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ARTE DESPUÉS
DE LA MODERNIDAD
Nuevos planteamientos
en tomo a la representación
Brian Wallis (ed.)
Akal /Arte Contemporáneo
252 ARTE DESPUÉS DE LA MODER'.!TDAD
de los contrabandistas y del poder militar-industrial, y de la más pura y religiosa-me gustaría
decir "utópica"-Esperanza. La «búsqueda de lo narrativo», para usar la expresión de Todo-
rov1 es aquí, de una manera muy característica, la búsqueda del Grial: y, por otra parte, el
extravagante héroe de los SLrugatsky -un tipo marginal y tan «antisocial» como imaginarse
pueda: una especie de equivalente soviético de los héroes del gueto o de los anti-héroes contra-
culturales de nuestra propia tradición- posiblemente nos resulta una figura más simpática y
humana que el inocente místico pasivo-contemplativo de Le Guin. Así pues, Roadside Picnic,
cuya producción narrativa está determinada por la imposibilidad estructural de producir ese
mismo texto utópico en el que, no obstante, se convierte milagrosamente, es tan auto-referen-
cial como The Lathe ofHeaven. Sin embargo, lo que nos debe cautivar de este texto -un colla-
ge de documentos formalmente ingenioso, un enigmático cruzamiento entre personajes sin rela-
ción en el espacio social y temporal, una confirmación desoladora de la inextricable relación
que une la búsqueda utópica con el crimen y el sufrimiento, cuyo clímax tiene lugar con la
venganza y asesinato de un joven idealista e inocente simultánea a la aparición del Grial- es el
inesperado surgimiento, como si se encontrara más allá de «la pesadilla de la Historia» y pro-
cediera de los más arcaicos anhelos de la raza humana, del imposible e inexpresable impulso
utópico, aquí, no obstante, vislumbrado por un breve lapso de tiempo: «iFelicidad para todos!
... iFELICIDAD PARA TODOS, GRATIS, YNADIE QUEDARÁ INSATISFECHO!».
Más adelante, los Strugatsky echaron a perder su novela convirtiéndola en un torpe guión
alegórico para la película de Tarkovsky, Stalker, transformando, en el proceso, al héroe-esta-
fador en un lúgubre remedo de Cristo. Esta adaptación, sin embargo, tuvo el mérito de poner
de manifiesto más claramente los rasgos distópicos del texto: en particular la relación, presen-
te ya en la versión novelística, entre gratificación y sacrificio. Incluso para alcanzar el Grial
milagroso hay que cometer un asesinato {en este caso, la venganza-asesinato, a manos del héroe,
del hijo de su rival). No es de extrañar, entonces, que en la película uno de los protagonistas
trate de volar toda la zona (con una bomba atómica portátil), con el objeto de erradicar la
Esperanza {y con ella la violencia que ahora se le atribuye al proyecto utópico -o lo que pre-
sumiblemente es lo mismo, al socialismo-). Aun así, este mensaje post-utópico no tiene en cuen-
ta el «significado antitético de las palabras primarias» de Freud, e incluso me atrevería a suge-
rir que la intensidad misma de su asalto a la idea utópica tiene el resultado inesperado de
reinventarla para nosotros.
15 Tzvetan TODOROV, The Poetic.~ ofProse, tra<l. Richar<l llowanl, lthaca, N. Y., Cornell Universtiy Press, 1977.
LA PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS*
jean Baudrillard
El sirnulacro nunca es lo que oculta la verdad - es la verdad la que oculta que no hay ninguna.
El silnulacro es verdadero.
Eclesiastés
Si hemos podido tomar como la más hermosa de las alegorías de la simulación el cuento de
Borges en el que los cartógrafos del Imperio trazan un mapa tan detallado que termina por
recubrir exactamente la totalidad del territorio (pero donde la decadencia del Imperio ve cómo
este mapa se hace pedazos para acabar convertido en una ruina, unos pocos jirones aún per-
ceptibles en los desiertos-la belleza metafísica de esta ruinosa abstracción como testimonio del
orgullo imperial, pudriéndose como despojos, retornando a la sustancia de la tierra, del mismo
modo en que un doble envejecido termina por confundirse con la cosa real)- es que este cuen-
to, para nosotros, ha descrito un círculo y ha vuelto al punto de partida, de modo que ahora
ya sólo posee el discreto encanto de los simulacros de segundo orden1•
Hoy en día, la abstracción ya no es la del mapp, el doble, el espejo o el concepto. La simu-
lación ya no es la del territorio, la entidad referencial o la sustancia. Es la generación por me-
dio de modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al
mapa, ni tampoco lo sobrevive. En lo sucesivo será el mapa el que preceda al te1~ritorio -PRE -
CESIÓN DE LOS SIMULACROS- es el mapa el que engendra el territorio y si hoy
tuviéramos que actualizar la fábula, serían los jirones del territorio los que se pudrirían len-
tamente sobre el mapa. Son los vestigios de lo real, y no del mapa, los que subsisten aqlÚ y allá
en unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino los nuestros: El desierto de lo real.
De hecho, incluso invertida, la fábula es inutilizable. Tal vez sólo queda la alegoría del Imperio.
Pues cuando los simuladores de hoy intentan hacer coincidir lo real, todo lo real, con sus modelos
de simulación, lo hacen con el mismo imperialismo. Sin embargo, ya no se trata de una cuestión de
mapas, ni tampoco de territorios. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre uno y otro en
Publicado originalmcnlc en Art & Text 11 (septiembre, 1983), pp. 3-47; disponible también en Jcan BAU-
DRILLARD, Si1nulation.~, trad. ing. Paul Foss y Paul Pallon, Nueva York, Se1niotext(e), 1983.
1 Cf. .Tcan BAUDRILLARD, L'échange sy1nbolique e_t la 1nort («L'ordrc des simulacres» ), París, Gallimard,
1975 [ed. cast.: El intercarnbio sinib6lico y la muerte, trad. Carmen Rada, Caracas,-MonLe Ávila, 1980].
254 ARTE DESPUÉS DE LA ~!ODERNIDAD
la que residía el encanto de la abstracción. Es la diferencia la que conforma la poesía del mapa y
el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. Lo imaginario de la repre-
sentación, que culmina y naufraga a la par en el loco proyecto de una coextensividad ideal entre el
mapa y el territorio que abrigan los cartógrafos, desaparece con la simulación-cuya operación es
nuclear y genética y no ya especular y discursiva. Con él se esfuma Loda la metafísica. No más
espejo del ser y de las apariencias1 de lo real y su concepto. No más coextensividad imaginaria: a
cambio, la miniaturización genética es la dimensión de la simulación. Lo real se produce a partir de
unidades miniaturizadas, de matrices, de bancos de memoria y modelos de órdenes -de este modo
puede reproducirse un número infinito de veces. Ya no tiene porqué ser racional, puesto que ya no
se mide en función de instancia ideal o negativa alguna. No es más que algo operativo. De hecho, al
no estar envuelto por lo imaginario ya no es ni siquiera real. Es algo hiperreal, el producto de una
síntesis irradiante de modelos combinatorios en un hiperespacio sin atmósfera.
En este tránsito a un espacio cuya curvatura no es ya la de lo real, ni la de la verdad, la era
de la simulación comienza con la aniquilación de todos los referentes -o, peor aún: con su resu-
rrección artificial en sistemas de signos, un material más dúctil que el sentido, en tanto que se
presta a todos los sistemas de equivalencias, todas las oposiciones binarias, y toda álgebra com-
binatoria. Ya no se trata de una cuestión de imitación, tampoco de repetición, ni siquiera de
parodia. Se trata, más bien, de la substitución de lo real mismo por los signos de lo real, es decir,
una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina descriptiva
perfecta, programática, hiperestable que proporciona todos los signos de lo real y cortocircui-
ta todas sus vicisitudes. Lo real ya nunca más tendrá que ser producido -esta es la función vital
del modelo en un sistema de muerte o, más bien, de resurrección anticipada que ya no deja
oportunidad alguna ni siquiera al acontecimiento de la muerte. Hiperreal de aquí en adelante,
al abrigo de lo imaginario y de cualquier distinción entre lo real y lo imaginario, sólo deja espa-
cio para la recurrencia orbital de modelos y la generación simulada de la diferencia.
La divina irreferencia de las imágenes
Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo pri-
mero implica una presencia, lo segundo una ausencia. Pero la cuestión se complica, ya que simu-
lar no es simplemente fingir: «Alguien que finge una enfermedad se puede limitar a meterse en la
cama y hacer creer a los demás que está enfermo. Alguien que simula una enfermedad produce en
sí mismo algunos de los síntomas» (Littré). Así pues, fingir o disimular deja intacto el principio de
realidad: la diferencia siempre es clara, aunque esté enmascarada; en cambio la simulación supo-
ne una amenaza para la diferencia entre «verdadero» y «falso», entre «real» e «imaginario»,
Cuando el simulador produce síntomas «verdaderos» lestá o no está enfermo? Objetivamente
no puede tratársele como enfermo ni tampoco como no enfermo. La psicología y la medicina se
detienen en este punto, frente a una verdad de la enfermedad que es, en adelante, inencontrable.
Pues, si es posible «producir» cualquier síntoma y ya no puede aceptarse como un hecho natural,
entonces toda enfermedad puede considerarse simulable y simulada, de manera que es la medi-
cina misma la que pierde su sentido, ya que sólo sabe tratar enfermedades «verdaderas» con cau~
sas objetivas. El estudio de lo psicosomático se desarrolla en una doble dirección en los márge-
nes del principio de enfermedad. En cuanto al psicoanálisis, se limita a transferir el síntoma del
LA PRECESIÓN DE LOS S!ML'LACROS
255
orden orgánico al orden inconsciente: de nuevo, el último se tiene por verdadero, más verdadero
que el primero -pero, ¿por qué habría la simulación de detenerse en el umbral del inconsciente?
¿por qué no va a poder el «trabajo» del inconsciente estar «producido» de la misma manera que
cualquier otro síntoma de la medicina clásica? Los sueños ya lo están.
El psiquiatra, claro está, proclama que «para cada forma de alienación mental existe un
orden particular de sucesión de los síntomas, que el simulador desconoce, y en ausencia del
cual el psiquiaLra malamente puede dejarse engañar». Esta afirmación.(que data de 1865)
pretende salvar a toda costa el principio de verdad y escapar así al espectro que hace surgir la
simulación-a saber, que la verdad, la referencia y las causas objetivas han dejado de existir.
lCómo se enfrenta la medicina a algo que fluctúa en el límiLe de la enfermedad, en el límite de
la salud, o con la reduplicación de la enfermedad en un discurso que ya no es ni verdadero ni
falso? ¿Qué puede hacer el psicoanálisis con la repetición del discurso del inconsciente en un
discurso de la simulación que nunca podrá ser desenmascarado, puesto que no es falso?2
lQué puede hacer el ejército con los simuladores? Tradicionalmente, los desenmascaraba
y castigaba según un principio directo de identificación. Hoy en día, puede reformar a un simu-
lador excelente como si fuera un homosexual, un enfermo del corazón o un loco «de verdad».
Incluso la psicología militar reniega de las claridades cartesianas y duda a la hora de establecer
la distinción entre lo verdadero y lo falso, entre el síntoma «producido)) y el síntoma auténti-
co. «Si hace tan bien el papel de loco, es que debe estarlo». Y no se equivocan: en el sentido de
que todos los lunáticos son simuladores, y esta falta de distinción es la peor forma de subver-
sión. Contra ella la razón clásica se arma de todas sus categorías, pero esta misma subversión
las desborda de nuevo, haciendo naufragar al principio de verdad.
Fuera de la medicina y del ejército, los terrenos favoritos de la simulación, la cuestión remi-
te a la religión y al simulacro de la divinidad: «Prohibí todo simulacro en los templos, porque
la divinidad que anima la naturaleza no puede ser representada». De hecho, sí puede serlo,
pero ¿en qué queda la divinidad cuando se revela en iconos, cuando se multiplica en simula-
cros? lConservará su suprema autoridad, sólo que encarnada en imágenes, como una teología
visible? ¿o se volatilizará en simulacros, que despliegan por separado su pompa y su poder de
fascinación-la maquinaria visible de iconos sustituyendo a la pura e inteligible Idea de Dios?
Esto es precisamente lo que temían los iconoclastas, cuya milenaria querella aún está en cierto
modo vigente
3
• Su furia a la hora de destruir las imágenes surgía precisamente de que eran
conscientes de la omnipotencia de los simulacros, de su facilidad para borrar a Dios de la cons-
ciencia de los hombres y de la verdad aplastante y destructiva que sugieren: a saber, que en
último término, nunca ha existido un Dios, que sólo los simulacros existen, que, en verdad, Dios
mismo sólo ha sido su propio simulacro. Si hubieran creído que las imágenes sólo ocultaban o
enmascaraban la idea platónica de Dios, no habría habido ninguna razón para destruirlas. Se
puede vivir con la idea de una verdad distorsionada. Sin embargo, su desesperación metafísi-
ca nacía de la idea de que las imágenes no ocultaban absolutamente nada, de que, de hecho, ni
siquiera eran imágenes, tal como el modelo original las había fabricado, sino sólo perfectos
2
Y que no puede resolverse por 1nedio de la transforencia. Es el enredo de estos dos discursos lo que hace
inlenninable al psicoanálisis.
3
Mario PERNIOJ,A, «leones, Visions, Simulacres», Traverses 10 (febrero, 1978), pp. 39-49, lrad. lVIichel
Makarius.
256 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD
simulacros, por siempre deslumbrantes en su propia fascinación. Y es esta muerte del referen-
te divino la que debía exorcizarse a toda costa.
Puede observarse que los iconoclastas, a quienes a menudo se acusaba de despreciar y
negar las imágenes, eran quienes de verdad les aLribuían su valor real, a diferencia de los iconó-
latras, que sólo veían en ellas meros reflejos y se contentaban con venerar a Dios de esta forma.
Pero, por el contrario, también puede decirse que los iconólatras eran los espíritus más moder-
nos y aventureros, pues bajo Ja idea de la aparición de Dios en el espejo de las imágenes, repre-
sentaban ya su muerte y su desaparición en la epifanía de sus representaciones (que, como tal
vez sabían, no representaban nada y no eran más que un juego, aunque se trataba, tal vez, del
juego primordial-pues sabían Lambién que es peligroso desenmascarar las imágenes, ya que no
hacen más que disimular el hecho de que no hay nada detrás de ellas).
Este era el planteamiento de los jesuitas cuando basaban su política en la virtual desapari-
ción de Dios y en la manipulación mundana y espectacular de las consciencias -el desvaneci-
miento de Dios en la epifanía del poder- el final de la transcendencia, que deja de servir de
coartada para una estrategia completamente libre de influencias y signos. Tras el barroco de las
imágenes se esconde la eminencia gris de la política.
Así pues, lo que siempre ha estado en juego es la capacidad letal de las imágenes, asesinas
de lo real, asesinas de su propio modelo, tal como los iconos bizantinos podían matar a la iden-
tidad divina. A esta potencia letal se opone la capacidad dialéctica de las representaciones en
tanto que mediación visible e inteligible de lo Real. Toda la buena fe y la fe occidentales esta-
ban comprometidas en esta apuesta de la representación: que un signo puede remitir a la pro-
fundidad del significado, que un signo puede intercambiarse por el significado y que algo
puede garantizar este intercambio -Dios, por supuesto. ¿pero qué ocurre si Dios mismo puede
ser simulado, es decir, reducido a los signos que dan testimonio de su existencia? Entonces
todo el sistema se vuelve ingrávido, queda convertido en poco más que un gigantesco simula-
cro -no en algo irreal, pero sí en un simulacro, que ya no podl-á intercambiarse por lo que es
real, sino que se cambiará por sí mismo, en un circuito ininterrumpido sin referencia ni cir-
cunferencia.
Esto es lo que ocurre con la simulación, en la medida en que se opone a la representación. Esta
última surge del principio de que el signo y lo real son equivalentes (aun cuando esta equivalen-
cia sea utópica, se trata de un axioma fundamental). Por el conlrario, la simulación parte de la
utopía de este principio de equivalencia, de la radical negación del signo como valor, parle del
signo como reversión y sentencia de muerte de toda referencia. Mientras que la representación
trata de absorber la simulación interpretándola como falsa representación, la simulación envuel-
ve todo el edificio de la representación tomándolo como simulacro.
Las sucesivas fases de la imagen serían:
- es el reflejo de una realidad de base.
- enmascara y pervierte una realidad de base.
- enmascara la ausencia de una realidad de base.
- no mantiene ninguna relación con ningún tipo de realidad: es su propio y puro simulacro.
En el primer caso, la imagen es una apariencia buena -la representación es del orden del
sacramento-. En el segundo, es una apariencia mala -del orden del maleficio-. En el tercero,
l.A PRECESIÓ'J DE LOS SI~1ULACROS 257
juega a ser una apariencia -es del orden del sortilegio. En el cuarto, ya no pertenece en modo
alguno al orden de las apariencias, sino al de la simulación.
La transición de los signos que disimulan algo a los signos que disimulan que no hay nada
marca el punto decisivo. Los primeros implican una teología de la verdad y del secreto (a la que
todavía pertenece la noción de ideología), mientras que los segundos inauguran una época de
simulacros y simulación en la que ya no hay ningún Dios que reconozca a los suyos, ni tampo-
co un juicio final que separe lo verdadero de lo falso, lo real de su resurrección artificial, pues-
to que todo está ya muerlo y resucitado de antemano.
Cuando lo real ya no es lo que solía ser, la nostalgia adquieretodo su significado. Hayuna pro-
liferación de mitos de origeny signos de realidad; de verdad, objetividad y autenticidad de segun-
da mano. Se produce una escalada de la verdad, de la experiencia vivida; una resurrección de
lo figurativo donde el objeto y la sustancia han desaparecido. Una producción desquiciada de lo
real y lo referencial por encima y en paralelo con el desquiciamiento de la producción material:
así es como aparece la simulación en la fase que a nosotros nos concierne -una estrategia de
lo real, neo-real e hiperreal, cuyo doble universal es una estrategia de disuasión.
Ramsés o la resurreción de color de rosa
La etnología estuvo a punto de hallar una muerte paradójica un día de 1971 en el que el
gobierno de Filipinas decidió devolver a su estado primitivo a las escasas docenas de Tasaday
descubiertos en lo más profundo de la jungla, donde habían permanecido durante ocho siglos,
sin contacto con el resto de la humanidad, fuera del alcance de colonos, turistas y etnólogos.
La iniciativa fue de los propios antropólogos, que veían a los nativos descomponerse inmedia-
tamente con el contacto, como una momia al aire libre.
Para que la etnología viva, su objeto debe morir. Pero este último se venga ya que muere. de
haber sido «descubierto», y desafía con su muerte a la ciencia que pretendía aprehenderlo.
lAca!:iO no vive loda ciencia en este paradójico talud al que está condenada por la evanes-
cencia de su objeto en el proceso mismo de aprehensión y por el revés implacable que este obje-
to muerto ejerce sobre ella? Como Orfeo, siempre se vuelve demasiado pronto hacia su objeto
y, como Eurídice, éste siempre regresa al Hades.
Fue contra este infierno de la paradoja contra el que los etnólogos querían protegerse acor-
donando a los Tasaday en el interior de la selva virgen. Ya nadie podrá tocarlos: se clausura el
yacimiento, como si de una mina se tratara. La ciencia pierde un capital valiosísimo, pero.el
objeto queda a salvo-perdido para la ciencia,_pero intacto en su «virginidad>>-. No se trata de
una cuestión de sacrificio (la ciencia nunca se sacrifica a sí misma; siempre ha sido la asesina),
sino del sacrificio simulado de su objeto con la intención de salvaguardar su principio de rea-
lidad. Los Tasaday, congelados en su hábitat natural, proporcionan una coartada perfecta, una
garantía eterna. Llegados a este punto surge una anti-etnología inagotable de la que Jaulin, Cas-
taneda y Clastres son algunos de sus exponentes. En cualquier caso, la evolución lógica de una
ciencia consiste en el distanciamiento progresivo de su objeto hasta que llega a prescindir de
él por completo: su autonomía se vuelve aún más fantástica cuando alcanza su forma pura.
De este modo, el indio, devuelto de nuevo a su gueto, al ataúd de cristal de la selva virgen, se
convierte en el modelo de simulación de todos los indios concebibles de antes de la etnología.
258 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD
Esta última se permite así el lujo de encarnarse más allá de sí misma, en la realidad «bruta» de
esos indios que ha reinventado por completo-salvajes que están en deuda con la etnología por
seguir siendo salvajes: ivaya giro inesperado de los acontecimientos! iMenudo triunfo para esta
ciencia que parecía dedicarse a su destrucción!
Evidentemente, estos salvajes particulares son póstumos: congelados, esterilizados, prote-
gidos hasta la muerte, se han transformado en simulacros referenciales, y la propia ciencia en
una pura simulación. Lo·mismo ha ocurrido en Le Creusot, donde, en forma de exposición al
aire libre, han «museificado» sobre el terreno, como testigos históricos de su época, barrios
obreros enteros, zonas metalúrgicas en uso, una cultura completa que incluye hombres, muje-
res y niños con sus gestos, lenguajes y costumbres -seres vivos fosilizados como en una ins-
tantánea. El museo, en lugar de circunscribirse a un emplazamiento geométrico, está ahora en
todas partes como una dimensión de la vida misma. Así la etnología, liberada de su objeto,
dejará de estar acotada como una ciencia objetiva y particular para pasar a aplicarse a todas
las cosas vivientes hasta volverse invisible, como una omnipresente cuarta dimensión, la del
simulacro. Todos somos Tasaday. O indios que una vez más se han convertido en «lo que fue-
ron» o, al menos, en lo que la etnología ha hecho de ellos -indios-simulacro que proclaman
finalmente la verdad universal de la etnología-.
Todos nosotros nos hemos convertido en especímenes vivientes bajo la luz espectral de la
etnología-o de la anti-etnología, que no es más que la forma pura de la etnología triunfal-, bajo
el signo de las diferencias muertas y de la resurrección de las diferencias. Así pues, es extre-
madamente ingenuo ir a buscar la etnología entre los salvajes o en un tercer mundo cualquie-
ra -la etnología está aquí, en todas partes, en las metrópolis, entre los blancos, en un mundo
totalmente catalogado, analizado y posteriormente revivido artificialmente como si fuera real,
en un mundo de simulación: víctima de la alucinación de la verdad, del chantaje de lo real, del
asesinato y la retrospecciónhistórica (histérica) de toda forma simbólica-un asesinato cuyas
primeras víctimas fueron, noblesse oblige, los salvajes, pero que hace ya mucho tiempo que se
ha extendido a todas las sociedades occidentales.
Pero en el mismo instante la etnología ofrece su única y última lección, el secreto que la
mata (y que los salvajes entendieron mucho mejor): la venganza de los muertos.
El conf_inamiento del objeto científico es el mismo que el de los locos y los muertos. Y así como
la sociedad al completo está irremediablemente contaminada por el espejo de la locura que ella
misma ha colocado frente a sí, la ciencia no puede evitar morir contaminada por la muerte del
objeto que constituye su espejo invertido. Es la ciencia la que domina ostensiblemene su objeto,
pero es este último el que la inviste profundamente, según una reversión inconsciente, al no pro-
porcionar más que respuestas muertas y circulares a interrogaciones muertas y circulares.
