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La	segunda
	adolescencia
DEBORAH	LEGORRETA
©	2013	Deborah	Legorreta
	
Depósito	Legal:		B.	16314-2013
ISBN:		978-84-15947-03-5
Queda	 rigurosamente	 prohibida	 sin	 autorización	 por	 escrito	 del	 editor	 cualquier	 forma	 de
reproducción,	distribución,	comunicación	pública	o	transformación	de	esta	obra,	que	será	sometida	a
las	sanciones	establecidas	por	la	ley.	Todos	los	derechos	reservados.
Contenido
Portadilla	
Créditos	
Introducción.	¿Adolescente	yo?	
Parte	I.	Las	dos	adolescencias	
1.	Adolescente,	menopáusica	y	otros	insultos	comunes
2.	“¡Está	insoportable!”	La	autopercepción	durante	las	dos	adolescencias
3.	El	proceso	de	individuación	y	los	cambios	de	personalidad
4.	“Los	pájaros,	las	abejas	y	los	García”	Los	cambios	biológicos
Parte	II.	Separar	y	juzgar	
5.	“Pero,	¿qué	me	está	pasando?”
6.	“El	trío	miseria”	El	estrés	y	sus	consecuencias
7.	“La	pizca	de	sal”	o	la	acción	de	las	hormonas	sexuales	durante	la	segunda
adolescencia
8.	“La	limpieza	del	armario”	Separar	lo	útil	de	lo	inútil
9.	“El	oasis	lejano”	Separar	las	aspiraciones	de	los	espejismos
Parte	III.	La	salud	en	la	segunda	adolescencia	
10.	“Más	vale	prevenir	que	lamentar”	Los	nuevos	hábitos	de	prevención	y	estilo	de
vida
11.	“¿Temer	o	no	temer?”	La	salud	de	la	mujer	después	de	los	cuarenta	y	los
tratamientos	hormonales
12.	“La	edad	de	los	nunca”	Los	síntomas	y	padecimientos	más	comunes	a	partir	de
los	cuarenta
Parte	IV.	Decidir	tu	futuro	
13.	“Crear	tu	futuro”	La	planificación	de	vida	en	esta	etapa
14.	“Mucho	gusto	en	conocerte”	La	pareja	a	partir	de	los	cuarenta
15.	“Soy	el	relleno	del	sándwich.”	La	responsabilidad	hacia	los	padres	y	parientes
ancianos
16.	“A	los	sesenta	me	jubilo”
17.	“Habrá	una	vez	un	futuro”	Los	avances	científicos	en	este	siglo	y	nuestra	vida.
Conclusión	en	forma	de	cuento	
Epílogo.	La	confesión	
Lista	de	organizaciones	de	investigación	y	apoyo	a	la	madurez	
Notas	y	referencias	bibliográficas
Bibliografía
Introducción.	¿Adolescente	yo?
	“Suena	 muy	 interesante	 su	 propuesta	 de	 libro,	 pero	 por	 favor,	 no	 mencione	 en	 el	 título	 la	 palabra
adolescencia	 porque	 la	 gente	 no	 lo	 va	 a	 comprar.”	 Fue	 el	 comentario	 del	 profesional	 de	 la	 industria
editorial	de	cuarenta	y	tantos	años,	quien	había	revisado	el	proyecto	para	este	libro.	Mis	argumentos	a
favor	 de	 la	 inclusión	 de	 este	 concepto,	 tales	 como	 la	 buena	 reacción	 de	 un	 número	 considerable	 de
personas	cuando	había	expuesto	en	conferencias,	radio,	televisión	y	cursos	esta	similitud	entre	las	dos
etapas	 de	 cambios	 más	 evidentes	 en	 la	 vida:	 la	 pubertad	 y	 la	 década	 de	 los	 cuarenta,	 tampoco	 le
convencieron.	Finalmente,	confesó	que	la	idea	de	identificarse	él	mismo	como	adolescente	le	parecía
terrible.	 Su	 pareja	 le	 había	 llamado	 así,	 con	 el	 propósito	 de	 criticar	 su	 comportamiento	 reciente,
aparentemente	menos	responsable	que	el	anterior.	Me	despedí,	agradeciendo	su	interés,	y	continué	la
búsqueda	 de	 alguien	 lo	 suficientemente	 valiente	 como	 para	 aceptar	 publicar	 un	 libro	 cuyo	 título
incluyera	dos	conceptos	tan	poco	populares:	los	cuarenta	y	la	adolescencia.	Por	fortuna,	encontré	a	esas
personas	y	el	resultado	es	este	texto	que	ahora	te	presentamos.
	
Tengo	que	reconocerlo:	tanto	la	adolescencia	como	la	llamada	crisis	de	los	cuarenta	son	dos	etapas	con
muy	 mala	 fama.	 Después	 de	 todo,	 llamar	 a	 alguien	 adolescente,	 menopáusica	 o,	 en	 fechas	 más
recientes,	andropáusico,	equivale	a	insultarle.	Parecería	como	si	estos	términos	significaran	que	quien
experimenta	 la	 transición	 de	 una	 etapa	 de	 “buena	 fama”	 -como	 la	 niñez-	 hacia	 otra	 todavía	 más
idealizada	 -como	 la	 juventud-,	 o	 bien	 de	 ésta	 hacia	 una	 menos	 popular	 pero	 al	 menos	 vista	 como
respetable	-la	madurez	de	los	sesenta-	fueran	entes	poco	deseables	aún	para	ellos	mismos.	Sin	embargo,
como	veremos	a	lo	largo	de	este	libro,	los	significados	originales	de	las	palabras	adolescencia	y	crisis
fueron	mucho	más	positivos	que	los	actuales.
	
Acepto	que	un	libro	en	cuya	portada	aparezcan	términos	como	los	cuarenta	y	adolescencia	sólo	llame	la
atención	 de	 quien	 está	 dispuesto	 a	 enfrentar	 que	 está	 por	 iniciar,	 ya	 inicia	 o	 apoya	 a	 quienes	 viven
etapas	para	las	cuales	no	hemos	sido	adecuadamente	preparados.	Pero	el	hecho	de	que	tú	estés	leyendo
este	 prólogo	 me	 alienta	 a	 pensar	 que	 fue	 correcta	 la	 decisión	 de	 escribir	 este	 libro.	 Espero	 que	 al
continuar	su	lectura,	tú	también	concluyas	que	ser	adolescente	de	primera	o	segunda	vuelta	no	es	tan
terrible,	ya	que	se	trata	de	las	dos	mayores	oportunidades	en	nuestras	vidas	para	llegar	a	ser	individuos
plenos.
	
En	 este	 libro	 encontrarás	 información	 actualizada	 y	 sólida	 relacionada	 con	 la	 década	 clave	 en	 la
transición	 hacia	 la	 madurez.	 El	 contenido	 abarca	 los	 cambios	 fisiológicos,	 psicológicos	 y	 sociales	 que
ocurren	durante	esta	etapa	evolutiva.	Para	animarte	y	convencerte	de	que	ya	cuentas	con	experiencia
previa,	así	como	para	apoyar	tu	labor,	en	caso	de	que	seas	madre	o	padre	de	adolescentes,	en	el	primer
capítulo	 revisaremos	 aquellos	 cambios	 que	 ya	 viviste	 y	 superaste	 con	 éxito	 durante	 tu	 propia
adolescencia.
	
Otro	 aspecto	 que	 quisiera	 aclarar	 desde	 ahora	 es	 que	 la	 segunda	 adolescencia	 no	 necesariamente	 se
inicia	a	los	cuarenta.	Las	etapas	de	desarrollo	humano	son	tan	variadas	y	complejas	como	las	personas
mismas.	La	transición	hacia	la	madurez	se	presenta	en	la	mayoría	de	las	personas	de	occidente	durante
la	década	de	los	cuarenta,	pero	es	posible	que	alguien	la	inicie	antes	o	la	retrase	hasta	el	inicio	de	los
cincuenta.	También,	como	veremos	en	algunos	de	los	ejemplos	de	este	libro,	habrá	personas	que	nunca
lleguen	a	madurar	a	pesar	de	los	años	que	carguen	a	cuestas.
	
Por	otro	lado,	quisiera	pensar	que	habrá	personas	de	menor	edad,	más	previsoras	y	sabias,	que	desearán
leer	estas	páginas	mucho	antes	de	llegar	a	los	cuarenta.	Te	felicito	si	tú	eres	una	de	ellas,	porque	sabes
que	nunca	es	demasiado	pronto	para	comenzar	a	construir	nuestro	futuro	y,	de	hecho,	como	leerás	más
adelante,	 cuanto	 antes	 adoptes	 medidas	 de	 auto	 cuidado,	 tanto	 en	 la	 salud	 física	 como	 mental,	 tus
posibilidades	de	tener	una	mejor	calidad	de	vida	durante	todos	los	años	que	te	queden	por	delante
serán	mayores.
	
Por	último,	quisiera	explicar	el	tono	y	las	características	de	este	libro.
	
Estoy	 convencida	 que	 la	 ciencia	 y	 el	 sentido	 del	 humor	 no	 sólo	 no	 están	 reñidos,	 sino	 que	 se
complementan.	El	escritor	Arthur	Koestler	calificaba	a	la	creatividad	como	una	broma	productiva	y,	con
este	 espíritu,	 grandes	 científicos	 han	 empleado	 metáforas,	 bromas	 y	 frases	 humorísticas	 para	 explicar
conocimientos	científicos	rigurosos	y	trascendentes.	Tal	es	el	caso	del	eminente	neurofisiólogo	Robert
M.	Sapolsky	-a	quien	cito	más	adelante-,	cuyo	libro	cumbre	acerca	del	estrés,	Por	qué	a	las	cebras	no	les
dan	úlceras	(Why	Zebras	Don’t	Get	Ulcers),	nos	sorprende	por	su	claridad	y	comodidad	al	introducir
términos	e	ideas	que	podrían	resultar	difíciles	de	comprender	(como	la	comparación	de	la	reacción	de
las	cebras	ante	el	peligro	con	la	nuestra,	que	nos	provoca	úlceras).
	
En	 mi	 incipiente	 labor	 como	 conferenciante	 en	 reuniones	 científicas,	 así	 como	 en	 las	 charlas
divulgadoras	a	través	de	los	medios	de	comunicación,	acostumbro	a	usar	ejemplos	graciosos	así	como
similitudes	 con	 aspectos	 cotidianos	 para	 facilitar	 la	 comprensión	 de	 conceptos	 complicados	 (como
neurotransmisión,	 trastornos	 psicológicos	 o	 psiquiátricos	 y	 otros	 temas	 que	 se	 consideran	 difíciles).
Hasta	ahora,	el	“humor	científico”	me	ha	funcionado,	por	lo	que	me	atrevo	a	repetir	aquí	la	fórmula.
Con	este	propósito,	introduzco	a	lo	largo	del	texto	los	conceptos	tanto	psicológicos	como	médicos	de	las
vivencias	de	los	adolescentes	de	segunda	vuelta,	a	través	de	algunos	ejemplos	reales	pero	humorísticos
basados	en	las	experiencias	de	mis	clientes,	pacientes,	amigos	y,	desde	luego,	en	las	mías	propias.
	
Por	otro	lado,	para	asegurar	que	este	libro	también	sirva	de	apoyo	a	los	especialistas	en	salud	física	y
mental	interesados	en	la	etapa	evolutiva	de	transición	que	se	inicia	alrededor	de	los	cuarenta	años	de
edad,	 he	 puesto	 especial	 cuidado	 en	 citar	 con	 toda	 precisión	 las	 referencias	 científicas	 de	 donde
proviene	 la	 información	 incluida,	 así	 como	 los	 datos	 de	 las	 principales	 asociaciones	 e	 instituciones
profesionales	 dedicadas	 al	 estudio	 de	 la	 madurez.	 El	 objetivo	 es	 propiciar	 una	 investigación	 más
profunda	de	los	temas	que	les	resulten	de	mayor	interés,	así	como	fomentar	la	ampliación	de	las	redes
de	especialistas	en	salud	dedicados	al	bienestar	tanto	de	las	mujeres	como	de	los	hombres	durante	esta
etapa.
	
Para	 la	 edición	 hispana	 de	 este	 libro	 he	 tenido	 la	 fortuna	 de	 contar	 con	 la	 valiosa	 colaboración	 y
revisión	especializada	de	Santiago	Palacios,	eminente	especialista	en	la	salud	de	la	mujer	y	una	de	las
máximas	autoridades	mundiales	en	el	estudio	del	climaterio	tanto	femenino	como	masculino.	El	doctor
Palacios	ha	aportado	con	gran	generosidad	sus	conocimientos	y	sugerencias	para	asegurar	que	las	ideas
médicas	presentadas	en	este	libro	sean	válidas	y	actuales	desde	la	perspectiva	de	esa	disciplina.
Además	de	los	comentarios	del	doctor	Palacios,	para	la	elaboración	de	los	capítulos	dedicados	a	la	salud
a	partir	de	los	cuarenta,	un	grupo	de	extraordinarios	especialistas	en	las	distintas	áreas	de	la	medicina
respondieron	con	entusiasmo	y	generosidad	a	mis	preguntas	acerca	de	los	malestares	más	frecuentes
que	 manifestamos	 durante	 la	 segunda	 adolescencia.	 Agradezco	 profundamente	 a	 todos	 ellos	 su
invaluable	apoyo.
	
En	 esta	 nueva	 edición	 actualizada	 2013,	 he	 integrado	 los	 avances	 que	 en	 materia	 de	 salud	 física	 y
mental	por	fortuna	se	han	alcanzado	mediante	la	investigación	científica.
	
El	objetivo	de	este	libro	es,	por	tanto,	asegurar	que	tengas	la	mejor	vida	después	de	los	cuarenta,	como
un	nuevo	ser,	sano	física	y	mentalmente;	seguro,	creativo,	pero	sobre	todo,	satisfecho	con	el	futuro	que
tendrás	el	valor	de	construir	para	ti	mismo.
Primera	Parte
Las	dos	adolescencias
	 Se	disipa	el	instante.
Sin	moverme,	yo	me	quedo	y	me	voy:
soy	una	pausa
OCTAVIO	PAZ[1]
Capítulo	1
Adolescente,	menopáusica	y	otros	insultos	comunes
	El	verdadero	significado	de	adolescente
	
La	 palabra	 adolescens,	 del	 latín,	 es	 el	 participio	 activo	 del	 verbo	 adolescere,	 que	 significa	 crecer.	 Por
tanto,	en	sus	orígenes,	adolescente	significaba	“el	que	está	creciendo”	y	adulto	(adultus	en	latín),	como
participio	pasivo	del	mismo	verbo	adolescere,	era	aplicado	como	calificativo	para	“el	que	ya	creció”.	Por
tanto,	adolescente	y	adulto	son	distintos	momentos	del	mismo	proceso	de	crecer.
	
Pero	 entonces	 nos	 surge	 la	 pregunta	 acerca	 de	 cuándo	 dejamos	 de	 crecer	 y	 podemos	 llamarnos
verdaderamente	adultos.	En	fechas	recientes	se	ha	dado	por	llamar	a	las	personas	mayores	de	sesenta
años	“adultos	en	plenitud”.	¿Será	al	cumplir	esa	edad	cuando	podamos	asegurar	que	dejamos	de	ser
adolescentes?	Con	la	expectativa	de	vida	cada	día	mayor,	así	como	con	los	avances	en	la	investigación
que	a	diario	descubren	más	novedades	acerca	de	las	posibilidades	regenerativas	del	cerebro	y	del	resto
del	 cuerpo,	 es	 muy	 probable	 que	 en	 un	 futuro	 no	 tan	 lejano	 la	 mágica	 edad	 de	 los	 sesenta	 sea
considerada	como	apenas	el	inicio	de	la	segunda	mitad	de	la	vida.	El	hecho	es	que	quienes	se	acercan	o
inician	ahora	la	década	de	los	cuarenta	por	fortuna	no	pueden	decir	que	han	dejado	de	crecer	y,	por
tanto,	¡deberían	aceptar	con	gusto	la	idea	de	que	son	todavía	adolescentes!
	
Después	de	todo,	si	revisamos	en	detalle	lo	que	significa	ser	adolescente,	nos	sentiremos	más	atraídos
con	la	idea	de	serlo.
	
1.	Adolescente	es	el	que	crece.	 Como	 veremos	 en	 la	 primera	 parte,	 durante	 las	 dos	 adolescencias	 es
cuando	más	crecemos,	tanto	desde	el	punto	de	vista	biológico	en	la	primera	adolescencia,	como	desde	el
punto	de	vista	psicológico	en	la	segunda.	Daría	la	impresión	de	que	la	naturaleza,	en	su	sabiduría,	nos
permitiera	pagar	en	dos	partes	el	precio	de	la	madurez.
	
2.	Adolescente	es	el	que	se	mueve	hacia	adelante.	Los	participios	activos	de	los	verbos	son,	como	su
nombre	lo	indica,	conceptos	activos,	no	pasivos;	de	movimiento,	no	estáticos.	Ser	adolescente	significa,
entonces,	 estar	 en	 movimiento	 hacia	 un	 estadio	 de	 desarrollo	 más	 completo,	 llamado	 ser	 adulto.	 La
segunda	 parte	 de	 este	 libro	 tiene	 como	 propósito	 prepararte	 para	 cruzar	 el	 puente	 movedizo	 de	 los
cuarenta	hacia	la	verdadera	plenitud	madura.
	
3.	Adolescente	es	el	que	tiene	un	futuro.	Esta	idea	de	movimiento	hacia	delante	implícita	en	adolescere
también	nos	indica	que	en	la	voluntad	e	imaginación	del	adolescente	existe	un	futuro	por	construir,
hacia	 el	 cual	 dirigirse.	 Mientras	 que	 en	 la	 primera	 adolescencia	 existen	 cambios	 en	 los	 procesos	 de
pensamiento	que	permiten	esta	nueva	perspectiva	mental	más	allá	del	aquí	y	del	ahora	infantil,	en	la
segunda	adolescencia	la	persona	que	no	se	reconoce	adolescente	se	enfrenta	a	la	idea	del	futuro	con
temor,	 y	 quisiera	 “meter	 marcha	 atrás”	 en	 el	 coche	 imaginario	 que	 es	 su	 vida.	 Pero	 el	 segundo
adolescente	que	asume	serlo,	revisa	el	mapa,	cambia	de	rumbo	y	afina	la	dirección	hacia	ese	futuro	que
en	verdad	desea	alcanzar,	como	veremos	más	adelante.
	
Crisis.	Otra	palabra	con	muy	mala	fama	es	crisis.	Decir	que	alguien	está	en	crisis	equivale	a	calificarle
como	 en	 estado	 de	 descontrol,	 desorden	 y,	 muy	 probablemente,	 parálisis.	 Sin	 embargo,	 al	 igual	 que
adolescente,	la	palabra	crisis	fue	en	su	origen	griego	un	concepto	mucho	más	positivo	e	interesante	que
en	su	acepción	actual:	proviene	de	krino,	conjugación	en	presente	y	primera	persona	del	verbo	griego
krinein,	que	significa	“separar,	juzgar	y	decidir”,	y	se	empleaba	en	tiempos	de	Hipócrates	(el	padre	de	la
Medicina),	para	calificar	el	momento	en	el	cual	ocurría	en	el	cuerpo	del	paciente	un	cambio	sustancial
que	decidía	la	mejoría	o	el	empeoramiento	de	su	salud.	El	médico	tomaba	la	decisión	del	tratamiento	a
seguir	 en	 ese	 estado	 crítico	 de	 la	 enfermedad	 realizando	 un	 diagnóstico	 mediante	 la	 separación	 o
distinción	 de	 los	 síntomas	 que	 le	 permitieran	 juzgar	 la	 gravedad	 y	 tipo	 de	 padecimiento,	 para.
Finalmente,	decidir	el	tratamiento	más	adecuado	a	seguir.
	
El	momento	crítico	era,	pues,	de	importancia	vital.	Si	retomamos	este	sentido	original	para	aplicarlo	a	la
segunda	 adolescencia	 de	 los	 cuarenta,	 “estar	 en	 crisis”	 significaría	 entrar	 en	 una	 etapa	 importante
cuando	yo	separo,	juzgo	y	decido,	para	que	 mi	salud	 física	y	 mental	mejore	 o	empeore.	 Al	igual	que
durante	 la	 primera	 adolescencia,	 la	 etapa	 crítica	 de	 los	 cuarenta	 va	 a	 estar	 caracterizada	 por	 esta
necesidad	fisiológica	y	psicológica	de	ajustar	una	vez	más	nuestro	estilo	de	vida	para	enfrentar	con	éxito
la	siguiente	etapa.
	
En	 la	 segunda	 parte	 de	 este	 libro	 revisaremos	 cómo	 llevar	 a	 cabo	 las	 dos	 primeras	 tareas	 críticas:	 la
primera	 consistirá	 en	 separar	 y	 revisar	 en	 detalle	 nuestras	 ideas,	 sentimientos,	 fantasías	 y	 conductas
previas,	para	en	segundo	término,	ya	con	una	idea	clara	del	estado	actual	de	nuestras	vidas,	juzgar	lo
que	podemos	vislumbrar	como	verdaderamente	prioritario	y	valioso	a	partir	de	esta	etapa	de	vida.	En	la
tercera	parte	te	sugiero	cómo	decidir	tu	futuro,	comenzando	con	la	decisión	de	cuidar	tu	salud	para
asegurar	 que	 el	 resultado	 de	 la	 crisis	 sea	 una	 mejor	 calidad	 integral	 de	 vida	 traducida	 en	 bienestar
cotidiano.
	
Desde	 mi	 experiencia	 como	 mujer	 que	 ya	 se	 acerca	 a	 los	 sesenta	 años	 de	 edad,	 aunada	 al	 contacto
profesional	 y	 social	 con	 un	 buen	 número	 de	 personas	 que	 ya	 han	 rebasado	 los	 cuarenta,	 puedo
asegurarte	 que	 quienes	 se	 niegan	 la	 oportunidad	 de	 estar	 en	 crisis	 y	 pretenden	 seguir	 con	 el	 mismo
estilo	 de	 vida,	 los	 mismos	 hábitos	 y	 la	 misma	 perspectiva	 ante	 sí	 mismos	 y	 ante	 la	 vida,	 pierden	 la
oportunidad	 de	 sanar	 y	 de	 madurar	 plenamente.	 Por	 otro	 lado,	 quienes	 experimentan	 los	 cuarenta
como	una	etapa	crítica,	con	este	significado	activo	del	verbo	krinein,	esto	es,	quienes	voluntariamente
separan	y	conservan	aquello	que	desean	para	su	futuro	pero	a	la	vez	se	atreven	a	descartar	los	hábitos,
ideas,	 prejuicios	 y	 conductas	 que	 ya	 no	 les	 serán	 útiles	 y	 que	 muy	 posiblemente	 limitan	 su	 salud	 y
desarrollo	 integral	 como	 personas,	 continúan	 más	 ligeras	 y	 preparadas	 hacia	 la	 segunda	 mitad	 de	 su
vida.	Son	las	personas	que	más	adelante	emanan	seguridad,	bienestar	interior	y	sabiduría.	Son,	en	dos
palabras,	personas	maduras.
	
Madurez.	Es	 otra	 palabra	 que	 nos	 deja	 con	 sentimientos	 encontrados.	 Decirle	 a	 una	 mujer	 que	 es
“madurita”	es	casi	equivalente	a	decirle	que	ya	está	“pasada”.	Un	hombre	maduro	puede	significar	al
mismo	tiempo	que	es	estable	o	que	ya	está	fuera	del	rango	de	edades	deseables	para	ser	contratado	por
una	empresa.	En	este	segundo	sentido,	“maduro”	y	“obsoleto”	se	vuelven	sinónimos.	Con	las	acciones
de	las	características	de	la	juventud	pasa	algo	similar	que	con	las	de	algunas	empresas	que	cotizan	en	las
bolsas	 actuales:	 su	 valor	 está	 basado	 más	 en	 la	 especulación	 y	 la	 apariencia	 que	 en	 la	 solidez	 y	 el
rendimiento	 al	 largo	 plazo.	 Al	 igual	 que	 con	 los	 dos	 conceptos	 anteriores,	 me	 gustaría	 revisar	 el
significado	original	de	madurez	para	rescatar	su	valor	en	“la	bolsa”	de	nuestra	percepción	colectiva	y
convencerte	de	invertir	en	ella.
	
La	 palabra	 maturus	 significaba	 en	 latín	 aquello	 que	 estaba	 en	 su	 punto	 máximo	 de	 desarrollo.	 Con
respecto	 a	 los	 frutos,	 se	 llamaba	 maduro	 al	 fruto	 que	 alcanzaba	 su	 mejor	 sabor,	 y	 con	 relación	 a	 las
personas,	maduro	o	madura	era	quien	alcanzaba	el	desarrollo	pleno	de	sus	capacidades	intelectuales	y
de	convivencia	con	sus	semejantes.	Ser	maduro	significa	entonces,	desde	el	punto	de	vista	psicológico,
haber	alcanzado	unos	niveles	envidiables	de	capacidades	de	pensamiento,	emocionales	y	de	conducta
que	permiten	actuar	con	los	mejores	resultados.	No	es	casual	que	la	mayoría	de	las	mujeres	y	hombres
en	puestos	de	liderazgo	sean	mayores	de	cuarenta	años.	Desde	el	punto	de	vista	biológico	y	corporal,
lejos	de	estar	caducas	o	pasadas,	las	personas	maduras	están	como	las	frutas:	¡Con	el	mejor	sabor	y	en
su	punto!
	
Pero	la	madurez	no	se	presenta	de	manera	automática.	En	el	reino	vegetal,	requiere	de	esfuerzos	para
asegurar	 las	 mejores	 condiciones	 de	 crecimiento	 y	 la	 decisión	 del	 momento	 más	 oportuno	 para
cosechar.	Entre	las	personas,	el	momento	crítico	se	presenta	para	definir	si	alcanzaremos	la	madurez
plena	y	requiere	la	decisión	de	soltarse	de	aceptar	dejar	el	suelo	fértil	y	conocido	de	la	juventud	para
llegar	hacia	ese	nuevo	estado	maduro	cuando	llega	el	momento	oportuno	de	cosechar.	No	decidirse	a
hacerlo	es	posible,	pero	ocasiona	que	quien	pretenda	seguir	por	demasiado	tiempo	aferrado	a	la	etapa
previa	 sea	 como	 dice	 mi	 amiga	 Morella	 que	 son	 algunos	 hombres	 que	 ella	 conoce:	 “No	 maduraron
nunca.	Pasaron	de	verdes	a	podridos”.
	
Menopausia	y	Andropausia.	Las	dos	últimas	palabras	con	significados	asignados	que	nos	molestan	o
atemorizan	al	acercarnos	a	los	cuarenta	son	estos	dos	términos	médicos	relacionados	con	la	disminución
de	las	hormonas	sexuales,	que	desde	el	inicio	de	nuestras	vidas,	y	en	especial	a	partir	de	la	pubertad,
han	 jugado	 un	 papel	 muy	 importante	 en	 nuestro	 metabolismo,	 conformación	 y	 características
corporales,	así	como	sobre	nuestro	comportamiento	masculino	o	femenino.
	
Quizá	el	término	relacionado	con	los	niveles	hormonales	al	que	se	vinculen	más	atributos	negativos	sea
la	 menopausia.	 Menopáusica	 se	 ha	 convertido	 en	 sinónimo	 de	 mujer	 emocionalmente	 inestable,
deprimida,	ansiosa	o	irritable,	gorda,	fea	y	enferma.	Por	otro	lado,	en	fechas	recientes	se	ha	dado	por
llamar	andropáusico	al	hombre	que	manifiesta	más	abiertamente	sus	emociones,	que	actúa	de	manera
más	impulsiva	o	rebelde,	que	tiene	un	deseo	sexual	disminuido	y,	en	especial,	que	ya	no	desea	seguir
compitiendo	con	la	agresividad	esperada	en	el	trabajo.
	
