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Docente DIANA WIESNER
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Área ÉTICA Y VALORES
Asignatura ÉTICA Y VALORES
Grado DECIMO
Curso (s) 1001.1002.1003.
Estudiante
Indicadores de desempeño
Reconocer la influencia de los medios de
comunicación en la vida cotidiana
Comprender las bases sobre las cuales el
hombre empieza a pensar en su existencia
y en la manipulación de los medios de
comunicación, rompiendo con los esquemas
propuestos con anterioridad en la historia
Identificar los retos que se presentan en la
actualidad frente a los medios de
comunicación
Contenidos
1. Medios de comunicación y su influencia en la
vida cotidiana
1.1. El peso en la realidad objetiva
1.2. La televisión: un ejemplo de “diosa
todopoderosa” en la comunicación
1.3. Hacia una cultura de la imagen
1.4. Retos actuales ante el nuevo escenario de
la comunicación digital y global
1.5. La Ética del comunicador
Criterios de Evaluación
Lectura comprensiva de los textos
Análisis argumentativo de las historias
Aplicación de lo trabajado en situaciones
cotidianas
Identificación de los elementos básicos del
existencialismo con sus implicaciones éticas
y prácticas
Aplicación de elementos existencialistas en
situaciones o textos concretos
Comprensión de textos especializados de la
corriente existencialista
Tiempo de ejecución
SEGUNDO PERIODO
BLOQUE CONCEPTUAL
Los medios de comunicación y su influencia en la vida cotidiana1
De acuerdo con nuestra tradición occidental la realidad es una, dada
desde siempre, puesta ahí en forma indubitable a la espera que el ser
humano se contacte con ella. La realidad, en definitiva, existe
independientemente del sujeto que se relaciona con ella. En ese
marco, la verdad, siguiendo las enseñanzas aristotélicas y los
teólogos medievales, es la “adecuación del sujeto que conoce con la
cosa conocida”. La cosa, la realidad, está siempre ahí a la espera que
el sujeto se dirija a ella para aprehenderla, para conocerla a través de
sus sentidos y la razón. Esa fue la idea dominante por dos milenios
en nuestra tradición cultural, y es la concepción que sigue
prevaleciendo en el sentido común. El peso está puesto en la
realidad objetiva.
En el Renacimiento, con el cambio de paradigmas que comienza a
tener lugar en ese momento histórico de la humanidad, la noción de
la realidad va variando. Con el mundo moderno que se empieza a
construir a partir del nuevo ideal de ciencia copernicana, la realidad
va a pasar ser “construcción”, es decir: producto de la forma en que el sujeto se relaciona con la cosa. La realidad
deja de ser una, única, inobjetable.
Llegados a nuestros días con un pensamiento cada vez más centrado en el sujeto, interesa fundamentalmente el
proceso de “construcción” de esa realidad. Los datos de las distintas ciencias sociales y de una epistemología
que rompe vínculos con la tradición aristotélica ponen el énfasis en la relatividad de la realidad: la misma pasa a
ser entendida como construcción histórica, por tanto, cambiante, variada, siempre relativa. El peso, ahora, está
puesto en el sujeto y en las relaciones que establece con la cosa. Así como una botella está medio vacía o medio
llena, según el punto de vista, así comienza a entenderse esta nueva visión de la realidad. La verdad deja de ser
un absoluto.
Todo esto nos sirve para entender que la realidad de la que queremos hablar en términos político-sociales es una
realidad “construida”, no absoluta, no terminada. Lo político, en tanto la esfera donde se juegan las relaciones de
poder entre grupos humanos, no es una realidad dada de antemano, única e indubitable. Esa realidad política es
producto de una historia, y, por tanto, es cambiante, dinámica, en perpetuo movimiento. En esa construcción,
más allá de la bienintencionada idea de paz y rechazo de la violencia, el conflicto juega un papel determinante.
La historia, la realidad política, en definitiva, es producto de una conflictividad estructural. La realidad política tiene
que ver con el juego de los poderes que se van estableciendo, los cuales están en continuo cambio. La forma en
que percibimos esa realidad no es nunca ni ingenua ni neutra. Lo que sabemos de esa realidad política -que es
una realidad social, por tanto, determinada por factores sociales, económicos en principio, así como culturales en
sentido amplio- es siempre una construcción hecha desde el ejercicio de poderes. Lo que pensamos, sabemos,
decimos de esa realidad, es lo que quien detenta la mayor cuota de poder social piensa.
El pensamiento político es el reflejo de las luchas de poder que estructuran toda sociedad, y que le dan su
dinámica. Este pensar, en general, ha sido patrimonio de un pequeño grupo de pensadores -en general plegados
a los poderes dominantes- que piensan, organizan y dan forma a lo que luego las grandes mayorías repiten. En
relación a esto, algo inédito en la historia y que viene marcando una tendencia cultural ya desde inicios del siglo
XX es el papel que juegan los modernos medios masivos de comunicación. Lo que la gran mayoría piensa, o más
correctamente repite en términos políticos-ideológicos, cada vez más proviene de esos medios comunicacionales:
prensa escrita primero, luego radio, después la televisión con una fuerza arrolladora, actualmente toda la
diversidad de medios audiovisuales: internet, videojuegos. Estos llamados “mass-media” han ido creciendo hasta
convertirse en una especie de nuevo medio ambiente creando una inversión que hace que para muchas personas
ya no haya otra realidad relevante que la que esos medios producen.
1 Tomado de www.ciudadano.com, autoría de Bruno Sommer, Director.
Según una publicación de la empresa encuestadora
Gallup, estadounidense y para nada sospechosa de
pensamiento crítico con ideología de izquierda, el
85% de lo que un adulto urbano término medio “sabe”
hoy día de su realidad política proviene de esos
medios masivos de comunicación, de la televisión,
ante todo. Es ya sabido, es una frase hecha -pero no
por ello menos importante- aquello de “si no está en
la televisión no existe”.
Esa es nuestra realidad política actual: los medios de
comunicación, tradicionalmente el “cuarto poder”, han
subido drásticamente de categoría. Hoy día son uno
de los factores del poder mismo, construyendo la
realidad político-ideológica a escala planetaria. Muy
buena parte de nuestras apreciaciones sobre esa
realidad son los productos prefabricados que esas
usinas culturales elaboran, cada vez con mayor
sutileza, con mayor esmero.
La evolución de los medios de comunicación ha estado siempre asociada a las distintas revoluciones
tecnológicas, así la imprenta precedió al motor de vapor, la radio a la televisión, el ferrocarril a los automóviles, el
telégrafo al teléfono, etc. De igual forma la expresión oral precedió a los manuscritos mediante el pergamino que
podía mostrar texto y miniaturas ilustradas. Primero se transmitían sonidos, luego sonidos e imágenes. Hasta
llegar al nuevo medio de transmisión de información, a saber: internet. Ha sido un medio que empezó
transmitiendo sólo texto, luego imágenes, sonido, hasta llegar al lugar que ocupa en la actualidad.
La televisión: un ejemplo de “diosa todopoderosa” en la comunicación
Para entender este poder que detentan los medios, nos vamos a permitir hacer un pequeño recorrido por el medio
de comunicación que más ha impactado a escala global en la población: la televisión. Sin dudas, ella es uno de
los inventos que más ha influido en la historia de la humanidad. Su importancia es tremendamente grande, dado
que influye en los cimientos mismos de la civilización: es la expresión máxima de los medios masivos de
comunicación, por tanto, es parte medular de la cultura, de esta sociedad que llamamos ahora “sociedad de la
información y la comunicación”. Lo es, de hecho, en forma cada vez más omnipresente, más avasallante. Sin
temor a equivocarnos podemos decir que el siglo XXI será el siglo de la cultura de la imagen, de la pantalla,
cultura que ya se entronizó en las pasadas décadas del siglo XX y que, tal como se ven las cosas, parece
afianzarse cada vez con más fuerza sin posibilidad de retroceso. El “¡no piense, mire la pantalla!” parece haber
llegado para quedarse. Hoy día esa pantalla ya no es sólo la televisión; ahí tenemos también la de los teléfonos
celulares, la de las agendas electrónicas, las sofisticaciones de plasma líquido que nos invitan por todas partes a
quedar anonadados. En definitiva: la imagen nos va envolviendo cada vez más siguiendo el modelo televisivo.
Cuando la televisión se masificó se inició
también el debate sobre si, por fin, este
medio encarnaría el sueño de educación al
alcance de toda la población, información
veraz y objetiva sobre la realidad mundial,
cultura para todos, programas de debate,
aporte a las ciencias y a las artes. Pero ya
con varias décadas de desarrollo parece
que ninguno de estos ideales se ha
realizado (quizá a través de ningún medio
sucedió, pero con la televisión menos aún).
A medida que pasa el tiempo la televisión es
más criticada, pero, al mismo tiempo, más
consumida. Prácticamente desde su
aparición misma no fue un medio
informativo y educativo, sino que se
constituyó en objeto de entretenimiento para
terminar siendo el centro de todo hogar
moderno. De la misma manera en que no se
piensa dos veces si se compra una cocina o
una cama cuando una pareja de recién
casados estrena residencia o cuando un
joven se independiza, tampoco se puede
dejar de pensar en comprar un televisor.
