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N U E V A CLIO)* La Historia y sus problemas
Colección dirigida por
ROBERT BOUÍRUCHE Y RAUL LEMERLE
Profesores de lo Sor bo no
J ea n D elu m eau
Profesor do la Sorbonn. Profesor
do la fe o lo procllquo dos Montes
£ludes do París
ED ITO RIAL LABOR, S. A.
Calabria, 235-239 : BARCtl.ONA-1 5
1977
Traducción por
JOSÉ TURMl:
.S
Licenciado en Filosofía y Letras
Con 5 mapas
Primera edición : 1967
Segunda edición : 1973
Tercera edición: 1977
Titulo de la obra original : Noiwiince el al/irmation de ln Reforme
Lditada por: Pkií.
smís Univlkni iaihls di- I'hanci-, París
(C
) Ldiiokiai Laiiok, S A.: Calabria, 235-239. Uarcelona-15
Depósito Legal: ü. 53825-1976. Printed in Spain
ISBN: 84-335-939-0
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Capítulo piumeho
Las causas de la R eform a
A. Ln explicació n miirxislu
Ipcsde el nacimiento del marxismo, el hecho de la Reforma trata
de explicarse desde el punto de vista de la econoiniñj Pnrn Carlos
Marx los religiones son «hijas de su tiempo», y, más concretamente,
hijos de la economía, mqjjc universal de todas las sociedades humanas.
Desde esta perspectiva, |_
l_
a Reforma se transformaba en «la hija de
aquella nueva forma económica que surgió (en el siglo xvi) y (se
impuso) rápidamente en el mundo, el capitalismo»^En el mismo sentido
escribía Engels en IfiSO:
«Incluso las llamadas guerras de religión riel siglo xvu se libraron ante todo
por intereses materiales de clase muy concretos. Estas guerras lian sido Inedias rio
clases, lo misino rpie los conflictos internos que unís tarde produjeron en Francia
y en Inglaterra. Que estas ludias Ilayan teñirlo ciertos caracteres religiosos, que los
intereses, necesidades y reivindicaciones de caria una de las clases hayan sido
disimularlos con una envoltura religiosa, no cambia la cosa lo más mínimo y se
explica por !as condiciones tic Is época»
Este esquema general ha sido seguido por diversos historiadores que
lian estudiado la Reforma desde un punto de vista estrictamente materia­
lista, o al menos haciendo abstracción, en cuanto a las motivaciones pro­
fundas de los acontecimientos, de toda caósialirlnd no económica. Así,
Óscar A. Marti en Econnmic causes n¡ ihc Rcfonnalion in Englund
(1929). Se lee en el prefacio de esta obra 1:
«La rebelión eclesiástica del siglo xvt hunde profundamente sus raíces eu el
pasarlo. En lo que concierne a Inglaterra, las fuentes de la rebelión se hallan más
allá de las aspiraciones dinásticas del monarca, o do los desacuerdos sobre la supre­
macía. Las raíces de la Reforma calan en profundidad basto un subsuelo constituido
por cuestiones de dinero y por las Ironsfurmocioncs económicas fundamentales que
estaban a punto ríe producirse. Sólo bajo la nueva lux que aportan tales hechos
pueden ser comprendidos con claridad».
El historiador italiano C. Barbagiillo, tratando esta vez del siglo xvt
en conjunto, afirmó en 1936:
101
«En general, se ronsitlcra la Reforma como proceso do conversión religiosa de
una cierta parte de Europa... No lie licuado a comprender cómo puede pensarse que
multitudes de Rentes, de uno y otro país, hayan sido capaces de interesarse por las
sutilidades teológicas de Lulero, Zuinglio, Melnnchton o Ecolampadio, que a duras
penas entienden los profesores de teología. Yo he considerado, pues, la Reforma
no como un fenómeno sustancialmcntc teológico, sino como expresión, aspecto y
disfraz, religioso de la crisis que los países de Kuropa atravesaron en la segunda
notad del siglo xvi, y como síntoma del malestar general que se sentía* 
Las posiciones do estos dos historia do res son idénticas. Pura Óscar
A. Marti,¡Ja Iglesia católica, ligarla a las estructuras rurales de lina
época feudal, se encontraba superada por la corriente ascendente de la
economía urbana, burguesa y capitalista'!) Para 13arbagallo,_ln Reforma
representaba el progreso económico y social, e, inversamente, la «Contra­
rreforma» fue un fenómeno reaccionario en el que colaboraron incluso
protestantes conscrvndoresj (así Dinamarca, que censuró no sólo los
escritos teológicos, sino también las obras de naturaleza política c
histórica). iT.a Contrarreforma es presentada «no como una obra de
reconquista católica de la sociedad, tal y como aparece en ciertos peque­
ños círculos de eclesiásticos italianos, sino como un esfuerzo de restaura­
ción del orden antiguo, que consideraban en peligro, que intentaron en
común los Gobiernos, la Iglesia y jimio con ellos los grujios sociales
interesados^Sin embargo, la evolución no se detiene. lista, bajo el punto
de vista del materialismo histórico, tiene lugar de una manera inevitable
y conduce al ajilaslamiento de fuerzas económicas y sociales ya caducadas.
«Como era natural, jn-so a la Contrarreforma, el movimiento revolucionario de
la sociedad europea vuelve a ponerse en mnrrlia y asistimos a una serie de auténticas
revoluciones polirieosociaies, romo suri la rclielión de tus Países Ilajos, las arierras
rie religión en Francia, la insurrección ríe Iiolremia al comienzo do la arierra de los
Treinta Años, y lue|;o, en proporciones rada vez más importantes, las sublevaciones
rie Kseor-ia e Inglaterra en la época de los Kstiinrilnt- *
.
Desde Lngels, los historiadores marxistas especializados en el estudio
del siglo xvi han sido atraídos jror el caso de Tornas Miintzer, el joven
caudillo -■■murió a los 40 años— de la rebelión de los campesinos
en Ib2ó.
En 1520, en Alemania, la oposición «moderada, rica c inteligente» de
los prmcijrcs y ríe las clases dominantes, que deseaba la separación de
Roma jrero no la alteración del orden social establecido, se enfrentó con
la oposición proletaria de los campesinos y de la población (robre de las
ciudades. Ambas oposiciones til Pajra y al emperador pudieron perma­
necer un tiempo aliadas debido a que el mensaje de Lulero, enunciado
con gran fuerza de. seducción, ilusionó a las masas, empujándolas nece­
sariamente a la rebelión. IV.ro Lulero, asustado, se. desligó pronto de una
alianza lan com|m>itH'teilora con las clases populares. Frente al «refor­
mador burgués Lulero» se levantó el «revolucionario jrlcbe.yo Müntzer».
182
liste, al principio, era esencialmente un teólogo, penetrado de los escritos
milenaristas de la Edad Media. I’ero evolucionó rápidamente y se trans­
formó en un «agitador político».
«Rechazaba la Biblia —escribió Engcls— como revelación exclusiva c infalible.
Para él, la verdadera, la viviente revelación, era la Razón... Por esta fe, por esta
Razón rpre se hace viva, el hombre so diviniza y santifica... De la misma manera
ipie no Itay cielo en el más allá, tampoco existen el infierno y la condenación...
Cristo era un hombre como nosotros... Kstas teorías eran predicadas por Miintzer,
casi siempre ocultas bajo las fórmulas cristianas, a IAs rpic la filosoíia moderna se
Ira visto largo tiempo obligarla a recurrir. Pero... está claro i|iie se lomaba menos
en serio la máscara bíblica que algunos de los discípulos rie licgcl en los tiempos
modernos» 1.
Memos expuesto con una cierta amplitud la tesis de Engcls a pro-
jtósilo de la Reforma en general y de Miintzer ' en particular, porque
esto mismo, prácticamente igual, se encuentra en los estudios de los
historiadores ijinrxislns contemporáneos. Señalaremos especialmente los
trabajos de M. M. Stnirin (historiador ruso), autor de l)ic. Volksrc/ormu-
lion des Thonuis M'úntzcr und der grosse liaueinkricg En esta extensa
obra, como en el resto de los libros ntarxislas dedicados a esta cuestión,
el tema fundamental sigue siendo el indicado |>or Engcls: el enfrenta­
miento entre «la Reforma de los j)rínci]>cs» y la «Reforma de los traba­
jadores»; la guerra de los campesinos njiarece así corno la «jirímcra
revolución social» de importancia que lia teñirlo lugar en Europa.
II. Estudios e c o n ó m i c o s sobre el naein iie nlo de la R e fo r m a
Se han aportado muchas otras explicaciones económicas de la
Reforma, mucho más matizadas que las de los historiadores marxislns.
En general no pretenden ser explicaciones totales, sino estudios pnrti-
cularcs y locales que tratan de aclarar el nacimiento y desarrollo del
protestantismo en un ¡tais o en un caso determinado. Pensamos aquí en
los artículos de lle.nri Iíauser sobre La tRcbcinc» de Lyon (R. II., 1896)
y sobre La Reforma y las clases populares de Francia ca el siglo XVI,
qno fue publicado primero en inglés en el A. II. R.*. Ilattser refutó la
opinión sostenida ]>or la mayoría de los historiadores franceses de su
tiempo, que consideraban al pnrtido hugonote como un partido de nobles.
Comenzó recordando algunos testimonios del siglo xvi. El embajador
veneciano Giovanni Michiel escribía en 1561: «Hasta el momento, a
causa del rigor de los suplicios, sólo se lian manifestado abiertamente
[como reformarlos | gentes del pueblo que, cxc.c|>to la vida, tcnian poco
que. perder»0. Florimond de Racmond afirmaba |>or su parte: «(Los
primeros adictos al nuevo dogma) fueron ciertas pobres gentes, simples...,
gentes de oficio»-, «es decir, gente que no bahía hecho otra cosa que
conducir su carreta y cavar la tierra» 1
D
. Las investigaciones llevadas a
183
cabo por llnuscr !c convencieron tic que la Reforma, hasta 1560, se
bahía extendido en Francia especialmente entre los artesanos de las
ciudades y, con menos intensidad, entre los campesinos. La sedición
lionesa el 25 de abril, conocida como la Grande Rebcinc, habría sido
organizada por una sociedad secreta de obreros convertidos a las itleas
reformadas por artesanos procedentes de Suiza y Alemania. Éstos habrían
arrastrado al resto de la población, rpic sofría por la escasez y la carestía
de los cereales
El pensamiento de Ilanscr no tiene natía de sistemático. En definitiva,
veia en la Reforma el producto de una conjunción de factores económicos,
sociales y religiosos inseparablemente unidos:
«ha Reforma riel si(do x v i tuvo ct doble carácter tic revolución social y revolución
religiosa. L.us clases populares no se sublevaron sólo contra la corrupción del domina
y los abusos del clero. También lo hicieron contra la miseria y la injusticia. Kn la
biblia no buscaron únicamente la doctrina de la salvación por la gracia, sino también
la prueba de la igualdad original de lodos los hombres» n.
Prosiguiendo sus investigaciones sobre la Reforma, Ilanscr quiso
explicar no sólo la adhesión de. los pobres al protestantismo, sino también
la elección de los príncipes que rompieron con Roma. En su libro Naci­
miento del protestantismo (1940) recogió y expuso una vieja explicación
económica rpte los historiadores católicos usaban desde hacía mucho
con intenciones evidentemente polémicas.
p I.os principes) cuyos dominios estaban infestados de señoríos eclesiásticos,
que eran tierras de inmunidad, no tenían más que secularizar estas tierras para
apoderarse de ellas, hulero tuvo, pues, sus primeros aliados en los prineipesyy
principólos, ávidos de, redondear sus dominios y sus ingresos»1
1
.
Francia propotcionaba la «contraprueba» del razonamiento:
«... El Concordato de 1516 bacía al rey cristianísimo soberano temporal de la
iglesia galicano, distribuidor universal de los beneficios, y la Reforma le resultaba
innecesaria como medio paro transferir la propiedad, ha secularización no tuvo
lugar en Francia, ptu sin que yo se bahía hecho con el consentimiento de Roma»1
1
.
Iluuser escribió al comienzo de su citada obra: «La Reforma es ante
todo un fenómeno religioso, un drama tic la conciencia europea» ir>
, y
protestaba contra el abuso del «materialismo histórico» Se observa,
sin embargo, que, sin aportar tina explicación económica general de la
Reforma, en muchos casos daba razones particulares de tipo económico.
El rey de Inglaterra, los príncipes del Imperio, los caballeros que
siguieron a Ulricli de Iluttcn, los campesinos alemanes y los pobres de
Lyon habían sido todos ellos movidos por motivos materiales.
Puesto que la historiografía contemporánea insiste en el movimiento
de los precios, se plantea una última cuestión: ¿Existe alguna relación
entre el éxito de la Rcfoima y una «coyuntura pesimista»? P. Gummi
181
as! lo sugicie, aunque niega que se pueda establecer una relación «nece­
saria» entre ambos Icnómenos.
«ha intervención di* hatero - escribe— destruye una Alemania orienta! y sep­
tentrional, tpie, entre 1517 y 1525, persiste en tina coyuntura pesimista, propia de
Irires del siglo xv, que ya ludria terminado en el (leste (y en el Aur) pero que, más
al leste, se obstina en no desaparecer» 1
1
C. Critica de las exp licacion es e c o n ó m i c a s
I. Ciútica de i.a exim.icación maiixista
H.os recientes estudios económicos sobre el final de la Edad Media
y el siglo xvi no permiten sostener la explicación de la Reforma pro­
puesta por Marx y Enge.ls, quienes veían en ella a «la hija del capita­
lismo». Hoy se distingue con mayor precisión que antaño entre capita­
lismo comercia! y capitalismo ¡ndustriaíT', El primero es anterior ul
siglo XVI En la Europa ocidcnlal, y especialmente en Italia, se desa­
rrollaron en los siglos xtv y xv poderosas firmas comerciales y lrancnrias,
como las de los Bardi, los Perruzzi, los Datini y los Mediéis, animadas
por el más puro espirito capitalista. Los hombres de negocios buscaban,
en efecto, el máximo de. ganancias, unas ganancias que se contaban en
dinero y en las que entraba forzosamente una plusvalía obtenida a
expensas de los productores, especialmente de los artesanos del ramo
textil. En la Edad Media aparecieron verdaderos cariéis destinados a
monopolizar la venta de un producto, cuyo precio era asi fiscalizado
a escala europea. La famosa Maltona genovesa de Cilio, estudiada por
J. Hccrs fCénova en el si/'lo XV, París, 1961), tenía por objeto impedir
la baja del alumbre turco en Italia, Inglaterra, Flandes y Francia. El
alumbre de Tolfa sustituyó al de Analolia en 14-62 y los Mediéis, y luego
los Chigi, trataron, con el apoyo del Papado, de conseguir el monopolio
de la venta de este mineral en Occidente. (J. Delumeau. I.’alun de. Home,
París, 1962). El alumbre — recordémoslo— era indispensable como
mordiente de los tejidos y la mayor parle de los tintes.
Durante la Edad Media italiana se perfeccionaron instrumentos han-
carios y comerciales que suponían un sentido de la organización y un
afán de ganancias que se encuentra en la base del capitalismo: contabi­
lidad por partida doble, letras de cambio 1
1
1 — a veces con endoso—
collcganze, seguros marítimos. Una commanda era, en el siglo XV, en
Italia, una asociación de capital y trabajo en ln que las tres cuartas
partes de los beneficios iban a parar a! capital y la cuarta parle al
trabajo20. ¿No entra este tipo de contrato, corriente en el siglo xvi,
en la definición que Marx bahía dado del capitalismo: un sistema
fundado en la separación entre el liabajo y la propiedad de los medios
185
de! producción? Iin fin, en el siglo xv los Estados italianos conocían
otra técnica financiera moderna: aprovechar el ahorro público por medio
del Monti, (pie reportaba a los acreedores un interés fijo. No se puede
hablar, pues, de una «revolución económica» del siglo xvi M. Lnpeyrc
ha. demostrado muy bien en su obra Une jamille <le marchañas, les
Raíz (París, 195!)), <]ue las técnicas comerciales y hanearias del siglo XVI
son una prolongación de las de. la Edad Media, a posar de que sean
utilizadas a más amplia escala. Hubo ciertamente viajes de descubri­
miento y se crearon corrientes regulares de intercambio entre Europa,
por una parte, y América y Extremo Oriente, por otra. Con el tiempo, c
incluso a partir de mediados del siglo XVI, este nuevo tráfico modificó
profundamente el comercio general de Europa. Pero hay que hacer
ciertas observaciones. En primer lugar, la investigación histórica actual,
después del libro do E. llraudel. El Mediterráneo y el mundo medite­
rráneo en tiempos tic Felipe I I tiende a minimizar las consecuencias
de los viajes portugueses sobre la vida económica del Mediterráneo en
el siglo XVI. Además, Lulero había dado a conocer sus 95 tesis dos años
antes deque Cortés desembarcara en Méjico. Cnlvino ya había publicado
sus Ordenanzas eclesiásticas (1541) cuando se descubrieron las minas
del Potosí (1545). jFjnaImente, los grandes viajes del Renacimiento no
tuvieron consecuencias sobre la vida material de los europeos del
siglo xvt, comparables a las que provocó, a partir del siglo xvtit, el auge
de la ciencia y la técnica) Pese a (pie los precios se triplicaron en
menos de. cien uños.^la vida cotidiana de un campesino o un burgués no
se modificó radicalmente durante el siglo XVÍTJ^sí, en este tiempo ocurrió
una revolución religiosa, pero no una revolución económica. En estas
condiciones, las modificaciones relativamente lentas de las estructuras
materiales de la sociedad difícilmente, pudieron babor sido la causa
profunda del cambio radical (pie sufrió la vida religiosa^
VTlay que. tener también en cuenta que en tiempos do la Reforma era
1latín indiscutiblemente el país más moderno de Europa. Los negociantes
de la Península desempeñaban un papel capital en la actividad de
Occidente] En aquel país prosperaba una importante burguesía dotada
de una capacidad de ahorro real, f inalmente, en el siglo XV, una familia
procedente del comercio, la banca y la industria — los Médicis— tomó la
dirección de un Estado. |Pero en Italia no prendió el protestantismo] Y
fue un hijo de banquero, León X, quien excomulgó a Lulero.TSi la tesis
marxiste fuese exacta, la Reforma habría tenido que nacer en Italia y
triunfar en ellíCJ Por el contrario, conoció sus primeras victorias en
países más bien atrasados desde el punto de vista económico: Alemania
y Suiza. En el mismo sentido, ¿no es sorprendente (pie los más impor­
tantes hombres de negocios del siglo xvt fueran católicos? En primer
lugar, los Fugger, con excepción de un solo miembro de esta familia, y
186
también los «mercaderes» genoveses, florentinos y españoles, que domi­
naron la vida económica europea hasta comienzos del siglo xvn
En cuanto a la tesis, mantenida desde Engels, de que Tomás Miintzer
es un revolucionario comunista provisto de una «máscara bíblica», ha
sido prácticamente rechazada por todos los historiadores no marxistes
(pie piensan, como E. C. Léonard, tpie «sería restar importancia a
Miintzer y hacerlo incomprensible si se le redujese al papel de jefe
social, o socialista» ” . El personaje era muy complejo. II. Roltmcr y su
escuela 2°, y más recientemente aún J. Ecclcr, consideran a Miintzer corno
uno de los fundadores del anabaptismo. Por el contrario, la Mcnnonilc
Encyclopacdia (vol. III, 1957, artículo «Miintzer») difiere de esta con­
cepción y no quiere calificar de anabaptista más que a la religión evan­
gélica y pacífica de Joris y Mrnno.
Este artículo insiste además en las contradicciones de algunos escritos
de Miintzer; está de acuerdo, como el excelente libro de Annc-Marie
Lohmann ” , en lu teoría de que durante los años 1524-1525 «este hombre
que fue un místico y que sabia tanto sobre el sufrimiento y la tragedia
de los hombres se fue volviendo cada vez más superficial». Es evidente
que se trata de una manera de explicar una evolución en la que Engels
había diagnosticado un paso de. lo religioso a lo político y de la fe a
un ateísmo disfrazado. Es cierto que Miintzer fue solicitado cada vez
más por las dificultades cotidianas de la lucha. Sin embargo, su inspi­
ración continuó siendo de carácter religioso. Siguiendo a K. IIoll 2S, J.
Lccler escribe en su reciente llisloire de la lolérance... :
«No tomemos a Miintzer como un simple profeta de la revolución social. Su
inspiración sigue siendo esencialmente religiosa. Ix> que le indigna es que las con­
diciones de vida del pueblo impidan a este el acceso al Evangelio. I.os pobres se
bailan tan oprimidos, tan preocupados por ganarse el pan de cada día, que no tienen
tiempo ni de leer la lliblia ni de fortalecer su fe con la oración y la contemplación,
hulero no comprendió que no es posible una auténtica Reforma religiosa sin una
previa revolución social».
|I,a concepción marxisla do la Reforma pecó do anacronismo al trnns-
plantnr al siglo xvt las realidades y los conflictos del siglo XIX. No supo
percibir las relaciones de la fo y la mentalidad de las masas en aquellos
tiempos]Negarse a ver en los debates religiosos otra cosa que epifenóme­
nos, «fiorituras»,'como ha escrito C. Ilarbagallo, es negarse a compren­
der hechos tan importantes como que 15.000 calvinistas se dejaran morir
de hambre en La Rochela durante el asedio de 1628.
2. H a HAnino photestantes en tobas las clases sociales
¿Qué debe pensarse ahora (Je la opinión emitida por Ilauscr, a prin­
cipios de su carrera, según la cual el protestantismo fue en sus comienzos
187
en Francia •
—miles de 1560— lina religión de «gente humilde»? Si se
consulla la obra de Paul F. Gcisendorf, Lisie des habilanls de. Geni-ve 3",
puede tenerse en principio la impresión de que aporta una confirma­
ción a la tesis de Ilanscr. Entre 1549 y 1560, 4.876 «desarraigados de
la fe» recibieron el estatuto de «habitantes» de Ginebra. De ellos, 2.247
indicaron su profesión; 1.536 efectuaron trabajos mecánicos (6 8 % ),
275 pertenecían a profesiones liberales (1 2 % ), 180 eran comerciantes
(8 % ), 70 eran nobles (3 %) ; 77 eran campesinos (3 %) y 109 resultan
de muy difícil clasificación (1 0 % ).
I.a proporción de artesanos parece, pues, muy importante. Pero en la
sociedad del siglo xvt los humildes eran mucho más numerosos que los
clérigos burgueses y comerciantes.Ule las interesantes cifras dadas por
Paul F. Gcisendorf se deduce que en Francia, durante la primera mitad
del siglo xvt, la Reforma afectó a todas las categorías sociales3^ Ésta es
precisamente la opinión que defendió L. Roinior en su libro sobre
Le royanme de Catherine de Mediéis 33 y (pie el propio Ilanscr hizo suya,
en 1940, en su obra sobre I.a naissance da protcstantisinc 33. É. G. Léonard
abunda en la misma creencia3'. «Las nuevas ideas — escribió— pren­
dieron en todos los medios franceses desde el mismo momento de su
predicación». Parece evidente (pie la Reforma, desde antes de agosto
de 1560, había conseguido en Francia numerosos adeptos en «los medios
intelectuales», en el clero y en lo que hoy llamaríamos la administración.
De ahí la conclusión de É. G. Lconnrd, no sólo válida para Francia:
FVK.Mn nscvtrnición destruye cunlqucr ¡mentó de dar u la Reforma liases esencial­
mente económicas y sociales. Puesto t|uc se extendió por clases (pie tenían intereses
y aspiraciones cnniradictorius, luiy que reconocer en ella motivos válidos para todos
los liomlnes» "q
Aseveraciones semejantes lian sido hechas por historiadores extran­
jeros (pie han estudiado países distintos de Francia. En Rema y en
La tisana, donde el paso del catolicismo til protestantismo se hizo de una
manera particularmente tranquila, éste recibió la unánime adhesión de
todos los habitantes. Un reciente estudio sobre lns ciudades hanseáticas
de. Stralsund, Roslock y Wismar en la época en que abandonaron el
catolicismo3
1
1
, demuestra que lns clases medias y bajas de esas ciudades
desempeñaron un papel capital en la introducción de la Reforma lute­
rana. Existió una alianza entre los pobres y las nuevas ideas, pero los
ricos burgueses no estuvieron ausentes de las primeras filas protestantes,
v tampoco los príncipes, (pie, por otra parte, luchaban contra el prole­
tariado, y los burgueses momentáneamente unidos. M. Sehildnucr llega
a la conclusión de que la Reforma, pese a las circunstancias económicas
o sociales (pie favorecieran su desarrollo, fue movida principalmente por
«una Noluntad de renovación espiritual» y que este carácter explica sus
relativos fracasos en el plano político y social.
ion
Los caballeros famélicos que se adhcricron también al protestantismo
representaban, frente a los burgueses de las ciudades, la clase conser­
vadora y reaccionaria, amenazada politicamente por el ascenso de los
príncipes territoriales y económicamente por los progresos de la burgue­
sía urbana. La Reforma se le apareció a más de un caballero como un
medio para recuperar el prestigio y la prosperidad de (|ue anteriormente
habían gozado. Sin embargo, insiste William R. Ilitclieock, último tic los
historiadores (¡tic lian tiatado este tem a31, la clase de los caballeros
carecía totalmente de homogeneidad y fue incapaz de unir sus diferentes
facciones. Le Reforma acentuó esa desunión, ya que no todos los caba­
lleros se pasaron al protestantismo. Sin embargo, la adhesión al lutera-
nisrno de buena paite de ellos prueba (pie:
«I,n esencia do ln Reforma no residía en el ht-cho de que se acomodara n los
intereses de una determinada clase ascendente, es decir, la clase media»3
1
. Repre­
sentantes de una clase que hundía profundamente sus raíces en el antiguo orden y
de bases económicos feudales y ngrorias respondieron, sin embargo, con entusiasmo
a la llamada del nuevo Evangelio 3

Si se pretende en cada caso particular encontrar una explicación
fu-ndamcnlal de tipo económico-social para el ¡taso de un grupo social a
la Reforma, se llega a resultados contradictorios en conjunto, puesto
que hace adherirse a la Reforma por motivos materiales a clases opuestas
entre sí: príncipes, burgueses, caballeros pobres, campesinos alemanes
y artesanos de las ciudades.
