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Credo 8
Jesucristo padeció
Pero en realidad ésta fue una necesidad, para que los
cristianos de los primeros tiempos, tentados por las
modas de aquellos días a espiritualizar al Señor, tuvieran
siempre presente que Jesús había predicado y realizado
las obras de Dios en un lugar y tiempo determinados.
¿Qué hace Poncio
Pilato en el Credo?
No pocos se
extrañan de
encontrar en una
formulación de fe
tan escueta la
mención de Poncio
Pilato.
Tampoco es Jesús un
superhombre, una
proyección de las ansias de
grandeza del hombre y de
su sed de poder.
Jesús de Nazaret es un
personaje histórico, que
vivió en un determinado
tiempo de los emperadores
romanos Augusto y Tiberio,
en una provincia del gran
imperio romano,
llamada Palestina donde
gobernaba Poncio Pilato.
Jesús está dentro de la
historia humana.
No es, pues, Jesús un mito o leyenda.
Que Jesús padeció bajo Poncio Pilato forma parte de casi
todos los Símbolos de la fe antiguos, siguiendo lo que
dice el Nuevo Testamento. Nombrando al Procurador
atestiguan la realidad histórica de la crucifixión y muerte
de Cristo.
La redención
no es una
ideología, sino
un
acontecimiento
salvífico
realizado en un
lugar y tiempo
histórico
preciso.
Sabemos bastante
de Poncio Pilato,
tanto por las
referencias al
mismo en los
escritos cristianos
del Nuevo
Testamento, como
por otros escritos
de la Antigüedad.
Así por ejemplo:
Tácito, el gran
historiador romano, a
propósito de la
persecución de Nerón
contra los cristianos,
dice que “Cristo, de
quien derivaban el
apelativo, había sido
ejecutado por
sentencia del
procurador Poncio
Pilato cuando Tiberio
era emperador”.
Las fuentes rabínicas, al igual que Flavio Josefo, el
famoso historiador judío, confirman, igualmente, que
Jesús fue ejecutado por orden del gobernador romano
Poncio Pilato.
Pilato es, por
tanto, una
figura histórica
incontrovertible
si examinamos
las fuentes
históricas de la
época.
Pero ahora nos
preguntamos:
¿Qué papel
verdadero y
definitivo tuvo
Pilato en la
muerte de Jesús?
¿Fue quien más
culpa tuvo?
Había reconocido la inocencia del Salvador,
mas cedió vilmente a las amenazas del pueblo
de Jerusalén o más bien diríamos, de los
dirigentes del pueblo.
El que
condenó a
Jesucristo a
ser
crucificado
fue Poncio
Pilato,
gobernador
de la Judea.
Lo cierto es que la pasión y
muerte de Jesús no pueden
ser imputadas
indistintamente al conjunto
de los judíos que vivían
entonces, ni a los restantes
judíos venidos después. Así
nos lo dice el Concilio
Vaticano II. Nadie es
personalmente responsable
de las culpas de los
gobernantes del pueblo al
que pertenece, y menos aún
de los gobernantes de hace
2000 años.
Estos parecen ser más culpables, aunque sólo
Dios sabe el grado de culpabilidad.
El verdadero causante
de los sufrimientos del
Redentor es todo
pecador, o sea todo
hombre; y aún más
gravemente son
culpables aquellos que
más frecuentemente
caen en pecado y se
deleitan en los vicios,
sobre todo si son
cristianos.
Debemos considerar como
culpables de esta horrible
falta a los que continúan
recayendo en sus pecados.
Ya que son nuestras malas
acciones las que han hecho
sufrir a Nuestro Señor
Jesucristo el suplicio de la
cruz. Y este crimen es
mayor que el de los Judíos.
Porque como dice san
Pablo: "de haberlo
conocido ellos, no habrían
crucificado jamás al Señor
de la Gloria" (1 Co 2, 8).
La muerte violenta de
Jesús no fue fruto del
azar en una desgraciada
constelación de
circunstancias.
Pertenece al misterio del
designio de Dios, como lo
explica San Pedro a los
judíos de Jerusalén ya en
su primer discurso de
Pentecostés. “Fue
entregado según el
determinado designio y
previo conocimiento de
Dios” (Hch 2,23).
Dios ha permitido, en
quienes llevaron a la
muerte a Jesús,
acciones inspiradas
por su ceguera, el
endurecimiento de su
corazón, su miedo a
una desestabilización
por un eventual
movimiento mesiánico,
etc., para realizar su
designio de salvación.
Desde los comienzos del ministerio público de Jesús,
fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y
escribas, se pusieron de acuerdo para perderle. Por
algunas de sus obras: expulsión de demonios, perdón de
los pecados, curaciones en sábado, interpretación
original de los preceptos de pureza de la Ley, familiaridad
con los publicanos y los pecadores públicos.
En gran parte
los culpables
fueron los
dirigentes
judíos. Jesús
les caía mal.
Él es el Legislador divino que ejecuta íntegramente esta
Ley. Aún más, es el siervo fiel que, con su muerte
expiatoria, ofrece el único sacrificio capaz de redimir
todas “las transgresiones cometidas por los hombres
contra la Primera Alianza” (Hb 9, 15).