Llegar	a	la	edad	en	que	alguien	es	calificado	como	menopáusica	o	andropáusico	equivale	a	engrosar	las
filas	 de	 los	 obsoletos;	 saldos	 de	 la	 generación	 anterior.	 No	 es	 entonces	 casual	 que	 reaccionemos	 con
negación	o	temor	ante	la	posibilidad	de	incorporarnos	al	grupo	de	tan	indeseables	sujetos.
	
Sin	embargo,	como	revisaremos	en	detalle	en	la	primera	parte,	la	menopausia	es	un	término	que	sólo
puede	emplearse	para	el	cese	del	flujo	menstrual	un	año	después	de	que	ya	sucedió.	Por	tanto,	si	usamos
el	 concepto	 médico	 correcto	 de	 menopausia,	 una	 mujer	 puede	 ser	 calificada	 como	 pre,	 peri	 o	 post
menopáusica,	¡pero	nunca	como	menopáusica!
	
Otros	 dos	 conceptos	 relacionados	 con	 la	 menopausia	 y	 que	 ocasionan	 confusiones	 o	 temor	 son
climaterio	y	perimenopausia.	El	primer	concepto	proviene	del	griego	y	está	relacionado	con	la	palabra
klimakter,	que	significa	escalón	o	peldaño.	Climaterio	se	aplicaba	entonces	a	una	época	crítica,	en	la
cual	la	persona	tenía	que	subir	o	bajar	escalones.	Al	emplearla	para	calificar	a	la	etapa	de	transición
caracterizada	 por	 los	 cambios	 hormonales	 que	 tanto	 preceden	 como	 siguen	 a	 la	 menopausia	 de	 la
mujer,	el	climaterio	es	sinónimo	de	la	perimenopausia	(que	proviene	del	prefijo	peri,	“alrededor	de”,	de
acuerdo	con	los	especialistas	actuales).[2]
	
En	 lo	 referente	 a	 la	 andropausia,	 la	 situación	 es	 todavía	 más	 compleja.	 A	 pesar	 de	 ser	 ampliamente
empleado,	el	término	mismo	no	cuenta	aún	con	 una	definición	aceptada	de	manera	general	por	los
médicos	especialistas	y	existe	una	gran	controversia	acerca	de	su	existencia	misma	como	un	síndrome
similar	al	de	la	transición	hacia	la	menopausia	en	la	mujer.	Después	de	todo,	no	existe	en	el	hombre	un
momento	de	cese	total	en	la	capacidad	reproductiva	equivalente	a	la	menopausia	femenina	y,	por	tanto,
el	término	andropausia	carecería	de	sentido.	Algunos	expertos	prefieren	por	ello	utilizar	el	concepto	de
“climaterio	masculino”	ya	que	la	idea	de	un	descenso	gradual,	escalón	por	escalón,	sería	más	adecuado
para	calificar	el	proceso	hormonal	en	el	hombre	a	partir	de	los	cuarenta	años.	En	algunos	otros	casos,
los	médicos	prefieren	hablar	de	PADAM	(por	sus	siglas	en	inglés:	Deficiencia	Androgénica	Parcial	del
Adulto	 Mayor),	 otros	 eligen	 llamarlo	 hipogonadismo	 tardío,	 SDT	 (síndrome	 de	 deficiencia	 de
testosterona)	o	ADAM	(por	sus	siglas	en	inglés:	deficiencia	Androgénica	del	Hombre	Añoso).
	
En	la	primera	parte	de	este	libro	se	incluyen	las	posturas	científicas	más	actuales	acerca	de	este	tema
pero,	 una	 vez	 más,	 llegamos	 a	 la	 conclusión	 de	 que	 desde	 el	 punto	 de	 vista	 médico	 calificar	 a	 un
hombre	de	andropáusico	durante	los	cuarenta	es,	en	la	mayoría	de	los	casos,	incorrecto.
	
Sin	 embargo,	 y	 para	 concluir,	 de	 estos	 dos	 últimos	 conceptos	 con	 mala	 fama	 quisiera	 rescatar	 el
elemento	común	de	pausa	como	la	esencia	psicológica	de	la	segunda	adolescencia.
	
Durante	las	fases	adolescentes	de	crecimiento	intensivo	nuestra	mente	o	psique	nos	pide	llevar	a	cabo
las	tareas	implícitas	en	el	verbo	krinein	-“separar,	juzgar	y	decidir”-	que	ya	mencionamos	arriba.	Es	una
oportunidad	para	revisarnos,	para	plantear	en	la	primera	fase	y	recordar	en	la	segunda	los	sueños,	las
capacidades	personales,	los	aspectos	reprimidos	y	las	facetas	de	nosotros	mismos;	las	vetas	de	oro	por
explotar.	Pero	para	poder	separar	lo	impuesto	artificialmente	por	otros	de	lo	auténtico	y	valioso	para
nosotros	mismos	se	requiere	de	tiempo	y	espacio	personal.	Para	emitir	el	juicio	de	quienes	somos,	y
escucharnos	 al	 hacerlo,	 se	 necesita	 el	 silencio.	 Para	 conformar	 nuestra	 identidad	 individual	 en	 la
primera	 adolescencia	 y	 remembrarnos	 -en	 el	 sentido	 de	 recordar	 quienes	 somos	 y	 de	 rescatar	 todos
nuestros	 miembros,	 dejados	 en	 el	 camino	 del	 servicio	 para	 los	 demás-	 en	 la	 segunda,	 necesitamos
regalarnos	ese	espacio	y	tiempo	personal	con	más	frecuencia	durante	estas	etapas.	Alejarnos	del	ruido
intenso	de	las	expectativas	externas	que	nos	aturden	y	que	opacan	la	voz	interna.	Necesitamos,	pues,
una	pausa.
	
En	esta	pausa	del	silencio	y	del	aislamiento	propiciada	durante	la	segunda	adolescencia	se	presenta	lo
que	Mario	Benedetti	expresa	en	su	haikú[3]:
los	apagones
permiten	que	uno	trate
consigo	mismo
	
Te	invito	ahora	a	regalarte	esa	pausa	para	confesarte	orgullosamente	adolescente	de	segunda	vuelta,
persona	por	fortuna	en	crisis	y,	sobre	todo,	con	deseos	de	llegar	a	la	plenitud	madura.
Capítulo	2
“¡Está	insoportable!”	La	autopercepción	durante	las	dos
adolescencias
	
“No	puedes	decirle	nada,	porque	se	enfurece	o	empieza	a	llorar...	Además,	le	ha	dado	por	encerrarse	en	su	cuarto
durante	horas	o	por	llegar	a	la	casa	muy	tarde	en	la	noche.	Prefiere	a	sus	amigos	que	a	su	familia.	Nos	peleamos
por	cualquier	detalle	y	me	lleva	en	todo	la	contraria.	¡No	entiendo	que	le	pasa!	¡Está	insoportable!”
	
La	 queja	 anterior	 podría	 referirse	 a	 la	 conducta	 de	 una	 adolescente	 de	 13	 años	 llamada	 Paola,	 al
comportamiento	de	su	hermano	gemelo	Javier,	o	bien	a	la	reciente	actitud	de	cualquiera	de	sus	padres,
Jaime	 y	 Patricia,	 ambos	 de	 cuarenta	 y	 tres.	 Lo	 interesante	 es	 que	 cada	 uno	 de	 estos	 personajes	 la
atribuye	 a	 cualquiera	 de	 los	 otros	 miembros	 de	 su	 familia	 -a	 quienes	 llamaremos	 los	 García-	 pero
difícilmente	la	reconoce	en	sí	mismo.
	
Resulta	 irónico	 que	 adolescentes	 y	 cuarentones	 se	 perciban	 los	 unos	 a	 los	 otros	 como	 si	 estuvieran
viviendo	etapas	muy	distintas	cuando	en	realidad,	como	veremos	ahora,	son	etapas	muy	similares.
	
La	relación	con	nosotros	mismos:	autoimagen,	autoconcepto	y	autoestima
	
Tanto	en	la	primera	como	en	la	segunda	adolescencia,	los	cambios	en	el	proceso	de	pensamiento,	en	las
conductas	 y	 en	 los	 intereses	 son	 los	 primeros	 en	 anunciar	 una	 nueva	 etapa	 de	 crecimiento.	 Las	 dos
adolescencias	comienzan	con	una	especie	de	inquietud	y	sensación	de	ya	no	ser	el	mismo	de	antes;	de
necesidad	de	cambiar	en	algo,	sin	tener	una	idea	precisa	de	qué	es	ese	algo.	Paola,	Javier	y	sus	padres
comparten	las	siguientes	modificaciones	en	su	manera	de	percibirse	a	sí	mismos	y	de	interactuar	con	los
demás.
	
“Espejito,	espejito”	en	casa	de	los	García
Tanto	 Paola,	 como	 Patricia	 han	 experimentado	 en	 los	 últimos	 dos	 años	 los	 cambios	 hormonales	 y	 físicos	 que
revisaremos	en	detalle	en	el	siguiente	capítulo.	A	consecuencia	de	éstos,	la	forma	y	el	comportamiento	de	su	cuerpo
han	ido	cambiando	progresivamente,	muchas	veces	en	contra	de	lo	que	ambas	esperarían	ver	reflejado	en	el	espejo.
Tanto	Paola	como	Patricia	tienden	a	aumentar	de	peso	con	facilidad	y	últimamente,	no	importa	qué	dieta	sigan,	la
báscula	indica	de	dos	a	tres	kilos	más	que	los	que	pesaban	hasta	hace	poco.	Otras	causas	de	descontento	con	su
propia	imagen	corporal	provienen	de	las	disonancias	con	lo	que	se	considera	atractivo	en	ese	momento:	Paola	tiene
el	cabello	rizado	y	la	moda	propone	el	liso,	mientras	que	Patricia	tiene	los	labios	delgados	y	ahora	se	consideran
atractivos	 gruesos	 o	 viceversa,	 ya	 que	 cada	 año	 cambian	 los	 estándares	 de	 “belleza”.	 Agreguemos	 que	 Paola	 se
arregla	más	para	intentar	verse	mayor	y	que	Patricia	lo	hace	para	verse	más	joven.	Patricia	califica	a	su	hija	de
tonta	por	no	valorar	su	belleza	joven	y	Paola	considera	a	su	mamá	ridícula	por	intentar	vestirse	como	lo	hacen	ella	y
sus	amigas.
	
La	autoimagen	corporal.	Las	mujeres	actuales	invertimos	buena	parte	de	nuestro	tiempo	en	intentar
saber	 quiénes	 somos,	 cuánto	 valemos	 y	 qué	 tan	 atractivas	 somos	 para	 los	 demás	 en	 nuestro	 aspecto
físico.	 Si	 bien	 las	 mujeres	 de	 todas	 las	 épocas	 han	 invertido	 tiempo	 y	 esfuerzo	 en	 su	 arreglo,	 en	 los
últimos	 treinta	 años	 los	 estándares	 de	 belleza	 se	 han	 vuelto	 no	 sólo	 más	 exigentes	 sino	 que
adicionalmente	no	corresponden	al	cuerpo	real	de	más	del	90	por	ciento	de	las	mujeres	de	cualquier
país,	edad	o	grupo	racial.	La	accesibilidad	de	las	imágenes	de	modelos	que	pesan	de	un	30	a	un	40	por
ciento	menos	de	lo	saludable	para	su	estatura	y	que	de	promedio	tienen	entre	quince	y	veinte	años	de
edad	tampoco	ayudan	a	que	Paola	con	sus	primeras	curvas,	o	Patricia	con	las	suyas	de	madre	de	dos
hijos,	se	sientan	contentas	con	el	aspecto	de	su	cuerpo.	Ambas	buscan	alcanzar	un	ideal	artificial	que	les
hace	sentirse	poco	atractivas,	menos	deseables	y,	por	ende,	más	inseguras.
	
Por	fortuna,	nuestras	amigas	no	están	tan	descontentas	o	desesperadas	como	para	recurrir	a	los	trucos
dañinos	que	saben	que	muchas	de	sus	amigas	emplean	para	no	subir	de	peso	o	para	tener	el	rostro
ideal.	A	Paola	le	han	aconsejado	en	la	escuela	que	vomite	fácilmente	después	de	comer	gelatina,	helado
o	crema	batida	al	final	de	la	comida.	Esto	-le	han	dicho-	facilita	el	paso	de	los	alimentos	por	el	esófago.
Muchas	de	sus	compañeras	de	la	escuela	secundaria	siguen	esta	rutina	casi	a	diario	y	gracias	a	ello	están
mucho	más	delgadas	que	Paola.	Por	fortuna,	a	ella	le	da	miedo	caer	en	la	trampa	de	la	bulimia	gracias	a
la	información	que	le	ha	dado	Patricia	acerca	de	los	riesgos	terribles	de	este	desorden	alimenticio	y	sabe
que	 los	 “trucos”	 de	 sus	 amigas	 pueden	 llevar	 incluso	 a	 causar	 la	 muerte.	 A	 Paola	 tampoco	 le	 atrae
alimentarse	 exclusivamente	 con	 lechugas	 y	 agua	 para	 conservar	 la	 línea.	 Prefiere	 hacer	 ejercicio	 y
limitarse	en	el	consumo	de	pan,	dulces	y	chocolates	para	mantenerse	en	su	peso.
	
Lorena	o	La	Negación
Sin	embargo,	Lorena	(la	hermana	de	Patricia)	siempre	se	había	jactado	de	tener	una	figura	perfecta,	pero	hace	un
año	comenzó	a	subir	un	poco	de	peso,	apenas	el	equivalente	a	una	talla	más	de	lo	que	medía	cuando	tenía	veinte
años.	Para	Lorena,	quien	acaba	de	cumplir	cuarenta	y	un	años,	este	cambio	fue	insoportable	y	últimamente	Patricia
ha	 notado	 que	 su	 hermana	 ha	 bajado	 de	 peso	 de	 manera	 notoria	 y	 en	 muy	 poco	 tiempo.	 También	 le	 llama	 la
atención	que	hasta	hace	poco	su	hermana	comía	muy	bien	pero	ahora	queda	satisfecha	con	porciones	mínimas.
Además,	está	ansiosa,	irritable	y	no	duerme	casi	nada.	Ante	la	insistencia	de	su	hermana,	Lorena	confiesa	que	ha
caído	en	la	tentación	de	las	drogas	para	suprimir	el	apetito	con	tal	de	mantener	su	figura	juvenil	a	cualquier	precio.
Las	ha	obtenido,	mediante	el	pago	de	un	jugoso	cheque,	de	un	“médico”	que	jamás	le	ha	solicitado	que	se	haga
algún	examen	de	laboratorio	para	conocer	su	estado	de	salud,	y	que	le	proporciona	mensualmente	las	cápsulas	que
deberá	ingerir	en	un	frasco	donde	no	aparecen	los	ingredientes	del	medicamento.
	
Lorena	también	ha	acudido	a	todo	tipo	de	tratamientos	estéticos	de	moda,	como	son	las	inyecciones	de	diversas
sustancias	para	agrandarse	los	labios	y	eliminar	las	arrugas	entre	las	cejas.	Muchas	veces	ha	seguido	el	consejo	de
alguna	 amiga	 y	 se	 ha	 sometido	 a	 tratamientos	 arriesgados	 sin	 asegurarse	 de	 estar	 en	 manos	 de	 un	 médico
cualificado.
	
Con	todos	estos	tratamientos,	el	rostro	de	Lorena	pierde	cada	día	más	su	expresión	natural	para	convertirse	en	una
especie	 de	 máscara	 inexpresiva	 e	 hinchada.	 Se	 ha	 decolorado	 el	 cabello	 y	 lo	 ha	 vuelto	 a	 teñir	 tantas	 veces	 que
raparse	 totalmente	 y	 cruzar	 los	 dedos	 esperando	 que	 vuelva	 a	 salir	 sería	 la	 única	 opción	 para	 volver	 a	 tener	 un
cabello	 sano.	 Contrariamente	 a	 lo	 que	 intenta	 lograr	 con	 toda	 su	 inversión	 en	 drogas	 y	 tratamientos,	 y	 lejos	 de
sentirse	 mejor,	 Lorena	 se	 siente	 ahora	 menos	 atractiva,	 más	 desequilibrada	 emocionalmente	 y,	 sobre	 todo,	 más
infeliz.
	
La	negación	ante	la	edad.	En	lo	que	respecta	a	su	autoimagen,	daría	la	impresión	de	que	Paola,	a	pesar
de	sus	propias	insatisfacciones	con	su	apariencia,	es	a	sus	13	años	más	sabia	que	su	tía	porque	al	menos
aspira	 a	 crecer	 y	 ser	 mayor,	 mientras	 que	 Lorena	 quisiera	 decrecer.	 Como	 esto	 es	 imposible,	 la
autoimagen	 corporal	 de	 Lorena	 le	 resultará	 cada	 vez	 más	 insatisfactoria	 a	 menos	 que	 pregunte	 a	 su
hermana	 Patricia	 por	 qué	 ella	 parece	 estar	 cada	 día	 más	 guapa	 y	 siga	 su	 ejemplo.	 La	 clave,	 le	 dirá
Patricia,	es	aceptar	que	cada	edad	tiene	su	atractivo.
	
Los	hombres	también	lloran
Pero	Jaime,	el	esposo	de	Patricia,	no	está	tan	satisfecho	con	su	imagen	madura	como	parece	estarlo	su	mujer.	Al
igual	que	a	Javier,	su	hijo,	nunca	le	ha	agradado	su	estatura,	de	apenas	un	metro	con	sesenta	y	tres	centímetros.
Además,	últimamente	el	vientre	se	le	ha	vuelto	más	prominente,	sin	importar	los	sacrificios	dietéticos	que	haga	ni	el
ejercicio	matutino	incrementado.	Patricia	le	dice	que	exagera	porque	está	muy	lejos	de	ser	obeso,	pero	Jaime	es
vanidoso.	 Además,	 según	 Jaime,	 el	 vientre	 de	 mayor	 tamaño	 hace	 que	 su	 pene	 aparente	 ser	 menos	 largo	 y	 eso,
acompañado	de	los	cabellos	que	todas	las	mañanas	le	dicen	adiós	desde	el	piso	de	la	ducha,	le	recuerdan	que	ya	es
un	 cuarentón.	 Desde	 hace	 unos	 meses,	 a	 Jaime	 le	 ha	 dado	 por	 vestirse	 con	 camisas	 y	 corbatas	 de	 colores	 más
brillantes.	Por	primera	vez	en	su	vida,	ha	aceptado	que	Patricia	le	compre	una	crema	hidratante	para	la	cara	y	ha
comenzado	a	ir	a	un	centro	de	salud	capilar	para	intentar	retener	los	pocos	cabellos	que	no	han	desertado	aún	de
su	 cabeza.	 Sería	 incapaz	 de	 reconocerlo	 frente	 a	 Patricia	 o	 sus	 amigos,	 pero	 la	 realidad	 es	 que	 se	 siente	 menos
atractivo	que	antes.
	
Su	hijo	Javier	tiene,	desde	que	inició	la	pubertad,	tendencia	a	engordar,	acompañada	de	un	hambre	feroz	a	todas
horas.	 Él	 trata	 de	 contrarrestar	 los	 efectos	 nocivos	 de	 las	 cantidades	 industriales	 de	 carne	 roja,	 pan,	 refrescos	 y
comida	chatarra	que	consume	a	diario	con	ejercicio	intenso	durante	las	tardes,	pero	sigue	con	el	vientre	abultado	y
la	cara	redonda.	Además,	para	su	desgracia,	heredó	la	baja	estatura	de	su	padre	y	es	de	los	menos	altos	de	su	clase.
Tiene	el	cutis	y	el	cabello	grasos,	así	es	que	ha	pedido	a	Patricia,	su	madre,	que	le	compre	una	crema	especial	para
ayudarle	a	resecar	las	espinillas	del	rostro	así	como	un	tratamiento	capilar	especial	para	cabello	graso.	Aunque
jamás	lo	reconocería	frente	a	su	madre	o	sus	amigos,	la	realidad	es	que	se	siente	menos	atractivo	que	cuando	era
niño.
	
Relación	entre	el	autoconcepto	y	la	autoimagen	en	las	dos	adolescencias.	 Al	 inicio	 de	 la	 primera
adolescencia,	 las	 personas	 adquirimos	 la	 capacidad	 de	 pensar	 acerca	 del	 pensamiento	 mismo;	 esto
significa	 que	 nos	 volvemos	 conscientes	 de	 nuestros	 pensamientos	 y	 en	 consecuencia	 de	 nuestro	 ser
interno	e	individual.	El	desarrollo	de	esta	capacidad	cognitiva	nos	ofrece	la	posibilidad	de	formarnos
una	identidad	interior	individual,	conocida	en	psicología	como	autoconcepto,	así	como	de	establecer	los
ideales	 a	 los	 que	 aspiramos	 con	 respecto	 a	 nuestro	 propio	 desarrollo	 personal,	 tanto	 externo	 -
manifestado	 por	 la	 auto	imagen-	 como	 interior,	 integrado	 en	 el	 autoconcepto.	 En	 la	 medida	 en	 que
ambas	autopercepciones	se	acercan	a	nuestros	ideales,	o	a	nuestra	apreciación	de	que	seremos	capaces
de	alcanzar	dichas	metas	en	un	futuro,	crecerá	nuestra	valoración	de	nosotros	mismos,	conocida	como
autoestima.
	
Durante	 la	 primera	 adolescencia,	 debido	 a	 esta	 naciente	 capacidad	 de	 observarse	 a	 sí	 mismos,	 los
jóvenes	 de	 ambos	 sexos	 se	 sienten	 más	 expuestos	 a	 las	 miradas	 de	 los	 demás,	 y	 en	 especial	 las
adolescentes	pueden	pasar	de	percibir	de	una	manera	más	detallada	su	cuerpo	a	la	sensación	de	ser
objetos	evaluados	por	los	demás	de	acuerdo	con	su	atractivo	y	no	sujetos	con	múltiples	dimensiones
(véase	por	ejemplo	a	Tiggemann,	Marika	y	Lynch,	Jessica	E.,	2001).[4]	Los	desórdenes	alimenticios	con
carácter	de	epidemia	en	los	países	occidentales	pueden	deberse	a	esta	distorsión	en	el	pensamiento	de
la	 adolescente,	 quien	 experimenta	 el	 incremento	 natural	 de	 la	 masa	 corporal	 como	 gordura	 y,	 en
consecuencia,	se	siente	de	poco	valor	como	objeto	atractivo	en	una	cultura	obsesionada	con	la	delgadez
femenina	extrema	como	ideal	de	belleza	(Archibald	y	otros,	1999)[5]
	
En	lo	que	respecta	a	los	jóvenes,	la	autoimagen	corporal	se	define	mediante	la	comparación	con	sus
compañeros	 de	 la	 misma	 edad	 y	 en	 función	 del	 grado	 de	 desarrollo	 de	 las	 características	 sexuales	 y
corporales	alcanzado	con	respecto	a	los	otros.	Mientras	que	las	niñas	que	maduran	temprano	pueden
sentirse	más	incómodas	e	inseguras	con	las	nacientes	curvas,	las	investigaciones	recientes	indican	que
los	 niños	 que	 inician	 su	 pubertad	 antes	 que	 los	 demás	 manifiestan	 una	 auto	 imagen	 más	 adecuada,
además	de	una	seguridad	personal	mayor	que	la	de	sus	compañeros	que	maduran	más	tarde	(Steinberg,
Laura,	 2001)[6]	 Esto	 puede	 deberse,	 en	 especial	 en	 la	 cultura	 occidental,	 a	 que	 el	 desarrollo	 de
características	masculinas	tales	como	el	cambio	de	voz,	el	bello	facial	convertido	en	barba	y	bigote,	y	en
especial	 el	 crecimiento	 y	 capacidad	 eyaculatoria	 del	 pene,	 se	 convierten	 en	 símbolos	 de	 un	 nivel
superior	 en	 la	 escala	 del	 poder	 entre	 los	 grupos	 masculinos.	 El	 joven	 que	 madura	 temprano	 tiene
derecho	a	ser	parte	del	grupo	de	los	“grandes”	y	esto	alimenta	su	autoestima.	Pero	si	la	pubertad	se
retrasa	o,	peor	aún,	si	-como	en	el	caso	de	Javier-	deja	al	final	de	dos	o	tres	años	al	joven	con	una
estatura,	con	una	voz	o	con	un	pene	menos	acordes	con	el	ideal	de	su	grupo	social,	la	autoimagen	se
verá	 afectada	 y,	 de	 acuerdo	 con	 algunos	 estudios,	 disminuirá	 los	 sentimientos	 de	 adecuación,	 la
capacidad	de	socialización	y	aún	la	capacidad	de	desempeño	futuro	sexual	del	joven.
	
Al	 iniciar	 la	 segunda	 adolescencia,	 también	 experimentamos	 una	 redefinición	 drástica	 en	 nuestra
imagen	 corporal.	 Patricia	 dice:	 “¡Hasta	 ayer,	 yo	 no	 tenía	 arrugas!”;	 “¡Qué	 cansada	 me	 veo!”.	 Jaime
confiesa	 a	 su	 imagen	 en	 el	 espejo:	 “¡Estoy	 quedándome	 calvo!”;	 “¡Qué	 gordo	 estoy!”	 En	 esta	 edad
comenzamos	 a	 notar	 todos	 esos	 cambios.	 Es	 como	 si	 una	 mañana	 cualquiera	 despertáramos	 con	 un
rostro	 y	 con	 una	 persona	 que	 hasta	 ayer	 identificábamos	 con	 nosotros	 mismos,	 pero	 que	 ahora	 nos
resulta	desconocida.	En	palabras	del	poeta	uruguayo	Mario	Benedetti:
	
“Desde	el	espejo
mis	ojos	no	me	miran
miran	al	tiempo”[7]
	
Revisamos	 la	 imagen	 en	 el	 espejo	 y	 miramos	 el	 tiempo	 -como	 escribe	 el	 poeta-	 con	 la	 nostalgia	 de
aquella	época	reciente,	cuando	aún	la	cara	no	tenía	escrita	la	historia	de	sus	risas,	de	sus	preocupaciones
y	de	sus	emociones	en	la	forma	indiscreta	de	las	arrugas.	Y	en	esos	momentos	decidimos	que	nuestro
espejo	es	tan	mentiroso	como	el	de	la	madrastra	de	Blanca	Nieves,	pero	mucho	más	cruel.
El	rechazo	hacia	la	aceptación	de	su	nueva	imagen	y	la	incorporación	de	ésta	a	un	concepto	maduro	de
sí	 mismos	 se	 relaciona,	 tanto	 en	 las	 mujeres	 como	 Lorena	 como	 en	 los	 hombres	 como	 Jaime,	 a	 la
fantasía	de	que	no	han	cambiado	y	a	la	ilusión	de	que	hasta	hace	muy	poco	se	veían	como	cuando
tenían	dieciocho	o	veinte	años.
	
Como	mencionamos	arriba,	durante	la	etapa	de	los	cuarenta	nos	parece	que	una	mañana	despertamos
con	 un	 rostro	 distinto	 al	 de	 ayer.	 Pero	 en	 realidad,	 hemos	 estado	 cambiando	 durante	 muchos	 años,
tantos	como	los	que	ha	durado	nuestra	vida.
	
Lo	 que	 sucede	 es	 que	 en	 esta	 etapa,	 al	 igual	 que	 antes,	 durante	 nuestra	 primera	 adolescencia	 nos
miramos	y	exploramos	más	a	nosotros	mismos.	Nos	sucede	como	cuando	nos	interesamos	por	primera
vez	en	algún	tipo	de	objeto	para	coleccionar	y	pareciera	como	si	por	coincidencia	se	nos	presentaran
esos	objetos	por	todas	partes.	Muy	probablemente	habían	estado	ahí,	donde	ahora	los	vemos	todo	el
tiempo,	pero	simplemente	no	los	habíamos	notado.	Lo	mismo	pasa	con	las	arrugas,	las	primeras	canas	y
los	tres	o	cuatro	kilos	de	más:	ya	estaban	antes,	pero	es	ahora	cuando	los	vemos.	Si	hasta	hace	muy	poco
no	 nos	 preocupaban	 ni	 afectaban	 nuestra	 autoimagen,	 ¡no	 tendrían	 por	 qué	 hacernos	 sentir	 menos
atractivos	ahora!
	