En nuestros días se tiende también a rechazar la tesis según la
cual Enrique VIH, los reyes escandinavos y los príncipes alemanes se
separaron de Roma con objeto de secularizar y acaparar los bienes ecle­
siásticos. El inconveniente principal de esta concepción — cuyo aspecto
polémico resulta evidente— es que niega un auténtico sentimiento reli­
gioso a los jefes de Estado del siglo xvt, lo (¡tic, como sabemos, se halla
en contradicción con la mentalidad general de la época. Federico el
Prudente (pie apoyó a Lulero, Felipe de Ifesse a pesar de su bigamia,
Alberto de Brarideburgo (¡tic secularizó la Orden de los caballeros
teutónicos, eran príncipes •muy preocupados por la religión. En el mismo
Enrique VIH se aunaban extrañamente una vida privada escandalosa
y una real admiración por el Principe de Mnquiuvclo con un interés no
menos auténtico por los problemas de la fe. Prueba de ello son las
Asserlio sepiera sncrarncnlnrum (¡tic escribió, en 1521, contra Putero.
¿Y qué decir de Eduardo VI o de Juana de Albret, que hicieron adoptar
a sus súbditos la Reforma? Obraron así guiados por el profundo afán
de mantener y reforzar la vida cristiana de sus súbditos. Un eminente
cspccialita en cuestiones protestantes, Roland IL Rainton, hace observar
además 4" que la actitud adoptada por los príncipes luteranos alemanes
189
ora bástanle arriesgada si Carlos V hubiese resultado vencedor; lo que
estuvo a punto de ocurrir.
I'.n cuanto a Francisco I, ¿qué prueba tenemos para afirmar que
permaneció fiel a liorna porque el Concordato de 1516 ponía en sus
manos la Iglesia de. Francia y sus riquezas? Se sabe de lincho que. dudó
largo tiempo antes de decidirse a luchar contra los protestantes, decisión
que sólo tomó cuando algunos de ellos, con el asunto de los pasquines,
desafiaron su autoridad (1534). Parece ser que el rey, como tantos otros
en aquellos tiempos de confusión, se preguntó dónde estaba la verdad
si todavía era posible bailar una conciliación entre las nuevas ideas
y la fe tradicional. Si finalmente se. dedicó a combatir a los protestantes,
fue porque en ellos vio a unos anabaptistas franceses que podían, como
los de Mün.stci, provocar la anarquía en el reino. La Epístola al rey,
que Calvino puso corno prólogo a la primera edición de su Institución
cristiana (1536), demuestra que ésta era la tesis oficial.
¿ Fs cierto que el oro de Alemania e Inglaterra, que se enviaba a
Roma y empobrecía a ios países ultramontanos, enriquecía por el con­
tralio a toda Italia, que por este motivo estabu interesada en el mante­
nimiento de ese estado de cosas? Esto es lo que se creía en tierras protes­
tantes, y la propaganda reformista del siglo xvl insistía en ello. Pero
esta acusación hubiese tenido mucho más fundamento hacia 1350 que
en 1520. En la época del Renacimiento los ingresos anuales del Papado
habían bajado mucho. Durante el pontificado de Julio II no superaban
los 350.000 ducados de oro, la mayor parte procedentes del «dominio
temporal». De hecho, en conjunto, el Papa no era mucho más rico que
el Estado florentino41.
La última cuestión que liemos suscitado es la probable relación
entre el movimiento de los precios y la adhesión de determinadas pobla­
ciones a la Reforma. Hay (pie ser muy prudentes para afirmar una cosa
semejante. Una baja de los precios — «coyuntura pesimista»— puede
haber coincidido con la mejora, o al menos con la estabilización, del
poder adquisitivo de los obreros. Esto fue lo que ocurrió en Anibcrcs
entre 1439 y 1512. Por el contrario, los precios subieron en este gran
puerto cu 1513 y 1542, pero la adaptación de los salarios fue insuficiente
durante este período. Es posible entonces qué en estos años, que fueron
una época floreciente para el comercio de Arnberes, se produjese un
descontento entre los pobres, que no habrían participado de. la prosperidad
general, y (pie éste hubiese favorecido la adhesión a las nuevas ideas
y el anabaptismo. Pero desde 154-3 basta 15114- los salarios vuelven a
subir. Ahora bien la crisis inconoclasta estalló en 1566 4J. Por lo tanto, no
puede establecerse'una relación entre el alza de los precios y la fideli­
dad u Roma.
190
Es innegable que numerosas y variadas circunstancias -—económicas,
sociales geográficas o políticas— desempeñaron un papel, por otra
parte difícil de evaluar, en el paso al protestantismo de una región o de
un grupo social. También es cierto que las herejías de fines de la Edad
Media encontraron una amplia audiencia entre los pobres, listos, en
Inglaterra, en Italia y en Bohemia ligaron, de manera indisoluble en
ocasiones, aspiraciones religiosas y tcivindicnciones igualitarias 4'. En es­
ta época de la historia «total», convendría establecer, para cada caso terri­
torial o sociológico, la relación de las circunstancias (pie, actuando
como catalizadores, favorecieron el paso n la Reforma. Pero, incluso
una vez establecido este inventario, quedaría por hacer lo más impor­
tante. Las causas principales de la ruptura con Roma de un territorio
o un grupo social no quedarían esclarecidas todavía. ¿Quiere decir esto
que tenemos que recurrir de nuevo n la explicación tradicional y ver
en los abusos de numerosos clérigos la razón esencial del cisma protes­
tante?
I). Ln cuestión de los «abusos» disciplinarios
1. La tesis TnADictoNAt.
[Durante mucho tiempo se creyó que la Reforma había estallado n
causa de los «abusos» (pie en aquel entonces se producían en la Iglesia^
Esta manera de considerar el drama religioso del siglo xvi se remonta
al mismo Lotero, quien, en sus Conversaciones de sobremesa, afirma
haber sido vivamente sorprendido por el espectáculo de Roma en tiempos
de Julio II, ciudad (pie visitó entre 1510-1511. «No me perdería, ni aun­
que ine dieran 100.000 florines, el haber visto y oido a Roma», declaró
en 1536 44. Lulero regresó desengañado de la «falsa ciudad santa».
El escándalo de las indulgencias baria estallar, pocos años después, la
rebelión que desde aquel viaje latía en su interior. Ln violencia con que
el reformador, sobre lodo n partir de 1520, atacó al Papado, identificado
por él con el Anlicristo, aportaba un argumento suplementario a ln
tesis de una explicación moral de la Reforma. Por otra parle, el éxito
del Elogio de la locura ■
—obra que aparecía después de toda una serie
de amargas críticas contra la Iglesia— probaba (pie los cristianos estaban
ya preparados para ella. Para permanecer fiel n Jesucristo bahía (pie
abandonar una institución que estaba irremisiblemente corrompida. Erus-
mo afirma, hablando de los monjes: «Nada ha contribuido más a popu­
larizar a Lulero que las costumbres de esa gente» 45. Hasta una fecha
relativamente reciente los historiadores protestanes aceptaron, pues,
la explicación de la rebelión de Entero — y más en general del nacimiento
de la Reforma— por una sana y santa reacción de desagrado.
191
L. Fcbvre escribe a este rcspeclu:
«¿Acoso lo Itcfurmn lio lineólo «le los nliusns? Moslror esos abusos, sncnr o lo
luz público los debilidades 11rivn<
Ins de snccriloles y monjes, de obispos e incluso
de los pupos, y luego del niIor los vicios de uno fiscalización, (pie ero demasiado
cómodo lloninr «simnniuca», ppic focilidodcs pino los alacuntcs!»u.
Todavía en 1894, Fernando lluisson caracterizaba a la Reforma como
«el grito común, la única y general aspiración de todos los hombres
honrados, tonto clérigos como laicos», y añadía: «La Reforma titania
especialmente a cuestiones de disciplina» a .
También por parle católica se bacía hincapié en este aspecto.
En efecto, en las primeras líneas de la Historia de las viariaciones
Bosstiet atribuye a causas morales le rebelión religiosa del siglo XVI.
Recuerda, en principio, que «la reforma de la Iglesin era deseada desde
hacia muchos siglos», y afirma seguidamente «que la reforma deseada
atañía a la disciplina y no a la fe», lo que resulta evidentemente inexacto
en el caso de Wyclif, por ejemplo ,H
.
La explicación moral de la Reforma y de su éxito aparece también
en ,un texto muy conocido, pero (pie no había sido considerado por la
historia religiosa. Se trata de las Inslruccioncs de Luis XIV al Delfín.
El pasaje que citamos debió de ser redactado hacia 1670 1671, con la
colaboración de Pcllison, que acababa de abjurar del calvinismo.
«Por lo que lie podido entender —escribe el ley—, lo ignorancia de los ecle­
siásticos en los siglos precedentes, su lujo, su libertinaje y los malos ejemplos que
daban, los que por el mismo motivo estaban obligados a soportar, y finalmente los
abusos tpic permitían en la conduela de los particulares contra las reglas y los
sentimientos públicos de la Iglesia, producicron más que otra coso, las grandes
heridas que recibió con el cisma y la herejía»”.
Una rebelión moral se habría transformado así en rebelión teológica,
porque Roma habría «presionado demasiado» a «aquel hombre violento y
temerario» que era Lulero. Por parle católica se <
1io también otra
explicación moral de In Reforma, mucho más malévola que la precedente.
Ésta se hallaba ya bosquejada en la obra de un humanista del siglo xvi,
el cardenal Sadolet, obra (pie por otra parte tiene un acusado carácter
ecuménico. Con espíritu conciliador trató, entre 1538 y 1542, de reanudar
el diálogo con los eruditos que se habían pasado al protestantismo, como
Sturm y Melunchton. Inquiriendo las razones del drama religioso del
tpte era testigo, llegó a lu conclusión de (pie la decadencia del clero
era la causa principal de la crisis eo. Hasta aquí se trata de un razona­
miento idéntico al de las Variaciones y las Instrucciones al Delfín. Pero
los fieles, prosigue Sadolet, amabun a sus pastores. No puede ser menos,
ya en éstos veían aquéllos sus modelos. El obispo de Carpentras fue
muy severo ni juzgar al clero de su tiempo. Estimaba que el dinero lo
había corrompido. Pero, al mismo tiempo, sugiriÓ!que|los|fieIcs pasaban
192
al protestantismo porque, siguiendo a sus pastores, habían llegado a un
estado de mínima resistencia moral. El pecado lleva al pecado.
Este razonamienllo, sólo esbozado y sin el menor ánimo de emponzoñar
la Cuestión, sirve de base a la venenosa biografía (pie Cochlacus escribió
de Lulero en el siglo xvi 51. Lo explica asi también el libro de Denifle,
Lulhcr and Luthertum, mucho más próximo a nosotros. El hermano
Martín, según Denifle, al verse incapaz de observar la regla de su
convento, colgó el hábito y se buscó justificaciones teológicas. Todavía
en 1925, Marilain pensaba prácticamente lo mismo. Negaba de un plu­
mazo todo valor a la Reforma: «No se trata más que de la clásica historia
del monje decepcionado» 53. Lulero es el jefe de la escuela que atrajo
«a su teología lado lo que (había) en su tiempo en Alemania de
codicia, sensualidad impaciente y fermentaciones pútridas, mezclado
lodo ello con esperanzas de reforma inspiradas más por el humanismo
y la erudición (pie por la fe sobrenatural» 53.
2. Hacia ijna kxvi.icación tkoi.ócica di-: i.a Refouma
(Actualmente se considera insuficiente la explicación moral de la Re­
forma que quiere dar razón do un fenómeno esencialmente religioso)!
Sin embargo, Rasnage, en 1699, bahía alzado su voz contra la habilidad
con (pie Rossuet «presentaba con cuidado lo que los demás autores
eclesiásticos habían dicho contra los desórdenes del clero», es decir,
«lo más grosero y aparente», pero negando que se pidiera la reforma
de la fe». Ahora bien, para Rasnage, en el siglo xvt se trató de cambiar
la fe de la Iglesia, corregir su culto y derrocar la autoridad del Papa».
Sin embargo, víctima de la óptica de su tiempo, arremetía también
contra «la lepra que se extendía (en el siglo xvt) por todo el cuerpo
de la Iglesia; el laico, el monje, el sacerdote, el obispo, el Papa, todos
estaban cubiertos por delitos tremendos»53.
A comienzos del siglo XIX, Múdame de Slaél, en su obra Alemania,
dio pruebas de comprender la Reforma con mucha más amplitud que
sus contemporáneos. Supo ver, en la crisis religiosa del siglo xvt, «una
revolución efectuada por las ideas», y afirmó que :
«El protestantismo y el catolicismo no existen porque haya habido papua, ni
porque haya vivido Entero; sciín una manera bastante mezquina de considerar la
historia atribuirla n la casualidad; el protestantismo y el catolicismo existen en el
corazón humuno; son potencias morales que so desarrollan en las naciones, porque
antes existen en cada hombre» 5

De osla manera se abría [taso tina reintcrprotación ‘
de la Reforma.
Iíegel vio en la explosión del protestantismo un movimiento bacía la
emancipación del IPcltgcisl, Michclet asoció Reforma y Renacimiento y
saludó en la rebelión de Rutero un comienzo de Liberación de las mentes.
193
13. D m .umí au: I.a Reforma.
En la época (lcl pangermanismo, los nacional Islas identificaron la reforma
luterana y el despenar del alma alemana, mientras rpie el teólogo liberal
Trocltsch se esforzaba por descubrir las profundas relaciones existentes
entre religión y cultura ss. En su opinión,[el protestantismo fue la forma
de cristianismo que correspondía a las necesidades intelectuales del
siglo XVl’Jaun teniendo en cuenta que la cultura de los hombres de 1520
era todavía ampliamente, medieval. De. ahí el aspecto atrasado y dog­
mático de una Reforma que contenía, no obstante, los gérmenes de una
emancipación ulterior (la del siglo xvm). Todas estas nuevas interpre­
taciones de la crisis religiosa del siglo XVI partían de. concepciones a
priori, muchas veces de carácter filosófico, más que. de carácter histórico,
l’cro tenían la ventaja de alejar la búsqueda de la tradicional oposición
moral entre los reformadores y los abusos de la Iglesia que abandonaban.
Kanke se preocupó poco por el problema de los orígenes de la Refor­
ma. l’ur el contrario, n Jansscn le corresponde el inmenso mérito de haber
esclarecido esta cuestión, al menos en Alemania, en un minucioso estu­
dio, apoyado en gran variedad de documentos sobre la vida alemana
en el siglo (pie precedió a Lulero r,n. Situó al reformador en el pontexto
de. una historia total. Janssen presentó a la Iglesia alemana de fines de.
la Edad Media como un cuerpo que tenía indudablemente defectos, pero
que estaba preparado para renovarse y que «conservaba todavía toda su
fuerza vital» ; el humanismo y un creciente individualismo habían minarlo
la legítima autoridad de la jerarquía. Entero no había inventado nada,
«puesto que. casi todas las doctrinas que iban a trastornar la sociedad del
siglo xvt se habían difundido ya a fines del xv». Bese a su sabiduría,
Janssen, sentía demasiada hostilidad contra el protestantismo para poder
escribir una historia realmente imparcial. Pero su libro orientó a los
mejores historiadores católicos de comienzos del siglo XX hacia estudios
más fecundos que las relaciones entre la rebelión de los reformadores
y los abusos disciplinarios que reinaban en la Iglesia. Puede leerle a este
respecto el notable prefacio que linbart de Ea Tour socribió en 1904, en
su gran obra sobre los Orígenes de la Ré/orme (tomo I):
«... ¿No es evidente que los agravios invocados contra el catolicismo... constituyen
una explicación insuficiente (de la Reforma)? ¿Ea (irania pontificia?.. Nunca hnltía
sido más le,ve sobre el repinten interno de los Estados o de las Iglesias. En gran
amenaza para la unidad cristiana no era el exceso de la centralización, sino el
tinciiiiiriilo del ptineipio nacional. ¿Eos abusos tlel clero? En otras épocas no habían
sido éstos menos escandalosos ni las reformas menos necesarias. Sin embargo, los
pueblos seguían siendo fieles: el Cisma de Occidente bahía debilitado el respeto
sin destruir la obediencia. Ea revolución intelectual que el Renacimiento suscitó
pretendía cambiar los., métodos de la teología, no los dogmas de la religión.»
Al igual que Janssen, Imbnrt de En Tour demostró que las fuerzas
renovadoras trabajaban ya en la Iglesia en vísperas de la Reforma.
194
lísle es un hecho definitivamente establecido. Por el contrario, Imbart
de La Tour se separaba de Janssen en la apreciación del papel desem­
peñado por el humanismo, y en definitiva explicaba el cisma por razones
políticas, económicas y sociales. «Sus causas -—
escribía— se refieren
más al estado de ln sociedad que ni estado de la religión». El catolicismo
medieval no sólo había creado una doctrina, sino que también creó una
organización. El advenimiento de los grandes Estados y la expansión
y transformación de la riqueza hicieron derrumbarse la Europa ecu­
ménica y feudal de las cruzadas!
Alberto Dufourcq 57 parece haber tomado como punto de partida
para el estudio de las causas de la Rcformn el esquema establecido por
Imbart de La Tour. A la «organización» de la sociedad cristiana
entre 1049 y 1300 opuso la «desorganización» del período siguiente.
Sin embargo, centró sus tesis más importantes clt «la crisis de las almas»,
e insistió por último en el desarrollo del individualismo en el dominio
de la piedad. La investigación histórica se lia ido encaminando desde
linee cuarenta años hacia un estudio cada vez más concreto de las causas
de la Reforma, siguiendo las indicaciones y los ejemplos de Karl lioll
y Lucien Fcbvre, K. IIoll afirma, en resumen, (pie. ni le filosofía, ni la
sociología, ni el nacionalismo, ni ln economía, pueden explicar n Lulero,
sino sólo la religión7
'". Kebvre escribió: «llay (pie buscar causas reli­
giosas a una revolución religiosa» J“. L. Kebvre entendía «causas religio­
sas» en un sentido mucho más amplio (pie K. IIoll y quería orientar
la investigación sobre un estudio de la mentalidad de aquel tiempo, en la
que el factor religioso era el componente más importante 00.
Los trabajos de Josepli Lortz sin despreciar el conjunto de hechos
que concurrieron en el nacimiento del cisma protestante, lian insistido
a su vez en los aspectos propiamente religiosos del drama del siglo xvt
y de sus causas. El autor puso así de manifiesto la decadencia del
magisterio cristiano, la difusión de una inquietud apocalíptica, la espera
del magisterio y el deseo de inevitables catástrofes y, especialmente, en
un clima de creciente individualismo, el debilitamiento y la inccrtidum-
bre de la teología, inccrlidumbres acrecentadas por la labor crítica del
occamismo y el moralismo hacia el que se dirigía la corriente del pensa­
miento humanista. J. Lortz ha descubierto en Lulero el heredero de la
Dcvotio moderna, que desde fines del siglo XIv se extendía a partir de los
Luises Bajos. Una opinión semejante ha sido sustentada por un gran
historiador norteamericano, A. Ilyma, en muchas obras y especialmente
en The Chrislian Rcnaissance, a Ilistory of the evolio moderna» ” .
El especialista francés en cuestiones protestantes, E. G. Léonard, ha
insistido también en el carácter religioso de la Reforma, apoyando preci­
samente sus argumentos en los orígenes medievales del moviipiento
reformador. La tesis de Léonard, expuesta en la R em e de théologie el
195
d’aclion cvangclirjucs de Aix-cn-Provcncc °5, y luego en su Ilistoirc gené­
rale da l’ruieslantismc, es la siguiente:
La piedad de la alia Kdnd Media se componía «de una ¡adoración temerosa de
la majestad divina, del respeto a los sacerdotes y a los mandamientos de le Iglesia,
y tic practicas supersticiosas del culto a Ins reliquias». Sólo hacia el siglo xtt, con
Sun Herminio, la cristiandad comienza a acercarse a la humanidad de Cristo y sus
sufrimientos. «Hsta nueva forma de piedad, al principio sólo aceptada por almas
selectas, se extiende ampliamente en los siglos xtv y xv. No se trata sólo de 1a
aceptación de los dogmas de la Iglesia, ni de la obediencia d e,sus mandamientos...
Digamos que, en vispera de la Reforma, la religión, de respeto a las instituciones
y de adhesión a las doctrinas, se halda transformado en una via.» La desgracia
de la Iglesia consistió en que se «había quedado petrificada en problemas institu­
cionales y políticos» y en una escolástica esclerosa en un inomento en que los fieles
pedían tu libertad de lu piedad.
El protestante Leonard se adhiere pues, en lo esencial, al punto de
vista de su amigo, el agnóstico L. l’cbvre. Para estos dos historiadores
las causas de la Reforma son ante todo de tipo religioso y la explicación
fundamental de Lconurd es en definitiva la siguiente:
«Iji Reforma, más que una rebelión contra la piedad católica, fue su culmi­
nación» w.
Es discutible la concepción de Lconard sobre la piedad de la Edad
Media. Además, habría rpte despreciar los diversos factores políticos y
económicos epte se pusieron en juego en el siglo XVI, así como los pro­
fundos rencores acumulados contra el Papado y los monjes. Sin embargo,
conviene también no subestimar la complejidad del problema de las
causas de la Reforma. Pero la historiografía contemporánea no mar-
xista da prioridad unánimemente, en la jerarquía de los factores de la
crisis, a los fenómenos religiosos. En el capítulo de introducción del
volumen II (1958) de la New Cambridge Modera Ilislory: The Reforma-
lian Era, 1520-1559" , C. II. Elton se expresa así:
«Nadie, se alrevcria Imy a enumerar las causas de la Reforma. Un fenómeno
tan complejo lia surgido de factores tan numerosos que solamente un análisis general,
que abarcara centenares de años de historia, podría aproximarnos a una respuesta
satisfactoria. El odio hacia el clero, ampliamente extendido, desempeñó su papel.
A menudo se conjugó con la hostilidad hacia Roma y con un ferviente nacionalismo.
La codicia, la envidia y los cálculos políticos deben ser también tenidos en cuenta,
l’cro el mensaje de los reformadores respondió —esto hoy es indudable— a una
intensa sed espiritual que la Iglesia oficial... fue incapaz de satisfacer... Los predi­
cadores de la Reforma no necesitaron de ningún apoyo político para atraer a sus
partidarios, aunque este apoyo se bizo necesario paro consolidar los resultados alcan­
zados por el ataque inicial de los profelos. No debe olvidarse que en sus comienzos
y en lo esencial, la Reformo fue un movimiento espiritual con un mensaje reli­
gioso» M
.
Vemos, pues, cómo la investigación historien actual se orienta decidi­
damente, en lo (pie concierne a la Reforma, hacia el estudio de las
196
doctrinas y de. sus relaciones con la mentalidad .de los hombres del
siglo xvt.¡La causa principal de la Reforma habría sido, en resumen,
ésta: en una época agitada, en la (pie el individualismo realizaba grandes
progresos, los fieles habrían sentido la necesidad de una teología más
sólida y más viva que la que les enseñaba — o no les enseñaba— un
clero a menudo poco instruido y rutinario^ compuesto por capellanes
famélicos c incapaces de reemplazar a los curas titulares, rpte tampoco
poseían una formación mucho mejor.
197
NOTAS A!. CA TITULO 1
L [567] Frn. Lncfi.s, La guerra de los campesinos.
2. (556) pág. XXI.
3. [239] Corr. Rarracau.o, Storia Univcrsale, VI, 1, págs. IX y X.
4. Ibídrm, pág. XI.
5. 1567] Fkd. Fncfls, /.a puerta de los campesinos.
(). Vense bibliografía.
7. 157/1.
H
. Todos estos artículos están reunidos en [365] (‘.ludes sur la /{¿forme fran^aixe.
9. Ai.lililí, Rclnziorii drgli amhasc.ialori veneti, Florencia, 1(153, serie I, III, pá-
gina 425.
10. (199) llisf. de... Thrrcsie..., págs. (145 y (171.
11. 1Íadskh concluía: «Fueron los sufrimientos materiales, fue el carácter cada
ya más opresivo del .sistema de las corporaciones, fueron las veleidades de
oposición política y social contra la oligarquía urbana las que lanzaron a las
masas obreras en las vías nuevas (del Protestantismo). I.n revuelta de los po­
bres de. Lyón aparece así romo un hec.bo análogo a la ríe los campesinos «le
Alemania» [3651 (('.ludes sur la Reforme, franqttisc..., pág. 1(12).
12. Ibíd., pág. (I I.
13. [3661 H. IlAtisr.it, Naissance du Protestantismo, pág. 72.
14. Ibíd., pág. 74.
15. Ibíd., pág. 5.
16. Ibíd., pág. 61.
17. «R. II.», CCXXVII, 1962, pág. 374.
1(1. Los trabajos «le K. nr Rnnvnt, The Medid llnn/c (Nueva York, 1943), y The
Ri.se and Decline of the Medid llank (Cambridge, Mass., 1963); de Y. ID:-
NO
IJAH
P, I.es hnm/nes d’affaires itulirns du Mayen Age (París, 1949) ; de
A. Sacoih, l.e mareband italien au Mayen Ape (París, 1952); el descubri­
miento de los archivos Dntini «le Prato que ha estudiado muy especialmente
F. Mki.is (Asprtti delta vita vr.ormmiea medieualc, I, Siena, 1962) convergen
hacia la misma conclusión.