Nada cambia cuando la sociedad rompe el espejo de la locura (derriba los manicomios,
devuelve la palabra a los locos, etc.), ni tampoco cuando la ciencia parece romper el espejo de
su objetividad (borrándose a sí misma ante su objeto, como hace Castaneda, etc.) e inclinarse
ante las «diferencias)>, Al encierro le sigue un aparato que asume una forma infinitamente
difrangible, multiplicable. En el momento en que la etnología colapsa en su forma ins_titucio-
nal clásica, sobrevive bajo la forma de una anti-etnología cuya tarea consiste en reinyectar
una diferencia ficticia o salvaje-ría por doquier, con el fin de ocultar el hecho de que es este
mundo, el nuestro, el que, a su manera, se ha vuelto salvaje de nuevo, es decir, ha quedado
devastado por la diferencia y por la muerte.
L,~ PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS 259
De igual modo, con el mismo pretexto de salvar lo original, se ha prohibido el paso a las cue-
vas de Lascaux y se ha construido una réplica exacta a 500 m de distancia, de suerte que todo el
mundo pueda verlas (se puede echar un vistazo por una mirilla a la gruta real y después visi-
tar la reconstrucción). Es posible que la memoria misma de las cuevas originales se desva-
nezca en las mentes de las generaciones futuras, pero de ahora en- adelante ya no existe dife-
rencia alguna: la copia es suficiente para convertir a ambas en algo artificial.
De la misma forma toda la ciencia y la tecnología se ha movilizado recientemente para sal-
var la momia de Ramsés 11, tras haberla dejado deteriorarse, abandonada en los sótanos de un
museo. Occidente cae presa del pánico ante la idea de no ser capaz de salvar lo que el orden
simbólico ha podido preservar durante cuarenta siglos, aunque lejos de la luz y las miradas de
los espectadores. Ramsés no significa nada para nosotros: sólo la momia posee un valor incal-
culable, al ser la que garantiza que la acumulación tiene un sentido. Toda nuestra cultura line-
al y acumulativa pod~ía fracasar si no logramos almacenar el pasado a plena luz. Con este fin es
preciso arrancar a los faraones de sus tumbas y a las momias de su silencio. Con este fin h~y que
exhumarlos y rendirles honores militares. Son víctimas de la ciencia y de los gusanos. Unica-
mente el más absoluto de los secretos pudo garantizar su poder a lo largo de los milenios -su
dominio sobre la putrefacción, que significaba un dominio sobre el ciclo completo de inter-
cambio con la muerte. Nosotros Sabemos utilizar nuestra ciencia para reparar la momia, esto
es, para restaurar un orden visible, mientras que embalsamar era un trabajo mítico, que apun-
taba a la inmortalización de una dimensión oculta.
Necesitamos un pasado visible, un continuum visible, un mito de origen visible que nos dé
confianza en nuestros fines, ya que en última instancia nunca: hemos creído en ellos. De ahí la
escena histórica de recepción'de la momia en el aeropuerto de Orly; lquizá porque Ramsés fue
un gran déspota y un gran militar? Seguramente. Pero, sobre todo, porque el orden con el que
sueña nuestra cultura, tras el poder difunto que intenta anexionarse, pudo no haber tenido
nada que ver con ella; sólo sueña con él porque lo ha exterminado al exhumarlo como sifuera
nuestro pasado.
Estamos fascinados con Ramsés, igual que lo;cristianos del Renacimiento lo estaban con loS
indios de América: esos seres (lhumanos?) que nunca habían oído la palabra de Cristo. Así, al
comienzo de la colonización, se produjo un momento de estupor y asombro ante la posibilidad
de escapar a la ley universal del evangelio. Se abrían dos posibilidade~: o bien se admitía que
esta ley no era universal o bien se exterminaba a los indios para- eliminar las pruebas. Gene-
ralmente bastaba con convertirlos, o sencillamente con descubrirlos, para que su lento exter-
minio quedara garantizado.
De esta forma, habría bastado con exhumar a Ramsés para asegurar su exterminio
mediante su museificación. En efecto, a las momias no las consumen los gusanos: mueren en el
traslado de un orden simbólico duradero, que domina sobre la muerte y la putrefacción, al
orden de la historia, la ciencia y los museos -nuestro orden, que ya no domina sobre nada,
puesto que sólo sabe condenar a sus predecesores a la muerte y la podredumbre para que, a
continuación, la ciencia pueda resucitarlos. Una violencia irreparable contra todos los secre-
tos, la violencia de una civilización sin secretos. El odio de toda una civilización hacia sus pro-
pios fundamentos.
El presidente Ronald Reagan se dirige a los asistentes a la Convención Nacional Republicana en Dallas, el 22 de agosto
de 1984, a través de un circuito cerrado de televisión. El titular de The New York Times rezaba: «El presidente
Y Mrs, Reagan aprovechan la tecnología audiovisual» (fotografía: Paul Hosefros/The New York Times).
l
LA l'RECESTÓN DE LOS SIMULACROS 261
Yal igual que la etnología juega a renunciar a su objeto para establecerse mejor en su: forma
pura, así la museificación no es más que otra vuelta en la espiral de la artificialidad. Valga Como
testimonio el clauslro de San Miquel de Cuixa, que va a ser repatriado con grandes gastos desde
los Cloisters de Nueva York para ser instalado de nuevo en su «emplazamiento original». Y se
supone que todo el mundo aplaudirá esta resLitución (como en la «Campaña experimental para
recuperar las aceras)) en los Campos Elíseos). Sin embargo, si bien es verdad que la exportación
de cornisas fue un acto arbitrario, y si los Cloisters de Nueva York no son, realmente, más que
un mosaico artificial de todas las culturas (según una lógica de la centralización capitalista del
valor), la posterior reimportación al lugar de origen resulta aún más artificial: es un simula-
cro total cuyo vínculo con la realidad depende de una circunvolución completa.
El claustro debería permanecer en Nueva York, en su entorno simulado, que, al menos, no
engaña a nadie. La repatriación no es más que un subterfugio suplementario que pretende
hacer como si nada hubiera sucedido y permite complacerse en una alucinación retrospectiva.
De la misma manera los americanos se felicitan a sí mismos por haber devuelto a los
indios a lo que eran antes de su conquista. Se borra todo, pero sólo para comenzar de nuevo.
Presumen incluso de haber logrado que estén en mejores condiciones que antes, de qu~ hayan
sobrepasado el número de su población original. Esto se presenta como una prueba de la
superioridad de la civilización, que produce más indios de los que ellos eran capaces de pro-
ducir por sí solos. Por una siniestra burla, esta sobreproducción es aún otra forina de destruc-
ción: la cultura india, como todas las culturas tribales, descansa sobre la limitación del grupo
y la prohibición de cualquier crecimiento «sin control», como puede observarse en el caso de
Ishi. La «promoción» demográfica, por tanto, no es sino un paso más en la aniquilación
simbólica.
También nosotros vivimos en un universo que, por todas partes, es extrañamente parecido-
al original-las cosas están aquí duplicadas por su propia puesta en escena. Pero este doble
no significa, como en el folclore, la inminencia de la muerte-están liberadas de su muerte, están
incluso mejor que en vida; más sonrientes, más auténticas, a la luz de su modelo, como los ros-
tros en los velatorios de las funerarias.
Hiperreal e imaginario
Disneylandia es un modelo perfecto para todos los órdenes de simulación entrecruza-
dos. Para empezar, es un juego de ilusiones y fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo
Futuro, etc. Se supone que es este mundo imaginario el que hace que la empresa sea un
éxito, pero lo que más atrae a la muchedumbre es, sin duda, el microcosmos social, el goce
miniaturizado y religioso de la América real en sus placeres y sus inconvenientes. Aparcas
fuera, haces cola dentro y te encuentras completamente abandonado a la salida. En este
mundo imaginario la única fantasmagoría reside en el calor y el afecto de las masas y en el
excesivo número de dispositivos utilizados específicamente para mantener el afecto multi-
tudinario. El contraste con la absoluta soledad del aparcamiento -un verdadero campo de
concentración- es total. O mejor aún: dentro, una gama completa de dispositivos magneti-
zan a la multitud en flujos dirigidos -fuera, la soledad está orientada a un único dispositivo:
el coche. Por una coincidencia extraordinaria (que, sin duda alguna, pertenece al encanta-
262 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNlDAD
miento peculiar de este universo), este mundo infantil congelado fue concebido y realizado
por un hombre que se encuentra actualmente congelado: Walt Disney, que espera su resu-
rrección a 180 grados bajo cero.
En Disneylandia puede recorrerse el perfil objetivo de América, incluida la morfología
de los individuos y de la muchedumbre. Se exaltan allí todos sus valores, en miniatura y
en forma de tira cómica. Embalsamados y pacificados. De ahí la posibilidad de un análisis
ideológico de Disneylandia (Louis Marin lo ha llevado a cabo correctamente en Utopies,
jeux d'espaces): compendio del «American way of life», panegírico de los valores ameri-
canos, transposición idealizada de una realidad contradictoria. Sin duda. Pero todo esto
oculta algo más, y este manto «ideológico» sirve para recubrir una simulación de tercer
orden: Disneylandia existe para ocultar el hecho de que es el país «real>>, toda la América
«real», la que es Disneylandia (así como las prisiones existen para ocultar el hecho de .que
es lo social en su conjunto, en su banal omnipresencia, lo que es carcelario). Disneylandia
se presenta como algo imaginario con el objeto de hacernos creer que el resto es real, cuan-
do, de hecho, sus alrededores, Los Ángeles, América, no es real, sino que pertenece al or-
den de lo hiperreal y la simulación. Ya no se trata de la falsa representación de la realidad
(ideología), sino de ocultar el hecho de que lo real ya no es real, salvando así el principio
de realidad.
Lo imaginario de Disneylandia no es verdadero ni falso; es una máquina disuasoria
montada con el fin de rejuvenecer en sentido contrario la ficción de lo real. De ahí la de-
bilidad, la degeneración infantil de esta imaginería. Se supone que es un mundo infantil,
para así hacernos creer que los adultos pululan en el mundo «real», ocultando el hecho de
que el infantilismo auténtico está en cualquier lugar, en especial entre esos adultos que van
allí a hacerse los niños con la intención de abrigar ilusiones acerca de su verdadero infan-
tilismo.
Además, Disneylandia no es un ejemplar único. Enchanted Village, Magic Mountain, Mari-
ne World: Los Ángeles está completamente rodeado de estas «Centrales imaginarias» que sumi-
nistran realidad, realidad-energía, a una ciudad cuyo misterio estriba precisamente en no ser
nada más que una red de circulación irreal interminable -una ciudad de proporciones fabulo-
sas, pero sin espacio ni dimensiones-. Al igual que las centrales eléctricas o nucleares, al igual
que los estudios de cine, esta ciudad, que no es más que un gigantesco escenario y una película
en perpetuo movimiento, necesita este viejo maquillaje imaginario de signos infantiles y fan-
tasmas falsificados para su sistema nervioso simpático.
Hechizo político
Watergate. Guión idéntico al de Disneylandia (un efecto imaginario que oculta que la rea-
lidad ya no existe ni dentro ni fuera de los límites del perímetro artificial): aunque en este
caso se trata de un efecto del escándalo que oculta que no existe diferencia entre los hechos
y su denuncia (la CIA y los periodistas del Washington Post emplean métodos idénticos). La
misma operación, sólo que en esta ocasión se utiliza el escándalo como medio para regene-
rar un principio moral y político, lo imaginario como medio para regenerar un principio de
realidad en apuros.
LA PRECESIÓN DE LOS SDlllLACROS 263
La denuncia del escándalo siempre rinde un homenaje a la ley. Y el mayor triunfo del
Watergate fue imponer la idea de que el Watergate era un escándalo -en este sentido, no fue
sino una extraordinaria operación de intoxicación-. La reinyección de una buena dosis de mora-
lidad política a escala global. Podría decirse con Bourdieu que: «El rasgo específico de toda
relación de fuerzas consiste en disimular su propia naturaleza, y en adquirir toda su fuerza del
mero hecho de estar así disimulada)), entendiéndolo así: el capital, que es inmoral y carece de
escrúpulos, sólo puede funcionar tras una superestructura moral, y quien quiera que contri-
buya a regenerar esta moralidad pública (mediante indignación, denuncia, etc.) estará pro-
moviendo espontáneamente el orden del capital, tal como hicieron los periodistas del Was-
hington Post.
Pero esta es aún la fórmula de la ideología, de modo que cuando Bourdieu la enuncia sigue
tomando «relación de fuerzas» como la verdad de la dominación capitalista, y sigue denun-
ciando esta relación de fuerzas como si ella misma fuera un escándalo -Bourdieu ocupa, en
consecuencia, la misma posición determinista y moralista que los periodistas del Washington
Post-. Desempeña la misina t~rea de purgar y vivificar el orden moral, un orden de verdad en
el que se engendra la genuina violencia simbólica del orden social, más allá de todas las rela-
ciones de fuerzas, que no son más que su configuración indiferente y cambiante en la cons-
ciencia moral y política de los hombres.
Todo cuanto el capital nos pide es que lo recibamos como racional o que lo combatamos
en nombre de la racionalidad, que lo aceptemos como moral o que lo ataquemos en nombre
de la moralidad. Ambas opciones son idénticas, lo que significa que pueden leerse de otra
manera: antes la tarea consistía en disimular el escándalo; hoy la tarea consiste en ocultar
que no lo hay.
Watergate no es un escándalo: esto es lo que es necesario decir a toda costa, puesto que
es lo que todo el mundo pretende ocultar. Este disimulo ellmascara un refuerzo de la mo-
ralidad, un pánico moral a la hora de enfocar la (puesta en) escena primaria del capitalis-
mo: su crueldad instantánea, su incomprensible ferocidad, su inmoralidad fundamental
-he aquí lo escandaloso, lo inaceptable en ese sistema de equivalencia moral y económica
que permanece como axioma del pensamiento
1
de izquierdas desde la Ilustración hasta el
comunismo'.. Al capital le importa un bledo la idea del contrato que se le atribuye -es sólo
una empresa monstruosa y sin principios, nada más-. Es más bien el pensamiento «ilustra"'
do» el que trata de dominar al capital imponiéndole reglas. Y todas las recriminaciones que
han reemplazado al pensamiento revolucionario en. los últimos tiempos se reducen a re-
procharle al capital el no haber seguido las reglas del juego. «El poder es injusto, su justi-
cia es una justicia de clase, el capital nos explota, etc.» -como si el capital estuviera vincu-
lado por un contrato a la sociedad que gobierna. Es la izquierda la que le pone delante el
espejo de la equivalencia, con la esperanza de que el capital pique el anzuelo de este es-
pectro del contrato social y cumpla su obligación para con la sociedad entera (al mismo
tiempo, ya no hace falta la revolución: basta con que el capital acepte la fórmula racional
del intercambio).
El capital, de hecho, nunca ha estado vinculado por un contrato a la sociedad sobre la que
domina. Es una hechicería de la relación social, es un desafío a la sociedad y como tal debe
ser contestado. No es un escándalo que deba denunciarse según una racionalidad moral y
económica, sino un desafío al que hacer frente según la ley simbólica.
264 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNlDAD
La negatividad en forma de espiral de Moebius
De ahí que el Watergate no haya sido más que una trampa montada por el sistema para atra-
par a sus adversarios -una sin1ulación de escándalo con fines regeneradores. Esto es lo que
encarnaría el personaje conocido como «Garganta Profunda», de quien se ha dicho que es
una eminencia gris republicana que habría manipulado a los periodistas de izquierdas para
deshacerse de Nixon -y ¿por qué no?-1bdas las hipótesis son posibles, aunque esta última es
superflua: la izquierda ha llevado a cabo perfectamente, y de forma espontánea, el trabajo de
la derecha. Además, sería ingenuo descubrir una buena consciencia amarga actuando aquí, ya
que la derecha también desempeña esponLáneamente la tarea de la izquierda. Todas las hipó-
tesis de manipulación son reversibles en un torbellino sin fin, ya que la manipulación es una
causalidad fluctuanle donde la positividad y la negatividad se engendran y se superponen
mutuamente, donde ya no hay activo ni pasivo. Sólo estableciendo un punto de detención arbi-
trario a este torbellino causal podrá salvarse un principio de realidad política. La credibili-
dad política Qunto con, naturalmente, el análisis «objetivo)), la lucha, etc.) sólo puede mante-
nerse mediante la simulación de un campo de perspectiva convencional, limitado, en el que las
premisas y las consecuencias de cualquier acto o evento puedan calcularse. Pero si se concibe
el ciclo completo de cualquier acto o evento en un sistema donde ya no existe la continuidad
lineal ni la polaridad dialéctica, en un campo trastocado por la simulación, entonces toda la
determinación se evapora, todo acto se interrumpe al final del ciclo habiendo beneficiado a
todo el mundo y habiéndose dispersado en todas las direcciones.
Una bomba en Italia, ¿es la obra de extremistas de izquierdas o una provocación de la extre-
ma derecha, o quizá un_ montaje de los centristas para desprestigiar todo acto terrorista y para
consolidar su poder debilitado, o incluso un montaje policial para llamar la atención sobre
temas de seguridad pública? Todas estas alternativas son igualmente ciertas, y la búsqueda de
pruebas, de la objetividad de los hechos, no es capaz de contener esta vorágine de interpreta-
ciones. Nos encontramos en el interior de una lógica de la simulación que no tiene nada que ver
con una lógica de hechos ni con un orden de razones. La simulación se caracteriza por una
precesión del modelo, de todos los modelos, sobre el hecho más nimio -los modelos llegan pri-
mero y su circulación orbital (como la de la bomba) constituye el auténtico campo magnético de
los eventos. Los hechos dejan de tener una trayectoria propia, surgen en la intersección de los
modelos; un hecho único puede haber sido engendrado por el concurso de todos los modelos.
Esta anticipación, esta precesión, este cortocircuito, esta confusión del hecho con su modelo
(nada de divergencias de sentido, nada de polaridad dialéctica, nada de electricidad negativa ni
de implosión de los polos) es lo que hace que siempre sean válidas todas las interpretaciones
posibles, incluso las más contradictorias -todas son verdaderas, en el sentido de que su ver-
dad es intercambiable, a imagen del modelo del que proceden, en un ciclo generalizado.
Los comunistas atacan al partido socialista como si quisieran minar la unidad de la izquier-
da. Sancionan la idea de que sus reticencias provienen de una exigencia política más radical. De
hecho, se trata de que no quieren el poder. ¿Pero no lo desean en esta coyuntura porque es
desfavorable para la izquierda en general, o porque es desfavorable para ellos dentro del
marco de la unidad de la izquierda-o quizá no lo desean por definición? Cuando Berlinguer
afirma: «No debe asustarnos la idea de ver a los comunistas alcanzar el poder en Italia)), esto
significa simultáneamente:
LA PRECESIÓN DE LOS SJl>lllLACROS 265
- que no hay nada que temer puesto que los comunistas, si llegan al poder, no modificarán
el funcionamiento capitalista fundamental,
_ que no hay peligro de que lleguen siquiera a tomar el poder (puesto que no lo desean)-y
que incluso si lo tomaran, sólo lo ejercerían por delegación,
- que en realidad el poder, el genuino poder ya no existe y, por tanto, ya no hay peligro de
que nadie pueda tomarlo,
- aún más: Yo, Berlinguer, no temo ver cómo los comunistas toman el poder en Italia-lo
que podría parecer evidente, pero no lo es tanto dado que
- esto también puede significar lo contrario (no hace falta recurrir al psicoanálisis aquí):
Temo que los comunistas Lomen el poder (y con buenas razones, incluso para un comunista).
Todo lo anterior es verdadero simultáneamente. Este es el secreto de un discurso que ya no
es sólo ambiguo, como puede serlo todo discurso político, sino que expresa la imposibilidad de
una determinada posición de poder, la imposibilidad de una determinada posición del discur-
so. Y esta lógica no pertenece a ningún partido en particular; atraviesa transversalmente todos
los discursos, aún en contra de su volun~ad.
¿Quién podrá des.hacer este embrollo? El nudo gordiano, por lo menos, podía cortarse.
Como ocurre con la cinta de Moebius, cuando se parte en dos, resulta una suerte de hecho, sin
que exista la posibilidad de restablecer la diferenciación de sus superficies (he aquí la conti-
nuidad reversible de las hipótesis). El infierno de la simulación no es ya el de la tortura, sino
el de la torsión sutil, maléfica, elusiva del senLido4
-donde incluso los condenados en el proce-
so de Burgos fueron un regalo de Franco a la democracia occidental, que halló así la ocasión
de regenerar su languideciente humanismo; pero además, ¿no ayudó la indignada protesta de
los demócratas a consolidar el régimen de Franco al unir a las masas españolas contra la inter-
venció:ri extranjera?, (.dónde está la verdad en todo esto cuando todas las complicidades se
entretejen de manera asombrosa sin que ni siquiera sus autores lo- sepan?
La conjunción del sistema y de su alternativa más opuesta como dos extremos de un espejo cur-
vado, la «viciosa>> curvatura de un espacio político/ de ahora en adelante magnetizado, circular y
reversible de derecha a izquierda, nna torsión que es como la del geniO malvado de la conmutación,
el sistema completo, la infinitud del capital replegada sobre su propia superficie: ¿transfinita? ¿y
acaso no ocurre lo mismo con el deseo y con el espacio libidinal? La conjunción de deseo y valor, de
deseo y capital. La conjunción del deseo con la ley -goce y metamorfosis últimos de la ley (motivo
por el cual recibe tan buena acogida en todo momento): sólo el capital goza, afirmaba Lyotard,
antes de llegar a pensar que nosotros gozamos en el capital. La arrolladora versatilidad del deseo
en Deleuze, m1a inversión enigmática que lleva al deseo, que es «revolucionario por sí mismo, casi
de forma involuntaria, con sólo querer lo que quiere», a querer su propia represión y a investir sis-
temas paranoicos y fascistas. Una torsión maligna que reduce esta revolución del deseo a la misma
ambigüedad fundamental que la otra revolución, la revolución histórica.
Todos los referentes entremezclan sus discursos en una compulsión circular, moebiana. No
ha pasado mucho tiempo desde que el sexo y el trabajo eran términos radicalmente opuestos:
·1 Esto no tiene por qué provocar una desaparición del sentido, sino, u lo sumo, ufta realización i1nprovisa~
da del sentido, del sinsentido, o de diversos sentidos sin1ultáneos y mutuamente excluyentes.
266 ARTE DESPUÉS DE LA ~10DERN!.DAD
hoy, en cambio, ambos se han disuelto en el mismo tipo de exigencia. Antiguamente el discurso
de la historia extraía su fuerza de su oposición al discurso de la naturaleza, el discurso del
deseo de su oposición al del poder -hoy intercambian sus significantes y sus escenarios.
Nos ocuparía demasiado tiempo recorrer el abanico completo de negatividad operativa, de
todos los escenarios de disuasión que, como el Watergate, intentan regenerar un principio mori-
bundo mediante escándalos, fantasmas y asesinatos simulados -una suerte de tratamiento hor-
monal a base de negatividad y crisis. Se trata siempre de una cuestión de probar lo real por
medio de lo imaginario, la verdad por medio del escándalo, la ley por medio de la transgresión,
el trabajo mediante la huelga, el sistema con la crisis y el capital con la revolución, así como se
probó la etnología despojándola de su objeto {los Tasaday), y todo ello por no hablar de:
- probar el teatro con el antiteatro.
- el arte con el antiarte.
- la pedagogía con la antipedagogía.
- la psiquiatría con la antipsiquiatría, etc., etc.
Todo se metamorfosea en su forma inversa con el objeto de'perpetuarse en su forma purgada.
