1. POR: EDUAR AGUDELO CASTRO
JOHANY VERGARA
JUAN DAVID HERRERA FERNÁNDEZ
Docente: JUAN CARLOS GONZÁLEZ
2. La presente exposición se realiza
basados en la documentación de la
biblioteca de la universidad católica de
oriente, y en las paginas de internet que
presentan documentación sobre este
gran autor rionegrero.
3. Baldomero Sanín Cano, literato y escritor colombiano. Rionegro (Antioquia, Colombia), 1861 -
Bogotá (Colombia), 1957. sus restos actualmente se encuentran en el cementerio de la ciudad
de Rionegro(Antioquia, Colombia).
Profesor universitario, humanista, periodista y ensayista. Graduado de maestro en la Normal de
Rionegro.
Colaborador de la revista Hispania y redactor del diario La Nación de Buenos Aires, Ministro
plenipotenciario en la Argentina en 1934. Miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.
(Rionegro, 1861 - Bogotá, 1957) Prosista colombiano que desde el ensayo y la crítica contribuyó a
introducir en su país el pensamiento de autores modernos. Inició su larga vida intelectual en 1880
como maestro de escuela, y luego de cinco años de ejercicio se trasladó a Bogotá, donde colaboró
en el periódico La Luz como comentarista de literatura y relaciones internacionales; después pasó a
escribir para La Nación como critico de teatro y literatura, fue amigo personal de J. Asunción Silva y
contemporáneo de G. Valencia y J. Flórez.
En 1905 formó parte de la Asamblea Nacional, en calidad de suplente del general Rafael Reyes, y
entre 1909 y 1927 vivió en Londres dedicado a la docencia, la investigación y la traducción,
constituyendo éste un periodo definitivo en su consolidación intelectual. En 1927 regresó a Colombia,
en 1933 fue nombrado embajador en Argentina y en 1941 fue designado rector de la Universidad del
Cauca e inició una larga colaboración con el diario El Tiempo.
Sus libros de ensayo responden a una sensibilidad y a un criterio universal de las cosas y de los hechos;
obras suyas son La civilización manual y otros ensayos (1925), Indagaciones e imágenes (1926), Crítica
y arte (1932), Divagaciones filosóficas y otros apólogos literarios (1934), Ensayos (1942), Letras
colombianas (1944), De mi vida y otras vidas (1949), El humanismo y el progreso del hombre (1955) y
Pesadumbre de la belleza (1957).
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5. “El crítico trata de comprender y de explicar con el espíritu abierto a todas horas a las fruiciones de la
rectificación.”
“Lo malo no es imitar autores extranjeros. Lo malo es calcar a oscuras; lo más reprobable es el
escoger pobres modelos. Seguir una corriente literaria que nos atrae, es tan legítimo como el dejarla
cuando nos desplace.”
Baldomero Sanín Cano nació este 27 de junio, en la población de Río Negro (Antioquia), hace 150
años. Murió en Bogotá, a la patriarcal edad de 96 años, el 12 de mayo de 1957, dos días después de
la caída del general Gustavo Rojas Pinilla. Nacido en un lejano pueblo de las sierras colombianas –
recuerda que ni 10 personas habían visitado la capital-, de familia de artesanos y maestros de
escuela, en sus funerales hablaron quienes llegarían a ser los dos primeros presidentes del Frente
Nacional, a saber, por el partido liberal Alberto Lleras Camargo y por el conservador Guillermo León
Valencia. A su muerte, la Colombia que auguraba superar su larga noche de Violencia y sus
dictaduras, se abocó a experimentar un nuevo modelo político sin salida. La euforia con que las elites
tradicionales se aprestaron a saludar y hacer propaganda al “Pacto de Benidorm” se vio pronto
envuelta en la telaraña de los compromisos bipartidistas. El modelo excluyente del bipartidismo
reinante –oficialmente cuatro periodos presidenciales, de hecho hasta el día de hoy, con los avatares
del caso- recreó la ficción, avalada por la historiografía oportunista de última hora, de que se
superaba la intolerancia política y que el fanatismo sangriento que encubría una guerra social sorda
era cosa del pasado. Caído el general populista Rojas Pinillas, se abrió el compás de un entusiasmo
desaforado inducido que incluía como premisa el olvido sistemático de la historia reciente (y en
realidad de toda la historia, desde la precolombina hasta el mismo origen del pacto del diablo
firmado en Benidorm entre los prohombres liberal y conservador) y la simulación cómplice como
método de perpetuarse en el trono los de siempre. Los Lleras (primos), Valencia, los Gómez (padre e
hijo), los López (padre e hijo), Echandía, entre muchos más, volvieron al ruedo público: llamaron a
cerrar filas para la restauración de una democracia que ellos, con sus favoritismos y erradas
componendas políticas, habían hecho pedazos.
