace creyó que se reduciría al cabo de los años,
puesto que un despacho de abogados no es lugar para la alegría. Y qué
equivocado estaba.
—Por supuesto que...
—Es que las cosas han sido muy difíciles últimamente —dijo ella, como
si él no hubiera hablado en absoluto—. Traté de mantenerlo en secreto, sin
embargo, tendría que haberlo notado.
—Exactamente —dijo, tratando de llevar la conversación de nuevo a su
curso. Cuanto más rápido superara esto, mejor estarían los dos. Patricia se
daría cuenta de eso, eventualmente—. Lo he notado. Y ahora, si pudieras...
—Y sí le importa —dijo ella—. Sé de sobra que le importa. Me di cuenta
cuando me regaló un ramo de flores para mi cumpleaños el mes pasado. Fue
un gesto muy amable el que hizo. Aunque no llevaba ni una tarjeta ni nada,
yo sabía lo que intentaba decirme. Que me aprecia. Y yo le tengo mucho
aprecio a usted, Sr. Price.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
9
Él no sabía a qué demonios se refería. Nunca le había dado nada.
Seguramente se trataba de su asistente administrativa legal. Iba a tener que
hablar con ella. No era necesario que le regalaran flores. ¿Para qué?
Resultaban bonitas al principio, pero después morían, sus hojas y pétalos se
curvaban y se descomponían, formando un desastre que se podría haber
evitado si no las hubiesen enviado en primer lugar. Con esta idea en mente,
levantó su ridículamente costosa lapicera Montblanc, apuntando algo (‘IDEA
PARA MEMO: LAS PLANTAS SON TERRIBLES Y NADIE DEBERÍA
TENERLAS’). Y sin levantar la mirada, afirmó:
—No estaba intentando...
—Kyle fue despedido hace dos meses —dijo ella, y le tomó más tiempo
de lo que le importaba admitir situar de quién estaba hablando. Kyle era su
esposo. Wallace lo había conocido en un acontecimiento del bufete. Kyle
estaba borracho, disfrutando evidentemente del champán que Moore, Price,
Hernandez & Worthington le habían ofrecido después de otro año de éxitos.
Con el rostro sonrosado, Kyle regaló a la fiesta una historia muy detallada a
la que Wallace no pudo hacer caso, especialmente porque, aparentemente,
Kyle consideraba necesario contar historias llenas de detalles.
—Lamento escuchar eso —dijo con rigidez, dejando su teléfono en el
escritorio—. Sin embargo, considero que deberíamos enfocar el asunto en...
—Está teniendo problemas para encontrar trabajo —dijo Patricia,
arrugando su pañuelo antes de alcanzar otro. Se secó los ojos y se corrió el
maquillaje—. Y no podría llegar en peor momento. Este verano se casa nuestro
hijo y se supone que tenemos que pagar la mitad de la boda. La verdad es que
no sé cómo lo conseguiremos, pero hallaremos la forma de hacerlo. Nosotros
siempre lo hacemos. No es más que una etapa difícil.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—Mazel tov1. —Él ni siquiera era consciente del hecho de que ella
tuviese hijos. No era partidario de profundizar en la vida personal de sus
empleados. No le gustaban los niños, porque eran una distracción.
Provocaban que sus padres, sus empleados, solicitaran días libres para cosas
como recitales y enfermedades, por lo que otros debían hacerse cargo de las
tareas. Y desde que Recursos Humanos le había aconsejado que no podía
pedir a sus empleados que evitaran formar una familia (‘¡No puede decirles
que se compren un perro, señor Price!’), había que lidiar con padres y madres
a los que se les imponía la necesidad de tener una tarde libre para poder
escuchar a sus hijos vomitar o chillar canciones sobre formas y nubes u otras
tonterías.
Patricia volvió a sonar en su pañuelo, un sonido largo y terriblemente
húmedo que le puso la piel de gallina.
—Además, también está nuestra hija. Yo pensaba que no tendría rumbo
y que terminaría acumulando hurones, pero entonces la empresa le
proporcionó gentilmente una beca, y ella finalmente encontró su camino. En
la escuela de negocios, de todas las cosas. ¿Acaso no es maravilloso?
Entrecerró los ojos para mirarla. Tendría que ponerse en contacto con
los colaboradores. Desconocía que ofrecieran becas. Hacían donaciones a
organizaciones benéficas, sí, pero las desgravaciones fiscales lo compensaban
con creces. En cambio, ignoraba el beneficio que les proporcionaría la
donación de dinero para algo tan insignificante y ridículo como una escuela
de negocios, aunque también se pudiera amortizar. Probablemente su hija
querría dedicarse a algo tan absurdo como abrir un restaurante o fundar una
organización sin ánimo de lucro—. Creo que tenemos una definición diferente
de maravilloso.
Ella asintió, pero él no pensó que lo estaba escuchando.
—Este trabajo es muy importante para mí, ahora más que nunca. Las
personas que trabajan en esta empresa son como mi familia. Todos nos
apoyamos, y no sé cómo habría llegado hasta aquí sin ellos. El hecho de que
hayan percibido que algo iba mal y que me hayan pedido que viniera aquí
para que pudiera desahogarme representa mucho más para mí de lo que
jamás sabrán. Me da igual lo que digan los demás, Sr. Price. Usted es un buen
hombre.
1 En hebreo: buena suerte.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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¿Qué se suponía que significaba eso?
—¿Qué dicen todos sobre mí?
Ella palideció.
—Oh, no es nada malo. Ya sabe cómo es esto. Usted inició este bufete.
Su nombre se encuentra en el encabezado. Es... amenazante.
Wallace se relajó. Y se sintió mejor.
—Sí, bueno, me parece que eso es...
—Sí, las personas comentan sobre cómo puede llegar a ser un hombre
frío y sumamente calculador, y que si algo no se hace en el momento que
quiere, suele alzar la voz hasta niveles aterradores, sin embargo, ellos no lo
ven como yo lo hago. Yo sé se trata de una fachada en la que se encuentra un
hombre bondadoso escondido debajo de los trajes caros
—Una fachada —repitió, aunque se alegraba de que ella admirara su
estilo. Sus trajes eran muy lujosos. Después de todo, eran los mejores. Por
eso, parte del paquete de bienvenida a los nuevos empleados incluía una lista
detallada de lo que era un atuendo aceptable. Aunque no exigía marcas de
diseño para todos (especialmente porque podía apreciar la deuda de los
estudiantes), si alguien llevaba algo obviamente adquirido en un estante de
rebajas, recibiría una severa charla sobre el orgullo de la apariencia.
—Es duro por fuera, pero por dentro es un malvavisco —dijo.
Nunca había estado más ofendido en su vida.
—Sra. Ryan…
—Patricia, por favor. Se lo he dicho antes muchas veces.
Lo había hecho.
—Sra. Ryan —dijo con firmeza—. Si bien aprecio su entusiasmo, me
parece que hay otros asuntos que debemos conversar.
—Correcto —dijo ella apresuradamente—. Por supuesto. Sé que no le
gusta cuando la gente lo felicita. Le prometo que no volverá a suceder. No
estamos aquí para hablar de usted, después de todo.
Se sintió aliviado.
—Exactamente.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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Su labio tembló.
—Estamos aquí para hablar sobre mí y lo difíciles que se han vuelto las
cosas últimamente. Por eso me llamó después de encontrarme llorando en el
armario de suministros.
Pensó que había estado haciendo un inventario y que el polvo había
afectado sus alergias.
—Creo que tenemos que reenfocarnos...
—Kyle se niega a tocarme —susurró ella—. Hace años que no siento sus
manos sobre mí. Me dije que es lo que pasa cuando una pareja lleva tanto
tiempo junta, pero no puedo evitar pensar que hay algo más.
Él se estremeció.
—No sé si esto es apropiado, especialmente cuando usted...
—¡Lo sé! —ella lloró—. ¿Qué tan inapropiado puede ser? Sé que he
estado trabajando setenta horas a la semana, pero ¿es demasiado pedirle a
mi esposo que cumpla con sus deberes matrimoniales? Estaba en nuestros
votos...
Qué boda tan horrible debió ser. Seguramente celebraron la recepción
en un Holiday Inn. No. Peor. Un Holiday Inn Express. Se estremeció al
pensarlo. No dudó que el Karaoke había estado involucrado. Por lo que
recordaba de Kyle (que era muy poco), era probable que hubiera cantado un
repertorio de Journey y Whitesnake mientras se tomaba lo que él llamaba con
cariño una cerveza.
—Pero no me importan las largas horas —continuó—. Es parte del
trabajo. Lo supe cuando me contrató.
¡Ay! ¡Una abertura!
—Hablando de contratar...
—Mi hija se perforó el tabique —dijo Patricia con tristeza—. Parece un
toro. Mi niña, queriendo que un torero la persiga y le meta cosas.
—Jesucristo —murmuró Wallace, pasándose una mano por la cara. No
tenía tiempo para esto. Tenía una reunión en media hora para la que
necesitaba prepararse.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—¡Lo sé! —exclamó Patricia—. Kyle dijo que es parte de crecer. Que
debemos dejarla extender sus alas y cometer sus propios errores. ¡No sabía
que eso significaba que ella se pusiera un maldito anillo en la nariz! Y ni
siquiera me hagas empezar con mi hijo.
—Está bien —dijo Wallace—. No lo haré.
—¡Él quiere que Applebee's2 atienda la boda! Applebee´s.
Wallace se quedó boquiabierto. No sabía que planear una boda horrible
era algo genético.
Patricia asintió con furia.
—Como si pudiéramos permitirnos eso. ¡El dinero no crece en los
árboles! Hicimos todo lo posible para infundir en nuestros hijos el sentido de
la responsabilidad financiera, pero cuando eres joven, por lo general no lo
entiendes bien. Y ahora que su futura esposa está embarazada, nos está
pidiendo ayuda. —Ella suspiró dramáticamente—. La única razón por la que
puedo levantarme por la mañana es saber que puedo venir aquí y… escapar
de todo.
Sintió una extraña torcedura en el pecho. Se frotó el esternón.
Seguramente era acidez de estómago. Debería haberse saltado el chile.
—Me alegro de que podamos ser un refugio de su existencia, pero no es
por eso que le pedí esta reunión.
Ella sollozó.
—¿Oh? —Patricia rió de nuevo. Fue más fuerte esta vez—. Entonces,
¿por qué, Sr. Price?
Él dijo:
—Está despedida.
Ella parpadeó.
Esperó. Seguramente ahora ella lo entendería y él podría volver al
trabajo.
Miró a su alrededor, con una sonrisa confundida en su rostro.
2 Es una cadena de restaurantes de comida rápida.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—¿Este es uno de esos reality shows? —Ella se rio, un fantasma de su
anterior alegría que él había pensado que había sido desterrado hacía mucho
tiempo—. ¿Me están filmando? ¿Alguien va a saltar y gritar sorpresa? ¿Cómo
se llama el programa? ¿Estás despedido, pero no realmente?
—Lo dudo mucho —dijo Wallace—. No he dado autorización para ser
filmado. —Miró el bolso que tenía en el regazo—. O grabado.
Su sonrisa se desvaneció ligeramente.
—Entonces no entiendo. ¿Qué quiere decir?
—No sé cómo dejarlo más claro, Sra. Ryan. A partir de hoy, usted ya no
es empleada de Moore, Price, Hernandez & Worthington. Cuando salga de
aquí, el personal de seguridad le permitirá recoger sus pertenencias y luego
será escoltada fuera del edificio. Recursos Humanos se pondrá en contacto
en breve para realizar los últimos trámites en caso de que necesite inscribirse
en... oh, ¿cómo se llamaba? —Revisó los papeles que había sobre el
escritorio—. Ah, sí. Prestaciones por desempleo. Porque, al parecer, aunque
no tenga trabajo, todavía puede seguir absorbiendo el dinero de mis
impuestos de la teta del gobierno. —Agitó la cabeza—. Entonces, en cierto
modo, es como si le siguieran pagando. Pero no tanto. Ni tampoco mientras
trabaje aquí. Porque no es así.
Ella ya no estaba sonriendo.
—Yo... ¿qué?
—Está despedida —dijo lentamente. No sabía qué era tan difícil de
entender para ella.
—¿Por qué? —exigió.
Ahora estaban hablando. El porqué de las cosas era la especialidad de
Wallace. Nada más que los hechos.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—Por el informe amicus3 en el asunto Cortaro. Usted lo presentó con
dos horas de retraso. La única razón por la que se aprobó fue porque el juez
Smith me debía un favor, pero casi no funcionó. Le tuve que recordar que lo
había visto con su niñera convertida en amante en el... no importa. Podrías
haberle costado al bufete miles de dólares, y eso ni siquiera empieza a cubrir
el daño que habría causado a nuestro cliente. Esa clase de errores no serán
tolerados. Le agradezco sus años de dedicación a Moore, Price, Hernandez &
Worthington, no obstante, sus servicios ya no serán necesarios.
Se puso de pie abruptamente, la silla raspando los pisos de madera.
—No lo presenté tarde.
—Lo hiciste —dijo Wallace uniformemente—. Tengo la marca de tiempo
de la oficina del secretario aquí si desea verla. —Golpeó con los dedos la
carpeta que estaba sobre su escritorio.
Ella entrecerró los ojos. Al menos ya no lloraba. Wallace podía manejar
la ira. En su primer día en la facultad de derecho, le dijeron que los abogados,
si bien eran una necesidad en una sociedad que funciona, siempre iban a ser
el punto focal de la ira.
—Incluso si lo presenté tarde, nunca antes había hecho algo así. Fue
una vez.
—Y puede estar tranquila sabiendo que no volverá a hacer nada
parecido —dijo Wallace—. Porque ya no trabajas aquí.
—Pero… pero mi esposo. Y mi hijo ¡Y mi hija!
—Correcto —dijo Wallace—. Qué bueno que lo mencionó.
Evidentemente, si su hija estaba recibiendo algún tipo de beca por nuestra
parte, ahora está anulada.
Presionó un botón en su teléfono de escritorio.
3 El amicus curiae (amigo de la corte o amigo del tribunal) es una expresión latina
utilizada para referirse a presentaciones realizadas por terceros ajenos a un litigio, que
ofrecen voluntariamente su opinión, jurídica , alegatos, demanda o exhorto jurídico
vinculante frente a algún punto de derecho u otro aspecto relacionado, para colaborar con el
tribunal en la resolución de la materia objeto del proceso.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—¿Shirley? ¿Puedes hacer una nota para el departamento de recursos
humanos indicando el hecho de que la hija de la Sra. Ryan ha dejado de tener
una beca a través de nosotros? Desconozco lo que implica, sin embargo, estoy
convencido de que tienen que rellenar algún formulario que tengo que firmar.
Encárgate de ello de inmediato.
La voz de su asistente crujió a través del altavoz.
—Sí, señor Price.
Miró a su antigua asistente legal.
—Listo. ¿Lo ve? Todo solucionado. Antes de que se vaya, me gustaría
que recordara que somos profesionales. No hace falta gritar ni lanzar cosas o
hacer amenazas que sin duda serán consideradas un delito. Y, si puede, por
favor, asegúrese de que cuando limpie su mesa no se lleve nada que
pertenezca a la empresa. Su sustituto empezará el lunes, y no quiero ni
pensar lo que supondría para él que le faltara una grapadora o un
dispensador de cinta adhesiva. Cualquier cachivache que haya acumulado es
suyo, por supuesto. —Recogió la pelota contra el estrés que había en su
escritorio con el logotipo de la empresa—. Estás son maravillosas, ¿no?
Recuerdo que recibió una con motivo de sus siete años en la empresa. Tómela,
bajo mi bendición. Presiento que le será útil.
—Habla en serio —susurró ella.
—Como un infarto —dijo—. Ahora, si me disculpa, tengo que...
—¡Tú... tú... tú monstruo ! —ella gritó—. ¡Exijo una disculpa!
Por supuesto que lo haría.
—Una disculpa implicaría que he hecho algo malo. Y no es así. De
hecho, usted debería disculparse conmigo...
Su grito de respuesta no contenía una disculpa.
Wallace mantuvo la calma mientras presionaba el botón de su teléfono
nuevamente.
—¿Shirley? ¿Ha llegado la seguridad?
—Sí, señor Price.
—Bueno. Envíalos antes de que me arrojen algo a la cabeza.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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La última vez que Wallace Price vio a Patricia Ryan fue cuando un
hombre corpulento llamado Geraldo la arrastró, pateando y gritando,
aparentemente ignorando la advertencia de Wallace sobre amenazas
criminales. Estaba impresionado a regañadientes con la dedicación de la Sra.
Ryan de querer clavarle lo que ella llamaba un atizador de fuego caliente en
su garganta hasta que, en sus palabras, perforara sus regiones inferiores y le
causara una agonía extrema.
—¡Caerás de pie! —dijo desde la puerta de su oficina, sabiendo que todo
el piso estaba escuchando. Quería asegurarse de que supieran que le
importaba—. Se cierra una puerta, se abre una ventana y todo eso.
Las puertas del ascensor se cerraron, interrumpiendo su indignación.
—Ah —dijo Wallace—. Eso me gusta más. De vuelta al trabajo, todos.
El hecho de que sea viernes no significa que puedan holgazanear.
Todo el mundo empezó a moverse inmediatamente.
Todo perfecto. Las máquinas volvían a funcionar sin problemas.
Regresó a su despacho, y cerró la puerta tras de sí.
Esa tarde sólo pensó en Patricia una vez más, al recibir un correo
electrónico de la jefa de RRHH en el que le decía que ella se encargaría de la
beca. La punzada en el pecho volvió a aparecer, pero todo estaba bien. De
camino a casa, pararía a comprar un frasco de Tums4. No pensó más en ello,
y tampoco en Patricia Ryan. Avanza siempre, se dijo mientras trasladaba el
correo electrónico a una carpeta marcada con el nombre de ‘QUEJAS DE LOS
EMPLEADOS’.
Siempre hacia adelante.
Se sintió mejor. Por lo menos ahora estaba tranquilo.
La semana siguiente comenzaría su nueva asistente legal y se
encargaría de que ella supiera que no iba a tolerar errores. Resultaba mejor
infundir miedo desde el principio que enfrentarse más adelante a la
incompetencia.
***
Pero nunca tuvo la oportunidad.
4 Antiácidos.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
18
En lugar de eso, dos días después, Wallace Price murió
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
19
Capítulo 2
Su funeral fue poco concurrido. Wallace no se sentía contento. Ni
siquiera podía estar seguro de cómo había acabado allí. En un momento,
había estado contemplando su cuerpo. Y luego parpadeó y se encontraba ante
una iglesia, cuyas puertas estaban abiertas mientras las campanas
repicaban. Desde luego, no le sirvió de nada ver el destacado letrero que había
en la fachada. Se leía: ‘CELEBRACIÓN DE LA VIDA DE WALLACE PRICE’. Si
era sincero consigo mismo, aquel cartel no le gustaba. No, no le gustaba nada.
Quizás alguien que estuviera dentro pudiera explicarle qué diablos estaba
ocurriendo.
Ocupó un asiento en un banco de la parte trasera. La iglesia en sí era
todo lo que odiaba: ostentosa, con grandes vidrieras y varias representaciones
que mostraban a Jesús en distintas poses de dolor y sufrimiento, con las
manos clavadas en una cruz que parecía ser de piedra. A Wallace no le
gustaba que la figura más destacada de la iglesia estuviera en estado de
agonía. Él nunca entendería la religión.
Esperó a que llegara más gente. El letrero de la entrada decía que su
funeral debía de empezar puntualmente a las nueve. Según el reloj decorativo
de la pared (donde había otro Jesús con sus brazos como manecillas del reloj,
aparentemente para recordar que el único hijo de Dios era un contorsionista),
ya eran las cinco y sólo había seis personas en la iglesia.
Conocía a cinco de ellas.
La primera era su ex mujer. Se habían divorciado de forma muy amarga,
acusándose mutuamente sin fundamento, sin que sus abogados pudieran
evitar que se gritaran a través de la mesa. Ella tendría que haber volado, dado
que se había mudado al otro extremo del país para alejarse de él. No la
culpaba.
Principalmente.
Pero no lloraba. Se sentía molesto por motivos que no podía explicar.
¿Acaso ella no debería estar sollozando?
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
20
La segunda, tercera y cuarta persona que conocía eran los socios del
bufete de abogados Moore, Price, Hernandez & Worthington. Esperaba que
otros miembros del bufete se unieran a ellos, ya que la empresa MPH&W
había comenzado en un garaje veinte años antes y se había convertido en uno
de los bufetes más poderosos del Estado. Al menos, esperaba que su
asistente, Shirley, estuviera allí, con el maquillaje corrido y un pañuelo en las
manos mientras se lamentaba de no saber cómo iba a seguir sin él.
Ella no estaba. Se concentró todo lo que pudo, deseando que apareciera,
lamentándose de que no era justo, de que ella necesitaba un jefe como Wallace
para mantenerla en el buen camino. Frunció el ceño cuando no ocurrió
absolutamente nada, sintiendo un pequeño temor en el fondo de su mente.
Los socios se reunieron en el fondo de la iglesia, muy cerca del banco
de Wallace, hablando en voz baja. Wallace había desistido de intentar que se
dieran cuenta de que seguía aquí, sentado frente a ellos. Ya no podían verle.
Ni podían oírle.
—Esto es muy triste —dijo Moore.
—Demasiado —coincidió Hernandez.
—Simplemente lo peor —dijo Worthington—. La pobre Shirley, haber
encontrado su cuerpo así.
Los socios se detuvieron, y miraron hacia el frente de la iglesia,
haciendo una inclinación de cabeza respetuosa cuando Naomi les devolvió la
mirada. Ella los miró con desprecio antes de volverse hacia el frente.
Al cabo de unos minutos, siguieron conversando:
—Cosas así te hacen pensar —dijo Moore.
—Realmente lo hace —estuvo de acuerdo Hernandez.
—Absolutamente —dijo Worthington—. Te hace pensar en muchas
cosas.
—Nunca has tenido un pensamiento original en tu vida —le dijo
Wallace.
Durante un momento guardaron silencio, y Wallace estuvo convencido
de que los tres se habían perdido en sus recuerdos más preciados sobre él.
En un momento, empezarían a recordarlo con cariño, y cada uno de ellos, por
turnos, contaría una pequeña historia sobre el hombre que habían conocido
durante la mitad de sus vidas y el impacto que había tenido en ellos.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
21
Puede que incluso se les escapara al menos una lágrima. Así lo
esperaba él.
—Era un imbécil —dijo Moore finalmente.
—Un gilipollas de lo peor —coincidió Hernandez.
—El más grande —dijo Worthington.
Todos se rieron, aunque trataron de disimularlo para que no resonara.
Dos cosas concretas sorprendieron a Wallace. La primera era que no sabía
que estaba permitido reírse en la iglesia, sobre todo cuando se asistía a un
funeral. Pensaba que tenía que ser una práctica prohibida. Si bien era cierto
que hacía años que no entraba en una iglesia, posiblemente las normas
habían cambiado. Y en segundo lugar, ¿por qué lo llamaban imbécil? Se sintió
decepcionado cuando no fueron inmediatamente fulminados por un rayo.
—¡Mátalos! —gritó, mirando al techo—. Golpéalos ahora mismo...
ahora... —Se detuvo. ¿Por qué su voz no tenía eco?
Moore, aparentemente habiendo decidido que su dolor había pasado,
dijo:
—¿Pudieron ver el partido de anoche? Amigo, Rodríguez estuvo inusual.
Es increíble que hayan hecho esa jugada...
Y entonces se fueron, conversando de deportes como si su antiguo
colega no estuviera acostado dentro de un ataúd de madera roja sólida con
un valor de siete mil dólares en la entrada de la iglesia, con los brazos
cruzados sobre el pecho, la piel pálida y los ojos cerrados.
Wallace se giró decididamente hacia adelante, con la mandíbula
apretada. Ellos habían ido juntos a la facultad de Derecho y decidieron fundar
su propio bufete nada más licenciarse, ante el horror de sus padres. Sus
socios y él habían empezado como amigos, cada uno joven e idealista. Pero
con el paso de los años, se convirtieron en algo más que amigos: se
convirtieron en colegas, lo cual, para Wallace, resultaba mucho más
importante. Él no tenía tiempo para los amigos. Ni tampoco los necesitaba.