Hoy día, incluso, en los hogares de clase
media ya es “obligado” más de un aparato.
Este objeto se ha convertido en una parte
esencial de la vida de todos los seres
humanos, ricos y pobres, urbanos o rurales, varones o mujeres, jóvenes o adultos. Se calcula que actualmente
están funcionando no menos de 2,000 millones de aparatos televisivos, y la tendencia es seguir creciendo.
La televisión construye un mundo virtual muy especial. La fuerza de las imágenes hace que a menudo reciban un
estatus de realidad superior a la realidad misma. En las modernas sociedades masificadas, aglomerándose
enormes cantidades de seres humanos pero estando paradójicamente muy separados unos de otros dados los
patrones de individualismo y consumismo hedonista que la sociedad actual ha impuesto -“es más fácil para la
mayor parte de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino”, dijo sarcásticamente Alain Touraine , al mirar
todas esas personas las mismas imágenes en forma simultánea, la televisión consigue ser el referente más
potente de validación y estandarización de la realidad. El punto de partida para entender esto es la dificultad que
el sistema nervioso en su conjunto tiene para distinguir las imágenes de la realidad de las imágenes virtuales o
de representación de la realidad. Por eso lloramos viendo una película de ficción o nos emocionamos con los
anuncios de bebidas. El cerebro ha ido evolucionando en los organismos más complejos, incluida la especie
humana, basándose en la credulidad de lo que ve. Todo el mundo sabe que añadir una imagen a una noticia
cualquiera le confiere un carácter de más veracidad. Las informaciones icónicas producen en el cerebro la
sensación de ser algo intrínsecamente creíble. A lo largo de la evolución no ha sido necesario desarrollar la
capacidad de discriminar las imágenes virtuales de las reales, puesto que las primeras no existían o eran poco
relevantes (espejismos, reflejos en el agua). La aparición de la realidad virtual cambió en muy buena medida la
historia humana.
La memoria aún tiene más dificultades para distinguir la procedencia de las imágenes mentales que posee. ¿De
dónde me viene la idea que tengo de la nieve viviendo en el trópico, de mi experiencia o de las películas que he
visto? Y la idea de la Edad Media, ¿de mi imaginación, de los textos que he leído o de las imágenes que he visto?
¿Y la idea de un sindicalista? ¿La de los indígenas? ¿Y la de la guerra? ¿Cómo llegamos a los conceptos de los
“buenos” y los “malos”? (los primeros, siempre blancos; los segundos: negros, indios, musulmanes). Es necesario
insistir en esto: la televisión influye más sobre la humanidad que todo el arsenal nuclear. La televisión crea la
realidad cultural en la que nos desenvolvemos, hoy día con más fuerza que la familia, las iglesias o la escuela
formal.
La dificultad para distinguir entre imágenes reales y virtuales, junto con el aislamiento social y la cantidad de
tiempo dedicado a ver la televisión (en promedio: dos horas diarias un adulto y cuatro horas y media un niño)
borra las fronteras entre realidad y ficción e invierte el referente para conocer quiénes somos, cómo es la realidad
y cuál es el mundo deseable. Por supuesto, a los círculos que detentan el poder esto les viene como anillo al
dedo. Por eso, seguramente, se dio el crecimiento exponencial de la televisión como pocos, o como ningún otro
avance científico del siglo XX. Y en esa línea se hallan todos los dispositivos audiovisuales; el internet ya se
perfila como, sino que ya es, uno de los núcleos principales en torno al que se tejerá la vida para el siglo XXI.
Para mantener la atención, el negocio televisivo transforma todo lo que trata en espectáculo, en show, para decirlo
en la lengua dominante. El discurso político, el conocimiento, el conflicto, el temor, la muerte, la guerra, el sexo,
la destrucción pasan a ser fundamentalmente espectáculo, comedia, show farandulesco. El espectador es
acostumbrado a ver el mundo sin actuar sobre él. Al separar la información de la ejecución, al contemplar un
mundo mosaico en el que no se perciben las relaciones, se crea un estado de aturdimiento, indefensión y modorra
en el que crece con facilidad la parálisis social. Como tecnología de implantación de imágenes en el sistema
nervioso central, la televisión permite hablar directamente al interior de la subjetividad de millones de personas y
depositar en ella imágenes (que difícilmente se pueden modificar) capaces de lograr que la gente haga lo que de
otra manera nunca hubiera pensado hacer. (No olvidemos la ley de Galbraith (1958): “se publicita lo que no se
necesita”). ¿Cómo conseguir suprimir las numerosas maneras diferentes de comer que había en los distintos
territorios y culturas y sustituirlas (en una tercera parte del planeta) por unas hamburguesas o un vaso de bebida
gaseosa? Sólo una tecnología como la televisión es capaz de lograrlo con la eficacia mostrada en el escaso
margen de pocas generaciones, cosas que no logró ninguna iglesia ni ningún partido político. Aunque la televisión
se inventó en los años 20 del pasado siglo, se desarrolló como tecnología de implantación masiva de imágenes
coincidiendo con el período de mayor bonanza y acumulación capitalista tras la segunda guerra mundial, liderada
por la gran potencia hegemónica de ese entonces: Estados Unidos.
Hacia una cultura de la imagen
La cultura audiovisual que la televisión, y hoy día los otros medios digitales (videojuegos, internet), han ido
creando una cultura donde se invierte la evolución de lo sensible a lo inteligible, alterando la relación entre
entender y ver, distorsionando en buena medida la comprensión del mundo, dificultando la capacidad de
abstracción, y, por tanto, de actuar sobre la realidad. La humanidad no es “más tonta” desde que ve televisión,
sin dudas; pero es más manejable, más manipulable. El primado de la imagen lo permite.
El video-dependiente término medio, de televisión o de las nuevas tecnologías que entronizan la imagen -es decir:
cada vez más gente en el planeta- tiene menos sentido crítico que quien no depende casi exclusivamente de las
imágenes como fuente de conocimiento, de quien lee y piensa reflexivamente, críticamente. Es mucho menor el
esfuerzo de ver que el de leer. Consideremos cómo es dejarse llevar por imágenes: se suceden unas a otras, el
orden está fijado, se trata fragmentariamente cada tema y no hay espacio para reflexionar (es decir: para darle
vueltas al asunto, para examinar el contexto global en que se produce un acontecimiento, integrarlo con otros
aspectos de la realidad con los que interactúa, darse el tiempo para pensar en futuras acciones en relación al
material recibido por los sentidos). Pero de todos modos es incorrecto achacar nuestros males y esta cultura
“light” del “no piense y mire pasivamente” al avance tecnológico. Las nuevas tecnologías modelan las
problemáticas y perfilan cambios en la constitución subjetiva, sin dudas; sin embargo, el poder de creación, de
innovar, de formar y participar en los procesos de transformación social sigue siendo exclusivamente
responsabilidad nuestra, y como siempre, el vínculo interpersonal es el factor determinante en el desarrollo y uso
de las potenciales capacidades intelectuales. La tecnología nos condiciona, pero el proyecto antropológico de
base (“político”, si preferimos decirlo de otro modo) es el que decide cómo y para qué se usa ella. En otros
términos: la ciudadanía sigue siendo lo fundamental, más allá de la tecnología que se utilice.
Vale aclarar muy enfáticamente que la “culpa” de
los males del mundo no es de la televisión ni de
los medios de comunicación en general, de esta
tendencia al consumo de imágenes, de los
medios digitales (televisión y toda la parafernalia
que le sigue, el internet, la pantalla de los
teléfonos celulares inteligentes y de los medios
que podrán venir en un futuro en esta línea).
También ellos, como instrumentos de enorme
penetración, pueden servir para otros fines: para
ampliar nuestro conocimiento, para mejorar
nuestra condición. También la televisión, o los
medios de comunicación en general, pueden ser
un arma liberadora. De todos modos, las
experiencias conocidas hasta la fecha abren
algunos interrogantes.
Esto nos lleva a replantear la cultura de la imagen que está en la base de toda esta proliferación de medios
masivos que cada vez van imponiéndose más. Como dijo Zbigniew Brzezinsky (1968): “En la sociedad actual el
rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el
radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más
eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”. En otros términos: los medios de comunicación al
servicio de los proyectos dominantes, de los poderes fácticos.
La humanidad no es más tonta desde que ve televisión, se decía más arriba, pues el núcleo del problema no está
en el consumidor sino el productor. Lo que se busca enfatizar ahora es que ese productor de imágenes es cada
vez más también un gran poder político. En los años 60 del pasado siglo el padre de la semiótica, el italiano
Umberto Eco, decía que “quien detente los medios de comunicación detentará el poder”. Evidentemente, viendo
cómo marchan las cosas actualmente, no se equivocaba.
