Este documento resume las posiciones paranoicas y utilitaristas sobre el turismo cultural y la preservación del patrimonio. Los paranoicos ven al turismo como una amenaza a la autenticidad cultural, mientras que los utilitaristas enfatizan los beneficios económicos. El autor argumenta que una postura equilibrada es posible reconociendo que la cultura es dinámica y que el turismo puede fomentar el diálogo intercultural cuando no se reduce a espectáculos comerciales.
Según la OMT “El turismo comprende las actividades que realizan las personas durante sus viajes y estancias en lugares distintos a su entorno habitual, por un período de tiempo consecutivo inferior a un año, con fines de ocio, por negocios y otros”.
Es muy notorio en estos días la insostenibilidad que ha desatado el turismo de masas en algunas ciudades, especialmente europeas, que se han destacado por su patrimonio cultural. Parece ser que los procesos de turistificación, puesta en valor y gentrificación, han sobrepasado los límites aceptables por los residentes locales. Los modelos de gestión, supuestamente exitosos, muestran hoy debilidades que son inmanejables, pues la multitud de visitantes parece ser incontrolable, rebelde y por consiguiente una amenaza a la sostenibilidad.
Según la OMT “El turismo comprende las actividades que realizan las personas durante sus viajes y estancias en lugares distintos a su entorno habitual, por un período de tiempo consecutivo inferior a un año, con fines de ocio, por negocios y otros”.
Es muy notorio en estos días la insostenibilidad que ha desatado el turismo de masas en algunas ciudades, especialmente europeas, que se han destacado por su patrimonio cultural. Parece ser que los procesos de turistificación, puesta en valor y gentrificación, han sobrepasado los límites aceptables por los residentes locales. Los modelos de gestión, supuestamente exitosos, muestran hoy debilidades que son inmanejables, pues la multitud de visitantes parece ser incontrolable, rebelde y por consiguiente una amenaza a la sostenibilidad.
Encuentro dos puntos de partida para hablar hoy de cultura y desarrollo. Uno es el más habitual en los trabajos recientes sobre el tema. Consiste en recordar que la cultura no es vista ahora como un bien suntuario, una actividad para los viernes a la noche o los domingos de lluvia, en la cual los gobiernos tienen que gastar, sino un recurso para atraer inversiones, generar crecimiento económico y empleos. Los científicos sociales tratamos de llamar la atención de los gobernantes mostrándoles que en los Estados Unidos la industria audiovisual ocupa el primer lugar en los ingresos por exportaciones con más de 60.000 millones de dólares, o que en varios países latinoamericanos abarca del 4 al 7 por ciento del PIB, más que el café pergamino en Colombia, más que la industria de la construcción, la automotriz y el sector agropecuario en México. Podemos dejar de concebir a los ministerios de cultura como secretarías de egresos y comenzar a verlos como fábricas de regalías, exportadoras de imagen, promotoras de empleos y dignidad nacional.
La postmodernidad globalizada nos presenta una sociedad fragmentada y sin sentido. El arte y su contenido secular transmutativo y pedagógico, son la alternativa de vida y la metodología de integridad y búsqueda de sentido para la escuela del futuro, mediante la validación de los dilemas éticos, míticos y emocionales para combatir la sociedad basada en la ética del mercado.
1. TURISMO CULTURAL:
PARANOICOS VS. UTILITARISTAS
Néstor García Canclini
Siguen enfrentándose dos posiciones al hablar de turismo y cultura. La visión paranoica del
tradicionalismo, que ve las transformaciones como amenaza: los turistas culminarían los
procesos de masificación, mercantilización y frivolización del patrimonio histórico.
Del otro lado, la visión utilitarista: ¿cómo oponerse al turismo si genera riqueza y empleos,
atrae inversiones que revitalizan ciudades y pueblos aislados en playas o montañas, e
impulsan la producción artesana e industrial locales?
¿Es posible salir de este antagonismo? Quizá el turismo sea, junto con la industrialización
de la cultura (de la que en cierto modo forma parte), el lugar en el que más se
problematizan las nociones clásicas de patrimonio cultural y de mercado. Hace pocos años
que el patrimonio cultural dejó de ser visto como colección de edificios y bienes
intemporales para reconocer que lo que hoy es una pirámide o un centro histórico resulta de
los usos cambiantes que les dieron épocas y grupos diversos. Sólo puede imaginarse que la
tarea de conservarlos se limita a defender su “autenticidad” si nos olvidamos que por allí
pasaron grupos étnicos y luego el Estado-nación, guerras o revoluciones, modas y
migrantes. Los turistas, y las operaciones mercantiles que los convocan, son la última etapa
de una larga lista de reapropiaciones y mudanzas.