Había tenido su trabajo en la trigésima planta del mayor rascacielos de la
ciudad, sus muebles de oficina importados y un apartamento excesivamente
grande en el que apenas pasaba tiempo. Lo había tenido todo, y ahora...
Bueno.
Por lo menos su ataúd era caro, aunque desde que llegó había evitado
mirarlo.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
22
La quinta de las personas de la iglesia era alguien a quien no reconocía.
Se trataba de una mujer joven con el pelo negro desordenado y corto. Tenía
los ojos oscuros sobre una nariz fina, levantada y el pálido corte de sus labios.
Llevaba las orejas perforadas, con pequeñas tachuelas que brillaban a la luz
del sol que se filtraba por las ventanas. Llevaba un elegante traje negro de
rayas, con una corbata roja brillante. Una corbata poderosa, si es que existía
alguna. Wallace lo aprobaba. Todas sus corbatas eran poderosas. En este
momento él no llevaba exactamente una corbata de gala. Por lo visto, cuando
uno muere, sigue llevando lo último que tenía puesto antes de morir. Era
lamentable, realmente, dado que aparentemente había muerto en su oficina
un domingo. Había llegado para prepararse para la semana siguiente y se
había puesto una sudadera, una vieja camiseta de los Rolling Stones y unas
chanclas, sabiendo que la oficina estaría vacía.
Y eso es lo que llevaba ahora, para su desgracia.
La mujer miró en su dirección, como si lo hubiera oído. Aunque no la
conocía, asumió que, si estaba aquí, había tocado su vida en algún momento.
A lo mejor había sido una clienta suya agradecida en algún momento. Todos
empezaron a ser iguales después de un tiempo, así que también podría ser
eso. Probablemente había demandado a una gran empresa a su favor por café
caliente o acoso o algo así, y ella había obtenido un enorme pago por ello.
Obviamente, ella estaría agradecida. ¿Quién no lo estaría?
Moore, Hernandez y Worthington parecieron decidir amablemente que
su conversación desenfrenada sobre el evento deportivo podía quedar en
suspensión, y pasaron junto a Wallace sin siquiera dirigirle la mirada y se
fueron hacia el frente de la iglesia, todos ellos con una mirada formal. No
hicieron caso a la joven del traje, sino que se pararon cerca de Naomi,
acercándose uno por uno para ofrecer sus condolencias. Ella asintió. Y
Wallace se quedó esperando las lágrimas, convencido ya de que se trataba de
un dique a punto de estallar.
Cada uno de ellos se paró un momento frente al ataúd, inclinando la
cabeza lentamente. La sensación de malestar que había invadido a Wallace
desde que parpadeó frente a la iglesia se hizo más fuerte, desconcertante y
atroz. Aquí estaba, sentado en la parte trasera de la iglesia, mirándose a sí
mismo en la parte delantera de la iglesia, tumbado en un ataúd. Wallace no
tenía la impresión de ser un hombre atractivo. Era demasiado alto, demasiado
desgarbado, y sus pómulos eran muy afilados, por lo que su pálido rostro
estaba siempre demacrado. En una ocasión, en una fiesta de Halloween de la
empresa, un grupo de niños quedó encantado con su disfraz, y un joven
atrevido dijo que era una excelente Parca.
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de los susurros
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No llevaba ningún disfraz.
Se estudió a sí mismo desde su asiento, vislumbrando su cuerpo
mientras sus socios se movían a su alrededor, con la terrible sensación de
que algo no encajaba en él. Su cuerpo estaba vestido con uno de sus mejores
trajes, uno de dos piezas fabricado por Tom Ford a base de lana y piel de
tiburón. Se adaptaba bien a su delgada figura y hacía resaltar sus ojos verdes.
A decir verdad, no era exactamente halagador ahora, dado que tenía los ojos
cerrados y las mejillas cubiertas con suficiente colorete como para que
pareciera que había sido un prostituto en lugar de un abogado de alto nivel.
Tenía la frente extrañamente pálida y el cabello oscuro cortado hacia atrás,
que brillaba húmedo bajo las luces del techo.
Eventualmente, los socios se sentaron en el banco frente a Naomi, sus
rostros secos.
Una puerta se abrió, y Wallace se giró para ver a un sacerdote (alguien
a quien no reconoció, y volvió a sentir una discordancia a modo de peso en el
pecho, algo apagado, que no iba bien) atravesando el nártex5, con una túnica
tan ridícula como la iglesia que les rodeaba. El sacerdote parpadeó un par de
veces, como si no pudiera creer lo vacía que se encontraba la iglesia. Se apartó
la manga de la túnica para mirar su reloj y sacudió la cabeza antes de fijar
una tranquila sonrisa en su rostro. Pasó junto a Wallace sin reconocerlo.
—Está bien —gritó Wallace detrás de él—. Estoy seguro de que te crees
importante. No es de extrañar que la religión organizada esté en el estado en
que se encuentra.
El sacerdote se quedó junto a Naomi, tomándole la mano, hablándole
con suaves palabras de cortesía, diciéndole que lamentaba su pérdida, que
Dios obraba de forma misteriosa y que, aunque no siempre entendiéramos su
plan, podía estar seguro de que había uno, y éste formaba ya parte de él.
Naomi dijo:
—No lo dudo, padre. Pero dejémonos de tonterías y sigamos adelante
con este show. Tiene que ser enterrado en dos horas, ya que tengo que volar
esta tarde.
Wallace puso los ojos en blanco.
5 El nártex en las basílicas románicas es el pórtico situado entre el atrio y las naves
del templo, del que está separado por divisiones fijas, destinado a los penitentes y a los
catecúmenos.
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de los susurros
24
—Por Dios, Naomi. ¿Por qué no muestras un poco de respeto? Estás en
una iglesia. —Y yo estoy muerto, quiso añadir, pero no lo hizo, ya que eso lo
hacía real, y nada de esto podía ser real. Era imposible.
El sacerdote asintió.
—Por supuesto. —Le dio unas palmaditas en el dorso de la mano antes
de pasar a los bancos opuestos donde se sentaban los socios—. Siento tu
pérdida. El Señor obra en formas misteriosas...
—Por supuesto que sí —dijo Moore.
—Muy misteriosas —estuvo de acuerdo Hernandez.
—Gran hombre el de arriba con sus planes —dijo Worthington.
La mujer, la extraña que no reconoció, resopló, sacudiendo la cabeza.
Wallace la miró.
El sacerdote siguió adelante, deteniéndose frente al ataúd, con la
cabeza gacha.
Antes, había habido dolor en el brazo de Wallace, una sensación de
ardor en el pecho, una pequeña y salvaje punzada de náuseas en el estómago.
Por un momento, casi se convenció a sí mismo de que había sido el chili
sobrante que había comido la noche anterior. Pero luego estaba en el piso de
su oficina, acostado sobre la alfombra persa importada en la que había
gastado una cantidad exorbitante, escuchando la fuente en el vestíbulo
gorgotear mientras trataba de recuperar el aliento. —Maldito chili —se las
arregló para jadear, sus últimas palabras antes de encontrarse de pie sobre
su propio cuerpo, sintiéndose como si estuviera en dos lugares a la vez,
mirando hacia el techo mientras también se miraba a sí mismo. Pasó un
momento antes de que esa división se calmara, dejándolo con la boca abierta,
el único sonido que salía de su garganta era un leve chirrido como un globo
que se desinfla.
Lo cual estaba bien, ¡porque sólo se había desmayado! Sólo se trataba
de eso. Solamente un ardor de estómago y una necesidad imperiosa de dormir
en el piso. Todo el mundo se desmayaba en algún momento. Él había estado
trabajando demasiado últimamente. Desde luego, por fin le había pasado
factura.
Con eso decidido, se sintió un poco mejor al llevar sudaderas, chanclas
y una camiseta vieja en la iglesia en su funeral. Ni siquiera le gustaban los
Rolling Stones. No tenía ni idea de dónde había salido la camiseta.
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El sacerdote se aclaró la garganta mientras miraba a las pocas personas
reunidas. Él dijo:
—Está escrito en el Buen Libro que...
—Oh, por el amor de Dios —murmuró Wallace.
La extraña se atragantó.
Wallace sacudió la cabeza hacia arriba mientras el sacerdote seguía
hablando.
La mujer tenía su mano sobre su boca como si estuviera tratando de
sofocar su risa. Wallace estaba indignado. Si encontraba su muerte tan
graciosa, ¿por qué diablos estaba allí?
A no ser que…
No, no puede ser, ¿verdad?
Él la miró, tratando de ubicarla.
¿Y si ella hubiera sido una clienta suya?
¿Y si hubiera obtenido un resultado menos que deseable?
Una demanda colectiva, tal vez. Una que no había producido tanto como
ella esperaba. Hacía promesas cada vez que conseguía un nuevo cliente,
grandes promesas de justicia y extraordinaria compensación económica.
Donde una vez pudo haber templado las expectativas, solo se había vuelto
más confiado con cada juicio a su favor. Su nombre era susurrado con gran
reverencia en los sagrados salones de los tribunales. Era un tiburón
despiadado, y cualquiera que se interpusiera en su camino por lo general
terminaba de espaldas, preguntándose qué diablos había sucedido.
Pero tal vez fue más que eso.
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26
¿Lo que comenzó como una relación profesional abogado-cliente se
había convertido en algo más oscuro? Tal vez se había obsesionado con él,
enamorada de sus costosos trajes y del dominio en la sala del tribunal. Se dijo
a sí misma que tendría a Wallace Price, o nadie lo haría. Ella lo había
acechado, parada fuera de su ventana por la noche, observándolo mientras
dormía (su apartamento en el piso quince no lo disuadió de esta idea; por lo
que sabía, ella había trepado por el costado del edificio a su balcón). Y cuando
él estaba en el trabajo, ella irrumpía y se acostaba sobre su almohada,
respirando su olor, soñando con el día en que podría convertirse en la señora
de Wallace Price. Entonces tal vez él la había rechazado sin saberlo, y el amor
que ella sentía por él se había convertido en una furia negra.
Eso era.
Eso lo explicaba. Después de todo, había precedentes, ¿verdad? Porque
era probable que Patricia Ryan también estuviera obsesionada con él, dada
su desafortunada reacción cuando la despidió. Por lo que él sabía, estaban
confabuladas entre sí, y cuando Wallace había hecho lo que hizo, ellas...
¿qué? Unieron fuerzas para... espera. Bueno. La línea de tiempo estaba un
poco borrosa para que eso funcionara, pero aun así.
—... y ahora, me gustaría invitar a cualquiera que quiera decir unas
palabras sobre nuestro querido Wallace a que se presente y lo haga en este
momento. —El sacerdote sonrió serenamente. La sonrisa se desvaneció un
poco cuando nadie se movió—. Cualquiera puede venir.
Los socios inclinaron la cabeza.
Naomi suspiró.
Obviamente, estaban abrumados, incapaces de encontrar las palabras
adecuadas para resumir una vida bien vivida. Wallace no los culpó por eso.
¿Cómo se empezaba a encapsular todo lo que él era? Exitoso, inteligente,
trabajador hasta el punto de la obsesión, y mucho más. Por supuesto que
serían reticentes.
—Levántense —murmuró, mirando fijamente a los que estaban en el
frente de la iglesia—. Levántense y digan cosas bonitas sobre mí. Ahora. Se
los ordeno.
Jadeó cuando Naomi se levantó.
—¡Funcionó! —susurró con fervor—. Sí. Sí...
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El sacerdote asintió mientras se hacía a un lado. Naomi se quedó
mirando el cuerpo de Wallace durante un largo momento, y Wallace se
sorprendió al ver que su cara se torcía como si estuviera a punto de llorar. Al
fin. Al fin alguien iba a mostrar algún tipo de emoción. Él se preguntó si ella
se lanzaría sobre el ataúd, exigiendo saber por qué, por qué, por qué la vida
tenía que ser tan injusta, y Wallace, yo siempre te he querido, incluso cuando
me acostaba con el jardinero. Tú sabes, ese que parecía reacio a usar camisas
mientras trabajaba, mientras el sol brillaba sobre sus anchos hombros, con el
sudor resbalando por sus esculturales músculos abdominales como si fuera
una maldita estatua griega a la que tú también fingías no mirar, pero ambos
sabemos que eso es una mierda, ya que teníamos el mismo gusto por los
hombres.
Ella no lloró.
En cambio, estornudó.
—Disculpe —dijo, limpiándose la nariz—. Eso ha estado acumulándose
por un tiempo.
Wallace se hundió más en el banco. No tenía un buen presentimiento
sobre esto.
Se movió frente a la iglesia en el estrado al lado del sacerdote. Ella dijo:
— Wallace Price estaba... vivo, ciertamente. Pero ahora no lo está. En
mi opinión, yo no puedo decir que eso sea algo malo. Él no era una buena
persona.
—Oh, Dios mío —dijo el sacerdote.
Naomi lo ignoró.
—Era un hombre obstinado, imprudente y que sólo se preocupaba por
sí mismo. Pude haberme casado con Bill Nicholson, pero en su lugar, me
enganché al Wallace Price Express, rumbo a un destino de comidas perdidas,
cumpleaños y aniversarios olvidados, y la repugnante costumbre de dejar los
pedazos de uñas del pie en el suelo del baño. Venga ya. El cubo de la basura
estaba justo ahí. ¿Como puedes no verlo?
—Terrible —dijo Moore.
—Exactamente —estuvo de acuerdo Hernandez.
—Tirar los recortes a la basura —dijo Worthington—. No es tan difícil.
TJ Klune  Bajo la puerta
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—Espera —dijo Wallace en voz alta—. No es eso lo que debes decir.
Necesitas estar triste, y mientras te secas las lágrimas, dices todo lo que vas
a extrañar de mí. ¿Qué tipo de funeral es este?
Pero Naomi no quiso escuchar, cosa que, en realidad. ¿Cuándo lo había
hecho?
—He pasado los últimos días desde que recibí la noticia intentando
encontrar un solo recuerdo de nuestro tiempo juntos que no me llenara de
arrepentimiento o de apatía e incluso de una furia ardiente que me hiciera
sentir como si estuviese de pie bajo el sol. Me costó tiempo, hasta que encontré
uno. Una vez, Wallace me llevó una taza de sopa mientras estaba enferma. Le
di las gracias. Luego se fue a trabajar y no le vi durante seis días.
—¿Eso es todo? — exclamó Wallace—. ¿Estás bromeando?
La expresión de Naomi se endureció.
—Se supone que debemos comportarnos y emocionarnos cuando
alguien muere, sin embargo, vengo a decirles que eso es una mierda. Lo
siento, Padre.
El sacerdote asintió.
—Está bien, hija mía. Sácalo todo. El Señor no...
—Y no me hagas hablar del hecho de que se preocupaba más por su
trabajo que por formar una familia. Marqué mi ciclo de ovulación en su
calendario de trabajo. ¿Sabes lo que hizo? Me mandó una tarjeta que decía
ENHORABUENA, LICENCIADA.
—Aún nos aferramos a eso, ¿verdad? —Wallace preguntó en voz alta—
. ¿Cómo te va con esa terapia, Naomi? Parece que deberías recibir un
reembolso.
—Vaya —dijo la mujer en el banco.
Wallace la miró.
—¿Algo que te gustaría agregar? ¡Sé que soy un buen partido, pero el
hecho de que no te ame no te da derecho a asesinarme!
El sonido que hizo cuando la mujer lo miró directamente es mejor
dejarlo a la imaginación, especialmente cuando dijo en voz muy alta:
—Nah. No eres exactamente mi tipo, y el asesinato es malo, ¿sabes?
TJ Klune  Bajo la puerta
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Wallace prácticamente se cayó del banco mientras Naomi continuaba
calumniándolo en la casa de Dios como si la extraña mujer no hubiera
hablado en absoluto. Se las arregló para agarrar la parte de atrás del banco,
clavando las uñas en la madera. Miró por encima, con los ojos desorbitados
mientras miraba a la mujer.
Ella sonrió y arqueó una ceja.
Wallace luchó por encontrar su voz.
—¿Tú... puedes verme?
Ella asintió mientras giraba en su propio banco, apoyando el codo en el
respaldo.
—Sí, puedo hacer eso.
Comenzó a temblar, sus manos agarraban el banco con tanta fuerza
que pensó que sus dedos se romperían.
—Cómo. Qué. Yo no... ¿qué?
—Sé que estás confundido, Wallace, y las cosas pueden ser…
—¡Nunca te dije mi nombre! —dijo con altanería, incapaz de evitar que
su voz se rompiera.
Ella resopló.
—Hay literalmente un letrero con tu foto bajo tu nombre que está en la
entrada de la iglesia.
—Eso no es… —¿Qué? ¿Qué no era exactamente? Se incorporó. Sus
piernas no funcionaban como él quería—. Olvídate del maldito cartel. ¿Cómo
está pasando esto? ¿Qué diablos está pasando?
La mujer sonrió.
—Estas muerto.
Se echó a reír. Sí, podía ver su cuerpo en un ataúd, pero eso no
significaba nada. Tenía que haber algún error. Dejó de reír cuando se dio
cuenta de que la mujer no se estaba uniendo.
—¿Qué? —dijo rotundamente.
TJ Klune  Bajo la puerta
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—Falleciste, Wallace. —Su rostro se arrugó—. Un momento. Intento
recordar cuál fue la causa. Es mi primera vez, y estoy un poco nerviosa. —
Ella se iluminó—. ¡Oh, es cierto! Ataque al corazón.
Y así fue como supo que esto no era real. ¿Un ataque al corazón? Y una
mierda. Nunca fumaba, se alimentaba lo mejor que podía y hacía ejercicio
cuando se acordaba. Su último examen físico había terminado con el médico
diciéndole que si bien su presión arterial era un poco alta, todo lo demás
parecía estar en orden. No podía estar muerto de un ataque al corazón. Eso
no era posible. Se lo dijo, seguro de que eso sería el final.
—Ciiiierto —repitió ella lentamente, como si él fuera el idiota—. Odio
ser un fastidio, hombre, pero eso es lo que pasó.
—No —dijo, sacudiendo la cabeza—. Sabría si… me hubiera sentido…
—¿Qué sintió? ¿Un pinchazo en el brazo? ¿Un dolor en el pecho? ¿La forma
en que no podía recuperar el aliento por más que lo intentara?
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que es una de esas cosas que pasan. —Se estremeció
cuando ella se levantó del banco y se dirigió hacia él. Era más baja de lo que
esperaba, la parte superior de su cabeza probablemente le llegaba a la
barbilla. Se alejó lo más que pudo, pero no llegó muy lejos.
Naomi estaba despotricando sobre un viaje a los Poconos que
aparentemente habían hecho (¡Se quedó en la habitación del hotel todo el
tiempo en conferencias telefónicas! ¡Era nuestra luna de miel!) mientras la
mujer se sentaba en su banco, manteniendo un poco de distancia entre ellos.
Parecía incluso más joven de lo que pensó en un primer momento, quizás de
veinticinco años, lo que en cierto modo empeoraba las cosas. Su tez era
ligeramente más oscura que la de él, y sus labios se contraían sobre unos
pequeños dientes en un intento de sonrisa. Golpeó con los dedos el respaldo
del banco antes de mirarlo.
—Wallace Price —dijo— Mi nombre es Meiying, pero me puedes decir
Mei, así como el mes6, sólo que escrito un poco diferente. Vengo a llevarte a
casa.
Él la miró fijamente, incapaz de hablar.
6 Se refiere a que fonéticamente May (mayo) suena igual a Mei.
TJ Klune  Bajo la puerta
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—Oh. Ni me imaginaba que eso te haría callar. Debí haber intentado
eso desde el principio.
—No voy a ir a ninguna parte contigo —dijo con los dientes apretados—
. No te conozco.
—Espero que no —dijo—. Si lo hicieras, sería muy raro. —Hizo una
pausa, considerando—. O más raro, al menos. —Ella asintió hacia el frente
de la iglesia—. Bonito ataúd, por cierto. No parece barato.
Se erizó.
—No lo es. Sólo lo mejor para…
—Oh, estoy segura —dijo Mei—. Aun así. Bastante retorcido, ¿verdad?
Mirando tu propio cuerpo de esa manera. Aunque no es un mal cuerpo. Un
poco flaco para mis gustos, pero cada uno lo suyo.
Se erizó.
—Quiero que sepas que me fue bien con mi flaco... no. ¡No me distraeré!
Exijo que me digas lo que está pasando en este mismo segundo .
—Está bien —dijo ella en voz baja—. Puedo hacer eso. Sé que esto puede
ser difícil de entender, pero tu corazón se rindió y moriste. Hubo una autopsia
y resultó que tenías obstrucciones en las arterias coronarias. Puedo mostrarte
la incisión en Y, si quieres, aunque te no te lo aconsejo. Es bastante
asqueroso. ¿Sabías que una vez que realizan la autopsia, a veces vuelven a
poner los órganos dentro de una bolsa junto con aserrín antes de encerrarte?
—Ella se iluminó—. Oh, y soy tu Segadora7, estoy aquí para llevarte a donde
perteneces. —Y luego, como si el momento no fuera lo suficientemente
extraño, hizo manos de jazz8—. Ta-da.
—Segadora —dijo aturdido—. ¿Qué es eso?
—Yo —dijo ella, acercándose más—. Soy una Cosechadora. Una vez que
alguien muere, hay confusión. Realmente no sabes lo que está pasando, y
estás asustado.
7 Los reaper (死神, shinigami) significa Segador de Almas o también Dios de la Muerte,
son una raza de seres espirituales encargados de mantener el equilibrio en el flujo de almas
en el mundo.
8 Las manos de jazz en la danza escénica son la extensión de las manos de un artista
con las palmas hacia la audiencia y los dedos extendidos
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—¡No tengo miedo! —Eso era una mentira. Nunca había estado más
asustado en su vida.
—Está bien —dijo ella—. Así que no tienes miedo. Está bien. De todos
modos, es un momento difícil para cualquiera. Necesitas ayuda para hacer la
transición. Ahí es donde entro yo. Estoy aquí para asegurarme de que dicha
transición sea lo más fluida posible. —Ella hizo una pausa. Entonces—: Eso
es todo. Creo que me acordé de decir todo. Tuve que memorizar mucho para
conseguir este trabajo, y podría haber olvidado un detalle aquí y allá, pero esa
es la esencia.
Él la miró boquiabierto. Apenas escuchó a Naomi gritar de fondo,
llamándolo bastardo egoísta sin ninguna conciencia de sí mismo.
—Transición.
Mei asintió.
No le gustó el sonido de eso.
—¿A qué ?
Ella sonrió.
—Oh, hombre. Solo espera. —Ella levantó la mano hacia él, girando la
palma hacia arriba. Presionó el pulgar y el dedo medio juntos y chasqueó.
El fresco sol primaveral le dio en la cara.
Dio un paso atrás tambaleándose, mirando a su alrededor como un
loco.
Cementerio. Estaban en un cementerio.
—Lo siento —dijo Mei, apareciendo a su lado—. Aún no le cojo el truco.
—Ella frunció el ceño—. Soy un poco nueva en esto.
—¿Qué está pasando? — le gritó.
—Te están enterrando —dijo alegremente. Ella le agarró por el brazo
con fuerza y tiró de él. Tropezó con sus propios pies, pero logró mantenerse
parado. Sus chanclas golpearon contra sus talones mientras luchaba por
sostenerse. Entraron y salieron de las lápidas, rodeados por el ruido del tráfico
mientras los impacientes taxistas tocaban el claxon y gritaban improperios
por las ventanas abiertas. Intentó separarse de Mei, pero su agarre era firme.
Era más fuerte de lo que parecía.
—Aquí estamos —dijo, deteniéndose—. Justo a tiempo.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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Miró por encima de su hombro. Naomi estaba allí, al igual que sus
socios, todos ellos de pie alrededor de un agujero rectangular recién cavado.
El costoso ataúd estaba descendiendo a la tierra. Ninguno lloraba.
Worthington seguía mirando su reloj y suspirando de forma dramática. Naomi
estaba escribiendo en su teléfono.
De todas las cosas en las que Wallace debía concentrarse, estaba
estupefacto por el hecho de que no había una losa.
—¿Dónde está la lápida? Mi nombre. Fecha de nacimiento. Un mensaje
inspirador que diga que viví la vida al máximo.
—¿Es eso lo que hiciste?—preguntó Mei. No sonaba como si se estuviera
burlando de él, simplemente curiosa.
Apartó la mano y se cruzó de brazos a la defensiva.
—Sí.