Por	último,	pensemos	en	lo	ridículo	de	nuestra	actitud	y	aprendamos	a	reírnos	de	nosotros	mismos.
Tratar	 de	 vernos	 siempre	 como	 cuando	 teníamos	 diecisiete	 o	 dieciocho	 años	 de	 edad	 equivaldría	 a
escuchar	a	dos	ranas,	que	se	reunieran	después	de	no	verse	desde	hace	veinte	años	o	más,	decirse	la
una	a	la	otra	durante	la	reunión	de	su	generación	de	la	escuela	secundaria	“Del	Charco”:	¡Qué	bárbara,
estás	guapísima!	¡No	has	cambiado	nada!...	¡Te	ves	como	cuando	eras	una	renacuaja!
Capítulo	3
El	proceso	de	individuación	y	los	cambios	de	personalidad
	
El	Extraño	Fenómeno	de	la	Casa	Encogida
Patricia	ha	sido	siempre	muy	sociable	y,	además,	se	ha	dedicado	a	su	esposo	y	familia	por	completo	en	el	poco
tiempo	 libre	 que	 le	 deja	 el	 trabajo.	 Salvo	 para	 arreglarse	 en	 la	 peluquería	 o	 salón	 de	 belleza,	 rodeada	 de	 otras
mujeres	y	del	ruido	de	las	secadoras,	no	se	ha	regalado	una	hora	para	ella	misma	desde	hace	más	de	quince	años.
Sin	embargo,	últimamente	ha	sentido	la	necesidad	de	encerrarse	en	su	cuarto	a	leer,	a	escribir	sus	pensamientos	o
simplemente	a	estar	a	solas	y	en	silencio.
	
Al	igual	que	Paola	y	Javier,	que	se	encierran	en	sus	habitaciones	para	escuchar	música	a	solas	o	para	escribir	en	su
ordenador,	Patricia	siente	el	impulso	de	aislarse	de	los	demás	para	simplemente	descansar	o	pensar	en	sí	misma.
Pero,	mientras	que	Paola	no	siente	que	haya	nada	de	raro	en	su	necesidad	de	aislamiento,	Patricia	vive	la	suya	con
sentimiento	 de	 culpa;	 como	 si	 fuera	 una	 muestra	 de	 egoísmo	 terrible	 e	 inaceptable	 en	 una	 madre	 y	 esposa
responsable	del	cuidado	y	la	atención	de	otros,	como	es	su	caso.
	
Por	su	parte,	Jaime	llega	del	trabajo	muy	tarde	y	después	de	saludar	a	su	esposa	quiere	estar	a	solas	en	la	estancia,
cambiando	constantemente	de	canal	la	televisión,	revisando	las	redes	sociales,	escuchando	música	nostálgica	de
cuando	 tenía	 menos	 años	 o	 simplemente	 sentado	 a	 oscuras,	 pensando.	 Patricia	 y	 sus	 hijos	 le	 reclaman	 el	 poco
tiempo	 que	 pasa	 en	 casa	 y	 que	 no	 quiera	 convivir	 más	 con	 ellos.	 El	 reclamo	 de	 su	 familia,	 “¡Parece	 que	 te
estorbamos!”,	preocupa	a	Jaime,	pero	en	realidad	siente	la	necesidad	de	estar	a	solas	y	en	silencio	mucho	más	que
hasta	hace	muy	poco	tiempo.
	
En	resumen,	últimamente	los	cuatro	García	necesitan	de	más	tiempo	a	solas	y	se	irritan	cuando	alguno	de	los	otros
invade	su	espacio	privado.	Su	casa,	hasta	hace	poco	espaciosa	y	confortable,	les	parece	cada	vez	más	pequeña.	Ya
no	caben	al	mismo	tiempo	los	cuatro	en	ella	sin	estorbarse.	Parecería	como	si	la	casa	hubiese	encogido.
	
Volvernos	verdaderos	individuos.	 El	 impulso	 de	 Patricia	 y	 de	 Jaime	 es	 tan	 natural	 como	 el	 de	 sus
hijos.	Las	dos	adolescencias	son	las	etapas	de	revisión	y	definición	de	la	identidad	por	excelencia,	por	lo
que	 se	 requiere	 del	 tiempo	 y	 el	 espacio	 para	 escucharse	 a	 uno	 mismo.	 Desde	 el	 punto	 de	 vista
psicológico,	 la	 energía	 para	 atender	 los	 mil	 asuntos	 externos	 y	 las	 demandas	 de	 quienes	 les	 rodean
parece	 por	 momentos	 ser	 de	 menor	 importancia	 o	 prioridad,	 al	 enfocarse	 en	 estas	 fases	 en	 el	 gran
cambio	interior	que	está	ocurriendo	en	ellos.	Las	voces	externas	interrumpen	el	diálogo	interior	que
predomina	en	estas	etapas	y	por	ello	los	García	sienten	ahora	que	su	casa	ha	encogido;	que	se	estorban
los	 unos	 a	 los	 otros	 y	 que	 se	 invaden	 al	 compartir	 esos	 mismos	 espacios	 que	 antes	 les	 resultaban
amplios.
	
El	proceso	de	individuación,	 de	 acuerdo	 con	 Carl	 Gustav	 Jung	 -uno	 de	 los	 pioneros	 de	 la	 psicología
profunda-	es	“un	proceso	de	diferenciación	que	tiene	como	objetivo	el	desarrollo	de	la	personalidad
individual”[8]
El	primer	cambio	psicológico	importante	relacionado	con	el	proceso	de	individuación	se	va	a	dar	en	ese
momento	en	que,	durante	la	primera	transición,	el	niño	desarrollará	la	capacidad	de	pensar	de	manera
abstracta.	Esta	nueva	capacidad	cognitiva	permitirá	al	adolescente	experimentar	por	primera	vez	desde
dentro	 su	 “Yo-en-el-Mundo”,	 como	 llamara	 el	 psicólogo	 Ludwig	 Binswanger	 a	 la	 posibilidad	 de
contemplarse	 a	 sí	 mismo	 como	 un	 individuo	 diferente	 a	 los	 demás.	 Como	 ya	 se	 mencionó	 en	 el
apartado	 del	 autoconcepto	 y	 la	 autoimagen,	 la	 preocupación	 primordial	 del	 adolescente	 se	 vuelve
entonces	este	Yo,	distinto	pero	a	la	vez	inmerso	en	un	entorno	de	relaciones	complejas.	La	simplicidad
del	aquí	y	el	ahora	infantil	deja	el	lugar	a	la	preocupación	por	el	“Yo,	aquí	y	ahora,	pero	también	allá,
mañana	y	con	otros”.	La	niña	hasta	hace	poco	despreocupada	de	su	género	comienza	a	pensarse	y	a
comportarse	cada	vez	más	como	miembro	del	sexo	femenino.	Como	Paola	y	sus	amigas,	quiere	ser	a	la
vez	 absolutamente	 diferente	 a	 las	 demás...	 pero	 de	 acuerdo	 con	 las	 normas	 de	 comportamiento	 y
apariencia	que	rijan	en	su	medio	social.
	
Durante	la	primera	adolescencia	se	inicia	también	el	pensamiento	relativo.	Las	tradiciones,	los	dogmas,
valores	 y	 reglas	 que	 los	 padres	 han	 transmitido	 a	 sus	 hijos	 y	 que	 eran	 hasta	 hace	 muy	 poco	 tiempo
aceptados	 por	 éstos	 como	 absolutamente	 válidos,	 son	 ahora	 criticados	 y	 puestos	 en	 duda.	 Javier
manifiesta	su	naciente	Yo	mediante	nuevas	aficiones	musicales,	filosóficas	e	ideas	políticas	que	cambian
tan	 pronto	 como	 se	 vuelven	 aceptables	 para	 sus	 padres.	 Lo	 importante	 es	 sostener	 el	 NO	 individual
frente	 al	 SÍ	 colectivo,	 en	 especial	 si	 se	 trata	 de	 la	 afirmación	 de	 los	 valores	 de	 la	 generación	 de	 sus
padres.	Pero,	contra	lo	que	usualmente	se	piensa,	esta	rebeldía	adolescente	no	es	del	todo	negativa.	Es
el	mecanismo	mediante	el	cual	el	adolescente	pone	a	prueba	los	conceptos	y	valores	propios	que	regirán
su	vida	futura	como	individuo	distinto	de	sus	padres.	Si	durante	esta	primera	etapa	Paola	y	Javier	se
rebelan,	ponen	a	prueba	los	valores	y	las	costumbres	familiares,	y	reconocen	que	sus	padres	no	lo	saben
todo	y	que	a	veces	hasta	se	equivocan,	tendrán	la	oportunidad	de	diferenciarse	de	una	vez	por	todas	y
de	 comenzar	 a	 partir	 de	 la	 juventud	 su	 vida	 como	 individuos	 adultos.	 Si,	 por	 el	 contrario,	 los
adolescentes	 García	 siguieran	 siendo	 excesivamente	 obedientes	 y	 complacientes	 con	 sus	 padres,
sorprenderían	a	todos	-incluyéndose	a	ellos	mismos-	cuando	al	cumplir	los	cuarenta	años	comenzaran
finalmente	a	rebelarse,	pero	lo	hicieran	de	un	modo	excesivo	y,	sobre	todo,	extemporáneo.
	
Como	me	confiara	un	hombre	de	cuarenta	y	cinco	años	a	punto	de	separarse	de	su	esposa,	enamorado
de	alguien	nuevo	y	con	la	firme	idea	de	cambiar	de	trabajo:	“Hasta	ahora,	hice	todo	lo	que	se	esperaba
de	mí.	Estudié	lo	que	mi	padre	quiso	que	estudiara.	Me	casé	con	la	novia	que	le	gustó	más	a	mi	mamá.
Tuve	 los	 hijos	 que	 quiso	 mi	 esposa	 que	 tuviéramos	 y	 viví	 e	 hice	 lo	 que	 la	 empresa	 decidió	 para	 mí.
Ahora	quiero	vivir	mi	propia	vida”	Si	bien	los	cambios	y	ajustes	que	se	realizan	durante	los	cuarenta
pueden	ser	muy	provechosos,	no	lo	son	tanto	cuando	tan	sólo	se	trata	de	manifestaciones	impulsivas	de
una	rebeldía	que	debería	haberse	experimentado	durante	la	primera	transición.
	
El	proceso	de	individuación	es	un	camino	tan	largo	como	la	vida,	pero	tiene	algunos	puentes	cuyo	cruce
va	a	determinar	si	seguimos	creciendo	o	si	nos	estancamos.	Las	dos	adolescencias	son	esos	puentes,	por
momentos	inestables,	que	nos	permiten	cruzar	hacia	la	continuación	del	camino	vital.	Lo	interesante	es
que,	tarde	o	temprano,	la	mente	nos	arrastra	hacia	adelante	aunque	nos	resistamos	y	nos	amarremos	en
la	orilla	de	la	protegida	niñez	o	de	la	cotizada	juventud.	Para	quien	no	ha	pasado	voluntariamente	el
primer	puente	de	la	adolescencia	rebelde,	el	segundo	se	vuelve	más	largo,	inestable	y	difícil.
Jaime	y	Patricia	aún	no	lo	entienden	pero,	después	de	haber	sido	hijos,	padres	y	ciudadanos	ejemplares
que	han	vivido	todos	estos	años	de	acuerdo	con	lo	que	los	demás	esperaban	de	ellos,	están	a	punto	de
iniciar	el	cruce	del	segundo	puente	con	tareas	de	individuación	pendientes	desde	el	primero.	En	los
siguientes	capítulos	veremos	cómo	logran	de	una	vez	por	todas	ganarse	el	calificativo	de	individuos	 y
maduros.
	
Individuación	y	los	cambios	de	vida
	
Es	inevitable	que	a	partir	de	la	primera	adolescencia	el	período	más	libre	de	responsabilidades,	flexible	y
espontáneo	 que	 caracterizó	 la	 vida	 durante	 la	 niñez,	 cambie	 sustancialmente.	 El	 paso	 a	 la	 escuela
secundaria	en	la	mayoría	de	los	países	occidentales	inicia	al	niño	en	el	ritmo	de	los	horarios	rigurosos	en
los	que	cada	hora	es	dedicada	a	una	tarea	o	disciplina	específica.	Afuera,	la	vida	se	vuelve	más	compleja
y	reglamentada	mientras	que	adentro,	el	naciente	Yo	demanda	tiempo	libre	y	mayor	flexibilidad	para
poder	 definir	 sus	 propias	 prioridades.	 En	 la	 segunda	 adolescencia,	 la	 persona	 que	 ya	 ha	 vivido	 de
acuerdo	con	la	estructura	rígida	de	los	horarios	y	las	agendas	demandará,	una	vez	más,	tiempo	libre
para	realizar	los	cambios	de	vida	que	le	asegurarán	una	mayor	satisfacción	en	la	siguiente	etapa.
	
Limpieza	de	armario	en	casa	de	los	García
Patricia	ha	entrado	en	una	etapa	frenética	de	limpieza,	cambio	de	mobiliario	y,	en	especial,	le	ha	dado	por	limpiar
todos	los	armarios	de	la	casa.	Saca,	revisa,	tira	ropa	al	suelo,	la	mete	en	bolsas	y	la	saca	al	pasillo	para	regalarla	a
alguna	obra	de	caridad.	No	entiende	cómo	han	podido	acumular	tantas	cosas	en	estos	años	y,	sobre	todo,	llegar	a
pensar	que	algún	día	resultarían	útiles	de	nuevo.
	
Jaime	 llega	 del	 trabajo	 y	 se	 encuentra	 a	 una	 Patricia	 más	 activa	 que	 una	 niña	 de	 cinco	 años	 después	 de	 comer
azúcar	durante	todo	el	día.	Entra	a	la	habitación	justo	a	tiempo	para	rescatar	de	las	bolsas	su	camiseta	favorita	y	el
pantalón	 de	 mezclilla	 descolorido	 que	 ya	 no	 usa	 porque	 es	 tres	 tallas	 más	 pequeño	 que	 su	 medida	 actual.	 Se
molesta	con	la	falta	de	sensibilidad	de	su	esposa.	¿Acaso	no	sabe	que	esa	ropa	es	la	que	llevaba	puesta	cuando	se
conocieron,	hace	veinte	años?	Además,	no	pierde	las	esperanzas	de	que	algún	día	los	tejanos	le	vuelvan	a	quedar
bien	y	la	camiseta,	con	un	poco	de	colorante	vegetal,	vuelva	a	quedar	como	nueva...	aunque	esté	un	poco	roída	en
la	manga	derecha.
	
Javier	aporta	a	la	colecta	caritativa	de	su	madre	tres	pantalones,	dos	pares	de	zapatos	y	el	suéter	que	le	regaló	su
abuela	 hace	 un	 mes	 por	 su	 cumpleaños.	 Paola	 entrega,	 con	 una	 generosidad	 sólo	 equiparable	 con	 la	 de	 una
seguidora	de	la	Madre	Teresa	de	Calcuta,	la	falda	que	le	compró	su	madre	hace	apenas	unas	cuantas	semanas	en
las	rebajas	de	fin	de	temporada.	Patricia	se	molesta	con	sus	hijos:	¡Cómo	pueden	ser	tan	desconsiderados	y	regalar
prendas	totalmente	nuevas!	Los	adolescentes	contestan	que	no	piensan	ponerse	esa	ropa	“de	viejos”	y	que	es	mejor
regalarla	ahora,	cuando	aún	está	nueva,	y	no	esperar	a	hacerlo	cuando	ya	esté	vieja	y	descolorida,	como	la	que	han
guardado	sus	padres	todos	estos	años	en	el	fondo	del	armario.
	
Definición	y	revisión	de	intereses.	En	la	primera	adolescencia	se	comienzan	a	manifestar	de	manera
más	evidente	las	preferencias	personales	con	respecto	a	la	vocación	y	las	áreas	de	interés.	Al	igual	que	la
ropa	nueva	que	Paola	y	Javier	descartan	por	no	haber	sido	escogida	por	ellos	mismos,	los	adolescentes
comienzan	 a	 emplear	 en	 primera	 persona	 y	 con	 mayor	 frecuencia	 los	 verbos	 “querer”,	 “preferir”,
“elegir”,	y	“decidir”.	Hasta	el	adolescente	más	sumiso	manifestará	en	algún	momento	un	“yo	prefiero”
frente	a	los	intereses	de	sus	padres.	Las	prioridades	de	vida	que	se	plantean	en	ese	momento	serán	al
principio	cambiantes	pero	alcanzarán	al	final	de	la	adolescencia	una	claridad	que	muy	posiblemente	la
persona	no	volverá	a	sentir	en	mucho	tiempo.	“Yo	quiero	estudiar	o	trabajar	en	esto	específicamente”,
“Yo	aspiro	a	llegar	a	ser	una	mujer	con	estas	cualidades”,	“Yo	sólo	me	voy	a	dedicar	a	mi	carrera	o	al
hogar”.	Todas	éstas	son	definiciones	claras	que	servirán	al	adolescente	que	ha	cumplido	con	las	tareas
de	individuación	como	mapa	e	impulso	para	las	siguientes	dos	décadas	de	su	vida.
	
Sin	embargo,	al	llegar	la	cuarta	década	de	la	vida,	al	igual	que	Patricia,	algunas	personas	sentirán	la
necesidad	de	llevar	a	cabo	una	simbólica	“limpieza	de	armario”	para	conservar	sólo	aquellas	prioridades
e	intereses	que	sigan	en	buen	estado	y	que	de	verdad	vayan	a	utilizar	más	adelante.	Otras,	como	Jaime,
querrán	aferrarse	al	pasado	sólo	para	darse	cuenta	de	que	ese	patrón	de	comportamiento	que	antes	les
funcionaba	tan	bien,	al	igual	que	ese	pantalón	de	hace	veinte	años,	ya	nunca	les	hará	verse	así	de	bien	y
que	la	vida	les	tiene	preparados	muchos	más	que	les	funcionarán	mejor...	si	tan	sólo	hacen	espacio	en	el
armario	para	colgar	los	nuevos.	Más	adelante	te	daré	ideas	de	cómo	limpiar	tu	propio	armario	interior.
	
Los	García	y	las	hadas	madrinas
Cuando	tenía	siete	años,	Paola	aseguraba	a	sus	padres	y	a	su	hermano	que	ella	tenía	una	bella	hada	madrina,
llamada	Nunik.	La	niña	compartía	con	ellos	a	la	hora	de	la	cena	las	aventuras	con	su	mágica	madrina	y,	sobre
todo,	presumía	acerca	de	todas	las	cosas	maravillosas	que	el	ser	imaginario	le	prometía	que	le	iba	a	dar.	La	lista	de
regalos	que	Paola	recibiría	en	el	futuro	incluían	un	caballo	blanco,	la	muñeca	de	moda,	el	vestido	rojo	que	había
visto	en	el	aparador	y	también,	cuando	Paola	creciera,	el	hada	Nunik	sería	todavía	más	espléndida	con	su	terrenal
ahijada.	Así	es	que,	desde	ese	momento,	le	extendía	a	la	niña	un	pagaré	por	varios	“trillones”	de	euros	para	que	ella
decidiera	de	mayor	qué	le	gustaría	comprarse	y	hacer.	Javier	se	burlaba	de	su	hermana	y	sus	padres	sonreían	ante	la
imaginación	ingenua	de	su	hija.	“¡Quién	tuviera	siete	años	y	un	hada	madrina!”,	bromeaban	los	padres	de	Paola	al
hacer	las	cuentas	de	los	gastos	mensuales.
	
Pero	desde	hace	unos	meses	Jaime	ha	empezado	a	comprar	billetes	de	la	lotería	local	con	la	esperanza	de	que	su
hada	madrina	o	algún	espíritu	bondadoso	similar	le	conceda	el	deseo	de	sacarse	un	premio	jugoso	que	le	permita
finalmente	no	tener	que	trabajar	catorce	horas	diarias.	Javier	se	encomienda	a	su	propio	espíritu	protector	(sexo
femenino,	medidas	34-24-36	pulgadas)	y	pide	que	le	ayude	a	pasar	el	examen	para	el	cual	no	estudió.	Finalmente,
Patricia	medita	invocando	a	la	Gran	Diosa	para	que	le	den	el	puesto	laboral	que	está	esperando	desde	hace	varios
años.	 Si,	 de	 pasada,	 le	 concede	 que	 ese	 mes	 pueda	 cumplir	 con	 el	 pago	 de	 la	 tarjeta	 de	 crédito,	 le	 estará
doblemente	agradecida.
	
La	 responsabilidad	 por	 la	 vida	 propia.	 Como	 mencionamos	 antes,	 en	 la	 primera	 transición	 el
adolescente	se	debate	entre	el	deseo	de	definirse	como	individuo,	con	todo	lo	que	esto	significa,	y	la
abrumadora	certeza	de	que,	cuanto	más	autónomo	sea,	más	responsable	tendrá	que	ser	de	sus	ideas,
conductas,	decisiones	y,	sobre	todo,	de	las	consecuencias	de	éstas.	En	esos	momentos	a	Javier	y	Paola
les	resultaría	muy	atractivo	tener	un	hada	madrina	que	resolviera	los	problemas	que	ellos	mismos	se
ocasionan.
	
En	 el	 prólogo	 de	 este	 libro	 menciono	 a	 un	 hombre	 de	 cuarenta	 y	 tantos	 a	 quien	 su	 pareja	 llamaba
adolescente	cuando	consideraba	que	él	se	comportaba	de	manera	irresponsable.	En	efecto,	la	imagen
popular	 del	 adolescente	 es	 la	 de	 alguien	 poco	 capaz	 de	 asumir	 las	 consecuencias	 de	 sus	 actos	 y,	 por
tanto,	irresponsable.	Pero,	en	realidad,	el	adolescente	es	muy	consciente	de	sus	actos,	por	lo	que	con
frecuencia	 experimenta	 culpas,	 dudas	 y	 vergüenza	 al	 probar	 nuevas	 maneras	 de	 comportarse	 o	 de
decidir.	 En	 el	 ensayo	 de	 estos	 nuevos	 comportamientos,	 comete	 los	 fallos	 propios	 del	 novato.	 Esta
continua	prueba	de	ensayo	y	error	cansa	por	momentos	al	joven,	quien	desearía	volver	a	la	etapa	de	la
niñez,	cuando	todavía	no	asumía	la	responsabilidad	de	 su	propia	vida	y	era,	entonces	sí,	totalmente
irresponsable.
	
Durante	 la	 segunda	 adolescencia	 experimentamos	 la	 sensación	 de	 que	 las	 decisiones	 tomadas	 en	 el
pasado	 nos	 alcanzan	 cada	 vez	 más	 rápido.	 Es	 una	 sensación	 de	 avalancha	 de	 responsabilidades
adquiridas	a	lo	largo	de	veinte	años	o	más,	que	ahora	nos	aplasta.	Es	el	momento	del	“hubiera”	que,
desafortunadamente,	se	conjuga	en	pasado	condicional	y	es	del	verbo	“ya	no”.	Entonces	nos	acordamos
de	las	hadas	madrinas,	los	genios	de	las	lámparas,	de	Papá	Noel,	los	reyes	Magos,	la	lotería	o	de	aquel
negocio	maravilloso	que	nos	acaban	de	ofrecer	y	que	nos	aseguran	es	de	ganancias	extraordinarias	e
inmediatas.	Lo	que	sea,	a	pesar	de	lo	mágico	o	fantasioso	que	pueda	ser,	con	tal	de	no	sentir	la	culpa,
las	dudas	y	la	vergüenza	de	afrontar	lo	que	he	hecho	con	mi	vida.
	
Jaime	sueña	con	ganar	la	lotería	pero	no	tiene	una	idea	clara	de	lo	que	desearía	hacer	con	ese	dinero,
más	allá	de	lo	que	se	le	ocurre	para	los	próximos	dos	años.	Patricia	sueña	con	el	ascenso	laboral	y	lo
teme	a	la	vez	porque	ya	no	desearía	adquirir	más	responsabilidades	de	las	que	ahora	tiene.	Paola	sueña
con	 ingresar	 a	 la	 universidad	 donde	 podrá	 estudiar	 algo	 que	 la	 convierta	 en	 “trillonaria”,	 y	 Javier
simplemente	desea	pasar	el	examen	de	mañana	para	poder	obtener	permiso	para	ir	al	partido	de	fútbol
el	sábado	con	sus	amigos.
	
El	futuro	significa	en	esta	nueva	etapa	algo	muy	distinto	para	cada	uno	de	los	García.	Pero,	a	pesar	de
tomarse	de	vez	en	cuando	momentos	imaginarios	de	asueto	en	compañía	de	las	hadas	madrinas,	todos
ellos,	por	ser	adolescentes,	son	a	partir	de	ahora	aún	más	responsables	que	antes	de	sus	vidas.
Capítulo	4
“Los	pájaros,	las	abejas	y	los	García”.	Los	cambios	biológicos[9]
	Al	 pensar	 en	 la	 primera	 adolescencia,	 lo	 primero	 que	 quizá	 nos	 venga	 a	 la	 mente	 son	 los	 cambios
hormonales	y	corporales	que	nos	transforman,	en	unos	cuantos	años,	de	manera	radical.	En	la	segunda
adolescencia	se	presenta	en	la	mujer	una	especie	de	versión	inversa	de	lo	que	hormonalmente	vivió	al
inicio	de	la	pubertad,	mientras	que	en	el	hombre,	si	bien	no	existe	un	equivalente	tan	claro	en	lo	que
respecta	 al	 equilibrio	 y	 funcionamiento	 hormonal,	 sí	 existen	 modificaciones	 corporales	 internas	 y
externas	que	nos	recuerdan	la	primera	transición.
	
En	este	capítulo	revisaremos	en	detalle	primero	lo	que	ocurre	en	el	cuerpo	de	los	adolescentes	de	ambos
sexos	 durante	 la	 pubertad,	 para	 comprender	 después	 con	 mayor	 facilidad	 los	 cambios	 biológicos
durante	la	segunda	adolescencia.	Para	quienes	son	además	padres	de	niños	y	adolescentes,	espero	que
este	 capítulo	 sirva	 como	 información	 para	 dialogar	 acerca	 de	 lo	 que	 ambas	 generaciones	 están
experimentando.
	
Los	pájaros,	las	abejas	y	los	García
Paola	García	comenzó	a	sentir	a	los	diez	años	que	los	pechos	se	le	ponían	duros	y	le	dolían.	Al	principio	pensó	que
se	 había	 lastimado	 al	 golpearse	 contra	 una	 de	 sus	 amigas	 al	 chocar	 cuando	 corrían	 durante	 el	 recreo	 escolar.
Cuando,	después	de	varios	días,	el	dolor	siguió	y	comenzó	a	notar	que	los	pezones	se	le	inflamaban,	corrió	asustada
a	enseñarle	a	su	madre	lo	que	le	ocurría.	Patricia	levantó	la	camiseta	de	su	hija	y	sonriendo	le	dijo:	“No	te	asustes,
lo	 que	 pasa	 es	 que	 ya	 comenzaste	 a	 crecer”,	 Poco	 después	 de	 cumplir	 los	 11	 años,	 Paola	 tuvo	 su	 primera
menstruación	y	Patricia	la	felicitó,	le	hizo	un	pastel	al	que	invitó	a	sus	compañeras	del	sexto	grado	y	celebraron
juntas	el	inicio	de	su	pubertad.	Pero	ahora,	dos	años	después	de	ese	pastel	de	celebración,	Paola	ya	no	está	tan
contenta	con	el	rito	mensual	del	sangrado	y	las	compresas.	Le	molesta	en	especial	no	saber	si	ese	mes	llegará	el
sangrado	cuando	lo	espera,	28	días	después	del	primer	día	del	último	período,	si	se	adelantará	algunos	días	o,	por
el	contrario,	se	atrasará.	Tampoco	puede	predecir	si	ese	mes	se	sentirá	de	mal	humor	unos	días	antes	de	menstruar,
si	tendrá	cólicos	o	si	esta	vez	el	flujo	será	más	abundante	y	durará	más	días	de	lo	normal.	Su	madre	le	trata	de
explicar	 que	 todas	 esas	 variaciones	 son	 normales,	 pero	 ella	 misma	 ha	 comenzado	 a	 tener	 retrasos,	 flujo	 más	 o
menos	abundante,	y	piensa	que	algo	debe	estar	mal	en	su	cuerpo	porque,	después	de	todo,	cree	que	es	muy	joven
para	tener	síntomas	de	menopausia.	“Eso	es	algo	que	les	pasa	a	las	de	cincuenta”,	piensa.	“Yo	seguramente	estoy
muy	estresada	o	tengo	algo	anormal”.
	
