Las protestas de ecologistas y vecinos suspenden las primeras prospecciones. Cameron planea extender la polémica técnica de extracción de gas con 20.000 pozos.
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Grandes manifestaciones en inglaterra contra el fracking
1. Grandes manifestaciones en Inglaterra contra el fracking,
logran suspender las primeras prospecciones
27/08/13 Por Patricia Tubella
Las protestas de ecologistas y vecinos suspenden las primeras
prospecciones. Cameron planea extender la polémica técnica
de extracción de gas con 20.000 pozos.
Campamentos de protesta desplegados en la hasta ahora inalterable
verde Inglaterra; colisiones entre activistas y policías; tensión,
arrestos y desembarco de las televisiones en un entorno
voluntariamente silencioso y aburrido… El campo inglés se ha
levantado en pie de guerra frente a las intrusiones de una industria
energética que ansía los recursos de su subsuelo. El enemigo a
combatir es el fracking, una controvertida técnica de extracción de
gas mediante fractura hidráulica que el Gobierno británico está
apuntalando como solución a la dependencia energética, pero que sus
detractores tildan de insegura y de fatal para el medio ambiente. Las
perforaciones exploratorias de una compañía gasística y su
contestación han convertido la localidad de Balcombe (West Sussex,
sureste de Inglaterra) en epicentro del debate nacional sobre la
amenaza de industrialización de la campiña inglesa. El pueblo está
tan dividido entre la lógica de la economía y la defensa ecológica
como el propio país.
2. Las operaciones de la empresa Cuadrilla en Balcombe han trastocado
este verano el ambiente bucólico y tranquilo de una población que no
alcanza los 1.800 habitantes, tiene solo un colmado, cuatro tiendas y
carece de cajero automático. Un remanso de paz de la
llamada upper-middle class (clase media-alta), como tantos otros del
sureste rural inglés, conformado por viviendas y jardines impolutos, y
enclavado en medio del trayecto ferroviario entre Londres (a la que
se accede en 39 minutos) y la ciudad balnearia de Brighton.
La compañía, que encabeza en el Reino Unido la implantación
del fracking, suspendió a finales de la semana pasada sus
prospecciones en busca de crudo, aconsejada por una fuerza policial
incapaz de garantizar la seguridad frente a la sonora manifestación
de más de un millar de activistas. Convocados por el grupo
ecologista No Dash for Gas y procedentes de varios puntos de la
geografía británica, se sumaron durante seis jornadas de
“desobediencia civil masiva” al centenar y medio de personas que ya
permanecían acampadas en los aledaños del pozo desde el pasado 25
de julio. Todavía hoy, estos últimos no tienen intención de moverse
de allí porque Cuadrilla reanudó sus actividades en cuanto el
miércoles concluyó la gran protesta, con un balance de una treintena
de detenidos, entre ellos, la diputada verde Caroline Lucas.
La compañía insiste en que en sus tanteos no usa esa técnica
consistente en inyectar en el subsuelo una mezcla de agua a presión
y sustancias químicas para ampliar las fracturas en el sustrato
rocoso, pero tampoco ha descartado el fracking para futuras
explotaciones de yacimientos de gas (sus responsables tildan hoy esa
hipótesis de “improbable”). Los activistas alegan que su desembarco
en Balcombe y en otros puntos como el condado de Lancashire es el
caballo de Troya de un Gobierno que pretende horadar la geografía
británica con pozos de gas: un millar de enclaves (unos 20.000
pozos), según las propias previsiones de la industria, podrían estar
activos en el territorio nacional para 2020. El potencial geológico en
el norte de Inglaterra multiplica ese esbozo y su enorme impacto en
el campo.
La garantía de seguridad del suministro energético, la reducción de la
factura del gas y la electricidad y la creación de miles de empleos son
los principales argumentos esgrimidos por el primer ministro
británico, David Cameron, para reclamar el respaldo al fracking y
justificar un recorte de los impuestos (a la mitad) para los primeros
ingresos de extracción. Ofrece, a cambio, invertir el 1% de la
explotación en las comunidades donde se hallan los pozos.
“Los intereses de la industria y la corrupción del Gobierno van a
envenenar nuestras aguas”, replican los acampados en Balcombe,
una mezcla de militantes ecologistas, de familias que se hacen turnos
3. según sus necesidades laborales, de gentes de edad diversa que en
grueso no se reconocen como “activistas”, sino como defensores de
un entorno natural que les es consustancial. Vienen de poblaciones de
la zona, de Brighton, de Devon y otros puntos más lejanos de las
islas. Aluden a la potencial contaminación de los acuíferos por el
cóctel químico inyectado en el subsuelo durante el proceso de
fractura y por el metano que liberan las rocas. La industria les rebate:
miles de pozos han sido perforados en Estados Unidos, sin un solo
caso probado de contaminación de las aguas subterráneas.