Todas las formas de poder, todas las instituciones hablan de sí mismas por negación, con el fin de
intentar escapar, mediante la simulación de la muerte, a su agonía real. El poder puede escenifi-
car su propio asesinato para redescubrir un resquicio de existencia y legitimidad. Así ocurre eon
los presidentes norteamericanos: los Kennedy fueron asesinados porque aún poseían una dimen-
sión política. Otros, como Johnson, Nixon o Ford, sólo tuvieron derecho a atentados de mentiriji-
llas, a asesinatos simulados. Pero, no obstante, necesitaban ese aura de amenaza artificial para
ocultar que no eran más que maniquíes del poder. Antiguamente, el rey (también el dios) tenía
que morir-en ello residía su fuerza. Actualmente, se esfuerzan miserablemente en fingir su muer-
te con la intención de preservar así la bendición del poder. Pero incluso ésta se ha esfumado.
Buscar sangre fresca en su propia muerte, renovar el ciclo a través del espejo de la crisis,
la negatividad y el anti-poder: he aquí la coartada única de todo poder, de toda institución que
trate de romper el círculo vicioso de su irresponsabilidad y de su fundamental inexistencia, de
sus déjU-vu y sus déjd-mort.
La estrategia de lo real
La imposibilidad de escenificar una ilusión es del mismo orden que la imposibilidad de
redescubrir un nivel absoluto de realidad. La ilusión ya no es posible puesto que lo real ha
dejado de ser posible. Es el problema político global de la parodia, de la hipersimulación o
simulación ofensiva lo que aquí se plantea.
Por ejemplo: sería interesante estudiar si el aparato represivo no reaccionaría más violen-
tamente ante un atraco simulado que ante uno real. El último únicamente afecta al orden de
cosas, al derecho de propiedad, mientras que el primero interfiere con el principio mismo
de realidad. La transgresión y la violencia son menos graves, ya que sólo ponen en cuestión la
distribución de lo real. La simulación es infinitamente más peligrosa, puesto que sugiere, más
allá de su objeto, que la ley y el orden mismos podrían no ser nada más que una simulación.
1
_l
LA PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS 267
Pero la dificultad es proporcional al peligro. lCómo fingir un delito y probar que era fingi-
do? Pruebe a simular un robo en unos grandes almacenes: lcómo convencerá al guardia de
seguridad de que se trataba de un robo simulado? No existe ninguna diferencia «objetiva»: son
los mismos gestos y los mismos signos que en un robo real; de hecho los signos no se inclinan ni
de un lado ni del otro. En la medida en que el orden establecido queda involucrado, pertenecen
siempre al orden de lo real.
Organice usted un falso atraco. Asegúrese de que sus armas son inofensivas y tome un rehén
de confianza para conseguir que ninguna vida corra peligro (de otro modo correrá el riesgo de
cometer un delito). Pida un rescate, y compóngaselas para que la operación cree la mayor con-
moción posible-en pocas palabras, permanezca fiel a la «Verdad» para poner a prueba la reac-
ción del aparato represivo ante una simulación perfecta. Pero no tendrá usted éxito: la red de
signos artificiales estará inextricablemente ligada a elementos reales {un agente de policía dis-
parará de verdad; un cliente del banco se desmayará y morirá de un ataque al corazón; le
entregarán de verdad el falso rescate)-en suma, involuntariamente se hallará usted metido de
súbito en lo real, una de cuyas funciones es precisamente la de devorar todo intento de simula-
ción, la de reducirlo todo a una cierta realidad- así es como opera el orden establecido, mucho
antes de que entren en juego las instituciones y la justicia.
En esta imposibilidad de aislar el proceso de simulación puede advertirse el impulso total de un
orden que sólo puede ver y entender en términos de realidad ya que no puede funcionar en ningún
otro lugar. La simulación de un delito, si es patente, puede recibir un castigo ligero {ya que no ha
tenido «consecuencias») o puede ser penado como desacato a la autoridad (si, por ejemplo, se
ha puesto en marcha una operación policial para nada), pero nunca será castigado como simula-
ción, ya que precisamente en tanto que tal ninguna equivalencia con lo real es posible y, por tanto,
tampoco ninguna represión. El desafío de la simulación es inaceptable para el poder. lCómo va a
castigarse la simulación de una virtud?Y sin embargo, como tai es tan grave como la simulación de
un crimen. La parodia hace equivalentes la obediencia y la transgresión y éste es el crimen más
grave, ya que destruye la diferencia sobre la que se basa la ley. El orden establecido nada puede
contra ella, ya que mientras la ley es un simulacro de segundo orden, la simulación es de tercer
orden, está más allá de lo verdadero y de lo falso, :rríás allá de las equivalencias, más allá de las di~­
tinciones racionales sobre las cuales se sostiene el funcionamiento de todo el poder y de lo social al
completo. Por eso es aquí, en ausencia de lo real, donde debemos entender el orden.
He aquí la razón por la que el orden siempre opta por lo real. En una situación de incerti-
dumbre siempre prefiere esta hipótesis (así, en el ejército, prefieren tomar al simulador por un
auténtico loco). Pero esto se vuelve cada vez más difícil, ya que si bien es prácticamente impo~
sible aislar el proceso de simulación a causa de la inercia de lo real que nos rodea, lo contrario
también es verdadero (y precisamente esta reversibilidad forma parte del aparato de simula-
ción y de la impotencia del poder): a saber, que ya es imposible aislar el proceso de lo real, o
probar que lo real existe.
Así pues, todos los atracos, secuestros de aviones y similares son en cierto modo simulacio-
nes, en el sentido de que se inscriben de antemano en los desciframientos y orquestaciones
rituales de los medios de comunicación, que se anticipan a sus formas de presentación y a suS
posibles consecuencias. Es decir, que funcionan como un conjunto de signos entregados exc~u­
sivamente a su recurrencia en tanto que signos, que ya-no tienen, en-modo alguno, una meta
«real». Pero esto no los vuelve inofensivos. Por el contrario, precisamente en la medida en que
268 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNJDAD
se trata de eventos hiperreales, que ya no tienen contenidos o fines particulares, sino que se
refractan indefinidamente unos a otros (al igual que los llamados eventos históricos: huelgas,
manifestaciones, crisis, ele.5), resultan inverificables para un orden que sólo puede ejercerse en
lo real y en lo racional, a través de fines y medios: un orden referencial que sólo puede dominar
referentes, un poder determinado que sólo puede gobernar un mundo determinado, pero que
no puede hacer nada con la repetición indefinida de Ja simulación, con la ingrávida nebulosa
que ya no obedece a la ley de la gravedad de lo real -el poder mismo termina por disolverse en
este espacio y se convierte en un poder simulado (desconectado de sus melas y objetivos, y
entregado a los efectos del poder y la simulación de masas).
La única arma del poder, su única estrategia contra esta fuga consiste en reinyectar realidad
y referencialidad en todas partes, a fin de convencernos de la realidad de lo social, de la grave-
dad de la economía y de los fines de la producción. Para este propósito, prefiere el discurso de
la crisis, pero también~lpor qué no? - el discurso del deseo. «Toma tus deseos por la realidad»,
podría ser el último eslogan del poder, ya que en un mundo no referencial incluso la confusión
del principio de realidad con el principio del deseo es menos peligrosa que la contagiosa hipe-
rrealidad. En el primer caso se permanece en el terreno de los principios, un ámbito donde el
poder siempre tiene la razón.
La hiperrealidad y la simulación disuaden de todo principio y de todo objetivo; vuelven
contra el poder la disuasión que éste ha utilizado durante mucho tiempo. Pues, en última ins-
tancia, fue el capital el primero en alimentarse a lo largo de su historia de la destrucción de todo
lo referencial, de toda meta humana, el primero en hacer añicos toda distinción ideal entre ver-
dadero y falso, bueno y malo, a fin de establecer una ley radical de equivalencia e intercam-
bio, la ley de hierro de su poder. Fue el primero en practicar la disuasión, la abstracción, la des-
conexión, la desterritorialización, etc.; y si fue el capital el que fomentó la realidad, el principio
de realidad, también fue el primero en aniquilarla con el exterminio de todo valor de uso, de
toda equivalencia real de la producción y la riqueza, con la sensación que experimentamos de
la irrealidad de las inversiones y la omnipotencia de la manipulación. Ahora bien, es justa-
mente esta lógica la que hoy opera en su contra. Y cuando pretende combatir esta espiral
catastrófica segregando un último atisbo de realidad en el que hallar un último reflejo de poder,
se limita a multiplicar los signos y a acelerar el juego de la simulación.
Durante todo el tiempo en que era lo real lo que amenazaba al poder, éste utilizó la disuasión
y la simulación, desintegrando toda contradicción mediante la producción de signos equivalentes.
Cuando, hoy en día, la amenaza le viene de la simulación (la amenaza de desaparecer en el juego
de los signos), el poder envida lo real, la crisis, pone en juego soluciones artificiales, sociales,
económicas y políticas. Es, para él, una cuestión de vida o muerte. Pero ya es demasiado tarde.
De ahí la histeria característica de nuestro tiempo: la histeria de la producción y la repro-
ducción de lo real. La otra producción, la de bienes y mercancías, la de la belle époque de la
La crisis energética o el problema ecológico son en sí niismos películas de catástrofes, del mis1no estilo (y
con el mismo valor) que las que actualmente pro<luce Hollywood. Carece de sentido esforzarse en interpretar
estas películas en virtud de sus relaciones con una crisis social «objetiva» o, incluso, con el fantasma «objetivo»
de alguna catástrofe. Por el conlrario, hay que afirmar que, en el discurso conte1nporáneo, lo socittl niisino se
orgttniza según tÚi guión típico de película de catástrofes [Cfr., Michel lilAKARIUS, «La stratégie de la catas-
trophc», Traverses l O(febrero, 1978), pp. 115-124].
f..• -·
~1'''
1
LA PRECES!Ó:>l DE LOS 51~1ULACROS 269
economía política, hace ya tiempo que carece de sentido propio. Lo que la sociedad busca a
través de la producción y la sobreproducción es el restablecimienlo de lo real, algo que no está
en su mano. Por eso incluso la producción «material» contemporánea es hiperreal. Conserva
todos los rasgos de la producción tradicional y su discurso completo, pero no es más que su
refracción a escala reducida (así los hiperrealistas fijan con un sorprendente parecido una rea-
lidad que carece por completo de senlido y encanto, que no posee la profundidad y la energía
de la representación). De este modo, el hiperrcalismo ,de la simulación se expresa en todas par-
tes en virtud del increíble parecido de lo real consigo mismo.
Igualmente el poder, desde hace ya algún tiempo, no produce nada más que signos de Su seme-
janza. Y al mismo tiempo, otra figura del poder entra en escena: la demanda colectiva de signos de
poder-una santa alianza que se forma en torno a la desaparición del poder. Todo el mundo se une
a ella en mayor o menor medida por temor al colapso de lo político. Y al final, el juego del poder
se reduce a una mera obsesión crítica con el poder-una obsesión con su muerte, una obsesión con
su supervivencia, que más se acentúa cuanto más se desvanece el poder. Cuando haya desapare-
cido totalmente, estaremos, lógicamente, bajo el hechizo total del poder-un recuerdo obsesivo
que se presagia por doquier, que manifiesta simultáneamente la compulsión por librarse de él
(nadie lo quiere ya, todo el mundo lo descarga sobre los demás) y la aprehensiva añoranza ante su
fin. Melancolía de sociedades sin poder: esto fue lo que dio lugar al fascismo, que inyectó una
sobredosis de vigorosa referencialidad en una sociedad que no podía finalizar su luto.
Pero aún seguimos en el mismo barco: ninguna de nuestras sociedades sabe cómo manejar
su luto por lo real, por el poder, por lo social mismo, que se encuentra implícito en esta misma
crisis. Y se pretende solucionar el problema mediante la a:ftificial revitalización de todo esto.
Sin ninguna duda, todo esto desembocará en el socialismo. Por un imprevisto giro de los acon-
tecimientos y una ironía que ya no pertenece a la historia, el socialismo surgirá a través de la
muerte de lo social-igual que la religión surge de la muerte de Dios. Advenimiento retorcido,
acontecimiento perverso, reversión ininteligible para la lógica de la razón. Como ocurre con el
hecho de que el poder ya sólo está presente para ocultar que no existe poder alguno. Una simu-
lación que puede continuar indefinidamente, puei;tu que -a diferencia del poder «verdade-
ro», que es, o fue, una estructura, una estrategia,' una relación de fuerzas, una apuesta- no es
nada más que el objeto de una demanda social y, por tanto, está sujeto a la ley de la oferta y la
demanda, más que a la violencia y a la muerle. Completamente purgado de la dimensión polí-
tica, depende, como cualquier otra mercancía, de la producción y el consumo de masas. Su bri-
llo ha desaparecido -sólo se ha salvado la ficción de un universo político.
Lo mismo ocurre con el trabajo. El brillo de la producción, la violencia de su apuesta ha
dejado de existir. Todo el mundo sigue produciendo, más y más, pero el trabajo se ha conver-
6 A esta disminución de la carga libidinal que se deposita en el trabajo corre.'lponde una decadencia para-
lela del revestimiento del consun10. Adiós al valor de uso o al prestigio del coche, adiós al discurso amoroso que
efectuaba una tajante distinción entre el objeto de goce y el objeto de trabajo. Otro discurso lo ha reemplazado,
se trata de un discurso de trabajo sobre el objeto de consunw que apunta hacia un revesti1niento puritano y acti-
vo (gaste menos gasolina, busque su propia seguridad, la velocidad ya no se lleva, etc.), al que pretenden adap-
tar¡;;e las prestaciones de los automóviles: recuperan una baza mediante la transposición de los polos. Así, el
trabajo se convierte en una necesidad, el coche se transforma en un objeto de trabajo -no existe mejor prueba
de la imposibilidad de distinguir las apue¡;;Las-. Es precisan1ente el deslizamiento desde el derecho a votar hasta
las obligaciones electorales el que sefiala el desencantamiento de la esfera política.
270 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD
tido sutilmente en otra cosa: en una necesidad (como Marx entendió idealmente, aunque en un
sentido completamente diferente), en el objeto de una «demanda» social, como el ocio, al que
equivale en el curso general de las opciones vitales. Una demanda exactamente proporcional
a la pérdida de horizontes en el proceso laboral6
• El mismo giro de la fortuna que en el caso
del poder: el escenario del trabajo sirve aquí para ocultar el hecho de que lo real del trabajo,
lo real de la producción ha desaparecido. Y lo mismo ocurre con lo real de la huelga, que deja
de ser una detención del trabajo, para pasar a ser su polo alternativo en la escansión ritual del
calendario social. Es como si cada persona hubiera «Ocupado» su puesto de trabajo tras haber
declarado la huelga y hubiera retomado la producción, como es costumbre en el trabajo
«autogestionado», en exactamente los mismos términos que antes, pero habiéndose declara-
do en estado de huelga permanente.
No se trata .de un sueño de ciencia ficción: por todas partes aparece la cuestión del doblaje
del proceso de trabajo. Y del doble o suplente del proceso de huelga -huelgas que están incor-
poradas en el trabajo como la obsolescencia en los objetos, como las crisis en la producción. Así
pues, ya no hay o huelga o trabajo, sino ambos simultáneamente, lo que equivale a decir algo
enteramente diferente: una magia del trabajo, un trompe l'oeil, una escenificación del drama
(por no decir melodrama) de la producción, una dramaturgia colectiva sobre el escenario vacío
de lo social.
Ya no se trata de una cuestión de ideología del trabajo -de ética tradicional que oscurece
el proceso «real» del trabajo y el proceso «objetivo» de la explotación- sino del escenario del
trabajo. Igualmente, tampoco es una cuestión de ideología del poder, sino del escenario del poder.
La ideología no es más que una traición a la realidad por medio de los signos; la simulación
corresponde a un cortocircuito de la realidad y a su duplicación por medio de signos. La meta
del análisis ideológico siempre es restablecer el proceso objetivo; prelender restaurar la verdad
debajo del simulacro es siempre un falso problema.
Esta es, en última instancia, la causa de que el poder esté tan de acuerdo con los discursos
ideológicos y con los discursos sobre la ideología, ya que ambos son discursos de la verdad
-siempre adecuados, especialmente si son revolucionarios, para contrarrestar los golpes mor-
tales de la simulación.
El fin del panóptico
A esta ideología de la experiencia vivida, de exhumación de lo real en su banalidad esencial,
en su radical autenticidad, se refiere el experimento americano de TV-vérité con la familia
Loud, realizado en 1971: siete meses de rodaje ininterrumpido, trescientas horas de emisión en
directo, sin guión ni escenario, la odisea de una familia, sus dramas, sus alegrías, sus altibajos
-en suma, un documento histórico «en bruto», y «lo mejor que se ha hecho en televisión, com-
parable, en el plano de la vida cotidiana, a la emisión de la llegada a la luna>>. Las cosas se com-
plicaron por el hecho de que la familia se deshizo durante el rodaje: una crisis la dividió, los
Loud se _fueron cada uno por su lado, etc. De ahí procede la insoluble controversia: ¿fue la tele-
visión la responsable? ¿Qué hubiera pasado sil.a televisión no hubiera estado allí?
Más interesante resulta el espejismo de filmar a los Loud como si la televisión no estu-
viera allí. El as en la manga del productor consistía en afirmar: «Ellos vivían como si noso-
T LA PRECES!ÓN DE LOS SIMULACROS 271
tros no estuviéramos allí». Una fórmula absurda, paradójica -ni verdadera ni falsa: senci-
llamente utópica. «Como si nosotros-no estuviéramos allí» equivale a «como si tú estuvieras
allí». Es esta utopía, esta paradoja la que fascinó a veinte millones de espectadores, mucho
más que el placer «perverso» de inmiscuirse en una vida ajena. Este experimento sobfe la
«verdad» no gira en Lorno al secretismo ni a la perversión, sino que remite a una suerte de
emoción de lo real, o a una estética de lo hiperreal, una excitación de vertiginosa yfalsa exac-
titud, un estremecimiento de alienación y de magnificación, de distorsión en la escala, de
excesiva transparencia, y todo ello al mismo tiempo. Es el goce por el exceso de significado, en
el momento en que el nivel del signo se desliza por debajo de la línea de flotación habitual del
significado: el ángulo de la cámara eleva lo insignificante. Aquí puede verse lo real como no
ha existido nunca (pero «Como si tú estuvieras allí»), sin la distancia que produce la pers-
pectiva espacial y la profundidad de nuestra visión (pero «más real que la naturaleza»). El
goce por la microscópica simulación que transforma lo real en lo hiperreal (esto es, en cier-
ta medida, parecido a lo que ocurre con la pornografía, donde la fascinación es más metafí-
sica que sexual).
En cualquier caso, la propia selección había hecho ya que esta familia fuera, en cierto
modo, hiperreal: una familia americana típica, residente en California, de clase media-alta, con
garaje de tres plazas, cinco niños, elevada categoría profesional y un ama de casa decorativa.
En cierto sentido, fue esta perfección estadística la que los condenó a muerte. La heroína ideal
del American way oflife se escogió, como en los ritos oblatorios, para ser glorificada y morir
bajo la estridente luz cegadora del plató, un destino moderno. El fuego celestial ya no azota las
ciudades depravadas, ahora es el objetivo quien recorta la realidad ordinaria, como si de un
láser se tratara, llevándola a la muerte. «Los Loud: Sencillamente una familia que accedió a
ponerse en manos de la televisión, y a morir por ello», dijo el productor. De modo que se trata
efectivamente de un rito oblatorio, de sacrificio en forma de espectáculo ofrecido a veinte millo-
nes de americanos. El drama litúrgico de una sociedad de masas.
TV-vérité. Admirable término ambivalente: ¿se refiere a la verdad de esta familia o a la
verdad de la televisión? De hecho, es la televisión la que constituye la verdad de los Loud,
es ella la que es verdadera, es ella la que hace que algo sea verdadero. Una verdad que ya
no es la verdad reflexiva del espejo, ni tampoco la verdad perspectiva del sistema panópti-
co y de la mirada, sino la verdad manipuladora del test que indaga e interroga, del láser
que toca y después recorta, de ias tarjetas computadoras que conservan nuestras secuencias
perforadas, del código genético que regula nuestras combinaciones, de células que dan
forma a nuestro universo sensorial. La televisión sometió a la familia Loud a este tipo de
verdad y, en este sentido, equivale realmente a una sentencia de muerte (¿pero acaso se trata
aún de una cuestión de verdad?).
El final del sistema panóptico. El ojo de la televisión ha dejado de ser la fuente de una
mirada absoluta, y el ideal de control ya no es el de la transparencia. Esta última aún presupo-
ne un espacio objetivo (el renacentista) y la omnipotencia de una mirada-despótica. Aún impli-
ca, si no un sistema de encierro, al menos sí un sistema de-reconocimiento. Es más sutil, pero
está siempre en una posición de exterioridad, jugando con la oposición entre ver y ser visto, aún
cuando el punto focal del panóptico pueda ser ciego.
El caso de los Loud es completamente diferenle. «Usted ya no mira la televisión, es la tele-
visión la que lo mira (viviendo)», o «Usted ya no escucha Pas de Panique; Pas de Panique lo
Sarah Charlesworth, Figures, 1983. Fotografías en color (cibachrome), díptico; cada una, 101,6 x 76,2 cm;
el conjunto, 101,6 x 152,4 cm (fotografía: cortesía de la artista).
Laurie Simmons, Tourism, Río de Janeiro, 1984. Fotografía en color (cibachrome), 101,6" 152,4 cm
(fotografía: cortesía de la artista).
LA PRECESIÓN DE !.OS SJMl'LACROS 273
escucha a usted» -se produce un desplazamiento desde el aparato panóptico de vigilancia (de
Vigilar y castigar) hasta un sistema de disuasión en el que la distinción entre activo y pasivo
queda abolida. Ya no hay ningún imperativo que someta al modelo, o a la mirada. «iUSTED es
el modelo!», «iUSTED es la mayoría!». Ésta es la vertiente de una socialidad hiperrealista,
donde lo real se confunde con el modelo, como en una operación estadística, o con el medio,
como en la operación de los Loud. Este es el último estadio del desarrollo de la relación social,
el nuestro, que ha dejado de ser un estadio de persuasión (la época clásica de la propaganda,
la ideología, la publicidad, etc.) para pasar a serlo de disuasión: «USTED es la noticia, usted
es lo social, usted es el acontecimiento, a usted le concierne, es usted qui~n puede hablar, etc.>).
Un cambio que hace imposible localizar el lugar del modelo, del poder, de la mirada, del medio
mismo, ya que usted está ya siempre en el otro lado. Ya no hay sujeto, no hay punto focal, ni
centro ni periferia: sólo pura flexión o inflexión circular. Nada de violencia o vigilancia: sólo
«información», virulencia secreta, reacción en cadena, implosión lenta y simulacros de espa-
cios en los que el efecto de lo real entra de nuevo en juego.
Estamos presenciando el final del espacio panóptico (que es aún una hipótesis moral vin-
culada a los análisis clásicos de la esencia «objetiva» del poder) y, por tanto, la abolición misma
de lo espectacular. La televisión, por ejemplo en el caso de los Lóud, ya no es un medio espec-
tacular. No nos encontramos ya en la sociedad del espectáculo de la que hablaban los situacio-
nistas, ni en los tipos específicos de alienación y represión que implicaba. El propio medio ha
dejado de ser identificable como tal, y la fusión del medio con el mensaje (McLuhan7
) es la pri-
mera gran fórmula de esta nueva época. Ya no existe el medio en sentido literal: ahora es algo
intangible, difuso, que se difracta en lo real, sin que ni siquiera pueda decirse que la realidad
resulte por ello distorsionada.
