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POR: EDUAR AGUDELO CASTRO
     JOHANY VERGARA
     JUAN DAVID HERRERA FERNÁNDEZ

Docente: JUAN CARLOS GONZÁLEZ
   La presente exposición se realiza
    basados en la documentación de la
    biblioteca de la universidad católica de
    oriente, y en las paginas de internet que
    presentan documentación sobre este
    gran autor rionegrero.
   Baldomero Sanín Cano, literato y escritor colombiano. Rionegro (Antioquia, Colombia), 1861 -
     Bogotá (Colombia), 1957. sus restos actualmente se encuentran en el cementerio de la ciudad
    de Rionegro(Antioquia, Colombia).
   Profesor universitario, humanista, periodista y ensayista. Graduado de maestro en la Normal de
    Rionegro.
   Colaborador de la revista Hispania y redactor del diario La Nación de Buenos Aires, Ministro
    plenipotenciario en la Argentina en 1934. Miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.
   (Rionegro, 1861 - Bogotá, 1957) Prosista colombiano que desde el ensayo y la crítica contribuyó a
    introducir en su país el pensamiento de autores modernos. Inició su larga vida intelectual en 1880
    como maestro de escuela, y luego de cinco años de ejercicio se trasladó a Bogotá, donde colaboró
    en el periódico La Luz como comentarista de literatura y relaciones internacionales; después pasó a
    escribir para La Nación como critico de teatro y literatura, fue amigo personal de J. Asunción Silva y
    contemporáneo de G. Valencia y J. Flórez.
   En 1905 formó parte de la Asamblea Nacional, en calidad de suplente del general Rafael Reyes, y
    entre 1909 y 1927 vivió en Londres dedicado a la docencia, la investigación y la traducción,
    constituyendo éste un periodo definitivo en su consolidación intelectual. En 1927 regresó a Colombia,
    en 1933 fue nombrado embajador en Argentina y en 1941 fue designado rector de la Universidad del
    Cauca e inició una larga colaboración con el diario El Tiempo.
   Sus libros de ensayo responden a una sensibilidad y a un criterio universal de las cosas y de los hechos;
    obras suyas son La civilización manual y otros ensayos (1925), Indagaciones e imágenes (1926), Crítica
    y arte (1932), Divagaciones filosóficas y otros apólogos literarios (1934), Ensayos (1942), Letras
    colombianas (1944), De mi vida y otras vidas (1949), El humanismo y el progreso del hombre (1955) y
    Pesadumbre de la belleza (1957).
   “El crítico trata de comprender y de explicar con el espíritu abierto a todas horas a las fruiciones de la
    rectificación.”
    “Lo malo no es imitar autores extranjeros. Lo malo es calcar a oscuras; lo más reprobable es el
    escoger pobres modelos. Seguir una corriente literaria que nos atrae, es tan legítimo como el dejarla
    cuando nos desplace.”
    Baldomero Sanín Cano nació este 27 de junio, en la población de Río Negro (Antioquia), hace 150
    años. Murió en Bogotá, a la patriarcal edad de 96 años, el 12 de mayo de 1957, dos días después de
    la caída del general Gustavo Rojas Pinilla. Nacido en un lejano pueblo de las sierras colombianas –
    recuerda que ni 10 personas habían visitado la capital-, de familia de artesanos y maestros de
    escuela, en sus funerales hablaron quienes llegarían a ser los dos primeros presidentes del Frente
    Nacional, a saber, por el partido liberal Alberto Lleras Camargo y por el conservador Guillermo León
    Valencia. A su muerte, la Colombia que auguraba superar su larga noche de Violencia y sus
    dictaduras, se abocó a experimentar un nuevo modelo político sin salida. La euforia con que las elites
    tradicionales se aprestaron a saludar y hacer propaganda al “Pacto de Benidorm” se vio pronto
    envuelta en la telaraña de los compromisos bipartidistas. El modelo excluyente del bipartidismo
    reinante –oficialmente cuatro periodos presidenciales, de hecho hasta el día de hoy, con los avatares
    del caso- recreó la ficción, avalada por la historiografía oportunista de última hora, de que se
    superaba la intolerancia política y que el fanatismo sangriento que encubría una guerra social sorda
    era cosa del pasado. Caído el general populista Rojas Pinillas, se abrió el compás de un entusiasmo
    desaforado inducido que incluía como premisa el olvido sistemático de la historia reciente (y en
    realidad de toda la historia, desde la precolombina hasta el mismo origen del pacto del diablo
    firmado en Benidorm entre los prohombres liberal y conservador) y la simulación cómplice como
    método de perpetuarse en el trono los de siempre. Los Lleras (primos), Valencia, los Gómez (padre e
    hijo), los López (padre e hijo), Echandía, entre muchos más, volvieron al ruedo público: llamaron a
    cerrar filas para la restauración de una democracia que ellos, con sus favoritismos y erradas
    componendas políticas, habían hecho pedazos.
