No he elegido el color negro como un transmisor de información asociada con el color, sino más bien, el efecto producido por la superposición de un gran número de imágenes
como producto metafísico interino de la fotografía. Pero no como una metodología de trabajo, sino como un punto de partida hacia imposibilidad o el simbolismo de que una sola
imagen no puede representarme. Un artefacto inmanente de mi privacidad y derecho especulativo. Las fotografías están tomadas con mi smartphone que es acosado como un
apéndice proteico de mi propia carne por emisores frecuencia que rastrean los dispositivos electrónico como sistema y ente interactivo a la hora de tomar las fotografías, durante
el proceso de mis ejercicios físicos diarios. En un momento impulsivo, cuando la electricidad celular está al máximo por el esfuerzo muscular y al mínimo neuronal que pueda
derivar de las fluctuaciones de ése mismo ejercicio físico. Consciente, pero no premeditado, pongo el móvil en modo fotográfico, y después, en un momento súbito, inspirado por el
entorno y el medio, apoyo la lente contra mi maya negra y lanzo una ráfaga de nueve disparos consecutivos.