—Espectacular. Y las lápidas suelen venir después del servicio. Aún
tienen que tallarla y todo eso. Se trata de un proceso completo. Así que no te
preocupes. Fíjate. Aquí estamos. ¡Despídete!
Él no hizo aquello que se le pidió.
Sin embargo, Mei sí, moviendo los dedos.
—¿Cómo llegamos aquí?—preguntó—. Estábamos en la iglesia.
—Tan observador. Eso es realmente bueno, Wallace. Estábamos en la
iglesia. Me siento orgullosa de ti. Digamos que me salté un par de cosas. Debo
ponerme en marcha. —Hizo una mueca—. Y eso es mi culpa, amigo. En serio,
por favor, no te lo tomes a mal porque no era mi intención, pero me retrasé
bastante en llegar a ti. Es la primera vez que cosecho sin ayuda, y me
equivoqué. Fui al lugar equivocado por accidente. —Ella sonrió de manera
placida—. ¿Estamos bien?
—No —le gruñó—. No estamos bien.
—Oh. Eso es una mierda. Lo siento. Te prometo que no volverá a pasar.
Es una experiencia de aprendizaje para mí. Ojalá califiques mi servicio con
un diez cuando recibas la encuesta. Eso significaría mucho para mí.
No tenía idea de lo que ella estaba hablando. Casi podía convencerse a
sí mismo de que ella era la loca, y nada más que un producto de su
imaginación.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
34
—¡Han pasado tres días
Ella le sonrió.
—¡Exactamente! Esto hace que mi trabajo sea mucho más fácil. Hugo
va a estar muy contento conmigo. No puedo esperar para decírselo.
—¿Quién diablos es...?
—Espera. Esta es una de mis partes favoritas.
Miró hacia donde ella señalaba. Sus compañeros formaban una fila, con
Naomi situada detrás de ellos. Contempló cómo todos se inclinaban, de uno
en uno, para recoger un puñado de tierra y dejarlo caer en la tumba. El sonido
de la tierra al golpear la tapa del ataúd hizo que a Wallace le temblaran las
manos. Naomi se puso de pie con su puñado de tierra sobre la tumba abierta
y, antes de soltarlo, una extraña expresión cruzó su mirada, luego
desapareció. Agitó la cabeza, arrojó la tierra y se dio la vuelta. Lo último que
vio de su ex mujer fue la luz del sol en su pelo mientras se apresuraba hacia
un taxi que la esperaba.
—Es como si todo ello tuviera sentido —dijo Mei—. El círculo completo.
De la tierra venimos, hacia la tierra volvemos. Es bonito, si lo piensas.
—¿Que está pasando? — él susurró.
Mei tocó el dorso de su mano. Su piel estaba fría, pero no tan
desagradable.
—¿Necesitas un abrazo? Puedo darte un abrazo si quieres.
Echó el brazo hacia atrás.
—No quiero un abrazo.
Ella asintió.
—Límites. Estupendo. Eso lo respeto. Te prometo que no te voy a
abrazar sin tu consentimiento.
Cuando Wallace tenía siete años, sus padres le llevaron a la playa.
Estuvo de pie en las olas, mirando cómo la arena se metía entre los dedos de
sus pies. Hubo una extraña sensación que le subió por las piernas hasta la
boca del estómago. Estaba hundiéndose, aunque la combinación de la arena
que se arremolinaba y el agua de color blanco lo hacían parecer algo mucho
más. Se había aterrorizado y se había negado a volver a meterse en el mar,
por mucho que sus padres le hubieran suplicado.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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Esa era la sensación que Wallace Price sentía ahora. Puede que fuera
el sonido de la tierra en el ataúd. Quizá fuera el hecho de que su foto estuviera
apoyada junto a la tumba abierta, con una corona de flores pegada debajo.
En esta foto, sonreía con fuerza. Llevaba el pelo perfectamente peinado, con
la raya a la derecha. Sus ojos eran brillantes. Naomi dijo una vez que le
recordaba al espantapájaros de Oz: —Si tan solo tuvieras un cerebro —dijo.
Eso había sido durante uno de sus procedimientos de divorcio, por lo que lo
descartó como nada más que ella tratando de lastimarlo.
Se sentó con fuerza en el suelo, con los dedos de los pies flexionados en
la hierba sobre la punta de sus chanclas. Mei se acomodó junto a él, doblando
las piernas debajo de ella, picando un pequeño diente de león. Ella lo arrancó
del suelo, sosteniéndolo cerca de su boca.
—Pide un deseo —dijo ella.
No pidió un deseo.
Suspiró y ella misma sopló las semillas de diente de león. Explotaron
en una nube blanca, los pedazos se impregnaron en la brisa y se agolparon
alrededor de la tumba abierta.
—Es mucho para asimilar, lo sé.
—¿Sí? —murmuró, con la cara entre las manos.
—No literalmente —admitió—. Pero tengo una idea.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
—Dijiste que esta era tu primera vez.
—Lo es. Es decir, en solitario. Pero pasé por el entrenamiento, y lo hice
bastante bien. ¿Necesitas comprensión? Puedo dártela. ¿Quieres golpear algo
porque estás enojado? También puedo ayudarte con eso. Aunque no a mí.
Puede que a una pared. —Se encogió de hombros—. O podemos sentarnos
aquí y ver como con el tiempo vienen con una pequeña excavadora y echan
toda la tierra encima de tu antiguo cuerpo consolidando así el hecho de que
todo ha terminado. Tú elección.
Él la miró fijamente.
Ella asintió.
—Sí, claro. Podría haberlo expresado mejor. Lo siento. Todavía estoy
aprendiendo.
TJ Klune  Bajo la puerta
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36
—¿Qué es lo…? —Trató de tragar más allá del nudo en su garganta—.
¿Qué está pasando?
Ella dijo:
—Lo que ocurre es que has vivido tu vida. Hiciste lo tuyo y ahora se
acabó. Por lo menos esa parte lo está. En el momento en que estés listo para
salir de aquí, te dejaré con Hugo. Él te explicará el resto.
—Dejarme —murmuró—. Con Hugo.
Ella negó con la cabeza antes de detenerse.
—Bueno, en cierto modo. Él es un barquero.
—¿Un qué?
—Barquero —repitió ella—. El que te ayudará a cruzar.
Su mente estaba acelerada. No podía concentrarse en una sola cosa.
Todo se sentía demasiado grandioso para comprenderlo.
—Pero pensé que se suponía que tú...
—Ay. Te gusto. Eso es dulce. —Ella rio—. Pero sólo soy una Segadora,
Wallace. Mi trabajo es asegurarme de que llegues al barquero. Él se encargará
del resto. Ya lo verás. Una vez que lleguemos a él, todo irá sobre ruedas. Hugo
tiende a tener ese efecto en la gente. Él te explicará todo antes de que cruces,
cualquiera de esas molestas y persistentes preguntas.
—Jesús —dijo Wallace con voz apagada—. ¿A dónde?
Mei ladeó la cabeza.
— Pues a lo que sigue, por supuesto...
—¿El cielo? —Palideció, un terrible pensamiento se abrió paso a través
de la tensión que sentía— ¿o te refieres al Infierno?
Ella se encogió de hombros.
—Por supuesto.
—Eso no explica nada en absoluto.
Ella rio.
—Lo sé, ¿verdad? Esto es divertido. Estoy divirtiéndome. ¿Tú no?
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de los susurros
37
No, no lo estaba.
***
Ella por su parte no lo apuró. Permanecieron allí mientras el cielo
comenzaba a teñirse con tonos rosados y anaranjados mientras el sol de
marzo se ocultaba en el horizonte. Estuvieron allí incluso cuando llegó la
prometida excavadora, que la mujer manejaba hábilmente con un cigarrillo
entre los dientes y el humo saliendo de su nariz. La tumba se llenó más rápido
de lo que Wallace esperaba. Las primeras estrellas empezaban a aparecer
cuando ella terminó, aunque eran débiles debido a la contaminación lumínica
de la ciudad.
Y eso fue todo.
Lo único que quedó de Wallace Price fue un montón de tierra y un
cuerpo que no iba a ser más que comida para gusanos. Fue una experiencia
profundamente devastadora. No había imaginado que lo sería. Extraño, pensó
para sí mismo. Muy extraño.
Miró a Mei.
Ella le sonrió.
Dijo:
—Yo… —No supo cómo terminar.
Ella tocó el dorso de su mano.
—Sí, Wallace. Es real.
Y, entre todas las maravillas, le creyó.
Ella dijo:
—¿Te gustaría conocer a Hugo?
No. No quería. Tenía ganas de correr. Deseaba gritar. Quería levantar
los puños hacia las estrellas y despotricar sobre la injusticia de todo esto.
Tenía planes. Tenía objetivos. Había tantas cosas por hacer, y ahora no
podría...
Se sobresaltó cuando una lágrima se deslizó por su mejilla.
—¿Tengo otra opción?
—¿En la vida? Siempre.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—¿Y en la muerte?
Ella se encogió de hombros.
—Es un poco más... reglamentado. Pero es por tu propio bien. Lo juro
—añadió rápidamente—. Hay razones por las que estas cosas suceden de la
manera en que lo hacen. Hugo te lo explicará todo. Es un gran tipo. Verás que
tengo razón.
Eso no lo hizo sentir mejor.
Pero aun así, cuando se colocó frente a él, extendiendo su mano, él solo
la miró por un instante antes de tomarla, permitiendo que lo levantara.
Dirigió su rostro hacia el cielo. Inhaló y exhaló.
Mei dijo:
—Esto probablemente se sentirá un poco extraño. Pero es una distancia
más larga, así que es de esperar. Terminará antes de que te des cuenta.
Pero antes de que pudiera reaccionar, ella chasqueó de nuevo y todo
explotó.
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Capítulo 3
Wallace estaba gritando cuando aterrizaron en un camino pavimentado
en medio de un bosque. El aire era frío, pero aunque seguía gritando, no se
formaba ninguna nube de aire delante de él. No tenía sentido. ¿Cómo podía
tener frío si estaba muerto? ¿Realmente estaba respirando o...? No. No.
Concéntrate. Concéntrate en el presente. Concéntrate en el ahora. Una cosa a
la vez.
—¿Has terminado? —Mei le preguntó.
Se dio cuenta de que seguía gritando. Cerró la boca de golpe, sintiendo
un dolor intenso al morderse la lengua. Lo que, por supuesto, provocó que
volviera a reaccionar, porque ¿cómo demonios podía sentir dolor?
—No —murmuró, alejándose de Mei, con los pensamientos confundidos
en un infinito nudo—. No puedes simplemente...
Y entonces fue atropellado por un coche.
Espera.
Debería haber sido atropellado por un coche. El coche se acercó, con
los faros brillantes. Consiguió levantar las manos a tiempo para bloquearse
la cara, sólo para que el coche lo atravesara. Por el rabillo del ojo, vio la cara
del conductor pasar a centímetros de la suya. No sintió nada de eso.
El coche continuó por la carretera, con las luces traseras parpadeando
una vez antes de doblar una esquina y desaparecer por completo.
Se quedó congelado, con las manos extendidas frente a él, una pierna
levantada, el muslo presionado contra el estómago.
Mei se rió con fuerza.
—Oh, amigo. Deberías ver la cara que pones. Dios mío, es increíble.
Bajó la pierna poco a poco, medio convencido de que se caería al suelo.
No lo hizo. Era sólido bajo sus pies. No podía dejar de temblar.
—Cómo. Qué. Por qué. ¿Qué? ¿Qué?
Se limpió los ojos, todavía riendo.
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de los susurros
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—Culpa mía. Debería haberte avisado de que eso podía pasar. —
Sacudió la cabeza—. Pero todo está bien, ¿no? Quiero decir, ¿qué tan bueno
es que ya no te puedan atropellar los coches?
—¿Eso es lo que sacaste de esto? —preguntó incrédulo.
—Es algo bastante grande si lo piensas.
—No quiero pensar en ello —espetó—. ¡No quiero pensar en nada de
esto!
Inexplicablemente, ella dijo:
—Si los deseos fuesen peces, todos nadaríamos en la riqueza.
Él se quedó mirando fijamente detrás de ella, mientras ésta emprendía
el camino.
—¡Eso no explica nada!
—Sólo porque estás siendo obstinado. Relájate, hombre.
La persiguió, no quería quedarse solo en medio de la nada. A lo lejos,
pudo ver las luces de lo que parecía un pequeño pueblo. No reconocía nada
de lo que les rodeaba, pero ella hablaba a toda velocidad y él no podía decir
nada.
—No permanece en la ceremonia ni nada, así que no te preocupes por
eso. No le llames Sr. Freeman porque él odia eso. Es Hugo para todo el mundo,
¿vale? Además, deja de fruncir tanto el ceño. O quizás no, eso depende de ti.
No te diré como tienes que ser. Él sabe que tú... —Tosió torpemente—. Bueno,
él sabe lo complicadas que pueden ser estas cosas, así que no te preocupes.
Haz todas las preguntas que necesites. Para eso estamos aquí. —Y entonces—
: ¿Ya lo ves?
Empezó a preguntar de qué demonios estaba hablando, pero entonces
ella asintió hacia su pecho. Él miró hacia abajo y frunció el ceño.
La réplica concisa que tenía en la punta de la lengua fue sustituida por
un grito de horror.
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de los susurros
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Allí, sobresaliendo de su pecho, había una pieza de metal curvada, casi
como un anzuelo del tamaño de su mano. De color plateado, brillaba en la
escasa luz. No le dolía, pero parecía que debería haberlo hecho, dado que la
punta afilada parecía estar incrustada en su esternón. En el otro extremo del
gancho había un... ¿cable? Una delgada banda de lo que casi parecía plástico
que destellaba con una luz apagada. El cable se extendía por el camino
delante de ellos, alejándose. Se dio una palmada en el pecho, tratando de
soltar el gancho, pero sus manos lo atravesaron. La luz del cable se
intensificó, y el gancho vibró cálidamente, llenándolo de una extraña
sensación de alivio que no había esperado dado que había sido ensartado.
Esta sensación fue, por supuesto, atenuada por el hecho de que había sido
ensartado.
—¿Qué es? —gritó, todavía golpeando su pecho—. ¡Quítalo, quítalo!
—No —dijo Mei, acercándose y agarrando sus manos—. Realmente no
queremos hacer eso. Créeme cuando te digo que te está ayudando. Lo
necesitas. No te va a hacer daño. No puedo verlo, pero a juzgar por tu reacción,
es lo mismo que los demás. No te preocupes por eso. Hugo te lo explicará, te
lo prometo.
—¿Qué es? —volvió a preguntar, con la piel erizada. Se quedó mirando
el cable que se extendía a lo largo de la carretera frente a ellos.
—Una conexión. —Ella le golpeó el hombro—. Te mantiene conectado a
tierra. Te conduce a Hugo. Él sabe que estamos cerca. Vamos. No puedo
esperar a que lo conozcas.
El pueblo estaba tranquilo. Parecía haber una sola vía principal que
atravesaba el centro. No había semáforos, ni bullicio de gente en las aceras.
Pasaron un par de coches (Wallace se apartó de un salto, no quería volver a
vivir aquella experiencia), pero aparte de eso, estaba casi todo en silencio. Las
tiendas de ambos lados de la calle ya habían cerrado por el día, con los
escaparates oscurecidos y los carteles colgando de las puertas prometiendo
que volverían a primera hora de la mañana. Sus toldos se extendían sobre la
acera, todos con colores brillantes de color rojo y verde y azul y naranja.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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Las farolas se alineaban a ambos lados de la calle, con luces cálidas y
suaves. La calle estaba empedrada y Wallace se apartó del camino cuando un
grupo de niños en bicicleta pasó junto a él. No le saludaron ni a él ni a Mei.
Reían y gritaban, con tarjetas sujetas a los radios de sus ruedas con pinzas
de la ropa, y su aliento corría detrás de ellos como pequeños trenes. A Wallace
le dolió un poco la idea. Eran libres, libres como no lo habían sido en mucho
tiempo. Luchó con esto, incapaz de darle forma a algo reconocible. Y entonces
la sensación desapareció, dejándole hueco y temblando.
—¿Este lugar es real? —preguntó, sintiendo que el gancho de su pecho
se calentaba. El cable no se aflojó como él esperaba mientras continuaban.
Pensó que ya estaría tropezando con él. En cambio, seguía tan tenso como lo
había estado desde que lo notó por primera vez.
Mei lo miró.
—¿Qué quieres decir?
No lo sabía bien.
—¿Están... están todos muertos?
—Oh. Sí, claro que no. Ya lo he entendido. Sí, este lugar es real. Sin
embargo, no todo el mundo está muerto. Esto es como cualquier otro lugar,
supongo. Tuvimos que viajar bastante lejos, aunque no es ningún lugar al
que no hubieras podido ir por tu cuenta si hubieras decidido salir de la
ciudad. No parece que hayas salido mucho.
—Estaba demasiado ocupado —murmuró.
—Ahora tienes todo el tiempo del mundo —dijo Mei, y le sorprendió lo
acertado que era. Se le encogió el pecho y parpadeó contra el repentino ardor
de sus ojos. Mei caminó perezosamente por la acera, mirando por encima del
hombro para asegurarse de que él la seguía.
Lo hizo, pero sólo porque no quería quedarse atrás en un lugar
desconocido. Los edificios que habían parecido casi pintorescos ahora se
cernían a su alrededor de forma inquietante, las ventanas sombrías eran
como ojos muertos. Se miró los pies, concentrándose en poner un pie delante
del otro. Su visión comenzó a ser un túnel, su piel palpitaba. Ese gancho en
el pecho se hacía más intenso.
Nunca había estado más asustado en su vida.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—Oye, oye —oyó decir a Mei, y cuando abrió los ojos, se encontró
agachado en el suelo, con los brazos rodeándole el estómago, y los dedos
hundiéndose en su piel con la suficiente fuerza como para dejarle moratones.
Si es que podía tener moratones—. Está bien, Wallace. Estoy aquí.
—Porque se supone que eso me hace sentir mejor — se atragantó.
—Es mucho para cualquiera. Podemos sentarnos aquí un momento, si
es lo que necesitas. No voy a apresurarte, Wallace.
No sabía lo que necesitaba. No podía pensar con claridad. Trató de
entenderlo, de encontrar algo a lo que agarrarse. Y cuando lo consiguió, brotó
de su interior, como un recuerdo olvidado que surgía como un fantasma.
Tenía nueve años y su padre le pidió que entrara en el salón. Acababa
de llegar de la escuela y estaba en la cocina preparando un sándwich de
mantequilla de cacahuete y plátano. Se quedó helado ante la petición de su
padre, tratando de pensar qué podía haber hecho para meterse en problemas.
Había fumado un cigarrillo detrás de las gradas, pero eso había sido hace
semanas, y no había forma de que sus padres lo supieran a menos que alguien
se lo hubiera dicho.
Dejó el sándwich en la encimera, ya creando excusas en su cabeza,
formando promesas de no lo volvería a hacer, lo juraría, sólo había sido una
vez.
Estaban sentados en el sofá, y se detuvo ante los ojos de su madre, que
estaba llorando, a pesar de que parecía que intentaba reprimirlo. Tenía las
mejillas manchadas y llevaba un pañuelo de papel apretado en la mano. Le
goteaba la nariz y, aunque intentaba sonreír al verlo, la sonrisa le temblaba y
se le torcía al tiempo que le flaqueaban los hombros. La única vez que la había
visto llorar antes había sido por una película cualquiera en la que un perro
había superado la adversidad (púas de puercoespín) para reunirse con su
dueño.
—¿Qué pasa? —le preguntó, sin saber qué debía hacer. Entendía la idea
de consolar a alguien, pero nunca la había puesto en práctica. No eran una
familia afectuosa. Como mucho, su padre le estrechaba la mano y su madre
le apretaba el hombro cada vez que estaban contentos con él. A él no le
importaba. Así eran las cosas.
Su padre dijo:
—Tu abuelo ha fallecido.
—Oh —respiró Wallace, con un repentino picor en todo el cuerpo.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—¿Entiendes la muerte?
No, no, no la entendía. Sabía lo que era, sabía lo que significaba la
palabra, pero era algo indefinido, un acontecimiento que ocurría para otras
personas muy, muy lejanas. A Wallace nunca se le había pasado por la cabeza
que alguien que conocía pudiera morir. El abuelo vivía a cuatro horas de
distancia, y su casa siempre olía a leche agria. Le gustaba hacer
manualidades con sus latas de cerveza desechadas: aviones con hélices que
se movían de verdad, gatitos que colgaban con cuerdas del techo de su porche.
Y como era un niño lidiando con un concepto mucho más grande que
él, las siguientes palabras que salieron de su boca fueron:
—¿Alguien lo asesinó? —Al abuelo le gustaba decir que había luchado
en la guerra (qué guerra, exactamente, no sabía; nunca había sido capaz de
hacer una pregunta de seguimiento), lo que solía ir acompañado de palabras
que hacían que la madre de Wallace le gritara a su padre mientras le tapaba
los oídos, y más tarde, le decía a su único hijo que nunca repitiera lo que
había oído porque era tremendamente racista. Podía entender que alguien
hubiera asesinado a su abuelo. En realidad tenía mucho sentido.
—No, Wallace —se atragantó su madre—. No fue así. Fue un cáncer. Se
enfermó y no pudo seguir adelante. Se... se acabó.
Este fue el momento en que Wallace Price decidió, de la forma en que
suelen hacerlo los niños, absoluta e audazmente, que nunca le pasaría eso.
El abuelo estaba vivo, y luego no lo estaba. Sus padres estaban trastornados
por la pérdida. A Wallace no le gustaba estar trastornado. Así que lo reprimió,
lo metió en una caja y lo cerró con llave.
***
Parpadeó lentamente, siendo consciente de su entorno. Todavía estaba
en el pueblo. Y con la mujer.
Mei se agachó ante él, con la corbata colgando entre las piernas.
—¿Estás bien?
No confiaba en hablar, así que asintió, aunque estaba muy lejos de estar
bien.
—Esto es normal —dijo ella, golpeando los dedos contra su rodilla—. Le
ocurre a todo el mundo después de su muerte. Y no te sorprendas si te pasa
unas cuantas veces más. Es mucho para asimilar.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—¿Cómo lo sabes? — murmuró—. Dijiste que era tu primera vez.
—Primera vez sola —corrigió ella—. Hice más de cien horas de
entrenamiento antes de poder salir por mi cuenta, así que ya lo he visto antes.
¿Crees que puedes aguantar?
No, no lo creía. Lo hizo de todos modos. Estaba un poco inseguro sobre
sus pies, pero se las arregló para mantenerse erguido por pura fuerza de
voluntad. El gancho seguía ahí en su pecho, el cable seguía parpadeando
tenuemente. Por un momento, creyó sentir un suave tirón, pero no podía estar
seguro.
—Ya está —dijo Mei. Y le dio una palmadita en el pecho—. Lo estás
haciendo bien, Wallace.
Él la fulminó con la mirada.
—No soy un niño.
—Oh, lo sé. Es más fácil con los niños, si puedes creerlo. Los adultos
son los que suelen ser el problema.
Él no sabía qué decir a eso, así que no dijo nada.
—Vamos —dijo ella—. Hugo nos está esperando.
***
Llegaron al final del pueblo poco después. Los edificios se detuvieron, y
la carretera que se extendía ante ellos se abría paso a través del bosque de
coníferas, el aroma del pino le recordaba a Wallace la Navidad, una época en
la que todo el mundo parecía tomarse un respiro y olvidar, aunque fuera por
un rato, lo dura que podía ser la vida.
Estaba a punto de preguntar cuánto les quedaba por andar cuando
llegaron a un sendero de tierra a las afueras del pueblo. Había un cartel de
madera junto a la carretera. No pudo distinguir las palabras en la oscuridad,
hasta que se acercó.
Las letras habían sido talladas en la madera con sumo cuidado.
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—¿Char-ron? —dijo. Nunca había oído esa palabra.
—Kay-ron —dijo Mei, pronunciando lentamente—. Es un poco de
broma. Hugo es así de gracioso.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
46
—No lo entiendo.
Mei suspiró.
—Claro que no lo entiendes. No te preocupes por eso. En cuanto
lleguemos a la casa de té9, se...
—Casa de té —repitió Wallace, mirando el cartel con desdén.
Mei hizo una pausa.
—Vaya. ¿Tienes algo contra el té, tío? Eso no va a salir bien.