Entre tanto, quienes absolutizan la utilidad mercantil suelen desentenderse de los sentidos
acumulados en esa historia de los usos. Seleccionan un ritual o una época, y desprecian
otros, según puedan convertirse en espectáculo vendible. La arquitectura o la música
locales, y los sentidos que tienen para sus habitantes históricos, son valorables si
contribuyen al crecimiento económico y al prestigio – finalmente comercial – de la marca:
en nombre de la marca “México” o “Río de Janeiro”, “Barcelona” o “Estambul”, conviene
2. olvidar la complejidad cultural de una fiesta o un barrio. A la última puesta en escena le
cuesta hacerse cargo de la historia de escenificaciones del patrimonio practicada por
quienes vivieron allí de distintas maneras, se enfrentaron buscando que un uso prevaleciera
sobre otros, que los motivos se impusieran a los migrantes, o a la inversa. Los gestores
mercantiles suponen que todos los turistas están apurados: que no vinieron para conocer las
historias de los dramas locales, sino un paisaje vistoso.
Sin embargo, la trayectoria reciente del turismo se ha diversificado y reconoce las diversas
motivaciones por las cuales la gente viaja. El ecoturismo y el agroturismo, el turismo
revolucionario (Chiapas, El Salvador) y étnico (gran parte de América Latina y Asia), el de
aventura y el esotérico, el de bienales y festivales, exhiben las formas alternativas al simple
paseo entretenido o relajado, como si a alguna gente le gustara complicarse la vida cuando
va de un país a otro. Se ha dicho que la autenticidad buscada por muchos peregrinos no es
la dudosa originalidad de unas piedras o un baile, sino la experiencia singular de
asombrarse ante lo diferente o lo impensado. Los estudios sobre turistas muestran que
muchos no se comportan pasivamente: buscan actividades intensas, exploración y
conocimientos creativos.
En la medida en que esto es cierto para un porcentaje significativo de turistas, es posible
imaginar que el turismo puede consistir en algo más que empaquetar productos culturales.
Paranoicos y utilitaristas tienen un lugar de encuentro en las oportunidades complejas,
imprevistas, que un planeta globalizado por aviones e Internet ofrece a muchos para salir
del aburrimiento de los prejuicios y de las semejanzas entre todos los shoppings del mundo.
¿Cuántos malentendidos interculturales pueden aclararse en una visita de una semana?
Seguramente, muy pocos. Pero más que los que serán afectados viendo sólo fotos o un
documental televisivo, leyendo noticias siempre desde el mismo sillón casero. O
instalándose en todos los países en hoteles idénticos.
Tal vez este sea el sentido más específico del turismo cultural. No sólo viajar a conciertos o
atiborrar museos, sino exponerse a interacciones efectivas, sin escenografías prefabricadas,
2
3. con los diferentes. No hay por qué desvalorizar que los anfitriones seduzcan y vendan, que
los invitados regateen y compren. Desde el Imperio Romano hasta la revolución industrial,
cuando aún no se hablaba de turismo, el comercio con los extraños ha servido para
conocerlos, y para conocerse con menos ilusiones que las que engendra el aislamiento en el
propio grupo. El turismo sería otra cosa si hubiera diálogo, y no sólo monólogos, entre los
profesionales del turismo y la cultura.
Si suponemos que el objetivo del turismo en tanto mercado es atraer más gente, construir y
justificar más hoteles, más vuelos y tiendas y restaurantes ¿cuánta expansión pueden
aguantar las ciudades convertidas en parques temáticos? En países sobrevisitados
comienzan a escucharse reclamos: “que venga la mitad y gaste el doble”, leo en un diario
de Barcelona en agosto de 2004.
Creer que todo se arregla elitizando el turismo es ocultarse los conflictos interculturales, la
confrontación de diferencias y desigualdades, que la globalización intensifica en todas
partes. Hay que hablar también de quienes llegan como turistas y se quedan a trabajar, de
los que no consiguen trabajo y se arreglan como pueden en ocupaciones ilegales, o de la
incómoda cercanía de quienes tienen otras religiones, costumbres que rechazamos, lenguas
y modos de relacionarse que no entendemos. El turismo es una de las modalidades del
acrecentamiento intercultural, y se articula con otras. Pretender huir de su conflictiva
complejidad reduciendo el número y aumentando los precios es tan ilusorio como imaginar
que resolveremos la cuestión migrante levantando muros en las fronteras, o la inseguridad
urbana atrincherándonos en barrios cerrados y blindando los autos.
3