Descartes utiliza el ejemplo de la cera para mostrar que aunque los sentidos nos pueden engañar sobre las propiedades aparentes de un objeto, la esencia del objeto permanece. De la misma manera, aunque el cuerpo de Descartes pudiera cambiar, su mente y conciencia de sí mismo permanecerían. Esto refuerza su conclusión fundamental de que "yo pienso, luego yo existo".