—No tengo nada en contra, pensé que íbamos a conocer a Dios. ¿Por
qué iba a...?
Mei se echó a reír.
—¿Qué?
—Hugo —dijo él, nervioso—. O a quien sea.
—Oh, no puedo esperar a contarle que has dicho eso. Maldita sea. Eso
se le va a meter en la cabeza. —Ella frunció el ceño—. Tal vez no se lo diga.
—No veo qué tiene de gracioso.
—Lo sé —dijo ella—. Eso es lo que tiene gracia. Hugo no es Dios,
Wallace. Es un barquero. Ya te lo dije. Dios es... la idea de Dios es humana.
Es un poco más complicado que eso.
—¿Qué? —dijo Wallace débilmente. Se preguntó si era posible tener un
segundo ataque al corazón, aunque ya estuviera muerto. Y entonces recordó
que ya no podía sentir los latidos de su corazón, y el deseo de acurrucarse en
una bolita empezó a apoderarse de él una vez más. Agnóstico o no, no había
esperado escuchar algo tan enorme dicho con tanta facilidad.
—Oh, no —dijo Mei, agarrándolo de la mano para asegurarse de que se
mantuviera en pie—. No vamos a acostarnos aquí. Es sólo un poco más lejos.
Será más cómodo dentro.
9 A lo largo de la historia usaremos Casa de té y tienda indistintamente.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
47
Se dejó arrastrar por el camino. Los árboles eran más gruesos, viejos
pinos que se extendían hacia el cielo estrellado como dedos de la tierra. No
recordaba la última vez que había estado en un bosque, y mucho menos de
noche. Prefería el ruido del acero y de las bocinas, los sonidos de una ciudad
que nunca dormía. El ruido significaba que no estaba solo, estuviera donde
estuviera. Aquí, el silencio lo consumía todo, era sofocante.
Doblaron una esquina y pudo ver luces cálidas entre los árboles como
un faro que le llamaba, le llamaba, le llamaba. Apenas sentía sus pies en el
suelo. Pensó que podría estar flotando, pero no se atrevió a mirar hacia abajo
para ver.
Cuanto más se acercaban, más le tiraba el gancho del pecho. No era del
todo irritante, pero no podía ignorarlo. El cable continuaba por el camino.
Estaba a punto de preguntarle a Mei cuando algo se movió en la
carretera delante de ellos. Se estremeció, la mente construyendo una terrible
criatura que se arrastraba desde los sombríos bosques con colmillos afilados
y ojos brillantes. En su lugar, apareció una mujer que se apresuraba por el
camino. Cuanto más se acercaba, más detalles se iban revelando. Parecía de
mediana edad, con la boca en una línea mientras se ceñía el abrigo. Tenía
bolsas bajo los ojos, ojeras que parecían haber sido tatuadas en su rostro.
Wallace no sabía por qué esperaba algún tipo de reconocimiento, pero ella
pasó junto a ellos sin ni siquiera mirar en su dirección, con el pelo rubio
arrastrándose detrás de ella mientras avanzaba rápidamente por el camino.
Mei tenía una mirada nerviosa, pero sacudió la cabeza y desapareció.
—Vamos. No queremos hacerle esperar más de lo que ya lo hemos
hecho.
***
No sabía lo que esperaba después de leer el cartel. Nunca había entrado
en algo que pudiera llamarse una casa de té. Había tomado su café matutino
en el carrito frente al edificio de oficinas. No era un hipster. No tenía un moño
ni un sentido irónico de la moda, ni siquiera su ropa actual. Las gafas que
solía llevar para leer eran, aunque caras, utilitarias. No pertenecía a algo que
pudiera describirse como una casa de té. Qué idea más absurda.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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Por eso se sorprendió cuando llegaron a la tienda en sí al ver que parecía
una casa. Es cierto que no se parecía a ninguna casa que hubiera visto antes,
pero era una casa al fin y al cabo. Un porche de madera envolvía la fachada,
grandes ventanas a ambos lados de una puerta verde brillante, con una luz
que parpadeaba desde el interior como si se hubieran encendido velas. Una
chimenea de ladrillos se asentaba en el tejado con un pequeño rizo de humo
saliendo de la parte superior.
Pero ahí terminaba el parecido con cualquier casa que Wallace hubiera
visto. En parte tenía que ver con el cable que se extendía desde el gancho de
su pecho y subía las escaleras, desapareciendo en la puerta cerrada. A través
de la puerta cerrada.
La casa en sí parecía como si hubiera empezado de una manera, y
luego, a mitad de camino, los constructores hubieran decidido ir en otra
dirección por completo. La mejor forma que se le ocurrió a Wallace para
describirla fue que parecía un niño apilando un bloque tras otro, formando
una precaria torre. La casa parecía como si la más mínima brisa pudiera
hacerla caer. La chimenea no estaba torcida, sino más bien retorcida, y los
ladrillos sobresalían en ángulos imposibles. El piso inferior de la casa parecía
robusto, pero el segundo piso colgaba hacia un lado, el tercero hacia el lado
opuesto, el cuarto piso justo en el centro, formando una torreta con cortinas
dibujadas en múltiples ventanas. Wallace creyó ver que una de las cortinas
se movía como si alguien se asomara, pero podía ser un truco de la luz.
El exterior de la casa estaba construido con paneles de revestimiento.
Pero también de ladrillo.
¿Y... adobe?
Un lado parecía estar construido con troncos, como si hubiera sido una
cabaña en algún momento. Parecía algo sacado de un cuento de hadas, una
casa inusual escondida en el bosque. Tal vez hubiera un amable leñador en
su interior, o una bruja que quisiera cocinar a Wallace en su horno,
agrietando su piel mientras se ennegrecía. Wallace no sabía qué era peor.
Había oído demasiadas historias sobre cosas terribles que ocurrían en esas
casas, todo en nombre de la enseñanza de una Lección Muy Valiosa. Esto no
hizo que se sintiera mejor.
—¿Qué es este lugar? — preguntó Wallace cuando se detuvieron cerca
del porche. Un pequeño scooter verde estaba ubicado junto a un macizo de
flores, las flores salvajes en amarillos y verdes y rojos y blancos, pero
apagados en la oscuridad.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—Impresionante, ¿verdad? —dijo Mei—. Es aún más loco por dentro.
La gente viene de todas partes para verlo. Es bastante famoso, por razones
obvias.
Le quitó el brazo de encima mientras ella intentaba caminar hacia el
porche.
—No voy a entrar.
Ella miró por encima del hombro.
—¿Por qué no?
Hizo un gesto hacia la casa.
—No parece segura. Es obvio que no está en condiciones. Se va a caer
en cualquier momento.
—¿Cómo lo sabes?
La miró fijamente.
—Estamos viendo lo mismo, ¿verdad? No voy a estar atrapado dentro
cuando se derrumbe. Es una demanda esperando a suceder. Y yo sé de
demandas.
—Huh —dijo Mei, mirando de nuevo a la casa. Inclinó la cabeza hacia
atrás todo lo que pudo—. Pero...
—¿Pero?
—Tú estás muerto —dijo ella—. Aunque se cayera, no importaría.
—Eso es... —Él no sabía qué era eso.
—Y además, ha sido así desde que vivo aquí. Aún no se ha caído. Y
tampoco creo que hoy sea ese día.
La miró boquiabierto.
—¿Vives aquí?
—Sí —dijo ella—. Es nuestra casa, así que quizás ¿podrías mostrar algo
de respeto? Y no te preocupes por ella. Si nos preocupamos todo el tiempo por
las cosas pequeñas, corremos el riesgo de perdernos las más grandes.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que suenas como una galleta de la
fortuna? —murmuró Wallace.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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—No —dijo Mei—. Porque eso es un poco racista, teniendo en cuenta
que soy asiática y todo eso.
Wallace palideció.
—Yo... eso no es... no quería decir...
Ella lo miró fijamente durante un largo rato, dejando que él balbuceara
antes de decir:
—De acuerdo, así que no querías decir eso. Me alegro de oírlo. Sé que
todo esto es nuevo para ti, pero quizá deberías pensar antes de hablar, ¿no?
Sobre todo porque soy una de las pocas personas que pueden verte.
Subió los escalones del porche de dos en dos y se detuvo frente a la
puerta. Del techo colgaban plantas en maceta y largas enredaderas. En la
ventana había un cartel que decía "CERRADO POR EVENTO PRIVADO". La
puerta tenía una vieja palanca de metal con forma de hoja. Mei levantó la
palanca y la golpeó tres veces contra la puerta verde.
—¿Por qué llamas a la puerta? —preguntó—. ¿No vives aquí?
Mei le devolvió la mirada.
—Ah, sí, pero esta noche es diferente. Así es como van las cosas. ¿Listo?
—Quizá deberíamos volver más tarde.
Ella sonrió como si se divirtiera, y a pesar de todo, Wallace no podía ver
qué era tan divertido.
—Ahora es tan buen momento como cualquier otro. Se trata de dar el
primer paso, Wallace. Tú puedes hacerlo. Sé que la fe es difícil, especialmente
ante lo desconocido. Pero tengo fe en ti. ¿Tal vez tienes un poco en mí?
—Yo ni siquiera te conozco.
Ella tarareó un poco en voz baja.
—Claro que no. Pero sólo hay una manera de arreglar eso, ¿no?
Él la fulminó con la mirada.
—Realmente trabajas para ese diez, ¿no es así?
Ella se rió.
—Siempre. —Puso la mano en el pomo de la puerta—. ¿Vienes?
TJ Klune  Bajo la puerta
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Wallace miró hacia atrás por la carretera. Estaba completamente
oscuro. El cielo era un campo de estrellas, más de las que había visto en su
vida. Se sintió pequeño, insignificante. Y perdido. Oh, estaba perdido.
—El primer paso — susurró para sí mismo.
Regresó hacia la casa. Respiró profundamente e infló el pecho. Ignoró
el ridículo golpe de sus chanclas al subir los escalones del porche. Podía
hacerlo. Era Wallace Phineas Price. La gente se acobardaba al oír su nombre.
Se paraban ante él con asombro. Era frío y calculador. Era un tiburón en el
agua, siempre dando vueltas. Era...
...Se tropezó cuando el escalón superior se hundió, haciéndole caer
hacia delante.
—Sí —dijo Mei—. Cuidado con el último. Lo siento por eso. Quería
decirle a Hugo que lo arreglara. No quería interrumpir tu momento o lo que
fuera que estuviera pasando. Parecía ser importante.
—Detesto todo —dijo Wallace con los dientes apretados.
Mei empujó la puerta de la casa de té y pasteles Charon's Crossing.
Crujió en sus bisagras, y la luz cálida se extendió, seguida por el espeso aroma
de las especias y las hierbas: jengibre y canela, menta y cardamomo. No sabía
cómo era capaz de distinguirlas, pero allí estaba todo igual. No era como la
oficina, un lugar más familiar que incluso su propia casa, que apestaba a
líquidos de limpieza y aire artificial, todo acero y sin caprichos, y aunque
odiaba aquel hedor, estaba acostumbrado a él. Era la seguridad. Era la
realidad. Era lo que conocía. Era todo lo que conocía, se dio cuenta con
consternación. ¿Qué decía eso de él?
El cable unido al gancho vibró una vez más, pareciendo hacerle señas
para que avanzara.
Quería correr todo lo que sus pies pudieran llevarle.
En cambio, sin nada que perder, Wallace siguió a Mei a través de la
puerta.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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Capítulo 4
Esperaba que el interior de la casa se pareciera al del exterior, es decir,
una mezcolanza de atrocidades arquitectónicas más adecuadas para la
demolición que para ser habitadas.
No le decepcionó.
La luz era escasa y provenía de unos candelabros desiguales
atornillados a las paredes y de una vela excesivamente grande colocada en
una mesita cerca de la puerta. Las plantas colgaban del techo en forma de
cestas de madera, y aunque ninguna de ellas estaba en plena floración, su
aroma era casi abrumador, mezclado con el poderoso olor de las especias que
parecían incrustadas en las paredes. Las lianas se arrastraban hacia el suelo,
meciéndose suavemente con la brisa a través de la ventana abierta en la pared
del fondo. Empezó a coger una, repentinamente desesperado por sentir las
hojas contra su piel, pero en el último momento encogió la mano. Podía
olerlas, así que sabía que estaban allí aunque sus ojos le jugaran una mala
pasada. Y Mei podía tocarlo, de hecho, aún podía sentir el fantasma de sus
dedos en su piel, pero ¿y si eso era todo? Wallace nunca había sido un hombre
de ocio, que se detuviera a oler las rosas, o eso decía el refrán. La duda,
entonces, se deslizó sobre sus hombros y le hizo sentir el peso de sus dedos
como garras.
En el centro de la gran sala había una docena de mesas, cuyas
superficies brillaban como si estuvieran recién lavadas. Las sillas colocadas
debajo eran viejas y desgastadas, aunque no estaban en mal estado. También
estaban desparejadas, algunas con asientos y respaldos de madera, otras con
cojines gruesos y descoloridos. Incluso vio una silla de luna en una esquina.
No había visto una de esas desde que era un niño.
TJ Klune  Bajo la puerta
de los susurros
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Apenas oyó a Mei cerrar la puerta tras ellos. Se distrajo con las paredes
de la habitación, sus pies lo movían hacia ellas por voluntad propia. Estaban
cubiertas de fotos y carteles, algunos enmarcados, otros sujetos con alfileres.
Pensó que contaban una historia, pero que no podía seguir. Había una foto
de una cascada en la que el agua se reflejaba en la luz del sol en forma de
arco iris. También había una foto de una isla en un mar cerúleo, con árboles
tan densos que no podía ver el suelo. A continuación, un gigantesco mural de
las pirámides, dibujado con una mano hábil pero sin práctica. Y aquí había
una fotografía de un castillo en un acantilado, con la piedra desmoronándose
y siendo invadida por el musgo. Allí estaba un cartel enmarcado de un volcán
elevándose por encima de las nubes, con la lava estallando en arcos calientes.
Y un cuadro de una ciudad en pleno invierno, con luces brillantes y casi
centelleantes que se reflejaban en una capa de nieve no marcada.
Extrañamente, todos ellos provocaron un nudo en la garganta de Wallace.
Nunca había tenido tiempo para esos lugares, y ahora nunca lo tendría.
Sacudiendo la cabeza, siguió adelante, echando un vistazo a una
chimenea que ocupaba la mitad de la pared a su derecha, la madera se movía
mientras las brasas echaban chispas. Era de piedra blanca, el manto, de
roble. Encima de la chimenea había pequeñas chucherías: un lobo tallado en
piedra, una piña, una rosa seca, una cesta de piedras blancas. Sobre la
chimenea, un reloj, pero parecía estar roto. El segundero se movía, pero no
avanzaba. Frente a la chimenea había una silla de respaldo alto, con una
pesada manta colgando del brazo. Parecía... acogedor.
Wallace miró a la izquierda y vio un mostrador con una caja
registradora y una vitrina vacía y oscura con pequeños carteles escritos a
mano pegados al cristal que anunciaban una docena de tipos de pasteles. Los
tarros se alineaban en las paredes detrás del mostrador. Algunos estaban
llenos de hojas finas, otros de polvo en varios tonos. Delante de cada uno
había pequeñas etiquetas escritas a mano que describían aún más variedades
de té.
Una gran pizarra colgaba de la pared por encima de los tarros, junto a
un par de puertas batientes con ventanas de ojo de buey. Alguien había
dibujado pequeños ciervos, ardillas y pájaros en la pizarra con tiza verde y
azul, rodeando un menú que parecía interminable. Té verde y té de hierbas,
té negro y de oolong. Té blanco, té amarillo, té fermentado. Sencha, rosa,
yerba, senna, rooibos, té chaga, manzanilla. Hibiscus, essiac, matcha,
moringa, pu-erh, ortiga, té de diente de león... y recordó el cementerio donde
Mei había arrancado del suelo la bola de diente de león y había soplado sobre
ella, las pequeñas volutas blancas flotando.
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Todas estaban impresas alrededor de un mensaje en el centro del
tablero. Las palabras, escritas en letras puntiagudas e inclinadas, decían:
La primera vez que compartes el té, eres un extraño.
La segunda vez que compartes el té, eres un invitado de honor.
La tercera vez que compartes el té, te conviertes en familia10.
Todo el lugar parecía un sueño irreal. No podía ser posible. Era
demasiado... algo, algo que Wallace no podía determinar. Se detuvo frente a
la vitrina, mirando el mensaje en la pizarra, incapaz de apartar la vista.
Incapaz, eso fue, hasta que un perro salió corriendo de una pared.
Chilló mientras se tambaleaba hacia atrás, sin poder creer lo que veía.
El perro, un gran chucho negro con un dibujo blanco en el pecho que casi
parecía una estrella, se precipitó hacia él, ladrando como un loco. Con su cola
moviéndose furiosamente, rodeó a Mei, moviendo el lomo mientras se frotaba
contra ella.
—¿Quién es un buen chico? —Mei arrulló con un tono de voz que
Wallace despreciaba—. ¿Quién es el mejor chico de todo el mundo? ¿Eres tú?
Creo que eres tú.
El perro, aparentemente de acuerdo en que era el mejor chico de todo
el mundo, ladró alegremente. Sus orejas eran grandes y puntiagudas, aunque
la izquierda estaba caída. Se desplomó frente a Mei, rodando sobre su
espalda, con las patas pataleando mientras ella se arrodillaba, pareciendo
ignorar el hecho de que llevaba un traje, para consternación de Wallace,
frotando sus manos a lo largo de su estómago. La lengua se le salió de la boca
mientras lo miraba. Volvió a rodar y se puso en pie, sacudiéndose de un lado
a otro.
Y entonces saltó sobre Wallace.
Apenas pudo levantar las manos a tiempo antes de que se estrellara
contra él, haciéndole perder el equilibrio. Aterrizó de espaldas, tratando de
protegerse la cara de la frenética y húmeda lengua que lamía toda la piel
expuesta que encontraba.
—¡Ayúdenme! —gritó—. ¡Está tratando de matarme!
10 Proverbio Balti. Baltistan (en urdu: ‫بلتستان‬, también conocido como Baltiyul, en balti:
སྦལ་ཏི་སྟཱན) es una región al norte de la Cachemira, lindera con la región autónoma uigur de
Sinkiang en la China.
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—Sí —dijo Mei—. Eso no es exactamente lo que está haciendo. Apollo
no mata. Ama. —Frunció el ceño—. Bastante, al parecer. ¡Apollo, no! Nosotros
no nos tiramos a la gente.
Y entonces Wallace oyó una risa seca y oxidada, seguida de una voz
profunda y crujiente.
—No suelo verle tan excitado. Me pregunto por qué será.
Antes de que Wallace pudiera concentrarse en eso, el perro saltó de él
y se dirigió hacia las puertas dobles cerradas detrás del mostrador. Pero en
lugar de empujar las puertas para abrirlas, las atravesó, sin que se movieran.
Wallace se incorporó a tiempo para ver cómo desaparecía la punta de su cola.
El cable de su pecho se enroscó alrededor del mostrador, y no pudo ver a
dónde conducía.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó, oyendo al perro ladrar en
algún lugar de la casa.
—Ese es Apollo —dijo Mei.
—Pero... caminó a través de las paredes.
Mei se encogió de hombros.
—Bueno, claro. Está muerto, como tú.
—¿Qué?
—Qué rápido lo has conseguido —dijo aquella voz chasqueante, y
Wallace giró la cabeza hacia la chimenea. Pegó un grito al ver a un anciano
asomado al lado de la silla de respaldo alto. Parecía anciano, con la piel
morena muy arrugada. Sonrió, y sus fuertes dientes reflejaron la luz del fuego.
Sus cejas eran grandes y tupidas, y su afro blanco se posaba sobre su cabeza
como una nube difusa. Se relamió los labios y volvió a reírse—. Bien por ti,
Mei. Sabía que podías hacerlo.
Mei se sonrojó, arrastrando los pies.
—Gracias. Tuve un pequeño problema al principio, pero lo solucioné. —
Wallace apenas la escuchó mientras seguía mencionando a los perros
fantasmas sexualmente agresivos y a los ancianos que aparecían de la nada—
. Creo.
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El hombre se levantó de la silla. Era bajo y ligeramente encorvado. Si
llegaba al metro y medio, Wallace se sorprendería. Llevaba un pijama de
franela y un viejo par de zapatillas. Un bastón se apoyaba en el lateral de la
silla. El anciano lo cogió y avanzó arrastrando los pies. Se detuvo junto a Mei,
mirando a Wallace en el suelo. Golpeó el extremo del bastón contra el tobillo
de Wallace.
—Ah —dijo—. Ya veo.
Wallace no quería saber lo que había visto. No debería haber seguido a
Mei a la casa de té.
El hombre dijo:
—Eres un poco astuto, ¿no? —Volvió a golpear su bastón contra
Wallace.
Wallace lo apartó.
—¿Quieres dejar de hacer eso?
El hombre no dejó de hacerlo. De hecho, lo hizo una vez más.
—Tratando de hacer un punto.
—¿Qué estás...? —Y entonces Wallace lo supo. Este tenía que ser Hugo,
el hombre que Mei le trajo a ver. El hombre que no era Dios, sino algo que ella
había llamado un barquero. Wallace no sabía lo que esperaba; tal vez un
hombre con túnica blanca y una larga barba, rodeado de una luz
resplandeciente, con un bastón de madera en vez de una vara. Este hombre
parecía tener al menos mil años. Tenía una presencia, algo que Wallace no
podía identificar. Era... ¿calmante? O tan cercano a ello que no importaba.
Quizá fuera parte del proceso, lo que Mei había llamado la transición. Wallace
no estaba seguro de por qué tenía que ser golpeado con un bastón, pero si
Hugo lo consideraba necesario, ¿quién era él para decir lo contrario?
El hombre retiró el bastón.
—¿Lo entiendes ahora?
No, realmente no lo hizo.
—Creo que sí.
Hugo asintió.
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—Bien. Arriba, arriba. No deberías quedarte en el suelo. Se pone con
corriente de aire. No quiero que te mueras. —Se rió como si fuera la cosa más
divertida del mundo.
Wallace también se rió, aunque fue increíblemente forzado.
—Ja, ja, sí. Eso es... histérico. Lo entiendo. Chistes. Tú cuentas chistes.
Los ojos de Hugo centellearon con una alegría no disimulada.
—Ayuda a reír, incluso cuando no tienes ganas de reír. No puedes estar
triste cuando te ríes. Por lo general.
Wallace se levantó lentamente, mirando con recelo a los dos que tenía
delante. Se sacudió, consciente de lo ridículo que parecía. Se puso en pie,
cuadrando los hombros. En vida, había sido un hombre intimidante. El hecho
de que estuviera muerto no significaba que fuera a dejarse llevar por los
tirones.
Dijo:
—Me llamo Wallace...
El hombre dijo:
—Un tipo alto, ¿no?
Wallace parpadeó.
—Uh, yo... ¿supongo?
El hombre asintió.
—Por si no lo sabías. ¿Cómo está el tiempo allí arriba?
Wallace lo miró fijamente.
—¿Qué?
Mei se cubrió la boca con la mano, pero no antes de que Wallace pudiera
ver cómo crecía la sonrisa.
El hombre (¿Hugo? ¿Dios?) avanzó arrastrando los pies, golpeando de
nuevo su bastón contra la pierna de Wallace mientras lo rodeaba.
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  • 2. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 2 TJ Klune Bajo la puerta de los susurros
  • 3. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 3 ESTE LIBRO ESTA TRADUCIDO SIN ÁNIMO DE LUCRO Y SIN NINGUNA RETRIBUCIÓN RECIBIDA POR ELLO. ESTÁ HECHO CON CARIÑO DE FANS PARA FANS DE HABLA NO INGLESA NO COMPARTIR EN REDES SOCIALES
  • 4. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 4 para Eric Espero que te hayas despertado en un lugar extraño.
  • 5. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 5 Nota del autor Esta historia explora la vida y el amor, así como la pérdida y el dolor. Hay discusiones sobre la muerte en diferentes formas: silenciosa, inesperada y muerte por suicidio. Por favor, lee con cuidado.
