Atahualpa Yupanqui comenzó su carrera como periodista a los 14 años trabajando en periódicos locales en Junín. Más tarde se mudó a Buenos Aires donde trabajó brevemente en varios periódicos como Crítica, La Fronda y El Popular. Aunque principalmente se dedicó a la música, también usó la prensa para denunciar injusticias, especialmente durante su afiliación al Partido Comunista entre 1943 y 1951. A lo largo de su vida mantuvo una postura política independiente y crítica hacia diferentes gobiernos
Atahualpa Yupanqui Periodista - Por Laura Lifschitz revista caras y caretas
1. Atahualpa periodista
Por Laura Lifschitz
Publicado en Caras y Caretas Nº 2.267
Buenos Aires, febrero de 2012
Es el ícono del folklore argentino. En sus letras siempre afloró el canto a la tierra
primigenia y al desposeído. Sin embargo, tras cumplirse 104 años del nacimiento de
Atahualpa Yupanqui, poco se sabe de su labor gráfica.
En 1922, con catorce años, Héctor Chavero -así su nombre original- comenzaría en
Junín un camino si no abierto a la escritura, al menos al campo cultural. Trabajar en la
prensa local revelaría todo un mundo para este joven que sentía tanto el pulso de lo
autóctono como la curiosidad por las luces de la ciudad.
Su labor como corrector de pruebas de El Mentor lo condujo, gracias a su gran
afabilidad, al diario católico La Verdad, dirigido por el cura Vicente Paiva. Hasta
entonces, Chavero no lograba firmar nota alguna.
En 1923, a instancias de Enrique Almonacid, compañero de El Mentor, Héctor
emprendió viaje hacia Buenos Aires. Tentado de probar suerte, el 14 de setiembre
amenizó los entreactos de la gran pelea entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey desde el
escenario que para la ocasión montara Natalio Botana a las puertas del diario Crítica.
Tras caer su suerte, el padre Paiva lo esperó con los brazos abiertos y lo ubicó como
ayudante de tipógrafo y corrector de galeras. La bohemia y camaradería de la redacción
lo llevarían a considerar una revancha porteña. En 1928 Chavero consiguió trabajar
algunos meses en La Fronda. Pero algo lo incomodaba del pasquín anticomunista.
Empeñado en volver a retomar contacto con Crítica y gracias a un compañero
tipográfico de La Verdad, es recibido por el tucumano José Ramón Luna, encargado de
la sección policial. Con colaboraciones esporádicas y trabajo en el taller, el ámbito
laboral lo condujo a reafirmar su intención de convertirse en artista. Empezó a rasgar las
cuerdas en bodegones y peñas a cambio de comida.
El 6 de setiembre de 1930, el golpe militar contra Hipólito Yrigoyen lo sorprendió en
Jujuy. Refugiado en la localidad entrerriana de Rosario del Tala, se anotició de los
preparativos de alzamiento contra Uriburu que se gestaban en La Paz. Los hacendados
Roberto, Mario y Eduardo Kennedy habían reunido 60 hombres, entre los que se
encontraba el joven Héctor. A las 3.30 del 3 de enero de 1932 los revolucionarios
tomaron por asalto la jefatura de Policía. Poco duró el enfrentamiento. Enseguida el
Regimiento 10 de Infantería Montada apagaba los chispazos. Héctor huyó a Uruguay.
Sancionada la amnistía, se instaló en Rosario, donde Manolo Rodríguez Araya le
ofreció algunas notas para su diario El Popular, entre ellas la necrológica de su primer
maestro de guitarra, Bautista Almirón.
En verdad, recién después de 1943 Atahualpa utilizó a la prensa como vehículo de
denuncia. Durante su afiliación al PC -debida sobre todo a su oposición al peronismo-
escribió sendas columnas en La Hora y Orientación, haciendo gala de un lenguaje bien
campero. Entre sus notas, destaca aquella redactada en 1946 a propósito del Malón de
la Paz, la marcha que desde el noroeste argentino emprendieron los habitantes
originarios por la restitución de sus tierras.
Más tarde, tras varios intentos peronistas para acercar al artista ya entonces muy
popular, Yupanqui renunció al PC y se dedicó a diversas actividades culturales en
medios radiales oficiales. Nunca pudo olvidar, sin embargo, que durante el peronismo, a
2. instancias del comisario Cipriano Lombilla, jefe de la Sección Especial, el 1° de febrero
de 1951 recibiera como tortura aquellos golpes fatídicos en su mano derecha.
Ya lejos de la labor periodística, se hizo llamar socialista. En 1976 vislumbró,
equivocadamente, la paz con la llegada del gobierno militar. Se recluyó en la fe
-comenzó a leer fervientemente la Biblia-, mostró ciertas esperanzas con el alfonsinismo
y murió, en Francia, de donde nunca volvió por completo, en 1992.