19. Véase a este respecto K. lu: Knnvrit, L%
evolution tic la Ic.ltra de chango. [XIV*-
XVIIP siecles), París, 1953.
20. Véase J. H kf.rs, Occidente en las siglos XIV y XV, Barcelona, 1967 (con
bibliografía).
21. Insistiremos más adelante en el problema de la definición del capitalismo.
22. Véase C. M. Cippoi.a, La pretendue «revolution des prixt>, en «A. F. S. C.»,
1955, págs. 513 ss.
23. [2691.
24. Va se ha hecho observar anteriormente -que se. impone una división entre ca­
pitalismo comercial y capitalismo industrial. Fste. último, basado en los bene­
ficios procurados por la pro«lucción en serie y la concentración obrera en la
fábrica sólo se desarrolló lenta y tardíamente. No cambió la imagen del mundo
basta la segunda mitad del siglo xvm. No obstante, cuando, en el siglo xvi,
198
se descubre aquí o allá alguna empresa a propósito «le In cual se puede hablar
de capitalismo industrial, es en general en país católico donde está ubicada.
Dejemos de lado a los Fugger, cuya red comercial c industrial existía ya en
el momento en que estalló la Reforma, pero de los cuales hay que señalar
inmediatamente que permanecieron siendo católicos, y tomemos un ejemplo
menos conocido. Hacia 1560-1570, una gran explotación minera se encontraba
—contrariamente a lo que uno pueda esperarse— cu los territorios del Papa,
a 80 km. de Roma. Las minas «le alumbre de dolía ocupaban en efecto, hacia
mediados «leí siglo xvi, cerca de (100 obreros concentrados en las mismas can­
teras y talleres, ocupados los unos en extraer el mineral de la roca, los otros
cu confeccionar el producto exportable.
Los arrendatarios de las minas — «mercaderes* florentinos o genoveses— no
sólo producían el alumbre, sino que también lo vendían en loria Huropa, com­
prendidas las naciones protestantes. Así, era en c| corazón mismo del mundo
católico que prosperaba esta empresa industrial capitalista extremadamente
importante para la época.
25. [263| K. G. Lkonaiu), llistnirc... du Protestantismo, I, pág. 91.
26. [5651 II. BoilMF.n, Thornos Miintzer und tías jiingste Deutsehland ; [191]
II. BniiMr.it y P. Kiiin, Thomas Miintzers llriefwcchsel; 1576| Annf-Maiiih
Lommann, Z.ur geistigen Entuicklung Thomas Miintzers.
27. [5761.
211. [4/9] K. IIOl.l., Luther und dic Schwarmcr, en (icsammcltc Aufsdtze..., I, pá­
ginas 420-467.
29. (5971 I. pág. 204.
30. [36/1.
31. Fu el tomo XIX de la tll.ll.R .» (Ginebra, 1957), II. lionas critica la inter­
pretación dada por llauser «Ir la Revuelta de I.yón dr 1529. ||. Ilnurn h
i*
. niega
a ver en la misma un «motín religioso».
32. 13/51.
33. [366).
34. En la «Rcvue de lliéologie* «1c Aix-cn-Provcncc, octubre de 1943, pág. 303.
35. In., Ibíd.
36. J. Senii.DAUF.il, Sozialc, politischc und rcliggib.se Auscinandcrsetzungcn in der
llanscstadlcn SIraisund, Rastoclc und IVisrnar im ersten Drittcl des 16. Jahr-
hunderls, Wcimar, 1959.
37. [546] W. H. HlTCllCOCK, The llackground of the Knights'Rcvoll.
38. Cita sacada de A. von Martin, Dic biirgcnlichkapitalisttische Dynamik der
Neuzcit Se.it Renaissancc und Rcformation, en «II. Z.», CLXX1I (1950), pá­
ginas 40-41.
39. (5461 W. R. H itciicock, The llackground..., pág. 112.
40. R. H. Bainton, Interpretations of the Rcformation, en «A. II. R.», LXVI, oc­
tubre «le 1960.
41. Véase J. Drt.UMF.All, Vic. cconomique. et sacióle de Home dans (a seronda moitic
du XV* siccle, II, París, 1959, págs. 756 ss. Impresión concordante de
P. Paktnkk, The. «lludgcl» of the Román church in the Renaissancc Period,
en Italien Renaissancc Studies, I/>ndres, 1960.
42. Véase C. Vkrlinden, Dokumenlcr voor de Ccschicdcnis van Prijzcn en I.oncn
in Vlaandercn en Urabant, Brujas, 1959.
43. Véase «C. S. II.*, 1955, tomo III, págs. 305-541, Mouverncnts religicux populai-
res et hcrésir.s au Mayen Age, y E. DurRÉ-TllKSKinER, Eresia a Ifologna nei
tr.mpi di Dante, en «Studi G. Volpe», Florencia, 1958, 1, págs. 281-444.
44. 1/861 W. Ti., 3,J3478.
45. Epístola ad llotzhcrnium, 1523; Alien (/631, I, pág. 26.
46. [2731 L. Friivnr, Au corur religicux..., pág. 9.
199
47. /listoirr g¿aérate, tic Lavissk y Hamhai.I), IV, cap. XII, pág. 474.
48. 17/2] Véase Bossurr, llistoire des variations (les Epliscs protestantes, 1 / edi­
ción, París, 1688, lihro 1, 6.
49. Oettvrcs de Loáis A7P (edición I.ongnon, París, 1923); Mémoires hisloriqiics
vt /nsfriictions, 1.* parle, libro I, uño 1661. .
50. Esto es el lema del De r/tristiana lu d e sia, cuyo manuscrito circuló por Italia
hacia 1540-1541, pero que no obtuvo el imprimalur.
51. Cocui.ai.ws, De aclis rt scriptis Martini Lutheri, Colonia, 1558.
52. J. Mamiiain, Trois Reformateurs, Luther, Descartes, l(nnssvau, París, 1925.
53. Dasnaci., Distoirc de l'Eglise depaís Jesus-Christ jusqu'a present, 2 vols.,
Rotterdam, 1699, II, pág. 1470, citarlo en I274J, L. Fl’
.H
V
H
K
, Alt coeur reli-
gieux..., pág. 10, n." 2.
54. Mmk. im
; Staki., Alemania. Editorial Kspasa-Calpe. Madrid.
55. 15581 1
*
5 Tnor.i.TSSii, Die. Redeatang...
56. I2951 J. Janssi.n, (irsfhichte des drat.schen VolLes...
57. I2541 llistoire moderar de l'Eglise, tomo Vil (1925).
58. (7/9 J K. Un.!., IVas Verstand Luther linter Religión?
59. «A.K.S. C», 1947, n." 2, págs. 244-246.
60. Véase [274| el artículo ya citado de L Fkhviu:, Une quesion mal posee: les
origines de la Reforme fran^aisc (R. II., 1929).
61. Sobre lodo 12981 Die Reformativa iri Deutscldand.
62. (2751.
63. Octubre ríe 1943, principalmente págs. 304-307.
64. Jbíd., pág. 304.
65. [2251.
66. Conclusiones muy próximas son las de V. II. II. Creen, Rcnaissancc and Re­
formación, Londres, 1952, págs. 111-118. Hn los «manuales» de enseñanza
superior que tratan del siglo xvt en general y no especialmente de la Reforma,
quizás la parte relativa ni factor religioso pueda parecer insuficiente, y en
cambio se. trnln ríe una época que estuvo verdaderamente') dominada por el
drama ríe la fe. Pero habrá que recordar que un historiador como Gkiiiiamo
Kittkh, autor de un panorama de conjunto del siglo xvt europeo, Dic Nati-
gcstaliung Enropas ini XVI Jnhrhundcrl [2881, ha escrito también Dic
IVcllwirfmng der Rcformation [2871 y Luther, Gestall und Tal [729J, obras
que ponen fuertemente de relieve, los problemas religiosos del tiempo y in
personalidad de Putero. Además, los cuadros sintéticos como los de IIakocd
J. Ghimm, The Rcformation Era, 1500-1650 [277), y de Eiucit IlASSiNCr.it,
Das IVerdcn des nciizcitlichcn Europa, 1300-1600 [222], sin descuidar las
cuestiones económicas y políticas, muestran a plena luz., en el poderoso relieve
que tuvieron entonces, los debutes lológieos.
200
Capítulo II
El “ Caso Lulero ”
A. Un personaje legendario
Los libros sobre Lulero son inmmicrnbles. En 1906 ascendían ya
a 2.000, sin contar artículos y folletos.JSin embargo, las investigaciones
sobre Lulero no variaron de línea basta comienzos del siglo XX J. Durante
más de tres siglos se tuvo olvidado a Lotero como personaje histórico L
Sus contemporáneos, como Bugcnliagen, Joñas, Coclius, Sachs y Melanch-
ton, ¡idealizaron la imagen del antiguo monje y extendieron la de un
ángel armado por la providencia para derribar al anticristo de Roma.;
Flor.io (■Vlncich), Mnthosius y el primer historiador de la Reforma, Sien
dan, acabaron de transfigurar al héroe y de elevar un monumento al
nuevo San Miguel. En 1566 Malbesius publicó su Historia del venerable
en Dios, del sanio y querido doctor Lulero, su iniciación, su doctrina, su
vida y su muerte. Esta obra popular alcanzó gran éxito. En este, mismo
año Juan Aurifaber hizo aparecer las primeras Conversaciones de sobre­
mesa. En el prefacio calificaba a Lulero de «digno y muy glorioso Moisés
de los alemanes». Arnsdorf escribía por su parle, que el reformador había
sido «suscitado y dado n la nación alemana por obra de. una gracia
extraordinaria». El pielismo se. interesó más por la espiritualidad de
Lulero que. por su teología. Peto al obrar asi acabó por «canonizarle».
Para las masas protestantes que se. referían a él, Lulero fue. basta comien­
zos del siglo XX «un semidiós», o, para decirlo con más propiedad, un
santo de hermosas mejillas sonrosadas, cabello rizado, aspecto paternal
y lenguaje benigno»5. Sin embargo, a pailir del siglo xvm aún se
reconocieron ni reformador nuevos méritos, que aminoraban a veces su
acción estrictamente religiosa. Federico 11, pese a tratarlo, de «pobre
diablo», le reconocía haber establecido una religión sometida al Estado
y haber sacudido el yugo de los sacerdotes. Ilerder y Fichtc vieron en
Lulero un campeón del nacionalismo alemán, y en la Reforma «el
201
último hecho de repercusiones mundiales del pueblo alemán». Este punto
de. vista nacionalista encontró defensores en la época del pangerma-
nisino de Guillermo II y de Ililler. Se exaltó al «superhombre» (pie un
día exclamó: «Nadie me desafiará, mientras viva, si Dios quiere» '.
Por su parte, Lessing, Ilegal y Novalis — y en Francia, Michelct—
saludaron en la rebelión del hermano Martin el triunfo de la libertad
de conciencia, linnke fue el primero que se. eslor/ó en encontrar el fallero
histórico. I’e.ro, sobre todo, insistió en la considerable contribución que
el reformador había hecho al desarrollo de la cultura alemana.
Con motivo del jubileo de 1888 — Putero nació probablemente
en 1983— fueron dedicados numerosos trabajos al padre, de la Reforma.
Se reeditó la concienzuda bibliografía de. Kostlin r’ y se publicaron las
de Kolde “, Hade ' y Kuhn s, esta última en francés. Fn la misma fecha
se comenzó la nueva edición, llamada de Weiinar, de las obras de Fulero.
Las obras de los historiadores protestantes aparecidas hacia 188.5 se
proponían responder a la Geschir/ile des Deulschen Volites de Junasen.
Éste bahía mostrado a la Iglesia de fines de la Fdad Media luchando
contra las fuerzas de disgregación interna y encaminándose contra viento
y marea hacia la gran Reforma del Concilio dcTrento. Fl protestantismo,
según Janssen, acrecentó las dificultades de la Iglesia, retardando y estor­
bando la obra de saneamiento. Por el contrario, los historiadores protes­
tantes objetaban, que la decadencia del mundo cristiano era tan profunda
que no hubiera podido regenerarse sin la ruda medicina del doctor
Lulero.
Fu las biografías anteriores a 1900 se mencionan poco la infancia y
la juventud de Lotero, y por lo general sólo se dice (pie sus primeros
años transcurrieron llenos de tristeza junto a sus padres, pobres y severos.
Diversos incidentes violentos (la muerte de un amigo, la peste, la tempes­
tad en el camino) condujeron a refugiarse en el convento a un ser especial­
mente sensible, aunque por sus grandes cualidades hubiera podido aspi­
rar a una brillante carrera profana. Fue un religioso ejemplar, y se
mortificó excesivamente sin encontrar la paz. de su alma; el agustino era
demasiado delicado, y dudaba de su salvación. Futre 1510 y 1T
)11 realizó
el viaje a Roma, y el hermano Martín quedó anonadado. La ciudad
santa era una sentina de vicios. ¿Cómo iba a regenerarse la cristiandad
si Roma y el Papa empezaban dando aquel ejemplo? Lulero no lo creía
: posible. Sin embargo, como hijo sumiso de una Iglesia de la que costaba
renegar, guardó silencio durante siete años todavía. Fl escándalo de las
‘indulgencias hizo rebasar el vaso ya colmado de su indignación. Al mis­
ino tiempo, descubrió la misericordia de Dios. Hasta entonces su
«justicia» le atemorizaba. Había llegado incluso a odiar a aquel «Dios
justo y azote de pecadores», porque se sentía incapaz de ser santo ante
la mirada del soberano Juez. Luego, de repente, comprendió (pie la
202
justicia de Dios no castiga, sino que, por lo contrario, salva y justifica
a los que en Él creen. Tenía que transmitir al mundo cristiano, un gran
mensaje, el mensaje de Jesús y de San Pablo, que la Iglesia habla
ocultado tras el derecho canónico, la confesión, las investiduras y las
indulgencias, que son medios diabólicos para someter a los fieles.
Guando Roma y el Imperio pidieron al reformador (pie se retractara
(1520- l.r>2l), se. negó a ello. Su conciencia se lo impedía.
Hasta fines (leí sudo xix «Unios los trabajos protestantes habían presentado
un hombre maduro, el luchador que se lanza al ataque conlra los abusos y elabora
initcrnimpidamcnte en asombrosos escritos, llenos de firmeza y coherencia, el pro­
grama de la Reforma, de lo que se constituirá en jefe, ¿Cómo se bahía formado
esc carácter? ¿Cómo habió llegado a esas convicciones? Nadie sabia aún responder
a tales preguntas, porque los contemporáneos de l ulero no habían tenido tiempo
para considerarlas, y las generaciones posteriores no podían hacerlo por falta de
medios» '.
La biografía de Kuhn, (pie tiene más de 1.500 páginas, sólo dedi­
caba 29 a los años anteriores al ingreso de Lulero en el convento,
en 1505, y sólo 67 ni período (pie va desde 1505 a 1513. ¿Qué bases
bahía para explicar la evolución íntima de Lulero anterior a 1517?
Esencialmente, sobre la «rápida mirada» que el reformador había echado,
en 1545, a los comienzos de su carrera y que figuraba encabezando uno
de los volúmenes de la primera edición de sus Obras Se utilizaba
también la Vida de. Lulero escrita por Melanchton 11 y algunos testimonios
de sus contemporáneos. Se buscaba también «una fuente abundante, pero
confusa, en los úsehreden, las famosas Conversaciones de sobremesa
15. D e scu b rim ien to del verdadero Lulero
*
v-
jLa revolución (pie cambió radicalmente los estudios sobre Lulero
se. produjo al conceder mayor importancia al proceso de su formación}
Fn efecto, en 1899 un profesor de Estrasburgo, Fir.ker, descubrió en ía
biblioteca vaticana la copia 1
1 de un manuscrito del curso que Lulero
profesó, en 1515-1516, sobre la /'.¡listóla a los Romanos, en la Univer­
sidad de Wiltcnberg. Más tarde, Fickcr volvió a encontrar en Berlín este
mismo manuscrito, que difiere del de Roma porque contiene, ni margen
o entre líneas, explicaciones complementarias del texto bíblico. La
publicación del curso de 1515-1516 no se efectuó basta 1908 ", en que
un subarchivero del Vaticano, el dominico Denifle, hizo aparecer en
Maguncia el primer tomo de su célebre Lulher un Lulhcrlum ’5. Esta
obra se agotó en un mes y escandalizó incluso a los católicos alemanes
que se habían ido acostumbrando a la tolerancia hacia los protestantes.
Denifle, fundándose sobre todo en la copia del curso de 1515-1516
conservada en el Vaticano, trató de esclarecer la vida y evolución moral
203
y espiritual tic Lulero en el convento. Dcnifle era un gran erudito y
conocía admirablemente la teología y la mística medieval, lo que le
proporcionaba una gran ventaja sobre muchos otros luterólogos. Había
estudiado la destrucción de iglesias, monasterios y hospitales de Francia
durante la guerra de los Cien Años. Sus investigaciones le mostraron la
profunda indiferencia moral que reinaba en la Iglesia al final de ln
Edad Media. Lulero era un producto de esta decadencia. En el convento
bahía sido un monje orgulloso y sensual. Había inventado su doctrina
para levantar una pantalla y una excusa a sus debilidades.
«Hundiendo sus manos cu un arsenal demasiado Hien provisto, Deniflc escribió
sobre Lutcro y ln poligamia, Hulero y la bebida, Lulero y ln escatologín, la mentira
y los vicios, una serie tic párrafos inspirados por tina santa y reconfortante ira»
Además, Lulero bahía mentido. Su autobiografía de 1545, sus
Conversaciones de sobremesa, todas las afirmaciones posteriores a 1530
sobre los años del convento no eran otra cosa que errores, invenciones
y «novela». No se desconocía ln Biblia en los conventos. Mas todavía:
siendo novicio, al entrar en los agustinos de Erfurt, Lulero recibió de
su prior tmn Biblia encuadernada en cuero rojo. Los ayunos y mortifi­
caciones no tenían nada de extraordinario en los conventos de la Orden,
y Lulero dramatizó n poslcriori el cuadro de su vida monacal. Se le
había mostrado el Dios de la justicia y el castigo, el Contable siempre
insatisfecho de nuestras buenas obras. Deniflc. hacia observar que lodos
los doctores de la Iglesia, todos los escritores religiosos, desde San Agus­
tín a Lefévre d’Élnplcs, habían entendido siempre por «justicia divina»
aquella que perdona y justifica gratuitamente. Lutcro no podía ignorar
esto, pero quiso ocultar los motivos profundos de su buida de ln Iglesia.
Como era orgulloso, se empeñó primero en conseguir ln salvación a
fuerza de buenas obras, pretensión absurda; pero como también era
sensual y débil de voluntad, pronto so derrumbó y no tardó en ampa­
rarse tras una doctrina (pie parcela garantizar la salvación ni tiempo (pie
permitía enltegarse al vicio. A decir verdad, esta doctrina no era original,
ya que la habían extraído de la escolástica decadente de Guillermo de
Occnm.
En nuestros dias no queda en pie prácticamente nada de las tesis de
Deniflc. No bahía sabido entender la «concupiscencia» de que hablaba
Lutcro y sobre la que el dominico montó todo su sistema de acusaciones.
No luí sido posible encontrar la menor prueba de un desfallecimiento
moral durante el tiempo en que Lulero fue. monje. Una vez casado, no
'parece haber sido nunca infiel a Catalina de Bora. Es cierto que la
regla de los agustinos no era más dura qtie cualquier otra, pero era muy
severa. Por otra parle, Lutcro era minucioso en el cumplimiento de su
deber. Ln cuanto al descubrimiento tardío de la Biblia por parte del
futuro reformador, no era una mentira, sino lina leyenda bngiográficu
204
posterior a su muerte. Además, como- decía Deniflc, es cierto que
San Agustín, San Bernardo y muchos otros entendieron la «justicia
divina» como una justicia de perdón y de consuelo. Pero no puede pros-
ciñdirse. del clima deprimente del final de la Edad Media. Ln todas
parles — en vidrieras, en frescos, en esculturas, en libros—
- aparecía,
sobre el arco iris del juicio final, el Dios exacto y temible que recom­
pensa y castiga. Por último, Lulero lia sufrido ciertamente la influencia
de Occnm, a través de Gabriel Bie.l, pero abandonando el voluntarismo
y el optimismo relativo del teólogo franciscano, lo que supone mucho
más que una diferencia de matiz.
Desde un principio se comprendió que Deniflc había ido demasiado
lejos y que, a pesar de su erudición, bahía hecho gran cantidad de
afirmaciones aventuradas. Pero la virulencia del ataque y la calidad
del atacante tuvieron consecuencias positivas. Los estudios sobre el refor­
mador se reanudaron sobre bases nuevas y permitieron, después de este,
brutal despertar, emprender la «rcinlcrpretación» 17 de Lulero, que está
mi marcha en la actualidad. Los historiadores católicos se vieron obli­
gados a tener en cuenta las nuevas puntunlizaciones que corrigicron las
afirmaciones de Deniflc. El jesuita (irisar inició en tono mesurado la
vida del reformador ,s y tuvo que admitir cpic «en los documentos de que
se dispone no encontramos textos o hechos que prueban aquella extra­
ordinaria depravación moral» El abad J. Paquier, traductor al francés
de Deniflc, trató de poner en orden el trabajo del dominico austríaco y de
atenuar ciertas violencias1
’0. El abad L. Cristiani, que dio a conocer en
Francia el libro de Deniíle manifestó pronto el deseo de estudiar a
Entero con una simpatía «metódica» -
’2. Sin embargo, Clisar, Paquier y
Cristiani acababan juzgando ni reformador de una manera desfavorable -,J.
Unas veces se esforzaban por demostrar que Lulero había acabado por
no lomarse en serio sus obligaciones de monje y sacerdote, y otras insis­
tían en el desequilibrio nervioso que padecía. Ln .suma, se negaban a reco­
nocer en Lulero un teólogo digno de. este nombre. Por parte católica, tal
:vez baya sido Imbarl de La Tour el primero (pie 11izo justicia a Lulero
en este aspecto 2I. Todavía más categórica fue la posición de Kiell en
1917, en ln revista católica Hocltland 25. Para Kiell, Lulero alcanzo tal
éxito cutre la clase selecta de Alemania porque su mensaje tenia real­
mente un gran alcance moral y religioso. Ya más recientemente los
historiadores católicos lian emprendido un gian esfuerzo para com­
prender a Lulero. J. Lorlz bu hecho suyas las palabras de Cl. M. Ilof-
baucr: «Ln Reforma se produjo porque los alemanes tenían y tienen
necesidad de ser piadosos». Tratando de no luicer de ninguna m. ñera
algo parecido a un «proceso» de Lutcro, J. Lortz hn reconocido: «No se
puede dudar de que en cl claustro (Lutcro) luchó por ln salvación de su
alma con una austeridad inflexible» 2n. Y ha añadido:
20.",
«Lulero fue uii personaje eminentemente religioso. I.os años decisivos de su
aparición en el escenario de la historia son extraordinariamente ricos de vida
religiosa, cualesquiera que hayan sido sus errores dogmáticos. Se preocupó realmente
por la gloria de Dios y fue sincero en sus esfuerzos de reformador, pero, desgracia­
damente, en el transcurso del tiempo se vio precipitado en el torbellino de. una
política corrompida por el egoísmo»
También en Francia, uno de. los apóstoles del eenmenismo contem­
poráneo, el padre Congar, no lia dudado, en su obra Vrale el fnusse re­
forme dans rfiglise, en reconocer la, grandeza espiritual de Lulero 28.
Ya en 1937, el padre Congar escribió: «Lulero se bailaba obsesionado
por el deseo de encontrar la paz del corazón, un contacto vivo, cálido y
consolador con su Dios» 2I).
C. La tesis psicoanalista sobre Lulero
1. Exposición di: la tesis
Dcnifle facilitó también la «reinterpretación» de Lulero abriendo paso
a los estudios que los psicoanalistas no dejaron de dedicar al padre de
la Reforma. L1 dominico del Vaticano había insistido tanto en la secreta
lujuria de Lulero, que los partidarios de la teoría freudiana de la
libido y la represión no podían dejar de interesarse por una historia tan
interesante. Señalemos además cpic los historiadores católicos, pese a
haber abandonado la tesis de la corrupción moral de Lulero, han seguido
insistiendo en los trastornos nerviosos y psíquicos del reformador.
Grisar, tratando de disminuir la responsabilidad del «hercsiarca», Rabia
de su «carácter anormal», de su «temperamento morboso», de los «sínto­
mas morales que acompañaron sus comienzos» 1u. L. Raquicr escribió
por su parte que «Lulero es un caso patológico muy complejo», y lo
describió as í:
«Ya desde su juventud experimentó angustia y opresión en la región cardiaca.
De ahí provienen, al mepos en parte, aquellos terrores que Melnnchlon señala como
nota característica de su vida íntima (Corpus rcf., t. VI, col. 15M). De ahí su natu­
raleza intranquila, la constante inquietud (pie le impulsaba a la ludia y a lo desco­
nocido. Rápidamente también, su nerviosismo fue en aumento, y esto agravó los
desórdenes de su corazón. Kntonr.es se presentaron los vértigos y los zumbidos de
oídos, que tan importante papel lian desempeñado en su vida, los desfallecimientos
(pie, especialmente a partir de 1522, le hacían caer al suelo sin conocimiento, y los
trastornos súbitos de la visión, (pie en Coburgo, en 1530, «le impedían leer una
*ola linea y soportar la luz» (Knders, l)r. Al. Lulhcrs Hricfwcchscl, t. VIII, pág. 162).
