2. “Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un
amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que
somos, sino a fin de capacitarnos para recibirle. La oración
no baja a Dios hacia nosotros, antes bien nos eleva a Él”
E.G.W. (El camino a Cristo, pg. 93)
La oración.
Jesús, nuestro ejemplo
de oración.
La oración intercesora.
La oración de Daniel.
La oración de Jesús.
El discipulado y la oración.
3. “Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis;
llamad, y se os
abrirá” (Mateo 7:7, 9, 11)
La oración vincula, en forma milagrosa, a las almas
finitas con su Creador infinito.
El creyente sincero confía en la capacidad de Dios
de cumplir sus promesas. Nunca alguien ha
planteado un pedido que intimide a Dios.
No obstante, debemos ser conscientes de que:
Dios está más dispuesto a darnos lo que pidamos
que nuestros propios padres (Mt. 7:7-11)
No debemos usar vanas repeticiones ni palabrería
(Mt. 6:7)
No sabemos “pedir como conviene” (Rom. 8:26)
Siempre debemos supeditar nuestros pedidos a la
voluntad divina: “Hágase tu voluntad” (Mt. 6:10)
Nuestras peticiones de perdón serán escuchadas
solo si estamos dispuestos a perdonar a los demás
(Mt. 6:12-15)
Es bueno unirnos para orar juntos (Mt. 18:19)
4. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy
oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”
(Marcos 1:35)
Jesús acostumbraba a orar cada
día, buscando lugares tranquilos
donde pasar tiempo hablando a solas
con Dios (Lc. 5:16).
Además de sus oraciones
habituales, en momentos especiales
Jesús pasaba toda la noche orando (Lc.
6:12)
Jesús, nuestro ejemplo, necesitaba
mucho tiempo de oración para estar
en comunión con su Padre. ¿Cuánto
tiempo paso yo hablando con mi
Padre en oración?
5. “Para el obrero consagrado es una maravillosa fuente de consuelo el
saber que aun Cristo durante su vida terrenal buscaba a su Padre
diariamente en procura de nuevas provisiones de gracia necesaria; y
de esta comunión con Dios salía para fortalecer y bendecir a otros.
¡Contemplad al Hijo de Dios postrado en oración ante su Padre!
Aunque es el Hijo de Dios, fortalece su fe por la oración, y por la
comunión con el cielo acumula en sí poder para resistir el mal y para
ministrar las necesidades de los hombres. Como Hermano Mayor de
nuestra especie, conoce las necesidades de aquellos que, rodeados de
flaquezas y viviendo en un mundo de pecado y de tentación, desean
todavía servir a Dios. Sabe que los mensajeros a quienes considera
dignos de enviar son hombres débiles y expuestos a
errar; pero a todos aquellos que se entregan
enteramente a su servicio les promete ayuda divina.
Su propio ejemplo es una garantía de que la súplica
ferviente y perseverante a Dios con fe—la fe que
induce a depender enteramente de Dios y a
consagrarse sin reservas a su obra—podrá
proporcionar a los hombres la ayuda del Espíritu
Santo en la batalla contra el pecado”
E.G.W. (Los hechos de los apóstoles, p. 45)
6. “hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos
sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus
ordenanzas… Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese
ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad
Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de
nuestros pecados, y por la maldad de nuestros
padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio
de todos en derredor nuestro.
Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de
tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro
resplandezca sobre tu santuario asolado,
por amor del Señor” (Daniel 9:5, 16-17)
A sus casi 90 años de edad, Daniel no obtenía ningún
beneficio personal con el retorno de su pueblo a
Jerusalén. No obstante se identificó con los pecados de
su pueblo e intercedió intensamente por sus hermanos.
La oración intercesora nos ayuda a olvidarnos de
nosotros mismos, a identificarnos con aquellos por los
que oramos, y a sentir un deseo cada vez mayor por la
salvación de sus almas.
7. “pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y
tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas
22:32)
Jesús oró personalmente por cada uno de sus
discípulos, intercediendo por ellos ante el Padre.
En el capítulo 17 de Juan, se registra la oración
más larga de Jesús. En ella intercede, no solo por
sus discípulos, “sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos” (v. 20)
“No es suficiente predicar a las
almas; debemos orar con ellas y
por ellas, acercándonos a
ellas, no con frialdad, sino con
la simpatía y el amor que
Cristo mostraba por ellas”
E.G.W. (Review and Herald, 24 de marzo de 1903)
Hacer discípulos hoy requiere más que
distribuir publicaciones y argumentar con
precisión las enseñanzas bíblicas. Orar con
simpatía consciente por la angustia de otra
persona, y con un deseo apasionado de
aliviar esa angustia, sigue siendo todavía la
norma de la oración intercesora en el
discipulado efectivo.
8. “Mas el fin de todas las cosas se acerca;
sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1ª de
Pedro 4:7)
Imitando el ejemplo de Jesús, los primeros discípulos oraban
frecuentemente y por muy diversos motivos.
Por la venida del
Consolador
(Hch. 1:14)
Por la salvación de
todos los hombres
(1Tim. 2:3-4)
Por liberación en
las dificultades
(Hch. 12:6-12)
Por la aflicción y
la enfermedad
(Stg. 5:13-15)
Por los gobernantes y
todos los que están en
eminencia (1Tim. 2:1-2)
Por la edificación y
conservación de la fe y
el amor (Jud. 20-21)
9. “Cristo insta a su pueblo a orar sin cesar. Esto
no significa que siempre hemos de estar sobre
las rodillas, pero esa oración ha de ser como el
aliento vital. Nuestros pedidos
silenciosos, dondequiera estemos, han de
ascender a Dios, y Jesús nuestro
Abogado, implorará en nuestro favor, llevando
con el incienso de su justicia nuestras súplicas
al Padre”
E.G.W.
(Recibiréis
poder, 23
de octubre)