Esta mezcla, esta presencia viral, endémica, crónica y alarmante del medio, se acompaña
de nuestra incapacidad para aislar sus efectos-se produce una espectralización de los acon-
7 A la confusión de medio y 1nensaje se corresponde, evidenlemente, la confusión entre e1nisor y recep-
tor r¡ue consu1na la desaparición de las estructuras duales, polares, que formaban la organización discursi-
va del lenguaje, conectada con la celebrada tahla de funciones de Jukobson; la organización de toda articu-
lación detenninada de sentido. La «circularidad» del discurso debe ser entendida literahnenle; esto es, ya no
va de un punto a otro; ahora describe un círculo que incorpora indistintantenle la posición de emisor y la de
receptor que, de ahora en adelante, son ilocalizables como Lalcs. De este n1odo, ya no existe instancia alguna
de poder, autoridad e1nisora alguna -el pode1· es algo que circula y cuya fuente no pude ser localizada, un
ciclo en el que las posiciones de dominador y do1ninado se intercan1bian en una reversión sin fin que acarrea,
por tanto, el final del poder según su definición tradicional-. El paso a la circularidad del poder, del cono-
cimiento y del discurso acaba con-cualquier localización de instancias y polos. Incluso en la interpretación
psicoanalítica, el «poder» del intérprete no procede de ninguna autoridad externa, sino de los propios inter-
pretados. Esto lo cambia todo, ya que siempre pode1nos preguntar a los que ostentan el poder por el origen
de ese pode.r._lQuién'te hi7,{) duque'? El rey. l.Y .qu"1én le hizo a él rey? Dios. Dios es el que nunca contesta. Pero
a la pregunta: ¿.quién hiz~_al psic~analistu·? el psicoanalisl~ contesta Ceº" facilidad: Tú. Asís-e fOrmula, por
una sin1ulación inversa, el paso del «anali~ado» al «analizando», de pasivo a activo; que se li~nita a'descri-
bir el desplazamiento, el efeclo móvil de los polos, ese efecto de circularidad en el que el poder se pierde, se
disuelve, se resuelve en una 1nanipulación integral (que ya no es del orden de la autoridad dirigente ni de la
mirada, sino del orden del contacto personal y la conmutación). Véase, también, cómo la circularidad de
Estado y familia garantiza una regulación flotan le y metastásica de las imágenes de lo social y lo privado
274 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD
tecimientos filtrados por el medio, como ocurre con los hologramas publicitarios, esculpi-
dos en un espacio vacío con rayos laser- la disolución de la televisión en la vida, la disolu-
ción de la vida en la televisión-una disolución química indiscernible: todos nosotros somos
los Loud, condenados no a la invasión, la prisión, la violencia y el chantaje de los medios y
los modelos, pero sí a su inducción, a su infiltración, a su violencia ilegible.
Pero debemos ser cuidadosos con el giro negativo que el discurso proporciona a todo esto:
no es una cuestión de enfermedad, ni de infección viral. Antes bien, debemos pensar en los
~edios de comunicación como si fueran, en la órbita exterior, una suerte de código genético que
controla la mutación de lo real en lo hiperreal, al igual que el otro código, el micromolecular,
controla el paso de la señal desde una esfera representativa de significado a la esfera genética
de la señal programada.
Toda la forn1a tradicional de causalid.ad está en cuestión: la forma perspectivista, determi-
nista, «activa», crítica, analítica-la distinción entre causa y efecto, entre activo y pasivo, entre
sujeto y objeto, entre fines y medios-. En este sentido todavía puede afirmarse: la televisión nos
mira, la televisión nos aliena, la televisión nos manipula, la lele".isión nos informa... Desde esta
perspectiva, aun se sigue dependiendo de la concepción analítica cuyo punto de fuga es el hori-
zonte que separa la realidad del significado.
Muy al contrario, debemos concebir la televisión según el modelo del ADN, como un efecto
en el que los polos opuestos de determinación se desvanecen según una contracción o retroac-
ción nuclear del antiguo esquema polar que siempre había conservado una distancia mínima
entre la causa y el efecto, entre el sujeto y un objeto: precisamenle la distancia del significado,
la discrepancia, la diferencia, el margen de error más pequeño posible, irreducible so pena de
(Jacques DONZELOT, La policía de lasfarnilia.~, trad. José Vázquez Pefla y Umbelina Larracelcla, ·valencia,
Pre-Textos, 1979).
De ahora en arlelante es imposible forn1ular las fa1nosas pregunlas:
«lDcsde qué posición hablas'?»
"¿,Cómo lo sabes?,,
«lDe dónde procede tu poder?» sin obtener in1nediatan1ente la respuesta: «Pero si hablo de (desde) ti»
-lo que significa que eres tú quien hablas, eres tú quien sabes, que el poder eres LÚ. Una giganlesca circunvo-
lución, circunlocución, de la palabra dicha, que equivale a un irredimible chantaje y a una ineludible disua-
sión del sujeto que se supone que debe hablar, pero al que se deja sin nada que decir, sin r"espuesta, ya que a
toda pregunta le sucede la inevitable respuesta: pero si la respuesta eres tú, o: tu pregunta es ya una res-
puesta, etc. -la completa dominación sofística <le la extracción de palabras, de la confesión obligada disfra-
zada de libre expresión, que atrapa al sujeto en su propio acto de cuestionar, la precesión de la respuesta
sobre la pregunta (esta es la violencia de la interpretación, la violencia de la auto-tutela consciente o incons-
ciente del «habla»).
Simulacro de inversión o involución de polos, este astuto subterfugio caraclcri,..a todo discurso de la
manipulación y, en consecuencia, también los nuevos poderes que surgen hoy en todos los ámbitos, que
liinpian el escenario del poder y fraguan la aceptación de cualquier forma de habla típica de la fantásti-
ca mayoría silenciosa que C'.aracteriza nuestros tie1npos -todo esto comenzó, sin duda, en la esfera política
con el siinulacro democrático; o lo que es lo mismo, con la sustitución de Dios por el pueblo con10 fuente
de poder, y con la sustitución del poder con10 ernanación por el poder co1no representación. Una revolu-
ción anti-copernicana: nada de instancias trascendentes, ni de soles o fuentes luminosas de poder Y saber
-lodo surge del pueJJlo y al pueblo regresa-. A través de este 1nagnífico reciclado surge el simulacro uni-
versal de la 1nanipulación, desde el escenario para el sufragio universal hasta el actual e ilusorio sondeo
<le opinión.
LA PRECESIÓN DE LOS SJ,fl)LACROS 275
reabsorción en un proceso aleatorio e indeterminable del que el discurso ya no puede hacerse
cargo, ya que constituye él mismo un orden determinado.
Esta apertura es la que se desvanece en el proceso genético de codificaCión, donde la inde-
terminación es menos el producto del azar molecular que el producto de la abolición, pura y
simple, de la relación. En el proceso de control molecular, que «va)) desde el núcleo del ADN a
la «sustancia» a la que «da forma», no hay más travesías de efectos, de energía, de determina-
ciones, de mensajes. «Ürden, señal, impulso, mensaje»: todo esto para intentar volver este Lema
inteligible para nosotros, por analogía, transcribiendo en términos de inscripción, vector o des-
codificación una dimensión de la que nada sabemos -que ni siquiera es una «dimensión», o
quizá es la cuarta (tal como queda definida en la relatividad de Einstein, por la absorción de los
distintos polos del espacio y del tiempo). De hecho, todo este proceso sólo tiene sentido para
nosotros en forma negativa. Pero nada separa un polo del otro, el inicial del último: sólo hay
una especie de contracción recíproca, un colapso de los dos polos tradicionales uno sobre'el
otro: una IMPLOSIÓN -una absorción del modelo irradiante de causalidad, de la modalidad
diferencial de detern1Ínación, con su electricidad positiva y negativa- una implosión de signi-
ficado. Aquí es donde comienza la simulación.
Por todas partes, en cualquier ámbito, ya sea político, biológico o psicológico, donde la dis-
Linción entre los polos no se puede mantener, se entra en la simulación y, por tanto, en la marii-
pulación absoluta -no se trata de pasividad, sino de la indistinción de activo y pasivo. El ADN
lleva a cabo esta reducción aleatoria en el nivel de la sustancia viviente. La propia televisión, en
el ejemplo de los Loud, también alcanza esLe límite indefinido donde la familia frente a la tele-
visión no es ni más ni menos pasiva de lo que lo es una sustancia viviente frente a Su código
molecular. En ambos casos sólo hay una nebulosa indescifrable en sus elementos más simples,
indescifrable en su verdad.
Orbital y nuclear
Lo nuclear es la apoteosis de la simulación. Sin embargo, el equilibrio del terror no es
más que la vertiente espectacular de un sisLema de disuasión que se ha deslizado sigilosa-
mente desde el interior en todas las grietas de la vida cotidiana. El suspense nuclear sólo
sella el sistema trivializado de disuasión que se halla en el corazón de los medios de comu-
nicación, de la violencia intrascendente que reina a lo largo y ancho del mundo, del dispo-
sitivo aleatorio de todas las elecciones que se nos presentan. El más mínimo detalle de
nuestro comportamiento está gobernado por signos neutralizados, indiferentes, equiva-
lentes, por signos de suma cero como los que regulan la «teoría de juegos)) (pero la ecua-
ción genuina se encuentra en todas partes y lo desconocido es, precisamente, la variable de
la simulación que hace del propio arsenal atómico una forma hiperreal, un simulacro que
domina sobre todos nosotros y reduce todos los acontecimientos básicos a meras escenifi-
caciones efímeras, transformando la única vida que nos queda en supervivencia, en una
apuesta que nadie acepta -ni siquiera en una póliza de seguro de vida: sería una póliza
devaluada de antemano).
No es la amenaza directa de una destrucción atómica lo que paraliza nuestras vidas. Es
más bien la disuasión la que nos leucociLa. Y esta disuasión proviene justamente de la situa-
276 ARTE DESPUÉS DE LA MUDERNlDAD
ción que excluye el conflicto atómico real -lo excluye de antemano, como la posibilidad de
lo real en un sisLema de signos. Todo el mundo finge creer en la realidad de esta amenaza
(lo que es comprensible desde el punto de vista militar; es la seriedad de la profesión y el
discurso de su «estrategia» lo que está en juego): pero precisamente en este nivel no se trata
de esLrategias, y toda la originalidad de la situación reside en la improbabilidad de la des-
trucción.
La disuasión excluye la guerra -la violencia anticuada de sistemas en expansión-. La disua-
sión es neutral, es la violencia implosiva de los sistemas melaestables o envolventes. Ya no hay
ningún sujeto de la disuasión, como tampoco hay adversario, ni estrategia -se trata de una
estructura planetaria de anonadamiento de posibilidades. La guerra atómica, como la de Troya,
no tendrá lugar. El riesgo de la atomización nuclear sólo funciona como pretexto, a través de
la sofistificación de las armas -pero esta sofisticación excede toda posibilidad objetiva hasta el
punto de que no es más que un síntoma de inexistencia-, para el establecimienlo de un sistema
de seguridad, conexión y control universal, cuyos efectos disuasorios no apuntan en modo
alguno a la guerra nuclear (esta última nunca ha sido una posibilidad real, excepto en el
comienzo mismo de la guerra fría, cuando se confundía el dispositivo nuclear con la guerra con-
vencional) sino a la probabilidad, mucho mayor, de cualquier acontecimiento real, de cualquier
acto que pudiera perturbar el sistema general y hacer peligrar el equilibrio. El equilibrio del
terror es el terror del equilibrio.
La disuasión no es una estrategia. Es algo que circula y se intercambia entre los protago-
nistas nucleares exactamente de la misma manera que el capital internacional en esa zona orbi-
tal _de especulación monetaria, cuya fluctuación basta para controlar todas las finanzas. Así
pues, matar el dinero (no se trata de una muerte real, no más de lo que el capital fluctuante
corresponde a la producción real) que circula en órbita nuclear basta para controlar toda la
violencia y el conflicto potencial del globo.
Lo que se mueve a la sombra de esta postura, bajo el pretexto de una amenaza «objetiva))
máxima y gracias a esta espada de Damocles nuclear, es la perfección del mejor sistema de con-
Lrol que haya existido nunca, y la progresiva satelización del planeta entero por medio del
hipermodelo de seguridad.
Lo mismo vale para las instalaciones nucleares pacíficas. La pacificación no distingue
entre lo civil y lo militar: allí donde se construyen aparatos de control irreversibles, en cual-
quier lugar donde la noción de seguridad se vuelva absoluta, dondequiera que la.norma de
seguridad reemplace al antiguo arsenal de leyes y violencia (incluida la guerra), el sistema
de disuasión crece y a su alrededor crece un desierto histórico, social y político. Una inmensa
involución hace que todo conflicto, toda oposición, todo desafío, se contraiga en proporción al
chantaje que los interrumpe, neutraliza y congela. Ninguna revuelta, ninguna historia puede
desplegarse ya de acuerdo con su propia lógica, pues corre el riesgo de la aniquilación. Nin-
guna estrategia es ya posible, y la escalada no es más que un juego pueril en manos de los mili-
tares. El juego político ha muerto. Sólo quedan simulacros de conflicto y apuestas cuidadosa-
mente definidas.
La «Carrera espacial)) ha jugado exactamente el mismo papel que la escalada nuclear.
Por eso ha podido ocupar tan fácilmente su lugar en la década de los sesenta (Kennedy /
Jruschov), o desarrollarse conjuntamente en una especie de «coexistencia pacífica)), Pues la
función última de la carrera espacial, de la conquista de la luna, del lanzamiento de satéli-
LA PRECESIÓ"l DE LOS SI~'lULACROS 277
tes, no puede ser otra que la institución-de un modelo-de gravitación universal, de sateliza-
ción, cuyo embrión perfecto lo constituye el módulo lunar: un microcosmos programado
donde nada puede dejarse al azar. Trayectoria, energía, cálculo, fisiologíá, psicología, entor-
no -nada puede abandonarse a la contingencia, se trata del universo total de la norma- la
Ley ya no existe, lo que legisla es la inmanencia operativa de cada detalle. Un universo pur-
gado de toda amenaza para los sentidos, en estado de asepsia e ingravidez -es esta perfec-
ción la que resulta fascinante. Pues la exaltación de las masas no respondía al alunizaje o
al viaje del hombre por el espacio (eslo sería, más bien, el cumplimiento de un viejo sueño)
-no, lo que nos dejó pasmados fue la perfección de la plánificación y la manipulación téc-
nica, el maravilloso desarrollo del programa. Nos fascina la maximización de las normas y
el dominio de la probabilidad. Nos desequilibra el modelo, tal y con10 hace la muerte, pero
sin miedo ni pulsión. Pues si la ley, con su aura de transgresión, si el orden, con: su aura de
violencia, aún conllevan un imaginario perverso, la norma fija, hipnotiza y asombra, fomen-
tando la involución de toda imaginación. Ya nunca fantaseamos sobre cada pequeño detalle
de un programa. Su sola observación basta para desequilibrarnos. Es el vértigo de un
mundo impecable.
El mismo modelo de infalibilidad planificada, de máxima seguridad y disuasión, gobier-
na ahora toda la extensión de lo social. Esta es la verdadera consecuencia nuclear: las meti-
culosas operaciones de la tecnología funcionan como modelo para las meticulosas opera-
ciones de lo social. 1'ampo.co aquí se abandonará nada al azar; además, esta es la esencia
de la socialización, que tras desarrollarse durante algunos siglos ha entrado ahora en una
fase acelerada dirigiéndose a un límite que la gente imaginó explosivo (la revolución), pero
que ha resultado ser un proceso inverso, irreversible, in1plosivo: ui:Ia disuasión generali-
zada de todo azar, de todo accidente, de toda transversalidad, de toda finalidad, de tOda
contradicción, ruptura o complejidad en una socialidad iluminada por la norma y conde-
nada a la transparencia del detalle irradiado por los mecanismos de recolección de infor-
mación. De hecho, los modelos espacial y nuclear ni siquiera tienen un fin propio: ni lo
tiene la exploración de la luna, ni tampoco la superioridad militar y estratégica. Su verdad
consiste en ser modelos de simulación, los vectores modelo de un sistema de control plane-
tario (en el que ni siquiera los superpoderes de este escenario están libres-el mundo ente-
ro está satelizado)8•
Rechazar la evidencia: en la satelización, el satelizado no es quien cabría pensar. Mediante
la inscripción orbital de un objeto espacial, el planeta Tierra se convierte en un satélite, el prin-
cipio de realidad terrestre pasa a ser excéntrico, hiperreal e insignificante. Por medio del
emplazamiento orbital de un sistema de control como coexistencia pacífica, todos los microsis-
temas terrestres resultan satelizado~ y pierden su autonomía. Toda la energía, todos los acon-
tecimientos quedan absorbidos en esta gravitación excéntrica, todo se condensa e implosiona en
el único micro~modelo de control (el satélite orbital), así como, por el contrario, en la otra
dimensión, la biológica, todo converge e implosiona en el micro-modelo molecular del código
genético. Entre ambos, atrapado entre lo nuclear y lo genético, en la simultánea aceptación de
¡¡ Paradoja: todas las bombas son limpias -su única polución es el sistema de conlrol y seguridad que irra-
dian cuando no son detonadas-.
278 ARTE DE~l'LIÉS DE LA ~lüDERN!DAD
dos códigos fundamentales de disuasión, Lodo principio de sentido queda absorbido, todo des-
pliegue de lo real resulLa imposible.
La simultaneidad de dos acontecimientos enjulio de 1975 puede servir para ilustrar esto de
una forn1a sorprendente: el acoplamiento en el espacio de dos supersatélites, uno a1nericano y
otro ruso como apoteosis de la coexistencia pacífica, por un lado, y, por el otro, la s_upresión por
parle de los chinos de la escritura ideográfica y su conversión al alfabeLo romano. Este último
acontecimiento significa el establecimiento «orbital)) de un sisLema n1odelo abstracto de signos,
en cuya órbita se reabsorberán todas las formas, antaño singulares y significativas, de eslilo y
escritura. La satelización de su lengua: este es el camino por el que los chinos han ingresado en
el sistema de coexistencia pacífica, que en el mis1no instante quedó inscrito en su cielo por el
acoplamiento de los dos satélites. El vuelo orbital de los Dos Grandes, la neutralización y la
homogeneización de todos en la Tierra.
Sin embargo, a pesar de esta disuasión mediante la autoridad orbital -el código nuclear
o molecular- los acontecimientos continúan al nivel del suelo, los contratiempos son cada vez
más numerosos, a pesar del proceso global de contigüiflad y simultaneidad de información.
Pero, sutilmente, estos acontecimientos dejan de tener sentido; ya no son más que el efecto
doble de la simulación en su punto culminante. El mejor ejemplo es el de la guerra de Viet-
nam, ya que tuvo lugar en la intersección de una apuesta máximamente histórica o «revolu-
cionaria}) con la aparición de esta autoridad disuasoria. ¿Qué sentido tuvo esta guerra, si no
fue el de sellar el final de la historia en el acontecimiento culminante y decisivo de nuestro
tien1po?
¿Por qué una guerra tan difícil, larga y ardua se desvaneció de la noche a la mañana como
por arte de magia?
;,Por qué la derrota americana (el mayor revés de su historia) no tuvo ninguna repercu-
sión interna? Si de verdad significó el fracaso de la estrategia planetaria de los Estados Unidos,
necesariamente tuvo que perturbar el equilibrio interno del sistema político nortean1ericano.
Pero no ocurrió nada parecido.
Por tanto, lo que sucedió fue algo 'diferente. En última instancia esta guerra fue sólo
un episodio crucial de una coexistencia pacífica. Marcó la incorporación de China a la co-
existencia pacífica. El afianzamiento y la concreción de la no intervención china, larga-
mente codiciada, el aprendizaje por parte de China de un 1nodus vivendi global, el tránsi-
to de una estrategia de revolución n1undial a un plan de repartición de fuerzas e imperios,
el paso de una alternativa radical a la alternancia política en un sistema ya casi asentado
(la normalización de las relaciones Pekín-Washington): todo esto estaba en juego en la gue-
rra de Vietnam y, en este sentido, los Estados Unidos se retiraron de Vietnam, pero gana-
ron la guerra.
Y la guerra llegó «espontáneamente>> a su fin cuando se alcanzó el objetivo. Esta es la razón
de que la desmovilización y el final de la escalada se produjeran tan fácilmente.
Los efectos de esta misma re1nodelación se pueden leer sobre el terreno. La guerra duró
mientras quedaron en pie elementos irreductibles a una política sana y a una disciplina de
poder, aunque fu~ra comunista. Cuando, finalmente, la guerra pasó de manos de la resistencia
a las tropas regulares del Norte, pudo por fin detenerse: había logrado su objetivo. Así pues,
se trataba de una cuestión de relevo político. Cuando los vietnamitas demostraron que ya no
LA PRECESIÓ:-.:: DE LOS SIMULACROS
279
eran los portadores de una subversión impredecible, se les pudo entregar el relevo. Que se
tratara de un orden comunista no era una cuestión de fundamental gravedad: había probado
que se podía confiar en el. Era incluso más eficaz que el sistema capitalista a la hora de liquidar
precapitalistas «primitivos}) y estructuras obsoletas.
El mismo guión que en la guerra de Argelia.
~l otr~ aspecto de esta guerra, y de todas las guerras desde aquella, consiste en que tras
la v1olenc1a armada, tras el antagonismo criminal entre adversarios -que parece ser una
cuestión de vida o muerte y que como tal se escenifica (de otro modo no se podría tnandar a
la gente a ser masacrada en este tipo de conflictos), tras este sin1ulacro de lucha a muerte y de
crueles apuestas globales, los dos adversarios se oponen como un solo hombre a esa otra cosa
i~nombrada, jamás mencionada, cuyo resultado objetivo en la guerra, con la misma compli~
c1dad por parte de ambos adversarios, es el exterminio total. Lo que debe aniquilarse son
las estructuras tribales, comunales o precapitalistas, todas las formas de intercambio, len-
guaje Yorganización sin1bólica. Su asesinato es el fin de la guerra -y en su inmensa y espec-
tacular estratagema de muerte, la guerra es sólo un medio para este proceso de racionaliza-
ción terrorista de lo social- el honlicidio a través del cual puede fundarse la socialidad sin
que importe que su orientación sea comunista o capitalista-. Hay una total complicidad ~n la
~i~isión del trabajo entre los dos adversarios (que pueden llegar a realizar gigantescos sacri-
f1c1os por esta causa) con el fin de alcanzar la remodelación y la domesticación de las rela-
ciones sociales.
«A los norvietnamitas se les aconsejó que dieran su aprobación a la escenificación de la
liquidación de la presencia americana a través de la cual, naturalmente, el honor quedaría pre-
servado.})
La escenografía: el bombardeo, extremadamente duro, de 1-Ianoi. La naturaleza intolerable
d~ ~ste bomba~deo no debería ocultar el hecho de que se trataba sólo de un simulacro que per-
mitiera a los vietnamitas presentar la apariencia de aceptar un con1promiso y a Nixon hacer
traga~ a .los americanos la retirada de sus fuerzas. El juego ya estaba ganado, lo único que esta-
ba objetivamente en cuestión era la credibilidad del montaje final.
