Este documento presenta una breve biografía del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Destaca que nació en 1928 en Colombia y publicó varias novelas y cuentos entre 1955 y 1962 que giran en torno al pueblo de Macondo. Su obra más famosa es Cien años de soledad de 1967, considerada una de las mejores novelas en español desde El Quijote. García Márquez continuó publicando exitosas obras y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982.
1. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
La figura cumbre de la nueva narrativa hispanoamericana nace en 1928 en Aracataca,
provincia de Magdalena, Colombia. Entre 1955 1962 publica las novelas La hojarasca, El
Coronel no tiene quien le escriba, y La mala hora, y una colección de cuentos titulada Los
funerales de la Mamá Grande relatos, todos ellos, espléndidos, que giran en torno al mítico
pueblo de Macondo. La vida de este pueblo -real e imaginario al mismo tiempo- adquiere tales
proporciones que toma cuerpo en Cien años de soledad (1967), sin duda, la mejor novela en
lengua castellana desde El Quijote, "una gran saga americana", en palabras de Vargas Llosa:
los avatares de la estirpe de los Buendía, anclada en las realidades humanas más
elementales y, al mismo tiempo, inmersa en un universo sobrenatural, son contados -nunca
mejor empleado el término- con una calidad de estilo y una fuerza inigualables; la combinación
de elementos humorísticos y trágicos, de lo cotidiano y lo mágico, de las vivencias y los mitos,
configuran una poética epopeya, que proyecta al mundo la identidad de este continente y su
otredad. A este libro siguen El otoño del Patriarca (1975), Crónica de una muerte
anunciada (1981), la magnífica novela El amor en los tiempos del cólera (1985), los Doce
cuentos peregrinos (1992), y el delicioso relato titulado Del amor y otros demonios (1994).
En 1982 es merecidamente distinguido con el Premio Nobel de Literatura. Gabriel García
Márquez -"Gabo"- continúa felizmente escribiendo y asombrándonos. Muy recientemente
acaba de salir a la luz su novela testimonial Noticia de un secuestro.
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LOS FUNERALES DE LA MAMÁ GRANDE
Publicada en 1962, esta obra del escritor colombiano Gabriel García Márquez es una recopilación de relatos.
Son historias muy breves en su mayoría, a veces de dos o tres páginas tan sólo, escritas con su peculiar
estilo, que nos llevan al mundo a la vez mágico y real de la imaginaria aldea de Macondo, que ya fue
escenario de La hojarasca y lo será de nuevo de su obra maestra, Cien años de soledad.
El siguiente cuento pertenece a dicha obra
UN DIA DE ESTOS
El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su
gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso
sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición.
Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos
con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la
situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se
sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación,
pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos
pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que
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2. ANTOLOGIA DE TEXTOS DE LITERATURA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA
antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su
abstracción.
- Papá.
- Qué.
- Dice el alcalde que si le sacas una muela.
- Dile que no estoy aquí.
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a
medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
- Dice que sí estás porque te está oyendo.
El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos
terminados, dijo:
- Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un
puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
- Papá.
- Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
- Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la
retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
- Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta.
El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y
dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de
desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
- Siéntese.
- Buenos días -dijo el alcalde.
- Buenos -dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió
mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y
una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un
hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.
Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó
la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué?
-Porque tiene un absceso.
El alcalde lo miró en los ojos.
-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la
cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin
apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el
aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.
Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El
alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en
los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una
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3. amarga ternura, dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no
suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan
extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la
escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del
pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
- Séquese las lágrimas -dijo.
El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso
desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó
secándose las manos. "Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal". El alcalde se puso de pie, se
despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la
guerrera.
- Me pasa la cuenta -dijo.
- ¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.
-Es la misma vaina.
Los funerales de la Mamá Grande
Doce cuentos peregrinos
Es un compendio de doce cuentos escritos y redactados por Gabriel García Márquez a lo largo de
dieciocho años. La obra se publicó en el año de 1992. El siguiente cuento es parte del libro.
LA LUZ ES COMO EL AGUA
En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
- De acuerdo - dijo el papá-, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.
- No - dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.
- Para empezar - dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un
muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían
apretujados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella
pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se
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4. ANTOLOGIA DE TEXTOS DE LITERATURA HISPANOAMERICANA CONTEMPORANEA
ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin
decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de
aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.
-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo
subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.
Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el
bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.
- Felicitaciones - les dijo el papá- ¿Y ahora qué ?
- Ahora nada - dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.
La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños
y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara
de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo
dejaron correr hasta que el nivel llegó a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y
navegaron a placer por entre las islas de la casa.
Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario
sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con
sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.
- La luz es como el agua -le contesté-: uno abre el grifo, y sale.
De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante
y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de
tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo:
máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
- Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo
el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.
-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.
-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.
El padre le reprochó su intransigencia.
- Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un
capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.
Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en
los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del
rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de
buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último
tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos
por debajo de los muelles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se
habían perdido en la oscuridad.
En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron
diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué
querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los
compañeros de curso.
El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.
-Es una prueba de madurez -dijo.
-Dios te oiga -dijo la madre.
El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel, la gente que pasó por la
Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los
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5. balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente
dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.
Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa
rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a
distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a
media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía,
volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los
niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá,
que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño
flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura
de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el
último episodio de la película de media noche prohibida para niños.
Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado
a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los
tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y
flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer
pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de
burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían
abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de
la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de
la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar
ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.
Doce cuentos peregrinos
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
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