Javier	tuvo	anoche	un	delicioso	sueño	erótico	y	sintió	al	despertar	el	pene	erecto.	Ha	notado	que	en	los	últimos
meses	le	ha	crecido	bastante,	lo	cual	le	hace	sentir	tan	como	para	presumir	en	los	vestuarios	con	sus	compañeros.
Con	esa	nueva	seguridad	corporal,	decide	de	una	vez	por	todas	llamar	a	la	niña	de	la	escuela	que	le	gusta	tanto
para	invitarla	a	salir	el	siguiente	sábado.	Ha	pensado	detenidamente	lo	que	le	dirá,	incluyendo	la	inteligente	broma
con	 la	 que	 cree	 que	 parecerá	 simpático	 y	 muy	 seguro	 de	 sí	 mismo.	 Marca	 el	 teléfono,	 la	 niña	 contesta	 y	 Javier
comienza	a	decir	las	líneas	preparadas.	Todo	va	bien	hasta	que,	en	el	momento	de	invitarla,	su	flamante	voz	varonil
lo	traiciona	con	dos	palabras	desafinadas	y	varios	tonos	más	agudos	que	las	anteriores.	La	niña	suelta	la	carcajada
y	Javier	tartamudea	disculpándose	por	colgar,	aduciendo	que	su	padre	lo	está	llamando	para	algo	urgente.	Cuelga,
frustrado,	y	se	promete	a	sí	mismo	no	volver	a	hablar	hasta	que	la	voz	le	termine	de	cambiar.
	
Javier	comenta	con	su	padre	lo	que	le	sucedió	y	Jaime	ríe	divertido,	recordando	su	propia	experiencia	en	esa	edad.	Le
cuenta	a	su	hijo	alguna	anécdota	similar	que	él	vivió	en	su	adolescencia	y	el	joven	decide	que,	después	de	todo,	su
problema	no	es	para	tanto.
	
Ese	mismo	viernes	Jaime	invita	a	Patricia	a	cenar	los	dos	solos.	Tienen	una	charla	muy	relajada	y	al	llegar	a	su
habitación	se	sienten	románticos.	Comienzan	a	desnudarse,	se	acarician	y	se	besan	con	gusto...	pero	su	pene	no
parece	estar	enterado	de	que	le	toca	ponerse	en	posición	firme	y	entrar	en	acción.	Media	hora	después	de	intentos
fallidos	tanto	suyos	como	de	Patricia	para	entusiasmarlo	a	que	participe	en	el	intercambio,	el	pene	de	Jaime	sigue
actuando	 como	 si	 tuviera	 voluntad	 propia	 y	 decide	 descansar	 muy	 relajado	 esa	 noche.	 Jaime	 se	 disculpa	 con	 su
esposa	 diciendo:	 “Perdón,	 no	 sé	 qué	 me	 pasa,	 debe	 ser	 la	 tensión	 de	 toda	 la	 semana”.	 Patricia	 le	 tranquiliza
diciendo	que	no	tiene	importancia	y	ambos	recuerdan	que	esa	noche	hay	un	programa	buenísimo	en	la	televisión.
	
Introduzcámonos	 en	 los	 cuerpos	 de	 Paola,	 Javier,	 Jaime	 y	 Patricia	 para	 comprender	 lo	 que	 les	 está
pasando.
	
La	 pubertad,	 entendida	 como	 el	 período	 en	 el	 cual	 un	 individuo	 se	 vuelve	 capaz	 de	 reproducirse
sexualmente,	comienza	con	una	señal	de	inicio	de	operaciones	que	se	origina	en	una	parte	de	la	base
del	cerebro	llamada	hipotálamo	y	que	estimulará	a	su	vecina,	la	glándula	maestra	llamada	hipófisis	 o
pituitaria,	para	que	envíe	primero	un	mensaje	hacia	las	suprarrenales	 (que,	 como	 su	 nombre	 indica,
están	sobre	los	riñones)	y	poco	tiempo	después	hacia	las	gónadas	-también	conocidas	como	testículos	y
ovarios	entre	los	que	no	somos	médicos-	indicándoles	que	ha	llegado	el	momento	de	ponerse	a	trabajar
para	lograr	que	la	persona	pueda,	en	el	futuro,	perpetuar	la	especie	mediante	la	agradable	práctica	de	la
reproducción	sexual.
	
En	 la	 fase	 previa	 a	 la	 pubertad,	 las	 suprarrenales	 inician	 los	 cambios	 mediante	 la	 secreción	 de
andrógenos,	siendo	los	más	importantes	la	DHEA	(dehidroepiandrostenediona	 para	 los	 médicos	 y	 los
amantes	de	los	trabalenguas)	y	su	sulfato,	conocido	como	DHEAS,	además	de	la	androstenediona.	 A
este	proceso	se	lo	conoce	como	adrenarquia	y	sucede	en	ambos	sexos	antes	de	que	ocurran	el	resto	de
los	cambios	físicos	y	endocrinológicos	que	marcan	de	manera	más	evidente	la	pubertad.
	
En	 una	 segunda	 etapa,	 aproximadamente	 uno	 o	 dos	 años	 después	 del	 inicio	 de	 la	 adrenarquia,	 el
hipotálamo	 vuelve	 a	 comunicarse	 con	 su	 vecina	 hipófisis	 mediante	 el	 envío	 de	 la	 hormona	 GnRh,
liberadora	de	las	gonadotrofinas,	LH	(hormona	luteinizante)	y	FSH	(hormona	folículo	estimulante),	que
produce	la	hipófisis.	Ésta,	una	vez	más,	envía	por	la	red	corporal	circulatoria	mensajes	en	“formatos”	LH
y	FSH	a	las	lejanas	gónadas.	El	mensaje	de	la	LH	indica	a	los	testículos	en	el	hombre	y	a	los	ovarios	en
la	 mujer	 que	 deberán	 ponerse	 a	 producir	 testosterona	 y	 estradiol	 (estrógenos,	 en	 lenguaje	 común)
respectivamente.	Es	importante	anotar	que,	al	ser	las	gonadotrofinas	las	mismas	para	ambos	sexos,	en	el
proceso	 de	 síntesis	 de	 las	 hormonas	 que	 predominan	 en	 cada	 sexo	 tanto	 hombres	 como	 mujeres
producimos	también	cantidades	menores	de	la	hormona	correspondiente	al	otro	sexo.	Así,	los	ovarios
producirán	 pequeñas	 cantidades	 de	 testosterona	 mientras	 sintetizan	 el	 estradiol	 y	 los	 testículos
secretarán	estradiol	al	metabolizar	la	testosterona.	También	es	interesante	saber	desde	ahora	que	estas
hormonas,	complementarias	a	las	predominantes	en	cada	sexo,	jugarán	en	la	segunda	adolescencia	un
papel	muy	importante	en	relación	a	la	calidad	de	vida	y	la	salud.
	
Por	otro	lado,	el	mensaje	FSH	trae	como	“asunto”	la	liberación	de	los	óvulos	que	viajan	dentro	de	los
folículos	(de	ahí	el	nombre	de	folículo-estimulante),	que	son	una	especie	de	quistes	microscópicos	que
han	estado	en	los	ovarios	desde	la	época	de	gestación.	Como	en	el	hombre	no	hay	folículos,	la	FSH
estimula	 la	 producción	 de	 esperma	 y	 con	 ello	 asegura	 que	 los	 pequeños	 espermatozoides	 cuenten
también	 con	 un	 transporte	 adecuado	 en	 el	 momento	 de	 la	 fecundación.	 A	 esta	 segunda	 fase	 de	 la
pubertad	se	la	conoce	en	medicina	como	gonadarquia	y,	de	manera	simultánea	con	la	adrenarquia	-
iniciada	un	poco	antes,	como	ya	mencionamos-,	conforman	el	proceso	general	de	crecimiento	acelerado
que	caracteriza	la	primera	adolescencia.
	
¿Suena	 sencillo?	 En	 realidad,	 se	 trata	 de	 un	 mecanismo	 de	 comunicación	 y	 funcionamiento	 tan
complejo	 que	 le	 tomará	 al	 cuerpo	 femenino	 varios	 años	 de	 irregularidades	 antes	 de	 llegar	 a	 la
regularidad	que,	si	se	tratara	de	una	industria	de	manufactura,	le	permitiría	obtener	un	certificado	de
calidad	 total	 o	 de	 la	 serie	 ISSO	 9000.	 Por	 ello	 Paola,	 a	 sus	 trece	 años,	 todavía	 se	 siente	 con	 la
intranquilidad	de	quien	no	ha	obtenido	el	“certificado	de	funcionamiento	regular”,	que	seguramente	le
tomará	uno	o	dos	años	más	obtener.
	
La	pubertad	en	el	varón.	Los	niños	como	Javier,	aproximadamente	a	los	diez	años	de	edad	comenzarán
con	el	primer	turno	de	producción	de	testosterona	y	éste	será	nocturno	debido	a	la	mayor	actividad	de
la	LH	durante	el	sueño	(¿ahora	entiendes	el	porqué	de	esos	sueños	eróticos	maravillosos?).	Medio	año
después,	 la	 LH	 comenzará	 a	 incrementarse	 de	 modo	 acelerado,	 por	 lo	 que	 los	 niveles	 diurnos	 de
testosterona	comenzarán	a	aumentar	sustancialmente.	De	acuerdo	con	los	estudios	citados	por	Christy
Miller	Buchanan	y	su	grupo	(1992)[10],	entre	los	diez	y	los	diecisiete	años	los	niveles	de	la	testosterona
pueden	 incrementar	 hasta	 veinte	 veces	 su	 concentración	 inicial.	 Adicionalmente	 a	 la	 testosterona,	 la
LH,	al	unirse	en	los	receptores	de	las	células	de	Leydig	en	el	testículo,	estimulará	la	síntesis	de	otros	dos
andrógenos	con	nombre	de	trabalenguas:	La	dihidrotestosterona,	también	producida	en	la	próstata,	y	la
androstenediona,	que	actúa	sobre	el	cerebro	y	algunos	otros	órganos,	como	veremos	más	adelante.	Al
igual	que	en	el	cuerpo	femenino,	la	normalización	en	los	hombres	también	toma	su	tiempo.
	
Los	caracteres	sexuales	primarios	y	secundarios.	A	la	par	de	estos	cambios	hormonales	y	en	buena
medida	 a	 consecuencia	 de	 ellos,	 en	 el	 niño	 aparecen	 de	 manera	 predecible	 los	 caracteres	 sexuales
primarios	y	secundarios.	La	testosterona	se	combina	con	las	hormonas	provenientes	de	las	suprarrenales
dando	como	resultado	lo	siguiente	y	en	este	orden:	primero,	crecerán	de	manera	acelerada	los	testículos
y	 el	 escroto,	 acompañados	 de	 la	 aparición	 del	 vello	 púbico.	 Acto	 seguido	 -	 para	 beneplácito	 de	 su
poseedor-	 el	 pene	 crecerá	 y	 el	 vello	 púbico	 se	 volverá	 más	 denso,	 grueso	 y	 oscuro.	 Más	 tarde,
comenzarán	a	crecerle	la	barba,	el	bigote	y	el	vello	corporal	en	general,	de	acuerdo	con	su	herencia
genética	 en	 mayor	 o	 menor	 abundancia.	 La	 voz	 comenzará	 a	 volverse	 más	 grave	 de	 forma	 gradual,
ocasionando	 a	 Javier	 y	 a	 sus	 compañeros	 varios	 momentos	 embarazosos	 mientras	 se	 define.	 Ya
avanzada	la	adolescencia	el	joven	será	capaz	de	producir	y	eyacular	esperma	por	primera	vez.
	
La	 pubertad	 femenina	 no	 es	 tan	 regular	 ni	 tan	 fácil	 de	 predecir.	 Pero	 es	 usual	 que	 debido	 a	 la
adrenarquia	los	cambios	corporales	se	inicien,	como	en	el	caso	de	Paola,	con	una	pequeña	elevación	del
pezón	o	bien	por	la	aparición	de	los	primeros	vellos	púbicos.	Al	igual	que	en	el	niño,	el	vello	púbico	y
axilar	se	vuelve	cada	vez	más	denso,	grueso	y	oscuro,	mientras	que	los	pechos	crecen	y	las	caderas	se
ensanchan.	La	primera	menstruación	-llamada	menarquia-	aparece	relativamente	tarde	en	la	pubertad.
La	ovulación	y	capacidad	para	llevar	a	término	un	embarazo	se	retrasa	todavía	más.
Ahora,	exploremos	en	qué	se	parece	la	segunda	adolescencia	a	esta	primera,	desde	el	punto	de	vista
biológico.
	
La	 variación	 hormonal.	 Después	 de	 haber	 conseguido	 el	 certificado	 de	 regularidad	 en	 el	 ciclo	 de
producción,	a	partir	de	aproximadamente	los	cuarenta	años,	la	producción	de	las	hormonas	sexuales,
en	las	mujeres	como	Patricia,	comienzan	a	presentar	irregularidades.	Poco	a	poco,	los	folículos	se	van
agotando.	La	mayoría	de	los	folículos	que	han	quedado	en	las	“bodegas”	de	los	ovarios,	como	los	saldos
de	la	temporada	reproductiva	anterior,	se	aproximan	a	su	fecha	de	caducidad,	por	lo	que	ya	no	son	tan
sensibles	a	la	estimulación	de	la	FSH	y,	por	tanto,	no	alcanzan	a	madurar	siempre.	En	consecuencia,
hay	ciclos	en	los	que	la	mujer	no	ovula	y	comienza	a	romperse	el	ciclo	mensual	que	hasta	entonces	era
el	normal	para	cada	mujer.
	
La	 línea	 de	 producción	 LH	 también	 comienza	 a	 presentar	 fallos.	 El	 abasto	 de	 materias	 primas	 como
enzimas	y	otras	sustancias	necesarias	para	elaborar	el	estradiol	no	es	regular;	la	“maquinaria”	celular
comienza	a	mostrar	cambios	que	afectan	la	sensibilidad	de	los	folículos	ante	las	hormonas.	Como	en	las
fábricas	y	empresas,	cuando	hay	problemas	de	comunicación	entre	varias	secciones	relacionadas	con	un
producto,	 hipotálamo	 e	 hipófisis	 envían	 mensajes	 urgentes,	 con	 el	 resultado	 de	 niveles	 hormonales
desequilibrados.	La	FSH	aumenta	cada	vez	más	y	lo	único	que	consigue	es	que	los	folículos	maduren
demasiado	 pronto.	 Los	 niveles	 de	 producción	 se	 vuelven	 irregulares	 al	 inicio	 de	 esta	 etapa,	 con
momentos	 donde	 se	 produce	 demasiado	 y	 otros	 en	 los	 que	 se	 produce	 muy	 poco,	 hasta	 que
gradualmente	se	va	a	producir	cada	vez	menos	estradiol[11].
	
¿Recuerdas	 cómo	 en	 la	 pubertad	 se	 presentaron	 varios	 años	 de	 irregularidades	 antes	 de	 que
hipotálamo,	hipófisis	y	ovarios	pudieran	coordinar	su	línea	de	producción?	Imagina	que	ahora	sucede
exactamente	lo	mismo,	pero	a	la	inversa:	en	lugar	de	prepararse	para	producir	la	primera	menstruación,
ahora	comienzan	la	preparación	para	la	última.	Mientras	hipotálamo	e	hipófisis	se	ponen	de	acuerdo	en
cómo	preparar	la	jubilación	de	los	ovarios,	la	mujer	dueña	de	la	fábrica	no	entiende	porqué	las	cosas	no
siguen	tan	ordenadas	y	regulares	como	antes,	y	esto	la	inquieta.	Después	de	todo,	¡nadie	le	dijo	que
desde	 tanto	 tiempo	 antes	 de	 la	 menopausia	 la	 maquinaria	 iba	 a	 comenzar	 a	 presentar	 suspensiones
parciales	de	operaciones	o	huelgas	activas	de	súper-producción	como	las	que	realizan	los	trabajadores
japoneses!
	
Este	proceso	no	es,	por	tanto,	de	producción	claramente	descendente,	como	se	pensaba	antes	y	en	la
primera	 etapa	 de	 la	 transición	 hacia	 la	 menopausia,	 la	 variabilidad	 hormonal	 va	 a	 ocasionar	 que	 los
periodos	se	vuelvan	irregulares,	tanto	en	su	frecuencia,	como	en	su	duración,	hasta	llegar	a	una	etapa
cuando	la	frecuencia	comience	a	descender	hasta	cesar	completamente	durante	un	año.
	
La	fertilidad	durante	la	transición	hacia	la	menopausia.	Seguramente	todos	conocemos	alguna	mujer
que	al	iniciar	esta	fase	de	ciclos	irregulares	o	cada	vez	menos	frecuentes	consideró	que	ya	no	era	fértil	y
se	 embarazó	 durante	 esta	 etapa.	 De	 hecho,	 lo	 que	 sabemos	 actualmente	 es	 que	 existen	 ciclos	 de
ovulación	normal	intercalados	durante	la	transición	previa	a	la	menopausia	por	lo	que	la	mujer	que	no
desee	 ser	 una	 Sara	 o	 Santa	 Ana	 moderna	 deberá	 continuar	 su	 esquema	 de	 anticoncepción	 hasta	 la
menopausia.[12]
	
¿Existe	la	Andropausia?	En	el	hombre,	los	cambios	hormonales	durante	los	cuarenta	son	más	sutiles
que	en	la	mujer	y,	de	acuerdo	con	los	especialistas,	requieren	de	un	período	más	largo	para	resultar
evidentes.	Sin	embargo,	también	en	este	caso	va	a	comenzar	la	disminución	de	la	producción.	Jaime	no
sabe	 que	 la	 secreción	 de	 testosterona	 y	 los	 otros	 andrógenos	 de	 su	 cuerpo	 comenzó	 a	 disminuir
aproximadamente	a	partir	de	los	treinta	años	a	razón	del	1	al	2	por	ciento	cada	año.	Adicionalmente,
las	células	de	Leydig	en	sus	testículos	-que,	como	mencionamos	arriba,	son	responsables	de	estimular	la
síntesis	de	andrógenos-	comienzan	aproximadamente	a	los	cuarenta	años	a	disminuir	en	número	y	a
presentar	fallas	en	su	funcionamiento.	Como	en	la	mujer	de	más	de	cuarenta,	en	el	hombre	comienza	a
detectarse	un	desequilibrio	hormonal	y	también	elevación	de	la	FSH.	Pero	a	pesar	de	estos	cambios	y,	a
diferencia	de	Patricia,	quien	en	aproximadamente	ocho	años	dejará	atrás	su	capacidad	reproductiva,
Jaime	 permanecerá	 fértil	 hasta	 una	 edad	 avanzada,	 por	 lo	 cual,	 y	 a	 pesar	 de	 ser	 un	 término	 muy
empleado,	como	ya	mencioné	en	la	introducción	de	este	libro,	no	es	adecuado	hablar	de	andropausia,
término	 que	 sería	 equivalente	 al	 cese	 de	 la	 capacidad	 reproductiva	 o	 menopausia,	 sino	 de	 una
deficiencia	 androgénica	 parcial,	 misma	 que	 manifestará	 en	 varios	 órganos	 el	 cambio	 del	 ritmo	 de
producción	 de	 sus	 hormonas	 a	 partir	 de	 la	 segunda	 adolescencia,	 por	 lo	 que	 sí	 podemos	 plantear	 la
existencia	de	un	climaterio	masculino.
La	capacidad	en	frecuencia	e	intensidad	de	excitación	sexual	también	se	podrá	ver	afectada	por	estos
cambios	 y	 esto	 es	 quizá	 lo	 que	 preocupará	 más	 a	 Jaime,	 debido	 a	 la	 excesiva	 importancia	 que	 su
potencia	sexual	ha	tenido	en	él	y	en	la	mayoría	de	los	hombres	para	mantener	un	nivel	adecuado	de
autoestima.	Como	menciona	Luis	Mariano	Aceves	(2002)[13]	en	un	artículo	acerca	de	la	madurez	en	el
varón:
	
“Porque	hemos	aprendido	que	en	la	erección	del	pene	reside	el	ser	hombre,	entramos	en	escenarios	de
pánico	y	desolación	cuando	ésta	se	resiste	o	se	niega.	Pensamos,	entonces,	que	los	remedios	pueden
venir	 de	 fuera:	 las	 píldoras,	 las	 inyecciones,	 los	 parches,	 el	 gel	 milagroso	 que	 restablecerá	 los	 niveles
perdidos	de	la	testosterona	y,	en	consecuencia,	el	poder	y	la	gloria”
	
El	climaterio	del	hombre	es	entonces	bastante	más	complejo	y	profundo	que	una	simple	disminución	de
testosterona.	 Pero	 no	 podemos	 tampoco	 negar	 que	 esta	 sustancia	 primordial	 en	 el	 cuerpo	 masculino
tiene	un	efecto	importante	que	debemos	conocer	e	identificar,	en	especial	a	partir	de	los	cuarenta.[14]
	
Los	sitios	de	acción	de	las	hormonas	sexuales	en	los	adolescentes	de	segunda	vuelta.	En	los	siguientes
capítulos	revisaremos	en	detalle	las	manifestaciones	del	desequilibrio	hormonal	descrito	arriba	y	que	se
presenta	durante	algunos	años	de	la	segunda	adolescencia.	Baste	por	el	momento	decir	que,	durante
esta	etapa	y	al	igual	que	durante	la	pubertad,	las	hormonas	harán	que	nuestro	cuerpo	y	nuestra	mente
nos	sorprendan,	una	vez	más,	con	novedades.	Lo	harán	en	capacidades	y	sitios	tan	insospechados	como
el	intestino	grueso,	el	hígado,	el	sistema	cardiovascular,	la	memoria	o	la	“curva	de	la	prosperidad”,	que
se	 resistirá	 más	 que	 antes	 a	 desaparecer	 del	 vientre	 de	 Jaime,	 a	 pesar	 del	 ejercicio	 y	 de	 la	 dieta
balanceada.	A	continuación,	te	presento	un	cuadro	que	resume	los	sitios	de	acción	de	las	hormonas	en
nuestro	cuerpo.
	
Sitios	de	acción	de	las	hormonas	sexuales	en	el	cuerpo
1.	Cerebro	y	sistema	nervioso	central
2.	Sistema	músculo-esquelético
3.	Corazón
4.	Hígado
5.	Colon	(intestino	grueso)
6.	Piel	y	cabello
7.	Glándulas	mamarias	(senos)
8.	Próstata	y	vejiga
9.	Pene	y	útero
10.	Testículos	y	ovarios.
	
Más	adelante	revisaremos	los	efectos	específicos	de	las	hormonas	y	sus	niveles	sobre	estos	órganos,	en
especial	cuando	se	rompe	el	equilibrio,	como	sucede	durante	ambas	adolescencias.	Sin	embargo,	todos
estos	cambios	biológicos,	tanto	de	la	primera	como	de	la	segunda	adolescencia,	no	tendrían	por	qué
afectar	o	disminuir	la	calidad	de	vida	de	nuestros	amigos	los	García	o	la	tuya.
	
En	primer	lugar,	al	conocer	lo	que	nos	pasa,	se	disminuye	la	preocupación	exagerada	que	estos	cambios
nos	pudieran	ocasionar	por	desconocimiento	y,	en	segundo	lugar	-como	veremos	en	la	tercera	parte	de
este	 libro-,	 la	 medicina	 actual	 ofrece	 apoyos	 excelentes	 para	 minimizar	 los	 síntomas	 incómodos	 que
pudieras	 presentar	 a	 lo	 largo	 de	 estas	 etapas	 de	 cambios	 acelerados.	 Lo	 importante,	 entonces,	 es
conocerte	y	atenderte	de	manera	adecuada.	Sin	buscar	recetas	mágicas	ni	atribuir	a	las	hormonas	todo
lo	que	te	está	sucediendo	en	esta	etapa.	Como	expresa	con	claridad	y	belleza	Luis	Mariano	Aceves	en	el
mismo	artículo	ya	citado:
	
“Más	adentro	aún,	en	el	alma,	los	sentimientos	se	comportan	como	lobos,	nos	muerden	las	entrañas	y
nos	 empujan	 a	 la	 negación	 como	 remedio	 y	 a	 la	 búsqueda	 de	 respuestas	 en	 soluciones	 milagrosas,
fáciles,	externas”.
Segunda	Parte
Separar	y	juzgar
	 “Hay	personas	que,	con	el	transcurrir	de	la	vida,
simplemente	envejecen;	otras,	más	sabias	o	más	afortunadas,
van	madurando”
Rosa	Montero[15]
Capítulo	5
“Pero,	¿qué	me	está	pasando?”
	El	inicio	de	la	segunda	adolescencia
	
Los	puentes
-	Hasta	los	cuarenta	años,	fue	como	si	viajara	dentro	de	un	carruaje	muy	cómodo	y	con	alguien	más	que	conducía	y
me	llevaba	hacia	donde	yo	debía	ir.	No	sentía	preocupación	alguna,	a	pesar	de	no	ser	yo	el	conductor.	Todo	era
mucho	más	cómodo	y	fácil.	En	cambio,	ahora	siento	como	si	le	hubiera	arrebatado	las	riendas	al	cochero	para
comenzar	a	manejar	yo	mismo	el	carruaje	de	mi	vida.	Pero	no	tengo	experiencia,	así	es	que	a	veces	me	atemoriza	el
no	poder	prever	las	curvas	o	ser	incapaz	de	decidir	correctamente	en	los	cruces	qué	camino	debo	tomar.	Sobre	todo,
me	 siento	 poco	 capaz	 para	 poder	 calmar	 a	 los	 caballos	 y	 con	 ello	 evitar	 que	 se	 despeñen	 en	 los	 desfiladeros
estrechos.
	
Jaime	 describe	 con	 esta	 imagen	 la	 experiencia	 interna	 al	 inicio	 de	 sus	 cuarenta.	 Se	 siente	 raro,	 se	 estresa	 más
fácilmente	que	antes	y	se	confiesa	a	sí	mismo	durante	la	consulta	que	se	siente	muy	inseguro.
	
Puentes,	 cruces	 de	 caminos,	 curvas,	 coches	 manejados	 por	 alguien	 más	 y	 caballos	 nerviosos	 o
desbocados	 son	 imágenes	 frecuentes	 en	 los	 sueños	 y	 los	 pensamientos	 que	 en	 esta	 etapa	 de	 vida
manifiestan	la	incertidumbre	de	sentirnos	distintos	a	como	nos	percibíamos	antes.	La	inestabilidad	del
puente	de	la	transición	evolutiva;	la	incertidumbre	del	cruce	de	caminos	o	de	la	curva	pronunciada	en
la	vida	personal,	familiar	y	laboral;	los	instintos,	emociones	y	pensamientos	con	voluntad	propia	que,
como	los	caballos	del	carruaje	metafórico,	se	rebelan	a	su	antojo	y	nos	llevan	a	expresar	frases	como	las
siguientes,	al	inicio	de	los	cuarenta.
	
Pero,	¿te	fijaste	cómo	ha	cambiado?	Los	García	en	la	reunión	de	ex	alumnos
Patricia	y	Jaime	asisten	esta	noche	a	la	reunión	de	ex	-alumnos	de	la	escuela	secundaria	donde	se	conocieron	y
comenzaron	 su	 noviazgo.	 No	 han	 visto	 a	 varios	 de	 sus	 antiguos	 compañeros	 desde	 hace	 más	 de	 quince	 años	 y
sienten	 curiosidad	 por	 saber	 qué	 ha	 sido	 de	 sus	 vidas	 desde	 entonces.	 Entran	 al	 salón	 donde	 está	 a	 punto	 de
comenzar	el	evento	y	pasean	la	mirada	buscando	rostros	conocidos.
	