Entonces sólo tenia- cuarenta y siete años, pero desde este momento ya no cesará
de hablar de su vejez y de la pesada carga de su vida. Es evidente también que se
bailaba parcialmente^ intoxicado por el alcohol y el ácido úrico, (pie el ejercicio
corporal hubiera podido eliminar, pero (pie una vida excesivamente intelectual y
sedentaria los mantenía en su organismo. También era presa (Je violentos impulsos:
cuando niega la libertad está describiendo su propia experiencia personal. De ahi,
206
al menos en parte, sus contradicciones de uii año n otro, de una página a la siguiente:
iba adonde la m area le llevaba» J‘.
J. Lortz pone también en duda la salud psíquica de Lulero, de quien
dice que era
«... ante lodo un temperamento violento, en el que una lenta y casi inconsciente
preparación se resolvía repentinamente en una cristalización interior. Además, su
psicología se halla dominada por completo por el subjetivismo más extremo».
Según Lortz, el hermano Martin habría padecido en el claustro
«agotamiento intelectual» y «una inclinación hereditaria a la melan­
colía» 3-.
La tesis psicoanalista ha ido mucho más lejos en el estudio del
«caso Lulero». Pero conviene señalar ¡pie la principal obra de psicoa­
nálisis sobre Lotero ha sido escrita por Paul Kciler 31, católico danés.
En 1913, Pr. Smilh expuso claramente el punto de vista de los discípulos
de I'rcud sobre la cuestión 3‘. Vamos a resumir brevemente nqui los
resultados del análisis [mediano aplicado al reformador. Lulero tenía
por parte de su ¡¡adre una herencia alcohólica que influyó sobre su
equilibrio nervioso y que explicaría su excesiva irritabilidad, sus
violencias de lenguaje y de estilo y su «apaciguadora rudeza». Fue tam­
bién gran bebedor, y su segundo lujo, llamado Martín, fue anormal.
Tuvo una infancia desgraciada. Sus padres eran demasiado severos y le
pegaban. Sin embargo, inconscientemente, acumuló rencor contra su
padre y no contra su madre. Por el contrario, en su amor hacia esta
encontró un rival en su padre (complejo de Edipo). Una de las historias
que Lulero repetía al final de su vida trataba de un incesto entre una
madre y un hijo. El reformador sintió siempre un temor extraordinario
al demonio, lo que <
1¡o lugar ocasionalmente a obsesiones. Este temor
habría sido originado por dos tipos de causas: su educación infantil
(había sido educado en temor de los demonios y de las brujas) ysu subs-
conscientc sexual. El diablo era la proyección de la imagen de su
padre, el rival de su infancia. También parece que en cierta ocasión
Lulero había declarado•que entró en el convento para escapar de la
disciplina de la casa paterna. No obstante, aquel joven particularmente
emotivo habría sido impulsado a elegir la vida monástica a consecuencia
de una serie de-dramáticos acontecimientos, especialmente la peste, que
se declaró en Erfurt en la primavera de 1505, y la tormenta eir la que
estuvo a punto de perecer. I.útero entró en religión, aterrorizado y
temiendo por su salvación, sólo quince dias después de este último
acontecimiento.
En el convento; Lute.ro no llegó a la teoría de la justificación por
la fe gracias a lógicas dcducioncs bíblicas, sino sencillamente por el
desarrollo de su vida subjetiva y por sus experiencias íntimas. De estas
207
últimas, la más importante fue la «concupiscencia» invencible cpie sentía
dentro de sí mismo, contra la rpie ludió heroicamente. En su curso
sobre la Epístola a los Romanos (1515-1516) trata de la voluntaria el
solitaria pollutio «con suficientes detalles como para despertar sospe­
chas» ” . Sea por lo que fuere, de estos combates conservó el horror
y el odio al celibato eclesiástico. «Es más fácil — dijo en una o c a s ió n -
soportar las cadenas de la prisión que las cadenas del deseo. A quien no
haya sido dada la castidad, no la obtendrá con el ayuno y las vigilias» sn.
Al considerar Lulero el deseo, como pecado, como una prueba de
perversión, el joven monje temió más (pie nunca la cólera del Supremo
Juez, hasta que un día descubrió la «misericordia». Pero la anterior
inquietud había llegado a provocar en él verdaderas crisis nerviosas.
Un día, cuando estaba en el coro de los agustinos de Erfurt, y se leía
el evangelio del endemoniado ( Marcos, IX, 16-28), cayó a tierra y se
revolcó por ella gritando: «¡Yo no lo estoy, yo no lo estoy!». El pánico
que experimentó en el momento de levantar la hostia en su primera
misa es un fenómeno muy semejante al precedente. Lulero, pese a haber
descubierto la consoladora doctrina de la justificación por la fe, siguió
sufriendo durante toda su vida accesos de angustia.
jAsí, herencia alcohólica, amor anormal por su madre, educación en
un clima de temor, tendencia a la melancolía, obsesiones sexuales -—«su­
blimadas» en una poderosa actividad intelectual-^, son los elementos
(pie explican, según el piscoanálisis, cómo y por qué Lulero llegó a
rechazar el valor de salvación de las buenas obras. Paul Reilcr no tiene
ningún inconveniente en hacer de Lulero un «maníaco depresivo», y,
partiendo de este diagnóstico, interpreta su teología. Por el contrarío,
Erik II. Erikson S
T trata, pese a enumerar las diversas «crisis» que atra­
vesó Lulero, de volver a dar importancia al factor teológico en la
formación psicológica del reformador. En este aspecto, su obra es mucho
más objetiva que la de. Reitcr. Sin embargo, E. II. Erikson se aventura
a veces imprudentemente en el campo teológico. No le ocurrirá lo
mismo a R. Dalbiez, que'tprepara actualmente mi ensayo que titulará
Ijnngoissc de Eulhcr, ya que. es un gran conocedor de la teología
medieval.
El autor u desarrollará en dicha obra *ln idea de (pie Lulero, que era Itipcr-
Bcnsihlc y cuya emotividad fue marcada por el brutal autoritarismo del que estuvo
impregnada i»u educación infantil, fuu llevado por la nevera moral do loa iiguallnoH
a crisis de angustia de culpabilidad que bordeaban los estadios psicóticos propiamente
dichos. Para detener un proceso que se encaminaba hacia la locura o el suicidio,
Lulero, por un verdadero golpe de Estado interior, creó la doctrina de ln justificación
por la fe, prescindiendo de las obras; es decir, se persuadió a sí mismo de que el
hombre era justificado n condición de que creyera que Dios le justificaba. Tal
creencia, que se le impuso como el único medio de sobrevivir, no se sitúa en el plano
de la libertad moral, sino dentro del determinismo biológico*.
208
2. Ciútica d e l'diacnóstico di-
: i.os psicoanalistas
{Los trabajos de psiconnnálisis relativos a Lnlr.ro han suscitado y sus­
citarán numerosas críticas, en la medida en (pie se apoyan en liccbos poco
o insuficientemente probados} Asi, so pregunta cad a‘.vez con mayor
inteiés si la educación (pie el futuro reformador recibió en su familia
y en la escuela de Mansfcld fue tan severa como se. lia dicho ,u. ¿Ene en
verdad Lulero mucho más desgraciado que la mayoría de los niños de
su tiempo? l’or otra parte, el episodio de la caída en el coro, al que
P. Rciter y E. II. Erikson tanta importancia lian dado, proviene de un
relato de Cocblaeus, enemigo de Lulero, cuyos Comrnenlaria de aclis el
scriplis M. Luthcri (1549) son un tejido de calumnias <0. ¿Ruede el histo­
riador fundarse en un hecho exclusivamente referido por Cocblaeus?
Por último, si Lulero, hubiese sido el obseso sexual que pintan Deniflc
y ciertos psicoanalistas, ¿por qué tardó tanto en casarse? Su matrimonio
se. celebró ocho años después de la cuestión de bis indulgencias y cuatro
después de la redacción del De votis monaslicis, donde atacaba vigorosa­
mente el celibato eclesiástico.
Rohmd II. Bainton ha hecho recientemente 41 una serie de observa­
ciones acertadas sobre los fallos de los estudios psicoanalíticos dedicados
a Lulero:
«Se está en lo cierto cunado se dice —declntn en resumen el autor—
- <|uc todo
lo que alumbra el présenle deberin también poder esclarecer el pasado. I’cro se
tropieza con grandes dificultades cuando se intenta psicounalizar el pasado. Kn el
caso de Lulero, descubrimos muchas cosas, y durante treinta años de su vida sabemos
lo que hizo veinte días por ines. Pero lo que saltemos no es lo (pie nos interesaría
saber pnru nuestros fines. De hecho, los psiquiatras se apoyan en tres o cuatro
indicaciones que sobre su infancia hizo Lulero cuando ya era mayor, indicaciones
que además nos lian sido transmitidas de segunda mano, especialmente en los
Tischreilen. Pero osla fuente dehe ser aceptada con muchos reparos. I'.l error de
los psicoanalistas consiste en pretender, sohrc la seda liase de unos materiales dis­
persos y muchas veces sospechosos, reconstituir las alteraciones de toda la vida
del reformador y especialmente el período más oscuro de su vida (antes de 1517).»
[El método seguirlo por los psicoanalistas no es aceptado por los
hisloriadoresJfhircce indiscutible que Lulero llegó a descubrir la doctrina
rlc la justificación por la fu porque ésta calmaba su angustia personal!
Esto no es negado por nadie, y L. Fcbvre en particular ha insistido
mucho en el dril tita interior de Lulero. ¿Por qué dar a eslu inquietud
una dimensión biológica? El historiador no puede admitir semejante
limitación de las perspectivas.[El error más grave de los psicoanalistas
consiste en separar al reformador de su época, en nislar un caso indi­
vidual, por muy interesante que pueda ser. Si la doctrina de Witlcnberg
alcanzó tal éxito, evidentemente fue, porque no sólo respondía n las
aspiraciones de Lulero, sino también a las de gran número de fieles]
209
14. Dri.um
p.au; I.a Reforma.
Con osla jic.r.sj icc.l iva, no os a Lulero propiainenli- a quien liay que
jisicoaualizar, sino a su é|)oca. Este ardimiento lia sillo furmulailo en un
reciente articulo, que por otra jiarle cita elogiosamente los trabajos que
los psicoanalistas han dedicado al reformador 1
1:
«l.ns Incluís (¡MUI loros) de I.ulero Íuoioii las lie su liempri... Ks ineonceliilile
que l.iiyii 110iti,lo iiti iinnir mi er o Inu |irofuinlo enlle Ias lilioois ile no linlier expíe-
su,Io los se111iIM
¡enIos suliyiteenles e iino useienIes (le un prnn nillliern (le personas,
y si no liuliiern apnruulo una soluelón neeptalile u los prulileinns iiliniosns rpie
las ¡iiqiiicliilinii.»
I,a mayoría do los «historiadores» rechazan en la práctica las conclu­
siones riel psicoanálisis en el caso citado. 1!. II. Hainlon, de quien liemos
mencionado algunas opiniones, creo que las alteraciones psicológicas
que. sufrió Lulero tenían un ungen est riela monte relip.ioso y que se expli­
can por las «tensiones provocadas por una religión medieval que alter­
naba el miedo con la esperanza» 1*
. Daniel-Hops, por su parte, rechaza
con vigor y pertinencia el diagnóstico de los psiconalistas u . Do esta
forma, nuevos matices vienen a perfilar diariamente el retrato del refor­
mador. Si Daniel-Kops, recociendo el punto de vista de liossuet, lince
de. Lotero un «espíritu luoiferino», reconoce (pie también fue «un comba-
tiente de las grandes luchas espirituales» y le. compara, en este, aspecto,
con San Hablo y San Agustín. .]. Lorlz habla de la «gran humildad» de
I.,otero y reconoce la grandeza del personaje, su «plenitud torrencial».
Los tiempos del ecumenismo llegarán cuando los católicos consideren
a Lotero, y los protestantes a Ignacio de Loyola, como grandes cristianos
al servicio de la Iglesia, pero cuya obra comporta aspectos negativos.
En cualquier caso, los historiadores protestantes no niegan ciertos
aspectos débiles de la personalidad de Lulero: su excesiva rudeza — ha
sido llamado el «Kahc.lnis de Alemania»—, sus violencias poco cristianas
a veces, aunque se dirigieran al Lapa, y los aspectos desconcertantes de
su actitud en la guerra de los campesinos.
D. Teología y piedad luteranas
1. Lijtkho, licado a i
.
a Edad M kdia
La «reinterpretación» de. Lulero ha obligado a subrayar una parte
de la. vida del reformador (pie, hasta Denifle, había sido omitida, es
decir, los años anteriores a 1517. 1.a obra ahora clásica que ha reempla­
zado a la biografía de. Kostlin °, el Martín I.ulero de Olto Schccl 40
dedica cerca de Í1Q0 páginas en dos volúmenes a la infancia del futuro
monje y su vida en el claustro hasta 1512. A su vez, numerosos historia­
dores han elaborado trabajos sobre el joven Entero, especialmente
210
II. Bochmcr H. II. Life. IH
, (L l’feiffer 1
1
1 y C. Hnpp :,l‘. En Francia
es conocida la importancia de la obra de E. Ecbvrc, Un destín, Martin
IMiliar, (pie prácticamente se detiene en 1525, y de los dos grandes libros
de 11. Strohl, La evolución religiosa de Lulero hasta 1515 y El desarrollo
del ficnsamicnlo religioso de lunero hasta 1520 r,L Estos trabajos, y
en general la mayor joule de los que desde hace elocuenla años se le
lian dedicado, conceden ) continúan eoncediendu gran esjoieiu a la teo­
logía Ilo> en (lia todos, comprendidos los católicos, coinciden en
(pie Lotero fue un gran teólogo  una inteligencia poderosa, aunque
no baya cxjmesto sus doctrinas con la claridad y el rigor lógico de
Calvino o Santo Tomás. Precisamente jior no haber sabido juzgar con
equidad este aspecto, la obra de Denifle lia periclitado por completo.
Hura responder al dominico austríaco, los historiadores protestantes
no regatearon esfuerzos para esclarecer la teología de Lotero, situarla
en su contexto histórico v descubrir sus relaciones con el pensamiento
medieval y su originalidad profunda. Se lia investigado a fondo la
enseñanza escolástica de su tiempo v las lecturas de Lulero en la Univer­
sidad y en el convento, v el clima intelectual de Krflirt y Witlcnbcrg.
Se lia investigado sobre el occamismo, puesto que Dcnillc bahía visto en
Lulero una adajitador juren oiigin.il del franciscano inglés. Se ha vuelto
a conceder toda su iinjiorlaneia a la mística alemana de fines de la
Edad Media. I un extensa literatura — de carácter teológico esjiecial-
lucillo-- prueba, jrurs, el «renacimiento» ' 1 de Entero en nuestros tiempos.
Obras como las de H. II. Kninton, //ere / Stand: A Lije o¡ Martin
Luther''1
, y de II. Ilornknmm, l.ullicrs gcisligc lUell r,r', son característi­
cas de esa «reactuali/.ación» de Entero como teólogo y como jiensador.
Trocllsch halan subrayado el nspccto medieval de las concepciones
religiosas e intelectuales del reformador. Esta manera de ver las cosas
lia sido matizada v profundizada jror los historiadores posteriores.
A. V. Muller''L O. Scheel, II. Strohl, E. Kebvre, J. Lorlz, E. Seeherg iI,
P. Joachimsen ", J. V. Koojimnns 5'J, E. Iserloh han señalado cómo
Entero estuvo imbuido por las doctrinas de. Occnm, (pie recibió a través
de. Gabriel Hiel. Pero no se han limitado a determinar la influencia del
nominalismo en la formación del hrírmnno Martin, sino que han tratado
de determinar en qué medida la corriente agustiniana que bahía atra­
vesado toda la Edad Media junio influir en el fututro reformador. Sobre
esta cuestión, la contribución de A. V. Muller, antiguo dominico que
combatió las tesis de Denifle, fue particularmente interesante. Para
Muller no hay necesidad de referir la teología de Entero a sus experiert-
cias personales. Por el contrario, había que entroncarla con la tradición
agustiniana que jiervivió en algunos conventos, [.ulero conoció dos
teólogos del siglo XII de. esta tendencia, Hugo de. San Víctor y Pedro
Lombardo, v de los siglos XI al XIII a otros tres escritores, que. jior
211
varias razones se relacionan con la escuela ngnsliniana: San Anselmo,
San Bernardo y Guillermo de París. Se sabe que en 1509-1510 contenió
las .sentencias de Pedro Lombardo. Se familiarizó tpmbicn con las obras
de los agustinos más recientes, eomo Siim’m l'idati (primera mitad del
siglo xtv), Gregorio de Rímini, agustino italiano (muerto eit 1358),
Gerardo de Zutplicn (1367-1398), Gerson (1368-1429), Agustín Favaroni
(muerto Inicia 1443-1445), (pie fue general de los agustinos, el teólogo
flamenco Juan Driedo (1480-1535) y Scripando (1493:1563), general de
los agustinos también, (pie representó a su Orden en el Concilio de Trento.
Driedo y Scripando combatieron la reforma luterana. Sin embargo, Seri-
pando sostuvo enérgicamente en Tremo «teorías próximas n las de Lulero,
especialmente sobre la doble justicia»01, por lo que Felipe 11 trató de
impedir su ascenso a cardenal. Muller llegaba a la conclusión .de que
Lulero balda sido el restaurador de una teología medieval agustiniana
y paulina, y no el creador de una nueva concepción religiosa adaptada
a sus necesidades personales.
La mayoría de. los historiadores, sin dejar de buscar los lazos que
unen a Lulero con el pasado, no han aceptado las conclusiones cate­
góricas de Muller. Sin embargo, no lian dejado de insistir en la influen­
cia que habían ejercido en el futuro reformador, al lado de las doctrinas
de Occatn y el aguslinismo, Taulcr y la Theologia Dcutsch “2*
*
*
*
. Lulero
declaró en 1510 haber descubierto en el primero «una teología más
sólida y más sana que en todos los doctores escolásticos de todas la uni­
versidades» ° A propósito de la segunda, de la (pie publicó sucesiva­
mente dos ediciones, declaró que «no liabía encontrado ni en latín ni en
lengua alemana una teología más sana y más conforme al Evangelio» °*.
2. N oVKDAD t)EI. MENSAJE DE LlITEIlO
Esta diversidad de influencias que contribuyeron a la formación de
Lulero no desmienten la originalidad de éste. Su potencia creadora ha
sido vigorosamente puesta de manifiesto por K. Ilo! 1 en su Gcsainmcllc
A u f s i i t z c Para K. Iloll, Lulero aportó a sus contemporáneos una
doctrina verdaderamente revolucionaria; estableció nuevas relaciones
entre el hombre y Dios e insistió de manera inédita en la paradójica
naturaleza de una Divinidad a un tiempo oculta y revelada. La teología
luterana dio además origen a una forma de piedad desconocida en la
época anterior. La maldad del universo, el terror del pecador ante la
cólera divina, la total impotencia del hombre ante las exigencias divinas,
se transformaban en fuente de alegría y consuelo. Siguiendo a K. Iloll,
diversos historiadores, como A. Nygren 00 W. von Locwcnich °7, E.
llirsch08 y 11. Iliigglund " han señalado especialmente la novedad del
mensaje de Lulero y la importancia de su ruptura con el occamismo,
212
i
I
’l
verdadera prisión moral e intelectual de la que consiguió evadirse. El *
egocentrismo de finales de la Edad Media fue sustituido por el tcoccn- |
trisino; el evangelio volvía a hacerse comprensible y vivo.
'K. Iloll ba contribuido, pues, poderosamente a la renovación de los (
estudios luteranos, l’ero se le luí reprochado de haber puesto en la obra .
de Entero, mediante una serie de cortes sistemáticos, una arquitectura y
un orden lógico extraños a ella, y de haber separado al reformador de
las corrientes espirituales c intelectuales de su tiempo. En nuestos dias
se ha llegado a una síntesis más equilibrada entre las tesis (pie ligaban a
Lulero al ¡lasado y las que, por lo contrario, subrayan la novedad de
su doctrina70. En particular II. Strolil 71 ha comprendido muy bien
las semejanzas y divergencias entre Lulero y San Pablo y entre Lulero
y San Agustín. El reformador fue «más pesimista» (pie San Pablo y
«creyó estar más de acuerdo con San Agustín de lo que realmente, lo
estaba». A conclusiones semejantes llega el católico J. Paquicr 72,
J. Lortz y L. Fcbvrc. En suma, Lulero partió de San Pablo y de San Agus­
tín, pero los superó, llegando a ser así un verdadero innovador en el
plano teológico.
Esta grandeza teológica de Lulero fue subrayada, después de
K. Molí, por K. Bartli, que pidió a los grandes reformadores del siglo xvt
la respuesta, gracias a un mensaje siempre actual, a las angustias de
nuestro tiempo. Remontándose desde el lulcranismo basta la doctrina
original del «padre de la Reforma», Bartli lia insistido, más que K. Iloll,
en la negación del libre albedrío, el Dios oculto, la predestinación y la
teología de. la cruz ” . También ba contribuido mucho al rcdescubri-
mienlo del verdadero Lulero. Éste aparece a partir de entonces, y sobre
lodo desde la terminación de la Segunda Guerra M undial71, mucho
menos como un héroe de la historia alemana (pie como un personaje,
de irradiación mundial, y ello a causa de su teología y de su concepción
de la piedad. El alto lugar que ocupa Lulero en las inquietudes de los
creyentes y de los historiadores de nuestro tiempo está de sobra demos­
trado por la gran cantidad de discusiones (¡ue en la actualidad prosiguen
sobre cierto número de problemas que no liaremos aquí más que men­
cionar: ¿En qué fecha descubrió Lulero, en la torre del convento de
Willc.nberg, la «misericordia del Dios del amor, en 1508, en 1513, o en
1518? ¿En qué medida, junto con la justificación por la fe, dio cabida
a la santificación? ¿Qué relaciones establecía entre los «dos reinos», el
espiritual y el temporal? ¿Cuál era su concepción de la Iglesia y en qué
la fue cambiando? ¿Qué papel atribuía exactamente a los sacramentos?
Todas estas preguntas son otras pruebas de la actualidad de Lulero.7
7
'.
Pero, ¿cómo debe ser interpretada esta «restauración luterana»? Un
eminente especialista católico de problemas protestantes, el padre J.-V.-M.
Pollel, ha hecho a este respecto consideraciones muy nuevas7":
213
«La preocupación |nirnmniic histórica (<|u•* se ha moniíesiado) n pmln n
siglo xix, ¿no es señal evidente de que se ha dcjndo de vivir —aunque sen inron*-
eicntemcnte— hajo la influencia de Lulero y de (pie se hn comenzado ft tomai
conciencia ele la distancia que nos separa de él? Es un problema semejante a la
concepción (pie se hizo en la Kdnd Media y en el Renacimiento de la Antigüedad
clásica. Según señala K. Gilson, no se empezó a esludiur con paciencia y minucio­
sidad la Antigüedad hasta «pie se dejó de vivir en ella. Del mismo modo, la restau­
ración luterana del presente seria el sic.no de que se ha cerrado una época en la que,
a pesar de todos los defectos que la crítica actual haya podido encontrarle, la
influencia de Lulero era aún muy directa y so intentaba hacerlo sensible hajo las
diversas formas que sugería la ideología del presente.»
214
*
NOTAS AL CAPÍTULO II
1. Excelentes enfoques históricos sobre la bibliografía de Lulero en [7/6), L. Fr:n-
vhf., Un destin: Martin Luther, en «C. I.», y en [7.751, 11. Stiuuii., Luther
jusqu'cn 1520, introducción. Véase también V. Pauck, The llistoriagraphy of
ihc Cernían Refarmatinn during thc Rast Twenty Years, en «Ch. II.*, IX,
1940, págs. 305-340; J. V.-M. 1’ou.KT, Interpretaban de Luther dans TAlle-
magno. conlanporainc, cu «R. S. R.», 1953, págs. 147-161; K. W. Zffdfn, Zcitaltcr
der europnischcn Clmihcnskrimpfc, Ce.genrefarmatian and katolische Reforma-
lian, c.in Forschunghcricht, en Sacailum, Vil, 1956, págs. 321 -3611; J. Diu.Frt-
UFltr.Flt, Majar volamos and Scle.cled Feriadir.al Literalare, in Luther Studiel,
1950 1955, en, «Ch. II». XXV, 1956, pág*. 160 177; 17.791 Luthersforschung
líente; R. 11. RainTON, Interpretntions t>f (he Refnrmalina, en «A. II. R », I.XVl,
octubre de 1960; 11. J. Oiiimm, Luther Resean h since 102(1, en «J. M. II.*,
XXXII, junio de 1960.
2. Véase Í'I0, K
. V. Zffdfn, Martin Luther and /lie Reformatian im llrtcil des
de.utschen Lathertams; 11. Rounkamm, Luther im Spicgel der deutschcn Ccitc-
gesc.hirhtc, Heidolberg, 1955.
3. | 7/6 | L. I
*km
vhf. Un destín.,., pág. 19.
4. Gita en [7//I|, II- Ciusai», Martin Luther..., pág. 373.
5. I722J J. Kostfi.
n, Martin Luther.
6. 1/2/1 Til. Kot.DF, Martin Luther...
7. M. Raiu;, Dnktnr Martin Luthcrs Lehrn Tutea and Meinungen, 3 vols., Neusnlzft,
um.3.
II. 172.7| F. Kuii.
n, Luther, su vie. et san neuvrc.
9. 17.75J II. Stiuuii., Luther, just/iTen 1520, póg. 3.