Algunos jefes de
Israel acusaron a
Jesús de actuar
contra la Ley; pero
Jesús no abolió la
Ley dada por Dios a
Moisés en el Sinaí,
sino que la
perfeccionó, dándole
su interpretación
definitiva.
Jesús fue acusado de
hostilidad hacia al
Templo. Sin embargo, lo
veneró como “la casa
de su Padre” (Jn 2, 16),
y allí impartió gran parte
de sus enseñanzas.
Pero también predijo la
destrucción del Templo,
en relación con su
propia muerte, y se
presentó a sí mismo
como la morada
definitiva de Dios en
medio de los hombres.
pero Jesús nunca
contradijo esa fe, ni
siquiera cuando cumplía
la gran obra divina, que
es el perdón de los
pecados. La exigencia de
Jesús de creer en Él y
convertirse, permite
entender la trágica
incomprensión del
Sanedrín, que juzgó que
Jesús merecía la muerte
como blasfemo.
Le acusaron de contradecir la fe en un Dios
único;
Jesús les escandalizó
sobre todo porque
identificó su conducta
misericordiosa hacia los
pecadores con la actitud
de Dios mismo con
respecto a ellos (Cf. Mt 9,
13; Os 6, 6). Llegó
incluso a dejar entender
que compartiendo la
mesa con los pecadores
(Cf. Lc 15, 1-2), los
admitía al banquete
mesiánico (Cf. Lc 15, 22-
32).
Porque como ellos decían,
justamente asombrados,
"¿Quién puede perdonar los
pecados sino sólo Dios?" (Mc
2, 7). Al perdonar los pecados,
o bien Jesús blasfema porque
es un hombre que pretende
hacerse igual a Dios (Cf. Jn 5,
18; 10, 33) o bien dice verdad y
su persona hace presente y
revela el Nombre de Dios (Cf.
Jn 17, 6-26).
Pero fue especialmente, al perdonar los pecados,
cuando Jesús puso a los jefes judíos de Israel
ante un dilema.
Para ello necesitaban la conversión. Tal exigencia de
conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de
las promesas permite comprender el trágico desprecio del
sanedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como
blasfemo. Sus miembros actuaban así tanto por
"ignorancia" como por el "endurecimiento" de la
"incredulidad“.
Jesús pidió a las
autoridades
religiosas de
Jerusalén creer en
Él en virtud de las
obras de su Padre
que Él realizaba.
A pesar de que Pilato era quien tenía el poder, toda la
administración y la política interna estaba en manos de los
judíos, a través del Sanedrín. Éste era un Consejo integrado
por setenta miembros, todos ellos pertenecientes a las
clases privilegiadas de los sacerdotes, los fariseos y los
escribas. La presidencia del Sanedrín siempre correspondía
al sumo sacerdote, que en tiempo de Jesús, era Caifás.
Este Sanedrín era
también la corte suprema
de justicia, después de
Roma. Podía decidir
sobre todas las
cuestiones, menos
condenar a muerte a una
persona por delito
político. Sí podían apresar
a uno considerado como
enemigo. Por eso,
guiados por Judas,
enviaron a sus guardias
para apresar a Jesús en
Getsemaní.
El Sanedrín, en un juicio a su manera y con
falsos testigos, declaró a Jesús "reo de muerte",
como blasfemo. Caifás fue el protagonista de la
condena “rasgándose las vestiduras”.
Todos
los
demás le
siguieron
en la
condena.
Los judíos no podían aplicar la sentencia de muerte a
nadie, porque no poseían "el derecho de la espada".
Necesitaban que una autoridad romana cumpliera la
sentencia capital. Por eso debían llevar a Jesús ante
Pilato. Ahora tenían otro problema: No podían acusarle
sólo de injurias contra la religión.
Pero
tenían un
problema:
de blasfemia pasó a delito político. En otras palabras: de
subversivo de orden religioso, Jesús pasa a ser
considerado un subversivo de orden político.
La clave para entender la condenación de Jesús a
muerte no es entonces Pilato, sino el Sanedrín.
Así, de
intriga
religiosa, el
caso de
Jesús pasó
a ser una
intriga
política:
Delante de Pilato no
hubo un verdadero y
propio proceso. No en el
sentido que nosotros
atribuimos a esta
palabra, es decir, un
procedimiento de
comprobación de los
hechos, que concluye
con una decisión de la
autoridad judicial.
Jesús, de hecho, fue
procesado una única
vez, frente a los
hombres del Sanedrín.
Veían, efectivamente, las señales evidentes de la
divinidad de Jesús; pero, por odio y envidia, las
tergiversaban, y rehusaban dar fe a sus palabras, con las
que declaraba que era el Hijo de Dios. Por lo cual él
mismo dice de ellos en Jn 15,22: Si yo no hubiera venido y
no os hubiera hablado, no tendríais pecado; pero ahora no
tenéis excusa de vuestro pecado.
La ignorancia
de estos
príncipes judíos
no les eximía
del crimen,
porque, en
cierto modo, era
una ignorancia
afectada.