¡Patricia!	¡Vengan	a	sentarse	acá	con	nosotros!	Escuchan	llamar	a	lo	lejos	a	María,	quien	ahora	es	directora	de
ventas	en	una	empresa	multinacional.	Al	lado	de	María	están	sentados	Pedro	-médico	ginecólogo-	y	su	esposa	Lidia,
dedicada	al	trabajo	de	tiempo	completo	que	implica	la	administración	del	hogar	y	la	educación	de	sus	cuatro	hijos,
de	entre	17	y	13	años	de	edad.	Acompaña	a	María	-quien	sigue	soltera	y	dedicada	a	su	carrera	profesional-	José,	un
colega	suyo,	recién	separado	después	de	quince	años	de	matrimonio.
	
Patricia	y	María	comienzan	a	charlar	muy	animadas	acerca	de	lo	que	han	hecho	con	sus	vidas	durante	tantos	años
sin	verse.	María	confiesa	en	algún	momento	que,	últimamente,	se	ha	sentido	rara	y	menos	satisfecha	con	su	trabajo.
También	 siente	 por	 momentos	 que	 ya	 no	 se	 concentra	 tan	 fácilmente.	 Ha	 habido	 ocasiones	 en	 que	 se	 le	 han
olvidado	los	nombres	de	sus	clientes,	lo	que	antes	jamás	le	había	sucedido.	También,	contra	su	costumbre,	se	le	han
escapado	las	lágrimas	en	alguna	junta	difícil	de	trabajo	pero,	sobre	todo,	en	el	último	año	se	ha	sentido	muy	sola.
“¡Cómo	las	envidio	a	ustedes,	que	se	casaron	jóvenes!	Yo	ya	me	quedé	soltera	y	sin	hijos”,	se	lamenta	esta	mujer
con	tanto	éxito	en	apariencia.
	
“¿Tú	te	preocupas	porque	se	te	olvidan	los	nombres?	¡Eso	no	es	nada!”,	comenta	Lidia.	“Yo,	el	otro	día	llegué	con
las	bolsas	del	mercado,	comencé	como	siempre	a	guardar	la	comida...	¡Y	metí	el	bote	del	helado	en	la	alacena!	Sólo
me	di	cuenta	de	lo	que	había	hecho,	cuando	noté	un	río	de	chocolate	salir	por	debajo	de	la	puerta,	media	hora
después...	 Estoy	 tan	 olvidadiza	 últimamente	 que	 ya	 he	 optado	 por	 llamar	 a	 mis	 cuatro	 hijos	 ‘Príncipe’	 porque
siempre	 confundo	 sus	 nombres.	 Ya	 estoy	 como	 los	 mujeriegos,	 que	 a	 todas	 sus	 conquistas	 les	 dicen	 ‘preciosa’	 o
‘reina’	 para	 evitarse	 la	 pena	 de	 confundir	 sus	 nombres.”	 Todo	 el	 grupo	 ríe	 y	 aporta	 anécdotas	 de	 olvidos	 o
distracciones	recientes	similares.	Por	lo	visto,	no	es	la	única	que	ha	notado	que	está	más	desmemoriada	y	distraída
que	antes.
	
“¡No	sabes	de	lo	que	te	has	librado	al	no	haberte	casado	ni	tener	aún	hijos!”,	comenta	Patricia	a	María.	“Yo,	en
cambio,	con	el	trabajo	y	la	familia	al	mismo	tiempo,	me	siento	con	demasiadas	responsabilidades	y	daría	lo	que
fuera	por	tener	la	libertad	que	tú	tienes.	Mi	día	se	inicia	a	las	cinco	de	la	madrugada	y	no	termina	antes	de	la
medianoche.	Los	fines	de	semana,	mi	“descanso”	consiste	en	hacer	las	compras	para	la	semana,	asegurarme	de	que
las	habitaciones	de	Paola	y	Javier	no	estén	habitadas	por	frutas	peludas	debajo	de	la	cama	y	que	la	pila	de	ropa
sucia	sobre	sus	camas	disminuya	al	menos	a	la	mitad.	Si	todavía	me	quedan	fuerzas	y	ánimo,	salimos	al	cine	o	a
comer,	previa	discusión	acalorada	porque	tratar	de	ponernos	de	acuerdo	es	cada	día	más	difícil.	¿Qué	tiene	eso	de
maravilloso?	Con	la	familia	y	el	trabajo	tengo	tantas	tareas	y	preocupaciones	que	lo	que	vivo	a	diario	ya	no	es-tres:
¡es-seis!	Las	amigas	ríen	con	el	juego	de	palabras	de	Patricia	y	se	dan	cuenta	de	que	los	hombres	de	la	mesa	están
también	enfrascados	en	su	propia	conversación.	Llegan	a	escuchar	que	José,	el	amigo	de	María,	les	comenta	que	a
pesar	de	no	estar	arrepentido	por	haberse	divorciado	todavía	se	siente	raro	y	no	sabe	lo	que	desea	para	su	futuro.
	
Pedro	les	confiesa	que	su	trabajo	como	médico	cada	día	lo	desgasta	más	y	que	las	enfermeras	le	han	hecho	notar
que	ya	no	es	tan	paciente	con	las	embarazadas	primerizas	como	al	inicio	de	su	carrera.	Confiesa	que	ha	llegado	a
pensar	que	quizá	se	equivocó	al	elegir	esa	especialidad,	que	le	demanda	estar	disponible	las	veinticuatro	horas	al
día	y	los	siete	días	de	la	semana.	Por	último,	Jaime	también	se	sincera	con	sus	amigos	y	comenta	que,	debido	a	la
incertidumbre	constante	de	trabajar	en	una	empresa	donde	se	da	cada	día	más	preferencia	a	los	jóvenes	menores	de
treinta	y	cinco	años,	últimamente	se	ha	sentido	muy	inseguro,	caduco,	y	se	esfuerza	cada	vez	más	por	no	sucumbir
ante	los	tangos	del	“Trío	Miseria”.	Cuando	Pedro	le	pregunta	qué	grupo	musical	es	ése,	Jaime	contesta	que	no	se
refiere	a	un	trío	de	músicos	con	bandoneón,	piano	y	bajo,	sino	al	trío	del	estrés,	la	ansiedad	y	la	depresión,	que	le
hacen	llorar	más	que	un	sentido	tango.
	
De	regreso	en	coche	hacia	su	casa,	Patricia	pregunta	a	Jaime:	“¿Te	fijaste	cómo	ha	cambiado	María?	Parece	más
humana,	 menos	 fría	 que	 antes”.	 Jaime,	 a	 su	 vez	 comenta:	 “El	 que	 más	 ha	 cambiado	 es	 Pedro,	 ¡quién	 hubiera
pensado	que	el	gran	médico	tuviera	dudas	acerca	de	su	profesión!	¡Con	lo	seguro	que	se	veía	siempre!”
	
En	los	coches	del	resto	del	grupo	se	repiten	comentarios	similares.	Todos	piensan	que	alguien	más	en	el	grupo	es	el
o	la	que	ha	cambiado	más	desde	su	juventud...	Pero,	¿creen	que	han	cambiado	ellos	mismos?...	¡Por	supuesto	que
no!
	
“Yo	no	era	así	antes.”	Los	cambios	en	la	personalidad.	Los	cuarenta	nos	enfrentan	con	la	necesidad	de
adecuarnos	a	roles	y	expectativas	con	frecuencia	muy	distintos	a	los	de	la	fase	de	vida	previa.	Ante	esta
nueva	etapa,	nuestra	personalidad	se	modifica	y	con	ello	se	manifiestan	algunas	inquietudes	que,	si	son
atendidas	de	manera	adecuada,	van	a	propiciar	que,	como	dice	Rosa	Montero,	tengamos	la	fortuna	o	la
sabiduría	de	madurar	y	no	simplemente	envejezcamos.
	
Los	García	y	sus	amigos	manifiestan	las	inquietudes	propias	de	quien	se	enfrenta	ante	la	disyuntiva	de
madurar	o	simplemente	de	envejecer,	con	algunas	frases	típicas	del	inicio	de	la	segunda	adolescencia
que	me	gustaría	analizar	contigo.
	
“Ahora	 me	 toca	 a	 mí.”	 Para	 aquellas	 mujeres	 como	 Lidia,	 dedicadas	 hasta	 entonces	 al	 hogar	 y	 la
familia,	usualmente	estos	cambios	coinciden	con	el	crecimiento	de	los	hijos	y	su	propia	adolescencia.
Como	 ya	 revisamos	 en	 el	 capítulo	 anterior,	 la	 nueva	 fase	 que	 atraviesan	 los	 hijos	 va	 a	 requerir	 de
cambios	sustanciales	en	el	papel	de	quien	hasta	ese	momento	muy	posiblemente	se	había	definido	a	sí
misma,	de	manera	primordial	o	exclusiva,	por	su	papel	como	madre.	Las	características	de	personalidad
consistentes	con	la	definición	tradicional	de	este	rol,	tales	como	la	generosidad,	la	actitud	de	servicio
hacia	 los	 demás,	 la	 supeditación	 de	 los	 intereses	 personales	 a	 los	 familiares,	 la	 amabilidad,	 la
organización	y	la	planeación,	se	convierten	en	esta	etapa	en	motivos	de	crítica	por	parte	de	los	hijos	y	de
insatisfacción	personal	para	la	mujer.
	
“Ya	llegué	a	la	cima,	pero	está	nublado.”	En	el	otro	extremo,	se	encuentran	las	personas	que	hasta
entonces	habían	optado	por	vivir	solas,	probablemente	dedicadas	apasionadamente	a	una	profesión	o
trabajo	 remunerado,	 como	 en	 el	 caso	 de	 María.	 Para	 ellas,	 los	 cuarenta	 se	 pueden	 presentar	 con	 la
sensación	 de	 haber	 perdido	 una	 parte	 importante	 de	 su	 vida	 como	 hombres	 o	 mujeres	 al	 no	 haber
establecido	 una	 relación	 de	 pareja	 o	 bien	 por	 haber	 pospuesto	 tener	 un	 hijo	 hasta	 triunfar
profesionalmente.	 En	 el	 caso	 de	 estas	 mujeres	 y	 en	 el	 de	 los	 hombres	 que	 han	 seguido	 un	 patrón
similar,	las	cualidades	que	han	sido	aquellas	que	les	han	llevado	a	triunfar	en	el	mundo	laboral	(tales
como	la	dedicación	exclusiva	al	trabajo,	el	empuje,	la	racionalidad	enfocada	hacia	las	metas	laborales	y
la	 capacidad	 para	 tomar	 decisiones	 sin	 incorporar	 argumentos	 sentimentales),	 ahora	 se	 les	 presentan
como	errores	por	corregir,	obstáculos	para	la	realización	integral	de	su	vida	como	individuos	plenos.	En
ambos	casos	y	hasta	en	el	tercero,	el	de	la	súper-mujer	y	del	súper-hombre	que	han	logrado	equilibrar
familia	y	trabajo	al	mismo	tiempo,	esta	etapa	se	presenta	con	un	sólo	mensaje	claro:	algo	en	ellos	está
cambiando,	aún	sin	desearlo	ni	buscarlo	y	no	se	sienten	satisfechos	con	el	patrón	de	vida	previo.
	
No	es	casual	que	se	presente	en	esta	etapa	de	la	vida	laboral	de	muchas	personas	una	sensación	de
vacío,	aún	en	aquellas	personas	en	apariencia	exitosas,	como	María	o	José	su	colega.	Daría	la	impresión
de	 que	 al	 alcanzar	 finalmente	 la	 cumbre	 de	 sus	 carreras	 profesionales,	 ambos	 se	 enfrentan	 con	 un
paisaje	nublado	que	no	les	permite	ver	con	claridad	y	que	les	provoca	el	temor	de	que,	a	partir	de	ese
momento,	todo	será	cuesta	abajo.
	
“No	me	aprecian,	ni	me	comprenden.”	Para	algunos	hombres	y	mujeres,	la	transición	comienza	con
una	 sensación	 extraña	 de	 ya	 no	 sentirse	 tan	 cómodos	 o	 tan	 satisfechos	 con	 el	 estado	 de	 su	 vida	 en
general,	con	un	primer	problema	de	salud	serio	o	bien	con	crisis	laborales,	en	ocasiones	fuera	de	su
control.	 Es	 usual	 en	 esta	 etapa	 que	 el	 adolescente	 de	 segunda	 vuelta	 se	 sienta	 incomprendido,	 poco
apreciado	y,	sobre	todo,	muy	cansado	con	el	ritmo	acelerado	constante	y	con	las	expectativas	que	pesan
sobre	él.
	
En	esta	etapa,	un	enamoramiento	se	presenta	con	el	espejismo	de	comenzar	de	nuevo	y	de	encontrar	en
ese	“estado	naciente”	-como	diría	Francesco	Alberoni-	la	sensación	de	aprecio,	comprensión	y	pasión
que	 pudiera	 faltar	 en	 sus	 vidas.	 La	 proyección	 en	 la	 nueva	 pareja	 de	 aquello	 que	 fuimos	 o	 que
desearíamos	ser	propicia	que	hombres	como	José	-hasta	entonces	tan	estructurados	y	respetuosos	de	las
reglas-	manifiesten	ese	lado	espontáneo,	juguetón	o	creativo	que	ha	estado	ahí	siempre,	pero	que	no	se
daban	permiso	de	experimentar.
En	las	mujeres,	una	aventura	o	un	simple	coqueteo	con	alguien	distinto,	que	las	mire	de	nuevo	con
deseo	 y	 que	 converse	 con	 ellas	 sin	 el	 televisor	 encendido	 enfrente,	 resulta	 muy	 tentador.	 Daría	 la
impresión	de	que	los	adolescentes	de	cuarenta	y	tantos	necesitaran	enamorarse	de	nuevo	para	rescatar
la	pasión	y	el	estímulo	indispensables	para	continuar	con	su	desarrollo.
	
Pero,	al	igual	que	en	la	primera	adolescencia,	lejos	de	mirar	primero	hacia	adentro	para	encontrar	esa
pasión	 por	 la	 vida,	 la	 persona	 busca	 en	 alguien	 o	 en	 algo	 nuevo	 el	 estímulo	 necesario.	 Proyecta	 en
alguien	más	lo	que	desearía	tener	en	sí	mismo	y,	al	hacerlo,	distorsiona	su	percepción	de	quien	en	ese
momento	recibe	la	proyección	de	sus	anhelos.	Es	debido	a	esta	distorsión	que	sea	tan	frecuente	que	a
los	pocos	meses	de	haber	iniciado	la	nueva	relación	el	espejismo	de	la	perfección	del	otro	se	disipe	y	el
enamoramiento	termine	-como	dijera	el	filósofo	francés	Roland	Barthes-	con	la	simbólica	mancha	en	la
ropa	que	notamos	por	primera	vez	en	nuestra	-o	nuestro-	hasta	entonces	perfecto	amante.
	
En	el	caso	de	José,	esta	necesidad	le	ha	llevado	a	divorciarse	y	a	comenzar	una	nueva	relación	en	la	que,
por	desgracia,	repite	los	mismos	patrones	de	conducta	y	comunicación	que	le	llevaron	al	conflicto	y	a	la
insatisfacción	en	su	primer	matrimonio.	Las	proyecciones	hacia	su	nueva	pareja,	ahora	que	ha	dejado
de	ser	la	aventura	emocionante	y	peligrosa,	son	cada	día	menos	idealizadas	y	apenas	ahora,	tras	seis
meses	viviendo	juntos,	comienza	a	percibir	a	la	mujer	real	que	vive	con	él.	Ella,	por	su	parte,	se	siente
menos	apreciada	que	antes,	se	queja	de	que	José	le	reclama	cosas	que	ella	no	ha	hecho	e	intuye	-con
sobrada	razón-	que	está	“pagando	los	platos	que	ella	no	rompió”.	José	se	da	cuenta	de	que	se	ha	vuelto
a	quejar	de	que	su	pareja	no	lo	comprende,	pero	esta	vez	con	la	conciencia	de	que	quizá	el	problema	no
sea	de	ellas	sino	de	él.
	
“Me	equivoqué	de	vocación	o	de	trabajo.”	Como	en	el	caso	de	Pedro,	el	médico	del	grupo	de	amigos,
y	 en	 especial	 para	 los	 varones,	 el	 manejo	 de	 las	 presiones	 es	 pocas	 veces	 adecuado	 debido	 a	 los
prejuicios	 que	 limitan	 en	 el	 hombre	 la	 posibilidad	 de	 comentar	 sus	 problemas	 o	 pedir	 ayuda.	 No	 es
casual	que	Jaime	y	sus	amigos	sólo	se	atrevan	a	comentar	de	manera	escueta	sus	problemas	en	aquella
cena	 de	 amigos	 donde	 se	 conocieron	 durante	 su	 lejana	 primera	 etapa	 de	 dudas	 y	 cambios	 de
personalidad.	 Muy	 probablemente,	 si	 percibieron	 que	 las	 mujeres	 del	 grupo	 estaban	 escuchando,
cambiaron	la	conversación	para	no	perder	“status”	frente	a	ellas.
	
Como	revisaremos	en	detalle	más	adelante,	el	nivel	de	presiones	cotidianas	que	viven	los	habitantes	del
mundo	actual	se	ha	incrementado	sustancialmente	y	en	especial	en	el	caso	de	los	hombres,	la	presión
para	 desempeñarse	 laboralmente	 durante	 horarios	 cada	 vez	 más	 largos	 y	 asumiendo	 más	 funciones
como	medida	para	conservar	el	puesto	se	ha	vuelto	poco	saludable.
Para	algunos	especialistas,	como	es	el	caso	de	Pedro,	además	del	estrés	ambiental,	el	ejercicio	continuo
e	 intenso	 de	 una	 profesión	 tan	 demandante	 como	 la	 Medicina	 durante	 quince	 años	 o	 más	 puede
provocar	que	por	agotamiento	al	inicio	de	la	segunda	adolescencia	se	pongan	en	duda	las	decisiones
vocaciones	o	laborales	tomadas	en	la	juventud.
	
En	algunos	casos	se	trata,	en	efecto,	de	la	primera	oportunidad	para	decidir	libremente	y	de	acuerdo
con	una	verdadera	vocación	-que	quizá	fue	negada	por	falta	de	recursos	o	de	proactividad	por	parte	del
o	 la	 entonces	 joven-.	 En	 los	 cuarenta	 somos,	 por	 fortuna,	 todavía	 lo	 suficientemente	 jóvenes	 para
alcanzar	las	metas	que	nos	propongamos	y	lo	suficientemente	maduros	como	para	atrevernos	a	hacer	lo
que	 nos	 proponemos.	 Pero,	 en	 la	 mayoría	 de	 los	 casos,	 las	 dudas	 en	 esta	 etapa	 no	 son	 sino
manifestación	de	nuestro	cansancio	acumulado	o	de	la	falta	de	estímulos	laborales	que	pueden	provenir
ya	sea	de	nosotros	mismos	o	de	la	institución	donde	trabajamos;	llamadas	de	auxilio	desesperadas	de
una	mente	que	necesita	un	respiro	de	al	menos	un	mes	seguido	para	recuperar	su	entusiasmo.	En	estos
casos,	 la	 decisión	 impulsiva	 de	 renunciar	 puede	 ser	 muy	 costosa,	 al	 tirar	 por	 la	 borda	 muchos	 años
valiosos	de	experiencia	profesional.
	
“Ahora	o	Nunca.”	Por	su	parte,	Jaime	y	Patricia	no	han	experimentado	las	dudas	acerca	de	su	elección
de	pareja	o	de	empleo,	pero	sí	han	tenido	la	sensación,	en	los	últimos	dos	años,	de	que	el	tiempo	pasa
mucho	más	rápido	que	antes.	Esta	sensación	les	ha	generado	una	especie	de	ansiedad	por	llevar	a	cabo
un	número	increíble	de	actividades	sociales,	proyectos	laborales,	compras	de	objetos,	arreglos	de	casa	y
viajes.	Ambos	están,	últimamente,	como	niños	hiperactivos	y	a	duras	penas	duermen	seis	horas	diarias.
Cuando	alguien	cercano	les	hace	notar	su	acelerada	actitud,	los	García	se	justifican	diciendo:	“Es	que	ya
no	somos	unos	jovencitos	y	éstos	son	nuestros	últimos	años	buenos,	así	es	que	hay	que	aprovecharlos
para	 lograr	 lo	 máximo	 posible.	 ¡Es	 ahora	 o	 nunca!”	 Como	 veremos	 más	 adelante,	 el	 espejismo	 del
“ahora	o	nunca”	tiene	un	coste	en	la	salud	que	los	García	no	habían	considerado	y	que,	al	conocerlo,
por	fortuna	ya	no	estarán	dispuestos	a	pagar.
	
Como	habrás	notado	todos	en	el	grupo,	lo	reconozcan	o	no,	comienzan	a	experimentar	los	cambios	de
personalidad	correspondientes	al	proceso	de	individuación	en	esta	fase.	Veamos	en	qué	consisten	estos
cambios.
	
Hacia	la	integración	de	todas	nuestras	capacidades	individuales.	De	acuerdo	con	Carl	Gustav	Jung,
uno	 de	 los	 pioneros	 en	 el	 estudio	 de	 la	 personalidad,	 todas	 las	 personas	 tenemos	 una	 combinación
específica	de	actitudes,	maneras	de	percibir	y	preferencias	al	decidir,	que	él	llamó	tipo	psicológico	y	que
otros	 autores	 llaman	 simplemente	 personalidad.	 Los	 tipos	 psicológicos	 propuestos	 por	 este	 autor	 en
1921[16],	que	aún	en	este	siglo	XXI	siguen	aceptándose	como	descripciones	válidas	de	las	diferencias	de
personalidad	 en	 muchos	 países	 alrededor	 del	 mundo,	 se	 basan	 en	 la	 idea	 de	 que	 existe	 un
temperamento	 con	 el	 que	 nace	 cada	 persona,	 debido	 en	 parte	 a	 su	 herencia	 y	 en	 parte	 al	 ambiente
intrauterino	en	el	que	vive	durante	los	meses	de	gestación.	Este	temperamento,	después	del	nacimiento,
se	combinará	con	los	elementos	aprendidos	en	el	medio	ambiente	del	niño	y	esta	personalidad	o	tipo
inicial	va	a	desarrollarse	a	lo	largo	de	la	primera	mitad	de	la	vida.
	
El	 tipo	 psicológico	 de	 cada	 persona	 está	 conformado	 por	 algunas	 preferencias	 agrupadas	 en	 pares
extremos	y	el	equivalente	que	encuentro	más	sencillo	para	explicarlas	sería	la	lateralidad	diestra	o	zurda
que	cada	niño	manifiesta,	de	acuerdo	también	a	la	predominancia	innata	en	su	cerebro	de	alguno	de
los	 hemisferios,	 más	 la	 facilidad	 que	 le	 ofrezca	 el	 medio	 ambiente	 para	 desarrollar	 esa	 preferencia
natural.
	
