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2 REYES 15:1-5 :  El profeta no declara con exactitud cuándo escribió este capítulo. Isaías 6:1-13 data desde el año en que murió el rey Uzías. Por eso, si Isaías escribió sus primeros capítulos antes, puede que reflejen la situación que existía por debajo de la superficie durante el reinado de Uzías. Básicamente, Uzías (829-777 a.E.C.) “siguió haciendo lo que era recto a los ojos de Jehová”, de modo que Dios bendijo con prosperidad su reinado. Sin embargo, sabemos que no todo iba bien, porque “el pueblo todavía estaba sacrificando y haciendo humo de sacrificio en los lugares altos” antes que Dios hiriera de lepra a Uzías (o Azarías) por ofrecer incienso en el templo en un despliegue de presuntuosidad. (2 Crónicas 26:1-5, 16-23; 2 Reyes 15:1-5.) La maldad subyacente del tiempo de Uzías puede haber llevado a la cosecha de iniquidad de que leemos después, que implicó al nieto de Uzías, el rey Acaz (762-745 a.E.C.), lo cual también pudiera ser lo que Isaías describía. Pero más importante que una fecha específica para el capítulo primero es lo que llevó a Dios a decir: “Enderecemos los asuntos entre nosotros”.<br />3) El término “samaritanos” aparece por primera vez en las Escrituras después de la conquista del reino de diez tribus de Samaria, en el año 740 a. E.C.; se aplicó a los que vivían en el reino septentrional antes de esa conquista, para distinguirlos de los extranjeros que más tarde llegaron de otras partes del Imperio asirio. (2Re 17:29.) Parece ser que los asirios no deportaron a todos los habitantes israelitas, pues el relato de 2 Crónicas 34:6-9 (compárese con 2Re 23:19, 20) indica que durante el reinado de Josías todavía había israelitas en esa zona. La palabra “samaritanos” con el tiempo aplicó tanto a los descendientes de los que quedaron en Samaria como a los que llevaron los asirios. Por lo tanto, algunos sin duda nacieron de matrimonios mixtos. Mucho tiempo después, el nombre “samaritano” adquirió una connotación más religiosa que racial o política. Un “samaritano” era alguien que pertenecía a la secta religiosa que floreció en las inmediaciones de las antiguas Siquem y Samaria, y que se adhería a ciertas doctrinas inconfundiblemente diferentes a las del judaísmo. (Jn 4:9.)<br />4) 3 El hecho de que Jehová sea un Dios de propósito es fundamental para entender la cuestión de su influencia en los asuntos humanos. Este hecho está implícito en su mismo nombre. Jehová significa “Él Hace que Llegue a Ser”. Mediante una actuación progresiva, Jehová se convierte en el Cumplidor de todas sus promesas. Por ello, se dice que Jehová ‘forma’ o moldea su propósito en lo que respecta a acciones o sucesos futuros (2 Reyes 19:25; Isaías 46:11). Este término procede de la palabra hebrea ya·tsár, relacionada con otra que significa “alfarero” (Jeremías 18:4). Tal como un hábil alfarero puede dar forma a un pedazo de barro y convertirlo en una hermosa vasija, Jehová puede formar, o maniobrar, los asuntos para llevar a cabo su voluntad (Efesios 1:11).<br />5) Finalmente, Jerusalén cayó ante Nabucodonosor en 607 a. E.C., después de un sitio de dieciocho meses. (2Re 25:1-4.) En esta ocasión se sacó de la ciudad a la mayor parte de sus habitantes. A algunos de los de condición humilde se les permitió permanecer “como viñadores y trabajadores bajo obligación”, con Guedalías como gobernador en Mizpá. (Jer 52:16; 40:7-10; 2Re 25:22.) Los babilonios se llevaron cautivos, entre otros, a “algunos de los de condición humilde del pueblo y a los demás del pueblo que quedaban en la ciudad y a los desertores [...] y a los demás de los obreros maestros”. La expresión “que quedaban en la ciudad” parece dar a entender que muchos habían perecido debido al hambre, la enfermedad o el fuego, o que habían muerto en la guerra. (Jer 52:15; 2Re 25:11.) A los hijos de Sedequías, los príncipes de Judá, los oficiales de la corte, ciertos sacerdotes y muchos otros ciudadanos importantes se les ejecutó por orden del rey de Babilonia. (2Re 