1. EL ESCRITOR
Por: stargirl23 – Laura Daniela Cortés.
Era miércoles. Su primer día sin ir a trabajar después de ser despedido por su jefe, luego de que
varios problemas ocurrieran. Sonó el despertador a las 7:30 am, se despertó maldiciendo
mentalmente, realmente no quería levantarse.
Se levantó de su cama y abrió las cortinas de su habitación. El brillo enceguecedor del sol cubrió
todo el lugar, permitiéndole obtener una de las mejores vistas de la ciudad. Vivía en el piso 14 de
un gran edificio en el centro de la ciudad, no era el mejor sitio para vivir y menos en esas épocas
de violencia, donde ningún lugar era seguro, sin embargo, su apartamento era bastante acogedor.
Aunque no acostumbraba a tomar café, se acercó a la cocina para prepararse aquella bebida
caliente, pues el frío que hacía esa mañana no se comparaba al de los días anteriores.
Se dirigió al sofá con la taza en su mano derecha, se sentó y empezó a pensar en muchas cosas,
recordando sus épocas de escritor años atrás. Fijó su mirada en la vieja maquina de escribir que
tenía al frente suyo, su mirada se convirtió en una mirada melancólica, para luego desviarla y ver a
lo lejos un trolebús que se alejaba, ese mismo que cogía para ir al trabajo. Maldijo de nuevo, esta
vez, a su jefe.
Eran pasadas las 8 de la mañana cuando tomó una rápida ducha y se arregló. Ya sabía el plan para
ese día: escribir, escribir y escribir. Unas gotas que cayeron de su cabello mojado empaparon unas
pocas hojas que tenía en su mano, igual, las introdujo en la máquina de escribir y se sentó.
Suspiró fuertemente.
Los dos amantes se encontraban escondidos, listos para abandonar
sus respectivas casas. Esa noche escaparían para jamás volver.
Ambos eran de familias ricas, y se puede decir que no se llevaban
muy bien.
Eran las 10 de la noche y en la casa de la muchacha ya todos
dormían. Cogió una pequeña maleta, se la echó al hombro, dejó una
nota para sus padres en la mesa y salió. El joven por su parte,
escapó por la ventana, quejándose después de una dolorosa caída en
un colchón de ramas.
Ambos se encontrarían en la calle principal, y de ahí partirían a
su destino: una vieja casa de las afueras de la ciudad.
El escritor paró por un segundo y se fijó en la hora: 11:00 am.
La casa estaba bastante deteriorada por dentro y por fuera, no
obstante, prendieron algunas velas debido a la escasez de
electricidad.
2. Subieron al segundo piso, pero las habitaciones estaban vacías,
así que optaron por ir al desván. Había un pequeño y viejo sofá
allí. Empezaron a quitarse sus prendas de vestir y el resto ya se
lo podrán imaginar.
Escucharon un ruido.
Se apresuraron a vestirse y a coger sus pertenencias, rápidamente
encontraron unas estrechas escaleras que daban hacía un pequeño
cuarto completamente oscuro y aguardaron allí.
El estómago le crujía, no había desayunado y ya era hora de almorzar. Paró por unos minutos su
escritura, fue a la cocina y escuchó varios ruidos que provenían de la calle, sin embargo, los ignoró.
Las horas transcurrían y el escritor continuaba relatando su historia, se adentraba cada vez más en
ella. Cerró las cortinas y prendió la luz, continuó.
Por el sonido de las voces que se escuchaban en el primer piso,
parecía como si fueran unos bandidos los que habían entrado a la
casa, haciendo otra de sus fechorías. Los amantes no tenían
escapatoria, tendrían que esperar a que los maleantes se fueran o
de otro modo los encontrarían en aquella situación y probablemente
le irían con el chisme a todo el mundo…
O tal vez no.
Hubo un momento de silencio y luego se escuchó un ruido difícil de
descifrar, era como si hubieran tirado algo al suelo. Finalmente
se escuchaban las voces alejadas, habían huido.
Era aproximadamente la 1 de la mañana, cuando empezaron a sentir
un calor sofocante, proveniente de los primeros pisos. No podían
bajar puesto que la puerta estaba estancada. Recurrieron a los
gritos, pero era claro que nadie los iba a escuchar.
Estaba cansado. Terminó ese capítulo y se fue a dormir. Eran las 3 am.
Al día siguiente, encontraron los restos de los cuerpos calcinados
de ambos jóvenes. Habían atendido la emergencia a eso de las 4 de
la mañana, cuando ya el fuego había avanzado casi completamente.
Las investigaciones comenzarían ese mismo día, o tal vez después.
Sin embargo, ambas familias estaban destrozadas. Ya no había nada
que hacer.
Estaban muertos.
3. Se había levantado muy temprano en la mañana, para continuar su relato. Esa noche, por alguna
razón no pudo dormir bien, de pronto pudo haber sido por todos los ruidos que se hundían en las
profundidades de las oscuras calles.
Maldijo. Se le habían acabado las hojas, sólo pudo recitar unos cuantos párrafos más y ya.
Pasaba el tiempo y no habían resultados. Las familias estaban
desesperadas por saber algo, pero nada.
Nada.
La madre de la joven fallecida se sentaba todos los días a la
espera de una llamada por parte de la policía local. Recordó que
guardaba siempre en su bolso la nota que su hija le dejó antes de
ir. Abrió el arrugado papel viejo.
“Cuando estés esperando por una llamada telefónica, siéntate
cómodamente, porque esta nunca llegará… Los amo”.
Alguien tocó la puerta.
El escritor se paró y abrió rápidamente. No es que mucha gente fuera a visitarlo. Era su vecina, una
anciana de unos 75 años.
–Buenos días mijo –dijo ella.
–Buenas –expresó con un tono cálido.
–Perdón la molestia, es que quería saber si usted se encontraba bien –dijo su vecina sentándose
en el sofá.
–Sí, bueno, ¿por qué no lo estaría? –preguntó.
–Por los recientes hechos, hijo, ¿en qué mundo andas? ¿no has escuchado la radio ni has visto la
televisión? –espetó la anciana subiendo su tono de voz, cualquiera diría que estaba regañando a
su vecino.
–No realmente… he… he estado algo ocupado –dijo rascándose la nuca dirigiendo su mirada a la
máquina de escribir.
–No sabía que escribías, y menos cuando deberías estar trabajando –musitó confundida.
–Ah no, yo… me echaron –dijo.
–Lo siento –hizo una pausa –Creo que deberías ver esto…
La anciana lo tomó del brazo y lo llevó hasta su apartamento. Abrió un cajón y encontró un
periódico, se lo mostró.
El escritor no podía creer lo que estaba viendo, era la foto Alfonso Reyes Echandía, su jefe, en
primera plana. Había muerto.
Maldijo, por última vez.