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La Nubecita Solitaria
                                           José Acevedo J.




        De un pequeño charco calentado por los rayos del Sol se formó una pequeña nubecita.
Era la última de siete, pues sus hermanas se habían formado días antes ascendiendo al cielo
azul.

   -    Señor Sol ¿ha visto usted a mis hermanitas? – le preguntó la nubecita al astro rey.
   -    Al norte, al norte han ido. – Dijo el Sol con voz aguda.

   Y así fue como la nubecita se dirigió al norte en busca de sus hermanas. Sin previo aviso, un
   fuerte viento sopló y a la nubecita alejó fijando su curso al sur. Aturdida, la nubecita se
   desorientó y el rumbo equivocado tomó.

   Perdida, flotó hasta dar con una pequeña aldea.

   -    ¡Miren en el cielo, es una nube!- gritó asombrado uno de los aldeanos.
   -    ¡Una nube, una nube! – decían alborotados los lugareños.
   -    Es muy pequeña para que nos pueda bendecir con su agua. – Dijo el más anciano de los
        aldeanos dando pocas esperanzas de que callera la tan necesaria lluvia. Y vaya que la
        necesitaban, pues durante meses una sequía había afectado el lugar.
   -    Soy muy pequeña e inútil. – Se dijo a sí misma la nubecita al escuchar las palabras del
        anciano. – Si tan sólo pudiera hacer algo, si no fuera tan…podría hacer algo. - Se
        lamentaba.

   Enojada, la nubecita ascendió más y más al firmamento tratando de olvidar su pena. Y llegó
   la noche.

   -    ¿Por qué estás enojada? – preguntó la Luna.
   -    Soy muy pequeña e inútil, no sirvo para nada. – Respondió la nubecita.
   -    ¡Inútil! no eres inútil, es sólo que no has descubierto tu propósito en la vida.
-   Y ¿cuál puede ser mi propósito? – preguntó la nubecita. – Una pequeña nube no puede
    hacer nada. – Añadió.
-   La clave es la unión. – Dijo la Luna. – Las nubes en el cielo expresan su sentir: tristes si
    están grises y blancas ríen, cantan siempre así. Brillan, brillan, brillan con el Sol las
    nubes en el cielo nos dan su bendición…
-   ¡No entiendo! – expresó la nubecita confundida.
-   No te preocupes, algún día lo entenderás. Sólo tienes que recordar las letras de la
    canción. Juntas serán invencibles. – Dijo la Luna y se marchó.
-   ¡Espera, espera no te vayas! – vociferó expresivamente la nubecita. Por varios días flotó
    errática sin rumbo fijo y justo cuando estuvo a punto de perder la esperanza avistó a lo
    lejos a sus hermanitas que alegres jugaban. Al acercarse notó que sus hermanas
    resplandecían, eran blancas como la nieve.
-   ¡Hermana, hermana, has vuelto! – expresaron las nubecitas al ver la nubecita solitaria
    llegar. Y juntas jugaron hasta el cansancio.

Una profunda felicidad invadía el corazón de la nubecita solitaria, al fin había encontrado a
sus hermanas. Mientras más feliz estaba más blanca se ponía. Pasó de un leve color gris a
un blanco resplandeciente, igual que sus hermanas. Entonces la nubecita recordó la
canción de la Luna y comprendió lo que debía hacer.

-   Ahora lo entiendo. – Se dijo a sí misma la nubecita. – Hermanas, debemos unirnos todas.
    Juntas formaremos una gran nube. – Dijo en voz alta. Y así se fundieron las siete
    hermanas hasta formar una gran masa blanca. Y juntas flotaron al sur.

Una vez sobre la aldea, la gran masa blanca comenzó a ponerse gris. Las nubecitas al ver la
sequia que azotaba la aldea y las penurias que pasaban sus habitantes, no les quedó otra
opción y empezaron a llorar.

-   ¡Milagro, es un milagro!- vociferaba el anciano feliz.

