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N 20041218 les madreñes del alcalde- asturias
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N-20041218
HISTORIAS Y LEYENDAS
Les madreñes del Alcalde
Por Enrique Medina.- La Nueva España, 18-12- 2004
Hubo en Pola de Siero un famoso y distinguido alcalde, don Inocencio Burgos
Riestra, que gobernó el concejo desde el año 1931 hasta la Revolución de Octubre
de 1934, compartiendo ese último año Alcaldía con don Ramón Rodríguez
Fernández, y que volvió a ser regidor
en el año 1936 y cesando con la
llegada de la guerra civil española.
(Según datos del archivo municipal de
Siero). Para refrescar la memoria
diremos, basándonos en lo que
leemos: “Que era don Inocencio en
aquel 1931, su primer año de mandato,
un joven y popular alcalde de Siero
que viene desarrollando una fructífera
labor”. Un batallador socialista,
vicepresidente del Sindicato Minero
Asturiano y delegado de éste en el concejo de Siero. Perteneciente al sindicato
desde el año 1912 y al Partido Socialista desde 1914. “Es un hombre sereno y
culto, y en todas sus intervenciones públicas y sociales se le ve que lo hace con
toda alteza de miras. Auguramos al concejo de Siero los más risueños progresos
bajo el mandato de ese Alcalde, cuya rectitud resplandece en todos sus actos”.
Ésta era parte de una crónica insertada en una publicación ovetense el 18 de julio
de 1931.
Después de esta presentación, añadiremos que don Inocencio Burgos Riestra,
este dinámico y recordado alcalde de Siero, posteriormente, por razones políticas y
de cambio de régimen, se vio obligado a exilarse en México. Y precisamente de esa
ciudad y de su propia pluma nos llega en el verano de 1961 la historia de “Les
madreñes del alcalde”. Narración que hace, me dice en una carta, “lejos de España,
de su tierra y de su patria, entre nostalgia y sollozos”. Así lo escribió entonces y así
se transcribe ahora:
“Un año antes de hacerme cargo de la Alcaldía de Siero, un joven de Lieres que
recordaré siempre, compañero leal para todos los que con él compartíamos el
penoso trabajo de la mina, y muy dotado para el arte del grabado y de la pintura,
me regaló unas almadreñas moldeadas con habilidad sin igual y que no guardaban
ni la menor semejanza con las que se utilizaban como calzado de invierno en toda
la región asturiana. Aquellas madreñas eran una verdadera obra de arte, dignas de
figurar como valiosos objetos de ornato en el lugar preferente de la casa. ¡Qué
finura y delicadeza en la filigrana de sus dibujos, hechos a cuchillo con una
simetría perfecta! ¡Qué primorosa combinación de colores, aplicados con el gusto
Ayuntamiento de Pola de Siero (1)
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más refinado en consonancia al significado de los grabados! En aquellas que hizo
para mi tuvo la atención de intercalar, entre filigranas maravillosas, las iniciales de
mi nombre.
“Fue precisamente en pleno invierno cuando, por razones del cargo que se me
había conferido, tuvimos la necesidad de fijar nuestra residencia en la Pola. Días
tormentosos y de incesantes lluvias mantenían el piso húmedo y lodoso, por lo
cual el único calzado
apropiado en estos casos no
podía ser otro que las
almadreñas, y no me
quedaba otro recurso, muy a
pesar mío, que utilizar
aquellas que teníamos en
gran estima por su valor
artístico. Sólo las calzaba
para ir al Ayuntamiento y
tenía por costumbre dejarlas
a un lado del primer peldaño
de la escalera, sin temor
alguno de que alguien se las
pudiera llevar, ya que tenía suficientes pruebas de la honradez de mi querido
pueblo y el aprecio sincero que siempre me había demostrado”.
Y la anécdota de esta pequeña historia contada así comienza:
«Un martes, día de mercado, entró precipitadamente en la alcaldía uno de los
empleados uniformados del servicio del Ayuntamiento para decirme en tono
agitado:
-Señor alcalde, sus almadreñas han desaparecido del sitio donde las deja
siempre y en su lugar dejaron éstas que, como puede ver, no sirven para nada.
En efecto, las que me mostraba eran unas almadreñas feas como no había
otras, con doble «argolla» para ajustar lo mejor posible sus «rajaduras» y
revestidas, a la vez, con grandes «parches» de hojalata, cubriendo así los muchos
agujeros originados por el desgaste de la madera.
No di mayor importancia al asunto ni siquiera respuesta al empleado, puesto
que al hacer consideraciones en silencio llegué a la conclusión de que el autor de
aquella «fechoría» seguramente las necesitaba más que yo.
Pero, al parecer, las cosas no podían quedar así, según opinión de aquel
«pundonoroso» funcionario; -él había hecho ya la denuncia y tenía que justificarla
de algún modo, pensando, quizá, que los «méritos» también cuentan en la vida y,
por lo tanto, no descansaría un momento hasta lograr echar el «guante» al autor
del tan «grave» delito.