Vale la pena aquí recordar lo dicho por el nazi Joseph Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna:
“¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre
y únicamente a la masa! (…) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de
asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige [¿niño de seis años?]. (…) La facultad
de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es
muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e
imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes
sea también capaz de captar la idea”.
No hay ninguna duda que la inmediatez y unidireccionalidad de los mensajes audiovisuales, de los que la
televisión es el principal exponente, junto al cine, la foto, el internet o los videojuegos, generó una cultura de la
imagen que hoy pareciera muy difícil, si no imposible, revertir. En la dinámica humana la conducta reiteradamente
repetida termina creando hábito (“algunos puntos fuertes poco numerosos se imponen a fuerza de fórmulas
repetidas” enseñaba el ministro de Propaganda del Tercer Reich. Igual que la intuición de Eco, tenía razón). La
cultura de la imagen que hace años viene repitiéndose con fuerza creciente ya creó un hábito en todas las capas
sociales en estas últimas generaciones, y hoy por hoy pareciera imposible desarmarla. Pero en esa cultura anida
un límite intrínseco, quizá imposible de ser franqueado: no importa el tipo de programa televisivo que se presente,
siempre el mirar la pantalla no permite una actitud crítica como sí posibilita, por ejemplo, la lectura. De todos
modos, esa cultura de la imagen no parece que vaya a desaparecer. Por el contrario, llegó para quedarse, y ya
ha formado un nuevo sujeto, que será con el que habrá que contar de aquí en más.
La actual cultura mediática (audiovisual en lo fundamental) es la que cada vez más viene condicionando el
pensamiento político. Por eso el comunicador social tiene una cuota de poder tan importante en sus manos:
sépalo o no, es un vehículo de capital influencia por el que se va creando la ciudadanía, la opinión pública, la
ideología. “Pensamos” política e ideológicamente en términos pasivos lo que el “espectáculo mediático” nos
presenta, sin mayores cuestionamientos: que “los musulmanes son todos unos fanáticos terroristas”, que “los
narcotraficantes constituyen el nuevo demonio que mueve la política en nuestros narco-Estados
latinoamericanos”, que “las “temibles” maras son el principal problema de Centroamérica”, que “Osama Bin Laden
manejaba buena parte del mundo desde una tenebrosa cueva en las montañas de Afganistán”, que estamos mal
porque “los políticos corruptos se roban todo”. Y también, sin formulaciones críticas al respecto, que “la
democracia” es un bien en sí mismo, que los países exitosos son tales porque han abrazado la democracia.
Nuestro pensamiento, recordémoslo una vez más,
muchas veces se moldea por poderes hegemónicos
que imponen “lo que se debe pensar”. En el ámbito
académico eso es descarnadamente cierto también,
aunque debería ser el lugar de la crítica por
excelencia. La cultura de la imagen lo barre todo: el
“copia y pega” pareciera haber llegado para
quedarse. ¿Y no son sino eso los noticieros que nos
llenan la cabeza de “información”: copia de lo que se
muestra en las pantallas de los dispositivos digitales
y repetición acrítica?
El actual mundo globalizado, la “aldea global” como
se le ha dado en llamar (McLuhan), en forma
creciente es regido por un pensamiento único, en
muy buena medida vehiculizado por los medios
masivos de comunicación, y en especial los
audiovisuales. En términos políticos -o dicho de otro modo: en términos de ciudadanía- esa globalización viene a
uniformar puntos de vista, a tener parámetros universalmente compartidos. Ahora bien: si se habla de
“globalización” debe entenderse bien de qué se trata.
Retos actuales ante el nuevo escenario de la comunicación digital y global
Se entiende por “globalización” el proceso económico, político y sociocultural que está teniendo lugar actualmente
a nivel mundial por el que cada vez existe una mayor interrelación económica entre todos los rincones del planeta,
por alejados que estén, gracias a estas tecnologías que han borrado prácticamente las distancias permitiendo
comunicaciones en tiempo real, siempre bajo el control de grandes corporaciones multinacionales. En realidad,
la globalización propiamente dicha comienza con la expansión del naciente capitalismo de Europa cuando sale a
“conquistar” el mundo, allá por inicios del siglo XVI. Ahí verdaderamente comienza a hacerse global, mundial,
planetario en sentido estricto, todo el sistema económico, y, por tanto, su impronta político-cultural.
Conquistadores europeos, con mano de obra esclava africana, sojuzgan a pueblos americanos, sentando las
bases para una homogenización de toda la “aldea global”. Pero es recién ahora, con el final de la Guerra Fría,
que el sistema capitalista puede sentirse abiertamente triunfador y dueño de toda la escena mundial. Ahora es
cuando puede decirse que la globalización triunfó.
Esa globalización que se vive actualmente (económica, política y cultural) es el caldo de cultivo donde las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación son el sistema circulatorio que la sostiene, haciendo parte vital
de la nueva economía global centrada básicamente en la comunicación virtual, en la inteligencia artificial y en el
conocimiento como principal recurso, todo lo cual permite el nuevo capitalismo financiero, hiper concentrado en
poquísimas manos, superando a los Estado-nación modernos.
Las nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han entrado en escena y su consumo masivo
siempre creciente, no benefician por igual a todos los sectores. “En América Latina la presencia o el desarrollo
de una SIC [sociedad de la información y la comunicación] está más ligada a la consolidación de grandes
consorcios multinacionales del audiovisual que a la incorporación de la convergencia a los procesos productivos.
Esto último se ha polarizado en un sector capaz de desmaterializar la economía, en tanto que sobrevive otro gran
sector que permanece al margen de los cambios tecnológicos y continúa trabajando dentro de un esquema de
producción clásico, ayudado de herramientas que también podríamos definir como clásicas. En nuestros países
sólo un sector de la población (muy probablemente el que acumula el consumo tecnológico de distintas
generaciones), es la que se ha incorporado efectivamente al proceso de producción ligado a la información y el
conocimiento”.
La repetida insistencia en relación a las maravillas de las nuevas tecnologías digitales de la información y la
comunicación, en realidad puede tener mucho de espejismo manipulado desde los grandes centros de poder que
se benefician de ellas, de su comercialización y de su uso como mecanismo de control a escala planetaria. El
hecho de que en cierta forma la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación pueda facilitar
las cosas en ciertos aspectos para las grandes mayorías, no es efectivo si no se terminan con los problemas
estructurales, con las brechas sociales enormes que siguen siendo el paisaje cotidiano: el hambre, la exclusión
crónica, el analfabetismo, las enfermedades curables, el racismo. Pese a este portento de las tecnologías de la
inteligencia artificial, el hambre sigue siendo uno de los principales problemas del mundo. ¡Siglo de la hiper-
tecnología… y nos seguimos muriendo a causa del hambre! Simplemente bochornoso.
No está demostrado que por el hecho de utilizar alguna de las nuevas tecnologías digitales se elimine
automáticamente la exclusión social o se termine con la pobreza crónica. De todos modos, sabiendo que estas
herramientas encierran un enorme potencial, es válido pensar que no disponer de ellas propicia la exclusión, o la
puede profundizar. Visto que la red de redes, el internet, es la suma más enorme nunca antes vista de información
que pone al servicio de la humanidad toda una potente herramienta de comunicación, no acceder a él crea desde
ya una desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos, el desarrollo propiamente dicho, el
aprovechamiento efectivo de las potencialidades que abren las nuevas tecnologías comunicacionales, no se da
por el sólo hecho de disponer de una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un teléfono celular
de última generación, o de una consola de videojuegos, tan a la moda hoy día. Los videojuegos, valga agregar,
que cada vez comienzan a ser jugados desde las más tempranas edades (2 o 3 años), bastante poco amigables
para los adultos -los que no han crecido en esta cultura cibernética- funcionan como “verdaderas propedéuticas
informales para el acercamiento amistoso y lúdico a los aparatos electrónicos. […] Ese tiempo invertido los acerca
sin reparos mayores a la manipulación de aparatos de tecnología digital”. Después de varios años de
“acostumbramiento”, ya desde niños, los jóvenes encuentran como algo absolutamente natural, y más aún:
imprescindible, el mundo de las tecnologías de la información y la comunicación.
El consumismo está ya puesto en marcha, y la obsolescencia programada hará que cada cierto tiempo haya que
reemplazar el equipo en cuestión. Obviamente todos estos aparatos podrán ser “bonitos”, pero no dejan de ser
instrumentos, útiles, herramientas. La diferencia fundamental no la hacen los instrumentos, sino los sujetos que
los utilizan.
Lo que sí hace la diferencia es la capacidad que una población pueda tener para aprovechar creativamente estas
nuevas formas culturales. Si el internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente dice cierto
pensamiento dominante (desde una perspectiva más mercadológica que crítica, terminando por constituirse en
“mito”, en manipulación mediática), ello permite descubrir el porqué de esa tenaz repetición: está claro que
alimenta muy generosamente a quienes lucran con su comercialización.