6. La restauración frentenacionalista se impuso, tras el fallecimiento de Sanín Cano. Este
longevo cerebro había tenido la oportunidad “en su mejor edad de aprovechar su
permanencia en Londres y Buenos Aires para asimilar directamente la vida
cosmopolita” y había elevado la escritura ensayística a “modelo del género” . Es decir,
mientras moría una de las figuras más renovadoras del siglo, el país corrió a abrazarse a
sus añejas tradiciones, a su engolamiento y a sus injusticias seculares. En la hora de la
partida del irónico y exigente pensador antioqueño, el periódico “El Tiempo”, donde
había colaborado por 22 años, volvió a abrir sus puertas el 8 de junio de 1957. A los
años de Violencia que ellos habían alentado se le llamó “los días limpios y gloriosos de
la república” y al general que habían montado para que siguiera sus dictados, pero
que se había desviado hacia un peronismo a la Colombie, se le calificó de “jefe
omnipotente e irresponsable de la clase armada”. Una nueva comedia de errores
fatídicos para la nación colombiana se inauguró, ante el cadáver aún tibio de Sanín
Cano. Este tal vez había presentido, en sus últimos años, que la debacle era esa
sucesión de grandes, medianas y pequeñas acciones erradas de gobiernos que él
había conocido desde los años de la Guerra de los Mil Días y que se sucedía sin
solución de continuidad hasta el presente. La maldita violencia se volvía a adueñar del
ánimo de los colombianos y los beneficiarios de tal estado político perenne se
perpetuarían en el poder. Nadie en el momento de su desaparición, se preguntó en
Colombia “si se va a encontrar un filósofo que siga la tarea comenzada o un artista
que revele la existencia de mundos nuevos” –como escribía Sanín mismo a la muerte
de Taine en Francia- porque simplemente la pregunta era incómoda e
innecesaria. Aquí “la tarea comenzada” estaba concluida a favor de los Mismos y
estos solo entendían el pasado que los legitimaba como vencedores del presente sin
otro “mundo nuevo” que el de la clase privilegiada a la que pertenecían.
7. Sanín Cano publicó su primer libro, La civilización manual y otros ensayos, en 1925 en
Buenos Aires, a donde había arribado como encargado de la sección internacional de
“La Nación”, el periódico de mayor prestigio de lengua española. Tenía la edad de 65
años. Poco antes de morir, editó su séptimo y último libro, en Buenos Aires, por editorial
Losada: El humanismo y el progreso del hombre (1955). En esos treinta años, el tono
sereno de su escritura, el interés universal de sus temas, la manera discreta y profunda
de tratarlos, las cualidades maestras comunicativas que lo distinguieron, la moderación
y distancia irónica que guardaba con el asunto, con el público y consigo mismo,
pareció no cambiar. Y no cambió, en efecto, no por una terquedad inmune al paso de
los años y las circunstancias del mundo; no cambó, no por el arte de un autismo
intelectual complacientemente anacrónico. El tono y sus formas diversas
permanecieron, más bien fieles a un estilo de pensar, de expresar y de generar una
atmósfera de inconfundible actualidad. Esta actualidad dimanaba de su conciente y
discreta labor de publicista elegante, informado y penetrante. Su labor de una
inteligencia libre, sin compromisos ni acomodaciones, en un medio tan parcializado y
frenéticamente volcado al culto de la tradición española y su herencia sagrada. La
mirada al mundo de Sanín Cano sobrepasaba no solo los presupuestos de este culto
que empecinadamente se prolongó hasta los años sesenta del siglo XX (basta leer a
Eduardo Caballero Calderón y su fervor cursi por Castilla); sino que obligaba a
comprender la actualidad de modo que esta no se constituía en moda de fácil
imitación ni en snobismo sectario.
Sanín Cano ejerció su actividad intelectual por más de medio siglo libre de las tácitas
exigencias de mediocridad y de las oportunas rectificaciones acostumbradas por los
miembros de la elite social y política. Su distancia y su reserva frente estas burdas
maneras sutilmente generalizadas y tenidas como de “buen tono”, constituyen un
legado ético para el escritor contemporáneo. Sin dejarse tentar por las clásicas
maneras de declinar sus aficiones intelectuales y sin renunciar al modo eficaz y digno
de traducir al público sus inquietudes y sus pensamientos, Sanín Cano ejerce sobre el
lector colombiano de hoy una fascinación indiscutible. Fue no solo serio, sereno,
soberano en el arte de transmitir sus infinitas lecturas. Fue también discreto, honrado,
escéptico y punzante. Fue en fin un ejemplar consumado de un raro clasicismo, si así
cabe llamar, por su ideal “supratemporal” de belleza y de bondad política; y a la vez
un raro caso de romántico “roussoneano” atemperado en las fuentes de una época
razonada e inevitablemente posromántica.