  • 6. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 6 Sinopsis Bienvenido a Charon's Crossing. El té está caliente, los pasteles están frescos y los muertos están de paso. Cuando una Segadora va a recoger a Wallace en su propio funeral, éste empieza a sospechar que podría estar muerto. En lugar de llevarlo directamente al más allá, lo lleva a un pequeño pueblo. En las afueras, en un camino a través del bosque, escondida entre montañas, hay una casa de té en particular, dirigida por un hombre llamado Hugo. Hugo es el dueño para los lugareños y el barquero para las almas que necesitan cruzar. Pero Wallace no está listo para abandonar la vida que apenas vivió. Con la ayuda de Hugo, finalmente comienza a aprender sobre todas las cosas que se perdió en la vida. Cuando el Gerente, un ser curioso y poderoso, llega a la casa de té y le da a Wallace una semana para cruzar, él se propone vivir toda su vida en siete días. Una nueva fantasía contemporánea sobre un fantasma que se niega a cruzar y el barquero del que se enamora. Divertida, inquietante y amable, Bajo la puerta de los susurros es una historia edificante sobre una vida pasada en la oficina y una muerte pasada construyendo un hogar.
  • 7. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 7 Capítulo 1 Patricia estaba llorando. Wallace Price detestaba cuando las personas lloraban. No importaba si se trataba de pequeñas o grandes lágrimas, o de sollozos que le destrozaban todo el cuerpo. Las lágrimas no tenían ningún sentido, y ella sólo estaba retrasando algo inevitable. —¿Cómo lo has sabido? —le preguntó ella, mientras sus mejillas se humedecían y alcanzaba la caja de pañuelos que había sobre su escritorio. Ni siquiera notó el gesto por parte de él. Probablemente fue lo mejor. —¿Cómo no iba a hacerlo? —contestó. Cruzó los brazos sobre el escritorio de roble, mientras su silla estilo Arper Aston rechinaba al acomodarse ante lo que, sin duda, se convertiría en un lamentable episodio dramático, mientras intentaba evitar hacer gestos de desagrado al sentir el olor a blanqueador y a detergente. Uno de los trabajadores nocturnos debió de verter algo en su despacho, cuyo aroma resultaba denso y empalagoso. Hizo una nota para recordar a todo el mundo que tenía sensibilidad nasal y que no debía trabajar en tales condiciones. Aquello era una absoluta salvajada. Las cortinas de su despacho estaban cerradas para evitar el sol de la tarde, con el aire acondicionado a todo volumen, para mantenerlo despierto. Tres años atrás, hubo alguien que le preguntó si era posible subir la temperatura a veintiún grados. Se rió. Un ambiente más cálido daba lugar a la pereza. Cuando uno tenía frío, no dejaba de moverse. Fuera de su despacho, el bufete se movía como una máquina perfectamente engrasada, con mucho trabajo y autosuficiente, es decir, exactamente como le gustaba a Wallace. La empresa no habría llegado tan lejos si hubiera tenido que controlar a todos los empleados. Naturalmente, no perdía de vista a sus trabajadores, quienes sabían que debían trabajar sin descanso. Sus clientes eran las personas más importantes del mundo. Si decía ‘salten’, confiaba en que aquellos que estuvieran a su alcance, saltaran sin preguntar cosas insignificantes como ¿hasta dónde?
  • 8. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 8 Lo cual le llevó de nuevo a Patricia. La máquina se había averiado y, si bien nadie resultaba totalmente infalible, Wallace necesitaba sustituir esta pieza por una nueva. Había trabajado mucho como para dejar que fallase ahora. El año anterior fue el más lucrativo para la empresa en toda su historia. Y este año se perfilaba para ser aún mejor. Independientemente de las condiciones en las que se encontrara el mundo, siempre era necesario demandar a alguien. Patricia se sonó la nariz. —No pensé para nada que te importara. Se quedó mirándola fijamente. —¿Por qué motivo pensarías eso? Patricia sonrió de una manera vacía. —No es usted precisamente de ese estilo... Él reaccionó con furia. ¿Cómo se atrevía a decir algo así, especialmente a su jefe? Debería haberse dado cuenta hace diez años, cuando la entrevistó para el puesto de asistente legal, de que aquello se volvería en su contra. Ella había sido alegre, cosa que Wallace creyó que se reduciría al cabo de los años, puesto que un despacho de abogados no es lugar para la alegría. Y qué equivocado estaba. —Por supuesto que... —Es que las cosas han sido muy difíciles últimamente —dijo ella, como si él no hubiera hablado en absoluto—. Traté de mantenerlo en secreto, sin embargo, tendría que haberlo notado. —Exactamente —dijo, tratando de llevar la conversación de nuevo a su curso. Cuanto más rápido superara esto, mejor estarían los dos. Patricia se daría cuenta de eso, eventualmente—. Lo he notado. Y ahora, si pudieras... —Y sí le importa —dijo ella—. Sé de sobra que le importa. Me di cuenta cuando me regaló un ramo de flores para mi cumpleaños el mes pasado. Fue un gesto muy amable el que hizo. Aunque no llevaba ni una tarjeta ni nada, yo sabía lo que intentaba decirme. Que me aprecia. Y yo le tengo mucho aprecio a usted, Sr. Price.
  • 9. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 9 Él no sabía a qué demonios se refería. Nunca le había dado nada. Seguramente se trataba de su asistente administrativa legal. Iba a tener que hablar con ella. No era necesario que le regalaran flores. ¿Para qué? Resultaban bonitas al principio, pero después morían, sus hojas y pétalos se curvaban y se descomponían, formando un desastre que se podría haber evitado si no las hubiesen enviado en primer lugar. Con esta idea en mente, levantó su ridículamente costosa lapicera Montblanc, apuntando algo (‘IDEA PARA MEMO: LAS PLANTAS SON TERRIBLES Y NADIE DEBERÍA TENERLAS’). Y sin levantar la mirada, afirmó: —No estaba intentando... —Kyle fue despedido hace dos meses —dijo ella, y le tomó más tiempo de lo que le importaba admitir situar de quién estaba hablando. Kyle era su esposo. Wallace lo había conocido en un acontecimiento del bufete. Kyle estaba borracho, disfrutando evidentemente del champán que Moore, Price, Hernandez & Worthington le habían ofrecido después de otro año de éxitos. Con el rostro sonrosado, Kyle regaló a la fiesta una historia muy detallada a la que Wallace no pudo hacer caso, especialmente porque, aparentemente, Kyle consideraba necesario contar historias llenas de detalles. —Lamento escuchar eso —dijo con rigidez, dejando su teléfono en el escritorio—. Sin embargo, considero que deberíamos enfocar el asunto en... —Está teniendo problemas para encontrar trabajo —dijo Patricia, arrugando su pañuelo antes de alcanzar otro. Se secó los ojos y se corrió el maquillaje—. Y no podría llegar en peor momento. Este verano se casa nuestro hijo y se supone que tenemos que pagar la mitad de la boda. La verdad es que no sé cómo lo conseguiremos, pero hallaremos la forma de hacerlo. Nosotros siempre lo hacemos. No es más que una etapa difícil.
  • 10. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 10 —Mazel tov1. —Él ni siquiera era consciente del hecho de que ella tuviese hijos. No era partidario de profundizar en la vida personal de sus empleados. No le gustaban los niños, porque eran una distracción. Provocaban que sus padres, sus empleados, solicitaran días libres para cosas como recitales y enfermedades, por lo que otros debían hacerse cargo de las tareas. Y desde que Recursos Humanos le había aconsejado que no podía pedir a sus empleados que evitaran formar una familia (‘¡No puede decirles que se compren un perro, señor Price!’), había que lidiar con padres y madres a los que se les imponía la necesidad de tener una tarde libre para poder escuchar a sus hijos vomitar o chillar canciones sobre formas y nubes u otras tonterías. Patricia volvió a sonar en su pañuelo, un sonido largo y terriblemente húmedo que le puso la piel de gallina. —Además, también está nuestra hija. Yo pensaba que no tendría rumbo y que terminaría acumulando hurones, pero entonces la empresa le proporcionó gentilmente una beca, y ella finalmente encontró su camino. En la escuela de negocios, de todas las cosas. ¿Acaso no es maravilloso? Entrecerró los ojos para mirarla. Tendría que ponerse en contacto con los colaboradores. Desconocía que ofrecieran becas. Hacían donaciones a organizaciones benéficas, sí, pero las desgravaciones fiscales lo compensaban con creces. En cambio, ignoraba el beneficio que les proporcionaría la donación de dinero para algo tan insignificante y ridículo como una escuela de negocios, aunque también se pudiera amortizar. Probablemente su hija querría dedicarse a algo tan absurdo como abrir un restaurante o fundar una organización sin ánimo de lucro—. Creo que tenemos una definición diferente de maravilloso. Ella asintió, pero él no pensó que lo estaba escuchando. —Este trabajo es muy importante para mí, ahora más que nunca. Las personas que trabajan en esta empresa son como mi familia. Todos nos apoyamos, y no sé cómo habría llegado hasta aquí sin ellos. El hecho de que hayan percibido que algo iba mal y que me hayan pedido que viniera aquí para que pudiera desahogarme representa mucho más para mí de lo que jamás sabrán. Me da igual lo que digan los demás, Sr. Price. Usted es un buen hombre. 1 En hebreo: buena suerte.
  • 11. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 11 ¿Qué se suponía que significaba eso? —¿Qué dicen todos sobre mí? Ella palideció. —Oh, no es nada malo. Ya sabe cómo es esto. Usted inició este bufete. Su nombre se encuentra en el encabezado. Es... amenazante. Wallace se relajó. Y se sintió mejor. —Sí, bueno, me parece que eso es... —Sí, las personas comentan sobre cómo puede llegar a ser un hombre frío y sumamente calculador, y que si algo no se hace en el momento que quiere, suele alzar la voz hasta niveles aterradores, sin embargo, ellos no lo ven como yo lo hago. Yo sé se trata de una fachada en la que se encuentra un hombre bondadoso escondido debajo de los trajes caros —Una fachada —repitió, aunque se alegraba de que ella admirara su estilo. Sus trajes eran muy lujosos. Después de todo, eran los mejores. Por eso, parte del paquete de bienvenida a los nuevos empleados incluía una lista detallada de lo que era un atuendo aceptable. Aunque no exigía marcas de diseño para todos (especialmente porque podía apreciar la deuda de los estudiantes), si alguien llevaba algo obviamente adquirido en un estante de rebajas, recibiría una severa charla sobre el orgullo de la apariencia. —Es duro por fuera, pero por dentro es un malvavisco —dijo. Nunca había estado más ofendido en su vida. —Sra. Ryan… —Patricia, por favor. Se lo he dicho antes muchas veces. Lo había hecho. —Sra. Ryan —dijo con firmeza—. Si bien aprecio su entusiasmo, me parece que hay otros asuntos que debemos conversar. —Correcto —dijo ella apresuradamente—. Por supuesto. Sé que no le gusta cuando la gente lo felicita. Le prometo que no volverá a suceder. No estamos aquí para hablar de usted, después de todo. Se sintió aliviado. —Exactamente.
  • 12. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 12 Su labio tembló. —Estamos aquí para hablar sobre mí y lo difíciles que se han vuelto las cosas últimamente. Por eso me llamó después de encontrarme llorando en el armario de suministros. Pensó que había estado haciendo un inventario y que el polvo había afectado sus alergias. —Creo que tenemos que reenfocarnos... —Kyle se niega a tocarme —susurró ella—. Hace años que no siento sus manos sobre mí. Me dije que es lo que pasa cuando una pareja lleva tanto tiempo junta, pero no puedo evitar pensar que hay algo más. Él se estremeció. —No sé si esto es apropiado, especialmente cuando usted... —¡Lo sé! —ella lloró—. ¿Qué tan inapropiado puede ser? Sé que he estado trabajando setenta horas a la semana, pero ¿es demasiado pedirle a mi esposo que cumpla con sus deberes matrimoniales? Estaba en nuestros votos... Qué boda tan horrible debió ser. Seguramente celebraron la recepción en un Holiday Inn. No. Peor. Un Holiday Inn Express. Se estremeció al pensarlo. No dudó que el Karaoke había estado involucrado. Por lo que recordaba de Kyle (que era muy poco), era probable que hubiera cantado un repertorio de Journey y Whitesnake mientras se tomaba lo que él llamaba con cariño una cerveza. —Pero no me importan las largas horas —continuó—. Es parte del trabajo. Lo supe cuando me contrató. ¡Ay! ¡Una abertura! —Hablando de contratar... —Mi hija se perforó el tabique —dijo Patricia con tristeza—. Parece un toro. Mi niña, queriendo que un torero la persiga y le meta cosas. —Jesucristo —murmuró Wallace, pasándose una mano por la cara. No tenía tiempo para esto. Tenía una reunión en media hora para la que necesitaba prepararse.
  • 13. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 13 —¡Lo sé! —exclamó Patricia—. Kyle dijo que es parte de crecer. Que debemos dejarla extender sus alas y cometer sus propios errores. ¡No sabía que eso significaba que ella se pusiera un maldito anillo en la nariz! Y ni siquiera me hagas empezar con mi hijo. —Está bien —dijo Wallace—. No lo haré. —¡Él quiere que Applebee's2 atienda la boda! Applebee´s. Wallace se quedó boquiabierto. No sabía que planear una boda horrible era algo genético. Patricia asintió con furia. —Como si pudiéramos permitirnos eso. ¡El dinero no crece en los árboles! Hicimos todo lo posible para infundir en nuestros hijos el sentido de la responsabilidad financiera, pero cuando eres joven, por lo general no lo entiendes bien. Y ahora que su futura esposa está embarazada, nos está pidiendo ayuda. —Ella suspiró dramáticamente—. La única razón por la que puedo levantarme por la mañana es saber que puedo venir aquí y… escapar de todo. Sintió una extraña torcedura en el pecho. Se frotó el esternón. Seguramente era acidez de estómago. Debería haberse saltado el chile. —Me alegro de que podamos ser un refugio de su existencia, pero no es por eso que le pedí esta reunión. Ella sollozó. —¿Oh? —Patricia rió de nuevo. Fue más fuerte esta vez—. Entonces, ¿por qué, Sr. Price? Él dijo: —Está despedida. Ella parpadeó. Esperó. Seguramente ahora ella lo entendería y él podría volver al trabajo. Miró a su alrededor, con una sonrisa confundida en su rostro. 2 Es una cadena de restaurantes de comida rápida.
  • 14. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 14 —¿Este es uno de esos reality shows? —Ella se rio, un fantasma de su anterior alegría que él había pensado que había sido desterrado hacía mucho tiempo—. ¿Me están filmando? ¿Alguien va a saltar y gritar sorpresa? ¿Cómo se llama el programa? ¿Estás despedido, pero no realmente? —Lo dudo mucho —dijo Wallace—. No he dado autorización para ser filmado. —Miró el bolso que tenía en el regazo—. O grabado. Su sonrisa se desvaneció ligeramente. —Entonces no entiendo. ¿Qué quiere decir? —No sé cómo dejarlo más claro, Sra. Ryan. A partir de hoy, usted ya no es empleada de Moore, Price, Hernandez & Worthington. Cuando salga de aquí, el personal de seguridad le permitirá recoger sus pertenencias y luego será escoltada fuera del edificio. Recursos Humanos se pondrá en contacto en breve para realizar los últimos trámites en caso de que necesite inscribirse en... oh, ¿cómo se llamaba? —Revisó los papeles que había sobre el escritorio—. Ah, sí. Prestaciones por desempleo. Porque, al parecer, aunque no tenga trabajo, todavía puede seguir absorbiendo el dinero de mis impuestos de la teta del gobierno. —Agitó la cabeza—. Entonces, en cierto modo, es como si le siguieran pagando. Pero no tanto. Ni tampoco mientras trabaje aquí. Porque no es así. Ella ya no estaba sonriendo. —Yo... ¿qué? —Está despedida —dijo lentamente. No sabía qué era tan difícil de entender para ella. —¿Por qué? —exigió. Ahora estaban hablando. El porqué de las cosas era la especialidad de Wallace. Nada más que los hechos.
  • 15. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 15 —Por el informe amicus3 en el asunto Cortaro. Usted lo presentó con dos horas de retraso. La única razón por la que se aprobó fue porque el juez Smith me debía un favor, pero casi no funcionó. Le tuve que recordar que lo había visto con su niñera convertida en amante en el... no importa. Podrías haberle costado al bufete miles de dólares, y eso ni siquiera empieza a cubrir el daño que habría causado a nuestro cliente. Esa clase de errores no serán tolerados. Le agradezco sus años de dedicación a Moore, Price, Hernandez & Worthington, no obstante, sus servicios ya no serán necesarios. Se puso de pie abruptamente, la silla raspando los pisos de madera. —No lo presenté tarde. —Lo hiciste —dijo Wallace uniformemente—. Tengo la marca de tiempo de la oficina del secretario aquí si desea verla. —Golpeó con los dedos la carpeta que estaba sobre su escritorio. Ella entrecerró los ojos. Al menos ya no lloraba. Wallace podía manejar la ira. En su primer día en la facultad de derecho, le dijeron que los abogados, si bien eran una necesidad en una sociedad que funciona, siempre iban a ser el punto focal de la ira. —Incluso si lo presenté tarde, nunca antes había hecho algo así. Fue una vez. —Y puede estar tranquila sabiendo que no volverá a hacer nada parecido —dijo Wallace—. Porque ya no trabajas aquí. —Pero… pero mi esposo. Y mi hijo ¡Y mi hija! —Correcto —dijo Wallace—. Qué bueno que lo mencionó. Evidentemente, si su hija estaba recibiendo algún tipo de beca por nuestra parte, ahora está anulada. Presionó un botón en su teléfono de escritorio. 3 El amicus curiae (amigo de la corte o amigo del tribunal) es una expresión latina utilizada para referirse a presentaciones realizadas por terceros ajenos a un litigio, que ofrecen voluntariamente su opinión, jurídica , alegatos, demanda o exhorto jurídico vinculante frente a algún punto de derecho u otro aspecto relacionado, para colaborar con el tribunal en la resolución de la materia objeto del proceso.
  • 16. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 16 —¿Shirley? ¿Puedes hacer una nota para el departamento de recursos humanos indicando el hecho de que la hija de la Sra. Ryan ha dejado de tener una beca a través de nosotros? Desconozco lo que implica, sin embargo, estoy convencido de que tienen que rellenar algún formulario que tengo que firmar. Encárgate de ello de inmediato. La voz de su asistente crujió a través del altavoz. —Sí, señor Price. Miró a su antigua asistente legal. —Listo. ¿Lo ve? Todo solucionado. Antes de que se vaya, me gustaría que recordara que somos profesionales. No hace falta gritar ni lanzar cosas o hacer amenazas que sin duda serán consideradas un delito. Y, si puede, por favor, asegúrese de que cuando limpie su mesa no se lleve nada que pertenezca a la empresa. Su sustituto empezará el lunes, y no quiero ni pensar lo que supondría para él que le faltara una grapadora o un dispensador de cinta adhesiva. Cualquier cachivache que haya acumulado es suyo, por supuesto. —Recogió la pelota contra el estrés que había en su escritorio con el logotipo de la empresa—. Estás son maravillosas, ¿no? Recuerdo que recibió una con motivo de sus siete años en la empresa. Tómela, bajo mi bendición. Presiento que le será útil. —Habla en serio —susurró ella. —Como un infarto —dijo—. Ahora, si me disculpa, tengo que... —¡Tú... tú... tú monstruo ! —ella gritó—. ¡Exijo una disculpa! Por supuesto que lo haría. —Una disculpa implicaría que he hecho algo malo. Y no es así. De hecho, usted debería disculparse conmigo... Su grito de respuesta no contenía una disculpa. Wallace mantuvo la calma mientras presionaba el botón de su teléfono nuevamente. —¿Shirley? ¿Ha llegado la seguridad? —Sí, señor Price. —Bueno. Envíalos antes de que me arrojen algo a la cabeza.
  • 17. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 17 La última vez que Wallace Price vio a Patricia Ryan fue cuando un hombre corpulento llamado Geraldo la arrastró, pateando y gritando, aparentemente ignorando la advertencia de Wallace sobre amenazas criminales. Estaba impresionado a regañadientes con la dedicación de la Sra. Ryan de querer clavarle lo que ella llamaba un atizador de fuego caliente en su garganta hasta que, en sus palabras, perforara sus regiones inferiores y le causara una agonía extrema. —¡Caerás de pie! —dijo desde la puerta de su oficina, sabiendo que todo el piso estaba escuchando. Quería asegurarse de que supieran que le importaba—. Se cierra una puerta, se abre una ventana y todo eso. Las puertas del ascensor se cerraron, interrumpiendo su indignación. —Ah —dijo Wallace—. Eso me gusta más. De vuelta al trabajo, todos. El hecho de que sea viernes no significa que puedan holgazanear. Todo el mundo empezó a moverse inmediatamente. Todo perfecto. Las máquinas volvían a funcionar sin problemas. Regresó a su despacho, y cerró la puerta tras de sí. Esa tarde sólo pensó en Patricia una vez más, al recibir un correo electrónico de la jefa de RRHH en el que le decía que ella se encargaría de la beca. La punzada en el pecho volvió a aparecer, pero todo estaba bien. De camino a casa, pararía a comprar un frasco de Tums4. No pensó más en ello, y tampoco en Patricia Ryan. Avanza siempre, se dijo mientras trasladaba el correo electrónico a una carpeta marcada con el nombre de ‘QUEJAS DE LOS EMPLEADOS’. Siempre hacia adelante. Se sintió mejor. Por lo menos ahora estaba tranquilo. La semana siguiente comenzaría su nueva asistente legal y se encargaría de que ella supiera que no iba a tolerar errores. Resultaba mejor infundir miedo desde el principio que enfrentarse más adelante a la incompetencia. *** Pero nunca tuvo la oportunidad. 4 Antiácidos.
  • 18. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 18 En lugar de eso, dos días después, Wallace Price murió
  • 19. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 19 Capítulo 2 Su funeral fue poco concurrido. Wallace no se sentía contento. Ni siquiera podía estar seguro de cómo había acabado allí. En un momento, había estado contemplando su cuerpo. Y luego parpadeó y se encontraba ante una iglesia, cuyas puertas estaban abiertas mientras las campanas repicaban. Desde luego, no le sirvió de nada ver el destacado letrero que había en la fachada. Se leía: ‘CELEBRACIÓN DE LA VIDA DE WALLACE PRICE’. Si era sincero consigo mismo, aquel cartel no le gustaba. No, no le gustaba nada. Quizás alguien que estuviera dentro pudiera explicarle qué diablos estaba ocurriendo. Ocupó un asiento en un banco de la parte trasera. La iglesia en sí era todo lo que odiaba: ostentosa, con grandes vidrieras y varias representaciones que mostraban a Jesús en distintas poses de dolor y sufrimiento, con las manos clavadas en una cruz que parecía ser de piedra. A Wallace no le gustaba que la figura más destacada de la iglesia estuviera en estado de agonía. Él nunca entendería la religión. Esperó a que llegara más gente. El letrero de la entrada decía que su funeral debía de empezar puntualmente a las nueve. Según el reloj decorativo de la pared (donde había otro Jesús con sus brazos como manecillas del reloj, aparentemente para recordar que el único hijo de Dios era un contorsionista), ya eran las cinco y sólo había seis personas en la iglesia. Conocía a cinco de ellas. La primera era su ex mujer. Se habían divorciado de forma muy amarga, acusándose mutuamente sin fundamento, sin que sus abogados pudieran evitar que se gritaran a través de la mesa. Ella tendría que haber volado, dado que se había mudado al otro extremo del país para alejarse de él. No la culpaba. Principalmente. Pero no lloraba. Se sentía molesto por motivos que no podía explicar. ¿Acaso ella no debería estar sollozando?