En realidad, con el comercio expandido por todo el orbe nació la globalización. Hoy asistimos a su entronización
cultural, basada en muy buena medida en tecnologías que unen el mundo a velocidades vertiginosas, pero como
se dijo en alguna ocasión: la globalización comenzó la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando Rodrigo de
Triana pronunció su grito de ¡tierra! Entre los íconos de esta globalización se inscribe también el mercado como
punto máximo del desarrollo y “la democracia” como expresión superior de la organización política. Los medios
masivos de comunicación, cada vez más globalizados y concentrados, juegan un papel clave en la expansión de
este fenómeno y de sus mitos. Hoy día, la ciudadanía (ciudadanía global, ciertamente) es moldeada cada vez
más por ellos.
Ese proceso de homogenización político-cultural y el papel
que en él pueden jugar los medios masivos de
comunicación, se perfilaba ya algunas décadas atrás; así,
por ejemplo, el Informe McBride de UNESCO del año 1980
lo expresaba explícitamente: “La industria de la
comunicación está dominada por un número relativamente
pequeño de empresas que engloban todos los aspectos
de la producción y la distribución, las cuales están situadas
en los principales países desarrollados y cuyas actividades
son transnacionales. (…) Se deben adoptar medidas
encaminadas a ampliar las fuentes de información que
necesitan los ciudadanos en su vida cotidiana. Procede
emprender un examen minucioso de las leyes y
reglamentos vigentes para reducir las limitaciones, las
cláusulas secretas y las restricciones de diversos tipos en
las prácticas de información. (…) Con harta frecuencia se
trata a los lectores, oyentes y los espectadores como si
fueran receptores pasivos de información”.
Sin dudas, el rol de los medios abre interrogantes sobre su aporte a la consolidación de la democracia genuina.
Como dice Marcial Murciano: “El papel de árbitro que siempre ha mantenido el Estado en la moderna democracia
se reduce y el mercado, ordenado ahora por los nuevos líderes empresariales, no asegura ninguno de los
principios redistributivos que la democracia contemporánea debe asegurar al ciudadano que ahora debe situarse
en un plano local y mundial al mismo tiempo. Probablemente más que en ningún otro período de nuestra historia
reciente se hace necesario abrir un nuevo debate político-cultural sobre la posición de dominio y control de los
actores económicos sobre el sistema de los medios, en el nuevo contexto de la democracia participativa y la
globalización. Sin dudas son tiempos de nuevas exigencias para las políticas de comunicación democrática”.
Más allá de todo el despliegue científico-técnico con que nos movemos como sociedad globalizada que entró en
la modernidad -todos tenemos teléfono celular, el internet es un hecho, todos directa o indirectamente
consumimos petróleo… ¿es eso el progreso? - en el ámbito ideológico-político seguimos apegados a mitos, a
frases hechas, a estereotipos: ¿qué diferencia la creencia de cualquier mito popular (fantasmas, hadas mágicas,
personajes mitológicos, etc.) de los mitos en torno a la democracia? Y los medios masivos de comunicación, en
vez de ser críticos al respecto, los alimentan generosamente.
La ética del comunicador
(Es de aclarar que este apartado no se refiere únicamente a quienes estudian comunicación social o periodismo,
se refiere a todos aquellos que tiene que ver con la comunicación, que en últimas, somos todos, profesionales,
educadores, líderes sociales, trabajadores, estudiantes, etc.)
Un comunicador social dispone de un acceso y poder de convocatoria sobre la población como no lo tienen otros
profesionales. Quiera que no, es un formador de opinión, de ciudadanía. Hoy, con la importancia definitoria de
los medios de comunicación en nuestras sociedades masificadas, es un agente vital en la reproducción de pautas
socioculturales. O, también, un agente fenomenal para el cambio de esas pautas.
Si bien es cierto que la actual cibercultura abre la posibilidad de una cierta liviandad, de un pensamiento icónico
muchas veces nada reflexivo, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas
de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fabuloso reto.
La cultura digital que ha llegado con una fuerza avasalladora, sin precedentes, presenta un gran desafío:
obviamente, en tanto tecnología, no es ni “buena” ni “mala”. Plantearlo en esos términos es sumamente
reduccionista. Pero no se puede dejar de considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel juega para los
grandes poderes globales como negocio y como mecanismo de control social. O también como contra-mensaje,
como contra-poder. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo está servida. Se trata de ver cómo
hacerlo.
No debe dejarse de tener en cuenta que se han abierto ciertos canales para una relativa democratización de la
información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir, transmitir, denunciar,
hacer evidentes ciertas cosas. Pero hay que cuidarse de no caer en la ilusión de creer que los cambios sociales
son sólo cuestiones de modernización tecnológica. La tecnología, si no está al servicio de la causa del Ser
Humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación. La comunicación social y todo su creciente
arsenal tecnológico deben servir para fomentar desarrollo genuino, para afianzar la democracia de base, para
buscar el bienestar para todos, y no estar al servicio de ninguna opresión. Si no es así, se termina convirtiendo
en cómplice (¡o en actora principal!) de la explotación. Es por eso que decíamos que los comunicadores ya no
son el “cuarto poder”: constituyen uno de los principalísimos poderes dominantes del mundo.
Ahora bien: el comunicador social no es neutro; de hecho, desempeña un papel muy importante en la
conformación de ciudadanía, y siempre está tomando partido, tiene una posición, está ubicado con los pies sobre
la tierra. Es imposible pedir “objetividad” como generalidad, como un bien en sí mismo. “La objetividad no existe
en ningún aspecto de la vida, ni del periodismo de ningún lugar del mundo. En tantos seres sociales formados
por una historia, un contexto y una mirada del mundo particular, única e irrepetible, resulta imposible creer que
puede haber una mirada objetiva sobre un hecho, acontecimiento o relato”, afirma Natalia Locco. En todo caso,
siguiendo a Victoria Camps: “lo que el buen informador debe proponerse, no es tanto ser objetivo cuanto creíble”.
Ahí estriba el asunto crucial de su misión profesional: ser serio, ético, tener sentido crítico, saberse agente
formador de las grandes multitudes a quien se dirige. El conocimiento técnico, por más excelente que sea, no es
ninguna garantía de una buena práctica, de un buen ejercicio profesional. Para ello es imprescindible contar con
un proyecto humano, social, político en su sentido más amplio.
En relación a lo anterior Ignacio Ramonet expresa: “En estos tiempos de globalización neoliberal, la información
se ha convertido en uno de los problemas principales de la democracia (…) Se puede hacer un paralelismo con
lo sucedido con la alimentación. Había escasez de alimentos -y sigue habiendo en algunos países-, luego la
revolución agraria permitió producir en abundancia. Hoy sabemos que muchos de los alimentos son tóxicos,
pueden envenenarnos (el caso de la «vaca loca» por ejemplo). Lo mismo sucede con la información; está
contaminada. Hay que crear una ecología de la información para limpiarla, para que se respete la verdad, para
mejorar la calidad informativa y así mejorar la calidad de la democracia”.
Debe quedar claro que nadie tiene el poder absoluto para cambiar todo un entramado social o para impedir sus
cambios en forma terminante. Las transformaciones, las mejoras en la calidad de vida, las mutaciones son
procesos complejos, largos, muy arduos. Cada quien aporta su grano de arena al respecto. Quienes abrazan la
profesión de comunicar tienen, sin duda, un privilegio especial: su accionar influye de un modo más profundo que
otros en ese proceso. Por eso hay que tener muy claro los principios éticos con los que deben manejarse. Más
allá de la imperiosa necesidad de trabajar para asegurar la propia subsistencia, la disyuntiva que se plantea es:
¿se trabaja para continuar con este sistema o para proponer otro?
ACTIVIDAD:
1. ¿Qué significa que la realidad es siempre cambiante, variada, siempre relativa? Da un ejemplo de esto.
2. ¿Qué opinas de la siguiente afirmación del autor del texto? Da un ejemplo que ilustre lo que opinas: “los
medios de comunicación, tradicionalmente el “cuarto poder”, han subido drásticamente de categoría. Hoy
día son uno de los factores del poder mismo, construyendo la realidad político-ideológica a escala
planetaria”
3. Realiza un dibujo sobre la evolución de los medios de comunicación y de las revoluciones tecnológicas
4. ¿Qué quiere decir Alain Touraine cuando afirma sarcásticamente que: “es más fácil para la mayor parte
de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino”?
5. ¿Por qué lloramos, reímos o nos emocionamos con lo que vemos en la TV o el cine si no es la realidad
como tal?
6. ¿A qué se refiere el autor cuando dice que “la televisión influye más sobre la humanidad que todo el
arsenal nuclear”? y además dice que “La televisión crea la realidad cultural en la que nos desenvolvemos,
hoy día con más fuerza que la familia, las iglesias o la escuela formal.”?
7. ¿Qué opinas cuando se afirma que: “El discurso político, el conocimiento, el conflicto, el temor, la muerte,
la guerra, el sexo, la destrucción pasan a ser fundamentalmente espectáculo, comedia, show
farandulesco”?
8. ¿En qué cosiste la parálisis social y la video dependencia?
9. Umberto Eco, decía que “quien detente los medios de comunicación detentará el poder”. ¿Por qué afirma
esto?