Los partidarios de la moral de la guerra, los campeones de los exaltados valores de la gue-
rra, no deben preocuparse demasiado: una guerra no es menos atroz por el hecho de ser u_n
mero simulacro -Ja carne sufre exactamente lo mismo, y los ex-combatientes 1nuertos cuentan
igual que en otras guerras. Este objetivo siempre se cumple ampliamente, del mism_o modo que
el de la división de territorios y el de la socialización disciplinaria. Lo que ya no exisle es la
aversión de los adversarios, la realidad de las causas antagónicas, la seriedad ideológica de
la.guerra -~ampoco la realidad de la derrota o la victoria, ya que la guerra es un proceso cuyo
triunfo reside mucho más allá de estas apariencias-.
En cualquier caso, la pacificación (o disuasión) que nos domina hoy en día está más allá de
la paz Y~e la ~erra, ~e la equivalencia simultánea de guerra y paz. «La guerra es la paz}) dijo
Orwell. famb1en aqu1 los dos polos diferenciales implosionan uno sobre el otro, o se reciclan
recíprocamente -una simultaneidad de contradicciones que es tanto la parodia como el fin de
toda dialéctica. Así, es posible pasar por alto la verdad de Ja guerra: a saber, que terminó
~ucho antes de alcanzar su conclusión, que en su misma semilla, la guerra había llegado a su
fin Yque, tal vez, ni siquiera había comenzado. Muchos otros acontecimientos parecidos
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  • 1. ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD Nuevos planteamientos en tomo a la representación Brian Wallis (ed.) Akal /Arte Contemporáneo
  • 2. 252 ARTE DESPUÉS DE LA MODER'.!TDAD de los contrabandistas y del poder militar-industrial, y de la más pura y religiosa-me gustaría decir "utópica"-Esperanza. La «búsqueda de lo narrativo», para usar la expresión de Todo- rov1 es aquí, de una manera muy característica, la búsqueda del Grial: y, por otra parte, el extravagante héroe de los SLrugatsky -un tipo marginal y tan «antisocial» como imaginarse pueda: una especie de equivalente soviético de los héroes del gueto o de los anti-héroes contra- culturales de nuestra propia tradición- posiblemente nos resulta una figura más simpática y humana que el inocente místico pasivo-contemplativo de Le Guin. Así pues, Roadside Picnic, cuya producción narrativa está determinada por la imposibilidad estructural de producir ese mismo texto utópico en el que, no obstante, se convierte milagrosamente, es tan auto-referen- cial como The Lathe ofHeaven. Sin embargo, lo que nos debe cautivar de este texto -un colla- ge de documentos formalmente ingenioso, un enigmático cruzamiento entre personajes sin rela- ción en el espacio social y temporal, una confirmación desoladora de la inextricable relación que une la búsqueda utópica con el crimen y el sufrimiento, cuyo clímax tiene lugar con la venganza y asesinato de un joven idealista e inocente simultánea a la aparición del Grial- es el inesperado surgimiento, como si se encontrara más allá de «la pesadilla de la Historia» y pro- cediera de los más arcaicos anhelos de la raza humana, del imposible e inexpresable impulso utópico, aquí, no obstante, vislumbrado por un breve lapso de tiempo: «iFelicidad para todos! ... iFELICIDAD PARA TODOS, GRATIS, YNADIE QUEDARÁ INSATISFECHO!». Más adelante, los Strugatsky echaron a perder su novela convirtiéndola en un torpe guión alegórico para la película de Tarkovsky, Stalker, transformando, en el proceso, al héroe-esta- fador en un lúgubre remedo de Cristo. Esta adaptación, sin embargo, tuvo el mérito de poner de manifiesto más claramente los rasgos distópicos del texto: en particular la relación, presen- te ya en la versión novelística, entre gratificación y sacrificio. Incluso para alcanzar el Grial milagroso hay que cometer un asesinato {en este caso, la venganza-asesinato, a manos del héroe, del hijo de su rival). No es de extrañar, entonces, que en la película uno de los protagonistas trate de volar toda la zona (con una bomba atómica portátil), con el objeto de erradicar la Esperanza {y con ella la violencia que ahora se le atribuye al proyecto utópico -o lo que pre- sumiblemente es lo mismo, al socialismo-). Aun así, este mensaje post-utópico no tiene en cuen- ta el «significado antitético de las palabras primarias» de Freud, e incluso me atrevería a suge- rir que la intensidad misma de su asalto a la idea utópica tiene el resultado inesperado de reinventarla para nosotros. 15 Tzvetan TODOROV, The Poetic.~ ofProse, tra<l. Richar<l llowanl, lthaca, N. Y., Cornell Universtiy Press, 1977. LA PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS* jean Baudrillard El sirnulacro nunca es lo que oculta la verdad - es la verdad la que oculta que no hay ninguna. El silnulacro es verdadero. Eclesiastés Si hemos podido tomar como la más hermosa de las alegorías de la simulación el cuento de Borges en el que los cartógrafos del Imperio trazan un mapa tan detallado que termina por recubrir exactamente la totalidad del territorio (pero donde la decadencia del Imperio ve cómo este mapa se hace pedazos para acabar convertido en una ruina, unos pocos jirones aún per- ceptibles en los desiertos-la belleza metafísica de esta ruinosa abstracción como testimonio del orgullo imperial, pudriéndose como despojos, retornando a la sustancia de la tierra, del mismo modo en que un doble envejecido termina por confundirse con la cosa real)- es que este cuen- to, para nosotros, ha descrito un círculo y ha vuelto al punto de partida, de modo que ahora ya sólo posee el discreto encanto de los simulacros de segundo orden1• Hoy en día, la abstracción ya no es la del mapp, el doble, el espejo o el concepto. La simu- lación ya no es la del territorio, la entidad referencial o la sustancia. Es la generación por me- dio de modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa, ni tampoco lo sobrevive. En lo sucesivo será el mapa el que preceda al te1~ritorio -PRE - CESIÓN DE LOS SIMULACROS- es el mapa el que engendra el territorio y si hoy tuviéramos que actualizar la fábula, serían los jirones del territorio los que se pudrirían len- tamente sobre el mapa. Son los vestigios de lo real, y no del mapa, los que subsisten aqlÚ y allá en unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino los nuestros: El desierto de lo real. De hecho, incluso invertida, la fábula es inutilizable. Tal vez sólo queda la alegoría del Imperio. Pues cuando los simuladores de hoy intentan hacer coincidir lo real, todo lo real, con sus modelos de simulación, lo hacen con el mismo imperialismo. Sin embargo, ya no se trata de una cuestión de mapas, ni tampoco de territorios. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre uno y otro en Publicado originalmcnlc en Art & Text 11 (septiembre, 1983), pp. 3-47; disponible también en Jcan BAU- DRILLARD, Si1nulation.~, trad. ing. Paul Foss y Paul Pallon, Nueva York, Se1niotext(e), 1983. 1 Cf. .Tcan BAUDRILLARD, L'échange sy1nbolique e_t la 1nort («L'ordrc des simulacres» ), París, Gallimard, 1975 [ed. cast.: El intercarnbio sinib6lico y la muerte, trad. Carmen Rada, Caracas,-MonLe Ávila, 1980].
  • 3. 254 ARTE DESPUÉS DE LA ~!ODERNIDAD la que residía el encanto de la abstracción. Es la diferencia la que conforma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. Lo imaginario de la repre- sentación, que culmina y naufraga a la par en el loco proyecto de una coextensividad ideal entre el mapa y el territorio que abrigan los cartógrafos, desaparece con la simulación-cuya operación es nuclear y genética y no ya especular y discursiva. Con él se esfuma Loda la metafísica. No más espejo del ser y de las apariencias1 de lo real y su concepto. No más coextensividad imaginaria: a cambio, la miniaturización genética es la dimensión de la simulación. Lo real se produce a partir de unidades miniaturizadas, de matrices, de bancos de memoria y modelos de órdenes -de este modo puede reproducirse un número infinito de veces. Ya no tiene porqué ser racional, puesto que ya no se mide en función de instancia ideal o negativa alguna. No es más que algo operativo. De hecho, al no estar envuelto por lo imaginario ya no es ni siquiera real. Es algo hiperreal, el producto de una síntesis irradiante de modelos combinatorios en un hiperespacio sin atmósfera. En este tránsito a un espacio cuya curvatura no es ya la de lo real, ni la de la verdad, la era de la simulación comienza con la aniquilación de todos los referentes -o, peor aún: con su resu- rrección artificial en sistemas de signos, un material más dúctil que el sentido, en tanto que se presta a todos los sistemas de equivalencias, todas las oposiciones binarias, y toda álgebra com- binatoria. Ya no se trata de una cuestión de imitación, tampoco de repetición, ni siquiera de parodia. Se trata, más bien, de la substitución de lo real mismo por los signos de lo real, es decir, una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina descriptiva perfecta, programática, hiperestable que proporciona todos los signos de lo real y cortocircui- ta todas sus vicisitudes. Lo real ya nunca más tendrá que ser producido -esta es la función vital del modelo en un sistema de muerte o, más bien, de resurrección anticipada que ya no deja oportunidad alguna ni siquiera al acontecimiento de la muerte. Hiperreal de aquí en adelante, al abrigo de lo imaginario y de cualquier distinción entre lo real y lo imaginario, sólo deja espa- cio para la recurrencia orbital de modelos y la generación simulada de la diferencia. La divina irreferencia de las imágenes Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo pri- mero implica una presencia, lo segundo una ausencia. Pero la cuestión se complica, ya que simu- lar no es simplemente fingir: «Alguien que finge una enfermedad se puede limitar a meterse en la cama y hacer creer a los demás que está enfermo. Alguien que simula una enfermedad produce en sí mismo algunos de los síntomas» (Littré). Así pues, fingir o disimular deja intacto el principio de realidad: la diferencia siempre es clara, aunque esté enmascarada; en cambio la simulación supo- ne una amenaza para la diferencia entre «verdadero» y «falso», entre «real» e «imaginario», Cuando el simulador produce síntomas «verdaderos» lestá o no está enfermo? Objetivamente no puede tratársele como enfermo ni tampoco como no enfermo. La psicología y la medicina se detienen en este punto, frente a una verdad de la enfermedad que es, en adelante, inencontrable. Pues, si es posible «producir» cualquier síntoma y ya no puede aceptarse como un hecho natural, entonces toda enfermedad puede considerarse simulable y simulada, de manera que es la medi- cina misma la que pierde su sentido, ya que sólo sabe tratar enfermedades «verdaderas» con cau~ sas objetivas. El estudio de lo psicosomático se desarrolla en una doble dirección en los márge- nes del principio de enfermedad. En cuanto al psicoanálisis, se limita a transferir el síntoma del LA PRECESIÓN DE LOS S!ML'LACROS 255 orden orgánico al orden inconsciente: de nuevo, el último se tiene por verdadero, más verdadero que el primero -pero, ¿por qué habría la simulación de detenerse en el umbral del inconsciente? ¿por qué no va a poder el «trabajo» del inconsciente estar «producido» de la misma manera que cualquier otro síntoma de la medicina clásica? Los sueños ya lo están. El psiquiatra, claro está, proclama que «para cada forma de alienación mental existe un orden particular de sucesión de los síntomas, que el simulador desconoce, y en ausencia del cual el psiquiaLra malamente puede dejarse engañar». Esta afirmación.(que data de 1865) pretende salvar a toda costa el principio de verdad y escapar así al espectro que hace surgir la simulación-a saber, que la verdad, la referencia y las causas objetivas han dejado de existir. lCómo se enfrenta la medicina a algo que fluctúa en el límiLe de la enfermedad, en el límite de la salud, o con la reduplicación de la enfermedad en un discurso que ya no es ni verdadero ni falso? ¿Qué puede hacer el psicoanálisis con la repetición del discurso del inconsciente en un discurso de la simulación que nunca podrá ser desenmascarado, puesto que no es falso?2 lQué puede hacer el ejército con los simuladores? Tradicionalmente, los desenmascaraba y castigaba según un principio directo de identificación. Hoy en día, puede reformar a un simu- lador excelente como si fuera un homosexual, un enfermo del corazón o un loco «de verdad». Incluso la psicología militar reniega de las claridades cartesianas y duda a la hora de establecer la distinción entre lo verdadero y lo falso, entre el síntoma «producido)) y el síntoma auténti- co. «Si hace tan bien el papel de loco, es que debe estarlo». Y no se equivocan: en el sentido de que todos los lunáticos son simuladores, y esta falta de distinción es la peor forma de subver- sión. Contra ella la razón clásica se arma de todas sus categorías, pero esta misma subversión las desborda de nuevo, haciendo naufragar al principio de verdad. Fuera de la medicina y del ejército, los terrenos favoritos de la simulación, la cuestión remi- te a la religión y al simulacro de la divinidad: «Prohibí todo simulacro en los templos, porque la divinidad que anima la naturaleza no puede ser representada». De hecho, sí puede serlo, pero ¿en qué queda la divinidad cuando se revela en iconos, cuando se multiplica en simula- cros? lConservará su suprema autoridad, sólo que encarnada en imágenes, como una teología visible? ¿o se volatilizará en simulacros, que despliegan por separado su pompa y su poder de fascinación-la maquinaria visible de iconos sustituyendo a la pura e inteligible Idea de Dios? Esto es precisamente lo que temían los iconoclastas, cuya milenaria querella aún está en cierto modo vigente 3 • Su furia a la hora de destruir las imágenes surgía precisamente de que eran conscientes de la omnipotencia de los simulacros, de su facilidad para borrar a Dios de la cons- ciencia de los hombres y de la verdad aplastante y destructiva que sugieren: a saber, que en último término, nunca ha existido un Dios, que sólo los simulacros existen, que, en verdad, Dios mismo sólo ha sido su propio simulacro. Si hubieran creído que las imágenes sólo ocultaban o enmascaraban la idea platónica de Dios, no habría habido ninguna razón para destruirlas. Se puede vivir con la idea de una verdad distorsionada. Sin embargo, su desesperación metafísi- ca nacía de la idea de que las imágenes no ocultaban absolutamente nada, de que, de hecho, ni siquiera eran imágenes, tal como el modelo original las había fabricado, sino sólo perfectos 2 Y que no puede resolverse por 1nedio de la transforencia. Es el enredo de estos dos discursos lo que hace inlenninable al psicoanálisis. 3 Mario PERNIOJ,A, «leones, Visions, Simulacres», Traverses 10 (febrero, 1978), pp. 39-49, lrad. lVIichel Makarius.
  • 4. 256 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD simulacros, por siempre deslumbrantes en su propia fascinación. Y es esta muerte del referen- te divino la que debía exorcizarse a toda costa. Puede observarse que los iconoclastas, a quienes a menudo se acusaba de despreciar y negar las imágenes, eran quienes de verdad les aLribuían su valor real, a diferencia de los iconó- latras, que sólo veían en ellas meros reflejos y se contentaban con venerar a Dios de esta forma. Pero, por el contrario, también puede decirse que los iconólatras eran los espíritus más moder- nos y aventureros, pues bajo Ja idea de la aparición de Dios en el espejo de las imágenes, repre- sentaban ya su muerte y su desaparición en la epifanía de sus representaciones (que, como tal vez sabían, no representaban nada y no eran más que un juego, aunque se trataba, tal vez, del juego primordial-pues sabían Lambién que es peligroso desenmascarar las imágenes, ya que no hacen más que disimular el hecho de que no hay nada detrás de ellas). Este era el planteamiento de los jesuitas cuando basaban su política en la virtual desapari- ción de Dios y en la manipulación mundana y espectacular de las consciencias -el desvaneci- miento de Dios en la epifanía del poder- el final de la transcendencia, que deja de servir de coartada para una estrategia completamente libre de influencias y signos. Tras el barroco de las imágenes se esconde la eminencia gris de la política. Así pues, lo que siempre ha estado en juego es la capacidad letal de las imágenes, asesinas de lo real, asesinas de su propio modelo, tal como los iconos bizantinos podían matar a la iden- tidad divina. A esta potencia letal se opone la capacidad dialéctica de las representaciones en tanto que mediación visible e inteligible de lo Real. Toda la buena fe y la fe occidentales esta- ban comprometidas en esta apuesta de la representación: que un signo puede remitir a la pro- fundidad del significado, que un signo puede intercambiarse por el significado y que algo puede garantizar este intercambio -Dios, por supuesto. ¿pero qué ocurre si Dios mismo puede ser simulado, es decir, reducido a los signos que dan testimonio de su existencia? Entonces todo el sistema se vuelve ingrávido, queda convertido en poco más que un gigantesco simula- cro -no en algo irreal, pero sí en un simulacro, que ya no podl-á intercambiarse por lo que es real, sino que se cambiará por sí mismo, en un circuito ininterrumpido sin referencia ni cir- cunferencia. Esto es lo que ocurre con la simulación, en la medida en que se opone a la representación. Esta última surge del principio de que el signo y lo real son equivalentes (aun cuando esta equivalen- cia sea utópica, se trata de un axioma fundamental). Por el conlrario, la simulación parte de la utopía de este principio de equivalencia, de la radical negación del signo como valor, parle del signo como reversión y sentencia de muerte de toda referencia. Mientras que la representación trata de absorber la simulación interpretándola como falsa representación, la simulación envuel- ve todo el edificio de la representación tomándolo como simulacro. Las sucesivas fases de la imagen serían: - es el reflejo de una realidad de base. - enmascara y pervierte una realidad de base. - enmascara la ausencia de una realidad de base. - no mantiene ninguna relación con ningún tipo de realidad: es su propio y puro simulacro. En el primer caso, la imagen es una apariencia buena -la representación es del orden del sacramento-. En el segundo, es una apariencia mala -del orden del maleficio-. En el tercero, l.A PRECESIÓ'J DE LOS SI~1ULACROS 257 juega a ser una apariencia -es del orden del sortilegio. En el cuarto, ya no pertenece en modo alguno al orden de las apariencias, sino al de la simulación. La transición de los signos que disimulan algo a los signos que disimulan que no hay nada marca el punto decisivo. Los primeros implican una teología de la verdad y del secreto (a la que todavía pertenece la noción de ideología), mientras que los segundos inauguran una época de simulacros y simulación en la que ya no hay ningún Dios que reconozca a los suyos, ni tampo- co un juicio final que separe lo verdadero de lo falso, lo real de su resurrección artificial, pues- to que todo está ya muerlo y resucitado de antemano. Cuando lo real ya no es lo que solía ser, la nostalgia adquieretodo su significado. Hayuna pro- liferación de mitos de origeny signos de realidad; de verdad, objetividad y autenticidad de segun- da mano. Se produce una escalada de la verdad, de la experiencia vivida; una resurrección de lo figurativo donde el objeto y la sustancia han desaparecido. Una producción desquiciada de lo real y lo referencial por encima y en paralelo con el desquiciamiento de la producción material: así es como aparece la simulación en la fase que a nosotros nos concierne -una estrategia de lo real, neo-real e hiperreal, cuyo doble universal es una estrategia de disuasión. Ramsés o la resurreción de color de rosa La etnología estuvo a punto de hallar una muerte paradójica un día de 1971 en el que el gobierno de Filipinas decidió devolver a su estado primitivo a las escasas docenas de Tasaday descubiertos en lo más profundo de la jungla, donde habían permanecido durante ocho siglos, sin contacto con el resto de la humanidad, fuera del alcance de colonos, turistas y etnólogos. La iniciativa fue de los propios antropólogos, que veían a los nativos descomponerse inmedia- tamente con el contacto, como una momia al aire libre. Para que la etnología viva, su objeto debe morir. Pero este último se venga ya que muere. de haber sido «descubierto», y desafía con su muerte a la ciencia que pretendía aprehenderlo. lAca!:iO no vive loda ciencia en este paradójico talud al que está condenada por la evanes- cencia de su objeto en el proceso mismo de aprehensión y por el revés implacable que este obje- to muerto ejerce sobre ella? Como Orfeo, siempre se vuelve demasiado pronto hacia su objeto y, como Eurídice, éste siempre regresa al Hades. Fue contra este infierno de la paradoja contra el que los etnólogos querían protegerse acor- donando a los Tasaday en el interior de la selva virgen. Ya nadie podrá tocarlos: se clausura el yacimiento, como si de una mina se tratara. La ciencia pierde un capital valiosísimo, pero.el objeto queda a salvo-perdido para la ciencia,_pero intacto en su «virginidad>>-. No se trata de una cuestión de sacrificio (la ciencia nunca se sacrifica a sí misma; siempre ha sido la asesina), sino del sacrificio simulado de su objeto con la intención de salvaguardar su principio de rea- lidad. Los Tasaday, congelados en su hábitat natural, proporcionan una coartada perfecta, una garantía eterna. Llegados a este punto surge una anti-etnología inagotable de la que Jaulin, Cas- taneda y Clastres son algunos de sus exponentes. En cualquier caso, la evolución lógica de una ciencia consiste en el distanciamiento progresivo de su objeto hasta que llega a prescindir de él por completo: su autonomía se vuelve aún más fantástica cuando alcanza su forma pura. De este modo, el indio, devuelto de nuevo a su gueto, al ataúd de cristal de la selva virgen, se convierte en el modelo de simulación de todos los indios concebibles de antes de la etnología.
