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1
Ganarás el pan
con el sudor de tu frente
Sociedad salarial y culto al trabajo a
mediados del siglo XX en Medellín
Juan José Cañas Restrepo
Ensayos laborales/ocho
2
Primera edición: diciembre 2003
© Escuela Nacional Sindical, 2003
Apartado Aéreo 12175, Medellín, Colombia
Editor: Juan Carlos Celis Ospina
Carátula: Benjamín de la Calle,
“Pastor Botero Palacio, San Pablo”, 1915
Fondos Patrimoniales
Biblioteca Pública Piloto, Medellín.
ISBN: 958-8207-31-2
Diseño e impresión: Pregón Ltda.
Para esta publicación la ENS contó con el apoyo de FNV Holanda.
Impreso en papel de fibra de caña de azúcar.
Se puede reproducir total o parcialmente por
cualquier medio, previo permiso de los editores
3
CONTENIDO
PRESENTACIÓN......................................................... 4
INTRODUCCIÓN ........................................................ 9
1. EL CULTO AL TRABAJO
El lugar y el significado del trabajo obrero
en el contexto del mito paisa.................................. 14
2. LA AMPLIACIÓN DEL SALARIO ...................... 42
3. ¿LOS CUIDA USTED O LOS CUIDO YO?
De la medicina patronal a la social ...................... 103
4. CON LA AREPA DEBAJO DEL BRAZO
Subsidio familiar y cajas de compensación ......... 118
5. TENER CASA NO ES RIQUEZA...
PERO NO TENERLA ES MUCHA POBREZA
Casa propia para los obreros
de la gran industria .............................................. 128
6. LA EDUCACIÓN OBRERA ............................... 164
7. OTROS VALORES SIMBÓLICOS
DEL TRABAJO................................................... 193
BIBLIOGRAFÍA ...................................................... 202
4
PRESENTACIÓN
En la medida en que la historia es una reconstrucción
de hechos pasados que se hace desde el presente, su edi-
ficación está atravesada por los intereses que más le pe-
san. Las crisis actuales, sus nuevos órdenes sociales, eco-
nómicos, políticos y culturales, no solo determinan el fu-
turo, sino que se vuelven la medida de lo histórico y exi-
gen una reordenación de hechos ya contados. Es así como
la historia dinamiza la comprensión de realidades que se
encuentran inmersas en la inercia del presente.
La falta de reflexión historiográfica sobre algunos te-
mas, entre estos el del trabajo, contribuye a la prolonga-
ción en el presente de un espejismo de estabilidad y a la
profundización del abismo que existe entre las realidades
presentes y la comprensión de los fenómenos que dan
significado a nuestras sociedades.
La historiografía sobre el trabajo y los trabajadores
tuvo su época de oro cuando académicos y actores se
abanderaron de estos temas en las décadas de los setenta
y ochenta. Fueron sus representantes: Miguel Urrutia con
la Historia del sindicalismo en Colombia, Edgar Caicedo
5
con Historia de las luchas sindicales en Colombia, Igna-
cio Torres Giraldo con Los inconformes, Víctor Manuel
Moncayo y Fernando Rojas con Luchas obreras y políti-
ca laboral en Colombia, Charles Berquist con La histo-
ria laboral latinoamericana desde una perspectiva com-
parativa, estudio comparativo entre Argentina, Chile, Ve-
nezuela y Colombia y Daniel Pecault con Política y Sin-
dicalismo en Colombia. Estos autores estuvieron influen-
ciados por el referente de estabilidad determinado por la
sociedad centrada en el trabajo asalariado, y durante mu-
chos años sobredimensionaron los fenómenos que el tra-
bajo y los trabajadores generaron en nuestras localida-
des, y, además abogaron por un orden existente en el que
el trabajo estructuraba el orden social. Sólo hasta 1993 se
inicia un acercamiento a la historia de los trabajadores
desde otra perspectiva historiográfica, que tuvieron cla-
ros referentes de dos historiadores ingleses: E.P. Thomp-
son y Eric Hobsbawm; se destaca en esta línea Mauricio
Archila con su estudio Cultura e identidad obrera.
Los nuevos estudios del trabajo, que realizan su trán-
sito entre la cultura obrera y las culturas del trabajo exi-
gen de la historia abordar la pregunta sobre el trabajo y
sus actores desde la transformación del concepto de tra-
bajo; y deben tener presente que existe un fuerte rema-
nente de los referentes de estabilidad generado en esa
sociedad salarial. Se hace indispensable, entonces poner
en su lugar lo que significó la sociedad salarial en nues-
tras localidades, buscando provocar esa nueva dinámica
que requiere la historiografía del trabajo, que sería, 7en
últimas, el mejor aporte a la comprensión de nuestro pro-
pio presente.
La sociedad salarial se caracterizó por separar a quie-
nes trabajaban regularmente de los inactivos, así como
6
por racionalizar los procesos productivos en cuanto al uso
del tiempo y la fijación a un puesto de trabajo. De la mis-
ma forma hizo de los obreros los usuarios más importan-
tes de la producción en masa. Esta sociedad, a través del
salario posibilitó el acceso al consumo, a la propiedad
social y a los servicios públicos y aseguró recursos como
las cesantías, los servicios de salud, la jubilación, la hi-
giene, la vivienda y la educación; pero ante todo inscri-
bió un derecho que reconocía al trabajador como miem-
bro de un colectivo, con una capacidad de negociación
que iba más allá del contrato individual de trabajo.
La Escuela Nacional Sindical presenta este esfuerzo
académico de Juan José Cañas, que contribuye al avance
de la investigación histórica sobre el tema. En este texto
se encuentran los elementos centrales de la constitución
de la sociedad salarial en el Valle de Aburrá, desde la
óptica de particularidades regionales como las creencias,
las ideologías y los mitos sobre la “antioqueñidad”. Ve-
mos además cómo estas jugaron su papel en la conforma-
ción del trabajo como ordenador social.
Describe también, como factor de la conformación de
la sociedad salarial, la ampliación del salario a través de
las prestaciones sociales: primas, bonificaciones, vaca-
ciones, descansos, así como otros beneficios: restauran-
tes, transporte y vestido; el tránsito de una medicina patro-
nal a una medicina social; el acceso al subsidio familiar y
a las cajas de compensación, a la vivienda y a la educa-
ción obrera.
Juan José Cañas rescata esa forma de hacer historia
que combina las fuentes bibliográficas con los testimo-
nios de quienes vivieron los momentos citados en ellas.
Esto le permite al lector adentrarse en la historia del pro-
pio sujeto, en el que seguramente se representa no solo su
7
pasado, sino también el de un familiar o un amigo. Por-
que el trabajo y los elementos constitutivos de esa socie-
dad salarial siguen ocupando en nosotros un lugar que
nos dinamiza la comprensión de los profundos cambios
en la relación del trabajo y la sociedad que hoy vivimos.
Nelcy Yoly Valencia O.
8
A Patricia y Mariana,
los apoyos de mi corazón
9
INTRODUCCIÓN
Hacia finales del siglo XX, después de una oleada de
estudios sobre el sindicalismo, se comenzó la explora-
ción social e histórica sobre la condición obrera y sobre
la vida cotidiana de los trabajadores, más allá de sus repre-
sentantes sindicales y de sus vanguardias, lejos de los me-
tarrelatos y de las grandes ideologías, como avizorando
la entrada en crisis de esta condición social particular de
asalariado, que fue privilegiada durante casi todo el si-
glo XX en los diferentes países de América Latina. En el
marco de estas preocupaciones la Escuela Nacional Sin-
dical financió esta investigación.
A principios del siglo XXI, en lo más profundo de
esta crisis, es decir, en pleno auge de la crítica a este modo
de vida, a este modelo económico, este texto vuelve a
cobrar sentido en la medida en que contribuye a develar
como construcción histórica, y no como realidad dada, la
manera en que se montó una sociedad salarial, desde don-
de se pensaron las más diversas políticas sociales, donde
se constituyó como única verdad que el sentido de la vida
era el trabajo, donde el único sentido del trabajo era el
10
salario, y donde se vivía para trabajar; donde era exclui-
do cualquier proyecto de vida que estuviera por fuera del
trabajo asalariado, pues cuando no era considerado sos-
pechoso era inexistente para el Estado y sus políticas pú-
blicas.
En una década donde el empleo dejó de ser una solu-
ción posible para garantizar la vida y la subsistencia de
toda la población, donde comenzaron a ser utopías posi-
bles el subsidio al desempleo, a la alimentación básica, a
la salud y al estudio para un número mayor de población
no trabajadora y en donde se convierten todas éstas en
reivindicaciones en posibles, se pone en evidencia una
sociedad diseñada únicamente para los dueños del capi-
tal, para una serie de industriales que impusieron como
verdad su único propósito: su propio enriquecimiento.
Pero esta sociedad no podría tener sentido sin generar
todo un régimen cultural, político y económico donde el
único sentido de la existencia para las personas fuera cir-
cunscribir su vida al servicio de la gran industria, donde
su gran sueño fuera el trabajo dependiente, y donde pare-
ciera que la única manera de conquistar la felicidad, una
familia modelo, la salud, el techo, el alimento, la educa-
ción propia y la de los hijos, era renunciar al propio pro-
yecto de vida y colocarse a las órdenes del de un puñado
de industriales que concentraban el poder económico, po-
lítico y estatal.
Nuevas formas de contratación, nuevas condiciones
globales de dominación , dinámicas de narcotráfico, le-
gislaciones y niveles de vida desiguales entre los países
del sur y del norte, nuevas industrias como la informáti-
ca, los medios masivos de comunicación y las industrias
culturales, entre otros fenómenos, han contribuido al des-
moronamiento de ese “antiguo régimen”; y han sido las
11
nuevas generaciones las más sensibles a esta crisis; hijos
de esos obreros y obreras que con sus expresiones, sus
prácticas y sus vidas, han comenzado a dejar de creer en
ese idilio de una vida estable y plena de 30 ó 40 años de
trabajo continuo, de 48 horas semanales sin cambiar de
oficio, de descansos dominicales, primas y vacaciones co-
lectivas, de jubilaciones y aburrimiento; de un régimen
fabril al margen de los derechos humanos, de unos pa-
dres excluidos de la sociedad y la cultura, de la ciudad y
de la vida urbana, del disfrute y del desarrollo de sus po-
tencialidades.
El auge, hoy en día, de una serie de políticas sociales
de envejecimiento (para la niñez, la juventud y la tercera
edad), para las mujeres, los afrodescendientes, los indí-
genas, los minusválidos, etc., es decir, para las más di-
versas formas de vida humana, independiente de su vin-
culación laboral, discriminando género y generación, et-
nia y adscripción religiosa o política, denuncian unas po-
líticas adulto-céntricas, una condición propia de los adul-
tos, una edad de óptima productividad, que más allá de la
edad la define su condición de trabajador... de trabajador
asalariado.
Este texto considera que los regímenes salarial, de
prestaciones sociales y de seguridad social, que tuvieron
su origen en el contexto industrial del Valle de Aburrá a
mediados del siglo XX, partieron en dos la historia de las
condiciones de vida de los trabajadores, y marcaron un
punto de referencia industrial y urbano, trabajador y adul-
to, a todo el resto de la sociedad, que ni siquiera se acer-
caba a esta realidad.
Se observa que a mediados del siglo XX en las princi-
pales ciudades de Colombia asistíamos al montaje de todo
un régimen sobre el que se erigiría una sociedad salarial.
12
En medio del optimismo de la modernización y de la
globalización del modelo capitalista e industrial, en Co-
lombia y los demás países de América Latina a mediados
del siglo XX se monta un andamiaje de políticas socia-
les, donde sus principales y casi únicos beneficiarios fue-
ron los trabajadores de la gran industria, de la burocracia
administrativa y de algunos empleados del sector de los
servicios públicos.
A mediados del siglo XX se legisló y ordenó a nivel
nacional la remuneración del trabajador, el valor del tra-
bajo en sus diferentes aspectos: el salario nominal, que se
paga cada cierto período de tiempo (cada ocho, diez o
quince días), y los porcentajes en tiempo o en dinero por
descanso (vacaciones, domingos y festivos), cesantías
(riesgo del retiro, el cese o la expulsión por tiempo de
trabajo), participación del trabajador de las ganancias de
la empresa o primas (en sus inicios dependiendo de las
ganancias de la empresa y, luego, fijadas en lo correspon-
diente a 15 días de trabajo en junio y en diciembre), di-
versos subsidios (de transporte, por matrimonio, calami-
dad doméstica, etc.); y tuvieron lugar importantes políti-
cas de educación y vivienda obrera.
Derechos a los que se fue teniendo acceso siempre y
cuando se fuera trabajador o se perteneciera a su familia,
dejando desprotegidos a una buena cantidad de pobla-
ción no trabajadora, incluso algunos sectores que traba-
jaban en la economía informal, tiendas de barrio, peque-
ñas industrias y, sobre todo, en la agricultura, un gran
número de campesinos y agricultores que aún hoy se en-
cuentran por fuera de los sistemas de seguridad social.
Esta historia se enmarca en una ciudad-región, la re-
gión antioqueña y el Valle de Aburrá, capital Medellín,
que se constituyó durante el siglo XX en Colombia en
13
uno de los principales ejes de la industrialización y uno
de los modelos del desarrollo urbano, desde donde se
exportaron técnicas, ideologías, valores, obreros, dirigen-
tes, empresas y legislaciones entre 1940 y 1960.
En la realización de este trabajo tuvieron gran valor
los testimonios completos de obreros y obreras que fue-
ron recogidos en dos trabajos de grado, en la carrera de
Historia de la Universidad Nacional, seccional Medellín:
Aquí no trabaja el que quiere, sino el que puede (1994),
de Rodrigo Ríos y Gustavo Villa; y Vida cotidiana de los
trabajadores de Medellín, 1940-1945 (1991), de Olga
Arboleda y Gloria Pérez. También las entrevistas realiza-
das en Medellín para el proyecto “Historia de los Movi-
mientos Sociales”, del CINEP, dirigido por Mauricio
Archila Neira. Todas fueron puestas a disposición del
autor.
Un agradecimiento especial a Darío Acevedo Carmona
y a Jorge Giraldo Ramírez, quienes leyeron los borrado-
res e hicieron importantes recomendaciones a esta inves-
tigación.
Espero que este texto contribuya a que nos pensemos
más, seamos más críticos de lo aparentemente dado, a
que tengamos más esperanzas en que otro mundo y otra
sociedad son posibles, a que participemos y contribuya-
mos en la construcción de una sociedad más justa, y don-
de podamos expresarnos libremente, sin echar mano a
seudónimos, pasamontañas, censuras, olvidos o
retaliaciones.
Juan José Cañas R.
Medellín
diciembre 22 del 2003
14
1. EL CULTO AL TRABAJO
El lugar y el significado del trabajo obrero
en el contexto del mito paisa
15
Villa de la Candelaria
Vano el motivo
desta prosa:
nada...
Cosas de todo día.
Sucesos
banales.
Gente necia,
local y chata y roma.
Gran tráfico
en el marco de la plaza.
Chismes.
Catolicismo.
Y una total inopia en los cerebros...
Cual
Si todo
se fincara en la riqueza,
en menjurjes bursátiles
y en un mayor volumen de la panza.
León de Greiff
16
Uno de los principales pilares de la cultura paisa1
es
su alta valoración del trabajo, el tesón, la persistencia y la
tenacidad de sus habitantes, su espíritu aventurero, de
enriquecimiento y de negocio, su diálogo amistoso y cor-
dial. Este mito, fundamentado desde antes del siglo XIX,
en vez de debilitarse, se fortaleció ante el auge de la in-
dustria antioqueña durante toda la primera mitad del si-
glo XX. Muchos de aquellos valores se revitalizaron y
algunos se recontextualizaron en una nueva sociedad ur-
bana, industrial, moderna y de mercado, y hoy siguen sien-
do compartidos tanto por las elites locales, como por las
clases trabajadoras.
Para comprender cómo era concebido y qué valor te-
nía el trabajo para el obrero antioqueño,2
es indispensa-
1. Como cultura paisa es conocido un conjunto de valores, creencias,
hábitos, comportamientos, y una manera de ser propia de los habitan-
tes de la región antioqueña, que va más allá de las fronteras geopolíticas
del departamento de Antioquia, Colombia.
2. El Valle de Aburrá es la región geográfica donde se encuentra la ciu-
dad de Medellín, y que comparte con otras nueve ciudades pequeñas,
con independencia política y administrativa: Caldas, La Estrella,
Sabaneta, Envigado e Itagüí, al sur; y Barbosa, Girardota, Copacabana
y Bello al norte. Juntas conforman el Área Metropolitana de Mede-
llín, y suman en la actualidad cerca de tres millones de habitantes.
17
ble ubicarnos en el contexto del mito de la “raza antioque-
ña”, y ver cómo, a su alrededor, gravitaban los idearios de
las elites —tanto políticas, como económicas y eclesiás-
ticas—, las posiciones de la izquierda (políticas y sindica-
les); y ciertos elementos de la propia clase obrera de los
inicios del siglo, de sus tradiciones rurales, artesanales, etc.
La información sobre el “mito antioqueño” es muy
amplia y variada; aquí trataremos de tomar algunos de
los aspectos que más tienen que ver con el trabajo, y par-
ticularmente con el trabajo asalariado. Qué pensaban so-
bre el trabajo las elites locales, también nos ha sido de
fácil acceso, debido a que sus idearios y concepciones
fueron muy difundidos; de hecho, éstas eran las dueñas y
las voceras de los nuevos medios masivos de comunica-
ción, la prensa y la radio, además de tener un amplio ac-
ceso a la divulgación por otros medios impresos (libros,
revistas, etc.). Por su parte, los sectores disidentes —ade-
más minoritarios—, aunque tenían poco o nulo acceso a
la gran prensa escrita y a la radio, se las ingeniaron para
interpretar y canalizar el sentimiento de las masas, de las
que quisieron ser sus voceros, al igual que las elites polí-
ticas y eclesiásticas. Con sus discursos buscaron con-
trarrestar la retahíla de las clases dominantes, para mode-
lar a su manera el pensamiento de las mayorías obreras y
populares, para contraponerlas a aquellos y que se colo-
caran del lado de sus proyectos sociales y políticos.
En medio de estas fuerzas internas, además de algu-
nas influencias internacionales, se iba moldeando en el
nuevo trabajador de las industrias del Valle de Aburrá un
conjunto de ideales sobre el valor del trabajo, donde in-
fluían elementos de su corta tradición industrial, de su
escasa pero cierta influencia artesanal y de su gran lega-
do campesino. Las corrientes conservadoras, socialistas,
18
liberales y católicas se entrelazaban alrededor del culto al
trabajo, componente de un poderoso mito de la
antioqueñidad, unas veces fortaleciéndolo y otras criti-
cándolo, viendo en él el motor del progreso o la encarna-
ción del poder de las oligarquías locales.
Así que, respecto al culto al trabajo en Antioquia, en-
contramos dos corrientes de interpretación, dos perspec-
tivas, una a favor y otra en contra del mito de las caracte-
rísticas de la raza paisa; mientras desde la racionalidad
unos lo trataban de defender y justificar, otros lo falsea-
ban, querían mostrar sus inconsistencias; pero, en medio
de estas corrientes, el mito se fortalecía y se perpetuaba.
Para no caer en esta dualidad, en esta trampa, adopta-
remos otra perspectiva. No intentaremos ni juzgar ni jus-
tificar el mito; trataremos más bien de describirlo, con-
templarlo y verlo en su justa dimensión, no como verdad
o falsedad, sino como realidad mental, realidad idealiza-
da, pues en ese lugar existe y desde ahí —tanto para las
elites como para la sociedad en general— cumple su pa-
pel dinamizador como ideal y esperanza; el mito es fac-
tor aglutinante, de identidad, de auto-confianza, y se for-
talece con la rivalidad externa, ahí ratifica la diferencia
con el otro.
Desde este punto de vista, el mito nos puede dar pau-
tas para comprender ciertos comportamientos, discursos
y actitudes que, de otra manera —creemos— no podrían
encontrar una explicación. Porque el mito es una espe-
ranza, un ideal por lograr, una utopía, una base de identi-
dad, un velo a las diferencias sociales, una síntesis ideali-
zada del pasado y, por lo tanto, un resorte hacia el futuro.
Como tal hay que tenerlo en cuenta cuando nos vamos a
referir a un grupo social como el de los trabajadores, pues
es en este contexto mental donde tienen lugar parte de
19
sus vivencias los obreros de la gran industria antioqueña,
además de otros sectores de la región.
Claro que hay que tener en cuenta ciertos límites. El
mito antioqueño no podría explicar del todo los pensa-
mientos, las creencias y el hacer de los grupos sociales; y
muchos de estos límites nos los circunscribe el mito mis-
mo. Por ejemplo, aunque la cultura paisa tratara de ne-
garlo o de desconocerlo, sus fronteras geográficas no se
correspondían con sus fronteras culturales; cuando se
habla de la antioqueñidad se está haciendo referencia a
un lugar más limitado, dejando por fuera algunas zonas
como los límites con la Costa Atlántica, los sectores de
Urabá y las riveras del río Magdalena. Y en el mismo
sentido, cuando se habla de la “industria antioqueña” se
está refiriendo si acaso al Valle de Aburrá, desde Caldas
y Amagá, al sur, hasta Bello o Girardota, al norte, y aun-
que su radio de influencia sea más amplio, no incluye
zonas de enclave, donde el oro, la plata o ciertos cultivos
agrícolas eran explotados por extranjeros3
.
El mito antioqueño tiene, además, grandes exclusio-
nes raciales. Aunque asentado en un gran mestizaje, ha
desconocido radicalmente el rasgo indígena (Urabá, Fre-
donia, etc.) y, sobre todo, afrodescendiente. De modo que
ha palpitado sobre los epicentros tradicionales: Santafé
de Antioquia, Rionegro, Santa Rosa de Osos, Medellín; y
con menor intensidad en Sonsón, Fredonia, Riosucio, Ma-
nizales; incluso se respira este mismo aire de antioqueñi-
dad en Cartago y Cali, zonas de influencia de las coloniza-
ciones antioqueñas de los siglos XVIII y XIX.
3. De ahí que el gentilicio medellinense sea tan desconocido, casi inutili-
zado, sobre todo si lo comparamos con la familiaridad de los gentilicios
caleño (de la ciudad de Cali) o bogotano (de la ciudad de Bogotá),
por ejemplo.
20
La región antioqueña se ha caracterizado por estar muy
aislada geográficamente del resto de la nación; durante
los primeros siglos de la Colonia era comparativamente
pobre respecto a las otras regiones de la Nueva Granada
y con menos presencia aristocrática; en contrapartida te-
nía también menores diferencias de clase. Las explotacio-
nes mineras, de oro en particular, durante el siglo XIX, se
realizaron fundamentalmente por pequeños grupos, mu-
chas veces familiares, a diferencia de las regiones donde
había mucha mano de obra esclava y desde donde se con-
trolaban grandes explotaciones. A la minería en Antioquia
se le sumó una gran actividad comercial, desde la peque-
ña escala de los “rescatantes”, hasta la exportación ilícita
de oro y la importación de víveres, ropas, mercancías os-
tentosas y maquinaria para las minas por medio de casas
comerciales que, posteriormente, tuvieron mucho que ver
con el fomento al cultivo y la exportación del café. Así se
constituye a finales del siglo XIX, sobre la explotación
del oro y del café, una región floreciente, ya centrada en
la Villa de la Candelaria de Medellín, la que sería durante
la primera mitad del siglo XX el principal centro de indus-
trialización del país.
Durante el siglo XX, el mito de la antioqueñidad se
traslada del campo a la ciudad, de una sociedad de mine-
ros, campesinos, tratantes y colonizadores, a otra urbana,
bancaria e industrial. La fuerza del músculo, la dureza de
los pies y las insignias del carriel, la mula, el hacha y el
machete, adjetivarán ahora, en un nuevo contexto, a los
nuevos personajes de la industrialización, porque, según
el mito, pertenecen a la misma raza abnegada y laborio-
sa, de respeto a los mayores.
