El ángel Gabriel visita a María en Nazaret y le dice que Dios la ha elegido para ser la madre de Jesús. María se sorprende pero acepta la voluntad de Dios. Aunque tendrá a Jesús sin haber estado con un hombre, el Espíritu Santo la cubrirá y Jesús será el Hijo de Dios. María responde "Aquí está la sierva del Señor, que me suceda según dices" y acepta su vocación.
1. IV domingo Adviento –B- Lucas 1, 26-38 - 21 diciembre 2008
Ésta es la vocación de toda persona creyente: ser la «Madre» de Jesús por la fe: recibirlo,
encarnarlo y ofrecerlo a los demás.
«Mi madre y mis hermanos son quienes escuchan la Palabra de Dios y la ponen en practica».
Lucas 8, 21
26 Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a
una joven prometida a un hombre llamado José, de la estirpe de David; el nombre de la
joven era María.
El anuncio de Jesús no tiene lugar en el ambiente solemne del templo, como el anuncio de Juan
Bautista, sino en un pequeño lugar de Galilea, región considerada en Israel de personas
ignorantes e impuras, con quienes no había que relacionarse.
Nazaret no es nombrado en el Antiguo Testamento ni una sola vez, no está unido a ninguna
promesa mesiánica. El plan de Dios llega desde un lugar humilde fuera de las grandes
instituciones religiosas. Es el estilo de Dios que se revela en Jesús.
28 El ángel entró donde estaba María y le dijo:
–¡¡Alégrate!!, llena de gracia, el Señor está contigo.
La primera palabra de parte de Dios, cuando Jesús se acerca al mundo, es una invitación a la
alegría. La presencia de Dios es siempre motivo de alegría y de paz. El ángel de la Anunciación
puede visitarte en cualquier momento. Lleva buenas noticias e importantes ofertas. Te dirá que
Dios se ha fijado en ti con amor infinito. Te revelará que Dios te necesita. Te pedirá que abras
tu casa, porque quiere hospedarse en ti, encarnarse en ti.
¿Sabrás escuchar?. ¿Sabrás responder?. ¿Sabrás acoger?.
29 Al oír estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaba tal saludo.
30 El ángel le dijo:
–No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor.
31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. 32 Él será grande,
será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33
reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre y su Reino no tendrá fin.
Aparentemente no va a cambiar la vida externa de María: se casará, tendrá a su hijo, lo educará,
lo dejará partir. Pero toda esta sencillez y normalidad tienen un sentido único, singular, original,
por la Palabra que ha recibido.
María, al acoger las palabras proféticas, se convierte en profeta: percibe la llamada de Dios, se
muestra sensible a su voz, recibe la palabra que se le ofrece y de la que se hace eco con su
anuncio, su denuncia, sus gestos, su vida.
34 María dijo al ángel:
–¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?
2. En este trascendental momento de la historia no es necesario el varón dominador, ni el profeta,
ni el sacerdote, sino la entrega y esperanza de una mujer, como portadora de un deseo de
maternidad y vida que Dios mismo alimenta.
35 El ángel le contestó:
–El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.
El Espíritu Santo va creando en el corazón creyente (María) y de la persona creyente (nosotros)
esa síntesis preciosa: fragilidad y firmeza, que se apoyan mutuamente. María se turba
profundamente, no entiende y pregunta. Se abandona, cree y encuentra en la Palabra de Dios la
certeza necesaria ante lo que parece, humanamente, imposible.
36 Mira, tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis
meses la que todos tenían por estéril; 37 porque para Dios nada hay imposible.
La señal expresa la protección de Dios hacia las personas débiles. La liberación de la vergüenza
y marginación que suponía la esterilidad en aquella sociedad. Reconozcamos con asombro y
agradecimiento las anunciaciones de Dios en nuestra vida. El amor, la amistad, la familia, una
experiencia que me marcó, aquella palabra...
Cuando trabajo, cuando estudio, cuando rezo, cuando sufro, cuando sueño, cuando me esfuerzo,
cuando descanso, cuando contemplo, cuando amo... En todas las ocasiones lo que importa es creer
y confiar, abrirme al anuncio de Dios, a su Palabra.
38 María dijo:
–Aquí está la sierva del Señor, que me suceda según dices.
Y el ángel la dejó.
María se compromete con el cuerpo entero, alma y vida, poniéndose en manos de Dios. No
responde de forma inconsciente, sino movida por la fe y el amor más grande. Dice sí porque se
fía de Dios, porque no piensa en sí misma, porque anhela la venida del Mesías, porque quiere
servir al proyecto de Dios. No sabe lo que ocurrirá. En todo lo que ocurra descubrirá siempre
el plan de Dios.
Si Tú me amas tanto, ¿qué otra cosa puedo hacer yo sino confiar y amar?
3. Me encanta cuando pronuncias la palabra.
Me fascina oírte decir ¡Sí!.
Es música en tus labios, es explosión de vida,
es afirmación generosa y alegre de todo lo que eres tú
y quieres que seamos los demás.
Es sílaba rápida, es nota aguda, es proclamación decisiva.
Es proclamación de fe. ¿Has caído en la cuenta?
¿Te has fijado en que cuando dices ¡Sí! estás afirmando tu vida,
estás confiando en Dios,
estás confiando en la Providencia que se compromete a hacer realidad
tu confianza y verdad, tu palabra?.
Cuando dices ¡Sí! con esa energía y esa vibración con que lo dices,
estás haciendo que todo el que te oiga crea en la vida,
se enamore del mundo, se afiance en la eternidad.
Cada ¡Sí! tuyo es un grito, un testimonio, un empujón de gracia
para los que te oímos.
Me está sonando en los oídos ese ¡Sí! de tus labios, tan claro, tan valiente, tan tuyo.
Me ayuda el escucharlo.
Toda la vida es un lento aprender a decir ¡SÍ!.
Carlos G. Vallés