Ser creyente significa vivir "enamorado de Dios". La fe surge del encuentro con Jesucristo vivo, ya sea a través de la oración, la escucha, o las tareas diarias. Aquellos que están enamorados de Dios viven su fe con gozo y confianza en lugar de tristeza o desconfianza. Para los enamorados de Dios, la fe no es una carga sino el fruto de una relación y conocimiento compartido con Dios.