El mito de la antioqueñidad y, de forma particular, el
culto al trabajo se fortalecieron durante el siglo XX con
21
el nacimiento de industria antioqueña, con el no desde-
ñable papel jugado por la economía regional en el con-
texto nacional y sus protagonistas: los industriales, los
empleados y, sobre todo, los obreros,4
la “primera fuerza
del país”, como fue descrita en la conmemoración del
Primero de Mayo de 1954, en el Monumento al Trabaja-
dor en el Parque Obrero de Medellín:
...un hombre de trabajo, de músculos endurecidos en
el taller, en la fábrica, ha manejado el yunque, en la
fragua o el arado en el campo, seguro de sí mismo,
sereno, responsable del papel que juega en la vida de
la patria, como punto de apoyo del equilibrio econó-
mico y garantía de orden sindical.5
Aunque lo que pretendemos es rescatar la historia de
los trabajadores, particularmente de los obreros, ocultada
por una historiografía que ha subvalorado su participa-
ción y su protagonismo, pretendiendo explicar la historia
regional desde los grupos de elite, no podemos descono-
cer, que así como la clase obrera, también son grupos so-
ciales nuevos los industriales y una gama de empleados y
clases medias. Todos ellos son actores del siglo XX, que
se forjaron en las nacientes fábricas de productos de prime-
ra necesidad: textiles, alimentos y bebidas.
4. De 1947 a 1949 las cinco empresas más grandes del país: Coltejer,
Fabricato, Colombiana de Tabaco, Cementos Diamante, Azucarera del
Valle, con capital de 54 millones, obtuvieron utilidades líquidas de-
claradas de 123 millones, o sea el 226% en promedio, lo que equivale
al 75% anual, tasa desconocida en los medios más rapaces del ca-
pitalismo. Según Diego Montaña Cuéllar, citado por VILLEGAS Jor-
ge, Petróleo colombiano, ganancia gringa, Medellín: Hombre Nue-
vo, 7ª ed. 1981, p. 115. Ver, además, BEJARANO Jesús Antonio, “La
economía colombiana entre 1946 y 1958”, en: Nueva Historia de Co-
lombia, Bogotá: Planeta, 1989, pp. 115-166; OCAMPO J. A. (comp.),
Historia económica de Colombia, Bogotá: Fedesarrollo-Siglo XXI.
5. El Colombiano, mayo 1 de 1954, p. 1.
22
Han sido constantes las referencias y elogios hechos
a los Echavarría, a los Olano, a los Ospina,6
que fueron
dignos representantes de la raza antioqueña; que como
tal tuvieron un espíritu emprendedor, aguerrido y tenaz;
que lograron importantes ascensos sociales durante déca-
das debido a su “espíritu empresarial”, etc., etc. Pero fre-
cuentemente se olvida que lograron sus fortunas con acti-
vidades productivas —además de comerciales, agrícolas
y especulativas—, y que para ello canalizaron la vida y el
trabajo de muchos campesinos de la región que se concen-
traron en Medellín y en el Valle de Aburrá, Bello, Enviga-
do e Itagüí, principalmente.
Cómo compartían el mito paisa
los diferentes sectores sociales
El mito borra las fronteras de clase y tiene un fuerte
ingrediente de horizontalidad, por lo menos en ciertas oca-
siones rituales. Igual sucedía con el mito antioqueño, don-
de el ritual de la homogenización de clases era frecuente
y tenía lugar casi a diario en los sitios de trabajo. En nues-
tro caso particular, no se trataba de que las clases popula-
res ocuparan, en el ritual, el lugar de la aristocracia o se
pusieran los trajes de la corte. Se trataba, por el contrario,
de que los potentados industriales se colocaban en el lu-
gar de los pobres, simbólicamente, claro, casi a diario den-
tro de las fábricas, y del que además se ufanaban, a diferen-
cia del comportamiento de las elites de otras regiones del
país.
Los Echavarría, por ejemplo, además de los dueños
de la Compañía Colombiana de Tejidos, Coltejer, eran
ellos mismos importantes estandartes del culto al traba-
6. Personajes y familias de las elites, de un gran reconocimiento en la
región, y que fueron líderes de importantes empresas.
23
jo, y no precisamente del trabajo de escritorio, sino aquél
de overol y de relación directa con las máquinas, las mer-
cancías y los obreros. Se ufanaban de ser “hombres de
trabajo”. Según Carlos Echavarría, la civilización y el es-
píritu de trabajo de Medellín se debe a que “nunca tene-
mos profunda distancia de clases, hemos tenido que de-
pender uno del otro, darnos apoyo uno al otro”.7
De ahí
que tuvieran un lugar importante, sino en la celebración,
por lo menos en los discursos conmemorativos del Prime-
ro de Mayo. Así lo expresa, inmediatamente después de
finalizada la Segunda Guerra Mundial, un Editorial de El
Colombiano en 1945:
Se celebra hoy en todo el mundo democrático la fies-
ta del trabajo. La fiesta del trabajador, del hombre de
empresa y del obrero, del campesino y del empleado.
Esta es la festividad universal que exalta la actividad
humana en todos sus aspectos: la del hombre de la
ciudad y del hombre del campo, la de aquel que contri-
buye con su esfuerzo al engrandecimiento de los pue-
blos. El progreso de la humanidad no es otra cosa que
el resultado de todas esas labores calladas, humildes,
que cada persona realiza en su paso por la vida, en su
oficio, en el cumplimiento del designio providencial
de ganar el pan con el sudor de su frente.
...el trabajo corresponde a todos los seres de la tierra
y no existe uno solo que se escape a esa ley univer-
sal.8
Esta autocomprensión de las elites les permitía, ade-
más de ser los dueños capitalistas, desempeñarse como
ingenieros, técnicos y administradores, porque tenían la
formación para ello. En vez de haberse dedicado a las
letras o a la filosofía, y a la retórica en general, habían
7. El Colombiano, junio 28 de 1945, p. 15.
8. El Colombiano, 1º de mayo de 1945, p. 3.
24
complementado su aprendizaje en las minas y en el comer-
cio, con su formación académica en la Escuela de Minas,
importante irradiador de la cultura antioqueña, y se enal-
tecían de ser mejores trabajadores que sus subalternos.
Tanto, que los gerentes “se distraen de sus ocupaciones
inventándose otras. Don Carlos Echavarría viste overol
en diciembre para entregarse al cultivo de flores, frutales
y hortalizas y madruga mucho más que todos sus peones
juntos”.9
Porque éste es otro elemento de gran valor en la cultura
paisa: Levantarse al alba y acostarse temprano, después
de rezar el santo rosario. En Medellín “Las campanas de
las iglesias repican desde las 4:30 a.m. y el día está en
toda la plenitud de su actividad a las 7 am”.10
Así lo ratifica
un comentario contra unos corresponsales de la prensa
liberal de Bogotá, quienes decían que en Medellín, el alcal-
de y su secretario de gobierno pretendían “clausurar la
noche”. Y, como cosa particular, en vez de contraatacar
la crítica, lo ratificaban y ampliaban:
La vida nocturna de Medellín sólo ha sido clausurada
por los antioqueños, quienes seguimos siendo fieles a
los usos y arcaicos [sic] de nuestros tatarabuelos, es
decir, viejos habitantes de un país diurno y hermosa-
mente solar. Esa anémica institución romántica de la
luna llena sólo tiene para los antioqueños aquella acep-
ción acidísima [sic] que le diera Acevedo y Villegas:
...“cara en rebanadas, estrella en mala morada, luz en
cuartos, doncella en rondas y ahorro de linternas y
candelillas”.11
9. Artículo de “Tout”, “Más antioqueño que el diablo”, El Colombiano,
1º de mayo de 1945, p. 3. La madrugada es también mencionada en
este pasaje.
10. Según un artículo sobre Medellín publicado en The Reader’s Digest,
y publicado en El Colombiano, junio 28 de 1945, p. 15.
11. El Colombiano, octubre 27 de 1951, p. 3.
25
Otra de las principales bases de la “cultura paisa” y
del culto al trabajo lo constituyó la religiosidad católica y
sus autoridades eclesiásticas, quienes santificaron esta
creencia, esta ética y estas prácticas ante los ojos del pue-
blo. En Antioquia se puso un énfasis desmesurado a los
discursos bíblicos y pontificios que realzaban el trabajo
como mandato divino, vía de la purificación y camino de
los hombres de bien. Con la misma frecuencia que en los
hogares, se entronizaba el Sagrado Corazón de Jesús en
los lugares de trabajo, en los salones de máquinas y en
los restaurantes de las fábricas, en las oficinas de los geren-
tes y de los jefes de personal.
Al mismo ritmo se presentaban los discursos, que lo-
graron un lugar privilegiado incluso en las celebraciones
del Primero de Mayo: “Celebremos pues esta fiesta del
trabajo, de tan honda significación, regocijándonos y ala-
bando al Señor que lo instituyó y lo entregó a los hom-
bres como el mejor camino y el más corto hacia la Bien-
aventuranza”.12
Se recreó de manera constante como ejemplo de vida
la familia de Jesús, al punto de sobreponerse el 15 de
mayo, Día de San José Obrero, a la celebración del Pri-
mero de Mayo, adoptando una iniciativa del Vaticano que
se apoyaba en la conmemoración de la Encíclica Rerum
Novarum y en una posición abiertamente anticomunista,
Porque el 1º se conmemora el aniversario de una re-
volución de clases con origen en las tesis socialistas y
materialistas cuyo postulado fundamental es: Mante-
ner siempre abiertas las heridas del cuerpo social...
Pero ya se celebre la fiesta del trabajo el 1º o el 15 de
mayo, lo que importa es rendir homenaje al trabajo
interpretando lo que él significa individualmente y
socialmente.13
12. Ibíd.
13. El Obrero Católico, abril 29 de 1950.
26
La segunda persona de la Trinidad, el Hijo, hizo su
venida al mundo en el hogar humilde de un trabaja-
dor, de un carpintero, y llevó a cabo Él mismo las
faenas de la carpintería. Hermosa lección del divino
Maestro que nos dio ejemplo de consagración a la ta-
rea diaria que todos debemos aceptar y todos acepta-
mos.14
El mito cubría los diversos estratos sociales. Entre los
dignos representantes de esta cultura, además de los ge-
rentes y dueños de las nuevas industrias, estaban inclui-
dos también los nuevos empleados, quienes participaban
por igual del dinamismo empresarial, haciendo del traba-
jo una fiesta: “... En nuestras grandes empresas no se toma
tinto porque se pierde tiempo. Y no es que exista la pro-
hibición, sino, simplemente, que los empleados se dictan
a sí mismos sus propios reglamentos de trabajo”.15
A esto contribuía el comportamiento de los capitalis-
tas, que trabajaban casi a la par que sus inmediatos subal-
ternos, pues se desempeñaban dentro de sus fábricas como
administradores y gerentes, reduciendo las distancias físi-
cas con los obreros, lo que parecía acercarlos también a
su estatus económico, pues entre los trabajadores eran
escasas las referencias a las riquezas que amasaban y se
ignoraba el número de acciones que poseían en una y otra
empresa y la clase de alianzas y monopolios que contro-
laban.
Al mito paisa no escaparon los obreros, y aunque pa-
rezca increíble, ni los propios sindicalistas. Nos referi-
mos, claro está, al sindicalismo católico, que tuvo duran-
te la primera mitad del siglo XX su mayor influencia en
Antioquia, y que se afianzó notablemente con su legali-
14. El Colombiano, mayo 1º de 1945. Ver, además, El Colombiano, mayo
1º de 1958.
15. El Colombiano, marzo 15 de 1946.
27
zación y su personería jurídica a mediados de la década
de 1950 (año en que se fundó la Unión de Trabajadores
Antioqueños-UTRAN y la Unión de Trabajadores de
Colombia-UTC). Veamos esta expresión del representante
de los trabajadores de Fabricato al Congreso de la UTC
en 1950:
En Antioquia está la raza más pujante de este país.
Raza libre, originaria de los vascos, raza independiente
que, como lo afirmó el poeta, lleva las cadenas ante
las manos, porque no soporta la tiranía de los eslabo-
nes en el cuello, raza pujante, emprendedora, valiente
y aguerrida. Raza que descuaja montes, que constru-
ye rascacielos, que rinde culto a Dios y a la belleza,
que maneja el hacha con la misma destreza con que
maneja la pluma. Raza de valerosos compadres del
trabajo, que soporta las inclemencias del tiempo, en
las hondonadas, que sube a los más ariscos montes,
que baja a lo profundo de las minas.
Esta tierra antioqueña, donde crecen árboles con flo-
res rojas, como si los hombres hubieran sembrado en
ella su corazón, y donde crecen también místicas en-
redaderas de florecilla celeste, como si las mujeres
hubieran sembrado en ellas su risa y sus miradas. Tie-
rra que produce el oro y la plata en abundancia capaz
de superar a todos los demás departamentos juntos.
Tierra capaz de nutrirse por sí misma, sin pedir el pe-
cho a nadie. Tierra que ha servido de nodriza, de ma-
dre y de maestra a todas las demás fracciones de Co-
lombia. Tierra que, como dijo uno de los nuestros, es
la verdadera república.16
Raza superior, libre e independiente, de la cual hacen
parte también los trabajadores, los hombres del común;
nobleza y riqueza compartidas por toda la sociedad, el
pueblo incluido. Lo que desmiente la posición de que sólo
16. El Colombiano, febrero 5 de 1950.
28
las clases poderosas defendieron el mito de la antioque-
ñidad. Aunque no debemos olvidar que la administración
de Fabricato había hecho mucho por inocular este orgu-
llo en sus trabajadores, y que había apoyado, a pesar de
ciertos resquemores, este sindicalismo, comúnmente de-
nominado “patronal”.
El culto al trabajo desde la perspectiva mítica de la
raza antioqueña era portado por los más disímiles persona-
jes y se acomodaba a las más diversas condiciones. Se
publicitaba en las fábricas, en las casas y en los lugares
públicos, y las instituciones de enseñanza obrera no fue-
ron la excepción. En 1951, durante el acto de coronación
de la “reina cívica” de la Universidad Obrera, así definía
las capacidades del trabajador antioqueño el poeta Luis
Gutiérrez:
...ese obrerismo fuerte, libérrimo, espontáneo, que en
su reciedumbre trabajadora troncha los robles de las
selvas y despedaza las rocas, y en su amorosa ternura
suele llorar cuando se cae un lirio; una porción cultí-
sima sin convencionalismos ni estiramientos burgue-
ses, pero sin chabacanería canallesca, porque es a un
mismo tiempo trabajadora y universitaria...
Este pueblo no obstante su aparente modernidad y sus
retozos materialistas, es creyente, sencillo, alegórico,
patriarcal como sus abuelos. Por esto hoy como siem-
pre, escribe su historia en la estrechez de un pétalo, y
lo arroja a los pies de Jesucristo. Su existencia, sim-
ple como el ángelus, denota como el rosario que se le
escucha entre los murmullos de la noche, puede
resumirse en una antífona. Su trilogía inspiradora —
trabajo, libertad y amor— cabe holgadamente dentro
de un suspiro...17
17. El Colombiano, octubre 13 de 1951.
29
En un ambiente de estudio y de trabajo, lo más pru-
dente parecía ser unir a la reciedumbre y a la tosquedad
del esfuerzo directo con los materiales, la espiritualidad
y el amor, la espiritualidad sacra, los evangelios, el ánge-
lus y el ronroneo de los rosarios, cual canto de grillos a
media noche.
Los mismos antioqueños se encargaron de autopro-
clamarse
las fuerzas laboriosas de La Montaña que con su es-
fuerzo creador, tanto en el campo como en la ciudad,
forjan las herramientas de la total liberación de Colom-
bia y abren el camino hacia el futuro advenimiento de
una sociedad mejor dentro de la libertad y el orden,
como reza el emblema de nuestro escudo patrio.18
Son vistos por los demás con cierto respeto y distin-
ción, cuando no con cierta ironía, pero eso sí, como hom-
bres de trabajo y de muy buen humor. Veamos este caso:
En Cementos Caldas, el Sindicato había alertado a todos
los mandos de la empresa del peligro que se corría por
los continuos deslizamientos en la montaña, pues, a su
modo de ver, estaban mal explotadas, porque seguían, a
pesar de los deslizamientos, cavando por debajo. Uno de
los días de mayor movimiento de tierra, los trabajadores
no quisieron volver a la mina después del almuerzo, en-
tonces “el jefecillo” dijo:
– Pues si ustedes no quieren trabajar, será que tienen
mucha plata, y en ese caso voy a llamar a quienes sí
necesitan hacerlo. ¡Vengan ustedes! –grita el ingenie-
ro, dirigiéndose a unos trabajadores que dependen de
contratistas– ¿Ustedes quieren trabajar?
18. El Colombiano, mayo 1º de 1946.
30
Uno de los cuales responde haciendo alarde de ma-
chismo y con acendrada voz de antioqueño legítimo:
–¡Yo sí trabajo, pues! Si me resolví a casarme, que es
morirse en vida, ¿por qué diablos no me voy a resol-
ver a trabajar? ¿Porque se están rodando ahí unas pie-
dritas? ¡Porque piedras grandes las que me sacan mi
mujer y mi suegra cuando se ponen a joder!
Luego de breves explicaciones del ingeniero, el va-
lentón se dirige hacia la mina, que sigue chorreando
tierra, caliza y rocas.
–¿Usted quiere ir a sacar unas arañas que se quedaron
atascadas allá arriba?
Y el hombre responde:
–¿Arañas? ¡Claro! ¡Yo saco hasta culebras, tigres y
panteras! ¿Quién dijo miedo?
Y ellos que llegan a la mina, y el derrumbe... “como
si hubiera estado esperando que los obreros llegaran para
aplastarlos”.19
Aunque no con fines tan trágicos, estos casos se en-
cuentran frecuentemente.
Así, el obrero antioqueño forjaba junto con su ima-
gen de buen trabajador, la de patronista y rompehuelgas,
pues en otras condiciones culturales, por fuera de
Antioquia, se ponía más de lado de la productividad y del
patrón, que de sus compañeros que no compartían la mis-
ma posición.
El mito era eficaz. Los trabajadores antioqueños eran
buenos trabajadores, desde una perspectiva capitalista;
eran apetecidos por cualquier industria nacional; llega-
19. ARANGO ZULUAGA Carlos, Los obreros del cemento, la construc-
ción y la madera: Tres décadas de luchas unitarias, Bogota: Fenaltra-
concem, 1992, pp. 405-408.
31
ban como pioneros, como inauguradores, como coloni-
zadores y recibían un muy buen trato de otros patrones.
Además de su buena formación en el trabajo en compara-
ción con los trabajadores de otras ciudades del país para
la primera mitad del siglo XX, se desprendían fácilmente
de su tierra natal y viajaban a donde los llamaran, y no
sólo en busca de mejores salarios, también para conocer
mundo y, quizá, para tener algunas aventuras lejos de la
severa vigilancia de los suyos.
Para la construcción de la Central Hidroeléctrica de
Lebrija (departamento de Santander), hacia 1948, se em-
pleó un número considerable de trabajadores antioqueños.
Según un ingeniero de la obra,
Por ahora pensamos enganchar 43 obreros especiali-
zados en las labores que estamos desarrollando. Ade-
más dejaremos otros cincuenta listos para viajar próxi-
mamente. Los primeros hombres que se enganchen
con nosotros, serán enviados por avión hasta Bucara-
manga. Vivirán en campamentos especiales para to-
dos los antioqueños, con su alimentación y costum-
bres peculiares. Tendrán buena remuneración y pri-
mas especiales de acuerdo con el resultado de su es-
fuerzo...20
Estos contingentes de trabajadores antioqueños, lle-
vados a otras ciudades del país para iniciar el montaje de
algunas empresas, fue frecuente. Una modalidad similar
fue utilizada por los capitalistas antioqueños cuando ha-
cían sus inversiones por fuera de su terruño. Así se fun-
daron, en las décadas de 1940 y 1950, El Diario del Pací-
fico, en Cali, y La República, en Bogotá, en los cuales
participaron como socios los dueños de El Colombiano.
Éstos, además del dinero, mandaban los empleados que
20. El Colombiano, junio 12 de 1948.
32
se habían formado en el diario antioqueño, y con ellos un
equipo de trabajadores; todo un equipo de nómadas que,
bajo el modelo de la colonización, viajaban fundando los
periódicos por varias ciudades.
Al Diario del Pacífico, administrado por antioqueños,
llevó en los cuarenta un equipo de linotipistas, armadores,
titularistas, prensistas, etc. Y seguían llegando en avión,
con pasajes pagados por el periódico, “porque eran los
que más viajaban y los que más buscaban en esas artes,
porque eran buenos y buenos trabajadores, así se les de-
cía en el país”.21
A esto se oponían los caleños. Según
cuenta uno de estos linotipistas, una vez un trabajador de
la localidad, arengando a los trabajadores antioqueños les
decía: “—Oiga, vé; trabajá, porque sino mañana viene
otro avión de Medellín”.22
De igual manera fundaron los Echavarría, de Locería
Colombiana, a Azulejos Corona, en Madrid (departamento
de Cundinamarca). Fue llevado desde el municipio de
Caldas (Valle de Aburrá) un contingente de electricistas,
jefes de mantenimiento, químicos, jefes de personal y
supervisores, para poner a funcionar una fábrica conjun-
tamente con una gran cantidad de obreros de Cundina-
21. “Usted encontraba linotipistas antioqueños en El Tiempo, en El Es-
pectador, en Cali; venían aquí y lo buscaban a uno.” Otros antioqueños
trabajaron en La Paz, el diario fundado por Gustavo Rojas Pinilla.
Entrevista a don Daniel y a don Marcos, 1990, Proyecto de Historia
de los Movimientos Sociales, CINEP. Los nombres de las personas
entrevistadas son supuestos. Ver, además, El Colombiano, julio 15 de
1948, p. 3, donde se cuenta de otro linotipista, formado en El Colom-
biano, que llegó a ser jefe de linotipistas en el Diario del Pacífico:
“Como Luis era un hombre de esperanzas y ávido de triunfos, decidió
por su propia cuenta viajar a la capital del Valle con el fin de vincular-
se a la prestigiosa empresa periodística.” Aunque en esta noticia no se
habla de las inversiones antioqueñas en dicho diario, sí se aprovecha
la oportunidad para fortalecer el mito antioqueño.
22. Entrevista a don Daniel y a don Marcos, 1990, op.cit.
33
marca. Y allí, estos trabajadores antioqueños, particular-
mente los solteros, vivían en “La Casa de los Antioque-
ños”.23
Se apoyaban y se potenciaban de tal manera recíproca
los intereses capitalistas y el control político, con el mito
paisa, que éste trascendía las fronteras. Y Medellín, el
corazón de la cultura paisa, era ante los ojos de los antio-
queños y del resto del mundo un fiel reflejo de dicha pujan-
za.24
Así lo pretendieron configurar sus autoridades políti-
cas y económicas y así lo proyectaron al exterior. De tal
forma que las guías turísticas se confundían con las guías
industriales, que fueron muy frecuentes en los años cuaren-
ta y cincuenta; y dentro de los itinerarios de los visitantes
se incluían, además del Bosque de la Independencia, de
las casa-fincas de El Poblado y las mansiones del barrio
Prado, las fábricas textiles y la Compañía Colombiana de
Tabacos.25
En medio del más abrumador optimismo capitalista
de mediados del siglo, reforzado con el triunfo norteame-
ricano en la Segunda Guerra Mundial, todo lo que sonara
a industria era digno de ver. Allí donde hubiera señas de
orden y producción, se avizoraban el modelo de la socie-
dad del futuro, el bienestar general, el pleno empleo, y
por ahí derecho, la derrota del mal y de todas las fuerzas
oscuras. Así eran vistas, por ejemplo, en 1950 las obreras
23. Entrevista a don José, sin transcribir. Ver, además, entrevista a doña
Ofelia, 1992, op. cit. Esta última agrega, además, que después de mon-
tado el sindicato, para que una huelga no fuera votada por la mayoría,
los dueños de la fábrica vincularon un gran número de obreros
antioqueños a la empresa, por lo menos durante un período y con
muchos gastos pagos, por fuera de los salarios.
24. Medellín: “La Tacita de Plata”, “Ciudad de la Eterna Primavera”, “Ciu-
dad Industrial de Colombia”.
25. También se contaban las industrias ubicadas en Itagüí, Envigado y
Bello.