10. ¿Por qué Joseph Goebbels, nazi encargado de la publicidad de Hitler, dice que la propaganda debe
dirigirse a las masas?
11. ¿Cuál sería la propuesta que se puedes plantear teniendo en cuenta que se dice que estamos en el siglo
de la hiper-tecnología y a pesar de ello nos seguimos muriendo de hambre?
12. ¿Qué opinas de la frase de Malcom X: “Ten cuidado con los medios de comunicación porque vas a
terminar odiando al oprimido y amando al opresor”?
NOTA DE AUTOEVALUACIÓN:
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  • 1.
  • 2. Docente DIANA WIESNER e - mail: WhatsApp: Área ÉTICA Y VALORES Asignatura ÉTICA Y VALORES Grado DECIMO Curso (s) 1001.1002.1003. Estudiante Indicadores de desempeño Reconocer la influencia de los medios de comunicación en la vida cotidiana Comprender las bases sobre las cuales el hombre empieza a pensar en su existencia y en la manipulación de los medios de comunicación, rompiendo con los esquemas propuestos con anterioridad en la historia Identificar los retos que se presentan en la actualidad frente a los medios de comunicación Contenidos 1. Medios de comunicación y su influencia en la vida cotidiana 1.1. El peso en la realidad objetiva 1.2. La televisión: un ejemplo de “diosa todopoderosa” en la comunicación 1.3. Hacia una cultura de la imagen 1.4. Retos actuales ante el nuevo escenario de la comunicación digital y global 1.5. La Ética del comunicador Criterios de Evaluación Lectura comprensiva de los textos Análisis argumentativo de las historias Aplicación de lo trabajado en situaciones cotidianas Identificación de los elementos básicos del existencialismo con sus implicaciones éticas y prácticas Aplicación de elementos existencialistas en situaciones o textos concretos Comprensión de textos especializados de la corriente existencialista Tiempo de ejecución SEGUNDO PERIODO BLOQUE CONCEPTUAL
  • 3. Los medios de comunicación y su influencia en la vida cotidiana1 De acuerdo con nuestra tradición occidental la realidad es una, dada desde siempre, puesta ahí en forma indubitable a la espera que el ser humano se contacte con ella. La realidad, en definitiva, existe independientemente del sujeto que se relaciona con ella. En ese marco, la verdad, siguiendo las enseñanzas aristotélicas y los teólogos medievales, es la “adecuación del sujeto que conoce con la cosa conocida”. La cosa, la realidad, está siempre ahí a la espera que el sujeto se dirija a ella para aprehenderla, para conocerla a través de sus sentidos y la razón. Esa fue la idea dominante por dos milenios en nuestra tradición cultural, y es la concepción que sigue prevaleciendo en el sentido común. El peso está puesto en la realidad objetiva. En el Renacimiento, con el cambio de paradigmas que comienza a tener lugar en ese momento histórico de la humanidad, la noción de la realidad va variando. Con el mundo moderno que se empieza a construir a partir del nuevo ideal de ciencia copernicana, la realidad va a pasar ser “construcción”, es decir: producto de la forma en que el sujeto se relaciona con la cosa. La realidad deja de ser una, única, inobjetable. Llegados a nuestros días con un pensamiento cada vez más centrado en el sujeto, interesa fundamentalmente el proceso de “construcción” de esa realidad. Los datos de las distintas ciencias sociales y de una epistemología que rompe vínculos con la tradición aristotélica ponen el énfasis en la relatividad de la realidad: la misma pasa a ser entendida como construcción histórica, por tanto, cambiante, variada, siempre relativa. El peso, ahora, está puesto en el sujeto y en las relaciones que establece con la cosa. Así como una botella está medio vacía o medio llena, según el punto de vista, así comienza a entenderse esta nueva visión de la realidad. La verdad deja de ser un absoluto. Todo esto nos sirve para entender que la realidad de la que queremos hablar en términos político-sociales es una realidad “construida”, no absoluta, no terminada. Lo político, en tanto la esfera donde se juegan las relaciones de poder entre grupos humanos, no es una realidad dada de antemano, única e indubitable. Esa realidad política es producto de una historia, y, por tanto, es cambiante, dinámica, en perpetuo movimiento. En esa construcción, más allá de la bienintencionada idea de paz y rechazo de la violencia, el conflicto juega un papel determinante. La historia, la realidad política, en definitiva, es producto de una conflictividad estructural. La realidad política tiene que ver con el juego de los poderes que se van estableciendo, los cuales están en continuo cambio. La forma en que percibimos esa realidad no es nunca ni ingenua ni neutra. Lo que sabemos de esa realidad política -que es una realidad social, por tanto, determinada por factores sociales, económicos en principio, así como culturales en sentido amplio- es siempre una construcción hecha desde el ejercicio de poderes. Lo que pensamos, sabemos, decimos de esa realidad, es lo que quien detenta la mayor cuota de poder social piensa. El pensamiento político es el reflejo de las luchas de poder que estructuran toda sociedad, y que le dan su dinámica. Este pensar, en general, ha sido patrimonio de un pequeño grupo de pensadores -en general plegados a los poderes dominantes- que piensan, organizan y dan forma a lo que luego las grandes mayorías repiten. En relación a esto, algo inédito en la historia y que viene marcando una tendencia cultural ya desde inicios del siglo XX es el papel que juegan los modernos medios masivos de comunicación. Lo que la gran mayoría piensa, o más correctamente repite en términos políticos-ideológicos, cada vez más proviene de esos medios comunicacionales: prensa escrita primero, luego radio, después la televisión con una fuerza arrolladora, actualmente toda la diversidad de medios audiovisuales: internet, videojuegos. Estos llamados “mass-media” han ido creciendo hasta convertirse en una especie de nuevo medio ambiente creando una inversión que hace que para muchas personas ya no haya otra realidad relevante que la que esos medios producen. 1 Tomado de www.ciudadano.com, autoría de Bruno Sommer, Director.
  • 4. Según una publicación de la empresa encuestadora Gallup, estadounidense y para nada sospechosa de pensamiento crítico con ideología de izquierda, el 85% de lo que un adulto urbano término medio “sabe” hoy día de su realidad política proviene de esos medios masivos de comunicación, de la televisión, ante todo. Es ya sabido, es una frase hecha -pero no por ello menos importante- aquello de “si no está en la televisión no existe”. Esa es nuestra realidad política actual: los medios de comunicación, tradicionalmente el “cuarto poder”, han subido drásticamente de categoría. Hoy día son uno de los factores del poder mismo, construyendo la realidad político-ideológica a escala planetaria. Muy buena parte de nuestras apreciaciones sobre esa realidad son los productos prefabricados que esas usinas culturales elaboran, cada vez con mayor sutileza, con mayor esmero. La evolución de los medios de comunicación ha estado siempre asociada a las distintas revoluciones tecnológicas, así la imprenta precedió al motor de vapor, la radio a la televisión, el ferrocarril a los automóviles, el telégrafo al teléfono, etc. De igual forma la expresión oral precedió a los manuscritos mediante el pergamino que podía mostrar texto y miniaturas ilustradas. Primero se transmitían sonidos, luego sonidos e imágenes. Hasta llegar al nuevo medio de transmisión de información, a saber: internet. Ha sido un medio que empezó transmitiendo sólo texto, luego imágenes, sonido, hasta llegar al lugar que ocupa en la actualidad. La televisión: un ejemplo de “diosa todopoderosa” en la comunicación Para entender este poder que detentan los medios, nos vamos a permitir hacer un pequeño recorrido por el medio de comunicación que más ha impactado a escala global en la población: la televisión. Sin dudas, ella es uno de los inventos que más ha influido en la historia de la humanidad. Su importancia es tremendamente grande, dado que influye en los cimientos mismos de la civilización: es la expresión máxima de los medios masivos de comunicación, por tanto, es parte medular de la cultura, de esta sociedad que llamamos ahora “sociedad de la información y la comunicación”. Lo es, de hecho, en forma cada vez más omnipresente, más avasallante. Sin temor a equivocarnos podemos decir que el siglo XXI será el siglo de la cultura de la imagen, de la pantalla, cultura que ya se entronizó en las pasadas décadas del siglo XX y que, tal como se ven las cosas, parece afianzarse cada vez con más fuerza sin posibilidad de retroceso. El “¡no piense, mire la pantalla!” parece haber llegado para quedarse. Hoy día esa pantalla ya no es sólo la televisión; ahí tenemos también la de los teléfonos celulares, la de las agendas electrónicas, las sofisticaciones de plasma líquido que nos invitan por todas partes a quedar anonadados. En definitiva: la imagen nos va envolviendo cada vez más siguiendo el modelo televisivo.