Así ellos no pecaban según pensaban; así ellos quedaban
bien a los ojos del pueblo, porque hacían lo debido, ellos sí
estaban bajo las normas romanas y las cumplían, ellos sí
pagaban el tributo o impuestos, ellos sí estaban esperando
al Mesías de Dios, ellos eran los buenos.
Ellos no
querían
mancharse
las manos;
Querían que
otro se las
manchara.
pero su pecado quedaba aminorado por la
ignorancia. “No saben lo que hacen”.
Mucho más excusable fue el pecado de los
gentiles por cuyas manos fue crucificado Cristo,
porque no tenían la ciencia de la ley.
Las
clases
inferiores
de los
judíos
pecaron;
No sabemos la
culpa que
tendría Pilato:
pero sí fue un
gran
responsable
externo de los
padecimientos
de Jesús.
El gobernador romano Poncio
Pilato era una de esas personas
frívolas, superficiales, con la
sola idea de tener el poder y
vivir en paz. A Pilato no le
importaba si Jesús era Hijo de
Dios o no, si había que respetar
el sábado como los judíos o no,
si se cumplía o no la Ley de
Moisés. Él quería que le
dejasen en paz, y por eso
aceptó complacer al pueblo y
mandó azotar y crucificar a
Nuestro Señor. Después, con
gesto cobarde se lavó las
manos, cuando la culpa fue
suya.
El relato de los Evangelios nos muestra a un perfecto y
cuadriculado burócrata preocupado por hacer cumplir la ley
de Roma, exactamente igual que cualquier funcionario
celoso de su deber. Trató de evitar que Jesús fuera
condenado porque jurídicamente no veía que hubiera
cometido delito alguno. Pilato era el perfecto funcionario
romano: con un cerebro frío y un corazón de piedra.
Pilato no era un
buen hombre. Eso
queda bien claro al
leer su curriculum.
El evangelio nos enseña en primer lugar que
Pilato quería satisfacer al pueblo. Podríamos
decir que Pilato era un político de corte populista
y prefirió seguir la mentira de las mayorías, en vez
de hacer justicia.
Pilato era inteligente. Por
algo estaba en ese
puesto. Enseguida se dio
cuenta que Jesús no
había cometido falta
alguna y que los jefes
judíos le entregaban por
envidia o por odio. Por
eso sacó fuera a Jesús y
les dijo a los que le
entregaban: “Mirad, os
lo traigo fuera, para que
entendáis que ningún
delito hallo en él”.(San
Juan 19: 4)
Más adelante, lleno de temor frente a la evidencia
de la inocencia de Jesús, “Pilato procuraba
soltarle”. Hizo una tentativa enviándolo, sin
resultado, a Herodes.
¿Cuántas veces las personas sucumben en sus
convicciones y valores, para cumplir o
adaptarse a la “opinión de la mayoría” o para
alcanzar poder, dinero, y prestigio personal?.
El primer
aspecto del
sufrimiento
de Jesús,
es la
mentira a la
que ha
sucumbido
la
humanidad.
Pero los jefes del pueblo judío querían a toda
costa que se le celebrara juicio, las razones
según ellos eran muchas, pero eran sus razones,
porque vieron en este hombre un peligro para su
institución.
Pilato no
encontrando
delito alguno en
el hombre que le
presentaban, en
justicia no podía
retenerlo.
y la mujer Claudia Prócula después de un sueño
premonitorio le ha suplicado que no haga nada
"con aquel justo“.
No sólo eso:
presagios
oscuros lo
atormentan,
“¿Qué mal ha hecho este?, porque yo no hallo delito
alguno en él ni mucho menos delito de muerte, así que, le
castigaré y le dejaré libre”. Esas eran las intenciones de
Pilato, castigar a Jesús y dejarle luego en libertad.
Pilato
prácticamente
estaba contra
las cuerdas, y
por tercera
ocasión les
pregunta:
La voz del pueblo también es ley y Pilato no quería
revueltas y mucho menos disgustos. Aun así quería
complacer en parte a los enfurecidos príncipes de los
sacerdotes, castigando a Jesús, un castigo por cierto
injusto, pero que Pilato veía como una solución para
dejar satisfechos a los que le acusaban.
El “flagellum taxillatum” era
un látigo de cuero que
usaban los romanos en las
flagelaciones y consistía en
un largo látigo de cuero con
tres terminaciones y además
de ello con metal en las
puntas, cuya finalidad era
desgajar la carne del
ejecutado y abrir hondas
heridas en carne viva en el
cuerpo del ejecutado.
Pilato mandó castigar a Jesús. Pero ¡Menudo castigo! Los
azotes. El látigo que usaban los romanos eran uno de los
instrumentos de tortura más sanguinarios que se tenga
conocimiento.
Cuando los soldados
azotaban
repetidamente y con
todas sus fuerzas las
espaldas de su víctima,
las bolas de hierro
causaban profundas
contusiones y
hematomas. Las
cuerdas de cuero con
los huesos de oveja,
desgarraban la piel y el
tejido celular
subcutáneo.