En	primer	lugar,	dice	Jung,	existe	una	tendencia	a	ser	más	abierto	ante	el	mundo	de	afuera,	llamada
extraversión	 –	 erróneamente	 llamada	 extroversión-	 o	 a	 tener	 un	 enfoque	 más	 interior,	 que	 llamó
introversión.	El	par	de	preferencias	indican	la	manera	predominante	como	la	persona	percibe	el	mundo:
a	 la	 perspectiva	 global	 de	 posibilidades,	 abstracta,	 se	 la	 conoce	 como	 intuición	 mientras	 que	 la
percepción	 detallista,	 concreta	 y	 convencional,	 es	 la	 sensación.	 Por	 último,	 en	 el	 momento	 de	 tomar
decisiones,	las	personas	pueden	emplear	argumentos	racionales,	analíticos	y	autónomos,	o	bien	basar
sus	 juicios	 y	 decisiones	 en	 valores	 sociales,	 consideración	 por	 las	 implicaciones	 hacia	 los	 demás	 o
La segunda adolescencia
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  • 1.
  • 3. © 2013 Deborah Legorreta Depósito Legal: B. 16314-2013 ISBN: 978-84-15947-03-5 Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.
  • 4. Contenido Portadilla Créditos Introducción. ¿Adolescente yo? Parte I. Las dos adolescencias 1. Adolescente, menopáusica y otros insultos comunes 2. “¡Está insoportable!” La autopercepción durante las dos adolescencias 3. El proceso de individuación y los cambios de personalidad 4. “Los pájaros, las abejas y los García” Los cambios biológicos Parte II. Separar y juzgar 5. “Pero, ¿qué me está pasando?” 6. “El trío miseria” El estrés y sus consecuencias 7. “La pizca de sal” o la acción de las hormonas sexuales durante la segunda adolescencia 8. “La limpieza del armario” Separar lo útil de lo inútil 9. “El oasis lejano” Separar las aspiraciones de los espejismos Parte III. La salud en la segunda adolescencia 10. “Más vale prevenir que lamentar” Los nuevos hábitos de prevención y estilo de vida 11. “¿Temer o no temer?” La salud de la mujer después de los cuarenta y los tratamientos hormonales 12. “La edad de los nunca” Los síntomas y padecimientos más comunes a partir de los cuarenta Parte IV. Decidir tu futuro 13. “Crear tu futuro” La planificación de vida en esta etapa 14. “Mucho gusto en conocerte” La pareja a partir de los cuarenta 15. “Soy el relleno del sándwich.” La responsabilidad hacia los padres y parientes ancianos 16. “A los sesenta me jubilo” 17. “Habrá una vez un futuro” Los avances científicos en este siglo y nuestra vida. Conclusión en forma de cuento Epílogo. La confesión Lista de organizaciones de investigación y apoyo a la madurez Notas y referencias bibliográficas
  • 6. Introducción. ¿Adolescente yo? “Suena muy interesante su propuesta de libro, pero por favor, no mencione en el título la palabra adolescencia porque la gente no lo va a comprar.” Fue el comentario del profesional de la industria editorial de cuarenta y tantos años, quien había revisado el proyecto para este libro. Mis argumentos a favor de la inclusión de este concepto, tales como la buena reacción de un número considerable de personas cuando había expuesto en conferencias, radio, televisión y cursos esta similitud entre las dos etapas de cambios más evidentes en la vida: la pubertad y la década de los cuarenta, tampoco le convencieron. Finalmente, confesó que la idea de identificarse él mismo como adolescente le parecía terrible. Su pareja le había llamado así, con el propósito de criticar su comportamiento reciente, aparentemente menos responsable que el anterior. Me despedí, agradeciendo su interés, y continué la búsqueda de alguien lo suficientemente valiente como para aceptar publicar un libro cuyo título incluyera dos conceptos tan poco populares: los cuarenta y la adolescencia. Por fortuna, encontré a esas personas y el resultado es este texto que ahora te presentamos. Tengo que reconocerlo: tanto la adolescencia como la llamada crisis de los cuarenta son dos etapas con muy mala fama. Después de todo, llamar a alguien adolescente, menopáusica o, en fechas más recientes, andropáusico, equivale a insultarle. Parecería como si estos términos significaran que quien experimenta la transición de una etapa de “buena fama” -como la niñez- hacia otra todavía más idealizada -como la juventud-, o bien de ésta hacia una menos popular pero al menos vista como respetable -la madurez de los sesenta- fueran entes poco deseables aún para ellos mismos. Sin embargo, como veremos a lo largo de este libro, los significados originales de las palabras adolescencia y crisis fueron mucho más positivos que los actuales. Acepto que un libro en cuya portada aparezcan términos como los cuarenta y adolescencia sólo llame la atención de quien está dispuesto a enfrentar que está por iniciar, ya inicia o apoya a quienes viven etapas para las cuales no hemos sido adecuadamente preparados. Pero el hecho de que tú estés leyendo este prólogo me alienta a pensar que fue correcta la decisión de escribir este libro. Espero que al continuar su lectura, tú también concluyas que ser adolescente de primera o segunda vuelta no es tan terrible, ya que se trata de las dos mayores oportunidades en nuestras vidas para llegar a ser individuos plenos. En este libro encontrarás información actualizada y sólida relacionada con la década clave en la transición hacia la madurez. El contenido abarca los cambios fisiológicos, psicológicos y sociales que ocurren durante esta etapa evolutiva. Para animarte y convencerte de que ya cuentas con experiencia previa, así como para apoyar tu labor, en caso de que seas madre o padre de adolescentes, en el primer capítulo revisaremos aquellos cambios que ya viviste y superaste con éxito durante tu propia adolescencia. Otro aspecto que quisiera aclarar desde ahora es que la segunda adolescencia no necesariamente se inicia a los cuarenta. Las etapas de desarrollo humano son tan variadas y complejas como las personas mismas. La transición hacia la madurez se presenta en la mayoría de las personas de occidente durante la década de los cuarenta, pero es posible que alguien la inicie antes o la retrase hasta el inicio de los
  • 7. cincuenta. También, como veremos en algunos de los ejemplos de este libro, habrá personas que nunca lleguen a madurar a pesar de los años que carguen a cuestas. Por otro lado, quisiera pensar que habrá personas de menor edad, más previsoras y sabias, que desearán leer estas páginas mucho antes de llegar a los cuarenta. Te felicito si tú eres una de ellas, porque sabes que nunca es demasiado pronto para comenzar a construir nuestro futuro y, de hecho, como leerás más adelante, cuanto antes adoptes medidas de auto cuidado, tanto en la salud física como mental, tus posibilidades de tener una mejor calidad de vida durante todos los años que te queden por delante serán mayores. Por último, quisiera explicar el tono y las características de este libro. Estoy convencida que la ciencia y el sentido del humor no sólo no están reñidos, sino que se complementan. El escritor Arthur Koestler calificaba a la creatividad como una broma productiva y, con este espíritu, grandes científicos han empleado metáforas, bromas y frases humorísticas para explicar conocimientos científicos rigurosos y trascendentes. Tal es el caso del eminente neurofisiólogo Robert M. Sapolsky -a quien cito más adelante-, cuyo libro cumbre acerca del estrés, Por qué a las cebras no les dan úlceras (Why Zebras Don’t Get Ulcers), nos sorprende por su claridad y comodidad al introducir términos e ideas que podrían resultar difíciles de comprender (como la comparación de la reacción de las cebras ante el peligro con la nuestra, que nos provoca úlceras). En mi incipiente labor como conferenciante en reuniones científicas, así como en las charlas divulgadoras a través de los medios de comunicación, acostumbro a usar ejemplos graciosos así como similitudes con aspectos cotidianos para facilitar la comprensión de conceptos complicados (como neurotransmisión, trastornos psicológicos o psiquiátricos y otros temas que se consideran difíciles). Hasta ahora, el “humor científico” me ha funcionado, por lo que me atrevo a repetir aquí la fórmula. Con este propósito, introduzco a lo largo del texto los conceptos tanto psicológicos como médicos de las vivencias de los adolescentes de segunda vuelta, a través de algunos ejemplos reales pero humorísticos basados en las experiencias de mis clientes, pacientes, amigos y, desde luego, en las mías propias. Por otro lado, para asegurar que este libro también sirva de apoyo a los especialistas en salud física y mental interesados en la etapa evolutiva de transición que se inicia alrededor de los cuarenta años de edad, he puesto especial cuidado en citar con toda precisión las referencias científicas de donde proviene la información incluida, así como los datos de las principales asociaciones e instituciones profesionales dedicadas al estudio de la madurez. El objetivo es propiciar una investigación más profunda de los temas que les resulten de mayor interés, así como fomentar la ampliación de las redes de especialistas en salud dedicados al bienestar tanto de las mujeres como de los hombres durante esta etapa. Para la edición hispana de este libro he tenido la fortuna de contar con la valiosa colaboración y revisión especializada de Santiago Palacios, eminente especialista en la salud de la mujer y una de las máximas autoridades mundiales en el estudio del climaterio tanto femenino como masculino. El doctor Palacios ha aportado con gran generosidad sus conocimientos y sugerencias para asegurar que las ideas médicas presentadas en este libro sean válidas y actuales desde la perspectiva de esa disciplina.
  • 8. Además de los comentarios del doctor Palacios, para la elaboración de los capítulos dedicados a la salud a partir de los cuarenta, un grupo de extraordinarios especialistas en las distintas áreas de la medicina respondieron con entusiasmo y generosidad a mis preguntas acerca de los malestares más frecuentes que manifestamos durante la segunda adolescencia. Agradezco profundamente a todos ellos su invaluable apoyo. En esta nueva edición actualizada 2013, he integrado los avances que en materia de salud física y mental por fortuna se han alcanzado mediante la investigación científica. El objetivo de este libro es, por tanto, asegurar que tengas la mejor vida después de los cuarenta, como un nuevo ser, sano física y mentalmente; seguro, creativo, pero sobre todo, satisfecho con el futuro que tendrás el valor de construir para ti mismo.
  • 10. Capítulo 1 Adolescente, menopáusica y otros insultos comunes El verdadero significado de adolescente La palabra adolescens, del latín, es el participio activo del verbo adolescere, que significa crecer. Por tanto, en sus orígenes, adolescente significaba “el que está creciendo” y adulto (adultus en latín), como participio pasivo del mismo verbo adolescere, era aplicado como calificativo para “el que ya creció”. Por tanto, adolescente y adulto son distintos momentos del mismo proceso de crecer. Pero entonces nos surge la pregunta acerca de cuándo dejamos de crecer y podemos llamarnos verdaderamente adultos. En fechas recientes se ha dado por llamar a las personas mayores de sesenta años “adultos en plenitud”. ¿Será al cumplir esa edad cuando podamos asegurar que dejamos de ser adolescentes? Con la expectativa de vida cada día mayor, así como con los avances en la investigación que a diario descubren más novedades acerca de las posibilidades regenerativas del cerebro y del resto del cuerpo, es muy probable que en un futuro no tan lejano la mágica edad de los sesenta sea considerada como apenas el inicio de la segunda mitad de la vida. El hecho es que quienes se acercan o inician ahora la década de los cuarenta por fortuna no pueden decir que han dejado de crecer y, por tanto, ¡deberían aceptar con gusto la idea de que son todavía adolescentes! Después de todo, si revisamos en detalle lo que significa ser adolescente, nos sentiremos más atraídos con la idea de serlo. 1. Adolescente es el que crece. Como veremos en la primera parte, durante las dos adolescencias es cuando más crecemos, tanto desde el punto de vista biológico en la primera adolescencia, como desde el punto de vista psicológico en la segunda. Daría la impresión de que la naturaleza, en su sabiduría, nos permitiera pagar en dos partes el precio de la madurez. 2. Adolescente es el que se mueve hacia adelante. Los participios activos de los verbos son, como su nombre lo indica, conceptos activos, no pasivos; de movimiento, no estáticos. Ser adolescente significa, entonces, estar en movimiento hacia un estadio de desarrollo más completo, llamado ser adulto. La segunda parte de este libro tiene como propósito prepararte para cruzar el puente movedizo de los cuarenta hacia la verdadera plenitud madura. 3. Adolescente es el que tiene un futuro. Esta idea de movimiento hacia delante implícita en adolescere también nos indica que en la voluntad e imaginación del adolescente existe un futuro por construir, hacia el cual dirigirse. Mientras que en la primera adolescencia existen cambios en los procesos de pensamiento que permiten esta nueva perspectiva mental más allá del aquí y del ahora infantil, en la segunda adolescencia la persona que no se reconoce adolescente se enfrenta a la idea del futuro con temor, y quisiera “meter marcha atrás” en el coche imaginario que es su vida. Pero el segundo
  • 11. adolescente que asume serlo, revisa el mapa, cambia de rumbo y afina la dirección hacia ese futuro que en verdad desea alcanzar, como veremos más adelante. Crisis. Otra palabra con muy mala fama es crisis. Decir que alguien está en crisis equivale a calificarle como en estado de descontrol, desorden y, muy probablemente, parálisis. Sin embargo, al igual que adolescente, la palabra crisis fue en su origen griego un concepto mucho más positivo e interesante que en su acepción actual: proviene de krino, conjugación en presente y primera persona del verbo griego krinein, que significa “separar, juzgar y decidir”, y se empleaba en tiempos de Hipócrates (el padre de la Medicina), para calificar el momento en el cual ocurría en el cuerpo del paciente un cambio sustancial que decidía la mejoría o el empeoramiento de su salud. El médico tomaba la decisión del tratamiento a seguir en ese estado crítico de la enfermedad realizando un diagnóstico mediante la separación o distinción de los síntomas que le permitieran juzgar la gravedad y tipo de padecimiento, para. Finalmente, decidir el tratamiento más adecuado a seguir. El momento crítico era, pues, de importancia vital. Si retomamos este sentido original para aplicarlo a la segunda adolescencia de los cuarenta, “estar en crisis” significaría entrar en una etapa importante cuando yo separo, juzgo y decido, para que mi salud física y mental mejore o empeore. Al igual que durante la primera adolescencia, la etapa crítica de los cuarenta va a estar caracterizada por esta necesidad fisiológica y psicológica de ajustar una vez más nuestro estilo de vida para enfrentar con éxito la siguiente etapa. En la segunda parte de este libro revisaremos cómo llevar a cabo las dos primeras tareas críticas: la primera consistirá en separar y revisar en detalle nuestras ideas, sentimientos, fantasías y conductas previas, para en segundo término, ya con una idea clara del estado actual de nuestras vidas, juzgar lo que podemos vislumbrar como verdaderamente prioritario y valioso a partir de esta etapa de vida. En la tercera parte te sugiero cómo decidir tu futuro, comenzando con la decisión de cuidar tu salud para asegurar que el resultado de la crisis sea una mejor calidad integral de vida traducida en bienestar cotidiano. Desde mi experiencia como mujer que ya se acerca a los sesenta años de edad, aunada al contacto profesional y social con un buen número de personas que ya han rebasado los cuarenta, puedo asegurarte que quienes se niegan la oportunidad de estar en crisis y pretenden seguir con el mismo estilo de vida, los mismos hábitos y la misma perspectiva ante sí mismos y ante la vida, pierden la oportunidad de sanar y de madurar plenamente. Por otro lado, quienes experimentan los cuarenta como una etapa crítica, con este significado activo del verbo krinein, esto es, quienes voluntariamente separan y conservan aquello que desean para su futuro pero a la vez se atreven a descartar los hábitos, ideas, prejuicios y conductas que ya no les serán útiles y que muy posiblemente limitan su salud y desarrollo integral como personas, continúan más ligeras y preparadas hacia la segunda mitad de su vida. Son las personas que más adelante emanan seguridad, bienestar interior y sabiduría. Son, en dos palabras, personas maduras. Madurez. Es otra palabra que nos deja con sentimientos encontrados. Decirle a una mujer que es “madurita” es casi equivalente a decirle que ya está “pasada”. Un hombre maduro puede significar al mismo tiempo que es estable o que ya está fuera del rango de edades deseables para ser contratado por una empresa. En este segundo sentido, “maduro” y “obsoleto” se vuelven sinónimos. Con las acciones
  • 12. de las características de la juventud pasa algo similar que con las de algunas empresas que cotizan en las bolsas actuales: su valor está basado más en la especulación y la apariencia que en la solidez y el rendimiento al largo plazo. Al igual que con los dos conceptos anteriores, me gustaría revisar el significado original de madurez para rescatar su valor en “la bolsa” de nuestra percepción colectiva y convencerte de invertir en ella. La palabra maturus significaba en latín aquello que estaba en su punto máximo de desarrollo. Con respecto a los frutos, se llamaba maduro al fruto que alcanzaba su mejor sabor, y con relación a las personas, maduro o madura era quien alcanzaba el desarrollo pleno de sus capacidades intelectuales y de convivencia con sus semejantes. Ser maduro significa entonces, desde el punto de vista psicológico, haber alcanzado unos niveles envidiables de capacidades de pensamiento, emocionales y de conducta que permiten actuar con los mejores resultados. No es casual que la mayoría de las mujeres y hombres en puestos de liderazgo sean mayores de cuarenta años. Desde el punto de vista biológico y corporal, lejos de estar caducas o pasadas, las personas maduras están como las frutas: ¡Con el mejor sabor y en su punto! Pero la madurez no se presenta de manera automática. En el reino vegetal, requiere de esfuerzos para asegurar las mejores condiciones de crecimiento y la decisión del momento más oportuno para cosechar. Entre las personas, el momento crítico se presenta para definir si alcanzaremos la madurez plena y requiere la decisión de soltarse de aceptar dejar el suelo fértil y conocido de la juventud para llegar hacia ese nuevo estado maduro cuando llega el momento oportuno de cosechar. No decidirse a hacerlo es posible, pero ocasiona que quien pretenda seguir por demasiado tiempo aferrado a la etapa previa sea como dice mi amiga Morella que son algunos hombres que ella conoce: “No maduraron nunca. Pasaron de verdes a podridos”. Menopausia y Andropausia. Las dos últimas palabras con significados asignados que nos molestan o atemorizan al acercarnos a los cuarenta son estos dos términos médicos relacionados con la disminución de las hormonas sexuales, que desde el inicio de nuestras vidas, y en especial a partir de la pubertad, han jugado un papel muy importante en nuestro metabolismo, conformación y características corporales, así como sobre nuestro comportamiento masculino o femenino. Quizá el término relacionado con los niveles hormonales al que se vinculen más atributos negativos sea la menopausia. Menopáusica se ha convertido en sinónimo de mujer emocionalmente inestable, deprimida, ansiosa o irritable, gorda, fea y enferma. Por otro lado, en fechas recientes se ha dado por llamar andropáusico al hombre que manifiesta más abiertamente sus emociones, que actúa de manera más impulsiva o rebelde, que tiene un deseo sexual disminuido y, en especial, que ya no desea seguir compitiendo con la agresividad esperada en el trabajo. Llegar a la edad en que alguien es calificado como menopáusica o andropáusico equivale a engrosar las filas de los obsoletos; saldos de la generación anterior. No es entonces casual que reaccionemos con negación o temor ante la posibilidad de incorporarnos al grupo de tan indeseables sujetos. Sin embargo, como revisaremos en detalle en la primera parte, la menopausia es un término que sólo puede emplearse para el cese del flujo menstrual un año después de que ya sucedió. Por tanto, si usamos el concepto médico correcto de menopausia, una mujer puede ser calificada como pre, peri o post
  • 13. menopáusica, ¡pero nunca como menopáusica! Otros dos conceptos relacionados con la menopausia y que ocasionan confusiones o temor son climaterio y perimenopausia. El primer concepto proviene del griego y está relacionado con la palabra klimakter, que significa escalón o peldaño. Climaterio se aplicaba entonces a una época crítica, en la cual la persona tenía que subir o bajar escalones. Al emplearla para calificar a la etapa de transición caracterizada por los cambios hormonales que tanto preceden como siguen a la menopausia de la mujer, el climaterio es sinónimo de la perimenopausia (que proviene del prefijo peri, “alrededor de”, de acuerdo con los especialistas actuales).[2] En lo referente a la andropausia, la situación es todavía más compleja. A pesar de ser ampliamente empleado, el término mismo no cuenta aún con una definición aceptada de manera general por los médicos especialistas y existe una gran controversia acerca de su existencia misma como un síndrome similar al de la transición hacia la menopausia en la mujer. Después de todo, no existe en el hombre un momento de cese total en la capacidad reproductiva equivalente a la menopausia femenina y, por tanto, el término andropausia carecería de sentido. Algunos expertos prefieren por ello utilizar el concepto de “climaterio masculino” ya que la idea de un descenso gradual, escalón por escalón, sería más adecuado para calificar el proceso hormonal en el hombre a partir de los cuarenta años. En algunos otros casos, los médicos prefieren hablar de PADAM (por sus siglas en inglés: Deficiencia Androgénica Parcial del Adulto Mayor), otros eligen llamarlo hipogonadismo tardío, SDT (síndrome de deficiencia de testosterona) o ADAM (por sus siglas en inglés: deficiencia Androgénica del Hombre Añoso). En la primera parte de este libro se incluyen las posturas científicas más actuales acerca de este tema pero, una vez más, llegamos a la conclusión de que desde el punto de vista médico calificar a un hombre de andropáusico durante los cuarenta es, en la mayoría de los casos, incorrecto. Sin embargo, y para concluir, de estos dos últimos conceptos con mala fama quisiera rescatar el elemento común de pausa como la esencia psicológica de la segunda adolescencia. Durante las fases adolescentes de crecimiento intensivo nuestra mente o psique nos pide llevar a cabo las tareas implícitas en el verbo krinein -“separar, juzgar y decidir”- que ya mencionamos arriba. Es una oportunidad para revisarnos, para plantear en la primera fase y recordar en la segunda los sueños, las capacidades personales, los aspectos reprimidos y las facetas de nosotros mismos; las vetas de oro por explotar. Pero para poder separar lo impuesto artificialmente por otros de lo auténtico y valioso para nosotros mismos se requiere de tiempo y espacio personal. Para emitir el juicio de quienes somos, y escucharnos al hacerlo, se necesita el silencio. Para conformar nuestra identidad individual en la primera adolescencia y remembrarnos -en el sentido de recordar quienes somos y de rescatar todos nuestros miembros, dejados en el camino del servicio para los demás- en la segunda, necesitamos regalarnos ese espacio y tiempo personal con más frecuencia durante estas etapas. Alejarnos del ruido intenso de las expectativas externas que nos aturden y que opacan la voz interna. Necesitamos, pues, una pausa. En esta pausa del silencio y del aislamiento propiciada durante la segunda adolescencia se presenta lo que Mario Benedetti expresa en su haikú[3]:
  • 15. Capítulo 2 “¡Está insoportable!” La autopercepción durante las dos adolescencias “No puedes decirle nada, porque se enfurece o empieza a llorar... Además, le ha dado por encerrarse en su cuarto durante horas o por llegar a la casa muy tarde en la noche. Prefiere a sus amigos que a su familia. Nos peleamos por cualquier detalle y me lleva en todo la contraria. ¡No entiendo que le pasa! ¡Está insoportable!” La queja anterior podría referirse a la conducta de una adolescente de 13 años llamada Paola, al comportamiento de su hermano gemelo Javier, o bien a la reciente actitud de cualquiera de sus padres, Jaime y Patricia, ambos de cuarenta y tres. Lo interesante es que cada uno de estos personajes la atribuye a cualquiera de los otros miembros de su familia -a quienes llamaremos los García- pero difícilmente la reconoce en sí mismo. Resulta irónico que adolescentes y cuarentones se perciban los unos a los otros como si estuvieran viviendo etapas muy distintas cuando en realidad, como veremos ahora, son etapas muy similares. La relación con nosotros mismos: autoimagen, autoconcepto y autoestima Tanto en la primera como en la segunda adolescencia, los cambios en el proceso de pensamiento, en las conductas y en los intereses son los primeros en anunciar una nueva etapa de crecimiento. Las dos adolescencias comienzan con una especie de inquietud y sensación de ya no ser el mismo de antes; de necesidad de cambiar en algo, sin tener una idea precisa de qué es ese algo. Paola, Javier y sus padres comparten las siguientes modificaciones en su manera de percibirse a sí mismos y de interactuar con los demás. “Espejito, espejito” en casa de los García Tanto Paola, como Patricia han experimentado en los últimos dos años los cambios hormonales y físicos que revisaremos en detalle en el siguiente capítulo. A consecuencia de éstos, la forma y el comportamiento de su cuerpo han ido cambiando progresivamente, muchas veces en contra de lo que ambas esperarían ver reflejado en el espejo. Tanto Paola como Patricia tienden a aumentar de peso con facilidad y últimamente, no importa qué dieta sigan, la báscula indica de dos a tres kilos más que los que pesaban hasta hace poco. Otras causas de descontento con su propia imagen corporal provienen de las disonancias con lo que se considera atractivo en ese momento: Paola tiene el cabello rizado y la moda propone el liso, mientras que Patricia tiene los labios delgados y ahora se consideran
  • 16. atractivos gruesos o viceversa, ya que cada año cambian los estándares de “belleza”. Agreguemos que Paola se arregla más para intentar verse mayor y que Patricia lo hace para verse más joven. Patricia califica a su hija de tonta por no valorar su belleza joven y Paola considera a su mamá ridícula por intentar vestirse como lo hacen ella y sus amigas. La autoimagen corporal. Las mujeres actuales invertimos buena parte de nuestro tiempo en intentar saber quiénes somos, cuánto valemos y qué tan atractivas somos para los demás en nuestro aspecto físico. Si bien las mujeres de todas las épocas han invertido tiempo y esfuerzo en su arreglo, en los últimos treinta años los estándares de belleza se han vuelto no sólo más exigentes sino que adicionalmente no corresponden al cuerpo real de más del 90 por ciento de las mujeres de cualquier país, edad o grupo racial. La accesibilidad de las imágenes de modelos que pesan de un 30 a un 40 por ciento menos de lo saludable para su estatura y que de promedio tienen entre quince y veinte años de edad tampoco ayudan a que Paola con sus primeras curvas, o Patricia con las suyas de madre de dos hijos, se sientan contentas con el aspecto de su cuerpo. Ambas buscan alcanzar un ideal artificial que les hace sentirse poco atractivas, menos deseables y, por ende, más inseguras. Por fortuna, nuestras amigas no están tan descontentas o desesperadas como para recurrir a los trucos dañinos que saben que muchas de sus amigas emplean para no subir de peso o para tener el rostro ideal. A Paola le han aconsejado en la escuela que vomite fácilmente después de comer gelatina, helado o crema batida al final de la comida. Esto -le han dicho- facilita el paso de los alimentos por el esófago. Muchas de sus compañeras de la escuela secundaria siguen esta rutina casi a diario y gracias a ello están mucho más delgadas que Paola. Por fortuna, a ella le da miedo caer en la trampa de la bulimia gracias a la información que le ha dado Patricia acerca de los riesgos terribles de este desorden alimenticio y sabe que los “trucos” de sus amigas pueden llevar incluso a causar la muerte. A Paola tampoco le atrae alimentarse exclusivamente con lechugas y agua para conservar la línea. Prefiere hacer ejercicio y limitarse en el consumo de pan, dulces y chocolates para mantenerse en su peso. Lorena o La Negación Sin embargo, Lorena (la hermana de Patricia) siempre se había jactado de tener una figura perfecta, pero hace un año comenzó a subir un poco de peso, apenas el equivalente a una talla más de lo que medía cuando tenía veinte años. Para Lorena, quien acaba de cumplir cuarenta y un años, este cambio fue insoportable y últimamente Patricia ha notado que su hermana ha bajado de peso de manera notoria y en muy poco tiempo. También le llama la atención que hasta hace poco su hermana comía muy bien pero ahora queda satisfecha con porciones mínimas. Además, está ansiosa, irritable y no duerme casi nada. Ante la insistencia de su hermana, Lorena confiesa que ha caído en la tentación de las drogas para suprimir el apetito con tal de mantener su figura juvenil a cualquier precio. Las ha obtenido, mediante el pago de un jugoso cheque, de un “médico” que jamás le ha solicitado que se haga algún examen de laboratorio para conocer su estado de salud, y que le proporciona mensualmente las cápsulas que deberá ingerir en un frasco donde no aparecen los ingredientes del medicamento. Lorena también ha acudido a todo tipo de tratamientos estéticos de moda, como son las inyecciones de diversas sustancias para agrandarse los labios y eliminar las arrugas entre las cejas. Muchas veces ha seguido el consejo de alguna amiga y se ha sometido a tratamientos arriesgados sin asegurarse de estar en manos de un médico cualificado. Con todos estos tratamientos, el rostro de Lorena pierde cada día más su expresión natural para convertirse en una