Les madreñes del Alcalde (2)
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La labor «detectivesca» que se impuso aquel hombre, secundado por otros
uniformados de su categoría, fue de tal magnitud, que no quedó «chigre», casa de
comidas, café, mercado ni calle de la villa que no fueran sometidas a una
minuciosa investigación, pero... ¡al fin!, aquellos esfuerzos alentados por un
«heroísmo» sin par, se vieron coronados por el éxito más resonante. Tenía ya en
sus «garras de acero» al hombre de las famosas aImadreñas.
Con la sinceridad que el «caso requería» y con las «precauciones»
consiguientes fue conducido a mi presencia hecho un mar de lágrimas y llevando
en sus manos el «cuerpo del delito».
-Perdóneme, señor Alcalde -me dijo el buen hombre-, pero juro que yo non
tengo la culpa de lo que pasó. Llámenme Manolín de la Calandria; non ye apellidu,
eso vien del mote que puxeron les vecines a la mio muyer, que, en verdá, ye
trabayaora como ella sola, pero pasa todu el día cantando que fai bien.
-Anda, cuéntame cómo fue lo de «les madreñes».
-Mire, un vecín nuestru, al que llamen Ramonzón de la Casilla, que según dicen
ye de idees muy «avanzaes» y sabe mucho de política, fue a veme el utru día pa
decime con mucho secreto: «Prepárate, Manolín, que ya está llegando la hora del
«repartu». Yo non presté mucha atención al asuntu, pues esi hombre me paeció
un charlatán y mentirosu pero, por si acasu, diome por venir a la Pola «para ver
cómo andaben les coses» y de pasu conocelu a usté.
Tuve acechando a la puerta del Ayuntamientu hasta que lu vi llegar y descalzar
estes madreñines tan guapes al pie de la escalera; lo que pasó postrero no
acierto a explicarlo, revolvióseme na mollera lo que dixo Ramonzón sobre el
«repartu» y pensé en seguida que si ello yera verdá, lo menos que me podía tocar
a mi seríen les madreñes del alcalde. Acerquíme despacín, sin que nadie me viera,
calceles y como yeren la cuenta pa mi marché con elles, pero acordéme de usté,
pues dióme muncha pena al pensar que tenía que dir en zapatilles hasta casa y
por eso dexé les rníes pa que se arreglara con elles.
Ahora que ta bien enteráu del casu, sé que me va meter en el «cuartón», pero
pidoi por Dios que pase avisu a la mio Calandria, pos quierme muncho la probe y
toy seguru que cuando lo sepa non habrá consuelu pa ella nin pa los neños.
«Mi respuesta a este verídico relato se limitó a lo siguiente: Es verdad que has
cometido un acto reprochable, indigno de un hombre de bien, pero no por ello se
te encerrará en el "cuartón" como tu piensas, sólo espero que en lo sucesivo no
prestes atención a las personas que llevan el corazón lleno de maldad para hacer
todo el daño que puedan a ingenuos como tú y a la sociedad en general y
compórtate siempre como un hombre digno y honrado para ejemplo de tus hijos.
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»También te ruego que procures ver a Ramonzón de la Casilla para decirle de mi
parte que eso del "repartu" sí será una realidad y a él, como a todos los vecinos
del concejo, se le asignará la parte del trabajo que le corresponda, prestando así
una ayuda que el Ayuntamiento necesita para reparación de escuelas, caminos,
fuentes y lavaderos, además de otras obras que sean necesarias a fin de procurar
una vida mejor a todos los que tenemos la dicha de vivir en este hermoso pedazo
de Asturias.
“Ahora sólo me resta decirte que estas almadreñas que tanto te han llamado la
atención ya son tuyas, ofreciéndote además toda la estimación y cariño que he
brindado siempre, sin distinción de ideas, al pueblo que tanto quiero”.
»Aún recuerdo las pocas palabras que aquel buen hombre puedo pronunciar, ya
que el llanto y los sollozos se lo impedían, y al darme un abrazo para despedirse
de mi pude escuchar unas frases entrecortadas que me llenaron de gozo”
-Señor Alcalde, hoy tendré que dir descalzu pa casa, pero ahora mesmo voy a
llavales bien y guardales en una caxina como el recuerdu de más valor que
pudiera tener en la vida, pos pienso yo que estes madreñes tan guapes y esos
nobles sentimientos de usté, jamás deben manchase con fango.
Así fue como me lo escribió aquel alcalde de Siero desde el exilio y así lo
transmito ahora, cuarenta años después...
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Llamadas:
(1) Es evidente que el edificio del Ayuntamiento de Pola de Siero (Asturias), que
muestra la fotografía no es el que había de tiempos de la segunda Republica Española.
El viejo edificio del Ayuntamiento, o bien lo han derribado o lo han destinado a otra
cosa.
(2) La albarcas representadas en la segunda fotografía no son, lógicamente las que le
robaron al Sr. Burgos Riestra, son albarcas hechas en Carmona (Cantabria) semejantes
a las que, con frecuencia, usa el Sr. Revilla.
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Divulgación del caso de “les madreñes”
Trazas de la Historia Anecdótica // Oviedo, 9 de mayo de 2015
Víctor Manuel Cortijo Rubín de Celis