  • 20. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 20 La segunda, tercera y cuarta persona que conocía eran los socios del bufete de abogados Moore, Price, Hernandez & Worthington. Esperaba que otros miembros del bufete se unieran a ellos, ya que la empresa MPH&W había comenzado en un garaje veinte años antes y se había convertido en uno de los bufetes más poderosos del Estado. Al menos, esperaba que su asistente, Shirley, estuviera allí, con el maquillaje corrido y un pañuelo en las manos mientras se lamentaba de no saber cómo iba a seguir sin él. Ella no estaba. Se concentró todo lo que pudo, deseando que apareciera, lamentándose de que no era justo, de que ella necesitaba un jefe como Wallace para mantenerla en el buen camino. Frunció el ceño cuando no ocurrió absolutamente nada, sintiendo un pequeño temor en el fondo de su mente. Los socios se reunieron en el fondo de la iglesia, muy cerca del banco de Wallace, hablando en voz baja. Wallace había desistido de intentar que se dieran cuenta de que seguía aquí, sentado frente a ellos. Ya no podían verle. Ni podían oírle. —Esto es muy triste —dijo Moore. —Demasiado —coincidió Hernandez. —Simplemente lo peor —dijo Worthington—. La pobre Shirley, haber encontrado su cuerpo así. Los socios se detuvieron, y miraron hacia el frente de la iglesia, haciendo una inclinación de cabeza respetuosa cuando Naomi les devolvió la mirada. Ella los miró con desprecio antes de volverse hacia el frente. Al cabo de unos minutos, siguieron conversando: —Cosas así te hacen pensar —dijo Moore. —Realmente lo hace —estuvo de acuerdo Hernandez. —Absolutamente —dijo Worthington—. Te hace pensar en muchas cosas. —Nunca has tenido un pensamiento original en tu vida —le dijo Wallace. Durante un momento guardaron silencio, y Wallace estuvo convencido de que los tres se habían perdido en sus recuerdos más preciados sobre él. En un momento, empezarían a recordarlo con cariño, y cada uno de ellos, por turnos, contaría una pequeña historia sobre el hombre que habían conocido durante la mitad de sus vidas y el impacto que había tenido en ellos.
  • 21. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 21 Puede que incluso se les escapara al menos una lágrima. Así lo esperaba él. —Era un imbécil —dijo Moore finalmente. —Un gilipollas de lo peor —coincidió Hernandez. —El más grande —dijo Worthington. Todos se rieron, aunque trataron de disimularlo para que no resonara. Dos cosas concretas sorprendieron a Wallace. La primera era que no sabía que estaba permitido reírse en la iglesia, sobre todo cuando se asistía a un funeral. Pensaba que tenía que ser una práctica prohibida. Si bien era cierto que hacía años que no entraba en una iglesia, posiblemente las normas habían cambiado. Y en segundo lugar, ¿por qué lo llamaban imbécil? Se sintió decepcionado cuando no fueron inmediatamente fulminados por un rayo. —¡Mátalos! —gritó, mirando al techo—. Golpéalos ahora mismo... ahora... —Se detuvo. ¿Por qué su voz no tenía eco? Moore, aparentemente habiendo decidido que su dolor había pasado, dijo: —¿Pudieron ver el partido de anoche? Amigo, Rodríguez estuvo inusual. Es increíble que hayan hecho esa jugada... Y entonces se fueron, conversando de deportes como si su antiguo colega no estuviera acostado dentro de un ataúd de madera roja sólida con un valor de siete mil dólares en la entrada de la iglesia, con los brazos cruzados sobre el pecho, la piel pálida y los ojos cerrados. Wallace se giró decididamente hacia adelante, con la mandíbula apretada. Ellos habían ido juntos a la facultad de Derecho y decidieron fundar su propio bufete nada más licenciarse, ante el horror de sus padres. Sus socios y él habían empezado como amigos, cada uno joven e idealista. Pero con el paso de los años, se convirtieron en algo más que amigos: se convirtieron en colegas, lo cual, para Wallace, resultaba mucho más importante. Él no tenía tiempo para los amigos. Ni tampoco los necesitaba. Había tenido su trabajo en la trigésima planta del mayor rascacielos de la ciudad, sus muebles de oficina importados y un apartamento excesivamente grande en el que apenas pasaba tiempo. Lo había tenido todo, y ahora... Bueno. Por lo menos su ataúd era caro, aunque desde que llegó había evitado mirarlo.
  • 22. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 22 La quinta de las personas de la iglesia era alguien a quien no reconocía. Se trataba de una mujer joven con el pelo negro desordenado y corto. Tenía los ojos oscuros sobre una nariz fina, levantada y el pálido corte de sus labios. Llevaba las orejas perforadas, con pequeñas tachuelas que brillaban a la luz del sol que se filtraba por las ventanas. Llevaba un elegante traje negro de rayas, con una corbata roja brillante. Una corbata poderosa, si es que existía alguna. Wallace lo aprobaba. Todas sus corbatas eran poderosas. En este momento él no llevaba exactamente una corbata de gala. Por lo visto, cuando uno muere, sigue llevando lo último que tenía puesto antes de morir. Era lamentable, realmente, dado que aparentemente había muerto en su oficina un domingo. Había llegado para prepararse para la semana siguiente y se había puesto una sudadera, una vieja camiseta de los Rolling Stones y unas chanclas, sabiendo que la oficina estaría vacía. Y eso es lo que llevaba ahora, para su desgracia. La mujer miró en su dirección, como si lo hubiera oído. Aunque no la conocía, asumió que, si estaba aquí, había tocado su vida en algún momento. A lo mejor había sido una clienta suya agradecida en algún momento. Todos empezaron a ser iguales después de un tiempo, así que también podría ser eso. Probablemente había demandado a una gran empresa a su favor por café caliente o acoso o algo así, y ella había obtenido un enorme pago por ello. Obviamente, ella estaría agradecida. ¿Quién no lo estaría? Moore, Hernandez y Worthington parecieron decidir amablemente que su conversación desenfrenada sobre el evento deportivo podía quedar en suspensión, y pasaron junto a Wallace sin siquiera dirigirle la mirada y se fueron hacia el frente de la iglesia, todos ellos con una mirada formal. No hicieron caso a la joven del traje, sino que se pararon cerca de Naomi, acercándose uno por uno para ofrecer sus condolencias. Ella asintió. Y Wallace se quedó esperando las lágrimas, convencido ya de que se trataba de un dique a punto de estallar. Cada uno de ellos se paró un momento frente al ataúd, inclinando la cabeza lentamente. La sensación de malestar que había invadido a Wallace desde que parpadeó frente a la iglesia se hizo más fuerte, desconcertante y atroz. Aquí estaba, sentado en la parte trasera de la iglesia, mirándose a sí mismo en la parte delantera de la iglesia, tumbado en un ataúd. Wallace no tenía la impresión de ser un hombre atractivo. Era demasiado alto, demasiado desgarbado, y sus pómulos eran muy afilados, por lo que su pálido rostro estaba siempre demacrado. En una ocasión, en una fiesta de Halloween de la empresa, un grupo de niños quedó encantado con su disfraz, y un joven atrevido dijo que era una excelente Parca.
  • 23. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 23 No llevaba ningún disfraz. Se estudió a sí mismo desde su asiento, vislumbrando su cuerpo mientras sus socios se movían a su alrededor, con la terrible sensación de que algo no encajaba en él. Su cuerpo estaba vestido con uno de sus mejores trajes, uno de dos piezas fabricado por Tom Ford a base de lana y piel de tiburón. Se adaptaba bien a su delgada figura y hacía resaltar sus ojos verdes. A decir verdad, no era exactamente halagador ahora, dado que tenía los ojos cerrados y las mejillas cubiertas con suficiente colorete como para que pareciera que había sido un prostituto en lugar de un abogado de alto nivel. Tenía la frente extrañamente pálida y el cabello oscuro cortado hacia atrás, que brillaba húmedo bajo las luces del techo. Eventualmente, los socios se sentaron en el banco frente a Naomi, sus rostros secos. Una puerta se abrió, y Wallace se giró para ver a un sacerdote (alguien a quien no reconoció, y volvió a sentir una discordancia a modo de peso en el pecho, algo apagado, que no iba bien) atravesando el nártex5, con una túnica tan ridícula como la iglesia que les rodeaba. El sacerdote parpadeó un par de veces, como si no pudiera creer lo vacía que se encontraba la iglesia. Se apartó la manga de la túnica para mirar su reloj y sacudió la cabeza antes de fijar una tranquila sonrisa en su rostro. Pasó junto a Wallace sin reconocerlo. —Está bien —gritó Wallace detrás de él—. Estoy seguro de que te crees importante. No es de extrañar que la religión organizada esté en el estado en que se encuentra. El sacerdote se quedó junto a Naomi, tomándole la mano, hablándole con suaves palabras de cortesía, diciéndole que lamentaba su pérdida, que Dios obraba de forma misteriosa y que, aunque no siempre entendiéramos su plan, podía estar seguro de que había uno, y éste formaba ya parte de él. Naomi dijo: —No lo dudo, padre. Pero dejémonos de tonterías y sigamos adelante con este show. Tiene que ser enterrado en dos horas, ya que tengo que volar esta tarde. Wallace puso los ojos en blanco. 5 El nártex en las basílicas románicas es el pórtico situado entre el atrio y las naves del templo, del que está separado por divisiones fijas, destinado a los penitentes y a los catecúmenos.
  • 24. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 24 —Por Dios, Naomi. ¿Por qué no muestras un poco de respeto? Estás en una iglesia. —Y yo estoy muerto, quiso añadir, pero no lo hizo, ya que eso lo hacía real, y nada de esto podía ser real. Era imposible. El sacerdote asintió. —Por supuesto. —Le dio unas palmaditas en el dorso de la mano antes de pasar a los bancos opuestos donde se sentaban los socios—. Siento tu pérdida. El Señor obra en formas misteriosas... —Por supuesto que sí —dijo Moore. —Muy misteriosas —estuvo de acuerdo Hernandez. —Gran hombre el de arriba con sus planes —dijo Worthington. La mujer, la extraña que no reconoció, resopló, sacudiendo la cabeza. Wallace la miró. El sacerdote siguió adelante, deteniéndose frente al ataúd, con la cabeza gacha. Antes, había habido dolor en el brazo de Wallace, una sensación de ardor en el pecho, una pequeña y salvaje punzada de náuseas en el estómago. Por un momento, casi se convenció a sí mismo de que había sido el chili sobrante que había comido la noche anterior. Pero luego estaba en el piso de su oficina, acostado sobre la alfombra persa importada en la que había gastado una cantidad exorbitante, escuchando la fuente en el vestíbulo gorgotear mientras trataba de recuperar el aliento. —Maldito chili —se las arregló para jadear, sus últimas palabras antes de encontrarse de pie sobre su propio cuerpo, sintiéndose como si estuviera en dos lugares a la vez, mirando hacia el techo mientras también se miraba a sí mismo. Pasó un momento antes de que esa división se calmara, dejándolo con la boca abierta, el único sonido que salía de su garganta era un leve chirrido como un globo que se desinfla. Lo cual estaba bien, ¡porque sólo se había desmayado! Sólo se trataba de eso. Solamente un ardor de estómago y una necesidad imperiosa de dormir en el piso. Todo el mundo se desmayaba en algún momento. Él había estado trabajando demasiado últimamente. Desde luego, por fin le había pasado factura. Con eso decidido, se sintió un poco mejor al llevar sudaderas, chanclas y una camiseta vieja en la iglesia en su funeral. Ni siquiera le gustaban los Rolling Stones. No tenía ni idea de dónde había salido la camiseta.
  • 25. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 25 El sacerdote se aclaró la garganta mientras miraba a las pocas personas reunidas. Él dijo: —Está escrito en el Buen Libro que... —Oh, por el amor de Dios —murmuró Wallace. La extraña se atragantó. Wallace sacudió la cabeza hacia arriba mientras el sacerdote seguía hablando. La mujer tenía su mano sobre su boca como si estuviera tratando de sofocar su risa. Wallace estaba indignado. Si encontraba su muerte tan graciosa, ¿por qué diablos estaba allí? A no ser que… No, no puede ser, ¿verdad? Él la miró, tratando de ubicarla. ¿Y si ella hubiera sido una clienta suya? ¿Y si hubiera obtenido un resultado menos que deseable? Una demanda colectiva, tal vez. Una que no había producido tanto como ella esperaba. Hacía promesas cada vez que conseguía un nuevo cliente, grandes promesas de justicia y extraordinaria compensación económica. Donde una vez pudo haber templado las expectativas, solo se había vuelto más confiado con cada juicio a su favor. Su nombre era susurrado con gran reverencia en los sagrados salones de los tribunales. Era un tiburón despiadado, y cualquiera que se interpusiera en su camino por lo general terminaba de espaldas, preguntándose qué diablos había sucedido. Pero tal vez fue más que eso.
  • 26. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 26 ¿Lo que comenzó como una relación profesional abogado-cliente se había convertido en algo más oscuro? Tal vez se había obsesionado con él, enamorada de sus costosos trajes y del dominio en la sala del tribunal. Se dijo a sí misma que tendría a Wallace Price, o nadie lo haría. Ella lo había acechado, parada fuera de su ventana por la noche, observándolo mientras dormía (su apartamento en el piso quince no lo disuadió de esta idea; por lo que sabía, ella había trepado por el costado del edificio a su balcón). Y cuando él estaba en el trabajo, ella irrumpía y se acostaba sobre su almohada, respirando su olor, soñando con el día en que podría convertirse en la señora de Wallace Price. Entonces tal vez él la había rechazado sin saberlo, y el amor que ella sentía por él se había convertido en una furia negra. Eso era. Eso lo explicaba. Después de todo, había precedentes, ¿verdad? Porque era probable que Patricia Ryan también estuviera obsesionada con él, dada su desafortunada reacción cuando la despidió. Por lo que él sabía, estaban confabuladas entre sí, y cuando Wallace había hecho lo que hizo, ellas... ¿qué? Unieron fuerzas para... espera. Bueno. La línea de tiempo estaba un poco borrosa para que eso funcionara, pero aun así. —... y ahora, me gustaría invitar a cualquiera que quiera decir unas palabras sobre nuestro querido Wallace a que se presente y lo haga en este momento. —El sacerdote sonrió serenamente. La sonrisa se desvaneció un poco cuando nadie se movió—. Cualquiera puede venir. Los socios inclinaron la cabeza. Naomi suspiró. Obviamente, estaban abrumados, incapaces de encontrar las palabras adecuadas para resumir una vida bien vivida. Wallace no los culpó por eso. ¿Cómo se empezaba a encapsular todo lo que él era? Exitoso, inteligente, trabajador hasta el punto de la obsesión, y mucho más. Por supuesto que serían reticentes. —Levántense —murmuró, mirando fijamente a los que estaban en el frente de la iglesia—. Levántense y digan cosas bonitas sobre mí. Ahora. Se los ordeno. Jadeó cuando Naomi se levantó. —¡Funcionó! —susurró con fervor—. Sí. Sí...
  • 27. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 27 El sacerdote asintió mientras se hacía a un lado. Naomi se quedó mirando el cuerpo de Wallace durante un largo momento, y Wallace se sorprendió al ver que su cara se torcía como si estuviera a punto de llorar. Al fin. Al fin alguien iba a mostrar algún tipo de emoción. Él se preguntó si ella se lanzaría sobre el ataúd, exigiendo saber por qué, por qué, por qué la vida tenía que ser tan injusta, y Wallace, yo siempre te he querido, incluso cuando me acostaba con el jardinero. Tú sabes, ese que parecía reacio a usar camisas mientras trabajaba, mientras el sol brillaba sobre sus anchos hombros, con el sudor resbalando por sus esculturales músculos abdominales como si fuera una maldita estatua griega a la que tú también fingías no mirar, pero ambos sabemos que eso es una mierda, ya que teníamos el mismo gusto por los hombres. Ella no lloró. En cambio, estornudó. —Disculpe —dijo, limpiándose la nariz—. Eso ha estado acumulándose por un tiempo. Wallace se hundió más en el banco. No tenía un buen presentimiento sobre esto. Se movió frente a la iglesia en el estrado al lado del sacerdote. Ella dijo: — Wallace Price estaba... vivo, ciertamente. Pero ahora no lo está. En mi opinión, yo no puedo decir que eso sea algo malo. Él no era una buena persona. —Oh, Dios mío —dijo el sacerdote. Naomi lo ignoró. —Era un hombre obstinado, imprudente y que sólo se preocupaba por sí mismo. Pude haberme casado con Bill Nicholson, pero en su lugar, me enganché al Wallace Price Express, rumbo a un destino de comidas perdidas, cumpleaños y aniversarios olvidados, y la repugnante costumbre de dejar los pedazos de uñas del pie en el suelo del baño. Venga ya. El cubo de la basura estaba justo ahí. ¿Como puedes no verlo? —Terrible —dijo Moore. —Exactamente —estuvo de acuerdo Hernandez. —Tirar los recortes a la basura —dijo Worthington—. No es tan difícil.
  • 28. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 28 —Espera —dijo Wallace en voz alta—. No es eso lo que debes decir. Necesitas estar triste, y mientras te secas las lágrimas, dices todo lo que vas a extrañar de mí. ¿Qué tipo de funeral es este? Pero Naomi no quiso escuchar, cosa que, en realidad. ¿Cuándo lo había hecho? —He pasado los últimos días desde que recibí la noticia intentando encontrar un solo recuerdo de nuestro tiempo juntos que no me llenara de arrepentimiento o de apatía e incluso de una furia ardiente que me hiciera sentir como si estuviese de pie bajo el sol. Me costó tiempo, hasta que encontré uno. Una vez, Wallace me llevó una taza de sopa mientras estaba enferma. Le di las gracias. Luego se fue a trabajar y no le vi durante seis días. —¿Eso es todo? — exclamó Wallace—. ¿Estás bromeando? La expresión de Naomi se endureció. —Se supone que debemos comportarnos y emocionarnos cuando alguien muere, sin embargo, vengo a decirles que eso es una mierda. Lo siento, Padre. El sacerdote asintió. —Está bien, hija mía. Sácalo todo. El Señor no... —Y no me hagas hablar del hecho de que se preocupaba más por su trabajo que por formar una familia. Marqué mi ciclo de ovulación en su calendario de trabajo. ¿Sabes lo que hizo? Me mandó una tarjeta que decía ENHORABUENA, LICENCIADA. —Aún nos aferramos a eso, ¿verdad? —Wallace preguntó en voz alta— . ¿Cómo te va con esa terapia, Naomi? Parece que deberías recibir un reembolso. —Vaya —dijo la mujer en el banco. Wallace la miró. —¿Algo que te gustaría agregar? ¡Sé que soy un buen partido, pero el hecho de que no te ame no te da derecho a asesinarme! El sonido que hizo cuando la mujer lo miró directamente es mejor dejarlo a la imaginación, especialmente cuando dijo en voz muy alta: —Nah. No eres exactamente mi tipo, y el asesinato es malo, ¿sabes?
  • 29. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 29 Wallace prácticamente se cayó del banco mientras Naomi continuaba calumniándolo en la casa de Dios como si la extraña mujer no hubiera hablado en absoluto. Se las arregló para agarrar la parte de atrás del banco, clavando las uñas en la madera. Miró por encima, con los ojos desorbitados mientras miraba a la mujer. Ella sonrió y arqueó una ceja. Wallace luchó por encontrar su voz. —¿Tú... puedes verme? Ella asintió mientras giraba en su propio banco, apoyando el codo en el respaldo. —Sí, puedo hacer eso. Comenzó a temblar, sus manos agarraban el banco con tanta fuerza que pensó que sus dedos se romperían. —Cómo. Qué. Yo no... ¿qué? —Sé que estás confundido, Wallace, y las cosas pueden ser… —¡Nunca te dije mi nombre! —dijo con altanería, incapaz de evitar que su voz se rompiera. Ella resopló. —Hay literalmente un letrero con tu foto bajo tu nombre que está en la entrada de la iglesia. —Eso no es… —¿Qué? ¿Qué no era exactamente? Se incorporó. Sus piernas no funcionaban como él quería—. Olvídate del maldito cartel. ¿Cómo está pasando esto? ¿Qué diablos está pasando? La mujer sonrió. —Estas muerto. Se echó a reír. Sí, podía ver su cuerpo en un ataúd, pero eso no significaba nada. Tenía que haber algún error. Dejó de reír cuando se dio cuenta de que la mujer no se estaba uniendo. —¿Qué? —dijo rotundamente.
  • 30. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 30 —Falleciste, Wallace. —Su rostro se arrugó—. Un momento. Intento recordar cuál fue la causa. Es mi primera vez, y estoy un poco nerviosa. — Ella se iluminó—. ¡Oh, es cierto! Ataque al corazón. Y así fue como supo que esto no era real. ¿Un ataque al corazón? Y una mierda. Nunca fumaba, se alimentaba lo mejor que podía y hacía ejercicio cuando se acordaba. Su último examen físico había terminado con el médico diciéndole que si bien su presión arterial era un poco alta, todo lo demás parecía estar en orden. No podía estar muerto de un ataque al corazón. Eso no era posible. Se lo dijo, seguro de que eso sería el final. —Ciiiierto —repitió ella lentamente, como si él fuera el idiota—. Odio ser un fastidio, hombre, pero eso es lo que pasó. —No —dijo, sacudiendo la cabeza—. Sabría si… me hubiera sentido… —¿Qué sintió? ¿Un pinchazo en el brazo? ¿Un dolor en el pecho? ¿La forma en que no podía recuperar el aliento por más que lo intentara? Ella se encogió de hombros. —Supongo que es una de esas cosas que pasan. —Se estremeció cuando ella se levantó del banco y se dirigió hacia él. Era más baja de lo que esperaba, la parte superior de su cabeza probablemente le llegaba a la barbilla. Se alejó lo más que pudo, pero no llegó muy lejos. Naomi estaba despotricando sobre un viaje a los Poconos que aparentemente habían hecho (¡Se quedó en la habitación del hotel todo el tiempo en conferencias telefónicas! ¡Era nuestra luna de miel!) mientras la mujer se sentaba en su banco, manteniendo un poco de distancia entre ellos. Parecía incluso más joven de lo que pensó en un primer momento, quizás de veinticinco años, lo que en cierto modo empeoraba las cosas. Su tez era ligeramente más oscura que la de él, y sus labios se contraían sobre unos pequeños dientes en un intento de sonrisa. Golpeó con los dedos el respaldo del banco antes de mirarlo. —Wallace Price —dijo— Mi nombre es Meiying, pero me puedes decir Mei, así como el mes6, sólo que escrito un poco diferente. Vengo a llevarte a casa. Él la miró fijamente, incapaz de hablar. 6 Se refiere a que fonéticamente May (mayo) suena igual a Mei.
  • 31. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 31 —Oh. Ni me imaginaba que eso te haría callar. Debí haber intentado eso desde el principio. —No voy a ir a ninguna parte contigo —dijo con los dientes apretados— . No te conozco. —Espero que no —dijo—. Si lo hicieras, sería muy raro. —Hizo una pausa, considerando—. O más raro, al menos. —Ella asintió hacia el frente de la iglesia—. Bonito ataúd, por cierto. No parece barato. Se erizó. —No lo es. Sólo lo mejor para… —Oh, estoy segura —dijo Mei—. Aun así. Bastante retorcido, ¿verdad? Mirando tu propio cuerpo de esa manera. Aunque no es un mal cuerpo. Un poco flaco para mis gustos, pero cada uno lo suyo. Se erizó. —Quiero que sepas que me fue bien con mi flaco... no. ¡No me distraeré! Exijo que me digas lo que está pasando en este mismo segundo . —Está bien —dijo ella en voz baja—. Puedo hacer eso. Sé que esto puede ser difícil de entender, pero tu corazón se rindió y moriste. Hubo una autopsia y resultó que tenías obstrucciones en las arterias coronarias. Puedo mostrarte la incisión en Y, si quieres, aunque te no te lo aconsejo. Es bastante asqueroso. ¿Sabías que una vez que realizan la autopsia, a veces vuelven a poner los órganos dentro de una bolsa junto con aserrín antes de encerrarte? —Ella se iluminó—. Oh, y soy tu Segadora7, estoy aquí para llevarte a donde perteneces. —Y luego, como si el momento no fuera lo suficientemente extraño, hizo manos de jazz8—. Ta-da. —Segadora —dijo aturdido—. ¿Qué es eso? —Yo —dijo ella, acercándose más—. Soy una Cosechadora. Una vez que alguien muere, hay confusión. Realmente no sabes lo que está pasando, y estás asustado. 7 Los reaper (死神, shinigami) significa Segador de Almas o también Dios de la Muerte, son una raza de seres espirituales encargados de mantener el equilibrio en el flujo de almas en el mundo. 8 Las manos de jazz en la danza escénica son la extensión de las manos de un artista con las palmas hacia la audiencia y los dedos extendidos
  • 32. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 32 —¡No tengo miedo! —Eso era una mentira. Nunca había estado más asustado en su vida. —Está bien —dijo ella—. Así que no tienes miedo. Está bien. De todos modos, es un momento difícil para cualquiera. Necesitas ayuda para hacer la transición. Ahí es donde entro yo. Estoy aquí para asegurarme de que dicha transición sea lo más fluida posible. —Ella hizo una pausa. Entonces—: Eso es todo. Creo que me acordé de decir todo. Tuve que memorizar mucho para conseguir este trabajo, y podría haber olvidado un detalle aquí y allá, pero esa es la esencia. Él la miró boquiabierto. Apenas escuchó a Naomi gritar de fondo, llamándolo bastardo egoísta sin ninguna conciencia de sí mismo. —Transición. Mei asintió. No le gustó el sonido de eso. —¿A qué ? Ella sonrió. —Oh, hombre. Solo espera. —Ella levantó la mano hacia él, girando la palma hacia arriba. Presionó el pulgar y el dedo medio juntos y chasqueó. El fresco sol primaveral le dio en la cara. Dio un paso atrás tambaleándose, mirando a su alrededor como un loco. Cementerio. Estaban en un cementerio. —Lo siento —dijo Mei, apareciendo a su lado—. Aún no le cojo el truco. —Ella frunció el ceño—. Soy un poco nueva en esto. —¿Qué está pasando? — le gritó. —Te están enterrando —dijo alegremente. Ella le agarró por el brazo con fuerza y tiró de él. Tropezó con sus propios pies, pero logró mantenerse parado. Sus chanclas golpearon contra sus talones mientras luchaba por sostenerse. Entraron y salieron de las lápidas, rodeados por el ruido del tráfico mientras los impacientes taxistas tocaban el claxon y gritaban improperios por las ventanas abiertas. Intentó separarse de Mei, pero su agarre era firme. Era más fuerte de lo que parecía. —Aquí estamos —dijo, deteniéndose—. Justo a tiempo.
