1. Capítulos 2 y 3 El capítulo 2 es un capítulo de transición, con un toque de humor. El tercero vuelve a contarnos cómo la pareja se lo pasa bien antes de hacer el amor. RELACIONES AMOROSAS DE UNA PAREJA DISPAREJA
2. La semana transcurrió con normalidad, hasta que llegó el viernes. Acabé de trabajar, bastante tarde y fui al bar, deseaba con locura que ella estuviera allí, pero me equivoqué. El sábado la llamé por teléfono a las doce del mediodía, y así fue como quedé con ella para que nos viésemos el domingo en un centro comercial y fuésemos de compras. Ciertamente no era un gran plan, pero lo que importaba era verla a ella. Los segundos pasaron lentamente hasta que por fin fueron las seis de la tarde del domingo, hora a la que yo ya la esperaba en el punto neurálgico del centro comercial. La vi llegar, bastante puntual, más guapa que la otra noche si cabe. Camiseta negra y ajustada que permitía ver su cuello y la parte superior de su pecho, pantalones vaqueros azul oscuro y zapatos negros con un tacón pequeño de apenas cuatro centímetros. Me saludó sonriente y nos dimos un pequeño beso en los labios, para el que yo tuve que ponerme de puntillas y a ella no le quedó otra que agacharse. Formábamos una extraña pareja. -Yo quiero comprarme muchas cosas, no sé tú. –dijo pronto. -Pues no perdamos tiempo. Yo quiero alguna camiseta, tú me aconsejarás. –le respondí, tratando de mostrarme simpático. Capítulo 2: De compras -Tengo que comprarme unos zapatos. Si quieres empezamos por ahí y si son planos me los pongo y los llevo toda la tarde. -No sé lo que tú quieras. –me quedé desconcertado ante tal proposición, supongo que lo decía por si yo me avergonzaba de andar a su lado. Empezamos a andar hacia la zona donde había más zapaterías y ciertamente la gente nos miraba raro, con alguna risilla y gran curiosidad, que todavía aumentó más cuando ella me cogió de la mano, para mi sorpresa y alegría. Al fin llegamos a la zapatería, donde ella se probó varios modelos de zapatos mientras yo le decía si me gustaban más o menos. -La verdad es que nunca me han gustado los zapatos planos sin tacón. Además ya estoy muy acostumbrada a llevarlos con tacón y no me duelen en absoluto. Aunque sí es verdad que en verano suelo llevar sandalias, pero como aún estamos en marzo. -Si a ti te gustan más con tacón, compra los que más te gusten que a mi me dan igual tus zapatos, aunque si son bonitos mejor, lo que me importa eres tú, que estés cómoda y te sientas bien y a gusto. -Tú también me importas, y sé que prefieres que vaya sin tacón así que no se hable más que ya he decidido que zapatos quiero. -¿Qué talla utilizas? -42, tengo los pies un poco grandes para ser chica, ¿y tu? -Yo 40, los tengo pequeños para ser chico.
3. Me señaló uno de los primeros que se había probado, sin duda unos de los más bonitos. Después de pagar quiso enseñarme otros zapatos que aseguraba que no se compraría. Se los probó. Unos zapatos azules con plataformas y tacón de unos 18 centímetros. Apenas le alcanzaba los pechos con mi altura. Después nos marchamos a por más ropa. -Has dicho que querías una camiseta, ¿no? -Si. -¿A que tienda querías ir? -No lo había pensado todavía. -Bueno pues piénsalo, que no hay tantas tiendas de niños. Jaja. Aquella tarde nos despedimos cuando debían ser las nueve. Cada uno se marcho a su casa tras una cita agradable que seria la primera de muchas otras. Habíamos empezado a salir pero yo ya sentía mucho mas que eso. Fin
4. El sábado siguiente volvimos a quedar, esta vez en mi casa donde le presente a mis compañeros de piso, que se mostraron amables y más tarde se marcharon, dejándonos solos. Vimos una película, la típica comedia romántica que nunca hubiera visto si no hubiera estado con una chica y posteriormente entramos en mi cuarto. -¿Tienes algún juego o algo? ¿Podría ser entretenido?-pregunto interesándose por todo lo que veía en mi habitación. -Sé de algo que podría ser aún más entretenido. –dije acercándome a ella lentamente y besándole la mejilla, los labios, la otra mejilla, el cuello y la mano, no sin su permiso, ya que ella se agachó para que pudiera hacerlo. -¿Y si hacemos las dos cosas? El juego de mesa y lo que sea que tú quieras hacer. -¿Te va bien el trivial? Empezamos a jugar. Yo le hacia una pregunta, si fallaba se quitaba una prenda, si acertaba me preguntaba ella a mi, con el consiguiente riesgo. El primero que quedara desnudo debería obedecer al otro tres órdenes. Capítulo 3: Solos en casa El primero en quitarse una prenda fui yo, desprendiéndome de mis zapatillas. De nuevo volví a fallar y me tuve que quitar los calcetines. En este juego ella partía con ventaja, ya que yo llevaba zapatillas, calcetines, pantalones, camiseta y calzoncillos, es decir, cinco prendas. Ella en cambio llevaba zapatos, negros con cuatro centímetros de tacón, como el día que fuimos de compras, medias casi transparentes, camiseta blanca que remarcaba sus pechos, una falda ancha que parecía cómoda, tanga y sujetador, o lo que es lo mismo seis prendas. Aunque pronto se tuvo que desprender de sus zapatos, sus medias y su camiseta, ya que fallo tres preguntas seguidas cuya respuesta yo tampoco conocía. En la siguiente ronda los dos fallamos, yo me quite la camiseta y ella hizo lo propio con la falda, dejándome alucinado al ver el tanga, cuyo hilo desaparecía en más de una zona. Para mi desgracia los dos acertamos nuestras respectivas preguntas hasta que yo fallé, quedándome a una sola pregunta de perder, en calzoncillos. Así que decidí hacer una pequeña trampa y hacerle la pregunta mas difícil que encontrara, sin rebuscar demasiado, para que ella no lo notara.