A la víctima le desnudaban, le sujetaban a un
pilar poco elevado, con la espalda encorvada, de
modo que al descargar sobre ésta los golpes,
nada perdiesen de su fuerza y golpeaban, sin
compasión, sin misericordia alguna.
La flagelación
era un
preliminar
legal para toda
ejecución
romana.
Al continuar los azotes, las
laceraciones cortaban
hasta los músculos,
produciendo tiras
sangrientas de carne
desgarrada. Se creaban las
condiciones para producir
pérdida importante de
líquidos (sangre y plasma).
Hay que tener en cuenta
que el sudor de sangre en
Getsemaní había dejado la
piel muy sensible en
Jesús.
A Jesús, le fue colocada sobre su cabeza, como
emblema irónico de su realeza una corona de
espinas. En Palestina abundan los arbustos
espinosos, que pudieron servir para este fin; se
utilizó el llamado Spina Christi , de espinas
agudas, largas y corvas.
Después de
la
flagelación,
los soldados
solían
burlarse de
sus víctimas.
Le fue colocada una
túnica sobre sus
hombros (un viejo manto
de soldado, que figuraba
la púrpura de que se
revestían los reyes,
"clámide escarlata"), y
una caña, parecida al
junco de Chipre y de
España como cetro en
su mano derecha.
Para ello, congregan a toda la
cohorte, le desnudan de
nuevo, le hacen sentar sobre
cualquier banco de piedra, le
echan a las espaldas una
capa corta color grana y le
encasquetan la corona de
espinas con fuerza sobre la
cabeza, le ponen una caña
por cetro en la mano derecha
y empieza la farsa…”¡salve,
Rey de los judíos!” Y le
golpeaban en la cabeza con
una caña, y le escupían, y
puestos de rodillas le hacían
reverencias.
Después vino el desprecio.
La corona de espinas
que fue impuesta
sobre su cabeza era
capaz de irritar
gravemente los
nervios más
importantes de su
cabeza, causando un
dolor cada vez más
intenso y muy agudo, a
medida que las horas
pasaban.
En el estado de sufrimiento de Cristo, estos
golpes eran suficientes para matarle.
De esa manera
presentó
Pilato a Jesús,
“el hombre”, a
la gente,
creyendo que
obtendría
compasión.
El clamor iba en aumento, y esto indudablemente
aturdió a Pilato. Los acusadores pedían la
crucifixión de Jesús, porque querían verlo sufrir,
querían una muerte lenta y dolorosa para el justo.
Los
presentes
insistían a
gritos que
Jesús
fuese
crucificado
Pilato sabía muy
bien que él tenía en
sus manos ahora el
hecho de condenar a
Jesús o indultarle; y
esto le llenó de
temor, sintió miedo,
porque el pueblo
presente se podía
levantar contra él,
contra el imperio y
eso no le convenía a
sus intereses
personales.
Barrabás era un delincuente, “era ladrón”. Vemos aquí
cómo era la administración de la justicia. “Se condena al
justo y se absuelve al injusto”. A sabiendas que está
cometiendo una injusticia, se ejecuta el veredicto de la
mayoría.
Como Pilato “quería
soltarle”, se le
ocurrió el
compararle con
Barrabás. Ante la
opinión y griterío de
la gente, Pilato
“soltó a Barrabás”.
El "referéndum" entre Jesús y Barrabás prefigura cada
ocasión en la que el pueblo es erigido como fuente última
de la verdad. Como cuando un parlamento transforma el
aborto de delito a derecho. "Pilato -escribía Joseph
Ratzinger en 1993- se convierte en el símbolo de la
democracia relativista y escéptica, basada no sobre la
verdad y los valores, sino sobre los procedimientos”.
Es que Pilato,
ante la falta de
certeza, se fía
del juicio de la
mayoría.
Pilato se equivocó, porque en
conciencia debería haber
rechazado la inicua sentencia
hebrea; pero para hacerlo
debería haber cumplido un
abuso de poder. En cierto
sentido lo hizo absolviendo
"con fórmula plena" al imputado
por no haber cometido el hecho,
rechazando a la multitud por
tres veces que gritaba
"crucifícalo" y decretando: "Lo
castigaré severamente y
después lo dejaré“.
Sólo al final cedió abandonando al inocente "a su
voluntad" (Lc 23, 25), que no era la suya.
Lo último fue la
denuncia de que, si
le indultaba, le
acusarían al César.
Aquí Pilato mostró
su cobardía o su
atadura al puesto
político. Así que se
lavó las manos,
como si la cosa no
fuese con él. Y
mandó crucificar a
Jesús.
“Inmediatamente le
quitaron el manto, le
pusieron sus
vestidos, y le
llevaron para
crucificarle” (Mt.
27:31). Es
significativo que no
diga que le quitaron
también la corona
de espinas.
Pilato, con la inscripción condenatoria escrita en tres
lenguas y colgada sobre la cruz, lo proclamó ante todos
los pueblos como Rey, Mesías, Cristo. La condena a
muerte se convirtió en profesión de fe en la comunidad
cristiana. Jesús es Cristo, es Rey en cuanto crucificado.