10. 11110] W.. 54, págs. 179 ss.
11. I/59J Corpus Rcjormutornm, Melanchtnnis Opera, VI, págs. 155-170.
12. |7/6| L. Ffiiviif, Un destin..., pág. 11.
13. Provenía de Meidelhcrg y fue llevada o Roma durante. Ia Guerra de los Treinta
Años.
14. 17 /7 1 J. FiCKFIc, Luthcrs Rorlesung iiher den Knmcrhricf. F3 curso de 1515-
1516 está reproducido en [IHO] W., 56.
15. |7/.7| II. Dfnifi.F, Luther and Luthertum...
16. |7/6| L, Ffiivhf, Un destin..., pág. 19.
17. Este es el significativo titulo de la obra |7///| de E. M. C/MU.snN, The Reinler-
prclntian af Luther.
IB. [ tlH] II. Guisan, Luther...
19. |7//l | lh¡d., I. pág. B6.
20. Í7/.7J J. PAqtllFH, Luther el le Luthcranisme.
21. L. CítlsriANl, Luther et le Luthcranisme, 2 vols., París, 190B1909.
22. L. Cmistiani, l)u Luthcranisme na Rrotestanfisme, París, 1911.
215
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  • 1. N U E V A CLIO)* La Historia y sus problemas Colección dirigida por ROBERT BOUÍRUCHE Y RAUL LEMERLE Profesores de lo Sor bo no J ea n D elu m eau Profesor do la Sorbonn. Profesor do la fe o lo procllquo dos Montes £ludes do París ED ITO RIAL LABOR, S. A. Calabria, 235-239 : BARCtl.ONA-1 5 1977
  • 2. Traducción por JOSÉ TURMl: .S Licenciado en Filosofía y Letras Con 5 mapas Primera edición : 1967 Segunda edición : 1973 Tercera edición: 1977 Titulo de la obra original : Noiwiince el al/irmation de ln Reforme Lditada por: Pkií. smís Univlkni iaihls di- I'hanci-, París (C ) Ldiiokiai Laiiok, S A.: Calabria, 235-239. Uarcelona-15 Depósito Legal: ü. 53825-1976. Printed in Spain ISBN: 84-335-939-0 Talleres Gráficos Ibero-Americanos, S. A.: c/ II, s.n.“ (esquina CJran Capitán), Sant Joan Despí Impresión en offset : Imprenta Juvenil, S. A. - Maiacaibo, II - Barcelona -16
  • 3. Capítulo piumeho Las causas de la R eform a A. Ln explicació n miirxislu Ipcsde el nacimiento del marxismo, el hecho de la Reforma trata de explicarse desde el punto de vista de la econoiniñj Pnrn Carlos Marx los religiones son «hijas de su tiempo», y, más concretamente, hijos de la economía, mqjjc universal de todas las sociedades humanas. Desde esta perspectiva, |_ l_ a Reforma se transformaba en «la hija de aquella nueva forma económica que surgió (en el siglo xvi) y (se impuso) rápidamente en el mundo, el capitalismo»^En el mismo sentido escribía Engels en IfiSO: «Incluso las llamadas guerras de religión riel siglo xvu se libraron ante todo por intereses materiales de clase muy concretos. Estas guerras lian sido Inedias rio clases, lo misino rpie los conflictos internos que unís tarde produjeron en Francia y en Inglaterra. Que estas ludias Ilayan teñirlo ciertos caracteres religiosos, que los intereses, necesidades y reivindicaciones de caria una de las clases hayan sido disimularlos con una envoltura religiosa, no cambia la cosa lo más mínimo y se explica por !as condiciones tic Is época» Este esquema general ha sido seguido por diversos historiadores que lian estudiado la Reforma desde un punto de vista estrictamente materia­ lista, o al menos haciendo abstracción, en cuanto a las motivaciones pro­ fundas de los acontecimientos, de toda caósialirlnd no económica. Así, Óscar A. Marti en Econnmic causes n¡ ihc Rcfonnalion in Englund (1929). Se lee en el prefacio de esta obra 1: «La rebelión eclesiástica del siglo xvt hunde profundamente sus raíces eu el pasarlo. En lo que concierne a Inglaterra, las fuentes de la rebelión se hallan más allá de las aspiraciones dinásticas del monarca, o do los desacuerdos sobre la supre­ macía. Las raíces de la Reforma calan en profundidad basto un subsuelo constituido por cuestiones de dinero y por las Ironsfurmocioncs económicas fundamentales que estaban a punto ríe producirse. Sólo bajo la nueva lux que aportan tales hechos pueden ser comprendidos con claridad». El historiador italiano C. Barbagiillo, tratando esta vez del siglo xvt en conjunto, afirmó en 1936: 101
  • 4. «En general, se ronsitlcra la Reforma como proceso do conversión religiosa de una cierta parte de Europa... No lie licuado a comprender cómo puede pensarse que multitudes de Rentes, de uno y otro país, hayan sido capaces de interesarse por las sutilidades teológicas de Lulero, Zuinglio, Melnnchton o Ecolampadio, que a duras penas entienden los profesores de teología. Yo he considerado, pues, la Reforma no como un fenómeno sustancialmcntc teológico, sino como expresión, aspecto y disfraz, religioso de la crisis que los países de Kuropa atravesaron en la segunda notad del siglo xvi, y como síntoma del malestar general que se sentía* Las posiciones do estos dos historia do res son idénticas. Pura Óscar A. Marti,¡Ja Iglesia católica, ligarla a las estructuras rurales de lina época feudal, se encontraba superada por la corriente ascendente de la economía urbana, burguesa y capitalista'!) Para 13arbagallo,_ln Reforma representaba el progreso económico y social, e, inversamente, la «Contra­ rreforma» fue un fenómeno reaccionario en el que colaboraron incluso protestantes conscrvndoresj (así Dinamarca, que censuró no sólo los escritos teológicos, sino también las obras de naturaleza política c histórica). iT.a Contrarreforma es presentada «no como una obra de reconquista católica de la sociedad, tal y como aparece en ciertos peque­ ños círculos de eclesiásticos italianos, sino como un esfuerzo de restaura­ ción del orden antiguo, que consideraban en peligro, que intentaron en común los Gobiernos, la Iglesia y jimio con ellos los grujios sociales interesados^Sin embargo, la evolución no se detiene. lista, bajo el punto de vista del materialismo histórico, tiene lugar de una manera inevitable y conduce al ajilaslamiento de fuerzas económicas y sociales ya caducadas. «Como era natural, jn-so a la Contrarreforma, el movimiento revolucionario de la sociedad europea vuelve a ponerse en mnrrlia y asistimos a una serie de auténticas revoluciones polirieosociaies, romo suri la rclielión de tus Países Ilajos, las arierras rie religión en Francia, la insurrección ríe Iiolremia al comienzo do la arierra de los Treinta Años, y lue|;o, en proporciones rada vez más importantes, las sublevaciones rie Kseor-ia e Inglaterra en la época de los Kstiinrilnt- * . Desde Lngels, los historiadores marxistas especializados en el estudio del siglo xvi han sido atraídos jror el caso de Tornas Miintzer, el joven caudillo -■■murió a los 40 años— de la rebelión de los campesinos en Ib2ó. En 1520, en Alemania, la oposición «moderada, rica c inteligente» de los prmcijrcs y ríe las clases dominantes, que deseaba la separación de Roma jrero no la alteración del orden social establecido, se enfrentó con la oposición proletaria de los campesinos y de la población (robre de las ciudades. Ambas oposiciones til Pajra y al emperador pudieron perma­ necer un tiempo aliadas debido a que el mensaje de Lulero, enunciado con gran fuerza de. seducción, ilusionó a las masas, empujándolas nece­ sariamente a la rebelión. IV.ro Lulero, asustado, se. desligó pronto de una alianza lan com|m>itH'teilora con las clases populares. Frente al «refor­ mador burgués Lulero» se levantó el «revolucionario jrlcbe.yo Müntzer». 182 liste, al principio, era esencialmente un teólogo, penetrado de los escritos milenaristas de la Edad Media. I’ero evolucionó rápidamente y se trans­ formó en un «agitador político». «Rechazaba la Biblia —escribió Engcls— como revelación exclusiva c infalible. Para él, la verdadera, la viviente revelación, era la Razón... Por esta fe, por esta Razón rpre se hace viva, el hombre so diviniza y santifica... De la misma manera ipie no Itay cielo en el más allá, tampoco existen el infierno y la condenación... Cristo era un hombre como nosotros... Kstas teorías eran predicadas por Miintzer, casi siempre ocultas bajo las fórmulas cristianas, a IAs rpic la filosoíia moderna se Ira visto largo tiempo obligarla a recurrir. Pero... está claro i|iie se lomaba menos en serio la máscara bíblica que algunos de los discípulos rie licgcl en los tiempos modernos» 1. Memos expuesto con una cierta amplitud la tesis de Engcls a pro- jtósilo de la Reforma en general y de Miintzer ' en particular, porque esto mismo, prácticamente igual, se encuentra en los estudios de los historiadores ijinrxislns contemporáneos. Señalaremos especialmente los trabajos de M. M. Stnirin (historiador ruso), autor de l)ic. Volksrc/ormu- lion des Thonuis M'úntzcr und der grosse liaueinkricg En esta extensa obra, como en el resto de los libros ntarxislas dedicados a esta cuestión, el tema fundamental sigue siendo el indicado |>or Engcls: el enfrenta­ miento entre «la Reforma de los j)rínci]>cs» y la «Reforma de los traba­ jadores»; la guerra de los campesinos njiarece así corno la «jirímcra revolución social» de importancia que lia teñirlo lugar en Europa. II. Estudios e c o n ó m i c o s sobre el naein iie nlo de la R e fo r m a Se han aportado muchas otras explicaciones económicas de la Reforma, mucho más matizadas que las de los historiadores marxislns. En general no pretenden ser explicaciones totales, sino estudios pnrti- cularcs y locales que tratan de aclarar el nacimiento y desarrollo del protestantismo en un ¡tais o en un caso determinado. Pensamos aquí en los artículos de lle.nri Iíauser sobre La tRcbcinc» de Lyon (R. II., 1896) y sobre La Reforma y las clases populares de Francia ca el siglo XVI, qno fue publicado primero en inglés en el A. II. R.*. Ilattser refutó la opinión sostenida ]>or la mayoría de los historiadores franceses de su tiempo, que consideraban al pnrtido hugonote como un partido de nobles. Comenzó recordando algunos testimonios del siglo xvi. El embajador veneciano Giovanni Michiel escribía en 1561: «Hasta el momento, a causa del rigor de los suplicios, sólo se lian manifestado abiertamente [como reformarlos | gentes del pueblo que, cxc.c|>to la vida, tcnian poco que. perder»0. Florimond de Racmond afirmaba |>or su parte: «(Los primeros adictos al nuevo dogma) fueron ciertas pobres gentes, simples..., gentes de oficio»-, «es decir, gente que no bahía hecho otra cosa que conducir su carreta y cavar la tierra» 1 D . Las investigaciones llevadas a 183
  • 5. cabo por llnuscr !c convencieron tic que la Reforma, hasta 1560, se bahía extendido en Francia especialmente entre los artesanos de las ciudades y, con menos intensidad, entre los campesinos. La sedición lionesa el 25 de abril, conocida como la Grande Rebcinc, habría sido organizada por una sociedad secreta de obreros convertidos a las itleas reformadas por artesanos procedentes de Suiza y Alemania. Éstos habrían arrastrado al resto de la población, rpic sofría por la escasez y la carestía de los cereales El pensamiento de Ilanscr no tiene natía de sistemático. En definitiva, veia en la Reforma el producto de una conjunción de factores económicos, sociales y religiosos inseparablemente unidos: «ha Reforma riel si(do x v i tuvo ct doble carácter tic revolución social y revolución religiosa. L.us clases populares no se sublevaron sólo contra la corrupción del domina y los abusos del clero. También lo hicieron contra la miseria y la injusticia. Kn la biblia no buscaron únicamente la doctrina de la salvación por la gracia, sino también la prueba de la igualdad original de lodos los hombres» n. Prosiguiendo sus investigaciones sobre la Reforma, Ilanscr quiso explicar no sólo la adhesión de. los pobres al protestantismo, sino también la elección de los príncipes que rompieron con Roma. En su libro Naci­ miento del protestantismo (1940) recogió y expuso una vieja explicación económica rpte los historiadores católicos usaban desde hacía mucho con intenciones evidentemente polémicas. p I.os principes) cuyos dominios estaban infestados de señoríos eclesiásticos, que eran tierras de inmunidad, no tenían más que secularizar estas tierras para apoderarse de ellas, hulero tuvo, pues, sus primeros aliados en los prineipesyy principólos, ávidos de, redondear sus dominios y sus ingresos»1 1 . Francia propotcionaba la «contraprueba» del razonamiento: «... El Concordato de 1516 bacía al rey cristianísimo soberano temporal de la iglesia galicano, distribuidor universal de los beneficios, y la Reforma le resultaba innecesaria como medio paro transferir la propiedad, ha secularización no tuvo lugar en Francia, ptu sin que yo se bahía hecho con el consentimiento de Roma»1 1 . Iluuser escribió al comienzo de su citada obra: «La Reforma es ante todo un fenómeno religioso, un drama tic la conciencia europea» ir> , y protestaba contra el abuso del «materialismo histórico» Se observa, sin embargo, que, sin aportar tina explicación económica general de la Reforma, en muchos casos daba razones particulares de tipo económico. El rey de Inglaterra, los príncipes del Imperio, los caballeros que siguieron a Ulricli de Iluttcn, los campesinos alemanes y los pobres de Lyon habían sido todos ellos movidos por motivos materiales. Puesto que la historiografía contemporánea insiste en el movimiento de los precios, se plantea una última cuestión: ¿Existe alguna relación entre el éxito de la Rcfoima y una «coyuntura pesimista»? P. Gummi 181 as! lo sugicie, aunque niega que se pueda establecer una relación «nece­ saria» entre ambos Icnómenos. «ha intervención di* hatero - escribe— destruye una Alemania orienta! y sep­ tentrional, tpie, entre 1517 y 1525, persiste en tina coyuntura pesimista, propia de Irires del siglo xv, que ya ludria terminado en el (leste (y en el Aur) pero que, más al leste, se obstina en no desaparecer» 1 1 C. Critica de las exp licacion es e c o n ó m i c a s I. Ciútica de i.a exim.icación maiixista H.os recientes estudios económicos sobre el final de la Edad Media y el siglo xvi no permiten sostener la explicación de la Reforma pro­ puesta por Marx y Enge.ls, quienes veían en ella a «la hija del capita­ lismo». Hoy se distingue con mayor precisión que antaño entre capita­ lismo comercia! y capitalismo ¡ndustriaíT', El primero es anterior ul siglo XVI En la Europa ocidcnlal, y especialmente en Italia, se desa­ rrollaron en los siglos xtv y xv poderosas firmas comerciales y lrancnrias, como las de los Bardi, los Perruzzi, los Datini y los Mediéis, animadas por el más puro espirito capitalista. Los hombres de negocios buscaban, en efecto, el máximo de. ganancias, unas ganancias que se contaban en dinero y en las que entraba forzosamente una plusvalía obtenida a expensas de los productores, especialmente de los artesanos del ramo textil. En la Edad Media aparecieron verdaderos cariéis destinados a monopolizar la venta de un producto, cuyo precio era asi fiscalizado a escala europea. La famosa Maltona genovesa de Cilio, estudiada por J. Hccrs fCénova en el si/'lo XV, París, 1961), tenía por objeto impedir la baja del alumbre turco en Italia, Inglaterra, Flandes y Francia. El alumbre de Tolfa sustituyó al de Analolia en 14-62 y los Mediéis, y luego los Chigi, trataron, con el apoyo del Papado, de conseguir el monopolio de la venta de este mineral en Occidente. (J. Delumeau. I.’alun de. Home, París, 1962). El alumbre — recordémoslo— era indispensable como mordiente de los tejidos y la mayor parle de los tintes. Durante la Edad Media italiana se perfeccionaron instrumentos han- carios y comerciales que suponían un sentido de la organización y un afán de ganancias que se encuentra en la base del capitalismo: contabi­ lidad por partida doble, letras de cambio 1 1 1 — a veces con endoso— collcganze, seguros marítimos. Una commanda era, en el siglo XV, en Italia, una asociación de capital y trabajo en ln que las tres cuartas partes de los beneficios iban a parar a! capital y la cuarta parle al trabajo20. ¿No entra este tipo de contrato, corriente en el siglo xvi, en la definición que Marx bahía dado del capitalismo: un sistema fundado en la separación entre el liabajo y la propiedad de los medios 185
  • 6. de! producción? Iin fin, en el siglo xv los Estados italianos conocían otra técnica financiera moderna: aprovechar el ahorro público por medio del Monti, (pie reportaba a los acreedores un interés fijo. No se puede hablar, pues, de una «revolución económica» del siglo xvi M. Lnpeyrc ha. demostrado muy bien en su obra Une jamille <le marchañas, les Raíz (París, 195!)), <]ue las técnicas comerciales y hanearias del siglo XVI son una prolongación de las de. la Edad Media, a posar de que sean utilizadas a más amplia escala. Hubo ciertamente viajes de descubri­ miento y se crearon corrientes regulares de intercambio entre Europa, por una parte, y América y Extremo Oriente, por otra. Con el tiempo, c incluso a partir de mediados del siglo XVI, este nuevo tráfico modificó profundamente el comercio general de Europa. Pero hay que hacer ciertas observaciones. En primer lugar, la investigación histórica actual, después del libro do E. llraudel. El Mediterráneo y el mundo medite­ rráneo en tiempos tic Felipe I I tiende a minimizar las consecuencias de los viajes portugueses sobre la vida económica del Mediterráneo en el siglo XVI. Además, Lulero había dado a conocer sus 95 tesis dos años antes deque Cortés desembarcara en Méjico. Cnlvino ya había publicado sus Ordenanzas eclesiásticas (1541) cuando se descubrieron las minas del Potosí (1545). jFjnaImente, los grandes viajes del Renacimiento no tuvieron consecuencias sobre la vida material de los europeos del siglo xvt, comparables a las que provocó, a partir del siglo xvtit, el auge de la ciencia y la técnica) Pese a (pie los precios se triplicaron en menos de. cien uños.^la vida cotidiana de un campesino o un burgués no se modificó radicalmente durante el siglo XVÍTJ^sí, en este tiempo ocurrió una revolución religiosa, pero no una revolución económica. En estas condiciones, las modificaciones relativamente lentas de las estructuras materiales de la sociedad difícilmente, pudieron babor sido la causa profunda del cambio radical (pie sufrió la vida religiosa^ VTlay que. tener también en cuenta que en tiempos do la Reforma era 1latín indiscutiblemente el país más moderno de Europa. Los negociantes de la Península desempeñaban un papel capital en la actividad de Occidente] En aquel país prosperaba una importante burguesía dotada de una capacidad de ahorro real, f inalmente, en el siglo XV, una familia procedente del comercio, la banca y la industria — los Médicis— tomó la dirección de un Estado. |Pero en Italia no prendió el protestantismo] Y fue un hijo de banquero, León X, quien excomulgó a Lulero.TSi la tesis marxiste fuese exacta, la Reforma habría tenido que nacer en Italia y triunfar en ellíCJ Por el contrario, conoció sus primeras victorias en países más bien atrasados desde el punto de vista económico: Alemania y Suiza. En el mismo sentido, ¿no es sorprendente (pie los más impor­ tantes hombres de negocios del siglo xvt fueran católicos? En primer lugar, los Fugger, con excepción de un solo miembro de esta familia, y 186 también los «mercaderes» genoveses, florentinos y españoles, que domi­ naron la vida económica europea hasta comienzos del siglo xvn En cuanto a la tesis, mantenida desde Engels, de que Tomás Miintzer es un revolucionario comunista provisto de una «máscara bíblica», ha sido prácticamente rechazada por todos los historiadores no marxistes (pie piensan, como E. C. Léonard, tpie «sería restar importancia a Miintzer y hacerlo incomprensible si se le redujese al papel de jefe social, o socialista» ” . El personaje era muy complejo. II. Roltmcr y su escuela 2°, y más recientemente aún J. Ecclcr, consideran a Miintzer corno uno de los fundadores del anabaptismo. Por el contrario, la Mcnnonilc Encyclopacdia (vol. III, 1957, artículo «Miintzer») difiere de esta con­ cepción y no quiere calificar de anabaptista más que a la religión evan­ gélica y pacífica de Joris y Mrnno. Este artículo insiste además en las contradicciones de algunos escritos de Miintzer; está de acuerdo, como el excelente libro de Annc-Marie Lohmann ” , en lu teoría de que durante los años 1524-1525 «este hombre que fue un místico y que sabia tanto sobre el sufrimiento y la tragedia de los hombres se fue volviendo cada vez más superficial». Es evidente que se trata de una manera de explicar una evolución en la que Engels había diagnosticado un paso de. lo religioso a lo político y de la fe a un ateísmo disfrazado. Es cierto que Miintzer fue solicitado cada vez más por las dificultades cotidianas de la lucha. Sin embargo, su inspi­ ración continuó siendo de carácter religioso. Siguiendo a K. IIoll 2S, J. Lccler escribe en su reciente llisloire de la lolérance... : «No tomemos a Miintzer como un simple profeta de la revolución social. Su inspiración sigue siendo esencialmente religiosa. Ix> que le indigna es que las con­ diciones de vida del pueblo impidan a este el acceso al Evangelio. I.os pobres se bailan tan oprimidos, tan preocupados por ganarse el pan de cada día, que no tienen tiempo ni de leer la lliblia ni de fortalecer su fe con la oración y la contemplación, hulero no comprendió que no es posible una auténtica Reforma religiosa sin una previa revolución social». |I,a concepción marxisla do la Reforma pecó do anacronismo al trnns- plantnr al siglo xvt las realidades y los conflictos del siglo XIX. No supo percibir las relaciones de la fo y la mentalidad de las masas en aquellos tiempos]Negarse a ver en los debates religiosos otra cosa que epifenóme­ nos, «fiorituras»,'como ha escrito C. Ilarbagallo, es negarse a compren­ der hechos tan importantes como que 15.000 calvinistas se dejaran morir de hambre en La Rochela durante el asedio de 1628. 2. H a HAnino photestantes en tobas las clases sociales ¿Qué debe pensarse ahora (Je la opinión emitida por Ilauscr, a prin­ cipios de su carrera, según la cual el protestantismo fue en sus comienzos 187