5. Como era de esperar, ya que la pregunta parecía imposible falló y no le quedo otra que quitarse el sujetador blanco y apretado que marcaba los pezones de Silvia dejando al descubierto unos pechos que no me cansaba de admirar. Ahora estábamos iguales, pero fallé y me tuve que quitar los calzoncillos, dejando que ella viera mi pene, erecto, que aún así no superaba los catorce centímetros. Ahora era su turno, para obligarme a hacer lo que ella quisiera. -Bien, ahora como ya sabes vas a hacer lo que yo te diga. A partir de ahora vamos a cambiar de nombres, tú no podrás dirigirte a mi y tú te llamaras enano o adjetivos parecidos. Puestas las normas empecemos. Enano, haz cincuenta flexiones y cincuenta abdominales. Empecé a hacerlas, pero eran muchas. Además me obligaba a que en la flexiones mi pene llegara a tocar el suelo. Logre los cincuenta abdominales, pero no pude hacer mas de cuarenta y cuatro flexiones seguidas. -Enano no has cumplido tu primera orden, si es que ya se sabe, no se debe confiar en un tío tan bajito. Nueva orden: Quiero que te chupes tu propio pene. Nunca me lo había propuesto y lógicamente no llegué, por más que lo intenté. -Maldito enano, no eres capaz de cumplir ninguna de mis ordenes. Aunque con un pene tan pequeño era de esperar. Aprovechando que tienes aquí una cuerda, vas a tener que saltar cien veces a la comba. Empieza enano de mierda. Empecé bien, sabía que esta misión si la podía cumplir, pero no contaba con que el pene, con el prepucio casi bajado me golpearía, provocándome una gran molestia.
6. -¿Puedo ponerme los calzoncillos? -¿Quién te ha dicho que puedes hablar enano de mierda? Te he dicho que no te dirigieras a mi mediometro. Claro que no puedes ponerte los calzoncillos y a ver si acabas alguna prueba chaparro cabrón. Lo logre a pesar de la gran molestia que sentía. Estaba cansado después de tanto ejercicio. -No esta mal, pequeñín. Por fin has superado una prueba, supongo que podría decirse un pequeño paso para el hombre un gran paso para el enano, aunque casi debería de decirse gran salto. Como te veo tan cansado voy a perdonarte una de las tres ordenes, puesto que casi has cumplido la primera y en la segunda te has esforzado, de acuerdo liliputiense. -Vale. –contesté extasiado. Cogió la cuerda y me ato las manos en la espalda con ella. Muy fuertemente. Después se puso justo delante de mi y se quito el tanga, lentamente. Entonces se acerco a mi, mientras yo exhalaba mi aliento contra su cuello. -Abre la boca pitufo. Le hice caso, e inmediatamente me puso su tanga dentro, provocándome arcadas y sin permitirme abrir la boca ni escupir la prenda, no podía hacer absolutamente nada. Entonces ando hasta mi cama, donde había dejado su bolso y saco unos zapatos, con plataforma y tacón de aguja, de un color azul eléctrico que ya había visto en la zapatería, una semana antes. Durante este proceso cantaba, no sin intención la canción soy un gnomo. Se los puso, pacientemente y se acerco a mi, hasta que su pezón izquierdo y mi ojo derecho se tocaron.
7. Yo tenia la respiración entrecortada, con su tanga en la boca, me ahogaba. Y allí estaba ella, que con esos tacones alcanzaba los dos metros y me sacaba 32 centímetros. Entonces dio un paso mas adelante, pisando mi pie descalzo con la plataforma del zapato y tapando toda mi cara con sus pechos, que parecían mas grandes que la ultima vez que los había visto. Al notar dolor en mi pie derecho gemí. -¡Ui! ¿Estabas ahí? Lo siento es que no te había visto enano. –retiró su zapato de encima de mi pie y me miro a los ojos, mirando hacia abajo. -Tengo que decirte una cosa. Tengo miedo a perderte. –dijo mientras lanzaba una carcajada al aire. Entonces se agacho hasta tener sus ojos a la altura de los míos y me beso, posteriormente se acerco a mi oreja izquierda y en voz muy bajita dijo: -¡Cómeme las tetas enano de mierda! Fin