Desde la cruz, dando la vida en rescate de los hombres,
No hay fin para el debate
en cuanto a quién mató a
Cristo. No hay duda de
que históricamente los
romanos tuvieron un papel
clave, como también el
Sanedrín (el Concilio
gobernante judío). Judas
fue culpable porque
traicionó a Cristo. Pilato,
el gobernador también
tiene culpa por permitir
que un hombre inocente
fuera condenado a muerte
y ejecutado.
Pero todas estas
preguntas se desvanecen
cuando nos damos
cuenta que Cristo murió
por cada uno de
nosotros y que fue por
nuestros pecados que ÉL
sufrió y murió. “Cristo
padeció una sola vez por
los pecados, el
Justo (Jesucristo) por los
injustos (es decir,
nosotros), para llevarnos
a Dios” (1 Pedro 3:18).
Automático
Porque
nada tú
has
hecho
¡vas a
morir!
Te han coronado de espinas,
de loco te han puesto el manto.
Al pueblo
dice
Pilatos:
"Ved como
Cristo ha
quedado".
¡Crucifícale!
Al pueblo ha sido entregado,
han apresado a Jesús,
y en su espalda le han cargado
con el peso de la cruz.
Es tu
pecado y
el mío, tu
maldad,
mi
ingratitud,
hemos
huido a la
tiniebla, no
queremos
ver la luz.
Cristo va
a morir,
Cristo va
a morir!
Por ti,
por mí.
Que María, la Madre sufriente, interceda
por todos nosotros pecadores.
AMÉN

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La condena de Jesús por parte del Sanedrín y Poncio Pilato

  • 2. Pero en realidad ésta fue una necesidad, para que los cristianos de los primeros tiempos, tentados por las modas de aquellos días a espiritualizar al Señor, tuvieran siempre presente que Jesús había predicado y realizado las obras de Dios en un lugar y tiempo determinados. ¿Qué hace Poncio Pilato en el Credo? No pocos se extrañan de encontrar en una formulación de fe tan escueta la mención de Poncio Pilato.
  • 3. Tampoco es Jesús un superhombre, una proyección de las ansias de grandeza del hombre y de su sed de poder. Jesús de Nazaret es un personaje histórico, que vivió en un determinado tiempo de los emperadores romanos Augusto y Tiberio, en una provincia del gran imperio romano, llamada Palestina donde gobernaba Poncio Pilato. Jesús está dentro de la historia humana. No es, pues, Jesús un mito o leyenda.
  • 4. Que Jesús padeció bajo Poncio Pilato forma parte de casi todos los Símbolos de la fe antiguos, siguiendo lo que dice el Nuevo Testamento. Nombrando al Procurador atestiguan la realidad histórica de la crucifixión y muerte de Cristo. La redención no es una ideología, sino un acontecimiento salvífico realizado en un lugar y tiempo histórico preciso.
  • 5. Sabemos bastante de Poncio Pilato, tanto por las referencias al mismo en los escritos cristianos del Nuevo Testamento, como por otros escritos de la Antigüedad. Así por ejemplo:
  • 6. Tácito, el gran historiador romano, a propósito de la persecución de Nerón contra los cristianos, dice que “Cristo, de quien derivaban el apelativo, había sido ejecutado por sentencia del procurador Poncio Pilato cuando Tiberio era emperador”.
  • 7. Las fuentes rabínicas, al igual que Flavio Josefo, el famoso historiador judío, confirman, igualmente, que Jesús fue ejecutado por orden del gobernador romano Poncio Pilato. Pilato es, por tanto, una figura histórica incontrovertible si examinamos las fuentes históricas de la época.
  • 8. Pero ahora nos preguntamos: ¿Qué papel verdadero y definitivo tuvo Pilato en la muerte de Jesús? ¿Fue quien más culpa tuvo?
  • 9. Había reconocido la inocencia del Salvador, mas cedió vilmente a las amenazas del pueblo de Jerusalén o más bien diríamos, de los dirigentes del pueblo. El que condenó a Jesucristo a ser crucificado fue Poncio Pilato, gobernador de la Judea.
  • 10. Lo cierto es que la pasión y muerte de Jesús no pueden ser imputadas indistintamente al conjunto de los judíos que vivían entonces, ni a los restantes judíos venidos después. Así nos lo dice el Concilio Vaticano II. Nadie es personalmente responsable de las culpas de los gobernantes del pueblo al que pertenece, y menos aún de los gobernantes de hace 2000 años. Estos parecen ser más culpables, aunque sólo Dios sabe el grado de culpabilidad.
  • 11. El verdadero causante de los sufrimientos del Redentor es todo pecador, o sea todo hombre; y aún más gravemente son culpables aquellos que más frecuentemente caen en pecado y se deleitan en los vicios, sobre todo si son cristianos.
  • 12. Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz. Y este crimen es mayor que el de los Judíos. Porque como dice san Pablo: "de haberlo conocido ellos, no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8).
  • 13. La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica San Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés. “Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios” (Hch 2,23).
  • 14. Dios ha permitido, en quienes llevaron a la muerte a Jesús, acciones inspiradas por su ceguera, el endurecimiento de su corazón, su miedo a una desestabilización por un eventual movimiento mesiánico, etc., para realizar su designio de salvación.
