La caída del Imperio Romano se debió a una crisis en el siglo III causada por el agotamiento de las tierras, el aumento de precios y la inestabilidad política. El Imperio se había extendido demasiado y estaba formado por estados internos que debilitaron su supervivencia frente a amenazas externas. Esto llevó al surgimiento de una sociedad feudal rural dominada por señores locales en lugar de un estado centralizado urbano.