  • 33. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 33 Miró por encima de su hombro. Naomi estaba allí, al igual que sus socios, todos ellos de pie alrededor de un agujero rectangular recién cavado. El costoso ataúd estaba descendiendo a la tierra. Ninguno lloraba. Worthington seguía mirando su reloj y suspirando de forma dramática. Naomi estaba escribiendo en su teléfono. De todas las cosas en las que Wallace debía concentrarse, estaba estupefacto por el hecho de que no había una losa. —¿Dónde está la lápida? Mi nombre. Fecha de nacimiento. Un mensaje inspirador que diga que viví la vida al máximo. —¿Es eso lo que hiciste?—preguntó Mei. No sonaba como si se estuviera burlando de él, simplemente curiosa. Apartó la mano y se cruzó de brazos a la defensiva. —Sí. —Espectacular. Y las lápidas suelen venir después del servicio. Aún tienen que tallarla y todo eso. Se trata de un proceso completo. Así que no te preocupes. Fíjate. Aquí estamos. ¡Despídete! Él no hizo aquello que se le pidió. Sin embargo, Mei sí, moviendo los dedos. —¿Cómo llegamos aquí?—preguntó—. Estábamos en la iglesia. —Tan observador. Eso es realmente bueno, Wallace. Estábamos en la iglesia. Me siento orgullosa de ti. Digamos que me salté un par de cosas. Debo ponerme en marcha. —Hizo una mueca—. Y eso es mi culpa, amigo. En serio, por favor, no te lo tomes a mal porque no era mi intención, pero me retrasé bastante en llegar a ti. Es la primera vez que cosecho sin ayuda, y me equivoqué. Fui al lugar equivocado por accidente. —Ella sonrió de manera placida—. ¿Estamos bien? —No —le gruñó—. No estamos bien. —Oh. Eso es una mierda. Lo siento. Te prometo que no volverá a pasar. Es una experiencia de aprendizaje para mí. Ojalá califiques mi servicio con un diez cuando recibas la encuesta. Eso significaría mucho para mí. No tenía idea de lo que ella estaba hablando. Casi podía convencerse a sí mismo de que ella era la loca, y nada más que un producto de su imaginación.
  • 34. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 34 —¡Han pasado tres días Ella le sonrió. —¡Exactamente! Esto hace que mi trabajo sea mucho más fácil. Hugo va a estar muy contento conmigo. No puedo esperar para decírselo. —¿Quién diablos es...? —Espera. Esta es una de mis partes favoritas. Miró hacia donde ella señalaba. Sus compañeros formaban una fila, con Naomi situada detrás de ellos. Contempló cómo todos se inclinaban, de uno en uno, para recoger un puñado de tierra y dejarlo caer en la tumba. El sonido de la tierra al golpear la tapa del ataúd hizo que a Wallace le temblaran las manos. Naomi se puso de pie con su puñado de tierra sobre la tumba abierta y, antes de soltarlo, una extraña expresión cruzó su mirada, luego desapareció. Agitó la cabeza, arrojó la tierra y se dio la vuelta. Lo último que vio de su ex mujer fue la luz del sol en su pelo mientras se apresuraba hacia un taxi que la esperaba. —Es como si todo ello tuviera sentido —dijo Mei—. El círculo completo. De la tierra venimos, hacia la tierra volvemos. Es bonito, si lo piensas. —¿Que está pasando? — él susurró. Mei tocó el dorso de su mano. Su piel estaba fría, pero no tan desagradable. —¿Necesitas un abrazo? Puedo darte un abrazo si quieres. Echó el brazo hacia atrás. —No quiero un abrazo. Ella asintió. —Límites. Estupendo. Eso lo respeto. Te prometo que no te voy a abrazar sin tu consentimiento. Cuando Wallace tenía siete años, sus padres le llevaron a la playa. Estuvo de pie en las olas, mirando cómo la arena se metía entre los dedos de sus pies. Hubo una extraña sensación que le subió por las piernas hasta la boca del estómago. Estaba hundiéndose, aunque la combinación de la arena que se arremolinaba y el agua de color blanco lo hacían parecer algo mucho más. Se había aterrorizado y se había negado a volver a meterse en el mar, por mucho que sus padres le hubieran suplicado.
  • 35. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 35 Esa era la sensación que Wallace Price sentía ahora. Puede que fuera el sonido de la tierra en el ataúd. Quizá fuera el hecho de que su foto estuviera apoyada junto a la tumba abierta, con una corona de flores pegada debajo. En esta foto, sonreía con fuerza. Llevaba el pelo perfectamente peinado, con la raya a la derecha. Sus ojos eran brillantes. Naomi dijo una vez que le recordaba al espantapájaros de Oz: —Si tan solo tuvieras un cerebro —dijo. Eso había sido durante uno de sus procedimientos de divorcio, por lo que lo descartó como nada más que ella tratando de lastimarlo. Se sentó con fuerza en el suelo, con los dedos de los pies flexionados en la hierba sobre la punta de sus chanclas. Mei se acomodó junto a él, doblando las piernas debajo de ella, picando un pequeño diente de león. Ella lo arrancó del suelo, sosteniéndolo cerca de su boca. —Pide un deseo —dijo ella. No pidió un deseo. Suspiró y ella misma sopló las semillas de diente de león. Explotaron en una nube blanca, los pedazos se impregnaron en la brisa y se agolparon alrededor de la tumba abierta. —Es mucho para asimilar, lo sé. —¿Sí? —murmuró, con la cara entre las manos. —No literalmente —admitió—. Pero tengo una idea. Él la miró con los ojos entrecerrados. —Dijiste que esta era tu primera vez. —Lo es. Es decir, en solitario. Pero pasé por el entrenamiento, y lo hice bastante bien. ¿Necesitas comprensión? Puedo dártela. ¿Quieres golpear algo porque estás enojado? También puedo ayudarte con eso. Aunque no a mí. Puede que a una pared. —Se encogió de hombros—. O podemos sentarnos aquí y ver como con el tiempo vienen con una pequeña excavadora y echan toda la tierra encima de tu antiguo cuerpo consolidando así el hecho de que todo ha terminado. Tú elección. Él la miró fijamente. Ella asintió. —Sí, claro. Podría haberlo expresado mejor. Lo siento. Todavía estoy aprendiendo.
  • 36. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 36 —¿Qué es lo…? —Trató de tragar más allá del nudo en su garganta—. ¿Qué está pasando? Ella dijo: —Lo que ocurre es que has vivido tu vida. Hiciste lo tuyo y ahora se acabó. Por lo menos esa parte lo está. En el momento en que estés listo para salir de aquí, te dejaré con Hugo. Él te explicará el resto. —Dejarme —murmuró—. Con Hugo. Ella negó con la cabeza antes de detenerse. —Bueno, en cierto modo. Él es un barquero. —¿Un qué? —Barquero —repitió ella—. El que te ayudará a cruzar. Su mente estaba acelerada. No podía concentrarse en una sola cosa. Todo se sentía demasiado grandioso para comprenderlo. —Pero pensé que se suponía que tú... —Ay. Te gusto. Eso es dulce. —Ella rio—. Pero sólo soy una Segadora, Wallace. Mi trabajo es asegurarme de que llegues al barquero. Él se encargará del resto. Ya lo verás. Una vez que lleguemos a él, todo irá sobre ruedas. Hugo tiende a tener ese efecto en la gente. Él te explicará todo antes de que cruces, cualquiera de esas molestas y persistentes preguntas. —Jesús —dijo Wallace con voz apagada—. ¿A dónde? Mei ladeó la cabeza. — Pues a lo que sigue, por supuesto... —¿El cielo? —Palideció, un terrible pensamiento se abrió paso a través de la tensión que sentía— ¿o te refieres al Infierno? Ella se encogió de hombros. —Por supuesto. —Eso no explica nada en absoluto. Ella rio. —Lo sé, ¿verdad? Esto es divertido. Estoy divirtiéndome. ¿Tú no?
  • 37. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 37 No, no lo estaba. *** Ella por su parte no lo apuró. Permanecieron allí mientras el cielo comenzaba a teñirse con tonos rosados y anaranjados mientras el sol de marzo se ocultaba en el horizonte. Estuvieron allí incluso cuando llegó la prometida excavadora, que la mujer manejaba hábilmente con un cigarrillo entre los dientes y el humo saliendo de su nariz. La tumba se llenó más rápido de lo que Wallace esperaba. Las primeras estrellas empezaban a aparecer cuando ella terminó, aunque eran débiles debido a la contaminación lumínica de la ciudad. Y eso fue todo. Lo único que quedó de Wallace Price fue un montón de tierra y un cuerpo que no iba a ser más que comida para gusanos. Fue una experiencia profundamente devastadora. No había imaginado que lo sería. Extraño, pensó para sí mismo. Muy extraño. Miró a Mei. Ella le sonrió. Dijo: —Yo… —No supo cómo terminar. Ella tocó el dorso de su mano. —Sí, Wallace. Es real. Y, entre todas las maravillas, le creyó. Ella dijo: —¿Te gustaría conocer a Hugo? No. No quería. Tenía ganas de correr. Deseaba gritar. Quería levantar los puños hacia las estrellas y despotricar sobre la injusticia de todo esto. Tenía planes. Tenía objetivos. Había tantas cosas por hacer, y ahora no podría... Se sobresaltó cuando una lágrima se deslizó por su mejilla. —¿Tengo otra opción? —¿En la vida? Siempre.
  • 38. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 38 —¿Y en la muerte? Ella se encogió de hombros. —Es un poco más... reglamentado. Pero es por tu propio bien. Lo juro —añadió rápidamente—. Hay razones por las que estas cosas suceden de la manera en que lo hacen. Hugo te lo explicará todo. Es un gran tipo. Verás que tengo razón. Eso no lo hizo sentir mejor. Pero aun así, cuando se colocó frente a él, extendiendo su mano, él solo la miró por un instante antes de tomarla, permitiendo que lo levantara. Dirigió su rostro hacia el cielo. Inhaló y exhaló. Mei dijo: —Esto probablemente se sentirá un poco extraño. Pero es una distancia más larga, así que es de esperar. Terminará antes de que te des cuenta. Pero antes de que pudiera reaccionar, ella chasqueó de nuevo y todo explotó.
  • 39. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 39 Capítulo 3 Wallace estaba gritando cuando aterrizaron en un camino pavimentado en medio de un bosque. El aire era frío, pero aunque seguía gritando, no se formaba ninguna nube de aire delante de él. No tenía sentido. ¿Cómo podía tener frío si estaba muerto? ¿Realmente estaba respirando o...? No. No. Concéntrate. Concéntrate en el presente. Concéntrate en el ahora. Una cosa a la vez. —¿Has terminado? —Mei le preguntó. Se dio cuenta de que seguía gritando. Cerró la boca de golpe, sintiendo un dolor intenso al morderse la lengua. Lo que, por supuesto, provocó que volviera a reaccionar, porque ¿cómo demonios podía sentir dolor? —No —murmuró, alejándose de Mei, con los pensamientos confundidos en un infinito nudo—. No puedes simplemente... Y entonces fue atropellado por un coche. Espera. Debería haber sido atropellado por un coche. El coche se acercó, con los faros brillantes. Consiguió levantar las manos a tiempo para bloquearse la cara, sólo para que el coche lo atravesara. Por el rabillo del ojo, vio la cara del conductor pasar a centímetros de la suya. No sintió nada de eso. El coche continuó por la carretera, con las luces traseras parpadeando una vez antes de doblar una esquina y desaparecer por completo. Se quedó congelado, con las manos extendidas frente a él, una pierna levantada, el muslo presionado contra el estómago. Mei se rió con fuerza. —Oh, amigo. Deberías ver la cara que pones. Dios mío, es increíble. Bajó la pierna poco a poco, medio convencido de que se caería al suelo. No lo hizo. Era sólido bajo sus pies. No podía dejar de temblar. —Cómo. Qué. Por qué. ¿Qué? ¿Qué? Se limpió los ojos, todavía riendo.
  • 40. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 40 —Culpa mía. Debería haberte avisado de que eso podía pasar. — Sacudió la cabeza—. Pero todo está bien, ¿no? Quiero decir, ¿qué tan bueno es que ya no te puedan atropellar los coches? —¿Eso es lo que sacaste de esto? —preguntó incrédulo. —Es algo bastante grande si lo piensas. —No quiero pensar en ello —espetó—. ¡No quiero pensar en nada de esto! Inexplicablemente, ella dijo: —Si los deseos fuesen peces, todos nadaríamos en la riqueza. Él se quedó mirando fijamente detrás de ella, mientras ésta emprendía el camino. —¡Eso no explica nada! —Sólo porque estás siendo obstinado. Relájate, hombre. La persiguió, no quería quedarse solo en medio de la nada. A lo lejos, pudo ver las luces de lo que parecía un pequeño pueblo. No reconocía nada de lo que les rodeaba, pero ella hablaba a toda velocidad y él no podía decir nada. —No permanece en la ceremonia ni nada, así que no te preocupes por eso. No le llames Sr. Freeman porque él odia eso. Es Hugo para todo el mundo, ¿vale? Además, deja de fruncir tanto el ceño. O quizás no, eso depende de ti. No te diré como tienes que ser. Él sabe que tú... —Tosió torpemente—. Bueno, él sabe lo complicadas que pueden ser estas cosas, así que no te preocupes. Haz todas las preguntas que necesites. Para eso estamos aquí. —Y entonces— : ¿Ya lo ves? Empezó a preguntar de qué demonios estaba hablando, pero entonces ella asintió hacia su pecho. Él miró hacia abajo y frunció el ceño. La réplica concisa que tenía en la punta de la lengua fue sustituida por un grito de horror.
  • 41. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 41 Allí, sobresaliendo de su pecho, había una pieza de metal curvada, casi como un anzuelo del tamaño de su mano. De color plateado, brillaba en la escasa luz. No le dolía, pero parecía que debería haberlo hecho, dado que la punta afilada parecía estar incrustada en su esternón. En el otro extremo del gancho había un... ¿cable? Una delgada banda de lo que casi parecía plástico que destellaba con una luz apagada. El cable se extendía por el camino delante de ellos, alejándose. Se dio una palmada en el pecho, tratando de soltar el gancho, pero sus manos lo atravesaron. La luz del cable se intensificó, y el gancho vibró cálidamente, llenándolo de una extraña sensación de alivio que no había esperado dado que había sido ensartado. Esta sensación fue, por supuesto, atenuada por el hecho de que había sido ensartado. —¿Qué es? —gritó, todavía golpeando su pecho—. ¡Quítalo, quítalo! —No —dijo Mei, acercándose y agarrando sus manos—. Realmente no queremos hacer eso. Créeme cuando te digo que te está ayudando. Lo necesitas. No te va a hacer daño. No puedo verlo, pero a juzgar por tu reacción, es lo mismo que los demás. No te preocupes por eso. Hugo te lo explicará, te lo prometo. —¿Qué es? —volvió a preguntar, con la piel erizada. Se quedó mirando el cable que se extendía a lo largo de la carretera frente a ellos. —Una conexión. —Ella le golpeó el hombro—. Te mantiene conectado a tierra. Te conduce a Hugo. Él sabe que estamos cerca. Vamos. No puedo esperar a que lo conozcas. El pueblo estaba tranquilo. Parecía haber una sola vía principal que atravesaba el centro. No había semáforos, ni bullicio de gente en las aceras. Pasaron un par de coches (Wallace se apartó de un salto, no quería volver a vivir aquella experiencia), pero aparte de eso, estaba casi todo en silencio. Las tiendas de ambos lados de la calle ya habían cerrado por el día, con los escaparates oscurecidos y los carteles colgando de las puertas prometiendo que volverían a primera hora de la mañana. Sus toldos se extendían sobre la acera, todos con colores brillantes de color rojo y verde y azul y naranja.
  • 42. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 42 Las farolas se alineaban a ambos lados de la calle, con luces cálidas y suaves. La calle estaba empedrada y Wallace se apartó del camino cuando un grupo de niños en bicicleta pasó junto a él. No le saludaron ni a él ni a Mei. Reían y gritaban, con tarjetas sujetas a los radios de sus ruedas con pinzas de la ropa, y su aliento corría detrás de ellos como pequeños trenes. A Wallace le dolió un poco la idea. Eran libres, libres como no lo habían sido en mucho tiempo. Luchó con esto, incapaz de darle forma a algo reconocible. Y entonces la sensación desapareció, dejándole hueco y temblando. —¿Este lugar es real? —preguntó, sintiendo que el gancho de su pecho se calentaba. El cable no se aflojó como él esperaba mientras continuaban. Pensó que ya estaría tropezando con él. En cambio, seguía tan tenso como lo había estado desde que lo notó por primera vez. Mei lo miró. —¿Qué quieres decir? No lo sabía bien. —¿Están... están todos muertos? —Oh. Sí, claro que no. Ya lo he entendido. Sí, este lugar es real. Sin embargo, no todo el mundo está muerto. Esto es como cualquier otro lugar, supongo. Tuvimos que viajar bastante lejos, aunque no es ningún lugar al que no hubieras podido ir por tu cuenta si hubieras decidido salir de la ciudad. No parece que hayas salido mucho. —Estaba demasiado ocupado —murmuró. —Ahora tienes todo el tiempo del mundo —dijo Mei, y le sorprendió lo acertado que era. Se le encogió el pecho y parpadeó contra el repentino ardor de sus ojos. Mei caminó perezosamente por la acera, mirando por encima del hombro para asegurarse de que él la seguía. Lo hizo, pero sólo porque no quería quedarse atrás en un lugar desconocido. Los edificios que habían parecido casi pintorescos ahora se cernían a su alrededor de forma inquietante, las ventanas sombrías eran como ojos muertos. Se miró los pies, concentrándose en poner un pie delante del otro. Su visión comenzó a ser un túnel, su piel palpitaba. Ese gancho en el pecho se hacía más intenso. Nunca había estado más asustado en su vida.
  • 43. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 43 —Oye, oye —oyó decir a Mei, y cuando abrió los ojos, se encontró agachado en el suelo, con los brazos rodeándole el estómago, y los dedos hundiéndose en su piel con la suficiente fuerza como para dejarle moratones. Si es que podía tener moratones—. Está bien, Wallace. Estoy aquí. —Porque se supone que eso me hace sentir mejor — se atragantó. —Es mucho para cualquiera. Podemos sentarnos aquí un momento, si es lo que necesitas. No voy a apresurarte, Wallace. No sabía lo que necesitaba. No podía pensar con claridad. Trató de entenderlo, de encontrar algo a lo que agarrarse. Y cuando lo consiguió, brotó de su interior, como un recuerdo olvidado que surgía como un fantasma. Tenía nueve años y su padre le pidió que entrara en el salón. Acababa de llegar de la escuela y estaba en la cocina preparando un sándwich de mantequilla de cacahuete y plátano. Se quedó helado ante la petición de su padre, tratando de pensar qué podía haber hecho para meterse en problemas. Había fumado un cigarrillo detrás de las gradas, pero eso había sido hace semanas, y no había forma de que sus padres lo supieran a menos que alguien se lo hubiera dicho. Dejó el sándwich en la encimera, ya creando excusas en su cabeza, formando promesas de no lo volvería a hacer, lo juraría, sólo había sido una vez. Estaban sentados en el sofá, y se detuvo ante los ojos de su madre, que estaba llorando, a pesar de que parecía que intentaba reprimirlo. Tenía las mejillas manchadas y llevaba un pañuelo de papel apretado en la mano. Le goteaba la nariz y, aunque intentaba sonreír al verlo, la sonrisa le temblaba y se le torcía al tiempo que le flaqueaban los hombros. La única vez que la había visto llorar antes había sido por una película cualquiera en la que un perro había superado la adversidad (púas de puercoespín) para reunirse con su dueño. —¿Qué pasa? —le preguntó, sin saber qué debía hacer. Entendía la idea de consolar a alguien, pero nunca la había puesto en práctica. No eran una familia afectuosa. Como mucho, su padre le estrechaba la mano y su madre le apretaba el hombro cada vez que estaban contentos con él. A él no le importaba. Así eran las cosas. Su padre dijo: —Tu abuelo ha fallecido. —Oh —respiró Wallace, con un repentino picor en todo el cuerpo.
  • 44. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 44 —¿Entiendes la muerte? No, no, no la entendía. Sabía lo que era, sabía lo que significaba la palabra, pero era algo indefinido, un acontecimiento que ocurría para otras personas muy, muy lejanas. A Wallace nunca se le había pasado por la cabeza que alguien que conocía pudiera morir. El abuelo vivía a cuatro horas de distancia, y su casa siempre olía a leche agria. Le gustaba hacer manualidades con sus latas de cerveza desechadas: aviones con hélices que se movían de verdad, gatitos que colgaban con cuerdas del techo de su porche. Y como era un niño lidiando con un concepto mucho más grande que él, las siguientes palabras que salieron de su boca fueron: —¿Alguien lo asesinó? —Al abuelo le gustaba decir que había luchado en la guerra (qué guerra, exactamente, no sabía; nunca había sido capaz de hacer una pregunta de seguimiento), lo que solía ir acompañado de palabras que hacían que la madre de Wallace le gritara a su padre mientras le tapaba los oídos, y más tarde, le decía a su único hijo que nunca repitiera lo que había oído porque era tremendamente racista. Podía entender que alguien hubiera asesinado a su abuelo. En realidad tenía mucho sentido. —No, Wallace —se atragantó su madre—. No fue así. Fue un cáncer. Se enfermó y no pudo seguir adelante. Se... se acabó. Este fue el momento en que Wallace Price decidió, de la forma en que suelen hacerlo los niños, absoluta e audazmente, que nunca le pasaría eso. El abuelo estaba vivo, y luego no lo estaba. Sus padres estaban trastornados por la pérdida. A Wallace no le gustaba estar trastornado. Así que lo reprimió, lo metió en una caja y lo cerró con llave. *** Parpadeó lentamente, siendo consciente de su entorno. Todavía estaba en el pueblo. Y con la mujer. Mei se agachó ante él, con la corbata colgando entre las piernas. —¿Estás bien? No confiaba en hablar, así que asintió, aunque estaba muy lejos de estar bien. —Esto es normal —dijo ella, golpeando los dedos contra su rodilla—. Le ocurre a todo el mundo después de su muerte. Y no te sorprendas si te pasa unas cuantas veces más. Es mucho para asimilar.
