Jesús tuvo que morir en la cruz para demostrar su amor por la humanidad y redimirla del pecado, cumpliendo así las profecías del Antiguo Testamento. Su muerte y resurrección confirmaron que tenía un poder mayor que la muerte y que sus palabras eran verdaderas. La evidencia histórica y médica apoyan que realmente murió en la cruz y resucitó al tercer día, como había predicho.