  • 7. en Francia • —miles de 1560— lina religión de «gente humilde»? Si se consulla la obra de Paul F. Gcisendorf, Lisie des habilanls de. Geni-ve 3", puede tenerse en principio la impresión de que aporta una confirma­ ción a la tesis de Ilanscr. Entre 1549 y 1560, 4.876 «desarraigados de la fe» recibieron el estatuto de «habitantes» de Ginebra. De ellos, 2.247 indicaron su profesión; 1.536 efectuaron trabajos mecánicos (6 8 % ), 275 pertenecían a profesiones liberales (1 2 % ), 180 eran comerciantes (8 % ), 70 eran nobles (3 %) ; 77 eran campesinos (3 %) y 109 resultan de muy difícil clasificación (1 0 % ). I.a proporción de artesanos parece, pues, muy importante. Pero en la sociedad del siglo xvt los humildes eran mucho más numerosos que los clérigos burgueses y comerciantes.Ule las interesantes cifras dadas por Paul F. Gcisendorf se deduce que en Francia, durante la primera mitad del siglo xvt, la Reforma afectó a todas las categorías sociales3^ Ésta es precisamente la opinión que defendió L. Roinior en su libro sobre Le royanme de Catherine de Mediéis 33 y (pie el propio Ilanscr hizo suya, en 1940, en su obra sobre I.a naissance da protcstantisinc 33. É. G. Léonard abunda en la misma creencia3'. «Las nuevas ideas — escribió— pren­ dieron en todos los medios franceses desde el mismo momento de su predicación». Parece evidente (pie la Reforma, desde antes de agosto de 1560, había conseguido en Francia numerosos adeptos en «los medios intelectuales», en el clero y en lo que hoy llamaríamos la administración. De ahí la conclusión de É. G. Lconnrd, no sólo válida para Francia: FVK.Mn nscvtrnición destruye cunlqucr ¡mentó de dar u la Reforma liases esencial­ mente económicas y sociales. Puesto t|uc se extendió por clases (pie tenían intereses y aspiraciones cnniradictorius, luiy que reconocer en ella motivos válidos para todos los liomlnes» "q Aseveraciones semejantes lian sido hechas por historiadores extran­ jeros (pie han estudiado países distintos de Francia. En Rema y en La tisana, donde el paso del catolicismo til protestantismo se hizo de una manera particularmente tranquila, éste recibió la unánime adhesión de todos los habitantes. Un reciente estudio sobre lns ciudades hanseáticas de. Stralsund, Roslock y Wismar en la época en que abandonaron el catolicismo3 1 1 , demuestra que lns clases medias y bajas de esas ciudades desempeñaron un papel capital en la introducción de la Reforma lute­ rana. Existió una alianza entre los pobres y las nuevas ideas, pero los ricos burgueses no estuvieron ausentes de las primeras filas protestantes, v tampoco los príncipes, (pie, por otra parte, luchaban contra el prole­ tariado, y los burgueses momentáneamente unidos. M. Sehildnucr llega a la conclusión de que la Reforma, pese a las circunstancias económicas o sociales (pie favorecieran su desarrollo, fue movida principalmente por «una Noluntad de renovación espiritual» y que este carácter explica sus relativos fracasos en el plano político y social. ion Los caballeros famélicos que se adhcricron también al protestantismo representaban, frente a los burgueses de las ciudades, la clase conser­ vadora y reaccionaria, amenazada politicamente por el ascenso de los príncipes territoriales y económicamente por los progresos de la burgue­ sía urbana. La Reforma se le apareció a más de un caballero como un medio para recuperar el prestigio y la prosperidad de (|ue anteriormente habían gozado. Sin embargo, insiste William R. Ilitclieock, último tic los historiadores (¡tic lian tiatado este tem a31, la clase de los caballeros carecía totalmente de homogeneidad y fue incapaz de unir sus diferentes facciones. Le Reforma acentuó esa desunión, ya que no todos los caba­ lleros se pasaron al protestantismo. Sin embargo, la adhesión al lutera- nisrno de buena paite de ellos prueba (pie: «I,n esencia do ln Reforma no residía en el ht-cho de que se acomodara n los intereses de una determinada clase ascendente, es decir, la clase media»3 1 . Repre­ sentantes de una clase que hundía profundamente sus raíces en el antiguo orden y de bases económicos feudales y ngrorias respondieron, sin embargo, con entusiasmo a la llamada del nuevo Evangelio 3 Si se pretende en cada caso particular encontrar una explicación fu-ndamcnlal de tipo económico-social para el ¡taso de un grupo social a la Reforma, se llega a resultados contradictorios en conjunto, puesto que hace adherirse a la Reforma por motivos materiales a clases opuestas entre sí: príncipes, burgueses, caballeros pobres, campesinos alemanes y artesanos de las ciudades. En nuestros días se tiende también a rechazar la tesis según la cual Enrique VIH, los reyes escandinavos y los príncipes alemanes se separaron de Roma con objeto de secularizar y acaparar los bienes ecle­ siásticos. El inconveniente principal de esta concepción — cuyo aspecto polémico resulta evidente— es que niega un auténtico sentimiento reli­ gioso a los jefes de Estado del siglo xvt, lo (¡tic, como sabemos, se halla en contradicción con la mentalidad general de la época. Federico el Prudente (pie apoyó a Lulero, Felipe de Ifesse a pesar de su bigamia, Alberto de Brarideburgo (¡tic secularizó la Orden de los caballeros teutónicos, eran príncipes •muy preocupados por la religión. En el mismo Enrique VIH se aunaban extrañamente una vida privada escandalosa y una real admiración por el Principe de Mnquiuvclo con un interés no menos auténtico por los problemas de la fe. Prueba de ello son las Asserlio sepiera sncrarncnlnrum (¡tic escribió, en 1521, contra Putero. ¿Y qué decir de Eduardo VI o de Juana de Albret, que hicieron adoptar a sus súbditos la Reforma? Obraron así guiados por el profundo afán de mantener y reforzar la vida cristiana de sus súbditos. Un eminente cspccialita en cuestiones protestantes, Roland IL Rainton, hace observar además 4" que la actitud adoptada por los príncipes luteranos alemanes 189
  • 8. ora bástanle arriesgada si Carlos V hubiese resultado vencedor; lo que estuvo a punto de ocurrir. I'.n cuanto a Francisco I, ¿qué prueba tenemos para afirmar que permaneció fiel a liorna porque el Concordato de 1516 ponía en sus manos la Iglesia de. Francia y sus riquezas? Se sabe de lincho que. dudó largo tiempo antes de decidirse a luchar contra los protestantes, decisión que sólo tomó cuando algunos de ellos, con el asunto de los pasquines, desafiaron su autoridad (1534). Parece ser que el rey, como tantos otros en aquellos tiempos de confusión, se preguntó dónde estaba la verdad si todavía era posible bailar una conciliación entre las nuevas ideas y la fe tradicional. Si finalmente se. dedicó a combatir a los protestantes, fue porque en ellos vio a unos anabaptistas franceses que podían, como los de Mün.stci, provocar la anarquía en el reino. La Epístola al rey, que Calvino puso corno prólogo a la primera edición de su Institución cristiana (1536), demuestra que ésta era la tesis oficial. ¿ Fs cierto que el oro de Alemania e Inglaterra, que se enviaba a Roma y empobrecía a ios países ultramontanos, enriquecía por el con­ tralio a toda Italia, que por este motivo estabu interesada en el mante­ nimiento de ese estado de cosas? Esto es lo que se creía en tierras protes­ tantes, y la propaganda reformista del siglo xvl insistía en ello. Pero esta acusación hubiese tenido mucho más fundamento hacia 1350 que en 1520. En la época del Renacimiento los ingresos anuales del Papado habían bajado mucho. Durante el pontificado de Julio II no superaban los 350.000 ducados de oro, la mayor parte procedentes del «dominio temporal». De hecho, en conjunto, el Papa no era mucho más rico que el Estado florentino41. La última cuestión que liemos suscitado es la probable relación entre el movimiento de los precios y la adhesión de determinadas pobla­ ciones a la Reforma. Hay (pie ser muy prudentes para afirmar una cosa semejante. Una baja de los precios — «coyuntura pesimista»— puede haber coincidido con la mejora, o al menos con la estabilización, del poder adquisitivo de los obreros. Esto fue lo que ocurrió en Anibcrcs entre 1439 y 1512. Por el contrario, los precios subieron en este gran puerto cu 1513 y 1542, pero la adaptación de los salarios fue insuficiente durante este período. Es posible entonces qué en estos años, que fueron una época floreciente para el comercio de Arnberes, se produjese un descontento entre los pobres, que no habrían participado de. la prosperidad general, y (pie éste hubiese favorecido la adhesión a las nuevas ideas y el anabaptismo. Pero desde 154-3 basta 15114- los salarios vuelven a subir. Ahora bien la crisis inconoclasta estalló en 1566 4J. Por lo tanto, no puede establecerse'una relación entre el alza de los precios y la fideli­ dad u Roma. 190 Es innegable que numerosas y variadas circunstancias -—económicas, sociales geográficas o políticas— desempeñaron un papel, por otra parte difícil de evaluar, en el paso al protestantismo de una región o de un grupo social. También es cierto que las herejías de fines de la Edad Media encontraron una amplia audiencia entre los pobres, listos, en Inglaterra, en Italia y en Bohemia ligaron, de manera indisoluble en ocasiones, aspiraciones religiosas y tcivindicnciones igualitarias 4'. En es­ ta época de la historia «total», convendría establecer, para cada caso terri­ torial o sociológico, la relación de las circunstancias (pie, actuando como catalizadores, favorecieron el paso n la Reforma. Pero, incluso una vez establecido este inventario, quedaría por hacer lo más impor­ tante. Las causas principales de la ruptura con Roma de un territorio o un grupo social no quedarían esclarecidas todavía. ¿Quiere decir esto que tenemos que recurrir de nuevo n la explicación tradicional y ver en los abusos de numerosos clérigos la razón esencial del cisma protes­ tante? I). Ln cuestión de los «abusos» disciplinarios 1. La tesis TnADictoNAt. [Durante mucho tiempo se creyó que la Reforma había estallado n causa de los «abusos» (pie en aquel entonces se producían en la Iglesia^ Esta manera de considerar el drama religioso del siglo xvi se remonta al mismo Lotero, quien, en sus Conversaciones de sobremesa, afirma haber sido vivamente sorprendido por el espectáculo de Roma en tiempos de Julio II, ciudad (pie visitó entre 1510-1511. «No me perdería, ni aun­ que ine dieran 100.000 florines, el haber visto y oido a Roma», declaró en 1536 44. Lulero regresó desengañado de la «falsa ciudad santa». El escándalo de las indulgencias baria estallar, pocos años después, la rebelión que desde aquel viaje latía en su interior. Ln violencia con que el reformador, sobre lodo n partir de 1520, atacó al Papado, identificado por él con el Anlicristo, aportaba un argumento suplementario a ln tesis de una explicación moral de la Reforma. Por otra parle, el éxito del Elogio de la locura ■ —obra que aparecía después de toda una serie de amargas críticas contra la Iglesia— probaba (pie los cristianos estaban ya preparados para ella. Para permanecer fiel n Jesucristo bahía (pie abandonar una institución que estaba irremisiblemente corrompida. Erus- mo afirma, hablando de los monjes: «Nada ha contribuido más a popu­ larizar a Lulero que las costumbres de esa gente» 45. Hasta una fecha relativamente reciente los historiadores protestanes aceptaron, pues, la explicación de la rebelión de Entero — y más en general del nacimiento de la Reforma— por una sana y santa reacción de desagrado. 191
  • 9. L. Fcbvre escribe a este rcspeclu: «¿Acoso lo Itcfurmn lio lineólo «le los nliusns? Moslror esos abusos, sncnr o lo luz público los debilidades 11rivn< Ins de snccriloles y monjes, de obispos e incluso de los pupos, y luego del niIor los vicios de uno fiscalización, (pie ero demasiado cómodo lloninr «simnniuca», ppic focilidodcs pino los alacuntcs!»u. Todavía en 1894, Fernando lluisson caracterizaba a la Reforma como «el grito común, la única y general aspiración de todos los hombres honrados, tonto clérigos como laicos», y añadía: «La Reforma titania especialmente a cuestiones de disciplina» a . También por parle católica se bacía hincapié en este aspecto. En efecto, en las primeras líneas de la Historia de las viariaciones Bosstiet atribuye a causas morales le rebelión religiosa del siglo XVI. Recuerda, en principio, que «la reforma de la Iglesin era deseada desde hacia muchos siglos», y afirma seguidamente «que la reforma deseada atañía a la disciplina y no a la fe», lo que resulta evidentemente inexacto en el caso de Wyclif, por ejemplo ,H . La explicación moral de la Reforma y de su éxito aparece también en ,un texto muy conocido, pero (pie no había sido considerado por la historia religiosa. Se trata de las Inslruccioncs de Luis XIV al Delfín. El pasaje que citamos debió de ser redactado hacia 1670 1671, con la colaboración de Pcllison, que acababa de abjurar del calvinismo. «Por lo que lie podido entender —escribe el ley—, lo ignorancia de los ecle­ siásticos en los siglos precedentes, su lujo, su libertinaje y los malos ejemplos que daban, los que por el mismo motivo estaban obligados a soportar, y finalmente los abusos tpic permitían en la conduela de los particulares contra las reglas y los sentimientos públicos de la Iglesia, producicron más que otra coso, las grandes heridas que recibió con el cisma y la herejía»”. Una rebelión moral se habría transformado así en rebelión teológica, porque Roma habría «presionado demasiado» a «aquel hombre violento y temerario» que era Lulero. Por parle católica se < 1io también otra explicación moral de In Reforma, mucho más malévola que la precedente. Ésta se hallaba ya bosquejada en la obra de un humanista del siglo xvi, el cardenal Sadolet, obra (pie por otra parte tiene un acusado carácter ecuménico. Con espíritu conciliador trató, entre 1538 y 1542, de reanudar el diálogo con los eruditos que se habían pasado al protestantismo, como Sturm y Melunchton. Inquiriendo las razones del drama religioso del tpte era testigo, llegó a lu conclusión de (pie la decadencia del clero era la causa principal de la crisis eo. Hasta aquí se trata de un razona­ miento idéntico al de las Variaciones y las Instrucciones al Delfín. Pero los fieles, prosigue Sadolet, amabun a sus pastores. No puede ser menos, ya en éstos veían aquéllos sus modelos. El obispo de Carpentras fue muy severo ni juzgar al clero de su tiempo. Estimaba que el dinero lo había corrompido. Pero, al mismo tiempo, sugiriÓ!que|los|fieIcs pasaban 192 al protestantismo porque, siguiendo a sus pastores, habían llegado a un estado de mínima resistencia moral. El pecado lleva al pecado. Este razonamienllo, sólo esbozado y sin el menor ánimo de emponzoñar la Cuestión, sirve de base a la venenosa biografía (pie Cochlacus escribió de Lulero en el siglo xvi 51. Lo explica asi también el libro de Denifle, Lulhcr and Luthertum, mucho más próximo a nosotros. El hermano Martín, según Denifle, al verse incapaz de observar la regla de su convento, colgó el hábito y se buscó justificaciones teológicas. Todavía en 1925, Marilain pensaba prácticamente lo mismo. Negaba de un plu­ mazo todo valor a la Reforma: «No se trata más que de la clásica historia del monje decepcionado» 53. Lulero es el jefe de la escuela que atrajo «a su teología lado lo que (había) en su tiempo en Alemania de codicia, sensualidad impaciente y fermentaciones pútridas, mezclado lodo ello con esperanzas de reforma inspiradas más por el humanismo y la erudición (pie por la fe sobrenatural» 53. 2. Hacia ijna kxvi.icación tkoi.ócica di-: i.a Refouma (Actualmente se considera insuficiente la explicación moral de la Re­ forma que quiere dar razón do un fenómeno esencialmente religioso)! Sin embargo, Rasnage, en 1699, bahía alzado su voz contra la habilidad con (pie Rossuet «presentaba con cuidado lo que los demás autores eclesiásticos habían dicho contra los desórdenes del clero», es decir, «lo más grosero y aparente», pero negando que se pidiera la reforma de la fe». Ahora bien, para Rasnage, en el siglo xvt se trató de cambiar la fe de la Iglesia, corregir su culto y derrocar la autoridad del Papa». Sin embargo, víctima de la óptica de su tiempo, arremetía también contra «la lepra que se extendía (en el siglo xvt) por todo el cuerpo de la Iglesia; el laico, el monje, el sacerdote, el obispo, el Papa, todos estaban cubiertos por delitos tremendos»53. A comienzos del siglo XIX, Múdame de Slaél, en su obra Alemania, dio pruebas de comprender la Reforma con mucha más amplitud que sus contemporáneos. Supo ver, en la crisis religiosa del siglo xvt, «una revolución efectuada por las ideas», y afirmó que : «El protestantismo y el catolicismo no existen porque haya habido papua, ni porque haya vivido Entero; sciín una manera bastante mezquina de considerar la historia atribuirla n la casualidad; el protestantismo y el catolicismo existen en el corazón humuno; son potencias morales que so desarrollan en las naciones, porque antes existen en cada hombre» 5 De osla manera se abría [taso tina reintcrprotación ‘ de la Reforma. Iíegel vio en la explosión del protestantismo un movimiento bacía la emancipación del IPcltgcisl, Michclet asoció Reforma y Renacimiento y saludó en la rebelión de Rutero un comienzo de Liberación de las mentes. 193 13. D m .umí au: I.a Reforma.
  • 10. En la época (lcl pangermanismo, los nacional Islas identificaron la reforma luterana y el despenar del alma alemana, mientras rpie el teólogo liberal Trocltsch se esforzaba por descubrir las profundas relaciones existentes entre religión y cultura ss. En su opinión,[el protestantismo fue la forma de cristianismo que correspondía a las necesidades intelectuales del siglo XVl’Jaun teniendo en cuenta que la cultura de los hombres de 1520 era todavía ampliamente, medieval. De. ahí el aspecto atrasado y dog­ mático de una Reforma que contenía, no obstante, los gérmenes de una emancipación ulterior (la del siglo xvm). Todas estas nuevas interpre­ taciones de la crisis religiosa del siglo XVI partían de. concepciones a priori, muchas veces de carácter filosófico, más que. de carácter histórico, l’cro tenían la ventaja de alejar la búsqueda de la tradicional oposición moral entre los reformadores y los abusos de la Iglesia que abandonaban. Kanke se preocupó poco por el problema de los orígenes de la Refor­ ma. l’ur el contrario, n Jansscn le corresponde el inmenso mérito de haber esclarecido esta cuestión, al menos en Alemania, en un minucioso estu­ dio, apoyado en gran variedad de documentos sobre la vida alemana en el siglo (pie precedió a Lulero r,n. Situó al reformador en el pontexto de. una historia total. Janssen presentó a la Iglesia alemana de fines de. la Edad Media como un cuerpo que tenía indudablemente defectos, pero que estaba preparado para renovarse y que «conservaba todavía toda su fuerza vital» ; el humanismo y un creciente individualismo habían minarlo la legítima autoridad de la jerarquía. Entero no había inventado nada, «puesto que. casi todas las doctrinas que iban a trastornar la sociedad del siglo xvt se habían difundido ya a fines del xv». Bese a su sabiduría, Janssen, sentía demasiada hostilidad contra el protestantismo para poder escribir una historia realmente imparcial. Pero su libro orientó a los mejores historiadores católicos de comienzos del siglo XX hacia estudios más fecundos que las relaciones entre la rebelión de los reformadores y los abusos disciplinarios que reinaban en la Iglesia. Puede leerle a este respecto el notable prefacio que linbart de Ea Tour socribió en 1904, en su gran obra sobre los Orígenes de la Ré/orme (tomo I): «... ¿No es evidente que los agravios invocados contra el catolicismo... constituyen una explicación insuficiente (de la Reforma)? ¿Ea (irania pontificia?.. Nunca hnltía sido más le,ve sobre el repinten interno de los Estados o de las Iglesias. En gran amenaza para la unidad cristiana no era el exceso de la centralización, sino el tinciiiiiriilo del ptineipio nacional. ¿Eos abusos tlel clero? En otras épocas no habían sido éstos menos escandalosos ni las reformas menos necesarias. Sin embargo, los pueblos seguían siendo fieles: el Cisma de Occidente bahía debilitado el respeto sin destruir la obediencia. Ea revolución intelectual que el Renacimiento suscitó pretendía cambiar los., métodos de la teología, no los dogmas de la religión.» Al igual que Janssen, Imbnrt de En Tour demostró que las fuerzas renovadoras trabajaban ya en la Iglesia en vísperas de la Reforma. 194 lísle es un hecho definitivamente establecido. Por el contrario, Imbart de La Tour se separaba de Janssen en la apreciación del papel desem­ peñado por el humanismo, y en definitiva explicaba el cisma por razones políticas, económicas y sociales. «Sus causas -— escribía— se refieren más al estado de ln sociedad que ni estado de la religión». El catolicismo medieval no sólo había creado una doctrina, sino que también creó una organización. El advenimiento de los grandes Estados y la expansión y transformación de la riqueza hicieron derrumbarse la Europa ecu­ ménica y feudal de las cruzadas! Alberto Dufourcq 57 parece haber tomado como punto de partida para el estudio de las causas de la Rcformn el esquema establecido por Imbart de La Tour. A la «organización» de la sociedad cristiana entre 1049 y 1300 opuso la «desorganización» del período siguiente. Sin embargo, centró sus tesis más importantes clt «la crisis de las almas», e insistió por último en el desarrollo del individualismo en el dominio de la piedad. La investigación histórica se lia ido encaminando desde linee cuarenta años hacia un estudio cada vez más concreto de las causas de la Reforma, siguiendo las indicaciones y los ejemplos de Karl lioll y Lucien Fcbvre, K. IIoll afirma, en resumen, (pie. ni le filosofía, ni la sociología, ni el nacionalismo, ni ln economía, pueden explicar n Lulero, sino sólo la religión7 '". Kebvre escribió: «llay (pie buscar causas reli­ giosas a una revolución religiosa» J“. L. Kebvre entendía «causas religio­ sas» en un sentido mucho más amplio (pie K. IIoll y quería orientar la investigación sobre un estudio de la mentalidad de aquel tiempo, en la que el factor religioso era el componente más importante 00. Los trabajos de Josepli Lortz sin despreciar el conjunto de hechos que concurrieron en el nacimiento del cisma protestante, lian insistido a su vez en los aspectos propiamente religiosos del drama del siglo xvt y de sus causas. El autor puso así de manifiesto la decadencia del magisterio cristiano, la difusión de una inquietud apocalíptica, la espera del magisterio y el deseo de inevitables catástrofes y, especialmente, en un clima de creciente individualismo, el debilitamiento y la inccrtidum- bre de la teología, inccrlidumbres acrecentadas por la labor crítica del occamismo y el moralismo hacia el que se dirigía la corriente del pensa­ miento humanista. J. Lortz ha descubierto en Lulero el heredero de la Dcvotio moderna, que desde fines del siglo XIv se extendía a partir de los Luises Bajos. Una opinión semejante ha sido sustentada por un gran historiador norteamericano, A. Ilyma, en muchas obras y especialmente en The Chrislian Rcnaissance, a Ilistory of the evolio moderna» ” . El especialista francés en cuestiones protestantes, E. G. Léonard, ha insistido también en el carácter religioso de la Reforma, apoyando preci­ samente sus argumentos en los orígenes medievales del moviipiento reformador. La tesis de Léonard, expuesta en la R em e de théologie el 195
  • 11. d’aclion cvangclirjucs de Aix-cn-Provcncc °5, y luego en su Ilistoirc gené­ rale da l’ruieslantismc, es la siguiente: La piedad de la alia Kdnd Media se componía «de una ¡adoración temerosa de la majestad divina, del respeto a los sacerdotes y a los mandamientos de le Iglesia, y tic practicas supersticiosas del culto a Ins reliquias». Sólo hacia el siglo xtt, con Sun Herminio, la cristiandad comienza a acercarse a la humanidad de Cristo y sus sufrimientos. «Hsta nueva forma de piedad, al principio sólo aceptada por almas selectas, se extiende ampliamente en los siglos xtv y xv. No se trata sólo de 1a aceptación de los dogmas de la Iglesia, ni de la obediencia d e,sus mandamientos... Digamos que, en vispera de la Reforma, la religión, de respeto a las instituciones y de adhesión a las doctrinas, se halda transformado en una via.» La desgracia de la Iglesia consistió en que se «había quedado petrificada en problemas institu­ cionales y políticos» y en una escolástica esclerosa en un inomento en que los fieles pedían tu libertad de lu piedad. El protestante Leonard se adhiere pues, en lo esencial, al punto de vista de su amigo, el agnóstico L. l’cbvre. Para estos dos historiadores las causas de la Reforma son ante todo de tipo religioso y la explicación fundamental de Lconurd es en definitiva la siguiente: «Iji Reforma, más que una rebelión contra la piedad católica, fue su culmi­ nación» w. Es discutible la concepción de Lconard sobre la piedad de la Edad Media. Además, habría rpte despreciar los diversos factores políticos y económicos epte se pusieron en juego en el siglo XVI, así como los pro­ fundos rencores acumulados contra el Papado y los monjes. Sin embargo, conviene también no subestimar la complejidad del problema de las causas de la Reforma. Pero la historiografía contemporánea no mar- xista da prioridad unánimemente, en la jerarquía de los factores de la crisis, a los fenómenos religiosos. En el capítulo de introducción del volumen II (1958) de la New Cambridge Modera Ilislory: The Reforma- lian Era, 1520-1559" , C. II. Elton se expresa así: «Nadie, se alrevcria Imy a enumerar las causas de la Reforma. Un fenómeno tan complejo lia surgido de factores tan numerosos que solamente un análisis general, que abarcara centenares de años de historia, podría aproximarnos a una respuesta satisfactoria. El odio hacia el clero, ampliamente extendido, desempeñó su papel. A menudo se conjugó con la hostilidad hacia Roma y con un ferviente nacionalismo. La codicia, la envidia y los cálculos políticos deben ser también tenidos en cuenta, l’cro el mensaje de los reformadores respondió —esto hoy es indudable— a una intensa sed espiritual que la Iglesia oficial... fue incapaz de satisfacer... Los predi­ cadores de la Reforma no necesitaron de ningún apoyo político para atraer a sus partidarios, aunque este apoyo se bizo necesario paro consolidar los resultados alcan­ zados por el ataque inicial de los profelos. No debe olvidarse que en sus comienzos y en lo esencial, la Reformo fue un movimiento espiritual con un mensaje reli­ gioso» M . Vemos, pues, cómo la investigación historien actual se orienta decidi­ damente, en lo (pie concierne a la Reforma, hacia el estudio de las 196 doctrinas y de. sus relaciones con la mentalidad .de los hombres del siglo xvt.¡La causa principal de la Reforma habría sido, en resumen, ésta: en una época agitada, en la (pie el individualismo realizaba grandes progresos, los fieles habrían sentido la necesidad de una teología más sólida y más viva que la que les enseñaba — o no les enseñaba— un clero a menudo poco instruido y rutinario^ compuesto por capellanes famélicos c incapaces de reemplazar a los curas titulares, rpte tampoco poseían una formación mucho mejor. 197