  • 5. Cuando la televisión se masificó se inició también el debate sobre si, por fin, este medio encarnaría el sueño de educación al alcance de toda la población, información veraz y objetiva sobre la realidad mundial, cultura para todos, programas de debate, aporte a las ciencias y a las artes. Pero ya con varias décadas de desarrollo parece que ninguno de estos ideales se ha realizado (quizá a través de ningún medio sucedió, pero con la televisión menos aún). A medida que pasa el tiempo la televisión es más criticada, pero, al mismo tiempo, más consumida. Prácticamente desde su aparición misma no fue un medio informativo y educativo, sino que se constituyó en objeto de entretenimiento para terminar siendo el centro de todo hogar moderno. De la misma manera en que no se piensa dos veces si se compra una cocina o una cama cuando una pareja de recién casados estrena residencia o cuando un joven se independiza, tampoco se puede dejar de pensar en comprar un televisor. Hoy día, incluso, en los hogares de clase media ya es “obligado” más de un aparato. Este objeto se ha convertido en una parte esencial de la vida de todos los seres humanos, ricos y pobres, urbanos o rurales, varones o mujeres, jóvenes o adultos. Se calcula que actualmente están funcionando no menos de 2,000 millones de aparatos televisivos, y la tendencia es seguir creciendo. La televisión construye un mundo virtual muy especial. La fuerza de las imágenes hace que a menudo reciban un estatus de realidad superior a la realidad misma. En las modernas sociedades masificadas, aglomerándose enormes cantidades de seres humanos pero estando paradójicamente muy separados unos de otros dados los patrones de individualismo y consumismo hedonista que la sociedad actual ha impuesto -“es más fácil para la mayor parte de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino”, dijo sarcásticamente Alain Touraine , al mirar todas esas personas las mismas imágenes en forma simultánea, la televisión consigue ser el referente más potente de validación y estandarización de la realidad. El punto de partida para entender esto es la dificultad que el sistema nervioso en su conjunto tiene para distinguir las imágenes de la realidad de las imágenes virtuales o de representación de la realidad. Por eso lloramos viendo una película de ficción o nos emocionamos con los anuncios de bebidas. El cerebro ha ido evolucionando en los organismos más complejos, incluida la especie humana, basándose en la credulidad de lo que ve. Todo el mundo sabe que añadir una imagen a una noticia cualquiera le confiere un carácter de más veracidad. Las informaciones icónicas producen en el cerebro la sensación de ser algo intrínsecamente creíble. A lo largo de la evolución no ha sido necesario desarrollar la capacidad de discriminar las imágenes virtuales de las reales, puesto que las primeras no existían o eran poco relevantes (espejismos, reflejos en el agua). La aparición de la realidad virtual cambió en muy buena medida la historia humana. La memoria aún tiene más dificultades para distinguir la procedencia de las imágenes mentales que posee. ¿De dónde me viene la idea que tengo de la nieve viviendo en el trópico, de mi experiencia o de las películas que he visto? Y la idea de la Edad Media, ¿de mi imaginación, de los textos que he leído o de las imágenes que he visto? ¿Y la idea de un sindicalista? ¿La de los indígenas? ¿Y la de la guerra? ¿Cómo llegamos a los conceptos de los “buenos” y los “malos”? (los primeros, siempre blancos; los segundos: negros, indios, musulmanes). Es necesario insistir en esto: la televisión influye más sobre la humanidad que todo el arsenal nuclear. La televisión crea la realidad cultural en la que nos desenvolvemos, hoy día con más fuerza que la familia, las iglesias o la escuela formal.
  • 6. La dificultad para distinguir entre imágenes reales y virtuales, junto con el aislamiento social y la cantidad de tiempo dedicado a ver la televisión (en promedio: dos horas diarias un adulto y cuatro horas y media un niño) borra las fronteras entre realidad y ficción e invierte el referente para conocer quiénes somos, cómo es la realidad y cuál es el mundo deseable. Por supuesto, a los círculos que detentan el poder esto les viene como anillo al dedo. Por eso, seguramente, se dio el crecimiento exponencial de la televisión como pocos, o como ningún otro avance científico del siglo XX. Y en esa línea se hallan todos los dispositivos audiovisuales; el internet ya se perfila como, sino que ya es, uno de los núcleos principales en torno al que se tejerá la vida para el siglo XXI. Para mantener la atención, el negocio televisivo transforma todo lo que trata en espectáculo, en show, para decirlo en la lengua dominante. El discurso político, el conocimiento, el conflicto, el temor, la muerte, la guerra, el sexo, la destrucción pasan a ser fundamentalmente espectáculo, comedia, show farandulesco. El espectador es acostumbrado a ver el mundo sin actuar sobre él. Al separar la información de la ejecución, al contemplar un mundo mosaico en el que no se perciben las relaciones, se crea un estado de aturdimiento, indefensión y modorra en el que crece con facilidad la parálisis social. Como tecnología de implantación de imágenes en el sistema nervioso central, la televisión permite hablar directamente al interior de la subjetividad de millones de personas y depositar en ella imágenes (que difícilmente se pueden modificar) capaces de lograr que la gente haga lo que de otra manera nunca hubiera pensado hacer. (No olvidemos la ley de Galbraith (1958): “se publicita lo que no se necesita”). ¿Cómo conseguir suprimir las numerosas maneras diferentes de comer que había en los distintos territorios y culturas y sustituirlas (en una tercera parte del planeta) por unas hamburguesas o un vaso de bebida gaseosa? Sólo una tecnología como la televisión es capaz de lograrlo con la eficacia mostrada en el escaso margen de pocas generaciones, cosas que no logró ninguna iglesia ni ningún partido político. Aunque la televisión se inventó en los años 20 del pasado siglo, se desarrolló como tecnología de implantación masiva de imágenes coincidiendo con el período de mayor bonanza y acumulación capitalista tras la segunda guerra mundial, liderada por la gran potencia hegemónica de ese entonces: Estados Unidos. Hacia una cultura de la imagen La cultura audiovisual que la televisión, y hoy día los otros medios digitales (videojuegos, internet), han ido creando una cultura donde se invierte la evolución de lo sensible a lo inteligible, alterando la relación entre entender y ver, distorsionando en buena medida la comprensión del mundo, dificultando la capacidad de abstracción, y, por tanto, de actuar sobre la realidad. La humanidad no es “más tonta” desde que ve televisión, sin dudas; pero es más manejable, más manipulable. El primado de la imagen lo permite. El video-dependiente término medio, de televisión o de las nuevas tecnologías que entronizan la imagen -es decir: cada vez más gente en el planeta- tiene menos sentido crítico que quien no depende casi exclusivamente de las imágenes como fuente de conocimiento, de quien lee y piensa reflexivamente, críticamente. Es mucho menor el esfuerzo de ver que el de leer. Consideremos cómo es dejarse llevar por imágenes: se suceden unas a otras, el orden está fijado, se trata fragmentariamente cada tema y no hay espacio para reflexionar (es decir: para darle vueltas al asunto, para examinar el contexto global en que se produce un acontecimiento, integrarlo con otros aspectos de la realidad con los que interactúa, darse el tiempo para pensar en futuras acciones en relación al material recibido por los sentidos). Pero de todos modos es incorrecto achacar nuestros males y esta cultura “light” del “no piense y mire pasivamente” al avance tecnológico. Las nuevas tecnologías modelan las problemáticas y perfilan cambios en la constitución subjetiva, sin dudas; sin embargo, el poder de creación, de innovar, de formar y participar en los procesos de transformación social sigue siendo exclusivamente responsabilidad nuestra, y como siempre, el vínculo interpersonal es el factor determinante en el desarrollo y uso de las potenciales capacidades intelectuales. La tecnología nos condiciona, pero el proyecto antropológico de base (“político”, si preferimos decirlo de otro modo) es el que decide cómo y para qué se usa ella. En otros términos: la ciudadanía sigue siendo lo fundamental, más allá de la tecnología que se utilice.