25:7, 18-21; Jer 52:10, 24-27.) Esto explicaría el número tan reducido de exiliados, ya que el total indicado ascendía únicamente a 832, probablemente los cabezas de sus casas, sin contar ni a sus esposas ni a sus hijos. (Jer 52:29.) Unos dos meses más tarde, después del asesinato de Guedalías, el resto de los judíos que quedaban en Judá huyeron a Egipto, y se llevaron consigo a Jeremías y Baruc. (2Re 25:8-12, 25, 26; Jer 43:5-7.) Es posible que algunos de los judíos también huyeran a otras naciones cercanas. Probablemente fue de entre estas naciones de donde Nabucodonosor se llevó a 745 cautivos, cabezas de sus casas, cinco años más tarde, cuando Jehová le usó como garrote simbólico para hacer pedazos a las naciones que lindaban con Judá. (Jer 51:20; 52:30.) Josefo dice que cinco años después de la caída de Jerusalén, Nabucodonosor invadió Ammón y Moab, y luego prosiguió hacia el S. y se vengó de Egipto. (Antigüedades Judías, libro X, cap. IX, sec. 7.)<br />Jerusalén no sufrió la misma suerte que otras ciudades conquistadas, como, por ejemplo, Samaria, habitada de nuevo con cautivos procedentes de otras partes del Imperio asirio. A diferencia de la política habitual de los babilonios para con las ciudades que conquistaban, Jerusalén y sus alrededores fueron despoblados de habitantes y quedaron desolados, como Jehová había predicho. Algunos críticos de la Biblia ponen en duda el que la tierra de Judá, en un tiempo próspera, se convirtiese de repente en “un yermo desolado, sin habitante”, pero no hay pruebas históricas ni registros de este período que prueben lo contrario. (Jer 9:11; 32:43.) El arqueólogo G. Ernest Wright escribe: “La violencia que se abatió sobre Judá queda atestiguada [...] por los testimonios arqueológicos de que diversas ciudades fueron quedando una tras otra deshabitadas en esta época. Algunas no volverían a ser ocupadas nunca de nuevo”. (Arqueología bíblica, 1975, págs. 261, 262.) W. F. Albright concuerda con esta misma idea: “No conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el período exílico”. (Arqueología de Palestina, 1962, pág. 144.)<br />Jerusalén fue sitiada definitivamente en el noveno año de Sedequías (609 a. E.C.) y cayó en su undécimo año (607 a. E.C.), que corresponde con el decimonoveno año del reinado de Nabucodonosor (si contamos desde 625 a. E.C., su año de ascenso al trono; 2Re 25:1-8). En el quinto mes de 607 (el mes de Ab, que correspondía a parte de julio y agosto) la ciudad fue incendiada, los muros demolidos y la mayor parte de sus habitantes llevados al destierro. Sin embargo, se permitió que quedaran “algunos de condición humilde de la gente”, quienes al final huyeron a Egipto cuando Guedalías, el gobernador nombrado por Nabucodonosor, fue asesinado, dejando de ese modo la tierra de Judá desolada por completo. (2Re 25:9-12, 22-26.) Esto ocurrió en el séptimo mes, Etanim (o Tisri, que correspondía a parte de septiembre y octubre). Por consiguiente, la cuenta de los setenta años de desolación debió haber comenzado hacia el 1 de octubre de 607 a. E.C., para finalizar en 537 a. E.C. Fue en el séptimo mes de este último año cuando los primeros judíos repatriados llegaron a Judá, justo setenta años después del comienzo de la desolación completa de la tierra. (2Cr 36:21-23; Esd 3:1.)<br />6) indica que era el octavo?<br />Después de que el rey Saúl del antiguo Israel rechazó la adoración pura, Jehová Dios envió al profeta Samuel para que ungiera rey a uno de los hijos de Jesé. El pasaje bíblico que narra este acontecimiento histórico, escrito por el propio Samuel en el siglo XI a.E.C., indica que David era el octavo hijo de Jesé (1 Samuel 16:10-13). Por otra parte, el relato que escribió el sacerdote Esdras seiscientos años más tarde dice: “Jesé, a su vez, llegó a ser padre de su primogénito Eliab, y de Abinadab el segundo, y Simeá el tercero, Netanel el cuarto, Radai el quinto, Ozem el sexto, David el séptimo” (1 Crónicas 2:13-15). ¿Qué le sucedió a uno de los hermanos de David, y por qué omite Esdras su nombre?