Reinaldo era el líder respetado de la vereda La Esmeralda. Un día, unos hombres armados llegaron a su finca con intención de saquearla y abusar de las mujeres. Reinaldo y sus hijos defendieron valientemente su hogar, resultando en una sangrienta batalla que dejó a Reinaldo, dos de sus hijos y siete obreros muertos, así como a 20 atacantes. Aunque Carlos resultó herido, pudo matar al último agresor. Este hecho marcó el fin de la violencia en el pueblo
1. EL GAMONAL
Aquel hombre era el líder de La Esmeralda, “el Gamonal”, le decían por cariño. Un varón
apuesto, de contextura fuerte, gran estatura, cabello ondulado y risos dorados que
contrastaban con sus ojos grandes y azules. Su mirada era penetrante, hablaba con voz
fuerte y grave, parecía estar dando órdenes a todo momento, pero su caballerosidad y
generosidad eran su principal característica, todos en la vereda lo querían y lo
respetaban; nadie se atrevía a entrar a su finca sin su autorización y cuando llegaba algún
extraño, los vecinos acudían rápidamente a avisarle.
Vivió a comienzos del siglo pasado, cuando la violencia por la guerra entre los partidos,
azotó los campos y las ciudades. Se casó con María, una mujer muy bonita, tuvo siete
hijos, cuatro varones y tres mujeres. Rebeca, bonita como su madre, les había dado dos
nietos, Teresa, tímida pero hermosa, tenía dos lindas niñas, David y Carlos quienes le
ayudaban en la finca, Ismael tenía diecinueve años, pero era más alto que su padre,
Rosita acababa de cumplir los quince y su dulzura era sin igual, Manuel el menor, tenía
trece años, su voz empezaba cambiar y cada vez se parecía más a la de su padre. Por
tradición este era un hogar patriarcal y todos sus miembros vivían en la finca.
Con la lucha bipartidista, se había desatado una persecución contra los campesinos del
municipio de Piedra Verde por el hecho de ser conservadores. Unos hombres de las
fuerzas liberales recorrían la jurisdicción, saqueaban, mataban animales, violaban a
mujeres y niñas; tenían amedrentados a los habitantes y a Reinaldo colmada su
paciencia. Cuando escuchaba noticias de voces que corrían, que en la finca La Pradera
habían asesinado, en Bellavista habían violado, en La Vega habían saqueado y muchos
disparates más, comentaba con sus vecinos: -El día que esos infelices lleguen a mi finca
sabrán quién es Reinaldo, no permitiré sus abusos así tenga que morir, por sobre mi
2. cadáver entrarán a mi casa. Esas palabras hacían estremecer a todos, los comentarios
corrían y los vecinos permanecían en alerta por si algo pasaba.
Un día, la armonía de su hogar y la paz de la vereda “La Esmerada”, se vieron opacadas
por un hecho que todavía recuerdan sus hijos y nietos que aún viven. Una tarde se
presentó Elías, el vecino más cercano jadeante en la finca, el sudor le caía por cada pelo
y su rostro tenía la palidez de un cadáver, en segundos todos lo rodearon para indagar
por el motivo de su angustia, él no podía pronunciar palabra, temblaba asustado. Reinaldo
lo hizo salir de su shock: -¡basta ya! ¿Piensas quedarte callado y matarnos de la
angustia? reaccionó inmediatamente y tartamudeando dijo: -vie… vie… vienen, -¡vienen
quienes carajo habla ya! -¡Los chusmeros! y pa… parece que vienen directo acá.
Reinaldo sin pensarlo ordenó que alistaran las armas, dos rifles, una escopeta de fisto, el
revólver de un obrero y diez machetes, palas, garlanchas hachas y azadones se
convirtieron en armamento. Todos se parapetaron en lugares estratégicos, escondieron a
los niños debajo de las camas y en los armarios cubiertos con ropa, Reinaldo sacó su
revólver, era diestro con él, en el ejército había recibido mención al mejor tirador. Previno
a sus hijos para que cada uno tomara su arma, pues desde los doce años la tenían y
sabían su manejo.