  • 7. Vale aclarar muy enfáticamente que la “culpa” de los males del mundo no es de la televisión ni de los medios de comunicación en general, de esta tendencia al consumo de imágenes, de los medios digitales (televisión y toda la parafernalia que le sigue, el internet, la pantalla de los teléfonos celulares inteligentes y de los medios que podrán venir en un futuro en esta línea). También ellos, como instrumentos de enorme penetración, pueden servir para otros fines: para ampliar nuestro conocimiento, para mejorar nuestra condición. También la televisión, o los medios de comunicación en general, pueden ser un arma liberadora. De todos modos, las experiencias conocidas hasta la fecha abren algunos interrogantes. Esto nos lleva a replantear la cultura de la imagen que está en la base de toda esta proliferación de medios masivos que cada vez van imponiéndose más. Como dijo Zbigniew Brzezinsky (1968): “En la sociedad actual el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”. En otros términos: los medios de comunicación al servicio de los proyectos dominantes, de los poderes fácticos. La humanidad no es más tonta desde que ve televisión, se decía más arriba, pues el núcleo del problema no está en el consumidor sino el productor. Lo que se busca enfatizar ahora es que ese productor de imágenes es cada vez más también un gran poder político. En los años 60 del pasado siglo el padre de la semiótica, el italiano Umberto Eco, decía que “quien detente los medios de comunicación detentará el poder”. Evidentemente, viendo cómo marchan las cosas actualmente, no se equivocaba. Vale la pena aquí recordar lo dicho por el nazi Joseph Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna: “¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (…) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige [¿niño de seis años?]. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea”. No hay ninguna duda que la inmediatez y unidireccionalidad de los mensajes audiovisuales, de los que la televisión es el principal exponente, junto al cine, la foto, el internet o los videojuegos, generó una cultura de la imagen que hoy pareciera muy difícil, si no imposible, revertir. En la dinámica humana la conducta reiteradamente repetida termina creando hábito (“algunos puntos fuertes poco numerosos se imponen a fuerza de fórmulas repetidas” enseñaba el ministro de Propaganda del Tercer Reich. Igual que la intuición de Eco, tenía razón). La cultura de la imagen que hace años viene repitiéndose con fuerza creciente ya creó un hábito en todas las capas sociales en estas últimas generaciones, y hoy por hoy pareciera imposible desarmarla. Pero en esa cultura anida un límite intrínseco, quizá imposible de ser franqueado: no importa el tipo de programa televisivo que se presente, siempre el mirar la pantalla no permite una actitud crítica como sí posibilita, por ejemplo, la lectura. De todos modos, esa cultura de la imagen no parece que vaya a desaparecer. Por el contrario, llegó para quedarse, y ya ha formado un nuevo sujeto, que será con el que habrá que contar de aquí en más. La actual cultura mediática (audiovisual en lo fundamental) es la que cada vez más viene condicionando el pensamiento político. Por eso el comunicador social tiene una cuota de poder tan importante en sus manos: sépalo o no, es un vehículo de capital influencia por el que se va creando la ciudadanía, la opinión pública, la ideología. “Pensamos” política e ideológicamente en términos pasivos lo que el “espectáculo mediático” nos presenta, sin mayores cuestionamientos: que “los musulmanes son todos unos fanáticos terroristas”, que “los narcotraficantes constituyen el nuevo demonio que mueve la política en nuestros narco-Estados latinoamericanos”, que “las “temibles” maras son el principal problema de Centroamérica”, que “Osama Bin Laden manejaba buena parte del mundo desde una tenebrosa cueva en las montañas de Afganistán”, que estamos mal
  • 8. porque “los políticos corruptos se roban todo”. Y también, sin formulaciones críticas al respecto, que “la democracia” es un bien en sí mismo, que los países exitosos son tales porque han abrazado la democracia. Nuestro pensamiento, recordémoslo una vez más, muchas veces se moldea por poderes hegemónicos que imponen “lo que se debe pensar”. En el ámbito académico eso es descarnadamente cierto también, aunque debería ser el lugar de la crítica por excelencia. La cultura de la imagen lo barre todo: el “copia y pega” pareciera haber llegado para quedarse. ¿Y no son sino eso los noticieros que nos llenan la cabeza de “información”: copia de lo que se muestra en las pantallas de los dispositivos digitales y repetición acrítica? El actual mundo globalizado, la “aldea global” como se le ha dado en llamar (McLuhan), en forma creciente es regido por un pensamiento único, en muy buena medida vehiculizado por los medios masivos de comunicación, y en especial los audiovisuales. En términos políticos -o dicho de otro modo: en términos de ciudadanía- esa globalización viene a uniformar puntos de vista, a tener parámetros universalmente compartidos. Ahora bien: si se habla de “globalización” debe entenderse bien de qué se trata. Retos actuales ante el nuevo escenario de la comunicación digital y global Se entiende por “globalización” el proceso económico, político y sociocultural que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial por el que cada vez existe una mayor interrelación económica entre todos los rincones del planeta, por alejados que estén, gracias a estas tecnologías que han borrado prácticamente las distancias permitiendo comunicaciones en tiempo real, siempre bajo el control de grandes corporaciones multinacionales. En realidad, la globalización propiamente dicha comienza con la expansión del naciente capitalismo de Europa cuando sale a “conquistar” el mundo, allá por inicios del siglo XVI. Ahí verdaderamente comienza a hacerse global, mundial, planetario en sentido estricto, todo el sistema económico, y, por tanto, su impronta político-cultural. Conquistadores europeos, con mano de obra esclava africana, sojuzgan a pueblos americanos, sentando las bases para una homogenización de toda la “aldea global”. Pero es recién ahora, con el final de la Guerra Fría, que el sistema capitalista puede sentirse abiertamente triunfador y dueño de toda la escena mundial. Ahora es cuando puede decirse que la globalización triunfó. Esa globalización que se vive actualmente (económica, política y cultural) es el caldo de cultivo donde las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son el sistema circulatorio que la sostiene, haciendo parte vital de la nueva economía global centrada básicamente en la comunicación virtual, en la inteligencia artificial y en el conocimiento como principal recurso, todo lo cual permite el nuevo capitalismo financiero, hiper concentrado en poquísimas manos, superando a los Estado-nación modernos. Las nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han entrado en escena y su consumo masivo siempre creciente, no benefician por igual a todos los sectores. “En América Latina la presencia o el desarrollo de una SIC [sociedad de la información y la comunicación] está más ligada a la consolidación de grandes consorcios multinacionales del audiovisual que a la incorporación de la convergencia a los procesos productivos. Esto último se ha polarizado en un sector capaz de desmaterializar la economía, en tanto que sobrevive otro gran sector que permanece al margen de los cambios tecnológicos y continúa trabajando dentro de un esquema de producción clásico, ayudado de herramientas que también podríamos definir como clásicas. En nuestros países sólo un sector de la población (muy probablemente el que acumula el consumo tecnológico de distintas generaciones), es la que se ha incorporado efectivamente al proceso de producción ligado a la información y el conocimiento”. La repetida insistencia en relación a las maravillas de las nuevas tecnologías digitales de la información y la comunicación, en realidad puede tener mucho de espejismo manipulado desde los grandes centros de poder que se benefician de ellas, de su comercialización y de su uso como mecanismo de control a escala planetaria. El
  • 9. hecho de que en cierta forma la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación pueda facilitar las cosas en ciertos aspectos para las grandes mayorías, no es efectivo si no se terminan con los problemas estructurales, con las brechas sociales enormes que siguen siendo el paisaje cotidiano: el hambre, la exclusión crónica, el analfabetismo, las enfermedades curables, el racismo. Pese a este portento de las tecnologías de la inteligencia artificial, el hambre sigue siendo uno de los principales problemas del mundo. ¡Siglo de la hiper- tecnología… y nos seguimos muriendo a causa del hambre! Simplemente bochornoso. No está demostrado que por el hecho de utilizar alguna de las nuevas tecnologías digitales se elimine automáticamente la exclusión social o se termine con la pobreza crónica. De todos modos, sabiendo que estas herramientas encierran un enorme potencial, es válido pensar que no disponer de ellas propicia la exclusión, o la puede profundizar. Visto que la red de redes, el internet, es la suma más enorme nunca antes vista de información que pone al servicio de la humanidad toda una potente herramienta de comunicación, no acceder a él crea desde ya una desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos, el desarrollo propiamente dicho, el aprovechamiento efectivo de las potencialidades que abren las nuevas tecnologías comunicacionales, no se da por el sólo hecho de disponer de una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un teléfono celular de última generación, o de una consola de videojuegos, tan a la moda hoy día. Los videojuegos, valga agregar, que cada vez comienzan a ser jugados desde las más tempranas edades (2 o 3 años), bastante poco amigables para los adultos -los que no han crecido en esta cultura cibernética- funcionan como “verdaderas propedéuticas informales para el acercamiento amistoso y lúdico a los aparatos electrónicos. […] Ese tiempo invertido los acerca sin reparos mayores a la manipulación de aparatos de tecnología digital”. Después de varios años de “acostumbramiento”, ya desde niños, los jóvenes encuentran como algo absolutamente natural, y más aún: imprescindible, el mundo de las tecnologías de la información y la comunicación. El consumismo está ya puesto en marcha, y la obsolescencia programada hará que cada cierto tiempo haya que reemplazar el equipo en cuestión. Obviamente todos estos aparatos podrán ser “bonitos”, pero no dejan de ser instrumentos, útiles, herramientas. La diferencia fundamental no la hacen los instrumentos, sino los sujetos que los utilizan. Lo que sí hace la diferencia es la capacidad que una población pueda tener para aprovechar creativamente estas nuevas formas culturales. Si el internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente dice cierto pensamiento dominante (desde una perspectiva más mercadológica que crítica, terminando por constituirse en “mito”, en manipulación mediática), ello permite descubrir el porqué de esa tenaz repetición: está claro que alimenta muy generosamente a quienes lucran con su comercialización. En realidad, con el comercio expandido por todo el orbe nació la globalización. Hoy asistimos a su entronización cultural, basada en muy buena medida en tecnologías que unen el mundo a velocidades vertiginosas, pero como se dijo en alguna ocasión: la globalización comenzó la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando Rodrigo de Triana pronunció su grito de ¡tierra! Entre los íconos de esta globalización se inscribe también el mercado como punto máximo del desarrollo y “la democracia” como expresión superior de la organización política. Los medios masivos de comunicación, cada vez más globalizados y concentrados, juegan un papel clave en la expansión de este fenómeno y de sus mitos. Hoy día, la ciudadanía (ciudadanía global, ciertamente) es moldeada cada vez más por ellos.