Aquel día las nubecitas lloraron sin parar, bendiciendo la tierra. Y la nubecita solitaria
jamás volvió a sentirse inservible.

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  • 1. La Nubecita Solitaria José Acevedo J. De un pequeño charco calentado por los rayos del Sol se formó una pequeña nubecita. Era la última de siete, pues sus hermanas se habían formado días antes ascendiendo al cielo azul. - Señor Sol ¿ha visto usted a mis hermanitas? – le preguntó la nubecita al astro rey. - Al norte, al norte han ido. – Dijo el Sol con voz aguda. Y así fue como la nubecita se dirigió al norte en busca de sus hermanas. Sin previo aviso, un fuerte viento sopló y a la nubecita alejó fijando su curso al sur. Aturdida, la nubecita se desorientó y el rumbo equivocado tomó. Perdida, flotó hasta dar con una pequeña aldea. - ¡Miren en el cielo, es una nube!- gritó asombrado uno de los aldeanos. - ¡Una nube, una nube! – decían alborotados los lugareños. - Es muy pequeña para que nos pueda bendecir con su agua. – Dijo el más anciano de los aldeanos dando pocas esperanzas de que callera la tan necesaria lluvia. Y vaya que la necesitaban, pues durante meses una sequía había afectado el lugar. - Soy muy pequeña e inútil. – Se dijo a sí misma la nubecita al escuchar las palabras del anciano. – Si tan sólo pudiera hacer algo, si no fuera tan…podría hacer algo. - Se lamentaba. Enojada, la nubecita ascendió más y más al firmamento tratando de olvidar su pena. Y llegó la noche. - ¿Por qué estás enojada? – preguntó la Luna. - Soy muy pequeña e inútil, no sirvo para nada. – Respondió la nubecita. - ¡Inútil! no eres inútil, es sólo que no has descubierto tu propósito en la vida.
  • 2. - Y ¿cuál puede ser mi propósito? – preguntó la nubecita. – Una pequeña nube no puede hacer nada. – Añadió. - La clave es la unión. – Dijo la Luna. – Las nubes en el cielo expresan su sentir: tristes si están grises y blancas ríen, cantan siempre así. Brillan, brillan, brillan con el Sol las nubes en el cielo nos dan su bendición… - ¡No entiendo! – expresó la nubecita confundida. - No te preocupes, algún día lo entenderás. Sólo tienes que recordar las letras de la canción. Juntas serán invencibles. – Dijo la Luna y se marchó. - ¡Espera, espera no te vayas! – vociferó expresivamente la nubecita. Por varios días flotó errática sin rumbo fijo y justo cuando estuvo a punto de perder la esperanza avistó a lo lejos a sus hermanitas que alegres jugaban. Al acercarse notó que sus hermanas resplandecían, eran blancas como la nieve. - ¡Hermana, hermana, has vuelto! – expresaron las nubecitas al ver la nubecita solitaria llegar. Y juntas jugaron hasta el cansancio. Una profunda felicidad invadía el corazón de la nubecita solitaria, al fin había encontrado a sus hermanas. Mientras más feliz estaba más blanca se ponía. Pasó de un leve color gris a un blanco resplandeciente, igual que sus hermanas. Entonces la nubecita recordó la canción de la Luna y comprendió lo que debía hacer. - Ahora lo entiendo. – Se dijo a sí misma la nubecita. – Hermanas, debemos unirnos todas. Juntas formaremos una gran nube. – Dijo en voz alta. Y así se fundieron las siete hermanas hasta formar una gran masa blanca. Y juntas flotaron al sur. Una vez sobre la aldea, la gran masa blanca comenzó a ponerse gris. Las nubecitas al ver la sequia que azotaba la aldea y las penurias que pasaban sus habitantes, no les quedó otra opción y empezaron a llorar. - ¡Milagro, es un milagro!- vociferaba el anciano feliz. Aquel día las nubecitas lloraron sin parar, bendiciendo la tierra. Y la nubecita solitaria jamás volvió a sentirse inservible.