LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO: CLAVES PARA LA REFLEXIÓN.pptx
5 Domingo Cuaresma - B
1. En su angustia fue escuchado, y aprendió a
obedecer
5º Domingo de Cuaresma – ciclo B
La breve lectura de san Pablo, hoy, enlaza con el evangelio. San Pablo tuvo
un encuentro personal y místico con Cristo, y le fueron revelados
momentos íntimos y profundos de la vida de Jesús y de su relación con el
Padre. Por eso Pablo dice que Jesús rezó, con angustia y con llanto,
suplicando a Dios que lo librara de una mala muerte, de la tortura y la
crueldad. Esta es una de las caras más humanas, más cercanas de Jesús.
Su corazón no es de piedra. En el evangelio que leemos, Jesús mismo
confiesa su turbación: «mi alma está agitada», dice. Como humano, teme
el dolor y la muerte, y tiembla ante los sufrimientos que le esperan. Sabe
que los sacerdotes y los jefes del pueblo quieren acabar con él. Pero esta
agitación interior no le echa para atrás. El valor está en asumir el miedo y
el dolor y seguir adelante. Reza, sigue confiando en su Padre, y este le
responde. «He glorificado mi nombre y volveré a glorificarlo».
¿Qué significa que Dios glorificará su propio nombre? Pues que Dios no
fallará: actuará como lo que es, como Dios, coherente con su ser. Y Dios
es amor, un amor que todo lo puede y todo lo supera. Que Dios glorifique
su nombre significa que ni el mal ni la muerte podrán vencerlo. Jesús
morirá, sí, pero ese no será el final. Su resurrección superará toda
expectativa y toda previsión, y abrirá una nueva era a la humanidad.
Porque la resurrección de Jesús es preludio de la que todos vamos a
experimentar, un día. Cuando Pablo dice que Jesús nos da la salvación
eterna se refiere a esto: no sólo nuestra alma será inmortal. Nuestro
cuerpo también disfrutará de esta vida sin fin que nos ofrece Dios.
Es un misterio, pero los evangelios se han escrito para que sepamos que
esto será así. El mejor testimonio es el mismo Jesús y su mensaje, que
Pablo y los apóstoles intentaron transmitir con la máxima fidelidad y
entusiasmo. La muerte es un destino que nos aguarda a todos. Pero
hemos de saber que el último capítulo de nuestra vida no es este, sino la
vida eterna.
Un rasgo de Jesús destaca Pablo: Jesús, siendo Hijo, y siendo Dios, fue
obediente. ¡Cuántas reticencias despierta esta palabra! Cómo nos cuesta.
Nos parece que obedecer es renunciar a ser uno mismo, someterse,
aniquilarse. Hoy vivimos en una cultura de afirmación del yo: nadie quiere
renunciar a ser él mismo, nadie quiere morir, nadie quiere dejar de ser lo
que es… ¿Cómo entender la negación de sí mismo? ¿Y cómo entender la
2. segunda parte de la afirmación de Jesús? Quien se aborrezca a sí mismo,
se guarda para la vida eterna. ¿Es posible entender esto?
Jesús habla del grano de trigo de muere y da fruto. Él supo someterse a
todas las limitaciones humanas, incluidos el dolor y la muerte. Se entregó
hasta el final: fue un grano de trigo, que, enterrado, dio fruto fecundo.
Nosotros, si queremos formar parte de él, hemos de imitarle. ¿Cómo?
Entregándonos hasta el fin. Sirviendo a los demás. Abriéndonos a Dios, al
prójimo, al mundo. Fuera egoísmos: el grano que germina se abre en la
tierra. También nosotros, si abrimos el corazón y gastamos nuestra vida
para el bien de los demás, seremos fecundos, aún sin proponérnoslo.
Apertura de corazón. Y obediencia, como Jesús. No se trata de caer en
activismos, por muy humanitarios y bien intencionados que sean. El
activismo corre el riesgo de convertirse en nuestra gran obra, nuestro
pedestal, motivo de vanidad inconfesada. A veces lo mejor que podemos
hacer es escuchar al otro y responder a su llamada, a su petición, a su
necesidad. Aprender a amar al otro como necesita ser amado, y no como
yo quiero; integrarse en un apostolado adaptándose al pastor, al
sacerdote, a los demás, y no como yo querría; aceptar los afanes de cada
día y la realidad como es, y no como yo la desearía. Vivir con humildad y
coraje, amando siempre, incluso cuando no es posible hacer otra cosa
que estar, estar ahí, al lado del que sufre, acompañando. El mayor
heroísmo, decía santa Teresita, no es una gran proeza, ni un gran
sacrificio, sino un acto de sincera y callada obediencia.
Decía el papa Benedicto que quienes quieren cambiar el mundo y hacen
muchas cosas no lograrán demasiado; pero quienes se entregan hasta el
final, esos construirán el futuro. Ese es el secreto. Entregarse hasta la
última gota de sangre. Y Dios, como hizo con su Hijo, nos resucitará.