  • 15. Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle. Por algunas de sus obras: expulsión de demonios, perdón de los pecados, curaciones en sábado, interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos. En gran parte los culpables fueron los dirigentes judíos. Jesús les caía mal.
  • 16. Él es el Legislador divino que ejecuta íntegramente esta Ley. Aún más, es el siervo fiel que, con su muerte expiatoria, ofrece el único sacrificio capaz de redimir todas “las transgresiones cometidas por los hombres contra la Primera Alianza” (Hb 9, 15). Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra la Ley; pero Jesús no abolió la Ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí, sino que la perfeccionó, dándole su interpretación definitiva.
  • 17. Jesús fue acusado de hostilidad hacia al Templo. Sin embargo, lo veneró como “la casa de su Padre” (Jn 2, 16), y allí impartió gran parte de sus enseñanzas. Pero también predijo la destrucción del Templo, en relación con su propia muerte, y se presentó a sí mismo como la morada definitiva de Dios en medio de los hombres.
  • 18. pero Jesús nunca contradijo esa fe, ni siquiera cuando cumplía la gran obra divina, que es el perdón de los pecados. La exigencia de Jesús de creer en Él y convertirse, permite entender la trágica incomprensión del Sanedrín, que juzgó que Jesús merecía la muerte como blasfemo. Le acusaron de contradecir la fe en un Dios único;
  • 19. Jesús les escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (Cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (Cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (Cf. Lc 15, 22- 32).
  • 20. Porque como ellos decían, justamente asombrados, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (Cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (Cf. Jn 17, 6-26). Pero fue especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a los jefes judíos de Israel ante un dilema.
  • 21. Para ello necesitaban la conversión. Tal exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas permite comprender el trágico desprecio del sanedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como blasfemo. Sus miembros actuaban así tanto por "ignorancia" como por el "endurecimiento" de la "incredulidad“. Jesús pidió a las autoridades religiosas de Jerusalén creer en Él en virtud de las obras de su Padre que Él realizaba.
  • 22. A pesar de que Pilato era quien tenía el poder, toda la administración y la política interna estaba en manos de los judíos, a través del Sanedrín. Éste era un Consejo integrado por setenta miembros, todos ellos pertenecientes a las clases privilegiadas de los sacerdotes, los fariseos y los escribas. La presidencia del Sanedrín siempre correspondía al sumo sacerdote, que en tiempo de Jesús, era Caifás.
  • 23. Este Sanedrín era también la corte suprema de justicia, después de Roma. Podía decidir sobre todas las cuestiones, menos condenar a muerte a una persona por delito político. Sí podían apresar a uno considerado como enemigo. Por eso, guiados por Judas, enviaron a sus guardias para apresar a Jesús en Getsemaní.
  • 24. El Sanedrín, en un juicio a su manera y con falsos testigos, declaró a Jesús "reo de muerte", como blasfemo. Caifás fue el protagonista de la condena “rasgándose las vestiduras”. Todos los demás le siguieron en la condena.
  • 25. Los judíos no podían aplicar la sentencia de muerte a nadie, porque no poseían "el derecho de la espada". Necesitaban que una autoridad romana cumpliera la sentencia capital. Por eso debían llevar a Jesús ante Pilato. Ahora tenían otro problema: No podían acusarle sólo de injurias contra la religión. Pero tenían un problema:
  • 26. de blasfemia pasó a delito político. En otras palabras: de subversivo de orden religioso, Jesús pasa a ser considerado un subversivo de orden político. La clave para entender la condenación de Jesús a muerte no es entonces Pilato, sino el Sanedrín. Así, de intriga religiosa, el caso de Jesús pasó a ser una intriga política:
  • 27. Delante de Pilato no hubo un verdadero y propio proceso. No en el sentido que nosotros atribuimos a esta palabra, es decir, un procedimiento de comprobación de los hechos, que concluye con una decisión de la autoridad judicial. Jesús, de hecho, fue procesado una única vez, frente a los hombres del Sanedrín.
  • 28. Veían, efectivamente, las señales evidentes de la divinidad de Jesús; pero, por odio y envidia, las tergiversaban, y rehusaban dar fe a sus palabras, con las que declaraba que era el Hijo de Dios. Por lo cual él mismo dice de ellos en Jn 15,22: Si yo no hubiera venido y no os hubiera hablado, no tendríais pecado; pero ahora no tenéis excusa de vuestro pecado. La ignorancia de estos príncipes judíos no les eximía del crimen, porque, en cierto modo, era una ignorancia afectada.
  • 29. Así ellos no pecaban según pensaban; así ellos quedaban bien a los ojos del pueblo, porque hacían lo debido, ellos sí estaban bajo las normas romanas y las cumplían, ellos sí pagaban el tributo o impuestos, ellos sí estaban esperando al Mesías de Dios, ellos eran los buenos. Ellos no querían mancharse las manos; Querían que otro se las manchara.
  • 30. pero su pecado quedaba aminorado por la ignorancia. “No saben lo que hacen”. Mucho más excusable fue el pecado de los gentiles por cuyas manos fue crucificado Cristo, porque no tenían la ciencia de la ley. Las clases inferiores de los judíos pecaron;
  • 31. No sabemos la culpa que tendría Pilato: pero sí fue un gran responsable externo de los padecimientos de Jesús.