  • 45. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 45 —¿Cómo lo sabes? — murmuró—. Dijiste que era tu primera vez. —Primera vez sola —corrigió ella—. Hice más de cien horas de entrenamiento antes de poder salir por mi cuenta, así que ya lo he visto antes. ¿Crees que puedes aguantar? No, no lo creía. Lo hizo de todos modos. Estaba un poco inseguro sobre sus pies, pero se las arregló para mantenerse erguido por pura fuerza de voluntad. El gancho seguía ahí en su pecho, el cable seguía parpadeando tenuemente. Por un momento, creyó sentir un suave tirón, pero no podía estar seguro. —Ya está —dijo Mei. Y le dio una palmadita en el pecho—. Lo estás haciendo bien, Wallace. Él la fulminó con la mirada. —No soy un niño. —Oh, lo sé. Es más fácil con los niños, si puedes creerlo. Los adultos son los que suelen ser el problema. Él no sabía qué decir a eso, así que no dijo nada. —Vamos —dijo ella—. Hugo nos está esperando. *** Llegaron al final del pueblo poco después. Los edificios se detuvieron, y la carretera que se extendía ante ellos se abría paso a través del bosque de coníferas, el aroma del pino le recordaba a Wallace la Navidad, una época en la que todo el mundo parecía tomarse un respiro y olvidar, aunque fuera por un rato, lo dura que podía ser la vida. Estaba a punto de preguntar cuánto les quedaba por andar cuando llegaron a un sendero de tierra a las afueras del pueblo. Había un cartel de madera junto a la carretera. No pudo distinguir las palabras en la oscuridad, hasta que se acercó. Las letras habían sido talladas en la madera con sumo cuidado. CHARON'S CROSSING TÉ Y PASTELES —¿Char-ron? —dijo. Nunca había oído esa palabra. —Kay-ron —dijo Mei, pronunciando lentamente—. Es un poco de broma. Hugo es así de gracioso.
  • 46. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 46 —No lo entiendo. Mei suspiró. —Claro que no lo entiendes. No te preocupes por eso. En cuanto lleguemos a la casa de té9, se... —Casa de té —repitió Wallace, mirando el cartel con desdén. Mei hizo una pausa. —Vaya. ¿Tienes algo contra el té, tío? Eso no va a salir bien. —No tengo nada en contra, pensé que íbamos a conocer a Dios. ¿Por qué iba a...? Mei se echó a reír. —¿Qué? —Hugo —dijo él, nervioso—. O a quien sea. —Oh, no puedo esperar a contarle que has dicho eso. Maldita sea. Eso se le va a meter en la cabeza. —Ella frunció el ceño—. Tal vez no se lo diga. —No veo qué tiene de gracioso. —Lo sé —dijo ella—. Eso es lo que tiene gracia. Hugo no es Dios, Wallace. Es un barquero. Ya te lo dije. Dios es... la idea de Dios es humana. Es un poco más complicado que eso. —¿Qué? —dijo Wallace débilmente. Se preguntó si era posible tener un segundo ataque al corazón, aunque ya estuviera muerto. Y entonces recordó que ya no podía sentir los latidos de su corazón, y el deseo de acurrucarse en una bolita empezó a apoderarse de él una vez más. Agnóstico o no, no había esperado escuchar algo tan enorme dicho con tanta facilidad. —Oh, no —dijo Mei, agarrándolo de la mano para asegurarse de que se mantuviera en pie—. No vamos a acostarnos aquí. Es sólo un poco más lejos. Será más cómodo dentro. 9 A lo largo de la historia usaremos Casa de té y tienda indistintamente.
  • 47. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 47 Se dejó arrastrar por el camino. Los árboles eran más gruesos, viejos pinos que se extendían hacia el cielo estrellado como dedos de la tierra. No recordaba la última vez que había estado en un bosque, y mucho menos de noche. Prefería el ruido del acero y de las bocinas, los sonidos de una ciudad que nunca dormía. El ruido significaba que no estaba solo, estuviera donde estuviera. Aquí, el silencio lo consumía todo, era sofocante. Doblaron una esquina y pudo ver luces cálidas entre los árboles como un faro que le llamaba, le llamaba, le llamaba. Apenas sentía sus pies en el suelo. Pensó que podría estar flotando, pero no se atrevió a mirar hacia abajo para ver. Cuanto más se acercaban, más le tiraba el gancho del pecho. No era del todo irritante, pero no podía ignorarlo. El cable continuaba por el camino. Estaba a punto de preguntarle a Mei cuando algo se movió en la carretera delante de ellos. Se estremeció, la mente construyendo una terrible criatura que se arrastraba desde los sombríos bosques con colmillos afilados y ojos brillantes. En su lugar, apareció una mujer que se apresuraba por el camino. Cuanto más se acercaba, más detalles se iban revelando. Parecía de mediana edad, con la boca en una línea mientras se ceñía el abrigo. Tenía bolsas bajo los ojos, ojeras que parecían haber sido tatuadas en su rostro. Wallace no sabía por qué esperaba algún tipo de reconocimiento, pero ella pasó junto a ellos sin ni siquiera mirar en su dirección, con el pelo rubio arrastrándose detrás de ella mientras avanzaba rápidamente por el camino. Mei tenía una mirada nerviosa, pero sacudió la cabeza y desapareció. —Vamos. No queremos hacerle esperar más de lo que ya lo hemos hecho. *** No sabía lo que esperaba después de leer el cartel. Nunca había entrado en algo que pudiera llamarse una casa de té. Había tomado su café matutino en el carrito frente al edificio de oficinas. No era un hipster. No tenía un moño ni un sentido irónico de la moda, ni siquiera su ropa actual. Las gafas que solía llevar para leer eran, aunque caras, utilitarias. No pertenecía a algo que pudiera describirse como una casa de té. Qué idea más absurda.
  • 48. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 48 Por eso se sorprendió cuando llegaron a la tienda en sí al ver que parecía una casa. Es cierto que no se parecía a ninguna casa que hubiera visto antes, pero era una casa al fin y al cabo. Un porche de madera envolvía la fachada, grandes ventanas a ambos lados de una puerta verde brillante, con una luz que parpadeaba desde el interior como si se hubieran encendido velas. Una chimenea de ladrillos se asentaba en el tejado con un pequeño rizo de humo saliendo de la parte superior. Pero ahí terminaba el parecido con cualquier casa que Wallace hubiera visto. En parte tenía que ver con el cable que se extendía desde el gancho de su pecho y subía las escaleras, desapareciendo en la puerta cerrada. A través de la puerta cerrada. La casa en sí parecía como si hubiera empezado de una manera, y luego, a mitad de camino, los constructores hubieran decidido ir en otra dirección por completo. La mejor forma que se le ocurrió a Wallace para describirla fue que parecía un niño apilando un bloque tras otro, formando una precaria torre. La casa parecía como si la más mínima brisa pudiera hacerla caer. La chimenea no estaba torcida, sino más bien retorcida, y los ladrillos sobresalían en ángulos imposibles. El piso inferior de la casa parecía robusto, pero el segundo piso colgaba hacia un lado, el tercero hacia el lado opuesto, el cuarto piso justo en el centro, formando una torreta con cortinas dibujadas en múltiples ventanas. Wallace creyó ver que una de las cortinas se movía como si alguien se asomara, pero podía ser un truco de la luz. El exterior de la casa estaba construido con paneles de revestimiento. Pero también de ladrillo. ¿Y... adobe? Un lado parecía estar construido con troncos, como si hubiera sido una cabaña en algún momento. Parecía algo sacado de un cuento de hadas, una casa inusual escondida en el bosque. Tal vez hubiera un amable leñador en su interior, o una bruja que quisiera cocinar a Wallace en su horno, agrietando su piel mientras se ennegrecía. Wallace no sabía qué era peor. Había oído demasiadas historias sobre cosas terribles que ocurrían en esas casas, todo en nombre de la enseñanza de una Lección Muy Valiosa. Esto no hizo que se sintiera mejor. —¿Qué es este lugar? — preguntó Wallace cuando se detuvieron cerca del porche. Un pequeño scooter verde estaba ubicado junto a un macizo de flores, las flores salvajes en amarillos y verdes y rojos y blancos, pero apagados en la oscuridad.
  • 49. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 49 —Impresionante, ¿verdad? —dijo Mei—. Es aún más loco por dentro. La gente viene de todas partes para verlo. Es bastante famoso, por razones obvias. Le quitó el brazo de encima mientras ella intentaba caminar hacia el porche. —No voy a entrar. Ella miró por encima del hombro. —¿Por qué no? Hizo un gesto hacia la casa. —No parece segura. Es obvio que no está en condiciones. Se va a caer en cualquier momento. —¿Cómo lo sabes? La miró fijamente. —Estamos viendo lo mismo, ¿verdad? No voy a estar atrapado dentro cuando se derrumbe. Es una demanda esperando a suceder. Y yo sé de demandas. —Huh —dijo Mei, mirando de nuevo a la casa. Inclinó la cabeza hacia atrás todo lo que pudo—. Pero... —¿Pero? —Tú estás muerto —dijo ella—. Aunque se cayera, no importaría. —Eso es... —Él no sabía qué era eso. —Y además, ha sido así desde que vivo aquí. Aún no se ha caído. Y tampoco creo que hoy sea ese día. La miró boquiabierto. —¿Vives aquí? —Sí —dijo ella—. Es nuestra casa, así que quizás ¿podrías mostrar algo de respeto? Y no te preocupes por ella. Si nos preocupamos todo el tiempo por las cosas pequeñas, corremos el riesgo de perdernos las más grandes. —¿Alguien te ha dicho alguna vez que suenas como una galleta de la fortuna? —murmuró Wallace.
  • 50. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 50 —No —dijo Mei—. Porque eso es un poco racista, teniendo en cuenta que soy asiática y todo eso. Wallace palideció. —Yo... eso no es... no quería decir... Ella lo miró fijamente durante un largo rato, dejando que él balbuceara antes de decir: —De acuerdo, así que no querías decir eso. Me alegro de oírlo. Sé que todo esto es nuevo para ti, pero quizá deberías pensar antes de hablar, ¿no? Sobre todo porque soy una de las pocas personas que pueden verte. Subió los escalones del porche de dos en dos y se detuvo frente a la puerta. Del techo colgaban plantas en maceta y largas enredaderas. En la ventana había un cartel que decía "CERRADO POR EVENTO PRIVADO". La puerta tenía una vieja palanca de metal con forma de hoja. Mei levantó la palanca y la golpeó tres veces contra la puerta verde. —¿Por qué llamas a la puerta? —preguntó—. ¿No vives aquí? Mei le devolvió la mirada. —Ah, sí, pero esta noche es diferente. Así es como van las cosas. ¿Listo? —Quizá deberíamos volver más tarde. Ella sonrió como si se divirtiera, y a pesar de todo, Wallace no podía ver qué era tan divertido. —Ahora es tan buen momento como cualquier otro. Se trata de dar el primer paso, Wallace. Tú puedes hacerlo. Sé que la fe es difícil, especialmente ante lo desconocido. Pero tengo fe en ti. ¿Tal vez tienes un poco en mí? —Yo ni siquiera te conozco. Ella tarareó un poco en voz baja. —Claro que no. Pero sólo hay una manera de arreglar eso, ¿no? Él la fulminó con la mirada. —Realmente trabajas para ese diez, ¿no es así? Ella se rió. —Siempre. —Puso la mano en el pomo de la puerta—. ¿Vienes?
  • 51. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 51 Wallace miró hacia atrás por la carretera. Estaba completamente oscuro. El cielo era un campo de estrellas, más de las que había visto en su vida. Se sintió pequeño, insignificante. Y perdido. Oh, estaba perdido. —El primer paso — susurró para sí mismo. Regresó hacia la casa. Respiró profundamente e infló el pecho. Ignoró el ridículo golpe de sus chanclas al subir los escalones del porche. Podía hacerlo. Era Wallace Phineas Price. La gente se acobardaba al oír su nombre. Se paraban ante él con asombro. Era frío y calculador. Era un tiburón en el agua, siempre dando vueltas. Era... ...Se tropezó cuando el escalón superior se hundió, haciéndole caer hacia delante. —Sí —dijo Mei—. Cuidado con el último. Lo siento por eso. Quería decirle a Hugo que lo arreglara. No quería interrumpir tu momento o lo que fuera que estuviera pasando. Parecía ser importante. —Detesto todo —dijo Wallace con los dientes apretados. Mei empujó la puerta de la casa de té y pasteles Charon's Crossing. Crujió en sus bisagras, y la luz cálida se extendió, seguida por el espeso aroma de las especias y las hierbas: jengibre y canela, menta y cardamomo. No sabía cómo era capaz de distinguirlas, pero allí estaba todo igual. No era como la oficina, un lugar más familiar que incluso su propia casa, que apestaba a líquidos de limpieza y aire artificial, todo acero y sin caprichos, y aunque odiaba aquel hedor, estaba acostumbrado a él. Era la seguridad. Era la realidad. Era lo que conocía. Era todo lo que conocía, se dio cuenta con consternación. ¿Qué decía eso de él? El cable unido al gancho vibró una vez más, pareciendo hacerle señas para que avanzara. Quería correr todo lo que sus pies pudieran llevarle. En cambio, sin nada que perder, Wallace siguió a Mei a través de la puerta.
  • 52. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 52 Capítulo 4 Esperaba que el interior de la casa se pareciera al del exterior, es decir, una mezcolanza de atrocidades arquitectónicas más adecuadas para la demolición que para ser habitadas. No le decepcionó. La luz era escasa y provenía de unos candelabros desiguales atornillados a las paredes y de una vela excesivamente grande colocada en una mesita cerca de la puerta. Las plantas colgaban del techo en forma de cestas de madera, y aunque ninguna de ellas estaba en plena floración, su aroma era casi abrumador, mezclado con el poderoso olor de las especias que parecían incrustadas en las paredes. Las lianas se arrastraban hacia el suelo, meciéndose suavemente con la brisa a través de la ventana abierta en la pared del fondo. Empezó a coger una, repentinamente desesperado por sentir las hojas contra su piel, pero en el último momento encogió la mano. Podía olerlas, así que sabía que estaban allí aunque sus ojos le jugaran una mala pasada. Y Mei podía tocarlo, de hecho, aún podía sentir el fantasma de sus dedos en su piel, pero ¿y si eso era todo? Wallace nunca había sido un hombre de ocio, que se detuviera a oler las rosas, o eso decía el refrán. La duda, entonces, se deslizó sobre sus hombros y le hizo sentir el peso de sus dedos como garras. En el centro de la gran sala había una docena de mesas, cuyas superficies brillaban como si estuvieran recién lavadas. Las sillas colocadas debajo eran viejas y desgastadas, aunque no estaban en mal estado. También estaban desparejadas, algunas con asientos y respaldos de madera, otras con cojines gruesos y descoloridos. Incluso vio una silla de luna en una esquina. No había visto una de esas desde que era un niño.
  • 53. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 53 Apenas oyó a Mei cerrar la puerta tras ellos. Se distrajo con las paredes de la habitación, sus pies lo movían hacia ellas por voluntad propia. Estaban cubiertas de fotos y carteles, algunos enmarcados, otros sujetos con alfileres. Pensó que contaban una historia, pero que no podía seguir. Había una foto de una cascada en la que el agua se reflejaba en la luz del sol en forma de arco iris. También había una foto de una isla en un mar cerúleo, con árboles tan densos que no podía ver el suelo. A continuación, un gigantesco mural de las pirámides, dibujado con una mano hábil pero sin práctica. Y aquí había una fotografía de un castillo en un acantilado, con la piedra desmoronándose y siendo invadida por el musgo. Allí estaba un cartel enmarcado de un volcán elevándose por encima de las nubes, con la lava estallando en arcos calientes. Y un cuadro de una ciudad en pleno invierno, con luces brillantes y casi centelleantes que se reflejaban en una capa de nieve no marcada. Extrañamente, todos ellos provocaron un nudo en la garganta de Wallace. Nunca había tenido tiempo para esos lugares, y ahora nunca lo tendría. Sacudiendo la cabeza, siguió adelante, echando un vistazo a una chimenea que ocupaba la mitad de la pared a su derecha, la madera se movía mientras las brasas echaban chispas. Era de piedra blanca, el manto, de roble. Encima de la chimenea había pequeñas chucherías: un lobo tallado en piedra, una piña, una rosa seca, una cesta de piedras blancas. Sobre la chimenea, un reloj, pero parecía estar roto. El segundero se movía, pero no avanzaba. Frente a la chimenea había una silla de respaldo alto, con una pesada manta colgando del brazo. Parecía... acogedor. Wallace miró a la izquierda y vio un mostrador con una caja registradora y una vitrina vacía y oscura con pequeños carteles escritos a mano pegados al cristal que anunciaban una docena de tipos de pasteles. Los tarros se alineaban en las paredes detrás del mostrador. Algunos estaban llenos de hojas finas, otros de polvo en varios tonos. Delante de cada uno había pequeñas etiquetas escritas a mano que describían aún más variedades de té. Una gran pizarra colgaba de la pared por encima de los tarros, junto a un par de puertas batientes con ventanas de ojo de buey. Alguien había dibujado pequeños ciervos, ardillas y pájaros en la pizarra con tiza verde y azul, rodeando un menú que parecía interminable. Té verde y té de hierbas, té negro y de oolong. Té blanco, té amarillo, té fermentado. Sencha, rosa, yerba, senna, rooibos, té chaga, manzanilla. Hibiscus, essiac, matcha, moringa, pu-erh, ortiga, té de diente de león... y recordó el cementerio donde Mei había arrancado del suelo la bola de diente de león y había soplado sobre ella, las pequeñas volutas blancas flotando.
  • 54. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 54 Todas estaban impresas alrededor de un mensaje en el centro del tablero. Las palabras, escritas en letras puntiagudas e inclinadas, decían: La primera vez que compartes el té, eres un extraño. La segunda vez que compartes el té, eres un invitado de honor. La tercera vez que compartes el té, te conviertes en familia10. Todo el lugar parecía un sueño irreal. No podía ser posible. Era demasiado... algo, algo que Wallace no podía determinar. Se detuvo frente a la vitrina, mirando el mensaje en la pizarra, incapaz de apartar la vista. Incapaz, eso fue, hasta que un perro salió corriendo de una pared. Chilló mientras se tambaleaba hacia atrás, sin poder creer lo que veía. El perro, un gran chucho negro con un dibujo blanco en el pecho que casi parecía una estrella, se precipitó hacia él, ladrando como un loco. Con su cola moviéndose furiosamente, rodeó a Mei, moviendo el lomo mientras se frotaba contra ella. —¿Quién es un buen chico? —Mei arrulló con un tono de voz que Wallace despreciaba—. ¿Quién es el mejor chico de todo el mundo? ¿Eres tú? Creo que eres tú. El perro, aparentemente de acuerdo en que era el mejor chico de todo el mundo, ladró alegremente. Sus orejas eran grandes y puntiagudas, aunque la izquierda estaba caída. Se desplomó frente a Mei, rodando sobre su espalda, con las patas pataleando mientras ella se arrodillaba, pareciendo ignorar el hecho de que llevaba un traje, para consternación de Wallace, frotando sus manos a lo largo de su estómago. La lengua se le salió de la boca mientras lo miraba. Volvió a rodar y se puso en pie, sacudiéndose de un lado a otro. Y entonces saltó sobre Wallace. Apenas pudo levantar las manos a tiempo antes de que se estrellara contra él, haciéndole perder el equilibrio. Aterrizó de espaldas, tratando de protegerse la cara de la frenética y húmeda lengua que lamía toda la piel expuesta que encontraba. —¡Ayúdenme! —gritó—. ¡Está tratando de matarme! 10 Proverbio Balti. Baltistan (en urdu: ‫بلتستان‬, también conocido como Baltiyul, en balti: སྦལ་ཏི་སྟཱན) es una región al norte de la Cachemira, lindera con la región autónoma uigur de Sinkiang en la China.
  • 55. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 55 —Sí —dijo Mei—. Eso no es exactamente lo que está haciendo. Apollo no mata. Ama. —Frunció el ceño—. Bastante, al parecer. ¡Apollo, no! Nosotros no nos tiramos a la gente. Y entonces Wallace oyó una risa seca y oxidada, seguida de una voz profunda y crujiente. —No suelo verle tan excitado. Me pregunto por qué será. Antes de que Wallace pudiera concentrarse en eso, el perro saltó de él y se dirigió hacia las puertas dobles cerradas detrás del mostrador. Pero en lugar de empujar las puertas para abrirlas, las atravesó, sin que se movieran. Wallace se incorporó a tiempo para ver cómo desaparecía la punta de su cola. El cable de su pecho se enroscó alrededor del mostrador, y no pudo ver a dónde conducía. —¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó, oyendo al perro ladrar en algún lugar de la casa. —Ese es Apollo —dijo Mei. —Pero... caminó a través de las paredes. Mei se encogió de hombros. —Bueno, claro. Está muerto, como tú. —¿Qué? —Qué rápido lo has conseguido —dijo aquella voz chasqueante, y Wallace giró la cabeza hacia la chimenea. Pegó un grito al ver a un anciano asomado al lado de la silla de respaldo alto. Parecía anciano, con la piel morena muy arrugada. Sonrió, y sus fuertes dientes reflejaron la luz del fuego. Sus cejas eran grandes y tupidas, y su afro blanco se posaba sobre su cabeza como una nube difusa. Se relamió los labios y volvió a reírse—. Bien por ti, Mei. Sabía que podías hacerlo. Mei se sonrojó, arrastrando los pies. —Gracias. Tuve un pequeño problema al principio, pero lo solucioné. — Wallace apenas la escuchó mientras seguía mencionando a los perros fantasmas sexualmente agresivos y a los ancianos que aparecían de la nada— . Creo.
  • 56. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 56 El hombre se levantó de la silla. Era bajo y ligeramente encorvado. Si llegaba al metro y medio, Wallace se sorprendería. Llevaba un pijama de franela y un viejo par de zapatillas. Un bastón se apoyaba en el lateral de la silla. El anciano lo cogió y avanzó arrastrando los pies. Se detuvo junto a Mei, mirando a Wallace en el suelo. Golpeó el extremo del bastón contra el tobillo de Wallace. —Ah —dijo—. Ya veo. Wallace no quería saber lo que había visto. No debería haber seguido a Mei a la casa de té. El hombre dijo: —Eres un poco astuto, ¿no? —Volvió a golpear su bastón contra Wallace. Wallace lo apartó. —¿Quieres dejar de hacer eso? El hombre no dejó de hacerlo. De hecho, lo hizo una vez más. —Tratando de hacer un punto. —¿Qué estás...? —Y entonces Wallace lo supo. Este tenía que ser Hugo, el hombre que Mei le trajo a ver. El hombre que no era Dios, sino algo que ella había llamado un barquero. Wallace no sabía lo que esperaba; tal vez un hombre con túnica blanca y una larga barba, rodeado de una luz resplandeciente, con un bastón de madera en vez de una vara. Este hombre parecía tener al menos mil años. Tenía una presencia, algo que Wallace no podía identificar. Era... ¿calmante? O tan cercano a ello que no importaba. Quizá fuera parte del proceso, lo que Mei había llamado la transición. Wallace no estaba seguro de por qué tenía que ser golpeado con un bastón, pero si Hugo lo consideraba necesario, ¿quién era él para decir lo contrario? El hombre retiró el bastón. —¿Lo entiendes ahora? No, realmente no lo hizo. —Creo que sí. Hugo asintió.
  • 57. TJ Klune  Bajo la puerta de los susurros 57 —Bien. Arriba, arriba. No deberías quedarte en el suelo. Se pone con corriente de aire. No quiero que te mueras. —Se rió como si fuera la cosa más divertida del mundo. Wallace también se rió, aunque fue increíblemente forzado. —Ja, ja, sí. Eso es... histérico. Lo entiendo. Chistes. Tú cuentas chistes. Los ojos de Hugo centellearon con una alegría no disimulada. —Ayuda a reír, incluso cuando no tienes ganas de reír. No puedes estar triste cuando te ríes. Por lo general. Wallace se levantó lentamente, mirando con recelo a los dos que tenía delante. Se sacudió, consciente de lo ridículo que parecía. Se puso en pie, cuadrando los hombros. En vida, había sido un hombre intimidante. El hecho de que estuviera muerto no significaba que fuera a dejarse llevar por los tirones. Dijo: —Me llamo Wallace... El hombre dijo: —Un tipo alto, ¿no? Wallace parpadeó. —Uh, yo... ¿supongo? El hombre asintió. —Por si no lo sabías. ¿Cómo está el tiempo allí arriba? Wallace lo miró fijamente. —¿Qué? Mei se cubrió la boca con la mano, pero no antes de que Wallace pudiera ver cómo crecía la sonrisa. El hombre (¿Hugo? ¿Dios?) avanzó arrastrando los pies, golpeando de nuevo su bastón contra la pierna de Wallace mientras lo rodeaba.