El autor recuerda cómo de niño desarrolló amor por la lectura al observar cómo esta actividad transformaba positivamente el estado de ánimo de su padre. Argumenta que la lectura, al igual que soñar, permite a uno escapar de la realidad y abrirse a un mundo luminoso. Además, cree que la lectura no debe ser una obligación sino una necesidad esencial como comer o beber, y que tiene la capacidad de transformar a las personas para bien al disipar sus dolores.