  • 32. El gobernador romano Poncio Pilato era una de esas personas frívolas, superficiales, con la sola idea de tener el poder y vivir en paz. A Pilato no le importaba si Jesús era Hijo de Dios o no, si había que respetar el sábado como los judíos o no, si se cumplía o no la Ley de Moisés. Él quería que le dejasen en paz, y por eso aceptó complacer al pueblo y mandó azotar y crucificar a Nuestro Señor. Después, con gesto cobarde se lavó las manos, cuando la culpa fue suya.
  • 33. El relato de los Evangelios nos muestra a un perfecto y cuadriculado burócrata preocupado por hacer cumplir la ley de Roma, exactamente igual que cualquier funcionario celoso de su deber. Trató de evitar que Jesús fuera condenado porque jurídicamente no veía que hubiera cometido delito alguno. Pilato era el perfecto funcionario romano: con un cerebro frío y un corazón de piedra. Pilato no era un buen hombre. Eso queda bien claro al leer su curriculum.
  • 34. El evangelio nos enseña en primer lugar que Pilato quería satisfacer al pueblo. Podríamos decir que Pilato era un político de corte populista y prefirió seguir la mentira de las mayorías, en vez de hacer justicia.
  • 35. Pilato era inteligente. Por algo estaba en ese puesto. Enseguida se dio cuenta que Jesús no había cometido falta alguna y que los jefes judíos le entregaban por envidia o por odio. Por eso sacó fuera a Jesús y les dijo a los que le entregaban: “Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él”.(San Juan 19: 4)
  • 36. Más adelante, lleno de temor frente a la evidencia de la inocencia de Jesús, “Pilato procuraba soltarle”. Hizo una tentativa enviándolo, sin resultado, a Herodes.
  • 37. ¿Cuántas veces las personas sucumben en sus convicciones y valores, para cumplir o adaptarse a la “opinión de la mayoría” o para alcanzar poder, dinero, y prestigio personal?. El primer aspecto del sufrimiento de Jesús, es la mentira a la que ha sucumbido la humanidad.
  • 38. Pero los jefes del pueblo judío querían a toda costa que se le celebrara juicio, las razones según ellos eran muchas, pero eran sus razones, porque vieron en este hombre un peligro para su institución. Pilato no encontrando delito alguno en el hombre que le presentaban, en justicia no podía retenerlo.
  • 39. y la mujer Claudia Prócula después de un sueño premonitorio le ha suplicado que no haga nada "con aquel justo“. No sólo eso: presagios oscuros lo atormentan,
  • 40. “¿Qué mal ha hecho este?, porque yo no hallo delito alguno en él ni mucho menos delito de muerte, así que, le castigaré y le dejaré libre”. Esas eran las intenciones de Pilato, castigar a Jesús y dejarle luego en libertad. Pilato prácticamente estaba contra las cuerdas, y por tercera ocasión les pregunta:
  • 41. La voz del pueblo también es ley y Pilato no quería revueltas y mucho menos disgustos. Aun así quería complacer en parte a los enfurecidos príncipes de los sacerdotes, castigando a Jesús, un castigo por cierto injusto, pero que Pilato veía como una solución para dejar satisfechos a los que le acusaban.
  • 42. El “flagellum taxillatum” era un látigo de cuero que usaban los romanos en las flagelaciones y consistía en un largo látigo de cuero con tres terminaciones y además de ello con metal en las puntas, cuya finalidad era desgajar la carne del ejecutado y abrir hondas heridas en carne viva en el cuerpo del ejecutado. Pilato mandó castigar a Jesús. Pero ¡Menudo castigo! Los azotes. El látigo que usaban los romanos eran uno de los instrumentos de tortura más sanguinarios que se tenga conocimiento.
  • 43. Cuando los soldados azotaban repetidamente y con todas sus fuerzas las espaldas de su víctima, las bolas de hierro causaban profundas contusiones y hematomas. Las cuerdas de cuero con los huesos de oveja, desgarraban la piel y el tejido celular subcutáneo.
  • 44. A la víctima le desnudaban, le sujetaban a un pilar poco elevado, con la espalda encorvada, de modo que al descargar sobre ésta los golpes, nada perdiesen de su fuerza y golpeaban, sin compasión, sin misericordia alguna. La flagelación era un preliminar legal para toda ejecución romana.
  • 45. Al continuar los azotes, las laceraciones cortaban hasta los músculos, produciendo tiras sangrientas de carne desgarrada. Se creaban las condiciones para producir pérdida importante de líquidos (sangre y plasma). Hay que tener en cuenta que el sudor de sangre en Getsemaní había dejado la piel muy sensible en Jesús.
  • 46. A Jesús, le fue colocada sobre su cabeza, como emblema irónico de su realeza una corona de espinas. En Palestina abundan los arbustos espinosos, que pudieron servir para este fin; se utilizó el llamado Spina Christi , de espinas agudas, largas y corvas. Después de la flagelación, los soldados solían burlarse de sus víctimas.
