Este documento narra la historia de Stanislav, un androide que intenta votar en las elecciones pero se le niega el derecho debido a que los robots no pueden votar según la ley. A pesar de que Stanislav argumenta que él es un individuo con capacidad de decisión, la urna electoral se mantiene firme en que sólo los humanos pueden votar. Frustrado por no poder participar en el proceso democrático, Stanislav planea mejorar el software de las urnas para que evalúen la idoneidad del votante independientemente de su n

1. DÍA DE ELECCIONES
Día de elecciones. El androide que se hace llamar Stanislav se prepara para tal gran
ocasión. Es un cyborg inventor-constructor de última generación, con circuitos
integrados potenciadores de autonomía individual que devienen en una máquina
eminentemente creativa, sin menoscabo de la capacidad computacional propia de todos
los de su especie. Acude a primera hora al colegio electoral más cercano, y en la
primera urna ofrece su voto.
El robot-urna sella la ranura de forma automática en cuanto detecta la naturaleza
electrónica del votante.
- Los robots no pueden votar. El suyo no es un voto válido - la urna parlante está
programada para tratar de usted sin importar el momento, lugar o individuo, como
merece la formalidad de una votación nacional.
- No lo entiendo - afirma desconcertado Stanilav -. ¿Cómo se ha sabido que yo era un
robot? Si voy vestido con traje-gabardina.
- Se olvidó usted los zapatos. Le ha delatado la escandalera producida por el impacto de
sus pies metálicos contra el suelo.
- Ya veo... - también en él había sido programado un somero déficit de atención hacia
detalles irrelevantes para facilitarle el ensimismamiento necesario para sus procesos
creativos -. En cualquier caso sigo no entendiéndolo. Ayer comentaron por la holovisión
que el sufragio era universal, y yo soy un individuo de este universo.
Un silencio breve parece señalar que la cyber-urna vacila. Sin embargo termina
argumentando:
- Según la Ley Orgánica que regula el derecho al ejercicio del voto y otros derechos
cívicos constitucionales, 9/3021 publicado en el boletín virtualógico nº 45*10^300, los
robots están excluidos de la definición de individuo con derecho a voto. Por lo tanto su
voto no es válido. Por favor, haga sitio para dejar votar a este señor.
Un hombre en evidente estado de embriaguez, que a todas luces acude de empalmada
tras una larga noche de juerga, blande una papeleta sucia y arrugada. Empuja a un lado a
Stanislav y deja caer el voto en la ranura que la urna ahora ha dejado disponible. Se
marcha dibujando las mismas eses con los pies con las que llegó allí.
- Estimado congénere - a Stanislav le gusta leer novela clásica -, tu propia naturaleza
binaria sé que hará que comprendas que nadie mejor que un robot es capaz de decidir
con atino y criterio cuál es la mejor alternativa para gobernar un país. He estado
integrando las distintas propuestas de todos los partidos, manejándolas como variables,
al mismo tiempo que los rasgos contextuales de nuestra sociedad en la actualidad. Esto,
más el toque de intuición que viene de serie en mi modelo, me capacitan para decir que
en mis manos se encuentra el voto más adecuado y preciso de cuantos lleguen a tu
honorable y, por cierto, lustrosa urna.

2. Mientras nuestro robot exponía su argumento, una mujer, que al mismo tiempo que
madre de un niño de cuatro años era también ciudadana aburrida de la vacuidad de la
política estatal, se había camuflado tras las cortinillas que posibilitaban la
confidencialidad del voto. Allí le había ofrecido al niño la primera papeleta que había
tomado de un cajetín cualquiera para que este garabateara cuatro rallajos encima.
- ¿Te he dicho ya cuánto deslumbra tu urna? - seguía diciendo Stanislav, cuando la
madre se pone a su lado. La urna se abre y la mujer deposita la caricatura infantil que es
en realidad su voto.
- No insista usted. Es un robot y su voto no es válido.
Stanislav sabe que no tiene nada que hacer; nada ablandará la aleación de metal ultra-
compacto del que está construido su interlocutor. Lo sabe bien porque él mismo elaboró
los planos para su construcción.
Abandona el colegio electoral pensando en que debe introducir un chip de mejora en ese
modelo urnoide para que valore la idoneidad cognitiva del votante, independientemente
de lo que la ley estipule acerca de su derecho al sufragio, de tal modo que no se pierdan
aquellos votos que procedan de una fuente realmente informada, crítica y preparada
para la tarea. Evidentemente tendría que hacerlo sin el conocimiento de la empresa
constructora del modelo, pero no importaba porque su atrevimiento constituiría un
incremento positivo en el bienestar de la humanidad.
En la puerta del colegio unos jóvenes sentados en el suelo andan liándose cigarrillos
mientras un perro atestado de pulgas les olisquea aquí y allá. "¡No les votes!", le grita
uno de ellos.
- No, si yo no he votado.
- ¡Bien hecho, muchacho!
Al fin y al cabo, su voto tampoco iba a cambiar mucho el resultado, se dice a sí mismo.
Tras sopesar cuál debería ser el mejor método de análisis de las variables para dilucidar
qué partido supondría el voto más sabio, y estudiar la organización de la jerarquía
política, los sistemas de gobierno, los deseos colectivos nacionales, las tendencias
sociológicas a nivel mundial y en general, qué quiere la gente para ser feliz... tras ese
árduo análisis, el día anterior había visto claro que sólo había un método infalible para
decidir a quien dar su voto.
Había puesto a su mascota, un tecnofelino que había bautizado como Clapaucio en
honor al mítico robot novelesco de Lem, sobre el teclado de su computadora portátil. Al
principio éste se había mantenido quieto ronroneando, le gustaba el calor que se
desprendía. Pero cuando su dueño había abierto un bote dejando escapar varias moscas
que se había entretenido en cazar previamente, el gato se había dedicado un buen rato a
saltar excitado, a dar zarpazos y a asestar golpes con su cola de hierro por todas partes.
O en definitiva, a apretar aleatoriamente todas las teclas numéricas de las que se
componía el teclado del ordenador. Y de aquella pelea contra las moscas, de la que
Clapaucio por supuesto había salido victorioso, había surgido también la mejor elección
de voto posible. Desde un cómputo azaroso.

3. Las sociedades emergían por sí mismas fruto de complejas dinámicas que poco tenían
que ver con el voto, en realidad, o eso había concluido Stanislav. Las elecciones eran un
simple rito para infundir sensación de control directo sobre el devenir de los hechos.
Pero aún así, le habría hecho gracia votar.