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9. Se le acusó a Sanín Cano de no ser colombiano, acaso porque no se
persignaba, antes de escribir, ante la Real Academia de la Lengua y su
sacrosanto deficiente Diccionario ni menos mandaba votos en cada
escrito por la eterna salud del jerarca del Vaticano. Sanín Cano quiso
enseñar a pensar al país sin referencias a los dogmas de la infalibilidad
del Papa, de la concepción inmaculada de María, reina de los cielos
cantada por Julio Flórez y reverenciada por Luis María Mora. Sus altares,
si los tuvo, no fueron otros que la filosofía audaz del siglo XIX, encarnada
por Nietzsche, la literatura insólita de Ibsen, la obra de Cervantes y
Shakespeare, y las buenas letras americanas. Sanín Cano no reverenció
ni halagó –pecado mortal en su tiempo- a Juan Valera ni a Castelar ni
a Ortega y Gasset ninguno de los genios literarios peninsulares. Admiró y
amó, más bien, a José Asunción Silva y tuvo siempre palabras
oportunas para con Rubén Darío, Leopoldo Lugones o Guillermo
Valencia. Su credo fue más humano y quizá por eso no tan colombiano
como se le exigía: por el amor a las ideas libres, las letras universales.
También creyó en el hombre que trabaja honestamente con las manos,
en la mujer a la que siempre vio en su papel ancilar, inmerecidamente,
en las razas vencidas. Basta una frase “anti-colombiana” para delatar
su simpatía por los vencidos: “El español desadaptó al indígena sin
educarlo para que se readaptara, y los hombres que hoy rigen la
República no han modificado en este punto el régimen de la Colonia.
El español ignoró completamente, se esforzó por ignorarla con un
empeño ciego, la mentalidad indígena. No tuvo idea de que en
América, y menos que en parte alguna, en el Nuevo Reino de
Granada, hubiese una cultura y de que las tradiciones y creencias de
los indios mereciesen respeto... El blanco de hoy, dueño de América, no
entiende todavía al indio”.
10. Su dilatada y ejemplar obra permanecen, pese a algunas
ediciones de las últimas tres décadas, en la penumbra . Sobre
ella recae la sospecha de que fue ensayística; un modo de
descalificarla, es decir, de considerar que fue fragmentaria,
inconclusa, fracasada. El sambenito de este presunto fracaso, o
supuesto fracaso, estimula a recordar su talla de gigante en
medio de un siglo XX colombiano que cuenta sus pensadores
con los dedos de la mano y se puede predecir que sobran
dedos. Pero detrás del reproche hay no solo incomprensión sino
mala fe consciente. El reproche por incomprensión delata una
petición de principio equívoca, a saber, solo se considera una
obra acabada aquella que se presenta en forma de Suma
Magna o de Enciclopedia o de Sistema. La mala fe conciente
parte de otro supuesto y llega a la misma conclusión, a saber, la
obra de Sanín Cano no es ni Suma Magna ni Enciclopedia ni
Sistema por la simple razón de que ella no se funda en un
principio dogmático. En la carencia de militancia doctrinal,
subyace el error, el fracaso condicional, la pena grave que
debe pagar ante la cárcel de la inquisición escolástica,
cualquiera sea su tendencia o extremo, sea este católico-jesuita
o estalinista.
11. Sanín Cano se opuso a la pretensión abusiva de los académicos como
propietarios de la lengua: “Don Juan (Valera) es académico. La
corporación a la que pertenece se sostiene, como todo individuo o
todo cuerpo deliberante, sobre una mentira vital. La mentira vital de los
académicos, así de España como de Francia, es la convicción en que
están de que ellos son los depositarios de la lengua… El académico…
se sobrepone al pueblo que es el verdadero y único depositario de las
lenguas: en este viven ellas mientras duran; cuando el pueblo las deja,
no hay corporación, ni tirano ni principios que las salven.” Con este
comentario –y su obra ensayística contiene importantes reflexiones
sobre la historia de las lenguas- quería hacer una crítica indirecta a
Rufino José Cuervo, a quien no dejaba de admirar, pero en quien
podía ver la distancia que mediaba entre su sabiduría lingüística
indiscutible y el estéril empeño de ortopedia del hablar que se auto-
imponía y procuraba imponer.
Gutiérrez Girardot, Rafael. Hispanoamérica: imágenes y perspectivas.
Editorial Temis.
Sanín Cano, Baldomero. Escritos. BBC. Bogotá, 1977. Pág. 489.
Se destacan las emprendidas por Juan Gustavo Cobo Borda para
Colcultura y Biblioteca Ayacucho y por Otto Morales Benítez para la
Universidad Externado de Colombia. En Antioquia se ha pagado su
inteligencia, habitualmente, con un generalizado desprecio y un
desconocimiento que es rencor provinciano.
Sanín Cano, Baldomero. Escritos. Pág. 292.
Sanín Cano, B. Escritos. Pág. 317.
12. La administración de princesas 1904-1909 (1909)
Colombia hace ocho minutos (1888)
An elementary spanish grammar (1918)
La civilización manual y otros cuentos (1925)
Indagaciones e imágenes (1926)
Manual de historia de la literatura italiana (1926)
Crítica y arte (1932)
Divagaciones filológicas y apólogos literarios (1949)
El humanismo y el progreso del hombre (1955)
Pesadumbre de la belleza y otros ensayos y
apólogos (1957)
Letras colombianas (1984).