  • 17. especie de máscara inexpresiva e hinchada. Se ha decolorado el cabello y lo ha vuelto a teñir tantas veces que raparse totalmente y cruzar los dedos esperando que vuelva a salir sería la única opción para volver a tener un cabello sano. Contrariamente a lo que intenta lograr con toda su inversión en drogas y tratamientos, y lejos de sentirse mejor, Lorena se siente ahora menos atractiva, más desequilibrada emocionalmente y, sobre todo, más infeliz. La negación ante la edad. En lo que respecta a su autoimagen, daría la impresión de que Paola, a pesar de sus propias insatisfacciones con su apariencia, es a sus 13 años más sabia que su tía porque al menos aspira a crecer y ser mayor, mientras que Lorena quisiera decrecer. Como esto es imposible, la autoimagen corporal de Lorena le resultará cada vez más insatisfactoria a menos que pregunte a su hermana Patricia por qué ella parece estar cada día más guapa y siga su ejemplo. La clave, le dirá Patricia, es aceptar que cada edad tiene su atractivo. Los hombres también lloran Pero Jaime, el esposo de Patricia, no está tan satisfecho con su imagen madura como parece estarlo su mujer. Al igual que a Javier, su hijo, nunca le ha agradado su estatura, de apenas un metro con sesenta y tres centímetros. Además, últimamente el vientre se le ha vuelto más prominente, sin importar los sacrificios dietéticos que haga ni el ejercicio matutino incrementado. Patricia le dice que exagera porque está muy lejos de ser obeso, pero Jaime es vanidoso. Además, según Jaime, el vientre de mayor tamaño hace que su pene aparente ser menos largo y eso, acompañado de los cabellos que todas las mañanas le dicen adiós desde el piso de la ducha, le recuerdan que ya es un cuarentón. Desde hace unos meses, a Jaime le ha dado por vestirse con camisas y corbatas de colores más brillantes. Por primera vez en su vida, ha aceptado que Patricia le compre una crema hidratante para la cara y ha comenzado a ir a un centro de salud capilar para intentar retener los pocos cabellos que no han desertado aún de su cabeza. Sería incapaz de reconocerlo frente a Patricia o sus amigos, pero la realidad es que se siente menos atractivo que antes. Su hijo Javier tiene, desde que inició la pubertad, tendencia a engordar, acompañada de un hambre feroz a todas horas. Él trata de contrarrestar los efectos nocivos de las cantidades industriales de carne roja, pan, refrescos y comida chatarra que consume a diario con ejercicio intenso durante las tardes, pero sigue con el vientre abultado y la cara redonda. Además, para su desgracia, heredó la baja estatura de su padre y es de los menos altos de su clase. Tiene el cutis y el cabello grasos, así es que ha pedido a Patricia, su madre, que le compre una crema especial para ayudarle a resecar las espinillas del rostro así como un tratamiento capilar especial para cabello graso. Aunque jamás lo reconocería frente a su madre o sus amigos, la realidad es que se siente menos atractivo que cuando era niño. Relación entre el autoconcepto y la autoimagen en las dos adolescencias. Al inicio de la primera adolescencia, las personas adquirimos la capacidad de pensar acerca del pensamiento mismo; esto significa que nos volvemos conscientes de nuestros pensamientos y en consecuencia de nuestro ser interno e individual. El desarrollo de esta capacidad cognitiva nos ofrece la posibilidad de formarnos una identidad interior individual, conocida en psicología como autoconcepto, así como de establecer los ideales a los que aspiramos con respecto a nuestro propio desarrollo personal, tanto externo - manifestado por la auto imagen- como interior, integrado en el autoconcepto. En la medida en que ambas autopercepciones se acercan a nuestros ideales, o a nuestra apreciación de que seremos capaces
  • 18. de alcanzar dichas metas en un futuro, crecerá nuestra valoración de nosotros mismos, conocida como autoestima. Durante la primera adolescencia, debido a esta naciente capacidad de observarse a sí mismos, los jóvenes de ambos sexos se sienten más expuestos a las miradas de los demás, y en especial las adolescentes pueden pasar de percibir de una manera más detallada su cuerpo a la sensación de ser objetos evaluados por los demás de acuerdo con su atractivo y no sujetos con múltiples dimensiones (véase por ejemplo a Tiggemann, Marika y Lynch, Jessica E., 2001).[4] Los desórdenes alimenticios con carácter de epidemia en los países occidentales pueden deberse a esta distorsión en el pensamiento de la adolescente, quien experimenta el incremento natural de la masa corporal como gordura y, en consecuencia, se siente de poco valor como objeto atractivo en una cultura obsesionada con la delgadez femenina extrema como ideal de belleza (Archibald y otros, 1999)[5] En lo que respecta a los jóvenes, la autoimagen corporal se define mediante la comparación con sus compañeros de la misma edad y en función del grado de desarrollo de las características sexuales y corporales alcanzado con respecto a los otros. Mientras que las niñas que maduran temprano pueden sentirse más incómodas e inseguras con las nacientes curvas, las investigaciones recientes indican que los niños que inician su pubertad antes que los demás manifiestan una auto imagen más adecuada, además de una seguridad personal mayor que la de sus compañeros que maduran más tarde (Steinberg, Laura, 2001)[6] Esto puede deberse, en especial en la cultura occidental, a que el desarrollo de características masculinas tales como el cambio de voz, el bello facial convertido en barba y bigote, y en especial el crecimiento y capacidad eyaculatoria del pene, se convierten en símbolos de un nivel superior en la escala del poder entre los grupos masculinos. El joven que madura temprano tiene derecho a ser parte del grupo de los “grandes” y esto alimenta su autoestima. Pero si la pubertad se retrasa o, peor aún, si -como en el caso de Javier- deja al final de dos o tres años al joven con una estatura, con una voz o con un pene menos acordes con el ideal de su grupo social, la autoimagen se verá afectada y, de acuerdo con algunos estudios, disminuirá los sentimientos de adecuación, la capacidad de socialización y aún la capacidad de desempeño futuro sexual del joven. Al iniciar la segunda adolescencia, también experimentamos una redefinición drástica en nuestra imagen corporal. Patricia dice: “¡Hasta ayer, yo no tenía arrugas!”; “¡Qué cansada me veo!”. Jaime confiesa a su imagen en el espejo: “¡Estoy quedándome calvo!”; “¡Qué gordo estoy!” En esta edad comenzamos a notar todos esos cambios. Es como si una mañana cualquiera despertáramos con un rostro y con una persona que hasta ayer identificábamos con nosotros mismos, pero que ahora nos resulta desconocida. En palabras del poeta uruguayo Mario Benedetti: “Desde el espejo mis ojos no me miran miran al tiempo”[7] Revisamos la imagen en el espejo y miramos el tiempo -como escribe el poeta- con la nostalgia de aquella época reciente, cuando aún la cara no tenía escrita la historia de sus risas, de sus preocupaciones y de sus emociones en la forma indiscreta de las arrugas. Y en esos momentos decidimos que nuestro espejo es tan mentiroso como el de la madrastra de Blanca Nieves, pero mucho más cruel.
  • 19. El rechazo hacia la aceptación de su nueva imagen y la incorporación de ésta a un concepto maduro de sí mismos se relaciona, tanto en las mujeres como Lorena como en los hombres como Jaime, a la fantasía de que no han cambiado y a la ilusión de que hasta hace muy poco se veían como cuando tenían dieciocho o veinte años. Como mencionamos arriba, durante la etapa de los cuarenta nos parece que una mañana despertamos con un rostro distinto al de ayer. Pero en realidad, hemos estado cambiando durante muchos años, tantos como los que ha durado nuestra vida. Lo que sucede es que en esta etapa, al igual que antes, durante nuestra primera adolescencia nos miramos y exploramos más a nosotros mismos. Nos sucede como cuando nos interesamos por primera vez en algún tipo de objeto para coleccionar y pareciera como si por coincidencia se nos presentaran esos objetos por todas partes. Muy probablemente habían estado ahí, donde ahora los vemos todo el tiempo, pero simplemente no los habíamos notado. Lo mismo pasa con las arrugas, las primeras canas y los tres o cuatro kilos de más: ya estaban antes, pero es ahora cuando los vemos. Si hasta hace muy poco no nos preocupaban ni afectaban nuestra autoimagen, ¡no tendrían por qué hacernos sentir menos atractivos ahora! Por último, pensemos en lo ridículo de nuestra actitud y aprendamos a reírnos de nosotros mismos. Tratar de vernos siempre como cuando teníamos diecisiete o dieciocho años de edad equivaldría a escuchar a dos ranas, que se reunieran después de no verse desde hace veinte años o más, decirse la una a la otra durante la reunión de su generación de la escuela secundaria “Del Charco”: ¡Qué bárbara, estás guapísima! ¡No has cambiado nada!... ¡Te ves como cuando eras una renacuaja!
  • 20. Capítulo 3 El proceso de individuación y los cambios de personalidad El Extraño Fenómeno de la Casa Encogida Patricia ha sido siempre muy sociable y, además, se ha dedicado a su esposo y familia por completo en el poco tiempo libre que le deja el trabajo. Salvo para arreglarse en la peluquería o salón de belleza, rodeada de otras mujeres y del ruido de las secadoras, no se ha regalado una hora para ella misma desde hace más de quince años. Sin embargo, últimamente ha sentido la necesidad de encerrarse en su cuarto a leer, a escribir sus pensamientos o simplemente a estar a solas y en silencio. Al igual que Paola y Javier, que se encierran en sus habitaciones para escuchar música a solas o para escribir en su ordenador, Patricia siente el impulso de aislarse de los demás para simplemente descansar o pensar en sí misma. Pero, mientras que Paola no siente que haya nada de raro en su necesidad de aislamiento, Patricia vive la suya con sentimiento de culpa; como si fuera una muestra de egoísmo terrible e inaceptable en una madre y esposa responsable del cuidado y la atención de otros, como es su caso. Por su parte, Jaime llega del trabajo muy tarde y después de saludar a su esposa quiere estar a solas en la estancia, cambiando constantemente de canal la televisión, revisando las redes sociales, escuchando música nostálgica de cuando tenía menos años o simplemente sentado a oscuras, pensando. Patricia y sus hijos le reclaman el poco tiempo que pasa en casa y que no quiera convivir más con ellos. El reclamo de su familia, “¡Parece que te estorbamos!”, preocupa a Jaime, pero en realidad siente la necesidad de estar a solas y en silencio mucho más que hasta hace muy poco tiempo. En resumen, últimamente los cuatro García necesitan de más tiempo a solas y se irritan cuando alguno de los otros invade su espacio privado. Su casa, hasta hace poco espaciosa y confortable, les parece cada vez más pequeña. Ya no caben al mismo tiempo los cuatro en ella sin estorbarse. Parecería como si la casa hubiese encogido. Volvernos verdaderos individuos. El impulso de Patricia y de Jaime es tan natural como el de sus hijos. Las dos adolescencias son las etapas de revisión y definición de la identidad por excelencia, por lo que se requiere del tiempo y el espacio para escucharse a uno mismo. Desde el punto de vista psicológico, la energía para atender los mil asuntos externos y las demandas de quienes les rodean parece por momentos ser de menor importancia o prioridad, al enfocarse en estas fases en el gran cambio interior que está ocurriendo en ellos. Las voces externas interrumpen el diálogo interior que predomina en estas etapas y por ello los García sienten ahora que su casa ha encogido; que se estorban los unos a los otros y que se invaden al compartir esos mismos espacios que antes les resultaban amplios. El proceso de individuación, de acuerdo con Carl Gustav Jung -uno de los pioneros de la psicología profunda- es “un proceso de diferenciación que tiene como objetivo el desarrollo de la personalidad individual”[8]
  • 21. El primer cambio psicológico importante relacionado con el proceso de individuación se va a dar en ese momento en que, durante la primera transición, el niño desarrollará la capacidad de pensar de manera abstracta. Esta nueva capacidad cognitiva permitirá al adolescente experimentar por primera vez desde dentro su “Yo-en-el-Mundo”, como llamara el psicólogo Ludwig Binswanger a la posibilidad de contemplarse a sí mismo como un individuo diferente a los demás. Como ya se mencionó en el apartado del autoconcepto y la autoimagen, la preocupación primordial del adolescente se vuelve entonces este Yo, distinto pero a la vez inmerso en un entorno de relaciones complejas. La simplicidad del aquí y el ahora infantil deja el lugar a la preocupación por el “Yo, aquí y ahora, pero también allá, mañana y con otros”. La niña hasta hace poco despreocupada de su género comienza a pensarse y a comportarse cada vez más como miembro del sexo femenino. Como Paola y sus amigas, quiere ser a la vez absolutamente diferente a las demás... pero de acuerdo con las normas de comportamiento y apariencia que rijan en su medio social. Durante la primera adolescencia se inicia también el pensamiento relativo. Las tradiciones, los dogmas, valores y reglas que los padres han transmitido a sus hijos y que eran hasta hace muy poco tiempo aceptados por éstos como absolutamente válidos, son ahora criticados y puestos en duda. Javier manifiesta su naciente Yo mediante nuevas aficiones musicales, filosóficas e ideas políticas que cambian tan pronto como se vuelven aceptables para sus padres. Lo importante es sostener el NO individual frente al SÍ colectivo, en especial si se trata de la afirmación de los valores de la generación de sus padres. Pero, contra lo que usualmente se piensa, esta rebeldía adolescente no es del todo negativa. Es el mecanismo mediante el cual el adolescente pone a prueba los conceptos y valores propios que regirán su vida futura como individuo distinto de sus padres. Si durante esta primera etapa Paola y Javier se rebelan, ponen a prueba los valores y las costumbres familiares, y reconocen que sus padres no lo saben todo y que a veces hasta se equivocan, tendrán la oportunidad de diferenciarse de una vez por todas y de comenzar a partir de la juventud su vida como individuos adultos. Si, por el contrario, los adolescentes García siguieran siendo excesivamente obedientes y complacientes con sus padres, sorprenderían a todos -incluyéndose a ellos mismos- cuando al cumplir los cuarenta años comenzaran finalmente a rebelarse, pero lo hicieran de un modo excesivo y, sobre todo, extemporáneo. Como me confiara un hombre de cuarenta y cinco años a punto de separarse de su esposa, enamorado de alguien nuevo y con la firme idea de cambiar de trabajo: “Hasta ahora, hice todo lo que se esperaba de mí. Estudié lo que mi padre quiso que estudiara. Me casé con la novia que le gustó más a mi mamá. Tuve los hijos que quiso mi esposa que tuviéramos y viví e hice lo que la empresa decidió para mí. Ahora quiero vivir mi propia vida” Si bien los cambios y ajustes que se realizan durante los cuarenta pueden ser muy provechosos, no lo son tanto cuando tan sólo se trata de manifestaciones impulsivas de una rebeldía que debería haberse experimentado durante la primera transición. El proceso de individuación es un camino tan largo como la vida, pero tiene algunos puentes cuyo cruce va a determinar si seguimos creciendo o si nos estancamos. Las dos adolescencias son esos puentes, por momentos inestables, que nos permiten cruzar hacia la continuación del camino vital. Lo interesante es que, tarde o temprano, la mente nos arrastra hacia adelante aunque nos resistamos y nos amarremos en la orilla de la protegida niñez o de la cotizada juventud. Para quien no ha pasado voluntariamente el primer puente de la adolescencia rebelde, el segundo se vuelve más largo, inestable y difícil.
  • 22. Jaime y Patricia aún no lo entienden pero, después de haber sido hijos, padres y ciudadanos ejemplares que han vivido todos estos años de acuerdo con lo que los demás esperaban de ellos, están a punto de iniciar el cruce del segundo puente con tareas de individuación pendientes desde el primero. En los siguientes capítulos veremos cómo logran de una vez por todas ganarse el calificativo de individuos y maduros. Individuación y los cambios de vida Es inevitable que a partir de la primera adolescencia el período más libre de responsabilidades, flexible y espontáneo que caracterizó la vida durante la niñez, cambie sustancialmente. El paso a la escuela secundaria en la mayoría de los países occidentales inicia al niño en el ritmo de los horarios rigurosos en los que cada hora es dedicada a una tarea o disciplina específica. Afuera, la vida se vuelve más compleja y reglamentada mientras que adentro, el naciente Yo demanda tiempo libre y mayor flexibilidad para poder definir sus propias prioridades. En la segunda adolescencia, la persona que ya ha vivido de acuerdo con la estructura rígida de los horarios y las agendas demandará, una vez más, tiempo libre para realizar los cambios de vida que le asegurarán una mayor satisfacción en la siguiente etapa. Limpieza de armario en casa de los García Patricia ha entrado en una etapa frenética de limpieza, cambio de mobiliario y, en especial, le ha dado por limpiar todos los armarios de la casa. Saca, revisa, tira ropa al suelo, la mete en bolsas y la saca al pasillo para regalarla a alguna obra de caridad. No entiende cómo han podido acumular tantas cosas en estos años y, sobre todo, llegar a pensar que algún día resultarían útiles de nuevo. Jaime llega del trabajo y se encuentra a una Patricia más activa que una niña de cinco años después de comer azúcar durante todo el día. Entra a la habitación justo a tiempo para rescatar de las bolsas su camiseta favorita y el pantalón de mezclilla descolorido que ya no usa porque es tres tallas más pequeño que su medida actual. Se molesta con la falta de sensibilidad de su esposa. ¿Acaso no sabe que esa ropa es la que llevaba puesta cuando se conocieron, hace veinte años? Además, no pierde las esperanzas de que algún día los tejanos le vuelvan a quedar bien y la camiseta, con un poco de colorante vegetal, vuelva a quedar como nueva... aunque esté un poco roída en la manga derecha. Javier aporta a la colecta caritativa de su madre tres pantalones, dos pares de zapatos y el suéter que le regaló su abuela hace un mes por su cumpleaños. Paola entrega, con una generosidad sólo equiparable con la de una seguidora de la Madre Teresa de Calcuta, la falda que le compró su madre hace apenas unas cuantas semanas en las rebajas de fin de temporada. Patricia se molesta con sus hijos: ¡Cómo pueden ser tan desconsiderados y regalar prendas totalmente nuevas! Los adolescentes contestan que no piensan ponerse esa ropa “de viejos” y que es mejor regalarla ahora, cuando aún está nueva, y no esperar a hacerlo cuando ya esté vieja y descolorida, como la que han guardado sus padres todos estos años en el fondo del armario. Definición y revisión de intereses. En la primera adolescencia se comienzan a manifestar de manera más evidente las preferencias personales con respecto a la vocación y las áreas de interés. Al igual que la ropa nueva que Paola y Javier descartan por no haber sido escogida por ellos mismos, los adolescentes comienzan a emplear en primera persona y con mayor frecuencia los verbos “querer”, “preferir”, “elegir”, y “decidir”. Hasta el adolescente más sumiso manifestará en algún momento un “yo prefiero”
  • 23. frente a los intereses de sus padres. Las prioridades de vida que se plantean en ese momento serán al principio cambiantes pero alcanzarán al final de la adolescencia una claridad que muy posiblemente la persona no volverá a sentir en mucho tiempo. “Yo quiero estudiar o trabajar en esto específicamente”, “Yo aspiro a llegar a ser una mujer con estas cualidades”, “Yo sólo me voy a dedicar a mi carrera o al hogar”. Todas éstas son definiciones claras que servirán al adolescente que ha cumplido con las tareas de individuación como mapa e impulso para las siguientes dos décadas de su vida. Sin embargo, al llegar la cuarta década de la vida, al igual que Patricia, algunas personas sentirán la necesidad de llevar a cabo una simbólica “limpieza de armario” para conservar sólo aquellas prioridades e intereses que sigan en buen estado y que de verdad vayan a utilizar más adelante. Otras, como Jaime, querrán aferrarse al pasado sólo para darse cuenta de que ese patrón de comportamiento que antes les funcionaba tan bien, al igual que ese pantalón de hace veinte años, ya nunca les hará verse así de bien y que la vida les tiene preparados muchos más que les funcionarán mejor... si tan sólo hacen espacio en el armario para colgar los nuevos. Más adelante te daré ideas de cómo limpiar tu propio armario interior. Los García y las hadas madrinas Cuando tenía siete años, Paola aseguraba a sus padres y a su hermano que ella tenía una bella hada madrina, llamada Nunik. La niña compartía con ellos a la hora de la cena las aventuras con su mágica madrina y, sobre todo, presumía acerca de todas las cosas maravillosas que el ser imaginario le prometía que le iba a dar. La lista de regalos que Paola recibiría en el futuro incluían un caballo blanco, la muñeca de moda, el vestido rojo que había visto en el aparador y también, cuando Paola creciera, el hada Nunik sería todavía más espléndida con su terrenal ahijada. Así es que, desde ese momento, le extendía a la niña un pagaré por varios “trillones” de euros para que ella decidiera de mayor qué le gustaría comprarse y hacer. Javier se burlaba de su hermana y sus padres sonreían ante la imaginación ingenua de su hija. “¡Quién tuviera siete años y un hada madrina!”, bromeaban los padres de Paola al hacer las cuentas de los gastos mensuales. Pero desde hace unos meses Jaime ha empezado a comprar billetes de la lotería local con la esperanza de que su hada madrina o algún espíritu bondadoso similar le conceda el deseo de sacarse un premio jugoso que le permita finalmente no tener que trabajar catorce horas diarias. Javier se encomienda a su propio espíritu protector (sexo femenino, medidas 34-24-36 pulgadas) y pide que le ayude a pasar el examen para el cual no estudió. Finalmente, Patricia medita invocando a la Gran Diosa para que le den el puesto laboral que está esperando desde hace varios años. Si, de pasada, le concede que ese mes pueda cumplir con el pago de la tarjeta de crédito, le estará doblemente agradecida. La responsabilidad por la vida propia. Como mencionamos antes, en la primera transición el adolescente se debate entre el deseo de definirse como individuo, con todo lo que esto significa, y la abrumadora certeza de que, cuanto más autónomo sea, más responsable tendrá que ser de sus ideas, conductas, decisiones y, sobre todo, de las consecuencias de éstas. En esos momentos a Javier y Paola les resultaría muy atractivo tener un hada madrina que resolviera los problemas que ellos mismos se ocasionan. En el prólogo de este libro menciono a un hombre de cuarenta y tantos a quien su pareja llamaba adolescente cuando consideraba que él se comportaba de manera irresponsable. En efecto, la imagen popular del adolescente es la de alguien poco capaz de asumir las consecuencias de sus actos y, por
  • 24. tanto, irresponsable. Pero, en realidad, el adolescente es muy consciente de sus actos, por lo que con frecuencia experimenta culpas, dudas y vergüenza al probar nuevas maneras de comportarse o de decidir. En el ensayo de estos nuevos comportamientos, comete los fallos propios del novato. Esta continua prueba de ensayo y error cansa por momentos al joven, quien desearía volver a la etapa de la niñez, cuando todavía no asumía la responsabilidad de su propia vida y era, entonces sí, totalmente irresponsable. Durante la segunda adolescencia experimentamos la sensación de que las decisiones tomadas en el pasado nos alcanzan cada vez más rápido. Es una sensación de avalancha de responsabilidades adquiridas a lo largo de veinte años o más, que ahora nos aplasta. Es el momento del “hubiera” que, desafortunadamente, se conjuga en pasado condicional y es del verbo “ya no”. Entonces nos acordamos de las hadas madrinas, los genios de las lámparas, de Papá Noel, los reyes Magos, la lotería o de aquel negocio maravilloso que nos acaban de ofrecer y que nos aseguran es de ganancias extraordinarias e inmediatas. Lo que sea, a pesar de lo mágico o fantasioso que pueda ser, con tal de no sentir la culpa, las dudas y la vergüenza de afrontar lo que he hecho con mi vida. Jaime sueña con ganar la lotería pero no tiene una idea clara de lo que desearía hacer con ese dinero, más allá de lo que se le ocurre para los próximos dos años. Patricia sueña con el ascenso laboral y lo teme a la vez porque ya no desearía adquirir más responsabilidades de las que ahora tiene. Paola sueña con ingresar a la universidad donde podrá estudiar algo que la convierta en “trillonaria”, y Javier simplemente desea pasar el examen de mañana para poder obtener permiso para ir al partido de fútbol el sábado con sus amigos. El futuro significa en esta nueva etapa algo muy distinto para cada uno de los García. Pero, a pesar de tomarse de vez en cuando momentos imaginarios de asueto en compañía de las hadas madrinas, todos ellos, por ser adolescentes, son a partir de ahora aún más responsables que antes de sus vidas.
  • 25. Capítulo 4 “Los pájaros, las abejas y los García”. Los cambios biológicos[9] Al pensar en la primera adolescencia, lo primero que quizá nos venga a la mente son los cambios hormonales y corporales que nos transforman, en unos cuantos años, de manera radical. En la segunda adolescencia se presenta en la mujer una especie de versión inversa de lo que hormonalmente vivió al inicio de la pubertad, mientras que en el hombre, si bien no existe un equivalente tan claro en lo que respecta al equilibrio y funcionamiento hormonal, sí existen modificaciones corporales internas y externas que nos recuerdan la primera transición. En este capítulo revisaremos en detalle primero lo que ocurre en el cuerpo de los adolescentes de ambos sexos durante la pubertad, para comprender después con mayor facilidad los cambios biológicos durante la segunda adolescencia. Para quienes son además padres de niños y adolescentes, espero que este capítulo sirva como información para dialogar acerca de lo que ambas generaciones están experimentando. Los pájaros, las abejas y los García Paola García comenzó a sentir a los diez años que los pechos se le ponían duros y le dolían. Al principio pensó que se había lastimado al golpearse contra una de sus amigas al chocar cuando corrían durante el recreo escolar. Cuando, después de varios días, el dolor siguió y comenzó a notar que los pezones se le inflamaban, corrió asustada a enseñarle a su madre lo que le ocurría. Patricia levantó la camiseta de su hija y sonriendo le dijo: “No te asustes, lo que pasa es que ya comenzaste a crecer”, Poco después de cumplir los 11 años, Paola tuvo su primera menstruación y Patricia la felicitó, le hizo un pastel al que invitó a sus compañeras del sexto grado y celebraron juntas el inicio de su pubertad. Pero ahora, dos años después de ese pastel de celebración, Paola ya no está tan contenta con el rito mensual del sangrado y las compresas. Le molesta en especial no saber si ese mes llegará el sangrado cuando lo espera, 28 días después del primer día del último período, si se adelantará algunos días o, por el contrario, se atrasará. Tampoco puede predecir si ese mes se sentirá de mal humor unos días antes de menstruar, si tendrá cólicos o si esta vez el flujo será más abundante y durará más días de lo normal. Su madre le trata de explicar que todas esas variaciones son normales, pero ella misma ha comenzado a tener retrasos, flujo más o menos abundante, y piensa que algo debe estar mal en su cuerpo porque, después de todo, cree que es muy joven para tener síntomas de menopausia. “Eso es algo que les pasa a las de cincuenta”, piensa. “Yo seguramente estoy muy estresada o tengo algo anormal”. Javier tuvo anoche un delicioso sueño erótico y sintió al despertar el pene erecto. Ha notado que en los últimos meses le ha crecido bastante, lo cual le hace sentir tan como para presumir en los vestuarios con sus compañeros. Con esa nueva seguridad corporal, decide de una vez por todas llamar a la niña de la escuela que le gusta tanto para invitarla a salir el siguiente sábado. Ha pensado detenidamente lo que le dirá, incluyendo la inteligente broma con la que cree que parecerá simpático y muy seguro de sí mismo. Marca el teléfono, la niña contesta y Javier comienza a decir las líneas preparadas. Todo va bien hasta que, en el momento de invitarla, su flamante voz varonil lo traiciona con dos palabras desafinadas y varios tonos más agudos que las anteriores. La niña suelta la carcajada y Javier tartamudea disculpándose por colgar, aduciendo que su padre lo está llamando para algo urgente. Cuelga, frustrado, y se promete a sí mismo no volver a hablar hasta que la voz le termine de cambiar. Javier comenta con su padre lo que le sucedió y Jaime ríe divertido, recordando su propia experiencia en esa edad. Le
  • 26. cuenta a su hijo alguna anécdota similar que él vivió en su adolescencia y el joven decide que, después de todo, su problema no es para tanto. Ese mismo viernes Jaime invita a Patricia a cenar los dos solos. Tienen una charla muy relajada y al llegar a su habitación se sienten románticos. Comienzan a desnudarse, se acarician y se besan con gusto... pero su pene no parece estar enterado de que le toca ponerse en posición firme y entrar en acción. Media hora después de intentos fallidos tanto suyos como de Patricia para entusiasmarlo a que participe en el intercambio, el pene de Jaime sigue actuando como si tuviera voluntad propia y decide descansar muy relajado esa noche. Jaime se disculpa con su esposa diciendo: “Perdón, no sé qué me pasa, debe ser la tensión de toda la semana”. Patricia le tranquiliza diciendo que no tiene importancia y ambos recuerdan que esa noche hay un programa buenísimo en la televisión. Introduzcámonos en los cuerpos de Paola, Javier, Jaime y Patricia para comprender lo que les está pasando. La pubertad, entendida como el período en el cual un individuo se vuelve capaz de reproducirse sexualmente, comienza con una señal de inicio de operaciones que se origina en una parte de la base del cerebro llamada hipotálamo y que estimulará a su vecina, la glándula maestra llamada hipófisis o pituitaria, para que envíe primero un mensaje hacia las suprarrenales (que, como su nombre indica, están sobre los riñones) y poco tiempo después hacia las gónadas -también conocidas como testículos y ovarios entre los que no somos médicos- indicándoles que ha llegado el momento de ponerse a trabajar para lograr que la persona pueda, en el futuro, perpetuar la especie mediante la agradable práctica de la reproducción sexual. En la fase previa a la pubertad, las suprarrenales inician los cambios mediante la secreción de andrógenos, siendo los más importantes la DHEA (dehidroepiandrostenediona para los médicos y los amantes de los trabalenguas) y su sulfato, conocido como DHEAS, además de la androstenediona. A este proceso se lo conoce como adrenarquia y sucede en ambos sexos antes de que ocurran el resto de los cambios físicos y endocrinológicos que marcan de manera más evidente la pubertad. En una segunda etapa, aproximadamente uno o dos años después del inicio de la adrenarquia, el hipotálamo vuelve a comunicarse con su vecina hipófisis mediante el envío de la hormona GnRh, liberadora de las gonadotrofinas, LH (hormona luteinizante) y FSH (hormona folículo estimulante), que produce la hipófisis. Ésta, una vez más, envía por la red corporal circulatoria mensajes en “formatos” LH y FSH a las lejanas gónadas. El mensaje de la LH indica a los testículos en el hombre y a los ovarios en la mujer que deberán ponerse a producir testosterona y estradiol (estrógenos, en lenguaje común) respectivamente. Es importante anotar que, al ser las gonadotrofinas las mismas para ambos sexos, en el proceso de síntesis de las hormonas que predominan en cada sexo tanto hombres como mujeres producimos también cantidades menores de la hormona correspondiente al otro sexo. Así, los ovarios producirán pequeñas cantidades de testosterona mientras sintetizan el estradiol y los testículos secretarán estradiol al metabolizar la testosterona. También es interesante saber desde ahora que estas hormonas, complementarias a las predominantes en cada sexo, jugarán en la segunda adolescencia un papel muy importante en relación a la calidad de vida y la salud. Por otro lado, el mensaje FSH trae como “asunto” la liberación de los óvulos que viajan dentro de los