34
de Confecciones Primavera por un periodista extranjero:
“Es una colmena inmensa de 250 reinas blancas en don-
de todo se agita y trepida con verdadero espíritu de traba-
jo y con verdadero espíritu de alegría”.26
Además de una perspectiva mítica, el mundo del traba-
jo y de los obreros en el Valle de Aburrá durante la déca-
da de 1950 también fue visto desde una perspectiva racio-
nal. Las ciencias humanas y sociales, aunque de tardía
introducción en la cultura antioqueña,27
comenzaron su
entrada al servicio de la producción. A través de las inge-
nierías, el derecho y la economía, primero, y luego con la
creación de la carrera de Trabajo Social, fueron retomados
elementos de la psicología y la sociología para compren-
der el comportamiento de las gentes vinculadas a las fábri-
cas. Desde la mirada “científica”, desde la racionalidad,
la rentabilidad, la producción, la disciplina y el control,
los hombres de trabajo, obreros, empleados y administra-
dores, no fueron tan buenos como se les pintaba; se les
vieron algunos defectos, aunque no sin solución.
Una de las corrientes humanísticas que más acogida
tuvo en Colombia, sin contar las de explícito contenido
católico, fue la sociología de corte determinista. Ésta bus-
caba explicar el carácter de las personas y el comporta-
miento de los grupos sociales basándose fundamental-
26. El Colombiano, agosto 25 de 1950, p. 2. Un buen ejemplo de la ima-
gen del trabajo como fiesta, de la felicidad y del optimismo que se
respiraba en los años cincuenta, nos la da MEJÍA ROBLEDO Alfon-
so, “Vida y empresas de Antioquia”. Diccionario biográfico, biblio-
gráfico y económico, Medellín: Imprenta Departamental, 1951.
27. Las primeras facultades de sociología en Colombia, las pioneras en
estas áreas de la investigación, fueron fundadas en 1959 en la Univer-
sidad Nacional y en la Pontificia Javeriana, en Bogotá, en la Universi-
dad Pontificia Bolivariana de Medellín. Antes, apenas circulaban como
cátedras en las clásicas carreras de Medicina, Derecho y Teología, y
sometidas al vaivén de los partidos de gobiernos siendo en Bogotá, en
la Universidad Nacional, donde más acogida tenían.
35
mente en el determinismo geográfico y sus postulados,
viniendo desde las ciencias, también entraron a reforzar
y caracterizar el mito del trabajador antioqueño.
Desde esta escuela de pensamiento escribió Carlos
Augusto Agudelo, en 1945, una conferencia para La Hora
Católica28
titulada: La psicología del trabajador. En ella
se trataba de realizar un cuadro de los múltiples factores
que intervenían en los comportamientos y las actitudes
de los obreros, para que los administradores los compren-
dieran mejor y actuaran en consecuencia. Se trataba de
exponer, basado en ejemplos muy concretos dentro y fuera
de las fábricas, la influencia de la geografía sobre los traba-
jadores, el oficio, la moral, la religión, el sexo, la edad, la
educación, las condiciones civiles, el carácter y el tempera-
mento, las pasiones y el estado sanitario. Todos estos ele-
mentos deberían ser del conocimiento, no de los obreros,
sino de los jefes de personal, pues “La armonía del traba-
jo está en razón directa de la habilidad del administrador
y en razón inversa del complejo psíquico del obrero”.29
Geográficamente, por ejemplo, se clasificaba a los tra-
bajadores por su procedencia, rural o urbana, o según la
región:
En Colombia, para no ir más lejos, cuántas diferen-
cias existen entre el obrero costeño, el santandereano,
el boyacense, el caucano, el tolimense, el antioque-
ño... Acostumbrado el campesino a la vida libre de
sus faenas en toda la rusticidad y desenfado que na-
cen con la ausencia de la Autoridad Civil no tolera un
28. La Hora Católica era un programa radial de alta sintonía donde se
pregonaba fundamentalmente la doctrina social de la iglesia católica,
dominante en la región.
29. Conferencia “Psicología del trabajador”, que fue expuesta en el pro-
grama radial La Hora Católica, y publicada en El Colombiano, el 27
de febrero de 1945.
36
trato distinto al sencillo y franco que conoció desde
pequeño. En cambio, no así es el temperamento de
los obreros de nuestras ciudades. Hay en ellos un des-
doblamiento sorprendente de la personalidad, causa-
do por el contacto de unos con otros en un ambiente
cosmopolita.
Esto explica en parte el porqué fueron preferidos en
la moderna industria del Valle de Aburrá, primero, los
hombres venidos del campo y, segundo, que fueran proce-
dentes de la región antioqueña, a pesar de que también
estuvieran propensos a ser víctimas de los múltiples ene-
migos de la moral y de las buenas costumbres; y de las
malas influencias durante todos y cada uno de los momen-
tos de su vida cotidiana.
Ese obrero nació en un barrio oscuro y en una atmós-
fera de zozobra, por no decir de escándalo. Esos dos
años en que sus padres le pusieron en la escuela, si es
que estuvo, no fueron ciertamente rodeados de virtud
y de buen ejemplo, simplemente porque la muchacha-
da del barrio, formada de golfos y tirapiedras, 90%,
pudo más sobre su alma que la enseñanza de sus maes-
tros. Y luego... la vida precoz, apenas apuntan los doce,
los trece años. Y cuando el taller, o el edificio, o la
carretera, o la fundición, o el volante, le reciben ape-
nas iniciada la pubertad, viene el ciclón de pasiones a
su encuentro. Si pudo formar un hogar honesto las
complicaciones suben de punto, porque ya el salario
se fracciona en infinitesimales.
También lo influencian todo tipo de problemas y vi-
vencias diarias en relación con su familia, todo ello en
relación con su carácter.
La riña con su esposa, el cobro del granero de la es-
quina, la enfermedad de un hijo, el choque con un com-
pañero, y para hablar de temperamentos, el caso he-
37
pático, el nervioso, el sanguíneo, son palancas que
lanzan al obrero contra toda razón y contra toda justi-
cia.30
Otro punto de vista sobre los obreros que también hizo
carrera en la década de 1950, y un poco al margen del
mito, fue el tradicional discurso caritativo y moralista,
donde se emparentaba todavía al obrero con los sectores
más miserables de la población. Un ejemplo de esta posi-
ción lo fue la filosofía del Instituto Obrero del Padre Vi-
llarraga:
Decir obrero es pensar casi siempre en un hogar con
hijos hambrientos y desnudos y enfermos y sin techo,
y en una madre cansada, débil y preocupada y, sobre
todo,... siempre temerosa de que el mercado no alcan-
ce hasta el pago, y de que la droga que necesitan, tal
vez no la puedan conseguir. Trabajar todo el día en lo
alto de un andamio, bajo los rayos ardientes de un sol
de fuego, o en los salones donde una maquinaria cruje
y rechina locamente, y se agita, como una fiera que se
revolviera en atronadoras convulsiones; y al bajar del
peligroso andamio, o al salir de la ruidosa fábrica, ir
al hogar desmantelado, donde todo falta... irse al café
sucio e infecto, donde reina la alegría malsana, donde
las bolas de billar satisfacen la pasión del juego, y los
licores hacen olvidar la tristeza y las estrecheces de la
vida.
Pero esta descripción de las condiciones extremas
cumplía un papel moralizador, en la medida en que no
eran las condiciones sociales las que colocaban a los obre-
ros en estas circunstancias, sino su falta de valor para cam-
biar de actitud, su pereza, su disposición a la pobreza.
Era un problema de mentalidad que había que combatir.
30. Ibíd.
38
Así lo hace la inmensa mayoría de los obreros, la masa
innominada de los que quieren llamarse proletarios,
porque no tienen el valor ni el ánimo de ser propieta-
rios o burgueses. Prefieren la pobreza a las comodi-
dades; la suciedad de las cantinas, a la limpieza ama-
ble del hogar; la ignorancia, a la noble ilustración del
alma; el vegetar en la miseria oscura, a las promete-
doras esperanzas de un hermoso porvenir.31
... un obre-
ro que se pasa el tiempo únicamente mirando el reloj,
o esperando a que el patrón esté presente para hacer
que trabaja...32
El mito y la realidad del auge de la industria antio-
queña tenían, por decir lo menos, sus fisuras. A pesar de
que en esa ínsula de la gran industria sus obreros tuvie-
ron muy buenas condiciones de vida, por fuera de ella
había todo un océano de gentes en condiciones de inmen-
sa pobreza. Las miradas sobre el trabajo por fuera de ese
puñado de grandes industrias y que no le hacían apología
al mito paisa, se dejaban entrever, aunque como brotes
esporádicos y ante la indiferencia de la mayoría de la po-
blación.
Y aunque las miradas críticas se hicieron más fuertes
hacia la década de 1960, y las posteriores, ya en 1948 un
intelectual como Manuel Mejía Vallejo ponía en eviden-
cia esta otra cara de la realidad de la ciudad, cuando co-
mentaba, por ejemplo, la novela Una mujer de 4 en con-
ducta, de Jaime Sanín Echeverri:
Aparecen allí las fábricas que muelen el cuerpo y el
alma de sus obreros; allí el gerente cuya alma solo
tiene el brillo de la moneda falsa; allí el prostíbulo
donde desembocan, como en un inmenso lago, todas
31. Lógica y Trabajo, 2ª época, Nº 1, noviembre de 1958.
32. MAZO V. Francisco Luis, “El eterno problema”, en: Lógica y Traba-
jo, 2ª época”, Nº 1, noviembre de 1958.
39
las pasiones y todas las miserias disfrazadas con más-
caras de vidas estruendosas; allí sus calles atarugadas
de desocupados mendigos, pícaros y gentes sin cami-
no; allí también el lujo de sus iglesias, la arquitectura
anárquica de los edificios, la soledad apacible de los
conventos y los pasillos funerales de los hospitales.33
La sociedad antioqueña, sobre todo hasta mediados
del siglo XX, estuvo fuertemente homogeneizada por un
conjunto de ideologías y creencias, que se aglutinaron
alrededor del mito de la “antioqueñidad”. Aunque de di-
versas procedencias sociales, políticas y económicas, tra-
bajaron al unísono liberales y conservadores, comercian-
tes y terratenientes, cafeteros e industriales; pero también
permearon profundamente a los obreros y a los emplea-
dos de la industria moderna, a los pequeños comercian-
tes, a los empleados públicos, e incluso, a una importante
corriente del sindicalismo.
Este factor homogeneizador puede explicar en gran
parte la intolerancia de nuestra cultura regional, el pro-
fundo rechazo a la contradicción, a la crítica o la disiden-
cia; el desconocimiento del otro, de aquel que no com-
parte el grueso de los ideales del mito, que no por la ho-
mogeneización dejó de existir. Porque la influencia del
mito regía sobre casi todos los espacios sociales y cultura-
les, vigilaba y controlaba los más diversos aspectos de la
vida colectiva e individual.
El mito era la presencia de una ética particular, de una
forma de ser y de proceder; una mirada ordenadora del
pasado y el futuro, del bien y el mal; y no era portado y
pregonado únicamente por la dirigencia propiamente di-
cha; también fue compartido por obreros, empleados, bu-
rócratas, artesanos, amas de casa, profesores, trabajado-
33. El Colombiano, noviembre 26 de 1948, p. 4.
40
res independientes. Por todo esto, los contenidos del mito
se inmiscuían en los asuntos sobre la moral, la vida fami-
liar, el aseo y el aspecto físico de las personas; regía so-
bre las palabras y los gestos, sobre las transacciones co-
merciales y los noviazgos; y se fortalecía lo mismo en el
púlpito, la prensa y la radio, que en las cocinas de las
casas y en las charlas de los cafés. Por lo tanto, los espa-
cios de la disidencia y de la resistencia eran reducidísimos
y constante y violentamente señalados y hostigados.
Las ideas y prácticas a contracorriente se incubaron
en un ambiente adverso, pues la gran presencia de lo es-
tablecido mostraba sin dificultades el contraste. No po-
cos sufrieron las consecuencias de este régimen, particu-
larmente los sectores intelectuales y la población de más
bajos recursos. Pero, en la “manifestación” de tales des-
avenencias, en la circulación de la crítica y de la oposi-
ción era donde se presentaban las grandes dificultades.
De ahí que muchos de quienes osaron escribir al respecto
o hablar en voz alta, sin descontar su gran valentía, fue-
ron cercados desde el primer momento y tachados como
díscolos, locos o descarriados, cuando no de “endemo-
niados”. Esto hizo que muchos de los disidentes partie-
ran con sus profesías a otras tierras a la primera oportuni-
dad. Y los que por sus condiciones no lo podían hacer,
tenían que refugiarse en el resentimiento, en la evasión,
en el silencio.
Los “descarriados” de toda índole que fijaron su resi-
dencia en otras latitudes, sobre todo en Bogotá y en Euro-
pa, dan constancia de este fenómeno.34
Fueron sistemáti-
34. Aunque hay una ausencia de trabajos en este sentido, recordamos nom-
bres como los de Rafael Uribe Uribe (político liberal de finales del
siglo XIX y de principios del siglo XX), Fidel Cano (periodista, fun-
dador y propietario del periódico El Espectador) y su grupo de colabo-
radores (Luis Tejada, Rendón, etc.), María Cano (sindicalista), Igna-
41
camente hostigados y perseguidos por los sacerdotes, los
maestros, los vecinos, los empleadores y las autoridades
por contradecir de palabra, obra o pensamiento los auto-
ritarios ideales de la “raza paisa”.
¡Oh, mi amada Medellín, ciudad que amo, en la que
he sufrido, en la que tanto muero! –decía el poeta Gon-
zalo Arango hablando de este sentimiento en los se-
sentas–. Mi pensamiento se hizo trágico entre tus al-
tas montañas, en la penumbra casta de tus parques, en
tu loco afán de dinero. Pero amo tus cielos claros y
azules como ojos de gringa.
De tu corazón de máquina me arrojabas al exilio en la
alta noche de tus chimeneas donde sólo se oía tu pul-
món de acero, tu tisis industrial y el susurro de un
santo rosario detrás de tus paredes.
Eres utilitaria..., y preferías acostarte con gerentes y
mercaderes. También eres tiránica, pues te place la
servidumbre, dominar soberana en el reposo de los
vencidos y los muertos...
Hay otras mercancías que no produces: los alimentos
del alma. Ni siquiera tienes una fabriquita para ali-
mentos del alma. Tus politécnicos y universidades sólo
vomitan burócratas, peones, jefes de personal y mi-
llares de contadores para tu potente máquina econó-
mica, tus cerebros electrónicos y tu Bolsa Negra.35
Cuántos hombres, bohemios, sindicalistas y líderes
populares no pudieron partir, para tener destinos oscuros:
bajar la guardia, ceder ante los intereses dominantes o
desaparecer en el anonimato.
cio Torres Giraldo (intelectual socialista), Porfirio Barba Jacob y León
de Greiff (poetas), Luis López de Mesa, Baldomero Sanín Cano,
Gerardo Molina, Estanislao Zuleta, Manuel Mejía Vallejo (intelectua-
les modernos), etc. O la confinación, en su casa de Envigado de Débora
Arango (pintora), como algunos ejemplos.
35. ARANGO Gonzalo. “Medellín a solas contigo”, en: Obra Negra.
42
2. LA AMPLIACIÓN DEL SALARIO
43
Te ganarás el PAN
con el sudor de tu frente.
Shellmar de Colombia S.A.
Empresa modelo en prestaciones sociales
Es una de las empresas que más vela por el bienestar
de sus trabajadores y empleados. Cubre el 100% del
pago del ICSS (Instituto Colombiano de los Seguros
Sociales); por la mañana el personal toma un refrige-
rio en el bar, lo mismo por la tarde, de cuenta de la
empresa; no se trabaja los sábados (ni los domingos);
tiene contrato con la Clínica Soma para el servicio de
sus trabajadores y a los obreros del turno de la noche
se les lleva en una camioneta hasta sus hogares. (No-
ticia-publicidad en El Colombiano, mayo 19 de 1951,
p. 2.)
Uno de los principales ejes en torno a los cuales giró
la vida de una población cada vez mayor de obreros fue
el salario. En una sociedad capitalista, éste tendía a ser el
único cordón que atara al hombre asalariado, despojado
44
de cualquier otro medio de subsistencia, con el mundo;
sería casi la única posibilidad de permanencia en el pla-
neta, de él dependía su vida y la de su especie. Esto, en
términos económicos y monetarios, tal como lo entendió
la legislación salarial, y como se pretendió imponer a la
sociedad en general... hasta nuestros días.
A mediados del siglo XX en Colombia, debido al cre-
cimiento de la población asalariada, a la diversidad y anar-
quía de sus empresas, a la necesidad de la intervención
del Estado en el desarrollo y la regulación de la econo-
mía, y del bienestar de la población, entre otros factores,
el gobierno, dentro de las medidas tomadas sobre el tra-
bajo, se vio en la necesidad de legislar, a partir del sala-
rio, toda una cantidad de políticas sociales. No sólo el
que se pagaba semanal, decadal o quincenal, sino que tam-
bién puso un precio, legisló e intervino en otros aspectos
laborales como las vacaciones, el riesgo de quedar sin
trabajo (las cesantías), la salud (enfermedades, acciden-
tes e invalidez), aspectos sobre la vivienda obrera, su edu-
cación, su familia; casi todos basados, en alguna medida,
en la nueva noción de salario mínimo. Régimen salarial,
prestacional y de seguridad social que, con 50 años de
duración, entra en crisis a finales del siglo XX, frente a la
añoranza y la impotencia de muchos sectores sociales y
sindicales, que lo dieron como único y verdadero modelo
posible.
Fue tal la importancia, la novedad y la trascendencia
de estas reformas en la cultura del trabajo durante la se-
gunda mitad de la década de 1940 y el transcurso de los
cincuenta, y que perduró sin modificaciones hasta finales
del siglo XX, que partiremos de su análisis para acercar-
nos a la comprensión de las condiciones de vida de los
trabajadores en este período.
45
Las causas de este gran paquete de políticas salariales
han sido poco estudiadas en nuestro país, aunque tienen
las más diversas explicaciones en el común de la gente:
han sido vistas como conquistas del movimiento obrero,
como el triunfo de la doctrina social católica al interior
del Estado y de los industriales y como la justa recom-
pensa de los trabajadores ante el avance del capitalismo.
En lo que sí hay acuerdo es en que las medidas económi-
cas sobre la remuneración del trabajo redundaron en el
bienestar de los trabajadores, aunque obedecieron a un
optimismo ciego frente al desarrollo y el crecimiento cons-
tante de la economía, pero sobre todo, en que las condi-
ciones de vida de la población en general mejorarían con
este crecimiento, de manera más o menos equitativa y
paralela, tanto en ganancias para los industriales como
para los trabajadores.
Pero igualmente, fueron un paso sin antecedentes en
la adopción, por parte de los sectores industriales y polí-
ticos, de un modelo económico capitalista en un contexto
no tan capitalista, y que por lo tanto, al forzar una legisla-
ción homogénea para toda la población, desconoció a un
gran sector de la misma, que no logró llegar a ese nivel de
vida y de condiciones de inserción económica. Es decir,
se confundió el todo con la parte, porque la industrializa-
ción moderna sólo era una realidad en algunos núcleos
urbanos y solamente cubría a un reducido porcentaje de
población. Frente a esta crítica se argumentó que muy
pronto estos sectores atrasados se incorporarían a la rue-
da del progreso, que se veía, más que una esperanza, como
el único futuro posible.
Se fortaleció y generalizó, entonces, de manera for-
mal, una estructura particular de remuneración del traba-
jo: el asalariado; y sobre ésta se construyó todo un edifi-
46
cio de seguridad social en el que se pretendía alojar a
futuro a toda la población, cuando de hecho había sido
diseñado para que en él residieran sólo aquellos trabaja-
dores modernos: Los obreros y empleados de la gran in-
dustria, la burocracia del Estado y los trabajadores de los
servicios (la banca, el transporte, los servicios públicos),
y algunos otros sectores de la mediana industria y el co-
mercio, no sin dificultades.
Una historia de la remuneración del trabajo, además
de reconstruir la historia de las condiciones de vida, ma-
teriales y mentales, de los obreros del Valle de Aburrá a
mediados del siglo XX, nos permite avanzar en la com-
prensión del montaje de este régimen salarial.
Aunque los derechos obreros que aquí se aluden fue-
ron legislados desde el último gobierno de Alfonso López
Pumarejo (1942-1945), todavía en 1954,
existen muchas personas para las cuales el trabajo es
sólo una mercancía que se paga de acuerdo con su
rendimiento. Disposiciones como jornada mínima de
ocho horas, descanso dominical remunerado, vacacio-
nes, cesantías, salario mínimo, prima de beneficio y
otras, no se cumplen en muchas ocasiones. Esto es
así, no únicamente en el campo... sino en las mismas
ciudades.
...sólo una mínima parte de los trabajadores colom-
bianos gozan de las prestaciones sociales, no como
obsequio de sus patrones, sino como cuestión de sim-
ple justicia social.36
Este era uno de los principales objetivos de las políti-
cas estatales, hacer que este edificio de prestaciones so-
ciales se cumpliera en los términos en que habían queda-
do definidos. Jornada de ocho horas y pago del tiempo
36. El Colombiano, noviembre 18 de 1954, p. 3.
47
extra, descanso dominical remunerado y solicitud de per-
miso del Estado para laborarlo, vacaciones remuneradas
o su equivalente en dinero, cesantías, salario mínimo,
primas, entre otras, constituían el paquete de prestacio-
nes sociales, obligaciones de todas las entidades privadas
y oficiales que requirieran de mano de obra.
A este conjunto de obligaciones, habría que agregar
las medidas de seguridad social, que se prestaban a partir
de unos fondos, administrados por el Estado o por entes
descentralizados, y constituidos por un sistema de coti-
zación tripartita (empresa privada-trabajador-Estado),
nacionales o regionales, y que cubrían salud, seguro de
enfermedad, accidentes de trabajo, maternidad y subsi-
dio familiar.
Pero todas estas medidas, al estar basadas en el valor
del salario de cada trabajador, se constituyeron en su pro-
longación. Habría que descontar algunos aspectos de co-
tización discriminada y de repartición democrática, como
el subsidio familiar, la salud y los accidentes y enferme-
dades profesionales, que en alguna medida fueron cubier-
tos de igual manera para todos los obreros y obreras, sin
diferencias notorias según su salario.
2.1. LAS PRESTACIONES SOCIALES
Las diferentes prestaciones sociales no fueron legis-
ladas al mismo tiempo, pero sí durante una época muy
bien delimitada (1944-1952), y obedeciendo a los mis-
mos lineamientos y a la misma racionalidad, mantenien-
do una continuidad con las políticas trazadas por el go-
bierno liberal desde 1930. Para Víctor Manuel Moncayo
y Fernando Rojas, una de las pretensiones de estos go-
biernos, que se plasmó en la Ley 83 de 1931, fue la de
afianzar la legalización del sindicalismo, primero, para
48
garantizar que los movimientos obreros se llevaran a cabo
por los caminos legales y, segundo,
para colaborar así a los propósitos del desarrollo ca-
pitalista nacional, pues el relativo mejoramiento de la
capacidad adquisitiva de los sectores obreros favore-
cía la ampliación del mercado interno, y el apoyo que
así se obtenía legitimaba la acción estatal dirigida a
invertir las relaciones de dominación en el seno de las
clases dominantes, para sustituir la hegemonía de la
clase terrateniente aliada a la fracción comercial, por
la de la burguesía industrial.37
Pero, según los mismos autores, este proceso de in-
tervención del Estado en la búsqueda de mejores condi-
ciones salariales para los obreros contó con los siguien-
tes límites:
– La escasa diversidad de la producción industrial,
– la pronunciada localización geográfica,
– las dificultades para acumular en bienes de capital,
– las relaciones precapitalistas agrarias,
– la escasa inversión industrial en tecnología.
La pausa de la Revolución en Marcha, que se prolon-
gó hasta el fin del régimen liberal, con el segundo gobier-
no de López Pumarejo, se debió a estas Limitaciones del
proyecto de industrialización.
En dos décadas el panorama había cambiado un tan-
to38
, pero sobre todo, se aumentó la confianza en el mo-
delo económico capitalista y los industriales adquirieron
un notable poder al interior del Estado. Según el perio-
dista y político liberal Alberto Galindo,
37. MONCAYO Víctor Manuel y ROJAS Fernando, Luchas obreras y
política laboral en Colombia, Medellín: La Carreta, 1978. p. 57.
38. Particularmente, en lo que respecta a algunas nuevas inversiones en
industrias de bienes intermedios, y a varios esfuerzos de tecnificación
de la industria manufacturera, sobre todo en el sector textil.