   La restauración frentenacionalista se impuso, tras el fallecimiento de Sanín Cano. Este
    longevo cerebro había tenido la oportunidad “en su mejor edad de aprovechar su
    permanencia en Londres y Buenos Aires para asimilar directamente la vida
    cosmopolita” y había elevado la escritura ensayística a “modelo del género” . Es decir,
    mientras moría una de las figuras más renovadoras del siglo, el país corrió a abrazarse a
    sus añejas tradiciones, a su engolamiento y a sus injusticias seculares. En la hora de la
    partida del irónico y exigente pensador antioqueño, el periódico “El Tiempo”, donde
    había colaborado por 22 años, volvió a abrir sus puertas el 8 de junio de 1957. A los
    años de Violencia que ellos habían alentado se le llamó “los días limpios y gloriosos de
    la república” y al general que habían montado para que siguiera sus dictados, pero
    que se había desviado hacia un peronismo a la Colombie, se le calificó de “jefe
    omnipotente e irresponsable de la clase armada”. Una nueva comedia de errores
    fatídicos para la nación colombiana se inauguró, ante el cadáver aún tibio de Sanín
    Cano. Este tal vez había presentido, en sus últimos años, que la debacle era esa
    sucesión de grandes, medianas y pequeñas acciones erradas de gobiernos que él
    había conocido desde los años de la Guerra de los Mil Días y que se sucedía sin
    solución de continuidad hasta el presente. La maldita violencia se volvía a adueñar del
    ánimo de los colombianos y los beneficiarios de tal estado político perenne se
    perpetuarían en el poder. Nadie en el momento de su desaparición, se preguntó en
    Colombia “si se va a encontrar un filósofo que siga la tarea comenzada o un artista
    que revele la existencia de mundos nuevos” –como escribía Sanín mismo a la muerte
    de Taine en Francia- porque simplemente la pregunta era incómoda e
    innecesaria. Aquí “la tarea comenzada” estaba concluida a favor de los Mismos y
    estos solo entendían el pasado que los legitimaba como vencedores del presente sin
    otro “mundo nuevo” que el de la clase privilegiada a la que pertenecían.