  • 5. 258 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD Esta última se permite así el lujo de encarnarse más allá de sí misma, en la realidad «bruta» de esos indios que ha reinventado por completo-salvajes que están en deuda con la etnología por seguir siendo salvajes: ivaya giro inesperado de los acontecimientos! iMenudo triunfo para esta ciencia que parecía dedicarse a su destrucción! Evidentemente, estos salvajes particulares son póstumos: congelados, esterilizados, prote- gidos hasta la muerte, se han transformado en simulacros referenciales, y la propia ciencia en una pura simulación. Lo·mismo ha ocurrido en Le Creusot, donde, en forma de exposición al aire libre, han «museificado» sobre el terreno, como testigos históricos de su época, barrios obreros enteros, zonas metalúrgicas en uso, una cultura completa que incluye hombres, muje- res y niños con sus gestos, lenguajes y costumbres -seres vivos fosilizados como en una ins- tantánea. El museo, en lugar de circunscribirse a un emplazamiento geométrico, está ahora en todas partes como una dimensión de la vida misma. Así la etnología, liberada de su objeto, dejará de estar acotada como una ciencia objetiva y particular para pasar a aplicarse a todas las cosas vivientes hasta volverse invisible, como una omnipresente cuarta dimensión, la del simulacro. Todos somos Tasaday. O indios que una vez más se han convertido en «lo que fue- ron» o, al menos, en lo que la etnología ha hecho de ellos -indios-simulacro que proclaman finalmente la verdad universal de la etnología-. Todos nosotros nos hemos convertido en especímenes vivientes bajo la luz espectral de la etnología-o de la anti-etnología, que no es más que la forma pura de la etnología triunfal-, bajo el signo de las diferencias muertas y de la resurrección de las diferencias. Así pues, es extre- madamente ingenuo ir a buscar la etnología entre los salvajes o en un tercer mundo cualquie- ra -la etnología está aquí, en todas partes, en las metrópolis, entre los blancos, en un mundo totalmente catalogado, analizado y posteriormente revivido artificialmente como si fuera real, en un mundo de simulación: víctima de la alucinación de la verdad, del chantaje de lo real, del asesinato y la retrospecciónhistórica (histérica) de toda forma simbólica-un asesinato cuyas primeras víctimas fueron, noblesse oblige, los salvajes, pero que hace ya mucho tiempo que se ha extendido a todas las sociedades occidentales. Pero en el mismo instante la etnología ofrece su única y última lección, el secreto que la mata (y que los salvajes entendieron mucho mejor): la venganza de los muertos. El conf_inamiento del objeto científico es el mismo que el de los locos y los muertos. Y así como la sociedad al completo está irremediablemente contaminada por el espejo de la locura que ella misma ha colocado frente a sí, la ciencia no puede evitar morir contaminada por la muerte del objeto que constituye su espejo invertido. Es la ciencia la que domina ostensiblemene su objeto, pero es este último el que la inviste profundamente, según una reversión inconsciente, al no pro- porcionar más que respuestas muertas y circulares a interrogaciones muertas y circulares. Nada cambia cuando la sociedad rompe el espejo de la locura (derriba los manicomios, devuelve la palabra a los locos, etc.), ni tampoco cuando la ciencia parece romper el espejo de su objetividad (borrándose a sí misma ante su objeto, como hace Castaneda, etc.) e inclinarse ante las «diferencias)>, Al encierro le sigue un aparato que asume una forma infinitamente difrangible, multiplicable. En el momento en que la etnología colapsa en su forma ins_titucio- nal clásica, sobrevive bajo la forma de una anti-etnología cuya tarea consiste en reinyectar una diferencia ficticia o salvaje-ría por doquier, con el fin de ocultar el hecho de que es este mundo, el nuestro, el que, a su manera, se ha vuelto salvaje de nuevo, es decir, ha quedado devastado por la diferencia y por la muerte. L,~ PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS 259 De igual modo, con el mismo pretexto de salvar lo original, se ha prohibido el paso a las cue- vas de Lascaux y se ha construido una réplica exacta a 500 m de distancia, de suerte que todo el mundo pueda verlas (se puede echar un vistazo por una mirilla a la gruta real y después visi- tar la reconstrucción). Es posible que la memoria misma de las cuevas originales se desva- nezca en las mentes de las generaciones futuras, pero de ahora en- adelante ya no existe dife- rencia alguna: la copia es suficiente para convertir a ambas en algo artificial. De la misma forma toda la ciencia y la tecnología se ha movilizado recientemente para sal- var la momia de Ramsés 11, tras haberla dejado deteriorarse, abandonada en los sótanos de un museo. Occidente cae presa del pánico ante la idea de no ser capaz de salvar lo que el orden simbólico ha podido preservar durante cuarenta siglos, aunque lejos de la luz y las miradas de los espectadores. Ramsés no significa nada para nosotros: sólo la momia posee un valor incal- culable, al ser la que garantiza que la acumulación tiene un sentido. Toda nuestra cultura line- al y acumulativa pod~ía fracasar si no logramos almacenar el pasado a plena luz. Con este fin es preciso arrancar a los faraones de sus tumbas y a las momias de su silencio. Con este fin h~y que exhumarlos y rendirles honores militares. Son víctimas de la ciencia y de los gusanos. Unica- mente el más absoluto de los secretos pudo garantizar su poder a lo largo de los milenios -su dominio sobre la putrefacción, que significaba un dominio sobre el ciclo completo de inter- cambio con la muerte. Nosotros Sabemos utilizar nuestra ciencia para reparar la momia, esto es, para restaurar un orden visible, mientras que embalsamar era un trabajo mítico, que apun- taba a la inmortalización de una dimensión oculta. Necesitamos un pasado visible, un continuum visible, un mito de origen visible que nos dé confianza en nuestros fines, ya que en última instancia nunca: hemos creído en ellos. De ahí la escena histórica de recepción'de la momia en el aeropuerto de Orly; lquizá porque Ramsés fue un gran déspota y un gran militar? Seguramente. Pero, sobre todo, porque el orden con el que sueña nuestra cultura, tras el poder difunto que intenta anexionarse, pudo no haber tenido nada que ver con ella; sólo sueña con él porque lo ha exterminado al exhumarlo como sifuera nuestro pasado. Estamos fascinados con Ramsés, igual que lo;cristianos del Renacimiento lo estaban con loS indios de América: esos seres (lhumanos?) que nunca habían oído la palabra de Cristo. Así, al comienzo de la colonización, se produjo un momento de estupor y asombro ante la posibilidad de escapar a la ley universal del evangelio. Se abrían dos posibilidade~: o bien se admitía que esta ley no era universal o bien se exterminaba a los indios para- eliminar las pruebas. Gene- ralmente bastaba con convertirlos, o sencillamente con descubrirlos, para que su lento exter- minio quedara garantizado. De esta forma, habría bastado con exhumar a Ramsés para asegurar su exterminio mediante su museificación. En efecto, a las momias no las consumen los gusanos: mueren en el traslado de un orden simbólico duradero, que domina sobre la muerte y la putrefacción, al orden de la historia, la ciencia y los museos -nuestro orden, que ya no domina sobre nada, puesto que sólo sabe condenar a sus predecesores a la muerte y la podredumbre para que, a continuación, la ciencia pueda resucitarlos. Una violencia irreparable contra todos los secre- tos, la violencia de una civilización sin secretos. El odio de toda una civilización hacia sus pro- pios fundamentos.
  • 6. El presidente Ronald Reagan se dirige a los asistentes a la Convención Nacional Republicana en Dallas, el 22 de agosto de 1984, a través de un circuito cerrado de televisión. El titular de The New York Times rezaba: «El presidente Y Mrs, Reagan aprovechan la tecnología audiovisual» (fotografía: Paul Hosefros/The New York Times). l LA l'RECESTÓN DE LOS SIMULACROS 261 Yal igual que la etnología juega a renunciar a su objeto para establecerse mejor en su: forma pura, así la museificación no es más que otra vuelta en la espiral de la artificialidad. Valga Como testimonio el clauslro de San Miquel de Cuixa, que va a ser repatriado con grandes gastos desde los Cloisters de Nueva York para ser instalado de nuevo en su «emplazamiento original». Y se supone que todo el mundo aplaudirá esta resLitución (como en la «Campaña experimental para recuperar las aceras)) en los Campos Elíseos). Sin embargo, si bien es verdad que la exportación de cornisas fue un acto arbitrario, y si los Cloisters de Nueva York no son, realmente, más que un mosaico artificial de todas las culturas (según una lógica de la centralización capitalista del valor), la posterior reimportación al lugar de origen resulta aún más artificial: es un simula- cro total cuyo vínculo con la realidad depende de una circunvolución completa. El claustro debería permanecer en Nueva York, en su entorno simulado, que, al menos, no engaña a nadie. La repatriación no es más que un subterfugio suplementario que pretende hacer como si nada hubiera sucedido y permite complacerse en una alucinación retrospectiva. De la misma manera los americanos se felicitan a sí mismos por haber devuelto a los indios a lo que eran antes de su conquista. Se borra todo, pero sólo para comenzar de nuevo. Presumen incluso de haber logrado que estén en mejores condiciones que antes, de qu~ hayan sobrepasado el número de su población original. Esto se presenta como una prueba de la superioridad de la civilización, que produce más indios de los que ellos eran capaces de pro- ducir por sí solos. Por una siniestra burla, esta sobreproducción es aún otra forina de destruc- ción: la cultura india, como todas las culturas tribales, descansa sobre la limitación del grupo y la prohibición de cualquier crecimiento «sin control», como puede observarse en el caso de Ishi. La «promoción» demográfica, por tanto, no es sino un paso más en la aniquilación simbólica. También nosotros vivimos en un universo que, por todas partes, es extrañamente parecido- al original-las cosas están aquí duplicadas por su propia puesta en escena. Pero este doble no significa, como en el folclore, la inminencia de la muerte-están liberadas de su muerte, están incluso mejor que en vida; más sonrientes, más auténticas, a la luz de su modelo, como los ros- tros en los velatorios de las funerarias. Hiperreal e imaginario Disneylandia es un modelo perfecto para todos los órdenes de simulación entrecruza- dos. Para empezar, es un juego de ilusiones y fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo Futuro, etc. Se supone que es este mundo imaginario el que hace que la empresa sea un éxito, pero lo que más atrae a la muchedumbre es, sin duda, el microcosmos social, el goce miniaturizado y religioso de la América real en sus placeres y sus inconvenientes. Aparcas fuera, haces cola dentro y te encuentras completamente abandonado a la salida. En este mundo imaginario la única fantasmagoría reside en el calor y el afecto de las masas y en el excesivo número de dispositivos utilizados específicamente para mantener el afecto multi- tudinario. El contraste con la absoluta soledad del aparcamiento -un verdadero campo de concentración- es total. O mejor aún: dentro, una gama completa de dispositivos magneti- zan a la multitud en flujos dirigidos -fuera, la soledad está orientada a un único dispositivo: el coche. Por una coincidencia extraordinaria (que, sin duda alguna, pertenece al encanta-
  • 7. 262 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNlDAD miento peculiar de este universo), este mundo infantil congelado fue concebido y realizado por un hombre que se encuentra actualmente congelado: Walt Disney, que espera su resu- rrección a 180 grados bajo cero. En Disneylandia puede recorrerse el perfil objetivo de América, incluida la morfología de los individuos y de la muchedumbre. Se exaltan allí todos sus valores, en miniatura y en forma de tira cómica. Embalsamados y pacificados. De ahí la posibilidad de un análisis ideológico de Disneylandia (Louis Marin lo ha llevado a cabo correctamente en Utopies, jeux d'espaces): compendio del «American way of life», panegírico de los valores ameri- canos, transposición idealizada de una realidad contradictoria. Sin duda. Pero todo esto oculta algo más, y este manto «ideológico» sirve para recubrir una simulación de tercer orden: Disneylandia existe para ocultar el hecho de que es el país «real>>, toda la América «real», la que es Disneylandia (así como las prisiones existen para ocultar el hecho de .que es lo social en su conjunto, en su banal omnipresencia, lo que es carcelario). Disneylandia se presenta como algo imaginario con el objeto de hacernos creer que el resto es real, cuan- do, de hecho, sus alrededores, Los Ángeles, América, no es real, sino que pertenece al or- den de lo hiperreal y la simulación. Ya no se trata de la falsa representación de la realidad (ideología), sino de ocultar el hecho de que lo real ya no es real, salvando así el principio de realidad. Lo imaginario de Disneylandia no es verdadero ni falso; es una máquina disuasoria montada con el fin de rejuvenecer en sentido contrario la ficción de lo real. De ahí la de- bilidad, la degeneración infantil de esta imaginería. Se supone que es un mundo infantil, para así hacernos creer que los adultos pululan en el mundo «real», ocultando el hecho de que el infantilismo auténtico está en cualquier lugar, en especial entre esos adultos que van allí a hacerse los niños con la intención de abrigar ilusiones acerca de su verdadero infan- tilismo. Además, Disneylandia no es un ejemplar único. Enchanted Village, Magic Mountain, Mari- ne World: Los Ángeles está completamente rodeado de estas «Centrales imaginarias» que sumi- nistran realidad, realidad-energía, a una ciudad cuyo misterio estriba precisamente en no ser nada más que una red de circulación irreal interminable -una ciudad de proporciones fabulo- sas, pero sin espacio ni dimensiones-. Al igual que las centrales eléctricas o nucleares, al igual que los estudios de cine, esta ciudad, que no es más que un gigantesco escenario y una película en perpetuo movimiento, necesita este viejo maquillaje imaginario de signos infantiles y fan- tasmas falsificados para su sistema nervioso simpático. Hechizo político Watergate. Guión idéntico al de Disneylandia (un efecto imaginario que oculta que la rea- lidad ya no existe ni dentro ni fuera de los límites del perímetro artificial): aunque en este caso se trata de un efecto del escándalo que oculta que no existe diferencia entre los hechos y su denuncia (la CIA y los periodistas del Washington Post emplean métodos idénticos). La misma operación, sólo que en esta ocasión se utiliza el escándalo como medio para regene- rar un principio moral y político, lo imaginario como medio para regenerar un principio de realidad en apuros. LA PRECESIÓN DE LOS SDlllLACROS 263 La denuncia del escándalo siempre rinde un homenaje a la ley. Y el mayor triunfo del Watergate fue imponer la idea de que el Watergate era un escándalo -en este sentido, no fue sino una extraordinaria operación de intoxicación-. La reinyección de una buena dosis de mora- lidad política a escala global. Podría decirse con Bourdieu que: «El rasgo específico de toda relación de fuerzas consiste en disimular su propia naturaleza, y en adquirir toda su fuerza del mero hecho de estar así disimulada)), entendiéndolo así: el capital, que es inmoral y carece de escrúpulos, sólo puede funcionar tras una superestructura moral, y quien quiera que contri- buya a regenerar esta moralidad pública (mediante indignación, denuncia, etc.) estará pro- moviendo espontáneamente el orden del capital, tal como hicieron los periodistas del Was- hington Post. Pero esta es aún la fórmula de la ideología, de modo que cuando Bourdieu la enuncia sigue tomando «relación de fuerzas» como la verdad de la dominación capitalista, y sigue denun- ciando esta relación de fuerzas como si ella misma fuera un escándalo -Bourdieu ocupa, en consecuencia, la misma posición determinista y moralista que los periodistas del Washington Post-. Desempeña la misina t~rea de purgar y vivificar el orden moral, un orden de verdad en el que se engendra la genuina violencia simbólica del orden social, más allá de todas las rela- ciones de fuerzas, que no son más que su configuración indiferente y cambiante en la cons- ciencia moral y política de los hombres. Todo cuanto el capital nos pide es que lo recibamos como racional o que lo combatamos en nombre de la racionalidad, que lo aceptemos como moral o que lo ataquemos en nombre de la moralidad. Ambas opciones son idénticas, lo que significa que pueden leerse de otra manera: antes la tarea consistía en disimular el escándalo; hoy la tarea consiste en ocultar que no lo hay. Watergate no es un escándalo: esto es lo que es necesario decir a toda costa, puesto que es lo que todo el mundo pretende ocultar. Este disimulo ellmascara un refuerzo de la mo- ralidad, un pánico moral a la hora de enfocar la (puesta en) escena primaria del capitalis- mo: su crueldad instantánea, su incomprensible ferocidad, su inmoralidad fundamental -he aquí lo escandaloso, lo inaceptable en ese sistema de equivalencia moral y económica que permanece como axioma del pensamiento 1 de izquierdas desde la Ilustración hasta el comunismo'.. Al capital le importa un bledo la idea del contrato que se le atribuye -es sólo una empresa monstruosa y sin principios, nada más-. Es más bien el pensamiento «ilustra"' do» el que trata de dominar al capital imponiéndole reglas. Y todas las recriminaciones que han reemplazado al pensamiento revolucionario en. los últimos tiempos se reducen a re- procharle al capital el no haber seguido las reglas del juego. «El poder es injusto, su justi- cia es una justicia de clase, el capital nos explota, etc.» -como si el capital estuviera vincu- lado por un contrato a la sociedad que gobierna. Es la izquierda la que le pone delante el espejo de la equivalencia, con la esperanza de que el capital pique el anzuelo de este es- pectro del contrato social y cumpla su obligación para con la sociedad entera (al mismo tiempo, ya no hace falta la revolución: basta con que el capital acepte la fórmula racional del intercambio). El capital, de hecho, nunca ha estado vinculado por un contrato a la sociedad sobre la que domina. Es una hechicería de la relación social, es un desafío a la sociedad y como tal debe ser contestado. No es un escándalo que deba denunciarse según una racionalidad moral y económica, sino un desafío al que hacer frente según la ley simbólica.
  • 8. 264 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNlDAD La negatividad en forma de espiral de Moebius De ahí que el Watergate no haya sido más que una trampa montada por el sistema para atra- par a sus adversarios -una sin1ulación de escándalo con fines regeneradores. Esto es lo que encarnaría el personaje conocido como «Garganta Profunda», de quien se ha dicho que es una eminencia gris republicana que habría manipulado a los periodistas de izquierdas para deshacerse de Nixon -y ¿por qué no?-1bdas las hipótesis son posibles, aunque esta última es superflua: la izquierda ha llevado a cabo perfectamente, y de forma espontánea, el trabajo de la derecha. Además, sería ingenuo descubrir una buena consciencia amarga actuando aquí, ya que la derecha también desempeña esponLáneamente la tarea de la izquierda. Todas las hipó- tesis de manipulación son reversibles en un torbellino sin fin, ya que la manipulación es una causalidad fluctuanle donde la positividad y la negatividad se engendran y se superponen mutuamente, donde ya no hay activo ni pasivo. Sólo estableciendo un punto de detención arbi- trario a este torbellino causal podrá salvarse un principio de realidad política. La credibili- dad política Qunto con, naturalmente, el análisis «objetivo)), la lucha, etc.) sólo puede mante- nerse mediante la simulación de un campo de perspectiva convencional, limitado, en el que las premisas y las consecuencias de cualquier acto o evento puedan calcularse. Pero si se concibe el ciclo completo de cualquier acto o evento en un sistema donde ya no existe la continuidad lineal ni la polaridad dialéctica, en un campo trastocado por la simulación, entonces toda la determinación se evapora, todo acto se interrumpe al final del ciclo habiendo beneficiado a todo el mundo y habiéndose dispersado en todas las direcciones. Una bomba en Italia, ¿es la obra de extremistas de izquierdas o una provocación de la extre- ma derecha, o quizá un_ montaje de los centristas para desprestigiar todo acto terrorista y para consolidar su poder debilitado, o incluso un montaje policial para llamar la atención sobre temas de seguridad pública? Todas estas alternativas son igualmente ciertas, y la búsqueda de pruebas, de la objetividad de los hechos, no es capaz de contener esta vorágine de interpreta- ciones. Nos encontramos en el interior de una lógica de la simulación que no tiene nada que ver con una lógica de hechos ni con un orden de razones. La simulación se caracteriza por una precesión del modelo, de todos los modelos, sobre el hecho más nimio -los modelos llegan pri- mero y su circulación orbital (como la de la bomba) constituye el auténtico campo magnético de los eventos. Los hechos dejan de tener una trayectoria propia, surgen en la intersección de los modelos; un hecho único puede haber sido engendrado por el concurso de todos los modelos. Esta anticipación, esta precesión, este cortocircuito, esta confusión del hecho con su modelo (nada de divergencias de sentido, nada de polaridad dialéctica, nada de electricidad negativa ni de implosión de los polos) es lo que hace que siempre sean válidas todas las interpretaciones posibles, incluso las más contradictorias -todas son verdaderas, en el sentido de que su ver- dad es intercambiable, a imagen del modelo del que proceden, en un ciclo generalizado. Los comunistas atacan al partido socialista como si quisieran minar la unidad de la izquier- da. Sancionan la idea de que sus reticencias provienen de una exigencia política más radical. De hecho, se trata de que no quieren el poder. ¿Pero no lo desean en esta coyuntura porque es desfavorable para la izquierda en general, o porque es desfavorable para ellos dentro del marco de la unidad de la izquierda-o quizá no lo desean por definición? Cuando Berlinguer afirma: «No debe asustarnos la idea de ver a los comunistas alcanzar el poder en Italia)), esto significa simultáneamente: LA PRECESIÓN DE LOS SJl>lllLACROS 265 - que no hay nada que temer puesto que los comunistas, si llegan al poder, no modificarán el funcionamiento capitalista fundamental, _ que no hay peligro de que lleguen siquiera a tomar el poder (puesto que no lo desean)-y que incluso si lo tomaran, sólo lo ejercerían por delegación, - que en realidad el poder, el genuino poder ya no existe y, por tanto, ya no hay peligro de que nadie pueda tomarlo, - aún más: Yo, Berlinguer, no temo ver cómo los comunistas toman el poder en Italia-lo que podría parecer evidente, pero no lo es tanto dado que - esto también puede significar lo contrario (no hace falta recurrir al psicoanálisis aquí): Temo que los comunistas Lomen el poder (y con buenas razones, incluso para un comunista). Todo lo anterior es verdadero simultáneamente. Este es el secreto de un discurso que ya no es sólo ambiguo, como puede serlo todo discurso político, sino que expresa la imposibilidad de una determinada posición de poder, la imposibilidad de una determinada posición del discur- so. Y esta lógica no pertenece a ningún partido en particular; atraviesa transversalmente todos los discursos, aún en contra de su volun~ad. ¿Quién podrá des.hacer este embrollo? El nudo gordiano, por lo menos, podía cortarse. Como ocurre con la cinta de Moebius, cuando se parte en dos, resulta una suerte de hecho, sin que exista la posibilidad de restablecer la diferenciación de sus superficies (he aquí la conti- nuidad reversible de las hipótesis). El infierno de la simulación no es ya el de la tortura, sino el de la torsión sutil, maléfica, elusiva del senLido4 -donde incluso los condenados en el proce- so de Burgos fueron un regalo de Franco a la democracia occidental, que halló así la ocasión de regenerar su languideciente humanismo; pero además, ¿no ayudó la indignada protesta de los demócratas a consolidar el régimen de Franco al unir a las masas españolas contra la inter- venció:ri extranjera?, (.dónde está la verdad en todo esto cuando todas las complicidades se entretejen de manera asombrosa sin que ni siquiera sus autores lo- sepan? La conjunción del sistema y de su alternativa más opuesta como dos extremos de un espejo cur- vado, la «viciosa>> curvatura de un espacio político/ de ahora en adelante magnetizado, circular y reversible de derecha a izquierda, nna torsión que es como la del geniO malvado de la conmutación, el sistema completo, la infinitud del capital replegada sobre su propia superficie: ¿transfinita? ¿y acaso no ocurre lo mismo con el deseo y con el espacio libidinal? La conjunción de deseo y valor, de deseo y capital. La conjunción del deseo con la ley -goce y metamorfosis últimos de la ley (motivo por el cual recibe tan buena acogida en todo momento): sólo el capital goza, afirmaba Lyotard, antes de llegar a pensar que nosotros gozamos en el capital. La arrolladora versatilidad del deseo en Deleuze, m1a inversión enigmática que lleva al deseo, que es «revolucionario por sí mismo, casi de forma involuntaria, con sólo querer lo que quiere», a querer su propia represión y a investir sis- temas paranoicos y fascistas. Una torsión maligna que reduce esta revolución del deseo a la misma ambigüedad fundamental que la otra revolución, la revolución histórica. Todos los referentes entremezclan sus discursos en una compulsión circular, moebiana. No ha pasado mucho tiempo desde que el sexo y el trabajo eran términos radicalmente opuestos: ·1 Esto no tiene por qué provocar una desaparición del sentido, sino, u lo sumo, ufta realización i1nprovisa~ da del sentido, del sinsentido, o de diversos sentidos sin1ultáneos y mutuamente excluyentes.