49
Ahora son únicamente los personeros del gran capital
y de la industria protegida, los que tienen acceso a los
consejos privados, los que estudian la política econó-
mica del gobierno y negocian los tratados de comer-
cio, y señalan las orientaciones que se hayan de se-
guir en las conferencias aduaneras, y son los llamados
a declarar como voceros del punto de vista oficial en
las comisiones legislativas o a señalar las condiciones
en que el capital extranjero puede venir a competir
con ellos mismos.39
Paralelo con los industriales, adquirieron fuerza tam-
bién los obreros; ambos entraron a ser protagonistas de
primera línea en una sociedad en proceso de moderniza-
ción y, así estos sectores trabajadores no hayan tenido unas
manifestaciones políticas del todo independientes, fue-
ron un importante apoyo para la legitimación de un Esta-
do liberal y, a cambio, adquirieron un espacio legal cada
vez mayor. Es decir, se crea una legislación obrera más
coherente y completa para controlar y coartar la acción
obrera, a cambio de hacer extensivo a todos los trabajado-
res algunas de las conquistas logradas por éstos en otros
contextos.
2.1.1. El concepto de salario en los círculos
empresariales, eclesiásticos y sindicales
En Colombia, la posición de la iglesia sobre el salario
se basaba fundamentalmente en los textos pontificios de
León XIII, en su Encíclica Rerum Novarum, de 1891, y
de Pío XI, en la Quadragésimo Anno, de 1931.
39. En una editorial de El Liberal, de abril de 1949. Citado por MAYOR
MORA Alberto, “Historia de la industria colombiana. 1930-1968”,
en: Nueva Historia de Colombia, Tomo V, Bogotá: Planeta, pp. 333-
356. En 1946, Ospina Pérez rindió homenaje a los ingenieros con la
conferencia “La misión del ingeniero y la tecnificación del trabajo”.
El Colombiano, mayo 1º de 1946, p. 13.
50
León XIII planteó que no sólo el salario debería al-
canzar para la manutención de la mujer y de los hijos,
sino que debería alcanzar incluso, si se tiene buen juicio,
para un ahorro, un pequeño capital; a lo que añadía el
Papa Pío XI:
ha de ponerse, pues, todo esfuerzo en que los padres
de familia reciban una remuneración suficientemente
amplia para que puedan atender convenientemente a
las necesidades domésticas ordinarias. Si las circuns-
tancias presentes de la vida no siempre permiten ha-
cerlo así, pide la justicia social que cuanto antes se
introduzcan tales reformas, que a cualquier obrero
adulto se le asegure ese salario.40
Había aquí la defensa de una familia donde el padre
se dedicara exclusivamente a trabajar por un salario para
el sostenimiento de la unidad familiar, la mujer se dedi-
cara al cuidado del hogar, del esposo, el hogar y los hijos,
y éstos a formarse para la vida adulta. Donde
es gravísimo abuso, y con todo empeño ha de ser ex-
tirpado, que la madre, a causa de la escasez del sala-
rio del padre, se vea obligada a ejercitar un arte lucra-
tivo, dejando abandonadas en la casa sus peculiares
cuidados y quehaceres, y sobre todo la educación de
los niños pequeños.41
Este tipo de familia, pregonada por la iglesia, reforza-
ba dos importantes propósitos capitalistas: la reproduc-
ción y la calificación de la fuerza de trabajo. Aunque re-
conocía la necesidad del trabajo de las mujeres y de los
niños en sociedades o sectores productivos menos desa-
40. Encíclica Quadragésimo Anno de 1931; citada por POVEDA RA-
MOS, Comfama, precursora y protagonista del subsidio familiar en
Colombia. 1954-1989, Medellín: Comfama, 1989, p. 3.
41. Ibíd.
51
rrollados —como el colombiano—, añadía que se ten-
drían que hacer esfuerzos futuros para abolirlos42
.
En este contexto, un grupo de ciudadanos pide a las
autoridades que cuiden de que los niños trabajadores de
Rosellón, gran empresa textil de Envigado, municipio al
sur de Medellín, en 1945, no entreguen sus salarios a los
cantineros o a los avivatos de los juegos de azar.
...Es bueno recordarles a estos pequeños tahúres que
el jornal no les pertenece, ya que éste debe ser entre-
gado a los padres para que ellos dispongan en la for-
ma que estimen conveniente. Si lo emplean mal o
dilapidan sin contar con el consentimiento de sus pa-
dres, sencillamente están disponiendo de algo que no
les corresponde.43
... Lo que sucede sobre este particular es que los jo-
vencitos de hoy, se creen hombres sin llegar a la ma-
yoría de edad y sin poseer la cordura requerida para
ser hombre, en el sentido completo del vocablo.44
Lo que les preocupaba no era entonces que los niños
trabajaran, esto les parecía de lo más normal; ni tampoco
que la sociedad les estuviera haciendo estas ofertas, jue-
gos de azar y alcohol —por lo menos en este caso—, sino
que “esto constituye un grave problema si se tiene en cuen-
ta que la mayoría de los obreros de la mencionada fábrica
tienen sobre sí obligaciones tales como la de sostener quizá
a su madre viuda, o padres y hermanitos...”.45
El salario no le pertenecía únicamente al trabajador, y
menos si se trataba de un menor de edad. Disponer indi-
vidualmente del producto del trabajo constituía un acto
de arrogancia en tanto El salario es sagrado, como lo
42. Ibíd.
43. El Colombiano, febrero 14 de 1946, p. 8.
44. Ibíd.
45. Ibíd.
52
disponía la iglesia; y no sólo porque de él dependían los
demás miembros de la familia, la base de la sociedad,
sino y sobre todo para cuidar de que no cayera en manos
del demonio, las tentaciones del mal: el cantinero, las pros-
titutas, el jugador indecente y el garitero inescrupuloso.
¿Pero era su único sentido, su única dedicación la
manutención económica de la familia? Tampoco, porque
si éstas eran sus necesidades materiales, ¿cuáles eran las
espirituales? Las que proporcionaba la práctica religiosa,
claro; de ahí la sugerencia a destinar un tanto para las
obras de caridad y para el sostenimiento de la iglesia.
Gran parte del pensamiento sobre el salario de los in-
dustriales, por lo menos en Antioquia, se basó en la mis-
ma doctrina de la iglesia. Para el director de la ANDI
(Asociación Nacional de Industriales), en 1945, el sala-
rio, “el sustento mismo de la existencia”, además de ser
un asunto de justicia, como lo proponía León XIII, estaba
regido, desde el punto de vista del empresario, por un
aspecto moral y otro de orden práctico. El aspecto moral
consistía en que éste “puede percibir el exceso de utilida-
des proveniente del negocio, una vez que haya cumplido
con la obligación de pagar en el mismo salarios equitati-
vos a quienes aportan el trabajo para su empresa”.46
Y, en el orden práctico,
Siendo el hombre egoísta por naturaleza, el estímulo
y la esperanza de obtener utilidades son fuerzas que
no pueden despreciarse en el mundo económico, so
pena de incurrir en el tremendo error de un debilita-
miento ruinoso de la producción, lo que sería funesto
no sólo para el capitalista, sino también y en mayor
escala para el trabajador.47
46. RESTREPO JARAMILLO Juan Guillermo, “El salario familiar”, en:
El Colombiano, abril 21 de 1945, p. 4.
47. Ibíd.
53
Y si las necesidades humanas para la doctrina católi-
ca se clasificaban en dos grupos —materiales y espiritua-
les—; en la definición oficial se le agregó un tercero: las
necesidades culturales, en particular en lo que hacía rela-
ción con la educación.
La medidas de control para una justa remuneración
El mito rezaba que
El progreso industrial de la capital antioqueña se ha
conseguido a base de un entendimiento constante en-
tre los patronos y los obreros, de una colaboración
mutua que les ha permitido descartar en su totalidad
los conflictos de trabajo, los paros y los movimientos
de huelga que son la causa del retraso de las activida-
des fabriles en otros centros del continente. Además
hay que tener en cuenta que el trabajador bien remu-
nerado y que encuentra en la empresa donde presta
sus servicios una cooperación espontánea y desinte-
resada para la solución de sus problemas de orden
económico, ... está dispuesto a rendir una capacidad
de acción que en vano se intentaría de encontrar (sic)
en un obrero que se encuentra descontento con un sa-
lario y que hace su labor de mala gana.48
A pesar de la fama que tenían los capitalistas antio-
queños sobre la buena remuneración y el buen trato que
hacían al trabajador, esto parecía ser la excepción. Por
fuera de una docena de grandes industrias, se desplegaba
una gran sombra. Los hombres eran mal pagados, se les
incumplían las mínimas normas salariales y, más por deba-
jo todavía, se encontraban las mujeres y los niños; y toda
esta injusticia social bajo la represión directa.
Fuera de las que están empleadas en las grandes em-
presas, las demás ganan sueldos miserables. Tal es el
48. El Colombiano, abril 15 de 1945.
54
caso de muchas dependientes del comercio, costure-
ras, ascensoristas, secretarias, encargadas del aseo de
los edificios, obreras de pequeñas industrias... Si se
quejan del escaso sueldo y de la excesiva cantidad de
horas trabajadas, son despedidas sin ningún escrúpu-
lo... Pero también los varones están sometidos a sala-
rios ínfimos y a escasas prestaciones sociales... cela-
dores de edificios que trabajan noche y día, sin des-
canso efectivo... a otros... se les paga por la obra rea-
lizada diariamente, por lo cual no es raro verlos em-
pezar a las 3 de la mañana y trabajar hasta bien entra-
da la noche...49
Para garantizar el cumplimiento de la ley, el gobierno
creó una dependencia especial en los núcleos más
industrializados, incluso en las zonas de enclave. Se tra-
taba de un canal para solucionar los conflictos obreros,
tanto colectivos como individuales. Fueron los Tribuna-
les del Trabajo, constituidos en 1945.50
Es de suponer que fueron muchos los casos de injusti-
cia que no fueron denunciados, y esto por el desconoci-
miento de la ley por parte del trabajador, o por el temor a
represalias, o incluso por no verse involucrados en las
filas y los trámites ante los Tribunales del Trabajo. Aquí
volvían a ser favorecidos los obreros de la gran industria,
los que acudían al respaldo de la organización sindical.
Porque, además de la negociación de las convenciones
colectivas, los sindicatos prestaban el servicio de aboga-
dos o de gente especialista en estos pleitos para casos
particulares. Los demás ignoraban los trámites. A esto se
49. El Colombiano, noviembre 18 de 1954.
50. Por ejemplo, el Tribunal Seccional del Trabajo resolvió a favor de un
trabajador una demanda de cesantías puesta contra Búfalo. El Colom-
biano, julio 7 de 1946, p. 12; y condenó a la fábrica de alimentos Noel
a pagar cesantías a un trabajador que estuvo vinculado cinco años a la
empresa, cuatro antes de prestar su servicio militar y un año después
El Colombiano, enero 14 de 1947, p. 2.
55
agrega que los Tribunales no eran suficientes, o por el
escaso número de funcionarios o por la cantidad de tra-
bajo.51
2.1.2. ¡Con menos no se puede vivir!
El salario mínimo es el que todo trabajador tiene de-
recho a percibir para subvenir a sus necesidades nor-
males y a las de su familia, en el orden material, mo-
ral y cultural (Código Sustantivo del Trabajo, 1950).
Aunque, a mediados del siglo XX, el salario no era
entendido por todos de una misma manera, se llegó a un
acuerdo a raíz de la imposición del salario mínimo. Con
la Ley 6ª de 1945, el Gobierno había quedado autorizado
“para señalar salarios mínimos por regiones o por activi-
dades, teniendo en cuenta, entre otras cosas, el costo de
la vida”. Pero esto se llevó a cabo sólo hasta 1949, duran-
te el gobierno de Ospina Pérez, por intermedio del De-
creto 3871 de 1949, y que comenzaría a regir para 1950.
No fue la primera de las prestaciones sociales regla-
mentada, pero, a partir de él, se pueden observar casi to-
dos los lineamientos generales de tales políticas, porque
fue el eje a partir del cual se ajustaron las demás medidas.
Se habló de su implantación desde los años treinta52
,
y sólo se instauró en 1950, donde se vio sometido a opo-
siciones, propuestas de que fuera diferente según el gra-
do de desarrollo de cada región, salvedades, etc.
Ya desde antes este factor del salario53
había sido te-
51. Según El Colombiano, en 1951 el Inspector de Trabajo de Medellín y
sus seccionales tenían gran cantidad de trabajo debido a las muchas
reclamaciones de los trabajadores; en 1956 algunos ciudadanos se
quejaban de los restringidos horarios al público (de 8 a 10 de la maña-
na), que no eran suficientes para atenderlos a todos. El Colombiano,
enero 23 de 1951 y septiembre 11 de 1956.
56
nido en cuenta. En 1938, desde la Contraloría de la Re-
pública se inició un estudio sobre la industria colombia-
na, del cual hizo parte otro, realizado en 1945, sobre la
vida obrera en la ciudad de Medellín y en la zona del
Ferrocarril de Antioquia. Según los investigadores, se tra-
taba de desarrollar y encauzar, “una acertada política de
salarios”. Para tal efecto,
... investigamos la vida obrera en sus manifestaciones
económicas fundamentales, a través de encuestas so-
bre víveres, arrendamientos, precios de artículos de
uso personal y combustible. En lo futuro será posible
estudiar al trabajador en relación con su medio social,
el radio de acción de sus diversiones, educación cul-
tura, etc.54
Para la ANDI55
un salario mínimo debería consistir
en un valor que cubriera las mínimas necesidades para
una familia máxima, lo que sería el ideal, pero imposible
en nuestra sociedad.56
Entonces, para nuestras condicio-
nes, el salario mínimo debería ser el que cubriera las ne-
cesidades básicas de una familia promedio y a partir del
52. El proyecto del salario mínimo se había propuesto desde la adminis-
tración de Olaya Herrera, y fue pospuesto por los dos gobiernos de
López Pumarejo y el de Eduardo Santos. Según ARCHILA NEIRA,
1991, p. 332. “En realidad, los sectores empresariales estaban preocu-
pados con él pues implicaba la participación de los obreros en las
ganancias de las empresas... al gobierno de Santos lo que más le mo-
lestaba era el poder de negociación que se le daría al sindicalismo, y
en particular a la CTC, en la definición del salario mínimo... Curiosa-
mente, además de los sectores cetecistas y de izquierda que lo defen-
dían, había un sector católico que lo apoyaba basándose en las nocio-
nes de ‘salario justo’”.
53. Según “Sagredo”, (Jaime Sanín Echeverri), en su columna “Sangría”,
a 1º de enero de 1950, la imposición del salario mínimo costó a los
patronos un 17% sobre la nómina, El Colombiano, julio 10 de 1953.
54. El Colombiano, febrero 8 de 1945.
55. En su conferencia sobre “El salario familiar”. El Colombiano, abril
21 de 1945.
57
cual se incrementara según las capacidades y la respon-
sabilidad del trabajador.
Debido a la regionalización, el salario mínimo fue más
alto en Cundinamarca (capital Bogotá) y Antioquia (ca-
pital Medellín), con la autorización de la ANDI, para
quienes la industria tenía capacidad de subirlo, y así lo
habían hecho ya varias empresas. En estos departamento
de más avance industrial, quedó en $4,00, pero al mes lo
reajustaron en $4,30.57
En 1956 se le hicieron algunos reajustes.58
Para
Antioquia, según una categoría del capital industrial, que-
dó en $3,80 y $4,50; pero se generaron ciertas polémicas,
pues se percibía que podría ser demasiado alto para los
sectores menos modernos de la economía y que al no
poderlos cubrir, estos patronos podrían optar por los des-
pidos masivos.59
Si bien las grandes empresas ya los tenían por encima
de esa cantidad, las pequeñas industrias podrían resultar
afectadas. las situación de las pequeñas —talleres, arte-
sanos, etc.— sería angustiosa; además, “así las cifras de
las potentes empresas nos hagan olvidar esta realidad”60
,
las pequeñas eran la mayoría.
56. “...sería necesario que la cuantía del jornal mínimo fuera suficiente
para abastecer las necesidades de la familia máxima. Si se adoptara
como base un número promedio, se habría dado una solución mate-
mática, pero aquellas familias que excedieran este número no dispon-
drían de recursos esenciales, mientras que por el contrario otras sal-
drían injustamente beneficiadas”, El Colombiano, abril 21 de 1945.
57. El Colombiano, junio 6 de 1954, abril 29 y noviembre 24 de 1955.
58. Que se suponía en los estudios fluctuaría por los $4,50 para los depar-
tamentos de mayor desarrollo; mientras que en Coltejer ya se había
negociado en $5,20. El Colombiano, mayo 30 de 1956, p. 1 y agosto
23 de 1956, p. 2.
59. “... se toman medidas para evitar despidos masivos, ante la nueva le-
gislación sobre el salario mínimo”, El Colombiano, agosto 1 de 1956,
p. 1.
58
Mientras unos proponían que frente a las alzas de la
canasta familiar eran necesarios los ajustes al salario mí-
nimo, otros, que observaban las repercusiones de esta
medida sobre la inflación, sugerían que a través del apo-
yo al sindicalismo (católico, por supuesto) se beneficia-
ría a los trabajadores de aquellos patrones que no les quie-
ren pagar lo justo, olvidando un poco que estas organiza-
ciones sólo existían en las grandes empresas, aquéllas que
no necesitaban tales presiones.
Pero como a los trabajadores no se les puede dejar sin
la debida protección, tal vez una campaña de respal-
do a los sindicatos para que éstos obtengan mejores
salarios en cada una de sus empresas podría resolver
la situación. Desgraciadamente quedarían por fuera
los obreros de la pequeña industria y de los talleres,
que son precisamente los más abandonados y a quie-
nes el alza de salarios quiere beneficiar.61
Otros intelectuales plantearon que, si se elevaran los
salarios en un 25%, las mercancías elevarían un 10%, por
lo tanto la medida sí sería benéfica; y así se solucionaba
otro problema, el subconsumo en el mercado interno.62
Luego de expedido el decreto sobre el nuevo salario
mínimo por departamentos, Jaime Sanín Echeverri, afir-
mó que las personas beneficiadas fueron aquellas que
menos devengaban, aquéllas “que tras una jornada de tra-
bajo material, al caer el sol, han devengado menos de
$3,50, menos de $4,00... Esos hombres y esas mujeres
son los ciudadanos más desvalidos de la patria...”
Pero muestra algunas de las deficiencias del decreto,
que permiten muchas veces su violación, pues en éste “se
60. El Colombiano, agosto 17 de 1956, p. 3.
61. Ibíd.
62. El Colombiano, agosto 18 de 1956, p. 5.
59
exceptúan... quienes perciben parte de él en especies dis-
tintas de la monetaria, el servicio doméstico, los menores
de 18 años, los aprendices y los trabajadores a prueba”.63
Igual le sucedió a un obrero en una mediana litografía
de Medellín, la Litografía Arango. Él ya sabía de la ins-
tauración del salario mínimo, pero cuando fue a cobrar
su primer salario le pagaron algo así como la mitad, y la
explicación que le dieron fue que él era un “aprendiz”.
Les estaba haciendo un trabajo de obrero calificado
—dice—, y ganaba como aprendiz; y no estaba apren-
diendo nada y me ganaba menos de la mitad. Yo no
estaba como obrero calificado, pero mi trabajo sí daba
rendimiento, el rendimiento que tenía que dar para pro-
ducción, cortando los sellos que se producían.64
Y esto sucedía a pesar de que al salario mínimo se
tenía derecho desde los 16 años, “cuando se tiene jornada
de 8 horas o más diarias, tanto para el campo como para
la ciudad”.65
Los métodos de evasión de la ley fueron muchos, y
no sólo en las pequeñas empresas o entre los artesanos.
En Locería Colombiana, por ejemplo, también se pasa-
ban por alto la legislación aprovechando la vinculación
de campesinos de la zona:
63. El Colombiano, septiembre 9 de 1956. “Por diciembre, por ejemplo,
acostumbran los comerciantes contratar un crecido número de traba-
jadores a prueba, a sabiendas de que ciertamente serán licenciados
para enero, cuando decaen las ventas. Lo justo es que esos contratos
se celebren a término fijo, pero debe regir para ellos lo relativo al
salario mínimo; lo mismo en cuanto a comisariatos; el salario debe de
ser en dinero y está bien que se den facilidades accesorias al personal,
pero siempre que ellas no vayan a servir de cortina para encubrir vio-
laciones al salario mínimo”.
64. Ver entrevista a don Álvaro, Envigado, marzo 29 de 1992, op. cit.
65. El Obrero Católico, enero 28 de 1950, pp. 1 y 5.
60
En el campo, a una persona no le dan trabajo sino
cuatro días de la semana para no tenerle que pagar el
dominical; en cambio, cuando llegan a la fábrica... le
dan trabajo completo, de los seis días de la semana y
le pagan el domingo; eso es suficiente para que el tipo
no se busque más problemas... Eso era suficiente para
el tipo llegar lleno. No era el proletario de ciudad,
sino que era el tipo de extracción campesina... Inclu-
sive en Ceramita decía el doctor Octavio Arango:
“Colóquenlos, pero que sean de por aquí de las vere-
das, porque son estos campesinos los que nos sirven;
la gente que venga de allá de Medellín, con proble-
mas de sindicatos y de que hay que pagarle prestacio-
nes sociales, que no se pagaron en mucho tiempo...
incluso no respetaban la cuestión del horario: Al tipo
le hacían un contrato —Locería o Ceramita o cual-
quiera de esas fábricas— ... donde usted daba deter-
minada producción: Ustedes veinte... cuando llenen
este horno de producción ustedes ganan a tanto; eso
que ganaban a tanto era el salario mínimo... Entonces
la gente copaba el horno y se iba. ¿Y cuándo se iba?
La gente llegaba a las cuatro de la mañana y se iba a
las cuatro de la tarde, entonces trabajaban 12 horas. Y
como no marcaban tarjeta siquiera...66
Mientras unos evadían la legislación pasando como
pequeñas empresas (Litografía Arango, por ejemplo),
otros lo hacían por la lejanía con respecto a la capital
(Locería Colombiana, en Caldas). Aunque también en-
contramos para los mismos años casos donde los apren-
dices sí recibían el salario mínimo.67
En Peldar, Empresa fabricante de vidrio en Envigado,
los bajos salarios eran encubiertos ante la opinión públi-
66. Ver entrevista a don Álvaro, Envigado, marzo 29 de 1992, op. cit.
67. Por ejemplo en la CADA (un gran taller de venta y reparación de
vehículos), como nos lo confirmó don Danilo. Entrevista, Medellín,
julio de 1992, op. cit.
61
ca con la inclusión de las horas extras. Mientras los pa-
trones decían a los periodistas que el movimiento de los
trabajadores era injusto, pues pedían aumento de salarios
cuando éstos eran muy buenos, y presentaban las cifras,
eran desmentidos por la UTRAN, que planteaba que allí
los trabajadores tenían que laborar todos los días, inclu-
sive los domingos y demás festivos con exceso de horas
extras, y que los listados de salarios pasados por los pa-
trones no se correspondían a la realidad porque incluían
estas últimas.68
Gran parte del comercio —afiliados a Fenalco (Fede-
ración Nacional de Comerciantes)— se opuso al salario
mínimo, por no estar en condiciones de asumir estos cos-
tos tal altos, porque contaban con más de un millar de
vendedoras que ganaban menos del salario en discusión.69
Pero, según el periódico El Colombiano, fiel vocero de la
gran industria y defensor del presidente Ospina Pérez, esto
demostraba que la medida era correcta, pues no era justo
que una vendedora de almacén se ganara mensualmente
$75,00 o menos. Además se conocían casos de mujeres
viudas o abandonadas por sus esposos y con varios hijos
que tenían sueldos de $60,00 mensuales, mientras que
... representantes de otros almacenes, especialmente
situados en la parte central del comercio medellinen-
se, no se consideran afectados, pues desde tiempo
atrás vienen pagando a sus vendedoras sueldos que
68. Habían trabajadores que ganaban un promedio de $4,00 y eran viejos
de estar en la empresa. Existía, por ejemplo, uno que llevaba 28 años
y ganaba $3,50; otro con 22 que devengaba $2,50. Esto a raíz de la
huelga que se llevaría a cabo días después. El Colombiano, octubre
28 de 1955.
69. Entre ellos los de los grandes almacenes Caravana, Tía y Ley. El Co-
lombiano, septiembre 23 de 1956.