  • 10. Ese proceso de homogenización político-cultural y el papel que en él pueden jugar los medios masivos de comunicación, se perfilaba ya algunas décadas atrás; así, por ejemplo, el Informe McBride de UNESCO del año 1980 lo expresaba explícitamente: “La industria de la comunicación está dominada por un número relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la producción y la distribución, las cuales están situadas en los principales países desarrollados y cuyas actividades son transnacionales. (…) Se deben adoptar medidas encaminadas a ampliar las fuentes de información que necesitan los ciudadanos en su vida cotidiana. Procede emprender un examen minucioso de las leyes y reglamentos vigentes para reducir las limitaciones, las cláusulas secretas y las restricciones de diversos tipos en las prácticas de información. (…) Con harta frecuencia se trata a los lectores, oyentes y los espectadores como si fueran receptores pasivos de información”. Sin dudas, el rol de los medios abre interrogantes sobre su aporte a la consolidación de la democracia genuina. Como dice Marcial Murciano: “El papel de árbitro que siempre ha mantenido el Estado en la moderna democracia se reduce y el mercado, ordenado ahora por los nuevos líderes empresariales, no asegura ninguno de los principios redistributivos que la democracia contemporánea debe asegurar al ciudadano que ahora debe situarse en un plano local y mundial al mismo tiempo. Probablemente más que en ningún otro período de nuestra historia reciente se hace necesario abrir un nuevo debate político-cultural sobre la posición de dominio y control de los actores económicos sobre el sistema de los medios, en el nuevo contexto de la democracia participativa y la globalización. Sin dudas son tiempos de nuevas exigencias para las políticas de comunicación democrática”. Más allá de todo el despliegue científico-técnico con que nos movemos como sociedad globalizada que entró en la modernidad -todos tenemos teléfono celular, el internet es un hecho, todos directa o indirectamente consumimos petróleo… ¿es eso el progreso? - en el ámbito ideológico-político seguimos apegados a mitos, a frases hechas, a estereotipos: ¿qué diferencia la creencia de cualquier mito popular (fantasmas, hadas mágicas, personajes mitológicos, etc.) de los mitos en torno a la democracia? Y los medios masivos de comunicación, en vez de ser críticos al respecto, los alimentan generosamente. La ética del comunicador (Es de aclarar que este apartado no se refiere únicamente a quienes estudian comunicación social o periodismo, se refiere a todos aquellos que tiene que ver con la comunicación, que en últimas, somos todos, profesionales, educadores, líderes sociales, trabajadores, estudiantes, etc.) Un comunicador social dispone de un acceso y poder de convocatoria sobre la población como no lo tienen otros profesionales. Quiera que no, es un formador de opinión, de ciudadanía. Hoy, con la importancia definitoria de los medios de comunicación en nuestras sociedades masificadas, es un agente vital en la reproducción de pautas socioculturales. O, también, un agente fenomenal para el cambio de esas pautas. Si bien es cierto que la actual cibercultura abre la posibilidad de una cierta liviandad, de un pensamiento icónico muchas veces nada reflexivo, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fabuloso reto. La cultura digital que ha llegado con una fuerza avasalladora, sin precedentes, presenta un gran desafío: obviamente, en tanto tecnología, no es ni “buena” ni “mala”. Plantearlo en esos términos es sumamente reduccionista. Pero no se puede dejar de considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio y como mecanismo de control social. O también como contra-mensaje, como contra-poder. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo está servida. Se trata de ver cómo hacerlo.
  • 11. No debe dejarse de tener en cuenta que se han abierto ciertos canales para una relativa democratización de la información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir, transmitir, denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero hay que cuidarse de no caer en la ilusión de creer que los cambios sociales son sólo cuestiones de modernización tecnológica. La tecnología, si no está al servicio de la causa del Ser Humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación. La comunicación social y todo su creciente arsenal tecnológico deben servir para fomentar desarrollo genuino, para afianzar la democracia de base, para buscar el bienestar para todos, y no estar al servicio de ninguna opresión. Si no es así, se termina convirtiendo en cómplice (¡o en actora principal!) de la explotación. Es por eso que decíamos que los comunicadores ya no son el “cuarto poder”: constituyen uno de los principalísimos poderes dominantes del mundo. Ahora bien: el comunicador social no es neutro; de hecho, desempeña un papel muy importante en la conformación de ciudadanía, y siempre está tomando partido, tiene una posición, está ubicado con los pies sobre la tierra. Es imposible pedir “objetividad” como generalidad, como un bien en sí mismo. “La objetividad no existe en ningún aspecto de la vida, ni del periodismo de ningún lugar del mundo. En tantos seres sociales formados por una historia, un contexto y una mirada del mundo particular, única e irrepetible, resulta imposible creer que puede haber una mirada objetiva sobre un hecho, acontecimiento o relato”, afirma Natalia Locco. En todo caso, siguiendo a Victoria Camps: “lo que el buen informador debe proponerse, no es tanto ser objetivo cuanto creíble”. Ahí estriba el asunto crucial de su misión profesional: ser serio, ético, tener sentido crítico, saberse agente formador de las grandes multitudes a quien se dirige. El conocimiento técnico, por más excelente que sea, no es ninguna garantía de una buena práctica, de un buen ejercicio profesional. Para ello es imprescindible contar con un proyecto humano, social, político en su sentido más amplio. En relación a lo anterior Ignacio Ramonet expresa: “En estos tiempos de globalización neoliberal, la información se ha convertido en uno de los problemas principales de la democracia (…) Se puede hacer un paralelismo con lo sucedido con la alimentación. Había escasez de alimentos -y sigue habiendo en algunos países-, luego la revolución agraria permitió producir en abundancia. Hoy sabemos que muchos de los alimentos son tóxicos, pueden envenenarnos (el caso de la «vaca loca» por ejemplo). Lo mismo sucede con la información; está contaminada. Hay que crear una ecología de la información para limpiarla, para que se respete la verdad, para mejorar la calidad informativa y así mejorar la calidad de la democracia”. Debe quedar claro que nadie tiene el poder absoluto para cambiar todo un entramado social o para impedir sus cambios en forma terminante. Las transformaciones, las mejoras en la calidad de vida, las mutaciones son procesos complejos, largos, muy arduos. Cada quien aporta su grano de arena al respecto. Quienes abrazan la profesión de comunicar tienen, sin duda, un privilegio especial: su accionar influye de un modo más profundo que otros en ese proceso. Por eso hay que tener muy claro los principios éticos con los que deben manejarse. Más allá de la imperiosa necesidad de trabajar para asegurar la propia subsistencia, la disyuntiva que se plantea es: ¿se trabaja para continuar con este sistema o para proponer otro?
  • 12. ACTIVIDAD: 1. ¿Qué significa que la realidad es siempre cambiante, variada, siempre relativa? Da un ejemplo de esto. 2. ¿Qué opinas de la siguiente afirmación del autor del texto? Da un ejemplo que ilustre lo que opinas: “los medios de comunicación, tradicionalmente el “cuarto poder”, han subido drásticamente de categoría. Hoy día son uno de los factores del poder mismo, construyendo la realidad político-ideológica a escala planetaria” 3. Realiza un dibujo sobre la evolución de los medios de comunicación y de las revoluciones tecnológicas 4. ¿Qué quiere decir Alain Touraine cuando afirma sarcásticamente que: “es más fácil para la mayor parte de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino”? 5. ¿Por qué lloramos, reímos o nos emocionamos con lo que vemos en la TV o el cine si no es la realidad como tal? 6. ¿A qué se refiere el autor cuando dice que “la televisión influye más sobre la humanidad que todo el arsenal nuclear”? y además dice que “La televisión crea la realidad cultural en la que nos desenvolvemos, hoy día con más fuerza que la familia, las iglesias o la escuela formal.”? 7. ¿Qué opinas cuando se afirma que: “El discurso político, el conocimiento, el conflicto, el temor, la muerte, la guerra, el sexo, la destrucción pasan a ser fundamentalmente espectáculo, comedia, show farandulesco”? 8. ¿En qué cosiste la parálisis social y la video dependencia? 9. Umberto Eco, decía que “quien detente los medios de comunicación detentará el poder”. ¿Por qué afirma esto? 10. ¿Por qué Joseph Goebbels, nazi encargado de la publicidad de Hitler, dice que la propaganda debe dirigirse a las masas? 11. ¿Cuál sería la propuesta que se puedes plantear teniendo en cuenta que se dice que estamos en el siglo de la hiper-tecnología y a pesar de ello nos seguimos muriendo de hambre? 12. ¿Qué opinas de la frase de Malcom X: “Ten cuidado con los medios de comunicación porque vas a terminar odiando al oprimido y amando al opresor”? NOTA DE AUTOEVALUACIÓN: __________________________________