Demostrarlo resulta casi imposible, ante la presencia de elementos
contaminantes naturales, pero eso no da la razón a ninguna de las
partes.
Ni siquiera los defensores del fracking niegan que la inyección de
fluidos en el subsuelo incrementa la presión sobre las fallas y puede
provocar temblores en el terreno, si bien, dicen, muy tenues. Esa no
ha sido la experiencia de Jim y Rosie, estudiantes de Lancashire que
aprovechan el receso de las clases para participar en el campamento
de Balcombe. “Nos dijeron que estábamos a salvo”, explican, cuando
hace dos años Cuadrilla inició sus primeras actividades exploratorias
en aquel condado, pero acabaron registrándose dos terremotos, con
magnitudes 2,3 y 1,5 en la escala de Richter. Aunque los daños
fueron muy leves, los vecinos se asustaron. La empresa tuvo que
suspender provisionalmente sus operaciones. Fue un mal principio
que generó desconfianza.
Otro de los potenciales efectos perniciosos de la fractura hidráulica
es, tal como ha expuesto la experiencia estadounidense, su capacidad
para dividir a las comunidades afectadas. En el propio pueblecito de
West Sussex se perciben las desavenencias entre quienes quieren dar
la bienvenida a los beneficios económicos prometidos por Cameron y
aquellos que rechazan cualquier transgresión en su tranquila
existencia o en el paisaje. Una votación convocada el año pasado por
el consejo local se tradujo en la oposición del 82% (234 votos)
al fracking, aunque algunos residentes recalcan que entonces se
pronunciaron principalmente los críticos de esa técnica. Plantear el
tema en el pub, el café o la pequeña oficina de correos genera una
corriente de tensión entre unos vecinos de habitual talante cordial.
La presencia de decenas de tiendas de campaña alineadas en la
carretera que conecta el pueblo con las instalaciones de Cuadrilla
también genera disensiones. Los residentes de Balcombe admiten
que los habitantes del campamento conforman un grupo bien
organizado, que cuida el entorno, tiene un servicio de recogida de
basuras y unos aseos provisionales y pulcros que serían la envidia de
algunos bares de Londres. Pero las violentas escenas de los últimos
días, cuando la convocatoria de No Dash for Gas se tradujo en el
bloqueo de los accesos al recinto de la compañía gasística, y el
4. enorme despliegue de fuerzas de seguridad que acompaña a los que
siguen acampados —con un gasto para la policía de Sussex de
750.000 libras— no han sido bien acogidos por todos. Algunos
vecinos prestan su apoyo a los campistas llevándoles comida o
ayudándoles en la limpieza diaria: otros, los menos, los ningunean
como “manifestantes profesionales”.
Todos ellos comparten, sin embargo, un universo bucólico,
acomodado y conservador, que ahora está pendiente del futuro
impacto de las actividades de una compañía energética en el medio
rural y en la vida diaria, con el ostensible incremento del tráfico de
camiones y del ruido procedente de las instalaciones que algunos
perciben desde sus casas. Al primer ministro no va a resultarle tan
fácil vender su propuesta a la llamada Middle England, donde los
tories suelen cosechar tradicionalmente un buen puñado de votos.
Muestra de esa aprensión, el conservador lord Howell of Guidford
(miembro de la Cámara alta y suegro del ministro de Economía,
George Osborne) fue cazado a finales de julio en un desliz cuando
sostuvo que el fracking debía ser confinado a las áreas “desoladas”
del norte de Inglaterra. Su rectificación vino acompañada de un
mensaje de Cameron: “El fracking no se concentrará en ciertas
regiones, quiero que todo el país, norte y sur, comparta sus
beneficios”.
Su determinación, el apoyo de la prensa conservadora y las artes de
un gigante de las relaciones públicas contratado por la industria
quieren desequilibrar la balanza hacia la expansión de la fractura
hidráulica en Reino Unido. Las armas del frente antifracking pasan
por plantar la semilla de la duda y la inseguridad en una opinión
pública que, a raíz de la protesta de Balcombe, comienza a ahondar
en el debate sobre sus ventajas y perjuicios. La información, en
ambos casos, carece del aval de estudios científicos definitivos, pero
las espadas ya están en alto. Ecoportal.net
El PAis
http://sociedad.elpais.com