62
están por encima del salario mínimo fijado por el
gobierno.70
Como se trataba de homogeneizar un tanto los sala-
rios, la medida era urgente, y desconociendo el gran des-
equilibro entre unas empresas y otras y entre los diferen-
tes sectores de la economía, así se impuso; pero esto no
quiere decir que se cumplió de hecho en todos los secto-
res. Aunque se le dio al trabajador una herramienta legal,
sólo fue válida para los organizados en sindicatos, quie-
nes mejores salarios devengaban; porque como argumento
para un trabajador aislado no era válido, a no ser bajo el
riesgo de perder su empleo.71
Desde el punto de vista de la modernización, cumplía
otros objetivos: Unificar criterios de costos de produc-
ción a nivel nacional, frenando las expectativas de sala-
rio en los trabajadores de la industria moderna, que po-
drían según las condiciones de la empresa ganar más, y
presionando a los sectores menos desarrollados para que
o modernizaran sus procesos productivos o al menos su-
bieran sus salarios, permitiendo así el incremento del con-
sumo por parte de la población local; y, en caso de que no
lo lograran, despejaran el campo a las industrias moder-
nas en desarrollo.
70. Ibíd.
71. El caso de Álvaro es patético. Ante la evasión que se le hizo del sala-
rio mínimo por ser aprendiz, se le preguntó que cuántos más estaban
en esas mismas condiciones, y respondió: “No, no. Es que normal-
mente casi ninguno hablaba de eso ni brincaba por eso. Yo brinqué
por eso, pero los demás no... Yo dije que había un decreto porque yo
me daba cuenta; yo entraba allá, pero antes leía El Colombiano; pero
normalmente los demás no; nadie tuvo ningún problema de esa índo-
le”. (Pregunta: ¿Y la gente en general no lo sabía?) “No. Lo sabía y se
callaba, porque de pronto perdía el puesto si se ponía a hablar de eso...”
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
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Ganarás el pan con el sudor de tu frente

  • 1.
  • 2. 1 Ganarás el pan con el sudor de tu frente Sociedad salarial y culto al trabajo a mediados del siglo XX en Medellín Juan José Cañas Restrepo Ensayos laborales/ocho
  • 3. 2 Primera edición: diciembre 2003 © Escuela Nacional Sindical, 2003 Apartado Aéreo 12175, Medellín, Colombia Editor: Juan Carlos Celis Ospina Carátula: Benjamín de la Calle, “Pastor Botero Palacio, San Pablo”, 1915 Fondos Patrimoniales Biblioteca Pública Piloto, Medellín. ISBN: 958-8207-31-2 Diseño e impresión: Pregón Ltda. Para esta publicación la ENS contó con el apoyo de FNV Holanda. Impreso en papel de fibra de caña de azúcar. Se puede reproducir total o parcialmente por cualquier medio, previo permiso de los editores
  • 4. 3 CONTENIDO PRESENTACIÓN......................................................... 4 INTRODUCCIÓN ........................................................ 9 1. EL CULTO AL TRABAJO El lugar y el significado del trabajo obrero en el contexto del mito paisa.................................. 14 2. LA AMPLIACIÓN DEL SALARIO ...................... 42 3. ¿LOS CUIDA USTED O LOS CUIDO YO? De la medicina patronal a la social ...................... 103 4. CON LA AREPA DEBAJO DEL BRAZO Subsidio familiar y cajas de compensación ......... 118 5. TENER CASA NO ES RIQUEZA... PERO NO TENERLA ES MUCHA POBREZA Casa propia para los obreros de la gran industria .............................................. 128 6. LA EDUCACIÓN OBRERA ............................... 164 7. OTROS VALORES SIMBÓLICOS DEL TRABAJO................................................... 193 BIBLIOGRAFÍA ...................................................... 202
  • 5. 4 PRESENTACIÓN En la medida en que la historia es una reconstrucción de hechos pasados que se hace desde el presente, su edi- ficación está atravesada por los intereses que más le pe- san. Las crisis actuales, sus nuevos órdenes sociales, eco- nómicos, políticos y culturales, no solo determinan el fu- turo, sino que se vuelven la medida de lo histórico y exi- gen una reordenación de hechos ya contados. Es así como la historia dinamiza la comprensión de realidades que se encuentran inmersas en la inercia del presente. La falta de reflexión historiográfica sobre algunos te- mas, entre estos el del trabajo, contribuye a la prolonga- ción en el presente de un espejismo de estabilidad y a la profundización del abismo que existe entre las realidades presentes y la comprensión de los fenómenos que dan significado a nuestras sociedades. La historiografía sobre el trabajo y los trabajadores tuvo su época de oro cuando académicos y actores se abanderaron de estos temas en las décadas de los setenta y ochenta. Fueron sus representantes: Miguel Urrutia con la Historia del sindicalismo en Colombia, Edgar Caicedo
  • 6. 5 con Historia de las luchas sindicales en Colombia, Igna- cio Torres Giraldo con Los inconformes, Víctor Manuel Moncayo y Fernando Rojas con Luchas obreras y políti- ca laboral en Colombia, Charles Berquist con La histo- ria laboral latinoamericana desde una perspectiva com- parativa, estudio comparativo entre Argentina, Chile, Ve- nezuela y Colombia y Daniel Pecault con Política y Sin- dicalismo en Colombia. Estos autores estuvieron influen- ciados por el referente de estabilidad determinado por la sociedad centrada en el trabajo asalariado, y durante mu- chos años sobredimensionaron los fenómenos que el tra- bajo y los trabajadores generaron en nuestras localida- des, y, además abogaron por un orden existente en el que el trabajo estructuraba el orden social. Sólo hasta 1993 se inicia un acercamiento a la historia de los trabajadores desde otra perspectiva historiográfica, que tuvieron cla- ros referentes de dos historiadores ingleses: E.P. Thomp- son y Eric Hobsbawm; se destaca en esta línea Mauricio Archila con su estudio Cultura e identidad obrera. Los nuevos estudios del trabajo, que realizan su trán- sito entre la cultura obrera y las culturas del trabajo exi- gen de la historia abordar la pregunta sobre el trabajo y sus actores desde la transformación del concepto de tra- bajo; y deben tener presente que existe un fuerte rema- nente de los referentes de estabilidad generado en esa sociedad salarial. Se hace indispensable, entonces poner en su lugar lo que significó la sociedad salarial en nues- tras localidades, buscando provocar esa nueva dinámica que requiere la historiografía del trabajo, que sería, 7en últimas, el mejor aporte a la comprensión de nuestro pro- pio presente. La sociedad salarial se caracterizó por separar a quie- nes trabajaban regularmente de los inactivos, así como
  • 7. 6 por racionalizar los procesos productivos en cuanto al uso del tiempo y la fijación a un puesto de trabajo. De la mis- ma forma hizo de los obreros los usuarios más importan- tes de la producción en masa. Esta sociedad, a través del salario posibilitó el acceso al consumo, a la propiedad social y a los servicios públicos y aseguró recursos como las cesantías, los servicios de salud, la jubilación, la hi- giene, la vivienda y la educación; pero ante todo inscri- bió un derecho que reconocía al trabajador como miem- bro de un colectivo, con una capacidad de negociación que iba más allá del contrato individual de trabajo. La Escuela Nacional Sindical presenta este esfuerzo académico de Juan José Cañas, que contribuye al avance de la investigación histórica sobre el tema. En este texto se encuentran los elementos centrales de la constitución de la sociedad salarial en el Valle de Aburrá, desde la óptica de particularidades regionales como las creencias, las ideologías y los mitos sobre la “antioqueñidad”. Ve- mos además cómo estas jugaron su papel en la conforma- ción del trabajo como ordenador social. Describe también, como factor de la conformación de la sociedad salarial, la ampliación del salario a través de las prestaciones sociales: primas, bonificaciones, vaca- ciones, descansos, así como otros beneficios: restauran- tes, transporte y vestido; el tránsito de una medicina patro- nal a una medicina social; el acceso al subsidio familiar y a las cajas de compensación, a la vivienda y a la educa- ción obrera. Juan José Cañas rescata esa forma de hacer historia que combina las fuentes bibliográficas con los testimo- nios de quienes vivieron los momentos citados en ellas. Esto le permite al lector adentrarse en la historia del pro- pio sujeto, en el que seguramente se representa no solo su
  • 8. 7 pasado, sino también el de un familiar o un amigo. Por- que el trabajo y los elementos constitutivos de esa socie- dad salarial siguen ocupando en nosotros un lugar que nos dinamiza la comprensión de los profundos cambios en la relación del trabajo y la sociedad que hoy vivimos. Nelcy Yoly Valencia O.
  • 9. 8 A Patricia y Mariana, los apoyos de mi corazón
  • 10. 9 INTRODUCCIÓN Hacia finales del siglo XX, después de una oleada de estudios sobre el sindicalismo, se comenzó la explora- ción social e histórica sobre la condición obrera y sobre la vida cotidiana de los trabajadores, más allá de sus repre- sentantes sindicales y de sus vanguardias, lejos de los me- tarrelatos y de las grandes ideologías, como avizorando la entrada en crisis de esta condición social particular de asalariado, que fue privilegiada durante casi todo el si- glo XX en los diferentes países de América Latina. En el marco de estas preocupaciones la Escuela Nacional Sin- dical financió esta investigación. A principios del siglo XXI, en lo más profundo de esta crisis, es decir, en pleno auge de la crítica a este modo de vida, a este modelo económico, este texto vuelve a cobrar sentido en la medida en que contribuye a develar como construcción histórica, y no como realidad dada, la manera en que se montó una sociedad salarial, desde don- de se pensaron las más diversas políticas sociales, donde se constituyó como única verdad que el sentido de la vida era el trabajo, donde el único sentido del trabajo era el
  • 11. 10 salario, y donde se vivía para trabajar; donde era exclui- do cualquier proyecto de vida que estuviera por fuera del trabajo asalariado, pues cuando no era considerado sos- pechoso era inexistente para el Estado y sus políticas pú- blicas. En una década donde el empleo dejó de ser una solu- ción posible para garantizar la vida y la subsistencia de toda la población, donde comenzaron a ser utopías posi- bles el subsidio al desempleo, a la alimentación básica, a la salud y al estudio para un número mayor de población no trabajadora y en donde se convierten todas éstas en reivindicaciones en posibles, se pone en evidencia una sociedad diseñada únicamente para los dueños del capi- tal, para una serie de industriales que impusieron como verdad su único propósito: su propio enriquecimiento. Pero esta sociedad no podría tener sentido sin generar todo un régimen cultural, político y económico donde el único sentido de la existencia para las personas fuera cir- cunscribir su vida al servicio de la gran industria, donde su gran sueño fuera el trabajo dependiente, y donde pare- ciera que la única manera de conquistar la felicidad, una familia modelo, la salud, el techo, el alimento, la educa- ción propia y la de los hijos, era renunciar al propio pro- yecto de vida y colocarse a las órdenes del de un puñado de industriales que concentraban el poder económico, po- lítico y estatal. Nuevas formas de contratación, nuevas condiciones globales de dominación , dinámicas de narcotráfico, le- gislaciones y niveles de vida desiguales entre los países del sur y del norte, nuevas industrias como la informáti- ca, los medios masivos de comunicación y las industrias culturales, entre otros fenómenos, han contribuido al des- moronamiento de ese “antiguo régimen”; y han sido las
  • 12. 11 nuevas generaciones las más sensibles a esta crisis; hijos de esos obreros y obreras que con sus expresiones, sus prácticas y sus vidas, han comenzado a dejar de creer en ese idilio de una vida estable y plena de 30 ó 40 años de trabajo continuo, de 48 horas semanales sin cambiar de oficio, de descansos dominicales, primas y vacaciones co- lectivas, de jubilaciones y aburrimiento; de un régimen fabril al margen de los derechos humanos, de unos pa- dres excluidos de la sociedad y la cultura, de la ciudad y de la vida urbana, del disfrute y del desarrollo de sus po- tencialidades. El auge, hoy en día, de una serie de políticas sociales de envejecimiento (para la niñez, la juventud y la tercera edad), para las mujeres, los afrodescendientes, los indí- genas, los minusválidos, etc., es decir, para las más di- versas formas de vida humana, independiente de su vin- culación laboral, discriminando género y generación, et- nia y adscripción religiosa o política, denuncian unas po- líticas adulto-céntricas, una condición propia de los adul- tos, una edad de óptima productividad, que más allá de la edad la define su condición de trabajador... de trabajador asalariado. Este texto considera que los regímenes salarial, de prestaciones sociales y de seguridad social, que tuvieron su origen en el contexto industrial del Valle de Aburrá a mediados del siglo XX, partieron en dos la historia de las condiciones de vida de los trabajadores, y marcaron un punto de referencia industrial y urbano, trabajador y adul- to, a todo el resto de la sociedad, que ni siquiera se acer- caba a esta realidad. Se observa que a mediados del siglo XX en las princi- pales ciudades de Colombia asistíamos al montaje de todo un régimen sobre el que se erigiría una sociedad salarial.
  • 13. 12 En medio del optimismo de la modernización y de la globalización del modelo capitalista e industrial, en Co- lombia y los demás países de América Latina a mediados del siglo XX se monta un andamiaje de políticas socia- les, donde sus principales y casi únicos beneficiarios fue- ron los trabajadores de la gran industria, de la burocracia administrativa y de algunos empleados del sector de los servicios públicos. A mediados del siglo XX se legisló y ordenó a nivel nacional la remuneración del trabajador, el valor del tra- bajo en sus diferentes aspectos: el salario nominal, que se paga cada cierto período de tiempo (cada ocho, diez o quince días), y los porcentajes en tiempo o en dinero por descanso (vacaciones, domingos y festivos), cesantías (riesgo del retiro, el cese o la expulsión por tiempo de trabajo), participación del trabajador de las ganancias de la empresa o primas (en sus inicios dependiendo de las ganancias de la empresa y, luego, fijadas en lo correspon- diente a 15 días de trabajo en junio y en diciembre), di- versos subsidios (de transporte, por matrimonio, calami- dad doméstica, etc.); y tuvieron lugar importantes políti- cas de educación y vivienda obrera. Derechos a los que se fue teniendo acceso siempre y cuando se fuera trabajador o se perteneciera a su familia, dejando desprotegidos a una buena cantidad de pobla- ción no trabajadora, incluso algunos sectores que traba- jaban en la economía informal, tiendas de barrio, peque- ñas industrias y, sobre todo, en la agricultura, un gran número de campesinos y agricultores que aún hoy se en- cuentran por fuera de los sistemas de seguridad social. Esta historia se enmarca en una ciudad-región, la re- gión antioqueña y el Valle de Aburrá, capital Medellín, que se constituyó durante el siglo XX en Colombia en
  • 14. 13 uno de los principales ejes de la industrialización y uno de los modelos del desarrollo urbano, desde donde se exportaron técnicas, ideologías, valores, obreros, dirigen- tes, empresas y legislaciones entre 1940 y 1960. En la realización de este trabajo tuvieron gran valor los testimonios completos de obreros y obreras que fue- ron recogidos en dos trabajos de grado, en la carrera de Historia de la Universidad Nacional, seccional Medellín: Aquí no trabaja el que quiere, sino el que puede (1994), de Rodrigo Ríos y Gustavo Villa; y Vida cotidiana de los trabajadores de Medellín, 1940-1945 (1991), de Olga Arboleda y Gloria Pérez. También las entrevistas realiza- das en Medellín para el proyecto “Historia de los Movi- mientos Sociales”, del CINEP, dirigido por Mauricio Archila Neira. Todas fueron puestas a disposición del autor. Un agradecimiento especial a Darío Acevedo Carmona y a Jorge Giraldo Ramírez, quienes leyeron los borrado- res e hicieron importantes recomendaciones a esta inves- tigación. Espero que este texto contribuya a que nos pensemos más, seamos más críticos de lo aparentemente dado, a que tengamos más esperanzas en que otro mundo y otra sociedad son posibles, a que participemos y contribuya- mos en la construcción de una sociedad más justa, y don- de podamos expresarnos libremente, sin echar mano a seudónimos, pasamontañas, censuras, olvidos o retaliaciones. Juan José Cañas R. Medellín diciembre 22 del 2003
  • 15. 14 1. EL CULTO AL TRABAJO El lugar y el significado del trabajo obrero en el contexto del mito paisa
  • 16. 15 Villa de la Candelaria Vano el motivo desta prosa: nada... Cosas de todo día. Sucesos banales. Gente necia, local y chata y roma. Gran tráfico en el marco de la plaza. Chismes. Catolicismo. Y una total inopia en los cerebros... Cual Si todo se fincara en la riqueza, en menjurjes bursátiles y en un mayor volumen de la panza. León de Greiff
  • 17. 16 Uno de los principales pilares de la cultura paisa1 es su alta valoración del trabajo, el tesón, la persistencia y la tenacidad de sus habitantes, su espíritu aventurero, de enriquecimiento y de negocio, su diálogo amistoso y cor- dial. Este mito, fundamentado desde antes del siglo XIX, en vez de debilitarse, se fortaleció ante el auge de la in- dustria antioqueña durante toda la primera mitad del si- glo XX. Muchos de aquellos valores se revitalizaron y algunos se recontextualizaron en una nueva sociedad ur- bana, industrial, moderna y de mercado, y hoy siguen sien- do compartidos tanto por las elites locales, como por las clases trabajadoras. Para comprender cómo era concebido y qué valor te- nía el trabajo para el obrero antioqueño,2 es indispensa- 1. Como cultura paisa es conocido un conjunto de valores, creencias, hábitos, comportamientos, y una manera de ser propia de los habitan- tes de la región antioqueña, que va más allá de las fronteras geopolíticas del departamento de Antioquia, Colombia. 2. El Valle de Aburrá es la región geográfica donde se encuentra la ciu- dad de Medellín, y que comparte con otras nueve ciudades pequeñas, con independencia política y administrativa: Caldas, La Estrella, Sabaneta, Envigado e Itagüí, al sur; y Barbosa, Girardota, Copacabana y Bello al norte. Juntas conforman el Área Metropolitana de Mede- llín, y suman en la actualidad cerca de tres millones de habitantes.
  • 18. 17 ble ubicarnos en el contexto del mito de la “raza antioque- ña”, y ver cómo, a su alrededor, gravitaban los idearios de las elites —tanto políticas, como económicas y eclesiás- ticas—, las posiciones de la izquierda (políticas y sindica- les); y ciertos elementos de la propia clase obrera de los inicios del siglo, de sus tradiciones rurales, artesanales, etc. La información sobre el “mito antioqueño” es muy amplia y variada; aquí trataremos de tomar algunos de los aspectos que más tienen que ver con el trabajo, y par- ticularmente con el trabajo asalariado. Qué pensaban so- bre el trabajo las elites locales, también nos ha sido de fácil acceso, debido a que sus idearios y concepciones fueron muy difundidos; de hecho, éstas eran las dueñas y las voceras de los nuevos medios masivos de comunica- ción, la prensa y la radio, además de tener un amplio ac- ceso a la divulgación por otros medios impresos (libros, revistas, etc.). Por su parte, los sectores disidentes —ade- más minoritarios—, aunque tenían poco o nulo acceso a la gran prensa escrita y a la radio, se las ingeniaron para interpretar y canalizar el sentimiento de las masas, de las que quisieron ser sus voceros, al igual que las elites polí- ticas y eclesiásticas. Con sus discursos buscaron con- trarrestar la retahíla de las clases dominantes, para mode- lar a su manera el pensamiento de las mayorías obreras y populares, para contraponerlas a aquellos y que se colo- caran del lado de sus proyectos sociales y políticos. En medio de estas fuerzas internas, además de algu- nas influencias internacionales, se iba moldeando en el nuevo trabajador de las industrias del Valle de Aburrá un conjunto de ideales sobre el valor del trabajo, donde in- fluían elementos de su corta tradición industrial, de su escasa pero cierta influencia artesanal y de su gran lega- do campesino. Las corrientes conservadoras, socialistas,
  • 19. 18 liberales y católicas se entrelazaban alrededor del culto al trabajo, componente de un poderoso mito de la antioqueñidad, unas veces fortaleciéndolo y otras criti- cándolo, viendo en él el motor del progreso o la encarna- ción del poder de las oligarquías locales. Así que, respecto al culto al trabajo en Antioquia, en- contramos dos corrientes de interpretación, dos perspec- tivas, una a favor y otra en contra del mito de las caracte- rísticas de la raza paisa; mientras desde la racionalidad unos lo trataban de defender y justificar, otros lo falsea- ban, querían mostrar sus inconsistencias; pero, en medio de estas corrientes, el mito se fortalecía y se perpetuaba. Para no caer en esta dualidad, en esta trampa, adopta- remos otra perspectiva. No intentaremos ni juzgar ni jus- tificar el mito; trataremos más bien de describirlo, con- templarlo y verlo en su justa dimensión, no como verdad o falsedad, sino como realidad mental, realidad idealiza- da, pues en ese lugar existe y desde ahí —tanto para las elites como para la sociedad en general— cumple su pa- pel dinamizador como ideal y esperanza; el mito es fac- tor aglutinante, de identidad, de auto-confianza, y se for- talece con la rivalidad externa, ahí ratifica la diferencia con el otro. Desde este punto de vista, el mito nos puede dar pau- tas para comprender ciertos comportamientos, discursos y actitudes que, de otra manera —creemos— no podrían encontrar una explicación. Porque el mito es una espe- ranza, un ideal por lograr, una utopía, una base de identi- dad, un velo a las diferencias sociales, una síntesis ideali- zada del pasado y, por lo tanto, un resorte hacia el futuro. Como tal hay que tenerlo en cuenta cuando nos vamos a referir a un grupo social como el de los trabajadores, pues es en este contexto mental donde tienen lugar parte de
  • 20. 19 sus vivencias los obreros de la gran industria antioqueña, además de otros sectores de la región. Claro que hay que tener en cuenta ciertos límites. El mito antioqueño no podría explicar del todo los pensa- mientos, las creencias y el hacer de los grupos sociales; y muchos de estos límites nos los circunscribe el mito mis- mo. Por ejemplo, aunque la cultura paisa tratara de ne- garlo o de desconocerlo, sus fronteras geográficas no se correspondían con sus fronteras culturales; cuando se habla de la antioqueñidad se está haciendo referencia a un lugar más limitado, dejando por fuera algunas zonas como los límites con la Costa Atlántica, los sectores de Urabá y las riveras del río Magdalena. Y en el mismo sentido, cuando se habla de la “industria antioqueña” se está refiriendo si acaso al Valle de Aburrá, desde Caldas y Amagá, al sur, hasta Bello o Girardota, al norte, y aun- que su radio de influencia sea más amplio, no incluye zonas de enclave, donde el oro, la plata o ciertos cultivos agrícolas eran explotados por extranjeros3 . El mito antioqueño tiene, además, grandes exclusio- nes raciales. Aunque asentado en un gran mestizaje, ha desconocido radicalmente el rasgo indígena (Urabá, Fre- donia, etc.) y, sobre todo, afrodescendiente. De modo que ha palpitado sobre los epicentros tradicionales: Santafé de Antioquia, Rionegro, Santa Rosa de Osos, Medellín; y con menor intensidad en Sonsón, Fredonia, Riosucio, Ma- nizales; incluso se respira este mismo aire de antioqueñi- dad en Cartago y Cali, zonas de influencia de las coloniza- ciones antioqueñas de los siglos XVIII y XIX. 3. De ahí que el gentilicio medellinense sea tan desconocido, casi inutili- zado, sobre todo si lo comparamos con la familiaridad de los gentilicios caleño (de la ciudad de Cali) o bogotano (de la ciudad de Bogotá), por ejemplo.