  • 27. folículos (de ahí el nombre de folículo-estimulante), que son una especie de quistes microscópicos que han estado en los ovarios desde la época de gestación. Como en el hombre no hay folículos, la FSH estimula la producción de esperma y con ello asegura que los pequeños espermatozoides cuenten también con un transporte adecuado en el momento de la fecundación. A esta segunda fase de la pubertad se la conoce en medicina como gonadarquia y, de manera simultánea con la adrenarquia - iniciada un poco antes, como ya mencionamos-, conforman el proceso general de crecimiento acelerado que caracteriza la primera adolescencia. ¿Suena sencillo? En realidad, se trata de un mecanismo de comunicación y funcionamiento tan complejo que le tomará al cuerpo femenino varios años de irregularidades antes de llegar a la regularidad que, si se tratara de una industria de manufactura, le permitiría obtener un certificado de calidad total o de la serie ISSO 9000. Por ello Paola, a sus trece años, todavía se siente con la intranquilidad de quien no ha obtenido el “certificado de funcionamiento regular”, que seguramente le tomará uno o dos años más obtener. La pubertad en el varón. Los niños como Javier, aproximadamente a los diez años de edad comenzarán con el primer turno de producción de testosterona y éste será nocturno debido a la mayor actividad de la LH durante el sueño (¿ahora entiendes el porqué de esos sueños eróticos maravillosos?). Medio año después, la LH comenzará a incrementarse de modo acelerado, por lo que los niveles diurnos de testosterona comenzarán a aumentar sustancialmente. De acuerdo con los estudios citados por Christy Miller Buchanan y su grupo (1992)[10], entre los diez y los diecisiete años los niveles de la testosterona pueden incrementar hasta veinte veces su concentración inicial. Adicionalmente a la testosterona, la LH, al unirse en los receptores de las células de Leydig en el testículo, estimulará la síntesis de otros dos andrógenos con nombre de trabalenguas: La dihidrotestosterona, también producida en la próstata, y la androstenediona, que actúa sobre el cerebro y algunos otros órganos, como veremos más adelante. Al igual que en el cuerpo femenino, la normalización en los hombres también toma su tiempo. Los caracteres sexuales primarios y secundarios. A la par de estos cambios hormonales y en buena medida a consecuencia de ellos, en el niño aparecen de manera predecible los caracteres sexuales primarios y secundarios. La testosterona se combina con las hormonas provenientes de las suprarrenales dando como resultado lo siguiente y en este orden: primero, crecerán de manera acelerada los testículos y el escroto, acompañados de la aparición del vello púbico. Acto seguido - para beneplácito de su poseedor- el pene crecerá y el vello púbico se volverá más denso, grueso y oscuro. Más tarde, comenzarán a crecerle la barba, el bigote y el vello corporal en general, de acuerdo con su herencia genética en mayor o menor abundancia. La voz comenzará a volverse más grave de forma gradual, ocasionando a Javier y a sus compañeros varios momentos embarazosos mientras se define. Ya avanzada la adolescencia el joven será capaz de producir y eyacular esperma por primera vez. La pubertad femenina no es tan regular ni tan fácil de predecir. Pero es usual que debido a la adrenarquia los cambios corporales se inicien, como en el caso de Paola, con una pequeña elevación del pezón o bien por la aparición de los primeros vellos púbicos. Al igual que en el niño, el vello púbico y axilar se vuelve cada vez más denso, grueso y oscuro, mientras que los pechos crecen y las caderas se ensanchan. La primera menstruación -llamada menarquia- aparece relativamente tarde en la pubertad. La ovulación y capacidad para llevar a término un embarazo se retrasa todavía más.
  • 28. Ahora, exploremos en qué se parece la segunda adolescencia a esta primera, desde el punto de vista biológico. La variación hormonal. Después de haber conseguido el certificado de regularidad en el ciclo de producción, a partir de aproximadamente los cuarenta años, la producción de las hormonas sexuales, en las mujeres como Patricia, comienzan a presentar irregularidades. Poco a poco, los folículos se van agotando. La mayoría de los folículos que han quedado en las “bodegas” de los ovarios, como los saldos de la temporada reproductiva anterior, se aproximan a su fecha de caducidad, por lo que ya no son tan sensibles a la estimulación de la FSH y, por tanto, no alcanzan a madurar siempre. En consecuencia, hay ciclos en los que la mujer no ovula y comienza a romperse el ciclo mensual que hasta entonces era el normal para cada mujer. La línea de producción LH también comienza a presentar fallos. El abasto de materias primas como enzimas y otras sustancias necesarias para elaborar el estradiol no es regular; la “maquinaria” celular comienza a mostrar cambios que afectan la sensibilidad de los folículos ante las hormonas. Como en las fábricas y empresas, cuando hay problemas de comunicación entre varias secciones relacionadas con un producto, hipotálamo e hipófisis envían mensajes urgentes, con el resultado de niveles hormonales desequilibrados. La FSH aumenta cada vez más y lo único que consigue es que los folículos maduren demasiado pronto. Los niveles de producción se vuelven irregulares al inicio de esta etapa, con momentos donde se produce demasiado y otros en los que se produce muy poco, hasta que gradualmente se va a producir cada vez menos estradiol[11]. ¿Recuerdas cómo en la pubertad se presentaron varios años de irregularidades antes de que hipotálamo, hipófisis y ovarios pudieran coordinar su línea de producción? Imagina que ahora sucede exactamente lo mismo, pero a la inversa: en lugar de prepararse para producir la primera menstruación, ahora comienzan la preparación para la última. Mientras hipotálamo e hipófisis se ponen de acuerdo en cómo preparar la jubilación de los ovarios, la mujer dueña de la fábrica no entiende porqué las cosas no siguen tan ordenadas y regulares como antes, y esto la inquieta. Después de todo, ¡nadie le dijo que desde tanto tiempo antes de la menopausia la maquinaria iba a comenzar a presentar suspensiones parciales de operaciones o huelgas activas de súper-producción como las que realizan los trabajadores japoneses! Este proceso no es, por tanto, de producción claramente descendente, como se pensaba antes y en la primera etapa de la transición hacia la menopausia, la variabilidad hormonal va a ocasionar que los periodos se vuelvan irregulares, tanto en su frecuencia, como en su duración, hasta llegar a una etapa cuando la frecuencia comience a descender hasta cesar completamente durante un año. La fertilidad durante la transición hacia la menopausia. Seguramente todos conocemos alguna mujer que al iniciar esta fase de ciclos irregulares o cada vez menos frecuentes consideró que ya no era fértil y se embarazó durante esta etapa. De hecho, lo que sabemos actualmente es que existen ciclos de ovulación normal intercalados durante la transición previa a la menopausia por lo que la mujer que no desee ser una Sara o Santa Ana moderna deberá continuar su esquema de anticoncepción hasta la menopausia.[12] ¿Existe la Andropausia? En el hombre, los cambios hormonales durante los cuarenta son más sutiles
  • 29. que en la mujer y, de acuerdo con los especialistas, requieren de un período más largo para resultar evidentes. Sin embargo, también en este caso va a comenzar la disminución de la producción. Jaime no sabe que la secreción de testosterona y los otros andrógenos de su cuerpo comenzó a disminuir aproximadamente a partir de los treinta años a razón del 1 al 2 por ciento cada año. Adicionalmente, las células de Leydig en sus testículos -que, como mencionamos arriba, son responsables de estimular la síntesis de andrógenos- comienzan aproximadamente a los cuarenta años a disminuir en número y a presentar fallas en su funcionamiento. Como en la mujer de más de cuarenta, en el hombre comienza a detectarse un desequilibrio hormonal y también elevación de la FSH. Pero a pesar de estos cambios y, a diferencia de Patricia, quien en aproximadamente ocho años dejará atrás su capacidad reproductiva, Jaime permanecerá fértil hasta una edad avanzada, por lo cual, y a pesar de ser un término muy empleado, como ya mencioné en la introducción de este libro, no es adecuado hablar de andropausia, término que sería equivalente al cese de la capacidad reproductiva o menopausia, sino de una deficiencia androgénica parcial, misma que manifestará en varios órganos el cambio del ritmo de producción de sus hormonas a partir de la segunda adolescencia, por lo que sí podemos plantear la existencia de un climaterio masculino. La capacidad en frecuencia e intensidad de excitación sexual también se podrá ver afectada por estos cambios y esto es quizá lo que preocupará más a Jaime, debido a la excesiva importancia que su potencia sexual ha tenido en él y en la mayoría de los hombres para mantener un nivel adecuado de autoestima. Como menciona Luis Mariano Aceves (2002)[13] en un artículo acerca de la madurez en el varón: “Porque hemos aprendido que en la erección del pene reside el ser hombre, entramos en escenarios de pánico y desolación cuando ésta se resiste o se niega. Pensamos, entonces, que los remedios pueden venir de fuera: las píldoras, las inyecciones, los parches, el gel milagroso que restablecerá los niveles perdidos de la testosterona y, en consecuencia, el poder y la gloria” El climaterio del hombre es entonces bastante más complejo y profundo que una simple disminución de testosterona. Pero no podemos tampoco negar que esta sustancia primordial en el cuerpo masculino tiene un efecto importante que debemos conocer e identificar, en especial a partir de los cuarenta.[14] Los sitios de acción de las hormonas sexuales en los adolescentes de segunda vuelta. En los siguientes capítulos revisaremos en detalle las manifestaciones del desequilibrio hormonal descrito arriba y que se presenta durante algunos años de la segunda adolescencia. Baste por el momento decir que, durante esta etapa y al igual que durante la pubertad, las hormonas harán que nuestro cuerpo y nuestra mente nos sorprendan, una vez más, con novedades. Lo harán en capacidades y sitios tan insospechados como el intestino grueso, el hígado, el sistema cardiovascular, la memoria o la “curva de la prosperidad”, que se resistirá más que antes a desaparecer del vientre de Jaime, a pesar del ejercicio y de la dieta balanceada. A continuación, te presento un cuadro que resume los sitios de acción de las hormonas en nuestro cuerpo. Sitios de acción de las hormonas sexuales en el cuerpo 1. Cerebro y sistema nervioso central 2. Sistema músculo-esquelético 3. Corazón 4. Hígado
  • 30. 5. Colon (intestino grueso) 6. Piel y cabello 7. Glándulas mamarias (senos) 8. Próstata y vejiga 9. Pene y útero 10. Testículos y ovarios. Más adelante revisaremos los efectos específicos de las hormonas y sus niveles sobre estos órganos, en especial cuando se rompe el equilibrio, como sucede durante ambas adolescencias. Sin embargo, todos estos cambios biológicos, tanto de la primera como de la segunda adolescencia, no tendrían por qué afectar o disminuir la calidad de vida de nuestros amigos los García o la tuya. En primer lugar, al conocer lo que nos pasa, se disminuye la preocupación exagerada que estos cambios nos pudieran ocasionar por desconocimiento y, en segundo lugar -como veremos en la tercera parte de este libro-, la medicina actual ofrece apoyos excelentes para minimizar los síntomas incómodos que pudieras presentar a lo largo de estas etapas de cambios acelerados. Lo importante, entonces, es conocerte y atenderte de manera adecuada. Sin buscar recetas mágicas ni atribuir a las hormonas todo lo que te está sucediendo en esta etapa. Como expresa con claridad y belleza Luis Mariano Aceves en el mismo artículo ya citado: “Más adentro aún, en el alma, los sentimientos se comportan como lobos, nos muerden las entrañas y nos empujan a la negación como remedio y a la búsqueda de respuestas en soluciones milagrosas, fáciles, externas”.
  • 32. Capítulo 5 “Pero, ¿qué me está pasando?” El inicio de la segunda adolescencia Los puentes - Hasta los cuarenta años, fue como si viajara dentro de un carruaje muy cómodo y con alguien más que conducía y me llevaba hacia donde yo debía ir. No sentía preocupación alguna, a pesar de no ser yo el conductor. Todo era mucho más cómodo y fácil. En cambio, ahora siento como si le hubiera arrebatado las riendas al cochero para comenzar a manejar yo mismo el carruaje de mi vida. Pero no tengo experiencia, así es que a veces me atemoriza el no poder prever las curvas o ser incapaz de decidir correctamente en los cruces qué camino debo tomar. Sobre todo, me siento poco capaz para poder calmar a los caballos y con ello evitar que se despeñen en los desfiladeros estrechos. Jaime describe con esta imagen la experiencia interna al inicio de sus cuarenta. Se siente raro, se estresa más fácilmente que antes y se confiesa a sí mismo durante la consulta que se siente muy inseguro. Puentes, cruces de caminos, curvas, coches manejados por alguien más y caballos nerviosos o desbocados son imágenes frecuentes en los sueños y los pensamientos que en esta etapa de vida manifiestan la incertidumbre de sentirnos distintos a como nos percibíamos antes. La inestabilidad del puente de la transición evolutiva; la incertidumbre del cruce de caminos o de la curva pronunciada en la vida personal, familiar y laboral; los instintos, emociones y pensamientos con voluntad propia que, como los caballos del carruaje metafórico, se rebelan a su antojo y nos llevan a expresar frases como las siguientes, al inicio de los cuarenta. Pero, ¿te fijaste cómo ha cambiado? Los García en la reunión de ex alumnos Patricia y Jaime asisten esta noche a la reunión de ex -alumnos de la escuela secundaria donde se conocieron y comenzaron su noviazgo. No han visto a varios de sus antiguos compañeros desde hace más de quince años y sienten curiosidad por saber qué ha sido de sus vidas desde entonces. Entran al salón donde está a punto de comenzar el evento y pasean la mirada buscando rostros conocidos. ¡Patricia! ¡Vengan a sentarse acá con nosotros! Escuchan llamar a lo lejos a María, quien ahora es directora de ventas en una empresa multinacional. Al lado de María están sentados Pedro -médico ginecólogo- y su esposa Lidia, dedicada al trabajo de tiempo completo que implica la administración del hogar y la educación de sus cuatro hijos, de entre 17 y 13 años de edad. Acompaña a María -quien sigue soltera y dedicada a su carrera profesional- José, un colega suyo, recién separado después de quince años de matrimonio. Patricia y María comienzan a charlar muy animadas acerca de lo que han hecho con sus vidas durante tantos años sin verse. María confiesa en algún momento que, últimamente, se ha sentido rara y menos satisfecha con su trabajo.
  • 33. También siente por momentos que ya no se concentra tan fácilmente. Ha habido ocasiones en que se le han olvidado los nombres de sus clientes, lo que antes jamás le había sucedido. También, contra su costumbre, se le han escapado las lágrimas en alguna junta difícil de trabajo pero, sobre todo, en el último año se ha sentido muy sola. “¡Cómo las envidio a ustedes, que se casaron jóvenes! Yo ya me quedé soltera y sin hijos”, se lamenta esta mujer con tanto éxito en apariencia. “¿Tú te preocupas porque se te olvidan los nombres? ¡Eso no es nada!”, comenta Lidia. “Yo, el otro día llegué con las bolsas del mercado, comencé como siempre a guardar la comida... ¡Y metí el bote del helado en la alacena! Sólo me di cuenta de lo que había hecho, cuando noté un río de chocolate salir por debajo de la puerta, media hora después... Estoy tan olvidadiza últimamente que ya he optado por llamar a mis cuatro hijos ‘Príncipe’ porque siempre confundo sus nombres. Ya estoy como los mujeriegos, que a todas sus conquistas les dicen ‘preciosa’ o ‘reina’ para evitarse la pena de confundir sus nombres.” Todo el grupo ríe y aporta anécdotas de olvidos o distracciones recientes similares. Por lo visto, no es la única que ha notado que está más desmemoriada y distraída que antes. “¡No sabes de lo que te has librado al no haberte casado ni tener aún hijos!”, comenta Patricia a María. “Yo, en cambio, con el trabajo y la familia al mismo tiempo, me siento con demasiadas responsabilidades y daría lo que fuera por tener la libertad que tú tienes. Mi día se inicia a las cinco de la madrugada y no termina antes de la medianoche. Los fines de semana, mi “descanso” consiste en hacer las compras para la semana, asegurarme de que las habitaciones de Paola y Javier no estén habitadas por frutas peludas debajo de la cama y que la pila de ropa sucia sobre sus camas disminuya al menos a la mitad. Si todavía me quedan fuerzas y ánimo, salimos al cine o a comer, previa discusión acalorada porque tratar de ponernos de acuerdo es cada día más difícil. ¿Qué tiene eso de maravilloso? Con la familia y el trabajo tengo tantas tareas y preocupaciones que lo que vivo a diario ya no es-tres: ¡es-seis! Las amigas ríen con el juego de palabras de Patricia y se dan cuenta de que los hombres de la mesa están también enfrascados en su propia conversación. Llegan a escuchar que José, el amigo de María, les comenta que a pesar de no estar arrepentido por haberse divorciado todavía se siente raro y no sabe lo que desea para su futuro. Pedro les confiesa que su trabajo como médico cada día lo desgasta más y que las enfermeras le han hecho notar que ya no es tan paciente con las embarazadas primerizas como al inicio de su carrera. Confiesa que ha llegado a pensar que quizá se equivocó al elegir esa especialidad, que le demanda estar disponible las veinticuatro horas al día y los siete días de la semana. Por último, Jaime también se sincera con sus amigos y comenta que, debido a la incertidumbre constante de trabajar en una empresa donde se da cada día más preferencia a los jóvenes menores de treinta y cinco años, últimamente se ha sentido muy inseguro, caduco, y se esfuerza cada vez más por no sucumbir ante los tangos del “Trío Miseria”. Cuando Pedro le pregunta qué grupo musical es ése, Jaime contesta que no se refiere a un trío de músicos con bandoneón, piano y bajo, sino al trío del estrés, la ansiedad y la depresión, que le hacen llorar más que un sentido tango. De regreso en coche hacia su casa, Patricia pregunta a Jaime: “¿Te fijaste cómo ha cambiado María? Parece más humana, menos fría que antes”. Jaime, a su vez comenta: “El que más ha cambiado es Pedro, ¡quién hubiera pensado que el gran médico tuviera dudas acerca de su profesión! ¡Con lo seguro que se veía siempre!” En los coches del resto del grupo se repiten comentarios similares. Todos piensan que alguien más en el grupo es el o la que ha cambiado más desde su juventud... Pero, ¿creen que han cambiado ellos mismos?... ¡Por supuesto que no! “Yo no era así antes.” Los cambios en la personalidad. Los cuarenta nos enfrentan con la necesidad de adecuarnos a roles y expectativas con frecuencia muy distintos a los de la fase de vida previa. Ante esta nueva etapa, nuestra personalidad se modifica y con ello se manifiestan algunas inquietudes que, si son atendidas de manera adecuada, van a propiciar que, como dice Rosa Montero, tengamos la fortuna o la sabiduría de madurar y no simplemente envejezcamos. Los García y sus amigos manifiestan las inquietudes propias de quien se enfrenta ante la disyuntiva de madurar o simplemente de envejecer, con algunas frases típicas del inicio de la segunda adolescencia
  • 34. que me gustaría analizar contigo. “Ahora me toca a mí.” Para aquellas mujeres como Lidia, dedicadas hasta entonces al hogar y la familia, usualmente estos cambios coinciden con el crecimiento de los hijos y su propia adolescencia. Como ya revisamos en el capítulo anterior, la nueva fase que atraviesan los hijos va a requerir de cambios sustanciales en el papel de quien hasta ese momento muy posiblemente se había definido a sí misma, de manera primordial o exclusiva, por su papel como madre. Las características de personalidad consistentes con la definición tradicional de este rol, tales como la generosidad, la actitud de servicio hacia los demás, la supeditación de los intereses personales a los familiares, la amabilidad, la organización y la planeación, se convierten en esta etapa en motivos de crítica por parte de los hijos y de insatisfacción personal para la mujer. “Ya llegué a la cima, pero está nublado.” En el otro extremo, se encuentran las personas que hasta entonces habían optado por vivir solas, probablemente dedicadas apasionadamente a una profesión o trabajo remunerado, como en el caso de María. Para ellas, los cuarenta se pueden presentar con la sensación de haber perdido una parte importante de su vida como hombres o mujeres al no haber establecido una relación de pareja o bien por haber pospuesto tener un hijo hasta triunfar profesionalmente. En el caso de estas mujeres y en el de los hombres que han seguido un patrón similar, las cualidades que han sido aquellas que les han llevado a triunfar en el mundo laboral (tales como la dedicación exclusiva al trabajo, el empuje, la racionalidad enfocada hacia las metas laborales y la capacidad para tomar decisiones sin incorporar argumentos sentimentales), ahora se les presentan como errores por corregir, obstáculos para la realización integral de su vida como individuos plenos. En ambos casos y hasta en el tercero, el de la súper-mujer y del súper-hombre que han logrado equilibrar familia y trabajo al mismo tiempo, esta etapa se presenta con un sólo mensaje claro: algo en ellos está cambiando, aún sin desearlo ni buscarlo y no se sienten satisfechos con el patrón de vida previo. No es casual que se presente en esta etapa de la vida laboral de muchas personas una sensación de vacío, aún en aquellas personas en apariencia exitosas, como María o José su colega. Daría la impresión de que al alcanzar finalmente la cumbre de sus carreras profesionales, ambos se enfrentan con un paisaje nublado que no les permite ver con claridad y que les provoca el temor de que, a partir de ese momento, todo será cuesta abajo. “No me aprecian, ni me comprenden.” Para algunos hombres y mujeres, la transición comienza con una sensación extraña de ya no sentirse tan cómodos o tan satisfechos con el estado de su vida en general, con un primer problema de salud serio o bien con crisis laborales, en ocasiones fuera de su control. Es usual en esta etapa que el adolescente de segunda vuelta se sienta incomprendido, poco apreciado y, sobre todo, muy cansado con el ritmo acelerado constante y con las expectativas que pesan sobre él. En esta etapa, un enamoramiento se presenta con el espejismo de comenzar de nuevo y de encontrar en ese “estado naciente” -como diría Francesco Alberoni- la sensación de aprecio, comprensión y pasión que pudiera faltar en sus vidas. La proyección en la nueva pareja de aquello que fuimos o que desearíamos ser propicia que hombres como José -hasta entonces tan estructurados y respetuosos de las reglas- manifiesten ese lado espontáneo, juguetón o creativo que ha estado ahí siempre, pero que no se daban permiso de experimentar.
  • 35. En las mujeres, una aventura o un simple coqueteo con alguien distinto, que las mire de nuevo con deseo y que converse con ellas sin el televisor encendido enfrente, resulta muy tentador. Daría la impresión de que los adolescentes de cuarenta y tantos necesitaran enamorarse de nuevo para rescatar la pasión y el estímulo indispensables para continuar con su desarrollo. Pero, al igual que en la primera adolescencia, lejos de mirar primero hacia adentro para encontrar esa pasión por la vida, la persona busca en alguien o en algo nuevo el estímulo necesario. Proyecta en alguien más lo que desearía tener en sí mismo y, al hacerlo, distorsiona su percepción de quien en ese momento recibe la proyección de sus anhelos. Es debido a esta distorsión que sea tan frecuente que a los pocos meses de haber iniciado la nueva relación el espejismo de la perfección del otro se disipe y el enamoramiento termine -como dijera el filósofo francés Roland Barthes- con la simbólica mancha en la ropa que notamos por primera vez en nuestra -o nuestro- hasta entonces perfecto amante. En el caso de José, esta necesidad le ha llevado a divorciarse y a comenzar una nueva relación en la que, por desgracia, repite los mismos patrones de conducta y comunicación que le llevaron al conflicto y a la insatisfacción en su primer matrimonio. Las proyecciones hacia su nueva pareja, ahora que ha dejado de ser la aventura emocionante y peligrosa, son cada día menos idealizadas y apenas ahora, tras seis meses viviendo juntos, comienza a percibir a la mujer real que vive con él. Ella, por su parte, se siente menos apreciada que antes, se queja de que José le reclama cosas que ella no ha hecho e intuye -con sobrada razón- que está “pagando los platos que ella no rompió”. José se da cuenta de que se ha vuelto a quejar de que su pareja no lo comprende, pero esta vez con la conciencia de que quizá el problema no sea de ellas sino de él. “Me equivoqué de vocación o de trabajo.” Como en el caso de Pedro, el médico del grupo de amigos, y en especial para los varones, el manejo de las presiones es pocas veces adecuado debido a los prejuicios que limitan en el hombre la posibilidad de comentar sus problemas o pedir ayuda. No es casual que Jaime y sus amigos sólo se atrevan a comentar de manera escueta sus problemas en aquella cena de amigos donde se conocieron durante su lejana primera etapa de dudas y cambios de personalidad. Muy probablemente, si percibieron que las mujeres del grupo estaban escuchando, cambiaron la conversación para no perder “status” frente a ellas. Como revisaremos en detalle más adelante, el nivel de presiones cotidianas que viven los habitantes del mundo actual se ha incrementado sustancialmente y en especial en el caso de los hombres, la presión para desempeñarse laboralmente durante horarios cada vez más largos y asumiendo más funciones como medida para conservar el puesto se ha vuelto poco saludable. Para algunos especialistas, como es el caso de Pedro, además del estrés ambiental, el ejercicio continuo e intenso de una profesión tan demandante como la Medicina durante quince años o más puede provocar que por agotamiento al inicio de la segunda adolescencia se pongan en duda las decisiones vocaciones o laborales tomadas en la juventud. En algunos casos se trata, en efecto, de la primera oportunidad para decidir libremente y de acuerdo con una verdadera vocación -que quizá fue negada por falta de recursos o de proactividad por parte del o la entonces joven-. En los cuarenta somos, por fortuna, todavía lo suficientemente jóvenes para alcanzar las metas que nos propongamos y lo suficientemente maduros como para atrevernos a hacer lo que nos proponemos. Pero, en la mayoría de los casos, las dudas en esta etapa no son sino
  • 36. manifestación de nuestro cansancio acumulado o de la falta de estímulos laborales que pueden provenir ya sea de nosotros mismos o de la institución donde trabajamos; llamadas de auxilio desesperadas de una mente que necesita un respiro de al menos un mes seguido para recuperar su entusiasmo. En estos casos, la decisión impulsiva de renunciar puede ser muy costosa, al tirar por la borda muchos años valiosos de experiencia profesional. “Ahora o Nunca.” Por su parte, Jaime y Patricia no han experimentado las dudas acerca de su elección de pareja o de empleo, pero sí han tenido la sensación, en los últimos dos años, de que el tiempo pasa mucho más rápido que antes. Esta sensación les ha generado una especie de ansiedad por llevar a cabo un número increíble de actividades sociales, proyectos laborales, compras de objetos, arreglos de casa y viajes. Ambos están, últimamente, como niños hiperactivos y a duras penas duermen seis horas diarias. Cuando alguien cercano les hace notar su acelerada actitud, los García se justifican diciendo: “Es que ya no somos unos jovencitos y éstos son nuestros últimos años buenos, así es que hay que aprovecharlos para lograr lo máximo posible. ¡Es ahora o nunca!” Como veremos más adelante, el espejismo del “ahora o nunca” tiene un coste en la salud que los García no habían considerado y que, al conocerlo, por fortuna ya no estarán dispuestos a pagar. Como habrás notado todos en el grupo, lo reconozcan o no, comienzan a experimentar los cambios de personalidad correspondientes al proceso de individuación en esta fase. Veamos en qué consisten estos cambios. Hacia la integración de todas nuestras capacidades individuales. De acuerdo con Carl Gustav Jung, uno de los pioneros en el estudio de la personalidad, todas las personas tenemos una combinación específica de actitudes, maneras de percibir y preferencias al decidir, que él llamó tipo psicológico y que otros autores llaman simplemente personalidad. Los tipos psicológicos propuestos por este autor en 1921[16], que aún en este siglo XXI siguen aceptándose como descripciones válidas de las diferencias de personalidad en muchos países alrededor del mundo, se basan en la idea de que existe un temperamento con el que nace cada persona, debido en parte a su herencia y en parte al ambiente intrauterino en el que vive durante los meses de gestación. Este temperamento, después del nacimiento, se combinará con los elementos aprendidos en el medio ambiente del niño y esta personalidad o tipo inicial va a desarrollarse a lo largo de la primera mitad de la vida. El tipo psicológico de cada persona está conformado por algunas preferencias agrupadas en pares extremos y el equivalente que encuentro más sencillo para explicarlas sería la lateralidad diestra o zurda que cada niño manifiesta, de acuerdo también a la predominancia innata en su cerebro de alguno de los hemisferios, más la facilidad que le ofrezca el medio ambiente para desarrollar esa preferencia natural. En primer lugar, dice Jung, existe una tendencia a ser más abierto ante el mundo de afuera, llamada extraversión – erróneamente llamada extroversión- o a tener un enfoque más interior, que llamó introversión. El par de preferencias indican la manera predominante como la persona percibe el mundo: a la perspectiva global de posibilidades, abstracta, se la conoce como intuición mientras que la percepción detallista, concreta y convencional, es la sensación. Por último, en el momento de tomar decisiones, las personas pueden emplear argumentos racionales, analíticos y autónomos, o bien basar sus juicios y decisiones en valores sociales, consideración por las implicaciones hacia los demás o