  • 9. 266 ARTE DESPUÉS DE LA ~10DERN!.DAD hoy, en cambio, ambos se han disuelto en el mismo tipo de exigencia. Antiguamente el discurso de la historia extraía su fuerza de su oposición al discurso de la naturaleza, el discurso del deseo de su oposición al del poder -hoy intercambian sus significantes y sus escenarios. Nos ocuparía demasiado tiempo recorrer el abanico completo de negatividad operativa, de todos los escenarios de disuasión que, como el Watergate, intentan regenerar un principio mori- bundo mediante escándalos, fantasmas y asesinatos simulados -una suerte de tratamiento hor- monal a base de negatividad y crisis. Se trata siempre de una cuestión de probar lo real por medio de lo imaginario, la verdad por medio del escándalo, la ley por medio de la transgresión, el trabajo mediante la huelga, el sistema con la crisis y el capital con la revolución, así como se probó la etnología despojándola de su objeto {los Tasaday), y todo ello por no hablar de: - probar el teatro con el antiteatro. - el arte con el antiarte. - la pedagogía con la antipedagogía. - la psiquiatría con la antipsiquiatría, etc., etc. Todo se metamorfosea en su forma inversa con el objeto de'perpetuarse en su forma purgada. Todas las formas de poder, todas las instituciones hablan de sí mismas por negación, con el fin de intentar escapar, mediante la simulación de la muerte, a su agonía real. El poder puede escenifi- car su propio asesinato para redescubrir un resquicio de existencia y legitimidad. Así ocurre eon los presidentes norteamericanos: los Kennedy fueron asesinados porque aún poseían una dimen- sión política. Otros, como Johnson, Nixon o Ford, sólo tuvieron derecho a atentados de mentiriji- llas, a asesinatos simulados. Pero, no obstante, necesitaban ese aura de amenaza artificial para ocultar que no eran más que maniquíes del poder. Antiguamente, el rey (también el dios) tenía que morir-en ello residía su fuerza. Actualmente, se esfuerzan miserablemente en fingir su muer- te con la intención de preservar así la bendición del poder. Pero incluso ésta se ha esfumado. Buscar sangre fresca en su propia muerte, renovar el ciclo a través del espejo de la crisis, la negatividad y el anti-poder: he aquí la coartada única de todo poder, de toda institución que trate de romper el círculo vicioso de su irresponsabilidad y de su fundamental inexistencia, de sus déjU-vu y sus déjd-mort. La estrategia de lo real La imposibilidad de escenificar una ilusión es del mismo orden que la imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de realidad. La ilusión ya no es posible puesto que lo real ha dejado de ser posible. Es el problema político global de la parodia, de la hipersimulación o simulación ofensiva lo que aquí se plantea. Por ejemplo: sería interesante estudiar si el aparato represivo no reaccionaría más violen- tamente ante un atraco simulado que ante uno real. El último únicamente afecta al orden de cosas, al derecho de propiedad, mientras que el primero interfiere con el principio mismo de realidad. La transgresión y la violencia son menos graves, ya que sólo ponen en cuestión la distribución de lo real. La simulación es infinitamente más peligrosa, puesto que sugiere, más allá de su objeto, que la ley y el orden mismos podrían no ser nada más que una simulación. 1 _l LA PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS 267 Pero la dificultad es proporcional al peligro. lCómo fingir un delito y probar que era fingi- do? Pruebe a simular un robo en unos grandes almacenes: lcómo convencerá al guardia de seguridad de que se trataba de un robo simulado? No existe ninguna diferencia «objetiva»: son los mismos gestos y los mismos signos que en un robo real; de hecho los signos no se inclinan ni de un lado ni del otro. En la medida en que el orden establecido queda involucrado, pertenecen siempre al orden de lo real. Organice usted un falso atraco. Asegúrese de que sus armas son inofensivas y tome un rehén de confianza para conseguir que ninguna vida corra peligro (de otro modo correrá el riesgo de cometer un delito). Pida un rescate, y compóngaselas para que la operación cree la mayor con- moción posible-en pocas palabras, permanezca fiel a la «Verdad» para poner a prueba la reac- ción del aparato represivo ante una simulación perfecta. Pero no tendrá usted éxito: la red de signos artificiales estará inextricablemente ligada a elementos reales {un agente de policía dis- parará de verdad; un cliente del banco se desmayará y morirá de un ataque al corazón; le entregarán de verdad el falso rescate)-en suma, involuntariamente se hallará usted metido de súbito en lo real, una de cuyas funciones es precisamente la de devorar todo intento de simula- ción, la de reducirlo todo a una cierta realidad- así es como opera el orden establecido, mucho antes de que entren en juego las instituciones y la justicia. En esta imposibilidad de aislar el proceso de simulación puede advertirse el impulso total de un orden que sólo puede ver y entender en términos de realidad ya que no puede funcionar en ningún otro lugar. La simulación de un delito, si es patente, puede recibir un castigo ligero {ya que no ha tenido «consecuencias») o puede ser penado como desacato a la autoridad (si, por ejemplo, se ha puesto en marcha una operación policial para nada), pero nunca será castigado como simula- ción, ya que precisamente en tanto que tal ninguna equivalencia con lo real es posible y, por tanto, tampoco ninguna represión. El desafío de la simulación es inaceptable para el poder. lCómo va a castigarse la simulación de una virtud?Y sin embargo, como tai es tan grave como la simulación de un crimen. La parodia hace equivalentes la obediencia y la transgresión y éste es el crimen más grave, ya que destruye la diferencia sobre la que se basa la ley. El orden establecido nada puede contra ella, ya que mientras la ley es un simulacro de segundo orden, la simulación es de tercer orden, está más allá de lo verdadero y de lo falso, :rríás allá de las equivalencias, más allá de las di~­ tinciones racionales sobre las cuales se sostiene el funcionamiento de todo el poder y de lo social al completo. Por eso es aquí, en ausencia de lo real, donde debemos entender el orden. He aquí la razón por la que el orden siempre opta por lo real. En una situación de incerti- dumbre siempre prefiere esta hipótesis (así, en el ejército, prefieren tomar al simulador por un auténtico loco). Pero esto se vuelve cada vez más difícil, ya que si bien es prácticamente impo~ sible aislar el proceso de simulación a causa de la inercia de lo real que nos rodea, lo contrario también es verdadero (y precisamente esta reversibilidad forma parte del aparato de simula- ción y de la impotencia del poder): a saber, que ya es imposible aislar el proceso de lo real, o probar que lo real existe. Así pues, todos los atracos, secuestros de aviones y similares son en cierto modo simulacio- nes, en el sentido de que se inscriben de antemano en los desciframientos y orquestaciones rituales de los medios de comunicación, que se anticipan a sus formas de presentación y a suS posibles consecuencias. Es decir, que funcionan como un conjunto de signos entregados exc~u­ sivamente a su recurrencia en tanto que signos, que ya-no tienen, en-modo alguno, una meta «real». Pero esto no los vuelve inofensivos. Por el contrario, precisamente en la medida en que
  • 10. 268 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNJDAD se trata de eventos hiperreales, que ya no tienen contenidos o fines particulares, sino que se refractan indefinidamente unos a otros (al igual que los llamados eventos históricos: huelgas, manifestaciones, crisis, ele.5), resultan inverificables para un orden que sólo puede ejercerse en lo real y en lo racional, a través de fines y medios: un orden referencial que sólo puede dominar referentes, un poder determinado que sólo puede gobernar un mundo determinado, pero que no puede hacer nada con la repetición indefinida de Ja simulación, con la ingrávida nebulosa que ya no obedece a la ley de la gravedad de lo real -el poder mismo termina por disolverse en este espacio y se convierte en un poder simulado (desconectado de sus melas y objetivos, y entregado a los efectos del poder y la simulación de masas). La única arma del poder, su única estrategia contra esta fuga consiste en reinyectar realidad y referencialidad en todas partes, a fin de convencernos de la realidad de lo social, de la grave- dad de la economía y de los fines de la producción. Para este propósito, prefiere el discurso de la crisis, pero también~lpor qué no? - el discurso del deseo. «Toma tus deseos por la realidad», podría ser el último eslogan del poder, ya que en un mundo no referencial incluso la confusión del principio de realidad con el principio del deseo es menos peligrosa que la contagiosa hipe- rrealidad. En el primer caso se permanece en el terreno de los principios, un ámbito donde el poder siempre tiene la razón. La hiperrealidad y la simulación disuaden de todo principio y de todo objetivo; vuelven contra el poder la disuasión que éste ha utilizado durante mucho tiempo. Pues, en última ins- tancia, fue el capital el primero en alimentarse a lo largo de su historia de la destrucción de todo lo referencial, de toda meta humana, el primero en hacer añicos toda distinción ideal entre ver- dadero y falso, bueno y malo, a fin de establecer una ley radical de equivalencia e intercam- bio, la ley de hierro de su poder. Fue el primero en practicar la disuasión, la abstracción, la des- conexión, la desterritorialización, etc.; y si fue el capital el que fomentó la realidad, el principio de realidad, también fue el primero en aniquilarla con el exterminio de todo valor de uso, de toda equivalencia real de la producción y la riqueza, con la sensación que experimentamos de la irrealidad de las inversiones y la omnipotencia de la manipulación. Ahora bien, es justa- mente esta lógica la que hoy opera en su contra. Y cuando pretende combatir esta espiral catastrófica segregando un último atisbo de realidad en el que hallar un último reflejo de poder, se limita a multiplicar los signos y a acelerar el juego de la simulación. Durante todo el tiempo en que era lo real lo que amenazaba al poder, éste utilizó la disuasión y la simulación, desintegrando toda contradicción mediante la producción de signos equivalentes. Cuando, hoy en día, la amenaza le viene de la simulación (la amenaza de desaparecer en el juego de los signos), el poder envida lo real, la crisis, pone en juego soluciones artificiales, sociales, económicas y políticas. Es, para él, una cuestión de vida o muerte. Pero ya es demasiado tarde. De ahí la histeria característica de nuestro tiempo: la histeria de la producción y la repro- ducción de lo real. La otra producción, la de bienes y mercancías, la de la belle époque de la La crisis energética o el problema ecológico son en sí niismos películas de catástrofes, del mis1no estilo (y con el mismo valor) que las que actualmente pro<luce Hollywood. Carece de sentido esforzarse en interpretar estas películas en virtud de sus relaciones con una crisis social «objetiva» o, incluso, con el fantasma «objetivo» de alguna catástrofe. Por el conlrario, hay que afirmar que, en el discurso conte1nporáneo, lo socittl niisino se orgttniza según tÚi guión típico de película de catástrofes [Cfr., Michel lilAKARIUS, «La stratégie de la catas- trophc», Traverses l O(febrero, 1978), pp. 115-124]. f..• -· ~1''' 1 LA PRECES!Ó:>l DE LOS 51~1ULACROS 269 economía política, hace ya tiempo que carece de sentido propio. Lo que la sociedad busca a través de la producción y la sobreproducción es el restablecimienlo de lo real, algo que no está en su mano. Por eso incluso la producción «material» contemporánea es hiperreal. Conserva todos los rasgos de la producción tradicional y su discurso completo, pero no es más que su refracción a escala reducida (así los hiperrealistas fijan con un sorprendente parecido una rea- lidad que carece por completo de senlido y encanto, que no posee la profundidad y la energía de la representación). De este modo, el hiperrcalismo ,de la simulación se expresa en todas par- tes en virtud del increíble parecido de lo real consigo mismo. Igualmente el poder, desde hace ya algún tiempo, no produce nada más que signos de Su seme- janza. Y al mismo tiempo, otra figura del poder entra en escena: la demanda colectiva de signos de poder-una santa alianza que se forma en torno a la desaparición del poder. Todo el mundo se une a ella en mayor o menor medida por temor al colapso de lo político. Y al final, el juego del poder se reduce a una mera obsesión crítica con el poder-una obsesión con su muerte, una obsesión con su supervivencia, que más se acentúa cuanto más se desvanece el poder. Cuando haya desapare- cido totalmente, estaremos, lógicamente, bajo el hechizo total del poder-un recuerdo obsesivo que se presagia por doquier, que manifiesta simultáneamente la compulsión por librarse de él (nadie lo quiere ya, todo el mundo lo descarga sobre los demás) y la aprehensiva añoranza ante su fin. Melancolía de sociedades sin poder: esto fue lo que dio lugar al fascismo, que inyectó una sobredosis de vigorosa referencialidad en una sociedad que no podía finalizar su luto. Pero aún seguimos en el mismo barco: ninguna de nuestras sociedades sabe cómo manejar su luto por lo real, por el poder, por lo social mismo, que se encuentra implícito en esta misma crisis. Y se pretende solucionar el problema mediante la a:ftificial revitalización de todo esto. Sin ninguna duda, todo esto desembocará en el socialismo. Por un imprevisto giro de los acon- tecimientos y una ironía que ya no pertenece a la historia, el socialismo surgirá a través de la muerte de lo social-igual que la religión surge de la muerte de Dios. Advenimiento retorcido, acontecimiento perverso, reversión ininteligible para la lógica de la razón. Como ocurre con el hecho de que el poder ya sólo está presente para ocultar que no existe poder alguno. Una simu- lación que puede continuar indefinidamente, puei;tu que -a diferencia del poder «verdade- ro», que es, o fue, una estructura, una estrategia,' una relación de fuerzas, una apuesta- no es nada más que el objeto de una demanda social y, por tanto, está sujeto a la ley de la oferta y la demanda, más que a la violencia y a la muerle. Completamente purgado de la dimensión polí- tica, depende, como cualquier otra mercancía, de la producción y el consumo de masas. Su bri- llo ha desaparecido -sólo se ha salvado la ficción de un universo político. Lo mismo ocurre con el trabajo. El brillo de la producción, la violencia de su apuesta ha dejado de existir. Todo el mundo sigue produciendo, más y más, pero el trabajo se ha conver- 6 A esta disminución de la carga libidinal que se deposita en el trabajo corre.'lponde una decadencia para- lela del revestimiento del consun10. Adiós al valor de uso o al prestigio del coche, adiós al discurso amoroso que efectuaba una tajante distinción entre el objeto de goce y el objeto de trabajo. Otro discurso lo ha reemplazado, se trata de un discurso de trabajo sobre el objeto de consunw que apunta hacia un revesti1niento puritano y acti- vo (gaste menos gasolina, busque su propia seguridad, la velocidad ya no se lleva, etc.), al que pretenden adap- tar¡;;e las prestaciones de los automóviles: recuperan una baza mediante la transposición de los polos. Así, el trabajo se convierte en una necesidad, el coche se transforma en un objeto de trabajo -no existe mejor prueba de la imposibilidad de distinguir las apue¡;;Las-. Es precisan1ente el deslizamiento desde el derecho a votar hasta las obligaciones electorales el que sefiala el desencantamiento de la esfera política.
  • 11. 270 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD tido sutilmente en otra cosa: en una necesidad (como Marx entendió idealmente, aunque en un sentido completamente diferente), en el objeto de una «demanda» social, como el ocio, al que equivale en el curso general de las opciones vitales. Una demanda exactamente proporcional a la pérdida de horizontes en el proceso laboral6 • El mismo giro de la fortuna que en el caso del poder: el escenario del trabajo sirve aquí para ocultar el hecho de que lo real del trabajo, lo real de la producción ha desaparecido. Y lo mismo ocurre con lo real de la huelga, que deja de ser una detención del trabajo, para pasar a ser su polo alternativo en la escansión ritual del calendario social. Es como si cada persona hubiera «Ocupado» su puesto de trabajo tras haber declarado la huelga y hubiera retomado la producción, como es costumbre en el trabajo «autogestionado», en exactamente los mismos términos que antes, pero habiéndose declara- do en estado de huelga permanente. No se trata .de un sueño de ciencia ficción: por todas partes aparece la cuestión del doblaje del proceso de trabajo. Y del doble o suplente del proceso de huelga -huelgas que están incor- poradas en el trabajo como la obsolescencia en los objetos, como las crisis en la producción. Así pues, ya no hay o huelga o trabajo, sino ambos simultáneamente, lo que equivale a decir algo enteramente diferente: una magia del trabajo, un trompe l'oeil, una escenificación del drama (por no decir melodrama) de la producción, una dramaturgia colectiva sobre el escenario vacío de lo social. Ya no se trata de una cuestión de ideología del trabajo -de ética tradicional que oscurece el proceso «real» del trabajo y el proceso «objetivo» de la explotación- sino del escenario del trabajo. Igualmente, tampoco es una cuestión de ideología del poder, sino del escenario del poder. La ideología no es más que una traición a la realidad por medio de los signos; la simulación corresponde a un cortocircuito de la realidad y a su duplicación por medio de signos. La meta del análisis ideológico siempre es restablecer el proceso objetivo; prelender restaurar la verdad debajo del simulacro es siempre un falso problema. Esta es, en última instancia, la causa de que el poder esté tan de acuerdo con los discursos ideológicos y con los discursos sobre la ideología, ya que ambos son discursos de la verdad -siempre adecuados, especialmente si son revolucionarios, para contrarrestar los golpes mor- tales de la simulación. El fin del panóptico A esta ideología de la experiencia vivida, de exhumación de lo real en su banalidad esencial, en su radical autenticidad, se refiere el experimento americano de TV-vérité con la familia Loud, realizado en 1971: siete meses de rodaje ininterrumpido, trescientas horas de emisión en directo, sin guión ni escenario, la odisea de una familia, sus dramas, sus alegrías, sus altibajos -en suma, un documento histórico «en bruto», y «lo mejor que se ha hecho en televisión, com- parable, en el plano de la vida cotidiana, a la emisión de la llegada a la luna>>. Las cosas se com- plicaron por el hecho de que la familia se deshizo durante el rodaje: una crisis la dividió, los Loud se _fueron cada uno por su lado, etc. De ahí procede la insoluble controversia: ¿fue la tele- visión la responsable? ¿Qué hubiera pasado sil.a televisión no hubiera estado allí? Más interesante resulta el espejismo de filmar a los Loud como si la televisión no estu- viera allí. El as en la manga del productor consistía en afirmar: «Ellos vivían como si noso- T LA PRECES!ÓN DE LOS SIMULACROS 271 tros no estuviéramos allí». Una fórmula absurda, paradójica -ni verdadera ni falsa: senci- llamente utópica. «Como si nosotros-no estuviéramos allí» equivale a «como si tú estuvieras allí». Es esta utopía, esta paradoja la que fascinó a veinte millones de espectadores, mucho más que el placer «perverso» de inmiscuirse en una vida ajena. Este experimento sobfe la «verdad» no gira en Lorno al secretismo ni a la perversión, sino que remite a una suerte de emoción de lo real, o a una estética de lo hiperreal, una excitación de vertiginosa yfalsa exac- titud, un estremecimiento de alienación y de magnificación, de distorsión en la escala, de excesiva transparencia, y todo ello al mismo tiempo. Es el goce por el exceso de significado, en el momento en que el nivel del signo se desliza por debajo de la línea de flotación habitual del significado: el ángulo de la cámara eleva lo insignificante. Aquí puede verse lo real como no ha existido nunca (pero «Como si tú estuvieras allí»), sin la distancia que produce la pers- pectiva espacial y la profundidad de nuestra visión (pero «más real que la naturaleza»). El goce por la microscópica simulación que transforma lo real en lo hiperreal (esto es, en cier- ta medida, parecido a lo que ocurre con la pornografía, donde la fascinación es más metafí- sica que sexual). En cualquier caso, la propia selección había hecho ya que esta familia fuera, en cierto modo, hiperreal: una familia americana típica, residente en California, de clase media-alta, con garaje de tres plazas, cinco niños, elevada categoría profesional y un ama de casa decorativa. En cierto sentido, fue esta perfección estadística la que los condenó a muerte. La heroína ideal del American way oflife se escogió, como en los ritos oblatorios, para ser glorificada y morir bajo la estridente luz cegadora del plató, un destino moderno. El fuego celestial ya no azota las ciudades depravadas, ahora es el objetivo quien recorta la realidad ordinaria, como si de un láser se tratara, llevándola a la muerte. «Los Loud: Sencillamente una familia que accedió a ponerse en manos de la televisión, y a morir por ello», dijo el productor. De modo que se trata efectivamente de un rito oblatorio, de sacrificio en forma de espectáculo ofrecido a veinte millo- nes de americanos. El drama litúrgico de una sociedad de masas. TV-vérité. Admirable término ambivalente: ¿se refiere a la verdad de esta familia o a la verdad de la televisión? De hecho, es la televisión la que constituye la verdad de los Loud, es ella la que es verdadera, es ella la que hace que algo sea verdadero. Una verdad que ya no es la verdad reflexiva del espejo, ni tampoco la verdad perspectiva del sistema panópti- co y de la mirada, sino la verdad manipuladora del test que indaga e interroga, del láser que toca y después recorta, de ias tarjetas computadoras que conservan nuestras secuencias perforadas, del código genético que regula nuestras combinaciones, de células que dan forma a nuestro universo sensorial. La televisión sometió a la familia Loud a este tipo de verdad y, en este sentido, equivale realmente a una sentencia de muerte (¿pero acaso se trata aún de una cuestión de verdad?). El final del sistema panóptico. El ojo de la televisión ha dejado de ser la fuente de una mirada absoluta, y el ideal de control ya no es el de la transparencia. Esta última aún presupo- ne un espacio objetivo (el renacentista) y la omnipotencia de una mirada-despótica. Aún impli- ca, si no un sistema de encierro, al menos sí un sistema de-reconocimiento. Es más sutil, pero está siempre en una posición de exterioridad, jugando con la oposición entre ver y ser visto, aún cuando el punto focal del panóptico pueda ser ciego. El caso de los Loud es completamente diferenle. «Usted ya no mira la televisión, es la tele- visión la que lo mira (viviendo)», o «Usted ya no escucha Pas de Panique; Pas de Panique lo