  • 21. 20 La región antioqueña se ha caracterizado por estar muy aislada geográficamente del resto de la nación; durante los primeros siglos de la Colonia era comparativamente pobre respecto a las otras regiones de la Nueva Granada y con menos presencia aristocrática; en contrapartida te- nía también menores diferencias de clase. Las explotacio- nes mineras, de oro en particular, durante el siglo XIX, se realizaron fundamentalmente por pequeños grupos, mu- chas veces familiares, a diferencia de las regiones donde había mucha mano de obra esclava y desde donde se con- trolaban grandes explotaciones. A la minería en Antioquia se le sumó una gran actividad comercial, desde la peque- ña escala de los “rescatantes”, hasta la exportación ilícita de oro y la importación de víveres, ropas, mercancías os- tentosas y maquinaria para las minas por medio de casas comerciales que, posteriormente, tuvieron mucho que ver con el fomento al cultivo y la exportación del café. Así se constituye a finales del siglo XIX, sobre la explotación del oro y del café, una región floreciente, ya centrada en la Villa de la Candelaria de Medellín, la que sería durante la primera mitad del siglo XX el principal centro de indus- trialización del país. Durante el siglo XX, el mito de la antioqueñidad se traslada del campo a la ciudad, de una sociedad de mine- ros, campesinos, tratantes y colonizadores, a otra urbana, bancaria e industrial. La fuerza del músculo, la dureza de los pies y las insignias del carriel, la mula, el hacha y el machete, adjetivarán ahora, en un nuevo contexto, a los nuevos personajes de la industrialización, porque, según el mito, pertenecen a la misma raza abnegada y laborio- sa, de respeto a los mayores. El mito de la antioqueñidad y, de forma particular, el culto al trabajo se fortalecieron durante el siglo XX con
  • 22. 21 el nacimiento de industria antioqueña, con el no desde- ñable papel jugado por la economía regional en el con- texto nacional y sus protagonistas: los industriales, los empleados y, sobre todo, los obreros,4 la “primera fuerza del país”, como fue descrita en la conmemoración del Primero de Mayo de 1954, en el Monumento al Trabaja- dor en el Parque Obrero de Medellín: ...un hombre de trabajo, de músculos endurecidos en el taller, en la fábrica, ha manejado el yunque, en la fragua o el arado en el campo, seguro de sí mismo, sereno, responsable del papel que juega en la vida de la patria, como punto de apoyo del equilibrio econó- mico y garantía de orden sindical.5 Aunque lo que pretendemos es rescatar la historia de los trabajadores, particularmente de los obreros, ocultada por una historiografía que ha subvalorado su participa- ción y su protagonismo, pretendiendo explicar la historia regional desde los grupos de elite, no podemos descono- cer, que así como la clase obrera, también son grupos so- ciales nuevos los industriales y una gama de empleados y clases medias. Todos ellos son actores del siglo XX, que se forjaron en las nacientes fábricas de productos de prime- ra necesidad: textiles, alimentos y bebidas. 4. De 1947 a 1949 las cinco empresas más grandes del país: Coltejer, Fabricato, Colombiana de Tabaco, Cementos Diamante, Azucarera del Valle, con capital de 54 millones, obtuvieron utilidades líquidas de- claradas de 123 millones, o sea el 226% en promedio, lo que equivale al 75% anual, tasa desconocida en los medios más rapaces del ca- pitalismo. Según Diego Montaña Cuéllar, citado por VILLEGAS Jor- ge, Petróleo colombiano, ganancia gringa, Medellín: Hombre Nue- vo, 7ª ed. 1981, p. 115. Ver, además, BEJARANO Jesús Antonio, “La economía colombiana entre 1946 y 1958”, en: Nueva Historia de Co- lombia, Bogotá: Planeta, 1989, pp. 115-166; OCAMPO J. A. (comp.), Historia económica de Colombia, Bogotá: Fedesarrollo-Siglo XXI. 5. El Colombiano, mayo 1 de 1954, p. 1.
  • 23. 22 Han sido constantes las referencias y elogios hechos a los Echavarría, a los Olano, a los Ospina,6 que fueron dignos representantes de la raza antioqueña; que como tal tuvieron un espíritu emprendedor, aguerrido y tenaz; que lograron importantes ascensos sociales durante déca- das debido a su “espíritu empresarial”, etc., etc. Pero fre- cuentemente se olvida que lograron sus fortunas con acti- vidades productivas —además de comerciales, agrícolas y especulativas—, y que para ello canalizaron la vida y el trabajo de muchos campesinos de la región que se concen- traron en Medellín y en el Valle de Aburrá, Bello, Enviga- do e Itagüí, principalmente. Cómo compartían el mito paisa los diferentes sectores sociales El mito borra las fronteras de clase y tiene un fuerte ingrediente de horizontalidad, por lo menos en ciertas oca- siones rituales. Igual sucedía con el mito antioqueño, don- de el ritual de la homogenización de clases era frecuente y tenía lugar casi a diario en los sitios de trabajo. En nues- tro caso particular, no se trataba de que las clases popula- res ocuparan, en el ritual, el lugar de la aristocracia o se pusieran los trajes de la corte. Se trataba, por el contrario, de que los potentados industriales se colocaban en el lu- gar de los pobres, simbólicamente, claro, casi a diario den- tro de las fábricas, y del que además se ufanaban, a diferen- cia del comportamiento de las elites de otras regiones del país. Los Echavarría, por ejemplo, además de los dueños de la Compañía Colombiana de Tejidos, Coltejer, eran ellos mismos importantes estandartes del culto al traba- 6. Personajes y familias de las elites, de un gran reconocimiento en la región, y que fueron líderes de importantes empresas.
  • 24. 23 jo, y no precisamente del trabajo de escritorio, sino aquél de overol y de relación directa con las máquinas, las mer- cancías y los obreros. Se ufanaban de ser “hombres de trabajo”. Según Carlos Echavarría, la civilización y el es- píritu de trabajo de Medellín se debe a que “nunca tene- mos profunda distancia de clases, hemos tenido que de- pender uno del otro, darnos apoyo uno al otro”.7 De ahí que tuvieran un lugar importante, sino en la celebración, por lo menos en los discursos conmemorativos del Prime- ro de Mayo. Así lo expresa, inmediatamente después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, un Editorial de El Colombiano en 1945: Se celebra hoy en todo el mundo democrático la fies- ta del trabajo. La fiesta del trabajador, del hombre de empresa y del obrero, del campesino y del empleado. Esta es la festividad universal que exalta la actividad humana en todos sus aspectos: la del hombre de la ciudad y del hombre del campo, la de aquel que contri- buye con su esfuerzo al engrandecimiento de los pue- blos. El progreso de la humanidad no es otra cosa que el resultado de todas esas labores calladas, humildes, que cada persona realiza en su paso por la vida, en su oficio, en el cumplimiento del designio providencial de ganar el pan con el sudor de su frente. ...el trabajo corresponde a todos los seres de la tierra y no existe uno solo que se escape a esa ley univer- sal.8 Esta autocomprensión de las elites les permitía, ade- más de ser los dueños capitalistas, desempeñarse como ingenieros, técnicos y administradores, porque tenían la formación para ello. En vez de haberse dedicado a las letras o a la filosofía, y a la retórica en general, habían 7. El Colombiano, junio 28 de 1945, p. 15. 8. El Colombiano, 1º de mayo de 1945, p. 3.
  • 25. 24 complementado su aprendizaje en las minas y en el comer- cio, con su formación académica en la Escuela de Minas, importante irradiador de la cultura antioqueña, y se enal- tecían de ser mejores trabajadores que sus subalternos. Tanto, que los gerentes “se distraen de sus ocupaciones inventándose otras. Don Carlos Echavarría viste overol en diciembre para entregarse al cultivo de flores, frutales y hortalizas y madruga mucho más que todos sus peones juntos”.9 Porque éste es otro elemento de gran valor en la cultura paisa: Levantarse al alba y acostarse temprano, después de rezar el santo rosario. En Medellín “Las campanas de las iglesias repican desde las 4:30 a.m. y el día está en toda la plenitud de su actividad a las 7 am”.10 Así lo ratifica un comentario contra unos corresponsales de la prensa liberal de Bogotá, quienes decían que en Medellín, el alcal- de y su secretario de gobierno pretendían “clausurar la noche”. Y, como cosa particular, en vez de contraatacar la crítica, lo ratificaban y ampliaban: La vida nocturna de Medellín sólo ha sido clausurada por los antioqueños, quienes seguimos siendo fieles a los usos y arcaicos [sic] de nuestros tatarabuelos, es decir, viejos habitantes de un país diurno y hermosa- mente solar. Esa anémica institución romántica de la luna llena sólo tiene para los antioqueños aquella acep- ción acidísima [sic] que le diera Acevedo y Villegas: ...“cara en rebanadas, estrella en mala morada, luz en cuartos, doncella en rondas y ahorro de linternas y candelillas”.11 9. Artículo de “Tout”, “Más antioqueño que el diablo”, El Colombiano, 1º de mayo de 1945, p. 3. La madrugada es también mencionada en este pasaje. 10. Según un artículo sobre Medellín publicado en The Reader’s Digest, y publicado en El Colombiano, junio 28 de 1945, p. 15. 11. El Colombiano, octubre 27 de 1951, p. 3.
  • 26. 25 Otra de las principales bases de la “cultura paisa” y del culto al trabajo lo constituyó la religiosidad católica y sus autoridades eclesiásticas, quienes santificaron esta creencia, esta ética y estas prácticas ante los ojos del pue- blo. En Antioquia se puso un énfasis desmesurado a los discursos bíblicos y pontificios que realzaban el trabajo como mandato divino, vía de la purificación y camino de los hombres de bien. Con la misma frecuencia que en los hogares, se entronizaba el Sagrado Corazón de Jesús en los lugares de trabajo, en los salones de máquinas y en los restaurantes de las fábricas, en las oficinas de los geren- tes y de los jefes de personal. Al mismo ritmo se presentaban los discursos, que lo- graron un lugar privilegiado incluso en las celebraciones del Primero de Mayo: “Celebremos pues esta fiesta del trabajo, de tan honda significación, regocijándonos y ala- bando al Señor que lo instituyó y lo entregó a los hom- bres como el mejor camino y el más corto hacia la Bien- aventuranza”.12 Se recreó de manera constante como ejemplo de vida la familia de Jesús, al punto de sobreponerse el 15 de mayo, Día de San José Obrero, a la celebración del Pri- mero de Mayo, adoptando una iniciativa del Vaticano que se apoyaba en la conmemoración de la Encíclica Rerum Novarum y en una posición abiertamente anticomunista, Porque el 1º se conmemora el aniversario de una re- volución de clases con origen en las tesis socialistas y materialistas cuyo postulado fundamental es: Mante- ner siempre abiertas las heridas del cuerpo social... Pero ya se celebre la fiesta del trabajo el 1º o el 15 de mayo, lo que importa es rendir homenaje al trabajo interpretando lo que él significa individualmente y socialmente.13 12. Ibíd. 13. El Obrero Católico, abril 29 de 1950.
  • 27. 26 La segunda persona de la Trinidad, el Hijo, hizo su venida al mundo en el hogar humilde de un trabaja- dor, de un carpintero, y llevó a cabo Él mismo las faenas de la carpintería. Hermosa lección del divino Maestro que nos dio ejemplo de consagración a la ta- rea diaria que todos debemos aceptar y todos acepta- mos.14 El mito cubría los diversos estratos sociales. Entre los dignos representantes de esta cultura, además de los ge- rentes y dueños de las nuevas industrias, estaban inclui- dos también los nuevos empleados, quienes participaban por igual del dinamismo empresarial, haciendo del traba- jo una fiesta: “... En nuestras grandes empresas no se toma tinto porque se pierde tiempo. Y no es que exista la pro- hibición, sino, simplemente, que los empleados se dictan a sí mismos sus propios reglamentos de trabajo”.15 A esto contribuía el comportamiento de los capitalis- tas, que trabajaban casi a la par que sus inmediatos subal- ternos, pues se desempeñaban dentro de sus fábricas como administradores y gerentes, reduciendo las distancias físi- cas con los obreros, lo que parecía acercarlos también a su estatus económico, pues entre los trabajadores eran escasas las referencias a las riquezas que amasaban y se ignoraba el número de acciones que poseían en una y otra empresa y la clase de alianzas y monopolios que contro- laban. Al mito paisa no escaparon los obreros, y aunque pa- rezca increíble, ni los propios sindicalistas. Nos referi- mos, claro está, al sindicalismo católico, que tuvo duran- te la primera mitad del siglo XX su mayor influencia en Antioquia, y que se afianzó notablemente con su legali- 14. El Colombiano, mayo 1º de 1945. Ver, además, El Colombiano, mayo 1º de 1958. 15. El Colombiano, marzo 15 de 1946.
  • 28. 27 zación y su personería jurídica a mediados de la década de 1950 (año en que se fundó la Unión de Trabajadores Antioqueños-UTRAN y la Unión de Trabajadores de Colombia-UTC). Veamos esta expresión del representante de los trabajadores de Fabricato al Congreso de la UTC en 1950: En Antioquia está la raza más pujante de este país. Raza libre, originaria de los vascos, raza independiente que, como lo afirmó el poeta, lleva las cadenas ante las manos, porque no soporta la tiranía de los eslabo- nes en el cuello, raza pujante, emprendedora, valiente y aguerrida. Raza que descuaja montes, que constru- ye rascacielos, que rinde culto a Dios y a la belleza, que maneja el hacha con la misma destreza con que maneja la pluma. Raza de valerosos compadres del trabajo, que soporta las inclemencias del tiempo, en las hondonadas, que sube a los más ariscos montes, que baja a lo profundo de las minas. Esta tierra antioqueña, donde crecen árboles con flo- res rojas, como si los hombres hubieran sembrado en ella su corazón, y donde crecen también místicas en- redaderas de florecilla celeste, como si las mujeres hubieran sembrado en ellas su risa y sus miradas. Tie- rra que produce el oro y la plata en abundancia capaz de superar a todos los demás departamentos juntos. Tierra capaz de nutrirse por sí misma, sin pedir el pe- cho a nadie. Tierra que ha servido de nodriza, de ma- dre y de maestra a todas las demás fracciones de Co- lombia. Tierra que, como dijo uno de los nuestros, es la verdadera república.16 Raza superior, libre e independiente, de la cual hacen parte también los trabajadores, los hombres del común; nobleza y riqueza compartidas por toda la sociedad, el pueblo incluido. Lo que desmiente la posición de que sólo 16. El Colombiano, febrero 5 de 1950.
  • 29. 28 las clases poderosas defendieron el mito de la antioque- ñidad. Aunque no debemos olvidar que la administración de Fabricato había hecho mucho por inocular este orgu- llo en sus trabajadores, y que había apoyado, a pesar de ciertos resquemores, este sindicalismo, comúnmente de- nominado “patronal”. El culto al trabajo desde la perspectiva mítica de la raza antioqueña era portado por los más disímiles persona- jes y se acomodaba a las más diversas condiciones. Se publicitaba en las fábricas, en las casas y en los lugares públicos, y las instituciones de enseñanza obrera no fue- ron la excepción. En 1951, durante el acto de coronación de la “reina cívica” de la Universidad Obrera, así definía las capacidades del trabajador antioqueño el poeta Luis Gutiérrez: ...ese obrerismo fuerte, libérrimo, espontáneo, que en su reciedumbre trabajadora troncha los robles de las selvas y despedaza las rocas, y en su amorosa ternura suele llorar cuando se cae un lirio; una porción cultí- sima sin convencionalismos ni estiramientos burgue- ses, pero sin chabacanería canallesca, porque es a un mismo tiempo trabajadora y universitaria... Este pueblo no obstante su aparente modernidad y sus retozos materialistas, es creyente, sencillo, alegórico, patriarcal como sus abuelos. Por esto hoy como siem- pre, escribe su historia en la estrechez de un pétalo, y lo arroja a los pies de Jesucristo. Su existencia, sim- ple como el ángelus, denota como el rosario que se le escucha entre los murmullos de la noche, puede resumirse en una antífona. Su trilogía inspiradora — trabajo, libertad y amor— cabe holgadamente dentro de un suspiro...17 17. El Colombiano, octubre 13 de 1951.
  • 30. 29 En un ambiente de estudio y de trabajo, lo más pru- dente parecía ser unir a la reciedumbre y a la tosquedad del esfuerzo directo con los materiales, la espiritualidad y el amor, la espiritualidad sacra, los evangelios, el ánge- lus y el ronroneo de los rosarios, cual canto de grillos a media noche. Los mismos antioqueños se encargaron de autopro- clamarse las fuerzas laboriosas de La Montaña que con su es- fuerzo creador, tanto en el campo como en la ciudad, forjan las herramientas de la total liberación de Colom- bia y abren el camino hacia el futuro advenimiento de una sociedad mejor dentro de la libertad y el orden, como reza el emblema de nuestro escudo patrio.18 Son vistos por los demás con cierto respeto y distin- ción, cuando no con cierta ironía, pero eso sí, como hom- bres de trabajo y de muy buen humor. Veamos este caso: En Cementos Caldas, el Sindicato había alertado a todos los mandos de la empresa del peligro que se corría por los continuos deslizamientos en la montaña, pues, a su modo de ver, estaban mal explotadas, porque seguían, a pesar de los deslizamientos, cavando por debajo. Uno de los días de mayor movimiento de tierra, los trabajadores no quisieron volver a la mina después del almuerzo, en- tonces “el jefecillo” dijo: – Pues si ustedes no quieren trabajar, será que tienen mucha plata, y en ese caso voy a llamar a quienes sí necesitan hacerlo. ¡Vengan ustedes! –grita el ingenie- ro, dirigiéndose a unos trabajadores que dependen de contratistas– ¿Ustedes quieren trabajar? 18. El Colombiano, mayo 1º de 1946.
  • 31. 30 Uno de los cuales responde haciendo alarde de ma- chismo y con acendrada voz de antioqueño legítimo: –¡Yo sí trabajo, pues! Si me resolví a casarme, que es morirse en vida, ¿por qué diablos no me voy a resol- ver a trabajar? ¿Porque se están rodando ahí unas pie- dritas? ¡Porque piedras grandes las que me sacan mi mujer y mi suegra cuando se ponen a joder! Luego de breves explicaciones del ingeniero, el va- lentón se dirige hacia la mina, que sigue chorreando tierra, caliza y rocas. –¿Usted quiere ir a sacar unas arañas que se quedaron atascadas allá arriba? Y el hombre responde: –¿Arañas? ¡Claro! ¡Yo saco hasta culebras, tigres y panteras! ¿Quién dijo miedo? Y ellos que llegan a la mina, y el derrumbe... “como si hubiera estado esperando que los obreros llegaran para aplastarlos”.19 Aunque no con fines tan trágicos, estos casos se en- cuentran frecuentemente. Así, el obrero antioqueño forjaba junto con su ima- gen de buen trabajador, la de patronista y rompehuelgas, pues en otras condiciones culturales, por fuera de Antioquia, se ponía más de lado de la productividad y del patrón, que de sus compañeros que no compartían la mis- ma posición. El mito era eficaz. Los trabajadores antioqueños eran buenos trabajadores, desde una perspectiva capitalista; eran apetecidos por cualquier industria nacional; llega- 19. ARANGO ZULUAGA Carlos, Los obreros del cemento, la construc- ción y la madera: Tres décadas de luchas unitarias, Bogota: Fenaltra- concem, 1992, pp. 405-408.
  • 32. 31 ban como pioneros, como inauguradores, como coloni- zadores y recibían un muy buen trato de otros patrones. Además de su buena formación en el trabajo en compara- ción con los trabajadores de otras ciudades del país para la primera mitad del siglo XX, se desprendían fácilmente de su tierra natal y viajaban a donde los llamaran, y no sólo en busca de mejores salarios, también para conocer mundo y, quizá, para tener algunas aventuras lejos de la severa vigilancia de los suyos. Para la construcción de la Central Hidroeléctrica de Lebrija (departamento de Santander), hacia 1948, se em- pleó un número considerable de trabajadores antioqueños. Según un ingeniero de la obra, Por ahora pensamos enganchar 43 obreros especiali- zados en las labores que estamos desarrollando. Ade- más dejaremos otros cincuenta listos para viajar próxi- mamente. Los primeros hombres que se enganchen con nosotros, serán enviados por avión hasta Bucara- manga. Vivirán en campamentos especiales para to- dos los antioqueños, con su alimentación y costum- bres peculiares. Tendrán buena remuneración y pri- mas especiales de acuerdo con el resultado de su es- fuerzo...20 Estos contingentes de trabajadores antioqueños, lle- vados a otras ciudades del país para iniciar el montaje de algunas empresas, fue frecuente. Una modalidad similar fue utilizada por los capitalistas antioqueños cuando ha- cían sus inversiones por fuera de su terruño. Así se fun- daron, en las décadas de 1940 y 1950, El Diario del Pací- fico, en Cali, y La República, en Bogotá, en los cuales participaron como socios los dueños de El Colombiano. Éstos, además del dinero, mandaban los empleados que 20. El Colombiano, junio 12 de 1948.
  • 33. 32 se habían formado en el diario antioqueño, y con ellos un equipo de trabajadores; todo un equipo de nómadas que, bajo el modelo de la colonización, viajaban fundando los periódicos por varias ciudades. Al Diario del Pacífico, administrado por antioqueños, llevó en los cuarenta un equipo de linotipistas, armadores, titularistas, prensistas, etc. Y seguían llegando en avión, con pasajes pagados por el periódico, “porque eran los que más viajaban y los que más buscaban en esas artes, porque eran buenos y buenos trabajadores, así se les de- cía en el país”.21 A esto se oponían los caleños. Según cuenta uno de estos linotipistas, una vez un trabajador de la localidad, arengando a los trabajadores antioqueños les decía: “—Oiga, vé; trabajá, porque sino mañana viene otro avión de Medellín”.22 De igual manera fundaron los Echavarría, de Locería Colombiana, a Azulejos Corona, en Madrid (departamento de Cundinamarca). Fue llevado desde el municipio de Caldas (Valle de Aburrá) un contingente de electricistas, jefes de mantenimiento, químicos, jefes de personal y supervisores, para poner a funcionar una fábrica conjun- tamente con una gran cantidad de obreros de Cundina- 21. “Usted encontraba linotipistas antioqueños en El Tiempo, en El Es- pectador, en Cali; venían aquí y lo buscaban a uno.” Otros antioqueños trabajaron en La Paz, el diario fundado por Gustavo Rojas Pinilla. Entrevista a don Daniel y a don Marcos, 1990, Proyecto de Historia de los Movimientos Sociales, CINEP. Los nombres de las personas entrevistadas son supuestos. Ver, además, El Colombiano, julio 15 de 1948, p. 3, donde se cuenta de otro linotipista, formado en El Colom- biano, que llegó a ser jefe de linotipistas en el Diario del Pacífico: “Como Luis era un hombre de esperanzas y ávido de triunfos, decidió por su propia cuenta viajar a la capital del Valle con el fin de vincular- se a la prestigiosa empresa periodística.” Aunque en esta noticia no se habla de las inversiones antioqueñas en dicho diario, sí se aprovecha la oportunidad para fortalecer el mito antioqueño. 22. Entrevista a don Daniel y a don Marcos, 1990, op.cit.
  • 34. 33 marca. Y allí, estos trabajadores antioqueños, particular- mente los solteros, vivían en “La Casa de los Antioque- ños”.23 Se apoyaban y se potenciaban de tal manera recíproca los intereses capitalistas y el control político, con el mito paisa, que éste trascendía las fronteras. Y Medellín, el corazón de la cultura paisa, era ante los ojos de los antio- queños y del resto del mundo un fiel reflejo de dicha pujan- za.24 Así lo pretendieron configurar sus autoridades políti- cas y económicas y así lo proyectaron al exterior. De tal forma que las guías turísticas se confundían con las guías industriales, que fueron muy frecuentes en los años cuaren- ta y cincuenta; y dentro de los itinerarios de los visitantes se incluían, además del Bosque de la Independencia, de las casa-fincas de El Poblado y las mansiones del barrio Prado, las fábricas textiles y la Compañía Colombiana de Tabacos.25 En medio del más abrumador optimismo capitalista de mediados del siglo, reforzado con el triunfo norteame- ricano en la Segunda Guerra Mundial, todo lo que sonara a industria era digno de ver. Allí donde hubiera señas de orden y producción, se avizoraban el modelo de la socie- dad del futuro, el bienestar general, el pleno empleo, y por ahí derecho, la derrota del mal y de todas las fuerzas oscuras. Así eran vistas, por ejemplo, en 1950 las obreras 23. Entrevista a don José, sin transcribir. Ver, además, entrevista a doña Ofelia, 1992, op. cit. Esta última agrega, además, que después de mon- tado el sindicato, para que una huelga no fuera votada por la mayoría, los dueños de la fábrica vincularon un gran número de obreros antioqueños a la empresa, por lo menos durante un período y con muchos gastos pagos, por fuera de los salarios. 24. Medellín: “La Tacita de Plata”, “Ciudad de la Eterna Primavera”, “Ciu- dad Industrial de Colombia”. 25. También se contaban las industrias ubicadas en Itagüí, Envigado y Bello.