<br />La Biblia deja claro que Jesé “tenía ocho hijos” (1 Samuel 17:12). Seguramente uno de ellos murió antes de casarse y ser padre. Al no dejar descendientes, no tendría parte en la herencia tribal ni afectaría a los registros genealógicos del linaje de Jesé.<br />Ahora trasladémonos al tiempo de Esdras. Pensemos en el ambiente en el que recabó toda la información para escribir las Crónicas. El destierro de Babilonia había terminado hacía casi setenta y siete años, y los judíos habían vuelto a establecerse en su territorio. El rey de Persia había autorizado a Esdras para que nombrara jueces y maestros de la Ley de Dios y para que hermoseara la casa de Jehová. Se precisaban listas genealógicas exactas a fin de confirmar las herencias tribales y asegurarse de que solo llegaran a ser sacerdotes los que estaban acreditados. De modo que Esdras preparó un relato completo de la historia nacional, en el que estaba incluido un registro claro y fiable del linaje de Judá y de David. El nombre del hijo de Jesé que murió sin descendientes sería irrelevante, y por eso lo omitió.<br />7)En los días del rey Saúl, las tribus que moraban al este del Jordán derrotaron a los hagritas, aunque el número de estos era más del doble. Aquellos hombres valerosos obtuvieron la victoria porque confiaron en Jehová y clamaron a él por ayuda. De igual manera, confiemos totalmente en Jehová en la guerra espiritual que sostenemos con enemigos temibles (Efesios 6:10-17).<br />8) Los porteros levitas ocupaban un puesto de gran confianza, pues tenían a su cargo las llaves de los recintos sagrados del templo. Demostraron ser responsables en sus funciones al abrir las puertas todos los días. A nosotros se nos ha encomendado ayudar a las personas de nuestro territorio para que vengan a adorar a Jehová. ¿No deberíamos, pues, realizar esta comisión con la misma responsabilidad que demostraron los porteros levitas?<br />9) El canto en el templo recibía una importancia considerable. Prueba de ello son las muchas referencias bíblicas a los cantores, así como el hecho de que se les “dejó libres de deberes” comunes a los demás levitas con el fin de que pudieran dedicarse por completo a su servicio. (1Cr 9:33.) Estos cantores continuaron como un grupo especial de levitas, pues se les registra por separado dentro del grupo de los que volvieron de Babilonia. (Esd 2:40, 41.) Incluso el rey persa Artajerjes Longimano los favoreció, dispensándolos de ‘impuesto, tributo y peaje’, al igual que a otros grupos especiales. (Esd 7:24.) Más tarde, el rey mandó que hubiera “una provisión fija para los cantores según lo que cada día requería”. Aunque esta orden se atribuye a Artajerjes, lo más probable es que la decretara Esdras en virtud del poder que el rey le delegó. (Ne 11:23; Esd 7:18-26.) Estos hechos ayudan a entender por qué aunque todos los cantores eran levitas, la Biblia se refiere a ellos como un grupo especial: “los cantores y los levitas”. (Ne 7:1; 13:10.)<br />10) En vez de enojarnos con Jehová y culparlo por nuestros fracasos, debemos analizar la situación para determinar la verdadera causa. Con seguridad eso fue lo que hizo David. Aprendió de su error y más tarde llevó el Arca a Jerusalén sin contratiempos utilizando el medio adecuado.<br />
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Pero más importante que una fecha específica para el capítulo primero es lo que llevó a Dios a decir: “Enderecemos los asuntos entre nosotros”.