A pesar de la caída del Imperio Romano, las prácticas contables se conservaron y lograron progreso notable en la Edad Media, especialmente en la Iglesia Católica y en el imperio de Carlomagno, quien exigía inventarios anuales y registros contables detallados. La aparición de una moneda común en Europa entre los siglos VII y IX facilitó aún más las actividades contables.