  • 47. Le fue colocada una túnica sobre sus hombros (un viejo manto de soldado, que figuraba la púrpura de que se revestían los reyes, "clámide escarlata"), y una caña, parecida al junco de Chipre y de España como cetro en su mano derecha.
  • 48. Para ello, congregan a toda la cohorte, le desnudan de nuevo, le hacen sentar sobre cualquier banco de piedra, le echan a las espaldas una capa corta color grana y le encasquetan la corona de espinas con fuerza sobre la cabeza, le ponen una caña por cetro en la mano derecha y empieza la farsa…”¡salve, Rey de los judíos!” Y le golpeaban en la cabeza con una caña, y le escupían, y puestos de rodillas le hacían reverencias. Después vino el desprecio.
  • 49. La corona de espinas que fue impuesta sobre su cabeza era capaz de irritar gravemente los nervios más importantes de su cabeza, causando un dolor cada vez más intenso y muy agudo, a medida que las horas pasaban. En el estado de sufrimiento de Cristo, estos golpes eran suficientes para matarle.
  • 50. De esa manera presentó Pilato a Jesús, “el hombre”, a la gente, creyendo que obtendría compasión.
  • 51. El clamor iba en aumento, y esto indudablemente aturdió a Pilato. Los acusadores pedían la crucifixión de Jesús, porque querían verlo sufrir, querían una muerte lenta y dolorosa para el justo. Los presentes insistían a gritos que Jesús fuese crucificado
  • 52. Pilato sabía muy bien que él tenía en sus manos ahora el hecho de condenar a Jesús o indultarle; y esto le llenó de temor, sintió miedo, porque el pueblo presente se podía levantar contra él, contra el imperio y eso no le convenía a sus intereses personales.
  • 53. Barrabás era un delincuente, “era ladrón”. Vemos aquí cómo era la administración de la justicia. “Se condena al justo y se absuelve al injusto”. A sabiendas que está cometiendo una injusticia, se ejecuta el veredicto de la mayoría. Como Pilato “quería soltarle”, se le ocurrió el compararle con Barrabás. Ante la opinión y griterío de la gente, Pilato “soltó a Barrabás”.
  • 54. El "referéndum" entre Jesús y Barrabás prefigura cada ocasión en la que el pueblo es erigido como fuente última de la verdad. Como cuando un parlamento transforma el aborto de delito a derecho. "Pilato -escribía Joseph Ratzinger en 1993- se convierte en el símbolo de la democracia relativista y escéptica, basada no sobre la verdad y los valores, sino sobre los procedimientos”. Es que Pilato, ante la falta de certeza, se fía del juicio de la mayoría.
  • 55. Pilato se equivocó, porque en conciencia debería haber rechazado la inicua sentencia hebrea; pero para hacerlo debería haber cumplido un abuso de poder. En cierto sentido lo hizo absolviendo "con fórmula plena" al imputado por no haber cometido el hecho, rechazando a la multitud por tres veces que gritaba "crucifícalo" y decretando: "Lo castigaré severamente y después lo dejaré“. Sólo al final cedió abandonando al inocente "a su voluntad" (Lc 23, 25), que no era la suya.
  • 56. Lo último fue la denuncia de que, si le indultaba, le acusarían al César. Aquí Pilato mostró su cobardía o su atadura al puesto político. Así que se lavó las manos, como si la cosa no fuese con él. Y mandó crucificar a Jesús.
  • 57. “Inmediatamente le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle” (Mt. 27:31). Es significativo que no diga que le quitaron también la corona de espinas.
  • 58. Pilato, con la inscripción condenatoria escrita en tres lenguas y colgada sobre la cruz, lo proclamó ante todos los pueblos como Rey, Mesías, Cristo. La condena a muerte se convirtió en profesión de fe en la comunidad cristiana. Jesús es Cristo, es Rey en cuanto crucificado. Desde la cruz, dando la vida en rescate de los hombres,
  • 59. No hay fin para el debate en cuanto a quién mató a Cristo. No hay duda de que históricamente los romanos tuvieron un papel clave, como también el Sanedrín (el Concilio gobernante judío). Judas fue culpable porque traicionó a Cristo. Pilato, el gobernador también tiene culpa por permitir que un hombre inocente fuera condenado a muerte y ejecutado.
  • 60. Pero todas estas preguntas se desvanecen cuando nos damos cuenta que Cristo murió por cada uno de nosotros y que fue por nuestros pecados que ÉL sufrió y murió. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el Justo (Jesucristo) por los injustos (es decir, nosotros), para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).
  • 63. Te han coronado de espinas, de loco te han puesto el manto.
  • 66. Al pueblo ha sido entregado, han apresado a Jesús,
  • 67. y en su espalda le han cargado con el peso de la cruz.
  • 68. Es tu pecado y el mío, tu maldad, mi ingratitud,
  • 69. hemos huido a la tiniebla, no queremos ver la luz.
  • 70. Cristo va a morir, Cristo va a morir! Por ti, por mí.
  • 71. Que María, la Madre sufriente, interceda por todos nosotros pecadores. AMÉN