  • 12. NOTAS A!. CA TITULO 1 L [567] Frn. Lncfi.s, La guerra de los campesinos. 2. (556) pág. XXI. 3. [239] Corr. Rarracau.o, Storia Univcrsale, VI, 1, págs. IX y X. 4. Ibídrm, pág. XI. 5. 1567] Fkd. Fncfls, /.a puerta de los campesinos. (). Vense bibliografía. 7. 157/1. H . Todos estos artículos están reunidos en [365] (‘.ludes sur la /{¿forme fran^aixe. 9. Ai.lililí, Rclnziorii drgli amhasc.ialori veneti, Florencia, 1(153, serie I, III, pá- gina 425. 10. (199) llisf. de... Thrrcsie..., págs. (145 y (171. 11. 1Íadskh concluía: «Fueron los sufrimientos materiales, fue el carácter cada ya más opresivo del .sistema de las corporaciones, fueron las veleidades de oposición política y social contra la oligarquía urbana las que lanzaron a las masas obreras en las vías nuevas (del Protestantismo). I.n revuelta de los po­ bres de. Lyón aparece así romo un hec.bo análogo a la ríe los campesinos «le Alemania» [3651 (('.ludes sur la Reforme, franqttisc..., pág. 1(12). 12. Ibíd., pág. (I I. 13. [3661 H. IlAtisr.it, Naissance du Protestantismo, pág. 72. 14. Ibíd., pág. 74. 15. Ibíd., pág. 5. 16. Ibíd., pág. 61. 17. «R. II.», CCXXVII, 1962, pág. 374. 1(1. Los trabajos «le K. nr Rnnvnt, The Medid llnn/c (Nueva York, 1943), y The Ri.se and Decline of the Medid llank (Cambridge, Mass., 1963); de Y. ID:- NO IJAH P, I.es hnm/nes d’affaires itulirns du Mayen Age (París, 1949) ; de A. Sacoih, l.e mareband italien au Mayen Ape (París, 1952); el descubri­ miento de los archivos Dntini «le Prato que ha estudiado muy especialmente F. Mki.is (Asprtti delta vita vr.ormmiea medieualc, I, Siena, 1962) convergen hacia la misma conclusión. 19. Véase a este respecto K. lu: Knnvrit, L% evolution tic la Ic.ltra de chango. [XIV*- XVIIP siecles), París, 1953. 20. Véase J. H kf.rs, Occidente en las siglos XIV y XV, Barcelona, 1967 (con bibliografía). 21. Insistiremos más adelante en el problema de la definición del capitalismo. 22. Véase C. M. Cippoi.a, La pretendue «revolution des prixt>, en «A. F. S. C.», 1955, págs. 513 ss. 23. [2691. 24. Va se ha hecho observar anteriormente -que se. impone una división entre ca­ pitalismo comercial y capitalismo industrial. Fste. último, basado en los bene­ ficios procurados por la pro«lucción en serie y la concentración obrera en la fábrica sólo se desarrolló lenta y tardíamente. No cambió la imagen del mundo basta la segunda mitad del siglo xvm. No obstante, cuando, en el siglo xvi, 198 se descubre aquí o allá alguna empresa a propósito «le In cual se puede hablar de capitalismo industrial, es en general en país católico donde está ubicada. Dejemos de lado a los Fugger, cuya red comercial c industrial existía ya en el momento en que estalló la Reforma, pero de los cuales hay que señalar inmediatamente que permanecieron siendo católicos, y tomemos un ejemplo menos conocido. Hacia 1560-1570, una gran explotación minera se encontraba —contrariamente a lo que uno pueda esperarse— cu los territorios del Papa, a 80 km. de Roma. Las minas «le alumbre de dolía ocupaban en efecto, hacia mediados «leí siglo xvi, cerca de (100 obreros concentrados en las mismas can­ teras y talleres, ocupados los unos en extraer el mineral de la roca, los otros cu confeccionar el producto exportable. Los arrendatarios de las minas — «mercaderes* florentinos o genoveses— no sólo producían el alumbre, sino que también lo vendían en loria Huropa, com­ prendidas las naciones protestantes. Así, era en c| corazón mismo del mundo católico que prosperaba esta empresa industrial capitalista extremadamente importante para la época. 25. [263| K. G. Lkonaiu), llistnirc... du Protestantismo, I, pág. 91. 26. [5651 II. BoilMF.n, Thornos Miintzer und tías jiingste Deutsehland ; [191] II. BniiMr.it y P. Kiiin, Thomas Miintzers llriefwcchsel; 1576| Annf-Maiiih Lommann, Z.ur geistigen Entuicklung Thomas Miintzers. 27. [5761. 211. [4/9] K. IIOl.l., Luther und dic Schwarmcr, en (icsammcltc Aufsdtze..., I, pá­ ginas 420-467. 29. (5971 I. pág. 204. 30. [36/1. 31. Fu el tomo XIX de la tll.ll.R .» (Ginebra, 1957), II. lionas critica la inter­ pretación dada por llauser «Ir la Revuelta de I.yón dr 1529. ||. Ilnurn h i* . niega a ver en la misma un «motín religioso». 32. 13/51. 33. [366). 34. En la «Rcvue de lliéologie* «1c Aix-cn-Provcncc, octubre de 1943, pág. 303. 35. In., Ibíd. 36. J. Senii.DAUF.il, Sozialc, politischc und rcliggib.se Auscinandcrsetzungcn in der llanscstadlcn SIraisund, Rastoclc und IVisrnar im ersten Drittcl des 16. Jahr- hunderls, Wcimar, 1959. 37. [546] W. H. HlTCllCOCK, The llackground of the Knights'Rcvoll. 38. Cita sacada de A. von Martin, Dic biirgcnlichkapitalisttische Dynamik der Neuzcit Se.it Renaissancc und Rcformation, en «II. Z.», CLXX1I (1950), pá­ ginas 40-41. 39. (5461 W. R. H itciicock, The llackground..., pág. 112. 40. R. H. Bainton, Interpretations of the Rcformation, en «A. II. R.», LXVI, oc­ tubre «le 1960. 41. Véase J. Drt.UMF.All, Vic. cconomique. et sacióle de Home dans (a seronda moitic du XV* siccle, II, París, 1959, págs. 756 ss. Impresión concordante de P. Paktnkk, The. «lludgcl» of the Román church in the Renaissancc Period, en Italien Renaissancc Studies, I/>ndres, 1960. 42. Véase C. Vkrlinden, Dokumenlcr voor de Ccschicdcnis van Prijzcn en I.oncn in Vlaandercn en Urabant, Brujas, 1959. 43. Véase «C. S. II.*, 1955, tomo III, págs. 305-541, Mouverncnts religicux populai- res et hcrésir.s au Mayen Age, y E. DurRÉ-TllKSKinER, Eresia a Ifologna nei tr.mpi di Dante, en «Studi G. Volpe», Florencia, 1958, 1, págs. 281-444. 44. 1/861 W. Ti., 3,J3478. 45. Epístola ad llotzhcrnium, 1523; Alien (/631, I, pág. 26. 46. [2731 L. Friivnr, Au corur religicux..., pág. 9. 199
  • 13. 47. /listoirr g¿aérate, tic Lavissk y Hamhai.I), IV, cap. XII, pág. 474. 48. 17/2] Véase Bossurr, llistoire des variations (les Epliscs protestantes, 1 / edi­ ción, París, 1688, lihro 1, 6. 49. Oettvrcs de Loáis A7P (edición I.ongnon, París, 1923); Mémoires hisloriqiics vt /nsfriictions, 1.* parle, libro I, uño 1661. . 50. Esto es el lema del De r/tristiana lu d e sia, cuyo manuscrito circuló por Italia hacia 1540-1541, pero que no obtuvo el imprimalur. 51. Cocui.ai.ws, De aclis rt scriptis Martini Lutheri, Colonia, 1558. 52. J. Mamiiain, Trois Reformateurs, Luther, Descartes, l(nnssvau, París, 1925. 53. Dasnaci., Distoirc de l'Eglise depaís Jesus-Christ jusqu'a present, 2 vols., Rotterdam, 1699, II, pág. 1470, citarlo en I274J, L. Fl’ .H V H K , Alt coeur reli- gieux..., pág. 10, n." 2. 54. Mmk. im ; Staki., Alemania. Editorial Kspasa-Calpe. Madrid. 55. 15581 1 * 5 Tnor.i.TSSii, Die. Redeatang... 56. I2951 J. Janssi.n, (irsfhichte des drat.schen VolLes... 57. I2541 llistoire moderar de l'Eglise, tomo Vil (1925). 58. (7/9 J K. Un.!., IVas Verstand Luther linter Religión? 59. «A.K.S. C», 1947, n." 2, págs. 244-246. 60. Véase [274| el artículo ya citado de L Fkhviu:, Une quesion mal posee: les origines de la Reforme fran^aisc (R. II., 1929). 61. Sobre lodo 12981 Die Reformativa iri Deutscldand. 62. (2751. 63. Octubre ríe 1943, principalmente págs. 304-307. 64. Jbíd., pág. 304. 65. [2251. 66. Conclusiones muy próximas son las de V. II. II. Creen, Rcnaissancc and Re­ formación, Londres, 1952, págs. 111-118. Hn los «manuales» de enseñanza superior que tratan del siglo xvt en general y no especialmente de la Reforma, quizás la parte relativa ni factor religioso pueda parecer insuficiente, y en cambio se. trnln ríe una época que estuvo verdaderamente') dominada por el drama ríe la fe. Pero habrá que recordar que un historiador como Gkiiiiamo Kittkh, autor de un panorama de conjunto del siglo xvt europeo, Dic Nati- gcstaliung Enropas ini XVI Jnhrhundcrl [2881, ha escrito también Dic IVcllwirfmng der Rcformation [2871 y Luther, Gestall und Tal [729J, obras que ponen fuertemente de relieve, los problemas religiosos del tiempo y in personalidad de Putero. Además, los cuadros sintéticos como los de IIakocd J. Ghimm, The Rcformation Era, 1500-1650 [277), y de Eiucit IlASSiNCr.it, Das IVerdcn des nciizcitlichcn Europa, 1300-1600 [222], sin descuidar las cuestiones económicas y políticas, muestran a plena luz., en el poderoso relieve que tuvieron entonces, los debutes lológieos. 200 Capítulo II El “ Caso Lulero ” A. Un personaje legendario Los libros sobre Lulero son inmmicrnbles. En 1906 ascendían ya a 2.000, sin contar artículos y folletos.JSin embargo, las investigaciones sobre Lulero no variaron de línea basta comienzos del siglo XX J. Durante más de tres siglos se tuvo olvidado a Lotero como personaje histórico L Sus contemporáneos, como Bugcnliagen, Joñas, Coclius, Sachs y Melanch- ton, ¡idealizaron la imagen del antiguo monje y extendieron la de un ángel armado por la providencia para derribar al anticristo de Roma.; Flor.io (■Vlncich), Mnthosius y el primer historiador de la Reforma, Sien dan, acabaron de transfigurar al héroe y de elevar un monumento al nuevo San Miguel. En 1566 Malbesius publicó su Historia del venerable en Dios, del sanio y querido doctor Lulero, su iniciación, su doctrina, su vida y su muerte. Esta obra popular alcanzó gran éxito. En este, mismo año Juan Aurifaber hizo aparecer las primeras Conversaciones de sobre­ mesa. En el prefacio calificaba a Lulero de «digno y muy glorioso Moisés de los alemanes». Arnsdorf escribía por su parle, que el reformador había sido «suscitado y dado n la nación alemana por obra de. una gracia extraordinaria». El pielismo se. interesó más por la espiritualidad de Lulero que. por su teología. Peto al obrar asi acabó por «canonizarle». Para las masas protestantes que se. referían a él, Lulero fue. basta comien­ zos del siglo XX «un semidiós», o, para decirlo con más propiedad, un santo de hermosas mejillas sonrosadas, cabello rizado, aspecto paternal y lenguaje benigno»5. Sin embargo, a pailir del siglo xvm aún se reconocieron ni reformador nuevos méritos, que aminoraban a veces su acción estrictamente religiosa. Federico 11, pese a tratarlo, de «pobre diablo», le reconocía haber establecido una religión sometida al Estado y haber sacudido el yugo de los sacerdotes. Ilerder y Fichtc vieron en Lulero un campeón del nacionalismo alemán, y en la Reforma «el 201
  • 14. último hecho de repercusiones mundiales del pueblo alemán». Este punto de. vista nacionalista encontró defensores en la época del pangerma- nisino de Guillermo II y de Ililler. Se exaltó al «superhombre» (pie un día exclamó: «Nadie me desafiará, mientras viva, si Dios quiere» '. Por su parte, Lessing, Ilegal y Novalis — y en Francia, Michelct— saludaron en la rebelión del hermano Martin el triunfo de la libertad de conciencia, linnke fue el primero que se. eslor/ó en encontrar el fallero histórico. I’e.ro, sobre todo, insistió en la considerable contribución que el reformador había hecho al desarrollo de la cultura alemana. Con motivo del jubileo de 1888 — Putero nació probablemente en 1983— fueron dedicados numerosos trabajos al padre, de la Reforma. Se reeditó la concienzuda bibliografía de. Kostlin r’ y se publicaron las de Kolde “, Hade ' y Kuhn s, esta última en francés. Fn la misma fecha se comenzó la nueva edición, llamada de Weiinar, de las obras de Fulero. Las obras de los historiadores protestantes aparecidas hacia 188.5 se proponían responder a la Geschir/ile des Deulschen Volites de Junasen. Éste bahía mostrado a la Iglesia de fines de la Fdad Media luchando contra las fuerzas de disgregación interna y encaminándose contra viento y marea hacia la gran Reforma del Concilio dcTrento. Fl protestantismo, según Janssen, acrecentó las dificultades de la Iglesia, retardando y estor­ bando la obra de saneamiento. Por el contrario, los historiadores protes­ tantes objetaban, que la decadencia del mundo cristiano era tan profunda que no hubiera podido regenerarse sin la ruda medicina del doctor Lulero. Fu las biografías anteriores a 1900 se mencionan poco la infancia y la juventud de Lotero, y por lo general sólo se dice (pie sus primeros años transcurrieron llenos de tristeza junto a sus padres, pobres y severos. Diversos incidentes violentos (la muerte de un amigo, la peste, la tempes­ tad en el camino) condujeron a refugiarse en el convento a un ser especial­ mente sensible, aunque por sus grandes cualidades hubiera podido aspi­ rar a una brillante carrera profana. Fue un religioso ejemplar, y se mortificó excesivamente sin encontrar la paz. de su alma; el agustino era demasiado delicado, y dudaba de su salvación. Futre 1510 y 1T )11 realizó el viaje a Roma, y el hermano Martín quedó anonadado. La ciudad santa era una sentina de vicios. ¿Cómo iba a regenerarse la cristiandad si Roma y el Papa empezaban dando aquel ejemplo? Lulero no lo creía : posible. Sin embargo, como hijo sumiso de una Iglesia de la que costaba renegar, guardó silencio durante siete años todavía. Fl escándalo de las ‘indulgencias hizo rebasar el vaso ya colmado de su indignación. Al mis­ ino tiempo, descubrió la misericordia de Dios. Hasta entonces su «justicia» le atemorizaba. Había llegado incluso a odiar a aquel «Dios justo y azote de pecadores», porque se sentía incapaz de ser santo ante la mirada del soberano Juez. Luego, de repente, comprendió (pie la 202 justicia de Dios no castiga, sino que, por lo contrario, salva y justifica a los que en Él creen. Tenía que transmitir al mundo cristiano, un gran mensaje, el mensaje de Jesús y de San Pablo, que la Iglesia habla ocultado tras el derecho canónico, la confesión, las investiduras y las indulgencias, que son medios diabólicos para someter a los fieles. Guando Roma y el Imperio pidieron al reformador (pie se retractara (1520- l.r>2l), se. negó a ello. Su conciencia se lo impedía. Hasta fines (leí sudo xix «Unios los trabajos protestantes habían presentado un hombre maduro, el luchador que se lanza al ataque conlra los abusos y elabora initcrnimpidamcnte en asombrosos escritos, llenos de firmeza y coherencia, el pro­ grama de la Reforma, de lo que se constituirá en jefe, ¿Cómo se bahía formado esc carácter? ¿Cómo habió llegado a esas convicciones? Nadie sabia aún responder a tales preguntas, porque los contemporáneos de l ulero no habían tenido tiempo para considerarlas, y las generaciones posteriores no podían hacerlo por falta de medios» '. La biografía de Kuhn, (pie tiene más de 1.500 páginas, sólo dedi­ caba 29 a los años anteriores al ingreso de Lulero en el convento, en 1505, y sólo 67 ni período (pie va desde 1505 a 1513. ¿Qué bases bahía para explicar la evolución íntima de Lulero anterior a 1517? Esencialmente, sobre la «rápida mirada» que el reformador había echado, en 1545, a los comienzos de su carrera y que figuraba encabezando uno de los volúmenes de la primera edición de sus Obras Se utilizaba también la Vida de. Lulero escrita por Melanchton 11 y algunos testimonios de sus contemporáneos. Se buscaba también «una fuente abundante, pero confusa, en los úsehreden, las famosas Conversaciones de sobremesa 15. D e scu b rim ien to del verdadero Lulero * v- jLa revolución (pie cambió radicalmente los estudios sobre Lulero se. produjo al conceder mayor importancia al proceso de su formación} Fn efecto, en 1899 un profesor de Estrasburgo, Fir.ker, descubrió en ía biblioteca vaticana la copia 1 1 de un manuscrito del curso que Lulero profesó, en 1515-1516, sobre la /'.¡listóla a los Romanos, en la Univer­ sidad de Wiltcnberg. Más tarde, Fickcr volvió a encontrar en Berlín este mismo manuscrito, que difiere del de Roma porque contiene, ni margen o entre líneas, explicaciones complementarias del texto bíblico. La publicación del curso de 1515-1516 no se efectuó basta 1908 ", en que un subarchivero del Vaticano, el dominico Denifle, hizo aparecer en Maguncia el primer tomo de su célebre Lulher un Lulhcrlum ’5. Esta obra se agotó en un mes y escandalizó incluso a los católicos alemanes que se habían ido acostumbrando a la tolerancia hacia los protestantes. Denifle, fundándose sobre todo en la copia del curso de 1515-1516 conservada en el Vaticano, trató de esclarecer la vida y evolución moral 203
  • 15. y espiritual tic Lulero en el convento. Dcnifle era un gran erudito y conocía admirablemente la teología y la mística medieval, lo que le proporcionaba una gran ventaja sobre muchos otros luterólogos. Había estudiado la destrucción de iglesias, monasterios y hospitales de Francia durante la guerra de los Cien Años. Sus investigaciones le mostraron la profunda indiferencia moral que reinaba en la Iglesia al final de ln Edad Media. Lulero era un producto de esta decadencia. En el convento bahía sido un monje orgulloso y sensual. Había inventado su doctrina para levantar una pantalla y una excusa a sus debilidades. «Hundiendo sus manos cu un arsenal demasiado Hien provisto, Deniflc escribió sobre Lutcro y ln poligamia, Hulero y la bebida, Lulero y ln escatologín, la mentira y los vicios, una serie tic párrafos inspirados por tina santa y reconfortante ira» Además, Lulero bahía mentido. Su autobiografía de 1545, sus Conversaciones de sobremesa, todas las afirmaciones posteriores a 1530 sobre los años del convento no eran otra cosa que errores, invenciones y «novela». No se desconocía ln Biblia en los conventos. Mas todavía: siendo novicio, al entrar en los agustinos de Erfurt, Lulero recibió de su prior tmn Biblia encuadernada en cuero rojo. Los ayunos y mortifi­ caciones no tenían nada de extraordinario en los conventos de la Orden, y Lulero dramatizó n poslcriori el cuadro de su vida monacal. Se le había mostrado el Dios de la justicia y el castigo, el Contable siempre insatisfecho de nuestras buenas obras. Deniflc. hacia observar que lodos los doctores de la Iglesia, todos los escritores religiosos, desde San Agus­ tín a Lefévre d’Élnplcs, habían entendido siempre por «justicia divina» aquella que perdona y justifica gratuitamente. Lutcro no podía ignorar esto, pero quiso ocultar los motivos profundos de su buida de ln Iglesia. Como era orgulloso, se empeñó primero en conseguir ln salvación a fuerza de buenas obras, pretensión absurda; pero como también era sensual y débil de voluntad, pronto so derrumbó y no tardó en ampa­ rarse tras una doctrina (pie parcela garantizar la salvación ni tiempo (pie permitía enltegarse al vicio. A decir verdad, esta doctrina no era original, ya que la habían extraído de la escolástica decadente de Guillermo de Occnm. En nuestros dias no queda en pie prácticamente nada de las tesis de Deniflc. No bahía sabido entender la «concupiscencia» de que hablaba Lutcro y sobre la que el dominico montó todo su sistema de acusaciones. No luí sido posible encontrar la menor prueba de un desfallecimiento moral durante el tiempo en que Lulero fue. monje. Una vez casado, no 'parece haber sido nunca infiel a Catalina de Bora. Es cierto que la regla de los agustinos no era más dura qtie cualquier otra, pero era muy severa. Por otra parle, Lutcro era minucioso en el cumplimiento de su deber. Ln cuanto al descubrimiento tardío de la Biblia por parte del futuro reformador, no era una mentira, sino lina leyenda bngiográficu 204 posterior a su muerte. Además, como- decía Deniflc, es cierto que San Agustín, San Bernardo y muchos otros entendieron la «justicia divina» como una justicia de perdón y de consuelo. Pero no puede pros- ciñdirse. del clima deprimente del final de la Edad Media. Ln todas parles — en vidrieras, en frescos, en esculturas, en libros— - aparecía, sobre el arco iris del juicio final, el Dios exacto y temible que recom­ pensa y castiga. Por último, Lulero lia sufrido ciertamente la influencia de Occnm, a través de Gabriel Bie.l, pero abandonando el voluntarismo y el optimismo relativo del teólogo franciscano, lo que supone mucho más que una diferencia de matiz. Desde un principio se comprendió que Deniflc había ido demasiado lejos y que, a pesar de su erudición, bahía hecho gran cantidad de afirmaciones aventuradas. Pero la virulencia del ataque y la calidad del atacante tuvieron consecuencias positivas. Los estudios sobre el refor­ mador se reanudaron sobre bases nuevas y permitieron, después de este, brutal despertar, emprender la «rcinlcrpretación» 17 de Lulero, que está mi marcha en la actualidad. Los historiadores católicos se vieron obli­ gados a tener en cuenta las nuevas puntunlizaciones que corrigicron las afirmaciones de Deniflc. El jesuita (irisar inició en tono mesurado la vida del reformador ,s y tuvo que admitir cpic «en los documentos de que se dispone no encontramos textos o hechos que prueban aquella extra­ ordinaria depravación moral» El abad J. Paquier, traductor al francés de Deniflc, trató de poner en orden el trabajo del dominico austríaco y de atenuar ciertas violencias1 ’0. El abad L. Cristiani, que dio a conocer en Francia el libro de Deniíle manifestó pronto el deseo de estudiar a Entero con una simpatía «metódica» - ’2. Sin embargo, Clisar, Paquier y Cristiani acababan juzgando ni reformador de una manera desfavorable -,J. Unas veces se esforzaban por demostrar que Lulero había acabado por no lomarse en serio sus obligaciones de monje y sacerdote, y otras insis­ tían en el desequilibrio nervioso que padecía. Ln .suma, se negaban a reco­ nocer en Lulero un teólogo digno de. este nombre. Por parte católica, tal :vez baya sido Imbarl de La Tour el primero (pie 11izo justicia a Lulero en este aspecto 2I. Todavía más categórica fue la posición de Kiell en 1917, en ln revista católica Hocltland 25. Para Kiell, Lulero alcanzo tal éxito cutre la clase selecta de Alemania porque su mensaje tenia real­ mente un gran alcance moral y religioso. Ya más recientemente los historiadores católicos lian emprendido un gian esfuerzo para com­ prender a Lulero. J. Lorlz bu hecho suyas las palabras de Cl. M. Ilof- baucr: «Ln Reforma se produjo porque los alemanes tenían y tienen necesidad de ser piadosos». Tratando de no luicer de ninguna m. ñera algo parecido a un «proceso» de Lutcro, J. Lortz hn reconocido: «No se puede dudar de que en cl claustro (Lutcro) luchó por ln salvación de su alma con una austeridad inflexible» 2n. Y ha añadido: 20.",