<br />3) El término “samaritanos” aparece por primera vez en las Escrituras después de la conquista del reino de diez tribus de Samaria, en el año 740 a. E.C.; se aplicó a los que vivían en el reino septentrional antes de esa conquista, para distinguirlos de los extranjeros que más tarde llegaron de otras partes del Imperio asirio. (2Re 17:29.) Parece ser que los asirios no deportaron a todos los habitantes israelitas, pues el relato de 2 Crónicas 34:6-9 (compárese con 2Re 23:19, 20) indica que durante el reinado de Josías todavía había israelitas en esa zona. La palabra “samaritanos” con el tiempo aplicó tanto a los descendientes de los que quedaron en Samaria como a los que llevaron los asirios. Por lo tanto, algunos sin duda nacieron de matrimonios mixtos. Mucho tiempo después, el nombre “samaritano” adquirió una connotación más religiosa que racial o política. Un “samaritano” era alguien que pertenecía a la secta religiosa que floreció en las inmediaciones de las antiguas Siquem y Samaria, y que se adhería a ciertas doctrinas inconfundiblemente diferentes a las del judaísmo. (Jn 4:9.)<br />4) 3 El hecho de que Jehová sea un Dios de propósito es fundamental para entender la cuestión de su influencia en los asuntos humanos. Este hecho está implícito en su mismo nombre. Jehová significa “Él Hace que Llegue a Ser”. Mediante una actuación progresiva, Jehová se convierte en el Cumplidor de todas sus promesas. Por ello, se dice que Jehová ‘forma’ o moldea su propósito en lo que respecta a acciones o sucesos futuros (2 Reyes 19:25; Isaías 46:11). Este término procede de la palabra hebrea ya·tsár, relacionada con otra que significa “alfarero” (Jeremías 18:4). Tal como un hábil alfarero puede dar forma a un pedazo de barro y convertirlo en una hermosa vasija, Jehová puede formar, o maniobrar, los asuntos para llevar a cabo su voluntad (Efesios 1:11).<br />5) Finalmente, Jerusalén cayó ante Nabucodonosor en 607 a. E.C., después de un sitio de dieciocho meses. (2Re 25:1-4.) En esta ocasión se sacó de la ciudad a la mayor parte de sus habitantes. A algunos de los de condición humilde se les permitió permanecer “como viñadores y trabajadores bajo obligación”, con Guedalías como gobernador en Mizpá. (Jer 52:16; 40:7-10; 2Re 25:22.) Los babilonios se llevaron cautivos, entre otros, a “algunos de los de condición humilde del pueblo y a los demás del pueblo que quedaban en la ciudad y a los desertores [...] y a los demás de los obreros maestros”. La expresión “que quedaban en la ciudad” parece dar a entender que muchos habían perecido debido al hambre, la enfermedad o el fuego, o que habían muerto en la guerra. (Jer 52:15; 2Re 25:11.) A los hijos de Sedequías, los príncipes de Judá, los oficiales de la corte, ciertos sacerdotes y muchos otros ciudadanos importantes se les ejecutó por orden del rey de Babilonia. (2Re 25:7, 18-21; Jer 52:10, 24-27.) Esto explicaría el número tan reducido de exiliados, ya que el total indicado ascendía únicamente a 832, probablemente los cabezas de sus casas, sin contar ni a sus esposas ni a sus hijos. (Jer 52:29.) Unos dos meses más tarde, después del asesinato de Guedalías, el resto de los judíos que quedaban en Judá huyeron a Egipto, y se llevaron consigo a Jeremías y Baruc. (2Re 25:8-12, 25, 26; Jer 43:5-7.) Es posible que algunos de los judíos también huyeran a otras naciones cercanas. Probablemente fue de entre estas naciones de donde Nabucodonosor se llevó a 745 cautivos, cabezas de sus casas, cinco años más tarde, cuando Jehová le usó como garrote simbólico para hacer pedazos a las naciones que lindaban con Judá. (Jer 51:20; 52:30.) 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En el quinto mes de 607 (el mes de Ab, que correspondía a parte de julio y agosto) la ciudad fue incendiada, los muros demolidos y la mayor parte de sus habitantes llevados al destierro. Sin embargo, se permitió que quedaran “algunos de condición humilde de la gente”, quienes al final huyeron a Egipto cuando Guedalías, el gobernador nombrado por Nabucodonosor, fue asesinado, dejando de ese modo la tierra de Judá desolada por completo. (2Re 25:9-12, 22-26.) Esto ocurrió en el séptimo mes, Etanim (o Tisri, que correspondía a parte de septiembre y octubre). Por consiguiente, la cuenta de los setenta años de desolación debió haber comenzado hacia el 1 de octubre de 607 a. E.C., para finalizar en 537 a. E.C. Fue en el séptimo mes de este último año cuando los primeros judíos repatriados llegaron a Judá, justo setenta años después del comienzo de la desolación completa de la tierra. (2Cr 36:21-23; Esd 3:1.)