  • 35. 34 de Confecciones Primavera por un periodista extranjero: “Es una colmena inmensa de 250 reinas blancas en don- de todo se agita y trepida con verdadero espíritu de traba- jo y con verdadero espíritu de alegría”.26 Además de una perspectiva mítica, el mundo del traba- jo y de los obreros en el Valle de Aburrá durante la déca- da de 1950 también fue visto desde una perspectiva racio- nal. Las ciencias humanas y sociales, aunque de tardía introducción en la cultura antioqueña,27 comenzaron su entrada al servicio de la producción. A través de las inge- nierías, el derecho y la economía, primero, y luego con la creación de la carrera de Trabajo Social, fueron retomados elementos de la psicología y la sociología para compren- der el comportamiento de las gentes vinculadas a las fábri- cas. Desde la mirada “científica”, desde la racionalidad, la rentabilidad, la producción, la disciplina y el control, los hombres de trabajo, obreros, empleados y administra- dores, no fueron tan buenos como se les pintaba; se les vieron algunos defectos, aunque no sin solución. Una de las corrientes humanísticas que más acogida tuvo en Colombia, sin contar las de explícito contenido católico, fue la sociología de corte determinista. Ésta bus- caba explicar el carácter de las personas y el comporta- miento de los grupos sociales basándose fundamental- 26. El Colombiano, agosto 25 de 1950, p. 2. Un buen ejemplo de la ima- gen del trabajo como fiesta, de la felicidad y del optimismo que se respiraba en los años cincuenta, nos la da MEJÍA ROBLEDO Alfon- so, “Vida y empresas de Antioquia”. Diccionario biográfico, biblio- gráfico y económico, Medellín: Imprenta Departamental, 1951. 27. Las primeras facultades de sociología en Colombia, las pioneras en estas áreas de la investigación, fueron fundadas en 1959 en la Univer- sidad Nacional y en la Pontificia Javeriana, en Bogotá, en la Universi- dad Pontificia Bolivariana de Medellín. Antes, apenas circulaban como cátedras en las clásicas carreras de Medicina, Derecho y Teología, y sometidas al vaivén de los partidos de gobiernos siendo en Bogotá, en la Universidad Nacional, donde más acogida tenían.
  • 36. 35 mente en el determinismo geográfico y sus postulados, viniendo desde las ciencias, también entraron a reforzar y caracterizar el mito del trabajador antioqueño. Desde esta escuela de pensamiento escribió Carlos Augusto Agudelo, en 1945, una conferencia para La Hora Católica28 titulada: La psicología del trabajador. En ella se trataba de realizar un cuadro de los múltiples factores que intervenían en los comportamientos y las actitudes de los obreros, para que los administradores los compren- dieran mejor y actuaran en consecuencia. Se trataba de exponer, basado en ejemplos muy concretos dentro y fuera de las fábricas, la influencia de la geografía sobre los traba- jadores, el oficio, la moral, la religión, el sexo, la edad, la educación, las condiciones civiles, el carácter y el tempera- mento, las pasiones y el estado sanitario. Todos estos ele- mentos deberían ser del conocimiento, no de los obreros, sino de los jefes de personal, pues “La armonía del traba- jo está en razón directa de la habilidad del administrador y en razón inversa del complejo psíquico del obrero”.29 Geográficamente, por ejemplo, se clasificaba a los tra- bajadores por su procedencia, rural o urbana, o según la región: En Colombia, para no ir más lejos, cuántas diferen- cias existen entre el obrero costeño, el santandereano, el boyacense, el caucano, el tolimense, el antioque- ño... Acostumbrado el campesino a la vida libre de sus faenas en toda la rusticidad y desenfado que na- cen con la ausencia de la Autoridad Civil no tolera un 28. La Hora Católica era un programa radial de alta sintonía donde se pregonaba fundamentalmente la doctrina social de la iglesia católica, dominante en la región. 29. Conferencia “Psicología del trabajador”, que fue expuesta en el pro- grama radial La Hora Católica, y publicada en El Colombiano, el 27 de febrero de 1945.
  • 37. 36 trato distinto al sencillo y franco que conoció desde pequeño. En cambio, no así es el temperamento de los obreros de nuestras ciudades. Hay en ellos un des- doblamiento sorprendente de la personalidad, causa- do por el contacto de unos con otros en un ambiente cosmopolita. Esto explica en parte el porqué fueron preferidos en la moderna industria del Valle de Aburrá, primero, los hombres venidos del campo y, segundo, que fueran proce- dentes de la región antioqueña, a pesar de que también estuvieran propensos a ser víctimas de los múltiples ene- migos de la moral y de las buenas costumbres; y de las malas influencias durante todos y cada uno de los momen- tos de su vida cotidiana. Ese obrero nació en un barrio oscuro y en una atmós- fera de zozobra, por no decir de escándalo. Esos dos años en que sus padres le pusieron en la escuela, si es que estuvo, no fueron ciertamente rodeados de virtud y de buen ejemplo, simplemente porque la muchacha- da del barrio, formada de golfos y tirapiedras, 90%, pudo más sobre su alma que la enseñanza de sus maes- tros. Y luego... la vida precoz, apenas apuntan los doce, los trece años. Y cuando el taller, o el edificio, o la carretera, o la fundición, o el volante, le reciben ape- nas iniciada la pubertad, viene el ciclón de pasiones a su encuentro. Si pudo formar un hogar honesto las complicaciones suben de punto, porque ya el salario se fracciona en infinitesimales. También lo influencian todo tipo de problemas y vi- vencias diarias en relación con su familia, todo ello en relación con su carácter. La riña con su esposa, el cobro del granero de la es- quina, la enfermedad de un hijo, el choque con un com- pañero, y para hablar de temperamentos, el caso he-
  • 38. 37 pático, el nervioso, el sanguíneo, son palancas que lanzan al obrero contra toda razón y contra toda justi- cia.30 Otro punto de vista sobre los obreros que también hizo carrera en la década de 1950, y un poco al margen del mito, fue el tradicional discurso caritativo y moralista, donde se emparentaba todavía al obrero con los sectores más miserables de la población. Un ejemplo de esta posi- ción lo fue la filosofía del Instituto Obrero del Padre Vi- llarraga: Decir obrero es pensar casi siempre en un hogar con hijos hambrientos y desnudos y enfermos y sin techo, y en una madre cansada, débil y preocupada y, sobre todo,... siempre temerosa de que el mercado no alcan- ce hasta el pago, y de que la droga que necesitan, tal vez no la puedan conseguir. Trabajar todo el día en lo alto de un andamio, bajo los rayos ardientes de un sol de fuego, o en los salones donde una maquinaria cruje y rechina locamente, y se agita, como una fiera que se revolviera en atronadoras convulsiones; y al bajar del peligroso andamio, o al salir de la ruidosa fábrica, ir al hogar desmantelado, donde todo falta... irse al café sucio e infecto, donde reina la alegría malsana, donde las bolas de billar satisfacen la pasión del juego, y los licores hacen olvidar la tristeza y las estrecheces de la vida. Pero esta descripción de las condiciones extremas cumplía un papel moralizador, en la medida en que no eran las condiciones sociales las que colocaban a los obre- ros en estas circunstancias, sino su falta de valor para cam- biar de actitud, su pereza, su disposición a la pobreza. Era un problema de mentalidad que había que combatir. 30. Ibíd.
  • 39. 38 Así lo hace la inmensa mayoría de los obreros, la masa innominada de los que quieren llamarse proletarios, porque no tienen el valor ni el ánimo de ser propieta- rios o burgueses. Prefieren la pobreza a las comodi- dades; la suciedad de las cantinas, a la limpieza ama- ble del hogar; la ignorancia, a la noble ilustración del alma; el vegetar en la miseria oscura, a las promete- doras esperanzas de un hermoso porvenir.31 ... un obre- ro que se pasa el tiempo únicamente mirando el reloj, o esperando a que el patrón esté presente para hacer que trabaja...32 El mito y la realidad del auge de la industria antio- queña tenían, por decir lo menos, sus fisuras. A pesar de que en esa ínsula de la gran industria sus obreros tuvie- ron muy buenas condiciones de vida, por fuera de ella había todo un océano de gentes en condiciones de inmen- sa pobreza. Las miradas sobre el trabajo por fuera de ese puñado de grandes industrias y que no le hacían apología al mito paisa, se dejaban entrever, aunque como brotes esporádicos y ante la indiferencia de la mayoría de la po- blación. Y aunque las miradas críticas se hicieron más fuertes hacia la década de 1960, y las posteriores, ya en 1948 un intelectual como Manuel Mejía Vallejo ponía en eviden- cia esta otra cara de la realidad de la ciudad, cuando co- mentaba, por ejemplo, la novela Una mujer de 4 en con- ducta, de Jaime Sanín Echeverri: Aparecen allí las fábricas que muelen el cuerpo y el alma de sus obreros; allí el gerente cuya alma solo tiene el brillo de la moneda falsa; allí el prostíbulo donde desembocan, como en un inmenso lago, todas 31. Lógica y Trabajo, 2ª época, Nº 1, noviembre de 1958. 32. MAZO V. Francisco Luis, “El eterno problema”, en: Lógica y Traba- jo, 2ª época”, Nº 1, noviembre de 1958.
  • 40. 39 las pasiones y todas las miserias disfrazadas con más- caras de vidas estruendosas; allí sus calles atarugadas de desocupados mendigos, pícaros y gentes sin cami- no; allí también el lujo de sus iglesias, la arquitectura anárquica de los edificios, la soledad apacible de los conventos y los pasillos funerales de los hospitales.33 La sociedad antioqueña, sobre todo hasta mediados del siglo XX, estuvo fuertemente homogeneizada por un conjunto de ideologías y creencias, que se aglutinaron alrededor del mito de la “antioqueñidad”. Aunque de di- versas procedencias sociales, políticas y económicas, tra- bajaron al unísono liberales y conservadores, comercian- tes y terratenientes, cafeteros e industriales; pero también permearon profundamente a los obreros y a los emplea- dos de la industria moderna, a los pequeños comercian- tes, a los empleados públicos, e incluso, a una importante corriente del sindicalismo. Este factor homogeneizador puede explicar en gran parte la intolerancia de nuestra cultura regional, el pro- fundo rechazo a la contradicción, a la crítica o la disiden- cia; el desconocimiento del otro, de aquel que no com- parte el grueso de los ideales del mito, que no por la ho- mogeneización dejó de existir. Porque la influencia del mito regía sobre casi todos los espacios sociales y cultura- les, vigilaba y controlaba los más diversos aspectos de la vida colectiva e individual. El mito era la presencia de una ética particular, de una forma de ser y de proceder; una mirada ordenadora del pasado y el futuro, del bien y el mal; y no era portado y pregonado únicamente por la dirigencia propiamente di- cha; también fue compartido por obreros, empleados, bu- rócratas, artesanos, amas de casa, profesores, trabajado- 33. El Colombiano, noviembre 26 de 1948, p. 4.
  • 41. 40 res independientes. Por todo esto, los contenidos del mito se inmiscuían en los asuntos sobre la moral, la vida fami- liar, el aseo y el aspecto físico de las personas; regía so- bre las palabras y los gestos, sobre las transacciones co- merciales y los noviazgos; y se fortalecía lo mismo en el púlpito, la prensa y la radio, que en las cocinas de las casas y en las charlas de los cafés. Por lo tanto, los espa- cios de la disidencia y de la resistencia eran reducidísimos y constante y violentamente señalados y hostigados. Las ideas y prácticas a contracorriente se incubaron en un ambiente adverso, pues la gran presencia de lo es- tablecido mostraba sin dificultades el contraste. No po- cos sufrieron las consecuencias de este régimen, particu- larmente los sectores intelectuales y la población de más bajos recursos. Pero, en la “manifestación” de tales des- avenencias, en la circulación de la crítica y de la oposi- ción era donde se presentaban las grandes dificultades. De ahí que muchos de quienes osaron escribir al respecto o hablar en voz alta, sin descontar su gran valentía, fue- ron cercados desde el primer momento y tachados como díscolos, locos o descarriados, cuando no de “endemo- niados”. Esto hizo que muchos de los disidentes partie- ran con sus profesías a otras tierras a la primera oportuni- dad. Y los que por sus condiciones no lo podían hacer, tenían que refugiarse en el resentimiento, en la evasión, en el silencio. Los “descarriados” de toda índole que fijaron su resi- dencia en otras latitudes, sobre todo en Bogotá y en Euro- pa, dan constancia de este fenómeno.34 Fueron sistemáti- 34. Aunque hay una ausencia de trabajos en este sentido, recordamos nom- bres como los de Rafael Uribe Uribe (político liberal de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX), Fidel Cano (periodista, fun- dador y propietario del periódico El Espectador) y su grupo de colabo- radores (Luis Tejada, Rendón, etc.), María Cano (sindicalista), Igna-
  • 42. 41 camente hostigados y perseguidos por los sacerdotes, los maestros, los vecinos, los empleadores y las autoridades por contradecir de palabra, obra o pensamiento los auto- ritarios ideales de la “raza paisa”. ¡Oh, mi amada Medellín, ciudad que amo, en la que he sufrido, en la que tanto muero! –decía el poeta Gon- zalo Arango hablando de este sentimiento en los se- sentas–. Mi pensamiento se hizo trágico entre tus al- tas montañas, en la penumbra casta de tus parques, en tu loco afán de dinero. Pero amo tus cielos claros y azules como ojos de gringa. De tu corazón de máquina me arrojabas al exilio en la alta noche de tus chimeneas donde sólo se oía tu pul- món de acero, tu tisis industrial y el susurro de un santo rosario detrás de tus paredes. Eres utilitaria..., y preferías acostarte con gerentes y mercaderes. También eres tiránica, pues te place la servidumbre, dominar soberana en el reposo de los vencidos y los muertos... Hay otras mercancías que no produces: los alimentos del alma. Ni siquiera tienes una fabriquita para ali- mentos del alma. Tus politécnicos y universidades sólo vomitan burócratas, peones, jefes de personal y mi- llares de contadores para tu potente máquina econó- mica, tus cerebros electrónicos y tu Bolsa Negra.35 Cuántos hombres, bohemios, sindicalistas y líderes populares no pudieron partir, para tener destinos oscuros: bajar la guardia, ceder ante los intereses dominantes o desaparecer en el anonimato. cio Torres Giraldo (intelectual socialista), Porfirio Barba Jacob y León de Greiff (poetas), Luis López de Mesa, Baldomero Sanín Cano, Gerardo Molina, Estanislao Zuleta, Manuel Mejía Vallejo (intelectua- les modernos), etc. O la confinación, en su casa de Envigado de Débora Arango (pintora), como algunos ejemplos. 35. ARANGO Gonzalo. “Medellín a solas contigo”, en: Obra Negra.
  • 43. 42 2. LA AMPLIACIÓN DEL SALARIO
  • 44. 43 Te ganarás el PAN con el sudor de tu frente. Shellmar de Colombia S.A. Empresa modelo en prestaciones sociales Es una de las empresas que más vela por el bienestar de sus trabajadores y empleados. Cubre el 100% del pago del ICSS (Instituto Colombiano de los Seguros Sociales); por la mañana el personal toma un refrige- rio en el bar, lo mismo por la tarde, de cuenta de la empresa; no se trabaja los sábados (ni los domingos); tiene contrato con la Clínica Soma para el servicio de sus trabajadores y a los obreros del turno de la noche se les lleva en una camioneta hasta sus hogares. (No- ticia-publicidad en El Colombiano, mayo 19 de 1951, p. 2.) Uno de los principales ejes en torno a los cuales giró la vida de una población cada vez mayor de obreros fue el salario. En una sociedad capitalista, éste tendía a ser el único cordón que atara al hombre asalariado, despojado
  • 45. 44 de cualquier otro medio de subsistencia, con el mundo; sería casi la única posibilidad de permanencia en el pla- neta, de él dependía su vida y la de su especie. Esto, en términos económicos y monetarios, tal como lo entendió la legislación salarial, y como se pretendió imponer a la sociedad en general... hasta nuestros días. A mediados del siglo XX en Colombia, debido al cre- cimiento de la población asalariada, a la diversidad y anar- quía de sus empresas, a la necesidad de la intervención del Estado en el desarrollo y la regulación de la econo- mía, y del bienestar de la población, entre otros factores, el gobierno, dentro de las medidas tomadas sobre el tra- bajo, se vio en la necesidad de legislar, a partir del sala- rio, toda una cantidad de políticas sociales. No sólo el que se pagaba semanal, decadal o quincenal, sino que tam- bién puso un precio, legisló e intervino en otros aspectos laborales como las vacaciones, el riesgo de quedar sin trabajo (las cesantías), la salud (enfermedades, acciden- tes e invalidez), aspectos sobre la vivienda obrera, su edu- cación, su familia; casi todos basados, en alguna medida, en la nueva noción de salario mínimo. Régimen salarial, prestacional y de seguridad social que, con 50 años de duración, entra en crisis a finales del siglo XX, frente a la añoranza y la impotencia de muchos sectores sociales y sindicales, que lo dieron como único y verdadero modelo posible. Fue tal la importancia, la novedad y la trascendencia de estas reformas en la cultura del trabajo durante la se- gunda mitad de la década de 1940 y el transcurso de los cincuenta, y que perduró sin modificaciones hasta finales del siglo XX, que partiremos de su análisis para acercar- nos a la comprensión de las condiciones de vida de los trabajadores en este período.
  • 46. 45 Las causas de este gran paquete de políticas salariales han sido poco estudiadas en nuestro país, aunque tienen las más diversas explicaciones en el común de la gente: han sido vistas como conquistas del movimiento obrero, como el triunfo de la doctrina social católica al interior del Estado y de los industriales y como la justa recom- pensa de los trabajadores ante el avance del capitalismo. En lo que sí hay acuerdo es en que las medidas económi- cas sobre la remuneración del trabajo redundaron en el bienestar de los trabajadores, aunque obedecieron a un optimismo ciego frente al desarrollo y el crecimiento cons- tante de la economía, pero sobre todo, en que las condi- ciones de vida de la población en general mejorarían con este crecimiento, de manera más o menos equitativa y paralela, tanto en ganancias para los industriales como para los trabajadores. Pero igualmente, fueron un paso sin antecedentes en la adopción, por parte de los sectores industriales y polí- ticos, de un modelo económico capitalista en un contexto no tan capitalista, y que por lo tanto, al forzar una legisla- ción homogénea para toda la población, desconoció a un gran sector de la misma, que no logró llegar a ese nivel de vida y de condiciones de inserción económica. Es decir, se confundió el todo con la parte, porque la industrializa- ción moderna sólo era una realidad en algunos núcleos urbanos y solamente cubría a un reducido porcentaje de población. Frente a esta crítica se argumentó que muy pronto estos sectores atrasados se incorporarían a la rue- da del progreso, que se veía, más que una esperanza, como el único futuro posible. Se fortaleció y generalizó, entonces, de manera for- mal, una estructura particular de remuneración del traba- jo: el asalariado; y sobre ésta se construyó todo un edifi-
  • 47. 46 cio de seguridad social en el que se pretendía alojar a futuro a toda la población, cuando de hecho había sido diseñado para que en él residieran sólo aquellos trabaja- dores modernos: Los obreros y empleados de la gran in- dustria, la burocracia del Estado y los trabajadores de los servicios (la banca, el transporte, los servicios públicos), y algunos otros sectores de la mediana industria y el co- mercio, no sin dificultades. Una historia de la remuneración del trabajo, además de reconstruir la historia de las condiciones de vida, ma- teriales y mentales, de los obreros del Valle de Aburrá a mediados del siglo XX, nos permite avanzar en la com- prensión del montaje de este régimen salarial. Aunque los derechos obreros que aquí se aluden fue- ron legislados desde el último gobierno de Alfonso López Pumarejo (1942-1945), todavía en 1954, existen muchas personas para las cuales el trabajo es sólo una mercancía que se paga de acuerdo con su rendimiento. Disposiciones como jornada mínima de ocho horas, descanso dominical remunerado, vacacio- nes, cesantías, salario mínimo, prima de beneficio y otras, no se cumplen en muchas ocasiones. Esto es así, no únicamente en el campo... sino en las mismas ciudades. ...sólo una mínima parte de los trabajadores colom- bianos gozan de las prestaciones sociales, no como obsequio de sus patrones, sino como cuestión de sim- ple justicia social.36 Este era uno de los principales objetivos de las políti- cas estatales, hacer que este edificio de prestaciones so- ciales se cumpliera en los términos en que habían queda- do definidos. Jornada de ocho horas y pago del tiempo 36. El Colombiano, noviembre 18 de 1954, p. 3.
  • 48. 47 extra, descanso dominical remunerado y solicitud de per- miso del Estado para laborarlo, vacaciones remuneradas o su equivalente en dinero, cesantías, salario mínimo, primas, entre otras, constituían el paquete de prestacio- nes sociales, obligaciones de todas las entidades privadas y oficiales que requirieran de mano de obra. A este conjunto de obligaciones, habría que agregar las medidas de seguridad social, que se prestaban a partir de unos fondos, administrados por el Estado o por entes descentralizados, y constituidos por un sistema de coti- zación tripartita (empresa privada-trabajador-Estado), nacionales o regionales, y que cubrían salud, seguro de enfermedad, accidentes de trabajo, maternidad y subsi- dio familiar. Pero todas estas medidas, al estar basadas en el valor del salario de cada trabajador, se constituyeron en su pro- longación. Habría que descontar algunos aspectos de co- tización discriminada y de repartición democrática, como el subsidio familiar, la salud y los accidentes y enferme- dades profesionales, que en alguna medida fueron cubier- tos de igual manera para todos los obreros y obreras, sin diferencias notorias según su salario. 2.1. LAS PRESTACIONES SOCIALES Las diferentes prestaciones sociales no fueron legis- ladas al mismo tiempo, pero sí durante una época muy bien delimitada (1944-1952), y obedeciendo a los mis- mos lineamientos y a la misma racionalidad, mantenien- do una continuidad con las políticas trazadas por el go- bierno liberal desde 1930. Para Víctor Manuel Moncayo y Fernando Rojas, una de las pretensiones de estos go- biernos, que se plasmó en la Ley 83 de 1931, fue la de afianzar la legalización del sindicalismo, primero, para
  • 49. 48 garantizar que los movimientos obreros se llevaran a cabo por los caminos legales y, segundo, para colaborar así a los propósitos del desarrollo ca- pitalista nacional, pues el relativo mejoramiento de la capacidad adquisitiva de los sectores obreros favore- cía la ampliación del mercado interno, y el apoyo que así se obtenía legitimaba la acción estatal dirigida a invertir las relaciones de dominación en el seno de las clases dominantes, para sustituir la hegemonía de la clase terrateniente aliada a la fracción comercial, por la de la burguesía industrial.37 Pero, según los mismos autores, este proceso de in- tervención del Estado en la búsqueda de mejores condi- ciones salariales para los obreros contó con los siguien- tes límites: – La escasa diversidad de la producción industrial, – la pronunciada localización geográfica, – las dificultades para acumular en bienes de capital, – las relaciones precapitalistas agrarias, – la escasa inversión industrial en tecnología. La pausa de la Revolución en Marcha, que se prolon- gó hasta el fin del régimen liberal, con el segundo gobier- no de López Pumarejo, se debió a estas Limitaciones del proyecto de industrialización. En dos décadas el panorama había cambiado un tan- to38 , pero sobre todo, se aumentó la confianza en el mo- delo económico capitalista y los industriales adquirieron un notable poder al interior del Estado. Según el perio- dista y político liberal Alberto Galindo, 37. MONCAYO Víctor Manuel y ROJAS Fernando, Luchas obreras y política laboral en Colombia, Medellín: La Carreta, 1978. p. 57. 38. Particularmente, en lo que respecta a algunas nuevas inversiones en industrias de bienes intermedios, y a varios esfuerzos de tecnificación de la industria manufacturera, sobre todo en el sector textil.
  • 50. 49 Ahora son únicamente los personeros del gran capital y de la industria protegida, los que tienen acceso a los consejos privados, los que estudian la política econó- mica del gobierno y negocian los tratados de comer- cio, y señalan las orientaciones que se hayan de se- guir en las conferencias aduaneras, y son los llamados a declarar como voceros del punto de vista oficial en las comisiones legislativas o a señalar las condiciones en que el capital extranjero puede venir a competir con ellos mismos.39 Paralelo con los industriales, adquirieron fuerza tam- bién los obreros; ambos entraron a ser protagonistas de primera línea en una sociedad en proceso de moderniza- ción y, así estos sectores trabajadores no hayan tenido unas manifestaciones políticas del todo independientes, fue- ron un importante apoyo para la legitimación de un Esta- do liberal y, a cambio, adquirieron un espacio legal cada vez mayor. Es decir, se crea una legislación obrera más coherente y completa para controlar y coartar la acción obrera, a cambio de hacer extensivo a todos los trabajado- res algunas de las conquistas logradas por éstos en otros contextos. 2.1.1. El concepto de salario en los círculos empresariales, eclesiásticos y sindicales En Colombia, la posición de la iglesia sobre el salario se basaba fundamentalmente en los textos pontificios de León XIII, en su Encíclica Rerum Novarum, de 1891, y de Pío XI, en la Quadragésimo Anno, de 1931. 39. En una editorial de El Liberal, de abril de 1949. Citado por MAYOR MORA Alberto, “Historia de la industria colombiana. 1930-1968”, en: Nueva Historia de Colombia, Tomo V, Bogotá: Planeta, pp. 333- 356. En 1946, Ospina Pérez rindió homenaje a los ingenieros con la conferencia “La misión del ingeniero y la tecnificación del trabajo”. El Colombiano, mayo 1º de 1946, p. 13.