  • 16. «Lulero fue uii personaje eminentemente religioso. I.os años decisivos de su aparición en el escenario de la historia son extraordinariamente ricos de vida religiosa, cualesquiera que hayan sido sus errores dogmáticos. Se preocupó realmente por la gloria de Dios y fue sincero en sus esfuerzos de reformador, pero, desgracia­ damente, en el transcurso del tiempo se vio precipitado en el torbellino de. una política corrompida por el egoísmo» También en Francia, uno de. los apóstoles del eenmenismo contem­ poráneo, el padre Congar, no lia dudado, en su obra Vrale el fnusse re­ forme dans rfiglise, en reconocer la, grandeza espiritual de Lulero 28. Ya en 1937, el padre Congar escribió: «Lulero se bailaba obsesionado por el deseo de encontrar la paz del corazón, un contacto vivo, cálido y consolador con su Dios» 2I). C. La tesis psicoanalista sobre Lulero 1. Exposición di: la tesis Dcnifle facilitó también la «reinterpretación» de Lulero abriendo paso a los estudios que los psicoanalistas no dejaron de dedicar al padre de la Reforma. L1 dominico del Vaticano había insistido tanto en la secreta lujuria de Lulero, que los partidarios de la teoría freudiana de la libido y la represión no podían dejar de interesarse por una historia tan interesante. Señalemos además cpic los historiadores católicos, pese a haber abandonado la tesis de la corrupción moral de Lulero, han seguido insistiendo en los trastornos nerviosos y psíquicos del reformador. Grisar, tratando de disminuir la responsabilidad del «hercsiarca», Rabia de su «carácter anormal», de su «temperamento morboso», de los «sínto­ mas morales que acompañaron sus comienzos» 1u. L. Raquicr escribió por su parte que «Lulero es un caso patológico muy complejo», y lo describió as í: «Ya desde su juventud experimentó angustia y opresión en la región cardiaca. De ahí provienen, al mepos en parte, aquellos terrores que Melnnchlon señala como nota característica de su vida íntima (Corpus rcf., t. VI, col. 15M). De ahí su natu­ raleza intranquila, la constante inquietud (pie le impulsaba a la ludia y a lo desco­ nocido. Rápidamente también, su nerviosismo fue en aumento, y esto agravó los desórdenes de su corazón. Kntonr.es se presentaron los vértigos y los zumbidos de oídos, que tan importante papel lian desempeñado en su vida, los desfallecimientos (pie, especialmente a partir de 1522, le hacían caer al suelo sin conocimiento, y los trastornos súbitos de la visión, (pie en Coburgo, en 1530, «le impedían leer una *ola linea y soportar la luz» (Knders, l)r. Al. Lulhcrs Hricfwcchscl, t. VIII, pág. 162). Entonces sólo tenia- cuarenta y siete años, pero desde este momento ya no cesará de hablar de su vejez y de la pesada carga de su vida. Es evidente también que se bailaba parcialmente^ intoxicado por el alcohol y el ácido úrico, (pie el ejercicio corporal hubiera podido eliminar, pero (pie una vida excesivamente intelectual y sedentaria los mantenía en su organismo. También era presa (Je violentos impulsos: cuando niega la libertad está describiendo su propia experiencia personal. De ahi, 206 al menos en parte, sus contradicciones de uii año n otro, de una página a la siguiente: iba adonde la m area le llevaba» J‘. J. Lortz pone también en duda la salud psíquica de Lulero, de quien dice que era «... ante lodo un temperamento violento, en el que una lenta y casi inconsciente preparación se resolvía repentinamente en una cristalización interior. Además, su psicología se halla dominada por completo por el subjetivismo más extremo». Según Lortz, el hermano Martin habría padecido en el claustro «agotamiento intelectual» y «una inclinación hereditaria a la melan­ colía» 3-. La tesis psicoanalista ha ido mucho más lejos en el estudio del «caso Lulero». Pero conviene señalar ¡pie la principal obra de psicoa­ nálisis sobre Lotero ha sido escrita por Paul Kciler 31, católico danés. En 1913, Pr. Smilh expuso claramente el punto de vista de los discípulos de I'rcud sobre la cuestión 3‘. Vamos a resumir brevemente nqui los resultados del análisis [mediano aplicado al reformador. Lulero tenía por parte de su ¡¡adre una herencia alcohólica que influyó sobre su equilibrio nervioso y que explicaría su excesiva irritabilidad, sus violencias de lenguaje y de estilo y su «apaciguadora rudeza». Fue tam­ bién gran bebedor, y su segundo lujo, llamado Martín, fue anormal. Tuvo una infancia desgraciada. Sus padres eran demasiado severos y le pegaban. Sin embargo, inconscientemente, acumuló rencor contra su padre y no contra su madre. Por el contrario, en su amor hacia esta encontró un rival en su padre (complejo de Edipo). Una de las historias que Lulero repetía al final de su vida trataba de un incesto entre una madre y un hijo. El reformador sintió siempre un temor extraordinario al demonio, lo que < 1¡o lugar ocasionalmente a obsesiones. Este temor habría sido originado por dos tipos de causas: su educación infantil (había sido educado en temor de los demonios y de las brujas) ysu subs- conscientc sexual. El diablo era la proyección de la imagen de su padre, el rival de su infancia. También parece que en cierta ocasión Lulero había declarado•que entró en el convento para escapar de la disciplina de la casa paterna. No obstante, aquel joven particularmente emotivo habría sido impulsado a elegir la vida monástica a consecuencia de una serie de-dramáticos acontecimientos, especialmente la peste, que se declaró en Erfurt en la primavera de 1505, y la tormenta eir la que estuvo a punto de perecer. I.útero entró en religión, aterrorizado y temiendo por su salvación, sólo quince dias después de este último acontecimiento. En el convento; Lute.ro no llegó a la teoría de la justificación por la fe gracias a lógicas dcducioncs bíblicas, sino sencillamente por el desarrollo de su vida subjetiva y por sus experiencias íntimas. De estas 207
  • 17. últimas, la más importante fue la «concupiscencia» invencible cpie sentía dentro de sí mismo, contra la rpie ludió heroicamente. En su curso sobre la Epístola a los Romanos (1515-1516) trata de la voluntaria el solitaria pollutio «con suficientes detalles como para despertar sospe­ chas» ” . Sea por lo que fuere, de estos combates conservó el horror y el odio al celibato eclesiástico. «Es más fácil — dijo en una o c a s ió n - soportar las cadenas de la prisión que las cadenas del deseo. A quien no haya sido dada la castidad, no la obtendrá con el ayuno y las vigilias» sn. Al considerar Lulero el deseo, como pecado, como una prueba de perversión, el joven monje temió más (pie nunca la cólera del Supremo Juez, hasta que un día descubrió la «misericordia». Pero la anterior inquietud había llegado a provocar en él verdaderas crisis nerviosas. Un día, cuando estaba en el coro de los agustinos de Erfurt, y se leía el evangelio del endemoniado ( Marcos, IX, 16-28), cayó a tierra y se revolcó por ella gritando: «¡Yo no lo estoy, yo no lo estoy!». El pánico que experimentó en el momento de levantar la hostia en su primera misa es un fenómeno muy semejante al precedente. Lulero, pese a haber descubierto la consoladora doctrina de la justificación por la fe, siguió sufriendo durante toda su vida accesos de angustia. jAsí, herencia alcohólica, amor anormal por su madre, educación en un clima de temor, tendencia a la melancolía, obsesiones sexuales -—«su­ blimadas» en una poderosa actividad intelectual-^, son los elementos (pie explican, según el piscoanálisis, cómo y por qué Lulero llegó a rechazar el valor de salvación de las buenas obras. Paul Reilcr no tiene ningún inconveniente en hacer de Lulero un «maníaco depresivo», y, partiendo de este diagnóstico, interpreta su teología. Por el contrarío, Erik II. Erikson S T trata, pese a enumerar las diversas «crisis» que atra­ vesó Lulero, de volver a dar importancia al factor teológico en la formación psicológica del reformador. En este aspecto, su obra es mucho más objetiva que la de. Reitcr. Sin embargo, E. II. Erikson se aventura a veces imprudentemente en el campo teológico. No le ocurrirá lo mismo a R. Dalbiez, que'tprepara actualmente mi ensayo que titulará Ijnngoissc de Eulhcr, ya que. es un gran conocedor de la teología medieval. El autor u desarrollará en dicha obra *ln idea de (pie Lulero, que era Itipcr- Bcnsihlc y cuya emotividad fue marcada por el brutal autoritarismo del que estuvo impregnada i»u educación infantil, fuu llevado por la nevera moral do loa iiguallnoH a crisis de angustia de culpabilidad que bordeaban los estadios psicóticos propiamente dichos. Para detener un proceso que se encaminaba hacia la locura o el suicidio, Lulero, por un verdadero golpe de Estado interior, creó la doctrina de ln justificación por la fe, prescindiendo de las obras; es decir, se persuadió a sí mismo de que el hombre era justificado n condición de que creyera que Dios le justificaba. Tal creencia, que se le impuso como el único medio de sobrevivir, no se sitúa en el plano de la libertad moral, sino dentro del determinismo biológico*. 208 2. Ciútica d e l'diacnóstico di- : i.os psicoanalistas {Los trabajos de psiconnnálisis relativos a Lnlr.ro han suscitado y sus­ citarán numerosas críticas, en la medida en (pie se apoyan en liccbos poco o insuficientemente probados} Asi, so pregunta cad a‘.vez con mayor inteiés si la educación (pie el futuro reformador recibió en su familia y en la escuela de Mansfcld fue tan severa como se. lia dicho ,u. ¿Ene en verdad Lulero mucho más desgraciado que la mayoría de los niños de su tiempo? l’or otra parte, el episodio de la caída en el coro, al que P. Rciter y E. II. Erikson tanta importancia lian dado, proviene de un relato de Cocblaeus, enemigo de Lulero, cuyos Comrnenlaria de aclis el scriplis M. Luthcri (1549) son un tejido de calumnias <0. ¿Ruede el histo­ riador fundarse en un hecho exclusivamente referido por Cocblaeus? Por último, si Lulero, hubiese sido el obseso sexual que pintan Deniflc y ciertos psicoanalistas, ¿por qué tardó tanto en casarse? Su matrimonio se. celebró ocho años después de la cuestión de bis indulgencias y cuatro después de la redacción del De votis monaslicis, donde atacaba vigorosa­ mente el celibato eclesiástico. Rohmd II. Bainton ha hecho recientemente 41 una serie de observa­ ciones acertadas sobre los fallos de los estudios psicoanalíticos dedicados a Lulero: «Se está en lo cierto cunado se dice —declntn en resumen el autor— - <|uc todo lo que alumbra el présenle deberin también poder esclarecer el pasado. I’cro se tropieza con grandes dificultades cuando se intenta psicounalizar el pasado. Kn el caso de Lulero, descubrimos muchas cosas, y durante treinta años de su vida sabemos lo que hizo veinte días por ines. Pero lo que saltemos no es lo (pie nos interesaría saber pnru nuestros fines. De hecho, los psiquiatras se apoyan en tres o cuatro indicaciones que sobre su infancia hizo Lulero cuando ya era mayor, indicaciones que además nos lian sido transmitidas de segunda mano, especialmente en los Tischreilen. Pero osla fuente dehe ser aceptada con muchos reparos. I'.l error de los psicoanalistas consiste en pretender, sohrc la seda liase de unos materiales dis­ persos y muchas veces sospechosos, reconstituir las alteraciones de toda la vida del reformador y especialmente el período más oscuro de su vida (antes de 1517).» [El método seguirlo por los psicoanalistas no es aceptado por los hisloriadoresJfhircce indiscutible que Lulero llegó a descubrir la doctrina rlc la justificación por la fu porque ésta calmaba su angustia personal! Esto no es negado por nadie, y L. Fcbvre en particular ha insistido mucho en el dril tita interior de Lulero. ¿Por qué dar a eslu inquietud una dimensión biológica? El historiador no puede admitir semejante limitación de las perspectivas.[El error más grave de los psicoanalistas consiste en separar al reformador de su época, en nislar un caso indi­ vidual, por muy interesante que pueda ser. Si la doctrina de Witlcnberg alcanzó tal éxito, evidentemente fue, porque no sólo respondía n las aspiraciones de Lulero, sino también a las de gran número de fieles] 209 14. Dri.um p.au; I.a Reforma.
  • 18. Con osla jic.r.sj icc.l iva, no os a Lulero propiainenli- a quien liay que jisicoaualizar, sino a su é|)oca. Este ardimiento lia sillo furmulailo en un reciente articulo, que por otra jiarle cita elogiosamente los trabajos que los psicoanalistas han dedicado al reformador 1 1: «l.ns Incluís (¡MUI loros) de I.ulero Íuoioii las lie su liempri... Ks ineonceliilile que l.iiyii 110iti,lo iiti iinnir mi er o Inu |irofuinlo enlle Ias lilioois ile no linlier expíe- su,Io los se111iIM ¡enIos suliyiteenles e iino useienIes (le un prnn nillliern (le personas, y si no liuliiern apnruulo una soluelón neeptalile u los prulileinns iiliniosns rpie las ¡iiqiiicliilinii.» I,a mayoría do los «historiadores» rechazan en la práctica las conclu­ siones riel psicoanálisis en el caso citado. 1!. II. Hainlon, de quien liemos mencionado algunas opiniones, creo que las alteraciones psicológicas que. sufrió Lulero tenían un ungen est riela monte relip.ioso y que se expli­ can por las «tensiones provocadas por una religión medieval que alter­ naba el miedo con la esperanza» 1* . Daniel-Hops, por su parte, rechaza con vigor y pertinencia el diagnóstico de los psiconalistas u . Do esta forma, nuevos matices vienen a perfilar diariamente el retrato del refor­ mador. Si Daniel-Kops, recociendo el punto de vista de liossuet, lince de. Lotero un «espíritu luoiferino», reconoce (pie también fue «un comba- tiente de las grandes luchas espirituales» y le. compara, en este, aspecto, con San Hablo y San Agustín. .]. Lorlz habla de la «gran humildad» de I.,otero y reconoce la grandeza del personaje, su «plenitud torrencial». Los tiempos del ecumenismo llegarán cuando los católicos consideren a Lotero, y los protestantes a Ignacio de Loyola, como grandes cristianos al servicio de la Iglesia, pero cuya obra comporta aspectos negativos. En cualquier caso, los historiadores protestantes no niegan ciertos aspectos débiles de la personalidad de Lulero: su excesiva rudeza — ha sido llamado el «Kahc.lnis de Alemania»—, sus violencias poco cristianas a veces, aunque se dirigieran al Lapa, y los aspectos desconcertantes de su actitud en la guerra de los campesinos. D. Teología y piedad luteranas 1. Lijtkho, licado a i . a Edad M kdia La «reinterpretación» de. Lulero ha obligado a subrayar una parte de la. vida del reformador (pie, hasta Denifle, había sido omitida, es decir, los años anteriores a 1517. 1.a obra ahora clásica que ha reempla­ zado a la biografía de. Kostlin °, el Martín I.ulero de Olto Schccl 40 dedica cerca de Í1Q0 páginas en dos volúmenes a la infancia del futuro monje y su vida en el claustro hasta 1512. A su vez, numerosos historia­ dores han elaborado trabajos sobre el joven Entero, especialmente 210 II. Bochmcr H. II. Life. IH , (L l’feiffer 1 1 1 y C. Hnpp :,l‘. En Francia es conocida la importancia de la obra de E. Ecbvrc, Un destín, Martin IMiliar, (pie prácticamente se detiene en 1525, y de los dos grandes libros de 11. Strohl, La evolución religiosa de Lulero hasta 1515 y El desarrollo del ficnsamicnlo religioso de lunero hasta 1520 r,L Estos trabajos, y en general la mayor joule de los que desde hace elocuenla años se le lian dedicado, conceden ) continúan eoncediendu gran esjoieiu a la teo­ logía Ilo> en (lia todos, comprendidos los católicos, coinciden en (pie Lotero fue un gran teólogo una inteligencia poderosa, aunque no baya cxjmesto sus doctrinas con la claridad y el rigor lógico de Calvino o Santo Tomás. Precisamente jior no haber sabido juzgar con equidad este aspecto, la obra de Denifle lia periclitado por completo. Hura responder al dominico austríaco, los historiadores protestantes no regatearon esfuerzos para esclarecer la teología de Lotero, situarla en su contexto histórico v descubrir sus relaciones con el pensamiento medieval y su originalidad profunda. Se lia investigado a fondo la enseñanza escolástica de su tiempo v las lecturas de Lulero en la Univer­ sidad y en el convento, v el clima intelectual de Krflirt y Witlcnbcrg. Se lia investigado sobre el occamismo, puesto que Dcnillc bahía visto en Lulero una adajitador juren oiigin.il del franciscano inglés. Se ha vuelto a conceder toda su iinjiorlaneia a la mística alemana de fines de la Edad Media. I un extensa literatura — de carácter teológico esjiecial- lucillo-- prueba, jrurs, el «renacimiento» ' 1 de Entero en nuestros tiempos. Obras como las de H. II. Kninton, //ere / Stand: A Lije o¡ Martin Luther''1 , y de II. Ilornknmm, l.ullicrs gcisligc lUell r,r', son característi­ cas de esa «reactuali/.ación» de Entero como teólogo y como jiensador. Trocllsch halan subrayado el nspccto medieval de las concepciones religiosas e intelectuales del reformador. Esta manera de ver las cosas lia sido matizada v profundizada jror los historiadores posteriores. A. V. Muller''L O. Scheel, II. Strohl, E. Kebvre, J. Lorlz, E. Seeherg iI, P. Joachimsen ", J. V. Koojimnns 5'J, E. Iserloh han señalado cómo Entero estuvo imbuido por las doctrinas de. Occnm, (pie recibió a través de. Gabriel Hiel. Pero no se han limitado a determinar la influencia del nominalismo en la formación del hrírmnno Martin, sino que han tratado de determinar en qué medida la corriente agustiniana que bahía atra­ vesado toda la Edad Media junio influir en el fututro reformador. Sobre esta cuestión, la contribución de A. V. Muller, antiguo dominico que combatió las tesis de Denifle, fue particularmente interesante. Para Muller no hay necesidad de referir la teología de Entero a sus experiert- cias personales. Por el contrario, había que entroncarla con la tradición agustiniana que jiervivió en algunos conventos, [.ulero conoció dos teólogos del siglo XII de. esta tendencia, Hugo de. San Víctor y Pedro Lombardo, v de los siglos XI al XIII a otros tres escritores, que. jior 211
  • 19. varias razones se relacionan con la escuela ngnsliniana: San Anselmo, San Bernardo y Guillermo de París. Se sabe que en 1509-1510 contenió las .sentencias de Pedro Lombardo. Se familiarizó tpmbicn con las obras de los agustinos más recientes, eomo Siim’m l'idati (primera mitad del siglo xtv), Gregorio de Rímini, agustino italiano (muerto eit 1358), Gerardo de Zutplicn (1367-1398), Gerson (1368-1429), Agustín Favaroni (muerto Inicia 1443-1445), (pie fue general de los agustinos, el teólogo flamenco Juan Driedo (1480-1535) y Scripando (1493:1563), general de los agustinos también, (pie representó a su Orden en el Concilio de Trento. Driedo y Scripando combatieron la reforma luterana. Sin embargo, Seri- pando sostuvo enérgicamente en Tremo «teorías próximas n las de Lulero, especialmente sobre la doble justicia»01, por lo que Felipe 11 trató de impedir su ascenso a cardenal. Muller llegaba a la conclusión .de que Lulero balda sido el restaurador de una teología medieval agustiniana y paulina, y no el creador de una nueva concepción religiosa adaptada a sus necesidades personales. La mayoría de. los historiadores, sin dejar de buscar los lazos que unen a Lulero con el pasado, no han aceptado las conclusiones cate­ góricas de Muller. Sin embargo, no lian dejado de insistir en la influen­ cia que habían ejercido en el futuro reformador, al lado de las doctrinas de Occatn y el aguslinismo, Taulcr y la Theologia Dcutsch “2* * * * . Lulero declaró en 1510 haber descubierto en el primero «una teología más sólida y más sana que en todos los doctores escolásticos de todas la uni­ versidades» ° A propósito de la segunda, de la (pie publicó sucesiva­ mente dos ediciones, declaró que «no liabía encontrado ni en latín ni en lengua alemana una teología más sana y más conforme al Evangelio» °*. 2. N oVKDAD t)EI. MENSAJE DE LlITEIlO Esta diversidad de influencias que contribuyeron a la formación de Lulero no desmienten la originalidad de éste. Su potencia creadora ha sido vigorosamente puesta de manifiesto por K. Ilo! 1 en su Gcsainmcllc A u f s i i t z c Para K. Iloll, Lulero aportó a sus contemporáneos una doctrina verdaderamente revolucionaria; estableció nuevas relaciones entre el hombre y Dios e insistió de manera inédita en la paradójica naturaleza de una Divinidad a un tiempo oculta y revelada. La teología luterana dio además origen a una forma de piedad desconocida en la época anterior. La maldad del universo, el terror del pecador ante la cólera divina, la total impotencia del hombre ante las exigencias divinas, se transformaban en fuente de alegría y consuelo. Siguiendo a K. Iloll, diversos historiadores, como A. Nygren 00 W. von Locwcnich °7, E. llirsch08 y 11. Iliigglund " han señalado especialmente la novedad del mensaje de Lulero y la importancia de su ruptura con el occamismo, 212 i I ’l verdadera prisión moral e intelectual de la que consiguió evadirse. El * egocentrismo de finales de la Edad Media fue sustituido por el tcoccn- | trisino; el evangelio volvía a hacerse comprensible y vivo. 'K. Iloll ba contribuido, pues, poderosamente a la renovación de los ( estudios luteranos, l’ero se le luí reprochado de haber puesto en la obra . de Entero, mediante una serie de cortes sistemáticos, una arquitectura y un orden lógico extraños a ella, y de haber separado al reformador de las corrientes espirituales c intelectuales de su tiempo. En nuestos dias se ha llegado a una síntesis más equilibrada entre las tesis (pie ligaban a Lulero al ¡lasado y las que, por lo contrario, subrayan la novedad de su doctrina70. En particular II. Strolil 71 ha comprendido muy bien las semejanzas y divergencias entre Lulero y San Pablo y entre Lulero y San Agustín. El reformador fue «más pesimista» (pie San Pablo y «creyó estar más de acuerdo con San Agustín de lo que realmente, lo estaba». A conclusiones semejantes llega el católico J. Paquicr 72, J. Lortz y L. Fcbvrc. En suma, Lulero partió de San Pablo y de San Agus­ tín, pero los superó, llegando a ser así un verdadero innovador en el plano teológico. Esta grandeza teológica de Lulero fue subrayada, después de K. Molí, por K. Bartli, que pidió a los grandes reformadores del siglo xvt la respuesta, gracias a un mensaje siempre actual, a las angustias de nuestro tiempo. Remontándose desde el lulcranismo basta la doctrina original del «padre de la Reforma», Bartli lia insistido, más que K. Iloll, en la negación del libre albedrío, el Dios oculto, la predestinación y la teología de. la cruz ” . También ba contribuido mucho al rcdescubri- mienlo del verdadero Lulero. Éste aparece a partir de entonces, y sobre lodo desde la terminación de la Segunda Guerra M undial71, mucho menos como un héroe de la historia alemana (pie como un personaje, de irradiación mundial, y ello a causa de su teología y de su concepción de la piedad. El alto lugar que ocupa Lulero en las inquietudes de los creyentes y de los historiadores de nuestro tiempo está de sobra demos­ trado por la gran cantidad de discusiones (¡ue en la actualidad prosiguen sobre cierto número de problemas que no liaremos aquí más que men­ cionar: ¿En qué fecha descubrió Lulero, en la torre del convento de Willc.nberg, la «misericordia del Dios del amor, en 1508, en 1513, o en 1518? ¿En qué medida, junto con la justificación por la fe, dio cabida a la santificación? ¿Qué relaciones establecía entre los «dos reinos», el espiritual y el temporal? ¿Cuál era su concepción de la Iglesia y en qué la fue cambiando? ¿Qué papel atribuía exactamente a los sacramentos? Todas estas preguntas son otras pruebas de la actualidad de Lulero.7 7 '. Pero, ¿cómo debe ser interpretada esta «restauración luterana»? Un eminente especialista católico de problemas protestantes, el padre J.-V.-M. Pollel, ha hecho a este respecto consideraciones muy nuevas7": 213
  • 20. «La preocupación |nirnmniic histórica (<|u•* se ha moniíesiado) n pmln n siglo xix, ¿no es señal evidente de que se ha dcjndo de vivir —aunque sen inron*- eicntemcnte— hajo la influencia de Lulero y de (pie se hn comenzado ft tomai conciencia ele la distancia que nos separa de él? Es un problema semejante a la concepción (pie se hizo en la Kdnd Media y en el Renacimiento de la Antigüedad clásica. Según señala K. Gilson, no se empezó a esludiur con paciencia y minucio­ sidad la Antigüedad hasta «pie se dejó de vivir en ella. Del mismo modo, la restau­ ración luterana del presente seria el sic.no de que se ha cerrado una época en la que, a pesar de todos los defectos que la crítica actual haya podido encontrarle, la influencia de Lulero era aún muy directa y so intentaba hacerlo sensible hajo las diversas formas que sugería la ideología del presente.» 214 * NOTAS AL CAPÍTULO II 1. Excelentes enfoques históricos sobre la bibliografía de Lulero en [7/6), L. Fr:n- vhf., Un destin: Martin Luther, en «C. I.», y en [7.751, 11. Stiuuii., Luther jusqu'cn 1520, introducción. Véase también V. Pauck, The llistoriagraphy of ihc Cernían Refarmatinn during thc Rast Twenty Years, en «Ch. II.*, IX, 1940, págs. 305-340; J. V.-M. 1’ou.KT, Interpretaban de Luther dans TAlle- magno. conlanporainc, cu «R. S. R.», 1953, págs. 147-161; K. W. Zffdfn, Zcitaltcr der europnischcn Clmihcnskrimpfc, Ce.genrefarmatian and katolische Reforma- lian, c.in Forschunghcricht, en Sacailum, Vil, 1956, págs. 321 -3611; J. Diu.Frt- UFltr.Flt, Majar volamos and Scle.cled Feriadir.al Literalare, in Luther Studiel, 1950 1955, en, «Ch. II». XXV, 1956, pág*. 160 177; 17.791 Luthersforschung líente; R. 11. RainTON, Interpretntions t>f (he Refnrmalina, en «A. II. R », I.XVl, octubre de 1960; 11. J. Oiiimm, Luther Resean h since 102(1, en «J. M. II.*, XXXII, junio de 1960. 2. Véase Í'I0, K . V. Zffdfn, Martin Luther and /lie Reformatian im llrtcil des de.utschen Lathertams; 11. Rounkamm, Luther im Spicgel der deutschcn Ccitc- gesc.hirhtc, Heidolberg, 1955. 3. | 7/6 | L. I *km vhf. Un destín.,., pág. 19. 4. Gita en [7//I|, II- Ciusai», Martin Luther..., pág. 373. 5. I722J J. Kostfi. n, Martin Luther. 6. 1/2/1 Til. Kot.DF, Martin Luther... 7. M. Raiu;, Dnktnr Martin Luthcrs Lehrn Tutea and Meinungen, 3 vols., Neusnlzft, um.3. II. 172.7| F. Kuii. n, Luther, su vie. et san neuvrc. 9. 17.75J II. Stiuuii., Luther, just/iTen 1520, póg. 3. 10. 11110] W.. 54, págs. 179 ss. 11. I/59J Corpus Rcjormutornm, Melanchtnnis Opera, VI, págs. 155-170. 12. |7/6| L. Ffiiviif, Un destin..., pág. 11. 13. Provenía de Meidelhcrg y fue llevada o Roma durante. Ia Guerra de los Treinta Años. 14. 17 /7 1 J. FiCKFIc, Luthcrs Rorlesung iiher den Knmcrhricf. F3 curso de 1515- 1516 está reproducido en [IHO] W., 56. 15. |7/.7| II. Dfnifi.F, Luther and Luthertum... 16. |7/6| L, Ffiivhf, Un destin..., pág. 19. 17. Este es el significativo titulo de la obra |7///| de E. M. C/MU.snN, The Reinler- prclntian af Luther. IB. [ tlH] II. Guisan, Luther... 19. |7//l | lh¡d., I. pág. B6. 20. Í7/.7J J. PAqtllFH, Luther el le Luthcranisme. 21. L. CítlsriANl, Luther et le Luthcranisme, 2 vols., París, 190B1909. 22. L. Cmistiani, l)u Luthcranisme na Rrotestanfisme, París, 1911. 215