1. La censistas de los ojos grises
Por Javier Arriagada.
Cerca de 600 mil voluntarios del Censo 2017 visitaron los hogares de todo el país con un solo
propósito: saber cuántos chilenos somos. Cada censista tenía un mundo diferente, una historia
y un vida oculta tras su credencial de voluntario, tal y como la tenía aquella misteriosa mujer.
El cielo gris, las calles vacías y el olor a humedad en el aire, creaban el ambiente perfecto
para quedarse en casa a la espera de la encuesta del 19 de abril.
Tocó el timbre del domicilio ubicado en el centro de Tomé y en voz baja señaló: “Vengo a
censar”. Sus cabellos naranjos se escapaban por la capucha del abrigo verde que cubría su
cabeza. Aunque ya había dejado de llover, todavía conservaba algunas gotas en su ropa y en
el portacredencial de plástico que colgaba de su cuello. Lentamente, la joven entró a la casa
cargando una mochila abultada y una bolsa transparente donde se dejaba ver un sobre de
papel y varios documentos.
Limpió sus bototos negros llenos de barro en el limpiapies de la puerta y saludó al dueño de
casa de forma muy fría. “Buenas tardes”, dijo la misteriosa muchacha sin mayor expresión en
su rostro, mientras se quitaba la capucha de la cabeza. El cabello largo de color naranjo, un
aro en el labio inferior y una extensión en su oreja, adornaban la cara de la chica que nunca
reveló su nombre.
Sin hacer ruido caminó lentamente hacia la mesa ubicada en el centro del living de la casa.
Movió la silla del comedor cuidadosamente y se sentó para acomodar sus papeles y comenzar
con la entrevista. Dejó su mochila negra llena de parches a un costado de su silla y empezó.
Anotó algunos números en la parte superior de la hoja y sin levantar la mirada, leyó las
preguntas del cuestionario como si se encontrara sola en la habitación. Nombre, edad,
ocupación y estudios, fueron algunos de los datos que la joven escribió con su lápiz de mina
en letra imprenta mayúscula. Sus uñas pintadas de color negro y un pequeño tatuaje de cruz
en su dedo anular, se movían con rapidez mientras registraba en el papel. De vez en cuando
acomodaba su cabello por detrás de su oreja, dejando ver la extensión de madera que tenía en
su oreja izquierda.
2. Habló lo justo y necesario, y muy pocas veces levantó la cabeza para mirar a su entrevistado,
como si escondiera una gran tristeza en su interior. “¿Un café?”, le ofreció el dueño de casa, a
lo que ella respondió inmediatamente con un “No, gracias”. Como era un solo habitante en la
vivienda, la joven finalizó muy rápido su trabajo, pero siempre mostrando la tranquilidad que
la representó desde el principio. Ordenadamente tomó las hojas de la mesa y las volvió a
guardar cuidadosamente en el sobre de papel. “Estamos listos”, señaló con su peculiar tono
de voz, mientras sacaba del sobre una lámina llena de stickers circulares.
Posteriormente agradeció la visita y salió por la puerta principal sin decir ni una sola palabra.
El dueño de casa la vio pegar la insignia de “Vivienda censada” en la ventana, mientras se
reflejaba el cielo gris en sus ojos pintados de negro. La joven agachó la mirada y volvió a
cubrir su cabeza con la capucha. Tras realizar esta acción, se perdió a lo lejos de la fría tarde
de aquel miércoles como una fantasma que deambula en la soledad.