  • 51. 50 León XIII planteó que no sólo el salario debería al- canzar para la manutención de la mujer y de los hijos, sino que debería alcanzar incluso, si se tiene buen juicio, para un ahorro, un pequeño capital; a lo que añadía el Papa Pío XI: ha de ponerse, pues, todo esfuerzo en que los padres de familia reciban una remuneración suficientemente amplia para que puedan atender convenientemente a las necesidades domésticas ordinarias. Si las circuns- tancias presentes de la vida no siempre permiten ha- cerlo así, pide la justicia social que cuanto antes se introduzcan tales reformas, que a cualquier obrero adulto se le asegure ese salario.40 Había aquí la defensa de una familia donde el padre se dedicara exclusivamente a trabajar por un salario para el sostenimiento de la unidad familiar, la mujer se dedi- cara al cuidado del hogar, del esposo, el hogar y los hijos, y éstos a formarse para la vida adulta. Donde es gravísimo abuso, y con todo empeño ha de ser ex- tirpado, que la madre, a causa de la escasez del sala- rio del padre, se vea obligada a ejercitar un arte lucra- tivo, dejando abandonadas en la casa sus peculiares cuidados y quehaceres, y sobre todo la educación de los niños pequeños.41 Este tipo de familia, pregonada por la iglesia, reforza- ba dos importantes propósitos capitalistas: la reproduc- ción y la calificación de la fuerza de trabajo. Aunque re- conocía la necesidad del trabajo de las mujeres y de los niños en sociedades o sectores productivos menos desa- 40. Encíclica Quadragésimo Anno de 1931; citada por POVEDA RA- MOS, Comfama, precursora y protagonista del subsidio familiar en Colombia. 1954-1989, Medellín: Comfama, 1989, p. 3. 41. Ibíd.
  • 52. 51 rrollados —como el colombiano—, añadía que se ten- drían que hacer esfuerzos futuros para abolirlos42 . En este contexto, un grupo de ciudadanos pide a las autoridades que cuiden de que los niños trabajadores de Rosellón, gran empresa textil de Envigado, municipio al sur de Medellín, en 1945, no entreguen sus salarios a los cantineros o a los avivatos de los juegos de azar. ...Es bueno recordarles a estos pequeños tahúres que el jornal no les pertenece, ya que éste debe ser entre- gado a los padres para que ellos dispongan en la for- ma que estimen conveniente. Si lo emplean mal o dilapidan sin contar con el consentimiento de sus pa- dres, sencillamente están disponiendo de algo que no les corresponde.43 ... Lo que sucede sobre este particular es que los jo- vencitos de hoy, se creen hombres sin llegar a la ma- yoría de edad y sin poseer la cordura requerida para ser hombre, en el sentido completo del vocablo.44 Lo que les preocupaba no era entonces que los niños trabajaran, esto les parecía de lo más normal; ni tampoco que la sociedad les estuviera haciendo estas ofertas, jue- gos de azar y alcohol —por lo menos en este caso—, sino que “esto constituye un grave problema si se tiene en cuen- ta que la mayoría de los obreros de la mencionada fábrica tienen sobre sí obligaciones tales como la de sostener quizá a su madre viuda, o padres y hermanitos...”.45 El salario no le pertenecía únicamente al trabajador, y menos si se trataba de un menor de edad. Disponer indi- vidualmente del producto del trabajo constituía un acto de arrogancia en tanto El salario es sagrado, como lo 42. Ibíd. 43. El Colombiano, febrero 14 de 1946, p. 8. 44. Ibíd. 45. Ibíd.
  • 53. 52 disponía la iglesia; y no sólo porque de él dependían los demás miembros de la familia, la base de la sociedad, sino y sobre todo para cuidar de que no cayera en manos del demonio, las tentaciones del mal: el cantinero, las pros- titutas, el jugador indecente y el garitero inescrupuloso. ¿Pero era su único sentido, su única dedicación la manutención económica de la familia? Tampoco, porque si éstas eran sus necesidades materiales, ¿cuáles eran las espirituales? Las que proporcionaba la práctica religiosa, claro; de ahí la sugerencia a destinar un tanto para las obras de caridad y para el sostenimiento de la iglesia. Gran parte del pensamiento sobre el salario de los in- dustriales, por lo menos en Antioquia, se basó en la mis- ma doctrina de la iglesia. Para el director de la ANDI (Asociación Nacional de Industriales), en 1945, el sala- rio, “el sustento mismo de la existencia”, además de ser un asunto de justicia, como lo proponía León XIII, estaba regido, desde el punto de vista del empresario, por un aspecto moral y otro de orden práctico. El aspecto moral consistía en que éste “puede percibir el exceso de utilida- des proveniente del negocio, una vez que haya cumplido con la obligación de pagar en el mismo salarios equitati- vos a quienes aportan el trabajo para su empresa”.46 Y, en el orden práctico, Siendo el hombre egoísta por naturaleza, el estímulo y la esperanza de obtener utilidades son fuerzas que no pueden despreciarse en el mundo económico, so pena de incurrir en el tremendo error de un debilita- miento ruinoso de la producción, lo que sería funesto no sólo para el capitalista, sino también y en mayor escala para el trabajador.47 46. RESTREPO JARAMILLO Juan Guillermo, “El salario familiar”, en: El Colombiano, abril 21 de 1945, p. 4. 47. Ibíd.
  • 54. 53 Y si las necesidades humanas para la doctrina católi- ca se clasificaban en dos grupos —materiales y espiritua- les—; en la definición oficial se le agregó un tercero: las necesidades culturales, en particular en lo que hacía rela- ción con la educación. La medidas de control para una justa remuneración El mito rezaba que El progreso industrial de la capital antioqueña se ha conseguido a base de un entendimiento constante en- tre los patronos y los obreros, de una colaboración mutua que les ha permitido descartar en su totalidad los conflictos de trabajo, los paros y los movimientos de huelga que son la causa del retraso de las activida- des fabriles en otros centros del continente. Además hay que tener en cuenta que el trabajador bien remu- nerado y que encuentra en la empresa donde presta sus servicios una cooperación espontánea y desinte- resada para la solución de sus problemas de orden económico, ... está dispuesto a rendir una capacidad de acción que en vano se intentaría de encontrar (sic) en un obrero que se encuentra descontento con un sa- lario y que hace su labor de mala gana.48 A pesar de la fama que tenían los capitalistas antio- queños sobre la buena remuneración y el buen trato que hacían al trabajador, esto parecía ser la excepción. Por fuera de una docena de grandes industrias, se desplegaba una gran sombra. Los hombres eran mal pagados, se les incumplían las mínimas normas salariales y, más por deba- jo todavía, se encontraban las mujeres y los niños; y toda esta injusticia social bajo la represión directa. Fuera de las que están empleadas en las grandes em- presas, las demás ganan sueldos miserables. Tal es el 48. El Colombiano, abril 15 de 1945.
  • 55. 54 caso de muchas dependientes del comercio, costure- ras, ascensoristas, secretarias, encargadas del aseo de los edificios, obreras de pequeñas industrias... Si se quejan del escaso sueldo y de la excesiva cantidad de horas trabajadas, son despedidas sin ningún escrúpu- lo... Pero también los varones están sometidos a sala- rios ínfimos y a escasas prestaciones sociales... cela- dores de edificios que trabajan noche y día, sin des- canso efectivo... a otros... se les paga por la obra rea- lizada diariamente, por lo cual no es raro verlos em- pezar a las 3 de la mañana y trabajar hasta bien entra- da la noche...49 Para garantizar el cumplimiento de la ley, el gobierno creó una dependencia especial en los núcleos más industrializados, incluso en las zonas de enclave. Se tra- taba de un canal para solucionar los conflictos obreros, tanto colectivos como individuales. Fueron los Tribuna- les del Trabajo, constituidos en 1945.50 Es de suponer que fueron muchos los casos de injusti- cia que no fueron denunciados, y esto por el desconoci- miento de la ley por parte del trabajador, o por el temor a represalias, o incluso por no verse involucrados en las filas y los trámites ante los Tribunales del Trabajo. Aquí volvían a ser favorecidos los obreros de la gran industria, los que acudían al respaldo de la organización sindical. Porque, además de la negociación de las convenciones colectivas, los sindicatos prestaban el servicio de aboga- dos o de gente especialista en estos pleitos para casos particulares. Los demás ignoraban los trámites. A esto se 49. El Colombiano, noviembre 18 de 1954. 50. Por ejemplo, el Tribunal Seccional del Trabajo resolvió a favor de un trabajador una demanda de cesantías puesta contra Búfalo. El Colom- biano, julio 7 de 1946, p. 12; y condenó a la fábrica de alimentos Noel a pagar cesantías a un trabajador que estuvo vinculado cinco años a la empresa, cuatro antes de prestar su servicio militar y un año después El Colombiano, enero 14 de 1947, p. 2.
  • 56. 55 agrega que los Tribunales no eran suficientes, o por el escaso número de funcionarios o por la cantidad de tra- bajo.51 2.1.2. ¡Con menos no se puede vivir! El salario mínimo es el que todo trabajador tiene de- recho a percibir para subvenir a sus necesidades nor- males y a las de su familia, en el orden material, mo- ral y cultural (Código Sustantivo del Trabajo, 1950). Aunque, a mediados del siglo XX, el salario no era entendido por todos de una misma manera, se llegó a un acuerdo a raíz de la imposición del salario mínimo. Con la Ley 6ª de 1945, el Gobierno había quedado autorizado “para señalar salarios mínimos por regiones o por activi- dades, teniendo en cuenta, entre otras cosas, el costo de la vida”. Pero esto se llevó a cabo sólo hasta 1949, duran- te el gobierno de Ospina Pérez, por intermedio del De- creto 3871 de 1949, y que comenzaría a regir para 1950. No fue la primera de las prestaciones sociales regla- mentada, pero, a partir de él, se pueden observar casi to- dos los lineamientos generales de tales políticas, porque fue el eje a partir del cual se ajustaron las demás medidas. Se habló de su implantación desde los años treinta52 , y sólo se instauró en 1950, donde se vio sometido a opo- siciones, propuestas de que fuera diferente según el gra- do de desarrollo de cada región, salvedades, etc. Ya desde antes este factor del salario53 había sido te- 51. Según El Colombiano, en 1951 el Inspector de Trabajo de Medellín y sus seccionales tenían gran cantidad de trabajo debido a las muchas reclamaciones de los trabajadores; en 1956 algunos ciudadanos se quejaban de los restringidos horarios al público (de 8 a 10 de la maña- na), que no eran suficientes para atenderlos a todos. El Colombiano, enero 23 de 1951 y septiembre 11 de 1956.
  • 57. 56 nido en cuenta. En 1938, desde la Contraloría de la Re- pública se inició un estudio sobre la industria colombia- na, del cual hizo parte otro, realizado en 1945, sobre la vida obrera en la ciudad de Medellín y en la zona del Ferrocarril de Antioquia. Según los investigadores, se tra- taba de desarrollar y encauzar, “una acertada política de salarios”. Para tal efecto, ... investigamos la vida obrera en sus manifestaciones económicas fundamentales, a través de encuestas so- bre víveres, arrendamientos, precios de artículos de uso personal y combustible. En lo futuro será posible estudiar al trabajador en relación con su medio social, el radio de acción de sus diversiones, educación cul- tura, etc.54 Para la ANDI55 un salario mínimo debería consistir en un valor que cubriera las mínimas necesidades para una familia máxima, lo que sería el ideal, pero imposible en nuestra sociedad.56 Entonces, para nuestras condicio- nes, el salario mínimo debería ser el que cubriera las ne- cesidades básicas de una familia promedio y a partir del 52. El proyecto del salario mínimo se había propuesto desde la adminis- tración de Olaya Herrera, y fue pospuesto por los dos gobiernos de López Pumarejo y el de Eduardo Santos. Según ARCHILA NEIRA, 1991, p. 332. “En realidad, los sectores empresariales estaban preocu- pados con él pues implicaba la participación de los obreros en las ganancias de las empresas... al gobierno de Santos lo que más le mo- lestaba era el poder de negociación que se le daría al sindicalismo, y en particular a la CTC, en la definición del salario mínimo... Curiosa- mente, además de los sectores cetecistas y de izquierda que lo defen- dían, había un sector católico que lo apoyaba basándose en las nocio- nes de ‘salario justo’”. 53. Según “Sagredo”, (Jaime Sanín Echeverri), en su columna “Sangría”, a 1º de enero de 1950, la imposición del salario mínimo costó a los patronos un 17% sobre la nómina, El Colombiano, julio 10 de 1953. 54. El Colombiano, febrero 8 de 1945. 55. En su conferencia sobre “El salario familiar”. El Colombiano, abril 21 de 1945.
  • 58. 57 cual se incrementara según las capacidades y la respon- sabilidad del trabajador. Debido a la regionalización, el salario mínimo fue más alto en Cundinamarca (capital Bogotá) y Antioquia (ca- pital Medellín), con la autorización de la ANDI, para quienes la industria tenía capacidad de subirlo, y así lo habían hecho ya varias empresas. En estos departamento de más avance industrial, quedó en $4,00, pero al mes lo reajustaron en $4,30.57 En 1956 se le hicieron algunos reajustes.58 Para Antioquia, según una categoría del capital industrial, que- dó en $3,80 y $4,50; pero se generaron ciertas polémicas, pues se percibía que podría ser demasiado alto para los sectores menos modernos de la economía y que al no poderlos cubrir, estos patronos podrían optar por los des- pidos masivos.59 Si bien las grandes empresas ya los tenían por encima de esa cantidad, las pequeñas industrias podrían resultar afectadas. las situación de las pequeñas —talleres, arte- sanos, etc.— sería angustiosa; además, “así las cifras de las potentes empresas nos hagan olvidar esta realidad”60 , las pequeñas eran la mayoría. 56. “...sería necesario que la cuantía del jornal mínimo fuera suficiente para abastecer las necesidades de la familia máxima. Si se adoptara como base un número promedio, se habría dado una solución mate- mática, pero aquellas familias que excedieran este número no dispon- drían de recursos esenciales, mientras que por el contrario otras sal- drían injustamente beneficiadas”, El Colombiano, abril 21 de 1945. 57. El Colombiano, junio 6 de 1954, abril 29 y noviembre 24 de 1955. 58. Que se suponía en los estudios fluctuaría por los $4,50 para los depar- tamentos de mayor desarrollo; mientras que en Coltejer ya se había negociado en $5,20. El Colombiano, mayo 30 de 1956, p. 1 y agosto 23 de 1956, p. 2. 59. “... se toman medidas para evitar despidos masivos, ante la nueva le- gislación sobre el salario mínimo”, El Colombiano, agosto 1 de 1956, p. 1.
  • 59. 58 Mientras unos proponían que frente a las alzas de la canasta familiar eran necesarios los ajustes al salario mí- nimo, otros, que observaban las repercusiones de esta medida sobre la inflación, sugerían que a través del apo- yo al sindicalismo (católico, por supuesto) se beneficia- ría a los trabajadores de aquellos patrones que no les quie- ren pagar lo justo, olvidando un poco que estas organiza- ciones sólo existían en las grandes empresas, aquéllas que no necesitaban tales presiones. Pero como a los trabajadores no se les puede dejar sin la debida protección, tal vez una campaña de respal- do a los sindicatos para que éstos obtengan mejores salarios en cada una de sus empresas podría resolver la situación. Desgraciadamente quedarían por fuera los obreros de la pequeña industria y de los talleres, que son precisamente los más abandonados y a quie- nes el alza de salarios quiere beneficiar.61 Otros intelectuales plantearon que, si se elevaran los salarios en un 25%, las mercancías elevarían un 10%, por lo tanto la medida sí sería benéfica; y así se solucionaba otro problema, el subconsumo en el mercado interno.62 Luego de expedido el decreto sobre el nuevo salario mínimo por departamentos, Jaime Sanín Echeverri, afir- mó que las personas beneficiadas fueron aquellas que menos devengaban, aquéllas “que tras una jornada de tra- bajo material, al caer el sol, han devengado menos de $3,50, menos de $4,00... Esos hombres y esas mujeres son los ciudadanos más desvalidos de la patria...” Pero muestra algunas de las deficiencias del decreto, que permiten muchas veces su violación, pues en éste “se 60. El Colombiano, agosto 17 de 1956, p. 3. 61. Ibíd. 62. El Colombiano, agosto 18 de 1956, p. 5.
  • 60. 59 exceptúan... quienes perciben parte de él en especies dis- tintas de la monetaria, el servicio doméstico, los menores de 18 años, los aprendices y los trabajadores a prueba”.63 Igual le sucedió a un obrero en una mediana litografía de Medellín, la Litografía Arango. Él ya sabía de la ins- tauración del salario mínimo, pero cuando fue a cobrar su primer salario le pagaron algo así como la mitad, y la explicación que le dieron fue que él era un “aprendiz”. Les estaba haciendo un trabajo de obrero calificado —dice—, y ganaba como aprendiz; y no estaba apren- diendo nada y me ganaba menos de la mitad. Yo no estaba como obrero calificado, pero mi trabajo sí daba rendimiento, el rendimiento que tenía que dar para pro- ducción, cortando los sellos que se producían.64 Y esto sucedía a pesar de que al salario mínimo se tenía derecho desde los 16 años, “cuando se tiene jornada de 8 horas o más diarias, tanto para el campo como para la ciudad”.65 Los métodos de evasión de la ley fueron muchos, y no sólo en las pequeñas empresas o entre los artesanos. En Locería Colombiana, por ejemplo, también se pasa- ban por alto la legislación aprovechando la vinculación de campesinos de la zona: 63. El Colombiano, septiembre 9 de 1956. “Por diciembre, por ejemplo, acostumbran los comerciantes contratar un crecido número de traba- jadores a prueba, a sabiendas de que ciertamente serán licenciados para enero, cuando decaen las ventas. Lo justo es que esos contratos se celebren a término fijo, pero debe regir para ellos lo relativo al salario mínimo; lo mismo en cuanto a comisariatos; el salario debe de ser en dinero y está bien que se den facilidades accesorias al personal, pero siempre que ellas no vayan a servir de cortina para encubrir vio- laciones al salario mínimo”. 64. Ver entrevista a don Álvaro, Envigado, marzo 29 de 1992, op. cit. 65. El Obrero Católico, enero 28 de 1950, pp. 1 y 5.
  • 61. 60 En el campo, a una persona no le dan trabajo sino cuatro días de la semana para no tenerle que pagar el dominical; en cambio, cuando llegan a la fábrica... le dan trabajo completo, de los seis días de la semana y le pagan el domingo; eso es suficiente para que el tipo no se busque más problemas... Eso era suficiente para el tipo llegar lleno. No era el proletario de ciudad, sino que era el tipo de extracción campesina... Inclu- sive en Ceramita decía el doctor Octavio Arango: “Colóquenlos, pero que sean de por aquí de las vere- das, porque son estos campesinos los que nos sirven; la gente que venga de allá de Medellín, con proble- mas de sindicatos y de que hay que pagarle prestacio- nes sociales, que no se pagaron en mucho tiempo... incluso no respetaban la cuestión del horario: Al tipo le hacían un contrato —Locería o Ceramita o cual- quiera de esas fábricas— ... donde usted daba deter- minada producción: Ustedes veinte... cuando llenen este horno de producción ustedes ganan a tanto; eso que ganaban a tanto era el salario mínimo... Entonces la gente copaba el horno y se iba. ¿Y cuándo se iba? La gente llegaba a las cuatro de la mañana y se iba a las cuatro de la tarde, entonces trabajaban 12 horas. Y como no marcaban tarjeta siquiera...66 Mientras unos evadían la legislación pasando como pequeñas empresas (Litografía Arango, por ejemplo), otros lo hacían por la lejanía con respecto a la capital (Locería Colombiana, en Caldas). Aunque también en- contramos para los mismos años casos donde los apren- dices sí recibían el salario mínimo.67 En Peldar, Empresa fabricante de vidrio en Envigado, los bajos salarios eran encubiertos ante la opinión públi- 66. Ver entrevista a don Álvaro, Envigado, marzo 29 de 1992, op. cit. 67. Por ejemplo en la CADA (un gran taller de venta y reparación de vehículos), como nos lo confirmó don Danilo. Entrevista, Medellín, julio de 1992, op. cit.
  • 62. 61 ca con la inclusión de las horas extras. Mientras los pa- trones decían a los periodistas que el movimiento de los trabajadores era injusto, pues pedían aumento de salarios cuando éstos eran muy buenos, y presentaban las cifras, eran desmentidos por la UTRAN, que planteaba que allí los trabajadores tenían que laborar todos los días, inclu- sive los domingos y demás festivos con exceso de horas extras, y que los listados de salarios pasados por los pa- trones no se correspondían a la realidad porque incluían estas últimas.68 Gran parte del comercio —afiliados a Fenalco (Fede- ración Nacional de Comerciantes)— se opuso al salario mínimo, por no estar en condiciones de asumir estos cos- tos tal altos, porque contaban con más de un millar de vendedoras que ganaban menos del salario en discusión.69 Pero, según el periódico El Colombiano, fiel vocero de la gran industria y defensor del presidente Ospina Pérez, esto demostraba que la medida era correcta, pues no era justo que una vendedora de almacén se ganara mensualmente $75,00 o menos. Además se conocían casos de mujeres viudas o abandonadas por sus esposos y con varios hijos que tenían sueldos de $60,00 mensuales, mientras que ... representantes de otros almacenes, especialmente situados en la parte central del comercio medellinen- se, no se consideran afectados, pues desde tiempo atrás vienen pagando a sus vendedoras sueldos que 68. Habían trabajadores que ganaban un promedio de $4,00 y eran viejos de estar en la empresa. Existía, por ejemplo, uno que llevaba 28 años y ganaba $3,50; otro con 22 que devengaba $2,50. Esto a raíz de la huelga que se llevaría a cabo días después. El Colombiano, octubre 28 de 1955. 69. Entre ellos los de los grandes almacenes Caravana, Tía y Ley. El Co- lombiano, septiembre 23 de 1956.
  • 63. 62 están por encima del salario mínimo fijado por el gobierno.70 Como se trataba de homogeneizar un tanto los sala- rios, la medida era urgente, y desconociendo el gran des- equilibro entre unas empresas y otras y entre los diferen- tes sectores de la economía, así se impuso; pero esto no quiere decir que se cumplió de hecho en todos los secto- res. Aunque se le dio al trabajador una herramienta legal, sólo fue válida para los organizados en sindicatos, quie- nes mejores salarios devengaban; porque como argumento para un trabajador aislado no era válido, a no ser bajo el riesgo de perder su empleo.71 Desde el punto de vista de la modernización, cumplía otros objetivos: Unificar criterios de costos de produc- ción a nivel nacional, frenando las expectativas de sala- rio en los trabajadores de la industria moderna, que po- drían según las condiciones de la empresa ganar más, y presionando a los sectores menos desarrollados para que o modernizaran sus procesos productivos o al menos su- bieran sus salarios, permitiendo así el incremento del con- sumo por parte de la población local; y, en caso de que no lo lograran, despejaran el campo a las industrias moder- nas en desarrollo. 70. Ibíd. 71. El caso de Álvaro es patético. Ante la evasión que se le hizo del sala- rio mínimo por ser aprendiz, se le preguntó que cuántos más estaban en esas mismas condiciones, y respondió: “No, no. Es que normal- mente casi ninguno hablaba de eso ni brincaba por eso. Yo brinqué por eso, pero los demás no... Yo dije que había un decreto porque yo me daba cuenta; yo entraba allá, pero antes leía El Colombiano; pero normalmente los demás no; nadie tuvo ningún problema de esa índo- le”. (Pregunta: ¿Y la gente en general no lo sabía?) “No. Lo sabía y se callaba, porque de pronto perdía el puesto si se ponía a hablar de eso...”