La abuelita de Wilson cuidaba y tenía un vínculo especial con los animales de su granja, en particular con las vacas a las que había puesto nombres. Un día, descubrió que su vaca favorita, Chata, había dado a luz gemelos, lo que la llenó de alegría por recordar a sus propios nietos gemelos. Bautizó a los terneros en su honor, los cuidó con cariño, y años más tarde se los regaló a sus nietos en sus cumpleaños.