  • 12. Sarah Charlesworth, Figures, 1983. Fotografías en color (cibachrome), díptico; cada una, 101,6 x 76,2 cm; el conjunto, 101,6 x 152,4 cm (fotografía: cortesía de la artista). Laurie Simmons, Tourism, Río de Janeiro, 1984. Fotografía en color (cibachrome), 101,6" 152,4 cm (fotografía: cortesía de la artista). LA PRECESIÓN DE !.OS SJMl'LACROS 273 escucha a usted» -se produce un desplazamiento desde el aparato panóptico de vigilancia (de Vigilar y castigar) hasta un sistema de disuasión en el que la distinción entre activo y pasivo queda abolida. Ya no hay ningún imperativo que someta al modelo, o a la mirada. «iUSTED es el modelo!», «iUSTED es la mayoría!». Ésta es la vertiente de una socialidad hiperrealista, donde lo real se confunde con el modelo, como en una operación estadística, o con el medio, como en la operación de los Loud. Este es el último estadio del desarrollo de la relación social, el nuestro, que ha dejado de ser un estadio de persuasión (la época clásica de la propaganda, la ideología, la publicidad, etc.) para pasar a serlo de disuasión: «USTED es la noticia, usted es lo social, usted es el acontecimiento, a usted le concierne, es usted qui~n puede hablar, etc.>). Un cambio que hace imposible localizar el lugar del modelo, del poder, de la mirada, del medio mismo, ya que usted está ya siempre en el otro lado. Ya no hay sujeto, no hay punto focal, ni centro ni periferia: sólo pura flexión o inflexión circular. Nada de violencia o vigilancia: sólo «información», virulencia secreta, reacción en cadena, implosión lenta y simulacros de espa- cios en los que el efecto de lo real entra de nuevo en juego. Estamos presenciando el final del espacio panóptico (que es aún una hipótesis moral vin- culada a los análisis clásicos de la esencia «objetiva» del poder) y, por tanto, la abolición misma de lo espectacular. La televisión, por ejemplo en el caso de los Lóud, ya no es un medio espec- tacular. No nos encontramos ya en la sociedad del espectáculo de la que hablaban los situacio- nistas, ni en los tipos específicos de alienación y represión que implicaba. El propio medio ha dejado de ser identificable como tal, y la fusión del medio con el mensaje (McLuhan7 ) es la pri- mera gran fórmula de esta nueva época. Ya no existe el medio en sentido literal: ahora es algo intangible, difuso, que se difracta en lo real, sin que ni siquiera pueda decirse que la realidad resulte por ello distorsionada. Esta mezcla, esta presencia viral, endémica, crónica y alarmante del medio, se acompaña de nuestra incapacidad para aislar sus efectos-se produce una espectralización de los acon- 7 A la confusión de medio y 1nensaje se corresponde, evidenlemente, la confusión entre e1nisor y recep- tor r¡ue consu1na la desaparición de las estructuras duales, polares, que formaban la organización discursi- va del lenguaje, conectada con la celebrada tahla de funciones de Jukobson; la organización de toda articu- lación detenninada de sentido. La «circularidad» del discurso debe ser entendida literahnenle; esto es, ya no va de un punto a otro; ahora describe un círculo que incorpora indistintantenle la posición de emisor y la de receptor que, de ahora en adelante, son ilocalizables como Lalcs. De este n1odo, ya no existe instancia alguna de poder, autoridad e1nisora alguna -el pode1· es algo que circula y cuya fuente no pude ser localizada, un ciclo en el que las posiciones de dominador y do1ninado se intercan1bian en una reversión sin fin que acarrea, por tanto, el final del poder según su definición tradicional-. El paso a la circularidad del poder, del cono- cimiento y del discurso acaba con-cualquier localización de instancias y polos. Incluso en la interpretación psicoanalítica, el «poder» del intérprete no procede de ninguna autoridad externa, sino de los propios inter- pretados. Esto lo cambia todo, ya que siempre pode1nos preguntar a los que ostentan el poder por el origen de ese pode.r._lQuién'te hi7,{) duque'? El rey. l.Y .qu"1én le hizo a él rey? Dios. Dios es el que nunca contesta. Pero a la pregunta: ¿.quién hiz~_al psic~analistu·? el psicoanalisl~ contesta Ceº" facilidad: Tú. Asís-e fOrmula, por una sin1ulación inversa, el paso del «anali~ado» al «analizando», de pasivo a activo; que se li~nita a'descri- bir el desplazamiento, el efeclo móvil de los polos, ese efecto de circularidad en el que el poder se pierde, se disuelve, se resuelve en una 1nanipulación integral (que ya no es del orden de la autoridad dirigente ni de la mirada, sino del orden del contacto personal y la conmutación). Véase, también, cómo la circularidad de Estado y familia garantiza una regulación flotan le y metastásica de las imágenes de lo social y lo privado
  • 13. 274 ARTE DESPUÉS DE LA MODERNIDAD tecimientos filtrados por el medio, como ocurre con los hologramas publicitarios, esculpi- dos en un espacio vacío con rayos laser- la disolución de la televisión en la vida, la disolu- ción de la vida en la televisión-una disolución química indiscernible: todos nosotros somos los Loud, condenados no a la invasión, la prisión, la violencia y el chantaje de los medios y los modelos, pero sí a su inducción, a su infiltración, a su violencia ilegible. Pero debemos ser cuidadosos con el giro negativo que el discurso proporciona a todo esto: no es una cuestión de enfermedad, ni de infección viral. Antes bien, debemos pensar en los ~edios de comunicación como si fueran, en la órbita exterior, una suerte de código genético que controla la mutación de lo real en lo hiperreal, al igual que el otro código, el micromolecular, controla el paso de la señal desde una esfera representativa de significado a la esfera genética de la señal programada. Toda la forn1a tradicional de causalid.ad está en cuestión: la forma perspectivista, determi- nista, «activa», crítica, analítica-la distinción entre causa y efecto, entre activo y pasivo, entre sujeto y objeto, entre fines y medios-. En este sentido todavía puede afirmarse: la televisión nos mira, la televisión nos aliena, la televisión nos manipula, la lele".isión nos informa... Desde esta perspectiva, aun se sigue dependiendo de la concepción analítica cuyo punto de fuga es el hori- zonte que separa la realidad del significado. Muy al contrario, debemos concebir la televisión según el modelo del ADN, como un efecto en el que los polos opuestos de determinación se desvanecen según una contracción o retroac- ción nuclear del antiguo esquema polar que siempre había conservado una distancia mínima entre la causa y el efecto, entre el sujeto y un objeto: precisamenle la distancia del significado, la discrepancia, la diferencia, el margen de error más pequeño posible, irreducible so pena de (Jacques DONZELOT, La policía de lasfarnilia.~, trad. José Vázquez Pefla y Umbelina Larracelcla, ·valencia, Pre-Textos, 1979). De ahora en arlelante es imposible forn1ular las fa1nosas pregunlas: «lDcsde qué posición hablas'?» "¿,Cómo lo sabes?,, «lDe dónde procede tu poder?» sin obtener in1nediatan1ente la respuesta: «Pero si hablo de (desde) ti» -lo que significa que eres tú quien hablas, eres tú quien sabes, que el poder eres LÚ. Una giganlesca circunvo- lución, circunlocución, de la palabra dicha, que equivale a un irredimible chantaje y a una ineludible disua- sión del sujeto que se supone que debe hablar, pero al que se deja sin nada que decir, sin r"espuesta, ya que a toda pregunta le sucede la inevitable respuesta: pero si la respuesta eres tú, o: tu pregunta es ya una res- puesta, etc. -la completa dominación sofística <le la extracción de palabras, de la confesión obligada disfra- zada de libre expresión, que atrapa al sujeto en su propio acto de cuestionar, la precesión de la respuesta sobre la pregunta (esta es la violencia de la interpretación, la violencia de la auto-tutela consciente o incons- ciente del «habla»). Simulacro de inversión o involución de polos, este astuto subterfugio caraclcri,..a todo discurso de la manipulación y, en consecuencia, también los nuevos poderes que surgen hoy en todos los ámbitos, que liinpian el escenario del poder y fraguan la aceptación de cualquier forma de habla típica de la fantásti- ca mayoría silenciosa que C'.aracteriza nuestros tie1npos -todo esto comenzó, sin duda, en la esfera política con el siinulacro democrático; o lo que es lo mismo, con la sustitución de Dios por el pueblo con10 fuente de poder, y con la sustitución del poder con10 ernanación por el poder co1no representación. Una revolu- ción anti-copernicana: nada de instancias trascendentes, ni de soles o fuentes luminosas de poder Y saber -lodo surge del pueJJlo y al pueblo regresa-. A través de este 1nagnífico reciclado surge el simulacro uni- versal de la 1nanipulación, desde el escenario para el sufragio universal hasta el actual e ilusorio sondeo <le opinión. LA PRECESIÓN DE LOS SJ,fl)LACROS 275 reabsorción en un proceso aleatorio e indeterminable del que el discurso ya no puede hacerse cargo, ya que constituye él mismo un orden determinado. Esta apertura es la que se desvanece en el proceso genético de codificaCión, donde la inde- terminación es menos el producto del azar molecular que el producto de la abolición, pura y simple, de la relación. En el proceso de control molecular, que «va)) desde el núcleo del ADN a la «sustancia» a la que «da forma», no hay más travesías de efectos, de energía, de determina- ciones, de mensajes. «Ürden, señal, impulso, mensaje»: todo esto para intentar volver este Lema inteligible para nosotros, por analogía, transcribiendo en términos de inscripción, vector o des- codificación una dimensión de la que nada sabemos -que ni siquiera es una «dimensión», o quizá es la cuarta (tal como queda definida en la relatividad de Einstein, por la absorción de los distintos polos del espacio y del tiempo). De hecho, todo este proceso sólo tiene sentido para nosotros en forma negativa. Pero nada separa un polo del otro, el inicial del último: sólo hay una especie de contracción recíproca, un colapso de los dos polos tradicionales uno sobre'el otro: una IMPLOSIÓN -una absorción del modelo irradiante de causalidad, de la modalidad diferencial de detern1Ínación, con su electricidad positiva y negativa- una implosión de signi- ficado. Aquí es donde comienza la simulación. Por todas partes, en cualquier ámbito, ya sea político, biológico o psicológico, donde la dis- Linción entre los polos no se puede mantener, se entra en la simulación y, por tanto, en la marii- pulación absoluta -no se trata de pasividad, sino de la indistinción de activo y pasivo. El ADN lleva a cabo esta reducción aleatoria en el nivel de la sustancia viviente. La propia televisión, en el ejemplo de los Loud, también alcanza esLe límite indefinido donde la familia frente a la tele- visión no es ni más ni menos pasiva de lo que lo es una sustancia viviente frente a Su código molecular. En ambos casos sólo hay una nebulosa indescifrable en sus elementos más simples, indescifrable en su verdad. Orbital y nuclear Lo nuclear es la apoteosis de la simulación. Sin embargo, el equilibrio del terror no es más que la vertiente espectacular de un sisLema de disuasión que se ha deslizado sigilosa- mente desde el interior en todas las grietas de la vida cotidiana. El suspense nuclear sólo sella el sistema trivializado de disuasión que se halla en el corazón de los medios de comu- nicación, de la violencia intrascendente que reina a lo largo y ancho del mundo, del dispo- sitivo aleatorio de todas las elecciones que se nos presentan. El más mínimo detalle de nuestro comportamiento está gobernado por signos neutralizados, indiferentes, equiva- lentes, por signos de suma cero como los que regulan la «teoría de juegos)) (pero la ecua- ción genuina se encuentra en todas partes y lo desconocido es, precisamente, la variable de la simulación que hace del propio arsenal atómico una forma hiperreal, un simulacro que domina sobre todos nosotros y reduce todos los acontecimientos básicos a meras escenifi- caciones efímeras, transformando la única vida que nos queda en supervivencia, en una apuesta que nadie acepta -ni siquiera en una póliza de seguro de vida: sería una póliza devaluada de antemano). No es la amenaza directa de una destrucción atómica lo que paraliza nuestras vidas. Es más bien la disuasión la que nos leucociLa. Y esta disuasión proviene justamente de la situa-
  • 14. 276 ARTE DESPUÉS DE LA MUDERNlDAD ción que excluye el conflicto atómico real -lo excluye de antemano, como la posibilidad de lo real en un sisLema de signos. Todo el mundo finge creer en la realidad de esta amenaza (lo que es comprensible desde el punto de vista militar; es la seriedad de la profesión y el discurso de su «estrategia» lo que está en juego): pero precisamente en este nivel no se trata de esLrategias, y toda la originalidad de la situación reside en la improbabilidad de la des- trucción. La disuasión excluye la guerra -la violencia anticuada de sistemas en expansión-. La disua- sión es neutral, es la violencia implosiva de los sistemas melaestables o envolventes. Ya no hay ningún sujeto de la disuasión, como tampoco hay adversario, ni estrategia -se trata de una estructura planetaria de anonadamiento de posibilidades. La guerra atómica, como la de Troya, no tendrá lugar. El riesgo de la atomización nuclear sólo funciona como pretexto, a través de la sofistificación de las armas -pero esta sofisticación excede toda posibilidad objetiva hasta el punto de que no es más que un síntoma de inexistencia-, para el establecimienlo de un sistema de seguridad, conexión y control universal, cuyos efectos disuasorios no apuntan en modo alguno a la guerra nuclear (esta última nunca ha sido una posibilidad real, excepto en el comienzo mismo de la guerra fría, cuando se confundía el dispositivo nuclear con la guerra con- vencional) sino a la probabilidad, mucho mayor, de cualquier acontecimiento real, de cualquier acto que pudiera perturbar el sistema general y hacer peligrar el equilibrio. El equilibrio del terror es el terror del equilibrio. La disuasión no es una estrategia. Es algo que circula y se intercambia entre los protago- nistas nucleares exactamente de la misma manera que el capital internacional en esa zona orbi- tal _de especulación monetaria, cuya fluctuación basta para controlar todas las finanzas. Así pues, matar el dinero (no se trata de una muerte real, no más de lo que el capital fluctuante corresponde a la producción real) que circula en órbita nuclear basta para controlar toda la violencia y el conflicto potencial del globo. Lo que se mueve a la sombra de esta postura, bajo el pretexto de una amenaza «objetiva)) máxima y gracias a esta espada de Damocles nuclear, es la perfección del mejor sistema de con- Lrol que haya existido nunca, y la progresiva satelización del planeta entero por medio del hipermodelo de seguridad. Lo mismo vale para las instalaciones nucleares pacíficas. La pacificación no distingue entre lo civil y lo militar: allí donde se construyen aparatos de control irreversibles, en cual- quier lugar donde la noción de seguridad se vuelva absoluta, dondequiera que la.norma de seguridad reemplace al antiguo arsenal de leyes y violencia (incluida la guerra), el sistema de disuasión crece y a su alrededor crece un desierto histórico, social y político. Una inmensa involución hace que todo conflicto, toda oposición, todo desafío, se contraiga en proporción al chantaje que los interrumpe, neutraliza y congela. Ninguna revuelta, ninguna historia puede desplegarse ya de acuerdo con su propia lógica, pues corre el riesgo de la aniquilación. Nin- guna estrategia es ya posible, y la escalada no es más que un juego pueril en manos de los mili- tares. El juego político ha muerto. Sólo quedan simulacros de conflicto y apuestas cuidadosa- mente definidas. La «Carrera espacial)) ha jugado exactamente el mismo papel que la escalada nuclear. Por eso ha podido ocupar tan fácilmente su lugar en la década de los sesenta (Kennedy / Jruschov), o desarrollarse conjuntamente en una especie de «coexistencia pacífica)), Pues la función última de la carrera espacial, de la conquista de la luna, del lanzamiento de satéli- LA PRECESIÓ"l DE LOS SI~'lULACROS 277 tes, no puede ser otra que la institución-de un modelo-de gravitación universal, de sateliza- ción, cuyo embrión perfecto lo constituye el módulo lunar: un microcosmos programado donde nada puede dejarse al azar. Trayectoria, energía, cálculo, fisiologíá, psicología, entor- no -nada puede abandonarse a la contingencia, se trata del universo total de la norma- la Ley ya no existe, lo que legisla es la inmanencia operativa de cada detalle. Un universo pur- gado de toda amenaza para los sentidos, en estado de asepsia e ingravidez -es esta perfec- ción la que resulta fascinante. Pues la exaltación de las masas no respondía al alunizaje o al viaje del hombre por el espacio (eslo sería, más bien, el cumplimiento de un viejo sueño) -no, lo que nos dejó pasmados fue la perfección de la plánificación y la manipulación téc- nica, el maravilloso desarrollo del programa. Nos fascina la maximización de las normas y el dominio de la probabilidad. Nos desequilibra el modelo, tal y con10 hace la muerte, pero sin miedo ni pulsión. Pues si la ley, con su aura de transgresión, si el orden, con: su aura de violencia, aún conllevan un imaginario perverso, la norma fija, hipnotiza y asombra, fomen- tando la involución de toda imaginación. Ya nunca fantaseamos sobre cada pequeño detalle de un programa. Su sola observación basta para desequilibrarnos. Es el vértigo de un mundo impecable. El mismo modelo de infalibilidad planificada, de máxima seguridad y disuasión, gobier- na ahora toda la extensión de lo social. Esta es la verdadera consecuencia nuclear: las meti- culosas operaciones de la tecnología funcionan como modelo para las meticulosas opera- ciones de lo social. 1'ampo.co aquí se abandonará nada al azar; además, esta es la esencia de la socialización, que tras desarrollarse durante algunos siglos ha entrado ahora en una fase acelerada dirigiéndose a un límite que la gente imaginó explosivo (la revolución), pero que ha resultado ser un proceso inverso, irreversible, in1plosivo: ui:Ia disuasión generali- zada de todo azar, de todo accidente, de toda transversalidad, de toda finalidad, de tOda contradicción, ruptura o complejidad en una socialidad iluminada por la norma y conde- nada a la transparencia del detalle irradiado por los mecanismos de recolección de infor- mación. De hecho, los modelos espacial y nuclear ni siquiera tienen un fin propio: ni lo tiene la exploración de la luna, ni tampoco la superioridad militar y estratégica. Su verdad consiste en ser modelos de simulación, los vectores modelo de un sistema de control plane- tario (en el que ni siquiera los superpoderes de este escenario están libres-el mundo ente- ro está satelizado)8• Rechazar la evidencia: en la satelización, el satelizado no es quien cabría pensar. Mediante la inscripción orbital de un objeto espacial, el planeta Tierra se convierte en un satélite, el prin- cipio de realidad terrestre pasa a ser excéntrico, hiperreal e insignificante. Por medio del emplazamiento orbital de un sistema de control como coexistencia pacífica, todos los microsis- temas terrestres resultan satelizado~ y pierden su autonomía. Toda la energía, todos los acon- tecimientos quedan absorbidos en esta gravitación excéntrica, todo se condensa e implosiona en el único micro~modelo de control (el satélite orbital), así como, por el contrario, en la otra dimensión, la biológica, todo converge e implosiona en el micro-modelo molecular del código genético. Entre ambos, atrapado entre lo nuclear y lo genético, en la simultánea aceptación de ¡¡ Paradoja: todas las bombas son limpias -su única polución es el sistema de conlrol y seguridad que irra- dian cuando no son detonadas-.
  • 15. 278 ARTE DE~l'LIÉS DE LA ~lüDERN!DAD dos códigos fundamentales de disuasión, Lodo principio de sentido queda absorbido, todo des- pliegue de lo real resulLa imposible. La simultaneidad de dos acontecimientos enjulio de 1975 puede servir para ilustrar esto de una forn1a sorprendente: el acoplamiento en el espacio de dos supersatélites, uno a1nericano y otro ruso como apoteosis de la coexistencia pacífica, por un lado, y, por el otro, la s_upresión por parle de los chinos de la escritura ideográfica y su conversión al alfabeLo romano. Este último acontecimiento significa el establecimiento «orbital)) de un sisLema n1odelo abstracto de signos, en cuya órbita se reabsorberán todas las formas, antaño singulares y significativas, de eslilo y escritura. La satelización de su lengua: este es el camino por el que los chinos han ingresado en el sistema de coexistencia pacífica, que en el mis1no instante quedó inscrito en su cielo por el acoplamiento de los dos satélites. El vuelo orbital de los Dos Grandes, la neutralización y la homogeneización de todos en la Tierra. Sin embargo, a pesar de esta disuasión mediante la autoridad orbital -el código nuclear o molecular- los acontecimientos continúan al nivel del suelo, los contratiempos son cada vez más numerosos, a pesar del proceso global de contigüiflad y simultaneidad de información. Pero, sutilmente, estos acontecimientos dejan de tener sentido; ya no son más que el efecto doble de la simulación en su punto culminante. El mejor ejemplo es el de la guerra de Viet- nam, ya que tuvo lugar en la intersección de una apuesta máximamente histórica o «revolu- cionaria}) con la aparición de esta autoridad disuasoria. ¿Qué sentido tuvo esta guerra, si no fue el de sellar el final de la historia en el acontecimiento culminante y decisivo de nuestro tien1po? ¿Por qué una guerra tan difícil, larga y ardua se desvaneció de la noche a la mañana como por arte de magia? ;,Por qué la derrota americana (el mayor revés de su historia) no tuvo ninguna repercu- sión interna? Si de verdad significó el fracaso de la estrategia planetaria de los Estados Unidos, necesariamente tuvo que perturbar el equilibrio interno del sistema político nortean1ericano. Pero no ocurrió nada parecido. Por tanto, lo que sucedió fue algo 'diferente. En última instancia esta guerra fue sólo un episodio crucial de una coexistencia pacífica. Marcó la incorporación de China a la co- existencia pacífica. El afianzamiento y la concreción de la no intervención china, larga- mente codiciada, el aprendizaje por parte de China de un 1nodus vivendi global, el tránsi- to de una estrategia de revolución n1undial a un plan de repartición de fuerzas e imperios, el paso de una alternativa radical a la alternancia política en un sistema ya casi asentado (la normalización de las relaciones Pekín-Washington): todo esto estaba en juego en la gue- rra de Vietnam y, en este sentido, los Estados Unidos se retiraron de Vietnam, pero gana- ron la guerra. Y la guerra llegó «espontáneamente>> a su fin cuando se alcanzó el objetivo. Esta es la razón de que la desmovilización y el final de la escalada se produjeran tan fácilmente. Los efectos de esta misma re1nodelación se pueden leer sobre el terreno. La guerra duró mientras quedaron en pie elementos irreductibles a una política sana y a una disciplina de poder, aunque fu~ra comunista. Cuando, finalmente, la guerra pasó de manos de la resistencia a las tropas regulares del Norte, pudo por fin detenerse: había logrado su objetivo. Así pues, se trataba de una cuestión de relevo político. Cuando los vietnamitas demostraron que ya no LA PRECESIÓ:-.:: DE LOS SIMULACROS 279 eran los portadores de una subversión impredecible, se les pudo entregar el relevo. Que se tratara de un orden comunista no era una cuestión de fundamental gravedad: había probado que se podía confiar en el. Era incluso más eficaz que el sistema capitalista a la hora de liquidar precapitalistas «primitivos}) y estructuras obsoletas. El mismo guión que en la guerra de Argelia. ~l otr~ aspecto de esta guerra, y de todas las guerras desde aquella, consiste en que tras la v1olenc1a armada, tras el antagonismo criminal entre adversarios -que parece ser una cuestión de vida o muerte y que como tal se escenifica (de otro modo no se podría tnandar a la gente a ser masacrada en este tipo de conflictos), tras este sin1ulacro de lucha a muerte y de crueles apuestas globales, los dos adversarios se oponen como un solo hombre a esa otra cosa i~nombrada, jamás mencionada, cuyo resultado objetivo en la guerra, con la misma compli~ c1dad por parte de ambos adversarios, es el exterminio total. Lo que debe aniquilarse son las estructuras tribales, comunales o precapitalistas, todas las formas de intercambio, len- guaje Yorganización sin1bólica. Su asesinato es el fin de la guerra -y en su inmensa y espec- tacular estratagema de muerte, la guerra es sólo un medio para este proceso de racionaliza- ción terrorista de lo social- el honlicidio a través del cual puede fundarse la socialidad sin que importe que su orientación sea comunista o capitalista-. Hay una total complicidad ~n la ~i~isión del trabajo entre los dos adversarios (que pueden llegar a realizar gigantescos sacri- f1c1os por esta causa) con el fin de alcanzar la remodelación y la domesticación de las rela- ciones sociales. «A los norvietnamitas se les aconsejó que dieran su aprobación a la escenificación de la liquidación de la presencia americana a través de la cual, naturalmente, el honor quedaría pre- servado.}) La escenografía: el bombardeo, extremadamente duro, de 1-Ianoi. La naturaleza intolerable d~ ~ste bomba~deo no debería ocultar el hecho de que se trataba sólo de un simulacro que per- mitiera a los vietnamitas presentar la apariencia de aceptar un con1promiso y a Nixon hacer traga~ a .los americanos la retirada de sus fuerzas. El juego ya estaba ganado, lo único que esta- ba objetivamente en cuestión era la credibilidad del montaje final. Los partidarios de la moral de la guerra, los campeones de los exaltados valores de la gue- rra, no deben preocuparse demasiado: una guerra no es menos atroz por el hecho de ser u_n mero simulacro -Ja carne sufre exactamente lo mismo, y los ex-combatientes 1nuertos cuentan igual que en otras guerras. Este objetivo siempre se cumple ampliamente, del mism_o modo que el de la división de territorios y el de la socialización disciplinaria. Lo que ya no exisle es la aversión de los adversarios, la realidad de las causas antagónicas, la seriedad ideológica de la.guerra -~ampoco la realidad de la derrota o la victoria, ya que la guerra es un proceso cuyo triunfo reside mucho más allá de estas apariencias-. En cualquier caso, la pacificación (o disuasión) que nos domina hoy en día está más allá de la paz Y~e la ~erra, ~e la equivalencia simultánea de guerra y paz. «La guerra es la paz}) dijo Orwell. famb1en aqu1 los dos polos diferenciales implosionan uno sobre el otro, o se reciclan recíprocamente -una simultaneidad de contradicciones que es tanto la parodia como el fin de toda dialéctica. Así, es posible pasar por alto la verdad de Ja guerra: a saber, que terminó ~ucho antes de alcanzar su conclusión, que en su misma semilla, la guerra había llegado a su fin Yque, tal vez, ni siquiera había comenzado. Muchos otros acontecimientos parecidos