   Sanín Cano publicó su primer libro, La civilización manual y otros ensayos, en 1925 en
    Buenos Aires, a donde había arribado como encargado de la sección internacional de
    “La Nación”, el periódico de mayor prestigio de lengua española. Tenía la edad de 65
    años. Poco antes de morir, editó su séptimo y último libro, en Buenos Aires, por editorial
    Losada: El humanismo y el progreso del hombre (1955). En esos treinta años, el tono
    sereno de su escritura, el interés universal de sus temas, la manera discreta y profunda
    de tratarlos, las cualidades maestras comunicativas que lo distinguieron, la moderación
    y distancia irónica que guardaba con el asunto, con el público y consigo mismo,
    pareció no cambiar. Y no cambió, en efecto, no por una terquedad inmune al paso de
    los años y las circunstancias del mundo; no cambó, no por el arte de un autismo
    intelectual complacientemente anacrónico. El tono y sus formas diversas
    permanecieron, más bien fieles a un estilo de pensar, de expresar y de generar una
    atmósfera de inconfundible actualidad. Esta actualidad dimanaba de su conciente y
    discreta labor de publicista elegante, informado y penetrante. Su labor de una
    inteligencia libre, sin compromisos ni acomodaciones, en un medio tan parcializado y
    frenéticamente volcado al culto de la tradición española y su herencia sagrada. La
    mirada al mundo de Sanín Cano sobrepasaba no solo los presupuestos de este culto
    que empecinadamente se prolongó hasta los años sesenta del siglo XX (basta leer a
    Eduardo Caballero Calderón y su fervor cursi por Castilla); sino que obligaba a
    comprender la actualidad de modo que esta no se constituía en moda de fácil
    imitación ni en snobismo sectario.
    Sanín Cano ejerció su actividad intelectual por más de medio siglo libre de las tácitas
    exigencias de mediocridad y de las oportunas rectificaciones acostumbradas por los
    miembros de la elite social y política. Su distancia y su reserva frente estas burdas
    maneras sutilmente generalizadas y tenidas como de “buen tono”, constituyen un
    legado ético para el escritor contemporáneo. Sin dejarse tentar por las clásicas
    maneras de declinar sus aficiones intelectuales y sin renunciar al modo eficaz y digno
    de traducir al público sus inquietudes y sus pensamientos, Sanín Cano ejerce sobre el
    lector colombiano de hoy una fascinación indiscutible. Fue no solo serio, sereno,
    soberano en el arte de transmitir sus infinitas lecturas. Fue también discreto, honrado,
    escéptico y punzante. Fue en fin un ejemplar consumado de un raro clasicismo, si así
    cabe llamar, por su ideal “supratemporal” de belleza y de bondad política; y a la vez
    un raro caso de romántico “roussoneano” atemperado en las fuentes de una época
    razonada e inevitablemente posromántica.
   Se le acusó a Sanín Cano de no ser colombiano, acaso porque no se
    persignaba, antes de escribir, ante la Real Academia de la Lengua y su
    sacrosanto deficiente Diccionario ni menos mandaba votos en cada
    escrito por la eterna salud del jerarca del Vaticano. Sanín Cano quiso
    enseñar a pensar al país sin referencias a los dogmas de la infalibilidad
    del Papa, de la concepción inmaculada de María, reina de los cielos
    cantada por Julio Flórez y reverenciada por Luis María Mora. Sus altares,
    si los tuvo, no fueron otros que la filosofía audaz del siglo XIX, encarnada
    por Nietzsche, la literatura insólita de Ibsen, la obra de Cervantes y
    Shakespeare, y las buenas letras americanas. Sanín Cano no reverenció
    ni halagó –pecado mortal en su tiempo- a Juan Valera ni a Castelar ni
    a Ortega y Gasset ninguno de los genios literarios peninsulares. Admiró y
    amó, más bien, a José Asunción Silva y tuvo siempre palabras
    oportunas para con Rubén Darío, Leopoldo Lugones o Guillermo
    Valencia. Su credo fue más humano y quizá por eso no tan colombiano
    como se le exigía: por el amor a las ideas libres, las letras universales.
    También creyó en el hombre que trabaja honestamente con las manos,
    en la mujer a la que siempre vio en su papel ancilar, inmerecidamente,
    en las razas vencidas. Basta una frase “anti-colombiana” para delatar
    su simpatía por los vencidos: “El español desadaptó al indígena sin
    educarlo para que se readaptara, y los hombres que hoy rigen la
    República no han modificado en este punto el régimen de la Colonia.
    El español ignoró completamente, se esforzó por ignorarla con un
    empeño ciego, la mentalidad indígena. No tuvo idea de que en
    América, y menos que en parte alguna, en el Nuevo Reino de
    Granada, hubiese una cultura y de que las tradiciones y creencias de
    los indios mereciesen respeto... El blanco de hoy, dueño de América, no
    entiende todavía al indio”.