Aquello fue una carnicería, oscureciendo, aparecieron veinte hombres armados, -según
se estableció al día siguiente-, unos ingresaron por la entrada principal, otros saltaron la
cerca trasera y se metieron por el rancho de las gallinas, los demás franquearon una
puerta que daba al cuarto de los niños y otros se arrastraron por un zanjón hasta el
campamento de los obreros. Reinaldo y sus dos hijos mayores, recibieron a los que
llegaron por el frente, cuando el Gamonal vio la primera sombra disparó, sólo se oyó un
quejido y un cuerpo que cayó; los otros, con furia se lanzaron contra David y Carlos,
disparando a diestra y siniestra, hirieron a Carlos en una pierna y David cayó muerto.
3. Reinaldo les descargó las balas que le quedaban dejándolos tirados en medio de un
charco de sangre, corrió a auxiliar a su hijo, lo arrastró hacia la escalera que daba al
balcón y le dijo, quédate quieto y dame tu arma, recargó en un santiamén. Los que habían
entrado por atrás ya habían hecho mucho daño, dos lograron penetrar al cuarto de las
mujeres y las redujeron a la impotencia, Reinaldo oyó los quejidos, se acercó
sigilosamente y cuando logró entrar encontró a un hombre abusando de Rosita, su furia
creció y le disparó en dos ocasiones, con tan mala suerte que las balas traspasaron los
dos cuerpos y también mató a su hija, el otro que forcejeaba con Teresa, trató de
reaccionar, pero una bala de Reinaldo le voló la tapa de los sesos, a estas alturas aquello
ya parecía un infierno, afuera habían cadáveres por todos lados, unos eran obreros de
Reinaldo, otros maleantes, a los que la cabeza les colgaba del cuello, a otros les habían
cercenado los brazos a hachazos. Reinaldo estaba fuera de sí por la muerte de su hijo y
de su hija Rosita. Por un momento reinó el silencio, todo era tensión y miedo, entonces
salió al patio y gritó iracundo: ¡bandoleros hijos de puta, vengan cobardes, enfréntense
con un hombre! ¿Dónde están? Un bandido que se había escondido detrás de la
pesebrera, lo tenía en la mira y le dio un tiro certero que hizo que su humanidad de
desplomara pesadamente, sólo se oyó un grito aterrador que exhaló de su potente voz
¡me muero!
En adelante reinó un silencio absoluto, el bandido que le disparó a Reinaldo salió huyendo
pero al pasar frente al balcón se encontró de frente con un puñal en su pecho y cayó sin
siquiera quejarse, Carlos logró incorporarse y lo despachó al otro mundo.
Serían las siete de la noche, una espesa tiniebla cubrió el lugar, los heridos se quejaban,
los muertos descansaban en paz y eran de ambos bandos, las mujeres y los niños no se
movían de sus escondites, fue una noche larga y cruel, los vivos no pegaron el ojo y los
vecinos no se atrevieron a acercarse.
4. Con la primera luz del día comenzó el movimiento sigiloso, a las seis de la mañana la
finca estaba llena de vecinos y curiosos, contaron entre los muertos a Reinaldo, David,
Rosita y siete obreros los otros eran veinte desconocidos, nunca se supo si eran más.
Carlos y tres obreros tenían heridas de bala, pero se recuperaron en el centro de salud,
ese día la enfermera no daba abasto con tanto trabajo, el Cura hizo una ceremonia
especial para Reinaldo, sus hijos u sus obreros; luego un sepelio colectivo para los
bandidos, pues nadie se acercó a reclamarlos.
Años después, esta historia parecía una película de ciencia ficción y la gente se resistía a
creerla, pero a partir de aquel día la paz reinó en el pueblo y no se supo de más
discordias porque luego se firmó un pacto llamado el Frente Nacional para restablecer la
paz y la concordia entre los colombianos. A Reinaldo y su familia aún se les recuerda con
respeto y admiración.
Julio César Acosta González
Escuela Normal Superior de Gachetá