<br />6) indica que era el octavo?<br />Después de que el rey Saúl del antiguo Israel rechazó la adoración pura, Jehová Dios envió al profeta Samuel para que ungiera rey a uno de los hijos de Jesé. El pasaje bíblico que narra este acontecimiento histórico, escrito por el propio Samuel en el siglo XI a.E.C., indica que David era el octavo hijo de Jesé (1 Samuel 16:10-13). Por otra parte, el relato que escribió el sacerdote Esdras seiscientos años más tarde dice: “Jesé, a su vez, llegó a ser padre de su primogénito Eliab, y de Abinadab el segundo, y Simeá el tercero, Netanel el cuarto, Radai el quinto, Ozem el sexto, David el séptimo” (1 Crónicas 2:13-15). ¿Qué le sucedió a uno de los hermanos de David, y por qué omite Esdras su nombre?<br />La Biblia deja claro que Jesé “tenía ocho hijos” (1 Samuel 17:12). Seguramente uno de ellos murió antes de casarse y ser padre. Al no dejar descendientes, no tendría parte en la herencia tribal ni afectaría a los registros genealógicos del linaje de Jesé.<br />Ahora trasladémonos al tiempo de Esdras. Pensemos en el ambiente en el que recabó toda la información para escribir las Crónicas. El destierro de Babilonia había terminado hacía casi setenta y siete años, y los judíos habían vuelto a establecerse en su territorio. El rey de Persia había autorizado a Esdras para que nombrara jueces y maestros de la Ley de Dios y para que hermoseara la casa de Jehová. Se precisaban listas genealógicas exactas a fin de confirmar las herencias tribales y asegurarse de que solo llegaran a ser sacerdotes los que estaban acreditados. De modo que Esdras preparó un relato completo de la historia nacional, en el que estaba incluido un registro claro y fiable del linaje de Judá y de David. El nombre del hijo de Jesé que murió sin descendientes sería irrelevante, y por eso lo omitió.<br />7)En los días del rey Saúl, las tribus que moraban al este del Jordán derrotaron a los hagritas, aunque el número de estos era más del doble. Aquellos hombres valerosos obtuvieron la victoria porque confiaron en Jehová y clamaron a él por ayuda. De igual manera, confiemos totalmente en Jehová en la guerra espiritual que sostenemos con enemigos temibles (Efesios 6:10-17).<br />8) Los porteros levitas ocupaban un puesto de gran confianza, pues tenían a su cargo las llaves de los recintos sagrados del templo. Demostraron ser responsables en sus funciones al abrir las puertas todos los días. A nosotros se nos ha encomendado ayudar a las personas de nuestro territorio para que vengan a adorar a Jehová. ¿No deberíamos, pues, realizar esta comisión con la misma responsabilidad que demostraron los porteros levitas?<br />9) El canto en el templo recibía una importancia considerable. Prueba de ello son las muchas referencias bíblicas a los cantores, así como el hecho de que se les “dejó libres de deberes” comunes a los demás levitas con el fin de que pudieran dedicarse por completo a su servicio. (1Cr 9:33.) Estos cantores continuaron como un grupo especial de levitas, pues se les registra por separado dentro del grupo de los que volvieron de Babilonia. (Esd 2:40, 41.) Incluso el rey persa Artajerjes Longimano los favoreció, dispensándolos de ‘impuesto, tributo y peaje’, al igual que a otros grupos especiales. (Esd 7:24.) Más tarde, el rey mandó que hubiera “una provisión fija para los cantores según lo que cada día requería”. Aunque esta orden se atribuye a Artajerjes, lo más probable es que la decretara Esdras en virtud del poder que el rey le delegó. (Ne 11:23; Esd 7:18-26.) Estos hechos ayudan a entender por qué aunque todos los cantores eran levitas, la Biblia se refiere a ellos como un grupo especial: “los cantores y los levitas”. (Ne 7:1; 13:10.)<br />10) En vez de enojarnos con Jehová y culparlo por nuestros fracasos, debemos analizar la situación para determinar la verdadera causa. Con seguridad eso fue lo que hizo David. Aprendió de su error y más tarde llevó el Arca a Jerusalén sin contratiempos utilizando el medio adecuado.<br />