   Su dilatada y ejemplar obra permanecen, pese a algunas
    ediciones de las últimas tres décadas, en la penumbra . Sobre
    ella recae la sospecha de que fue ensayística; un modo de
    descalificarla, es decir, de considerar que fue fragmentaria,
    inconclusa, fracasada. El sambenito de este presunto fracaso, o
    supuesto fracaso, estimula a recordar su talla de gigante en
    medio de un siglo XX colombiano que cuenta sus pensadores
    con los dedos de la mano y se puede predecir que sobran
    dedos. Pero detrás del reproche hay no solo incomprensión sino
    mala fe consciente. El reproche por incomprensión delata una
    petición de principio equívoca, a saber, solo se considera una
    obra acabada aquella que se presenta en forma de Suma
    Magna o de Enciclopedia o de Sistema. La mala fe conciente
    parte de otro supuesto y llega a la misma conclusión, a saber, la
    obra de Sanín Cano no es ni Suma Magna ni Enciclopedia ni
    Sistema por la simple razón de que ella no se funda en un
    principio dogmático. En la carencia de militancia doctrinal,
    subyace el error, el fracaso condicional, la pena grave que
    debe pagar ante la cárcel de la inquisición escolástica,
    cualquiera sea su tendencia o extremo, sea este católico-jesuita
    o estalinista.
   Sanín Cano se opuso a la pretensión abusiva de los académicos como
    propietarios de la lengua: “Don Juan (Valera) es académico. La
    corporación a la que pertenece se sostiene, como todo individuo o
    todo cuerpo deliberante, sobre una mentira vital. La mentira vital de los
    académicos, así de España como de Francia, es la convicción en que
    están de que ellos son los depositarios de la lengua… El académico…
    se sobrepone al pueblo que es el verdadero y único depositario de las
    lenguas: en este viven ellas mientras duran; cuando el pueblo las deja,
    no hay corporación, ni tirano ni principios que las salven.” Con este
    comentario –y su obra ensayística contiene importantes reflexiones
    sobre la historia de las lenguas- quería hacer una crítica indirecta a
    Rufino José Cuervo, a quien no dejaba de admirar, pero en quien
    podía ver la distancia que mediaba entre su sabiduría lingüística
    indiscutible y el estéril empeño de ortopedia del hablar que se auto-
    imponía y procuraba imponer.
    Gutiérrez Girardot, Rafael. Hispanoamérica: imágenes y perspectivas.
    Editorial Temis.
   Sanín Cano, Baldomero. Escritos. BBC. Bogotá, 1977. Pág. 489.
   Se destacan las emprendidas por Juan Gustavo Cobo Borda para
    Colcultura y Biblioteca Ayacucho y por Otto Morales Benítez para la
    Universidad Externado de Colombia. En Antioquia se ha pagado su
    inteligencia, habitualmente, con un generalizado desprecio y un
    desconocimiento que es rencor provinciano.
   Sanín Cano, Baldomero. Escritos. Pág. 292.
   Sanín Cano, B. Escritos. Pág. 317.
   La administración de princesas 1904-1909 (1909)
   Colombia hace ocho minutos (1888)
   An elementary spanish grammar (1918)
   La civilización manual y otros cuentos (1925)
   Indagaciones e imágenes (1926)
   Manual de historia de la literatura italiana (1926)
   Crítica y arte (1932)
   Divagaciones filológicas y apólogos literarios (1949)
   El humanismo y el progreso del hombre (1955)
   Pesadumbre de la belleza y otros ensayos y
    apólogos (1957)
   Letras colombianas (1984).
 http://www.desdeabajo.info/fondo-
  editorial/le-monde-
  diplomatique/item/17608-dos-o-tres-
  cosas-sobre-baldomero-san%C3%ADn-
  cano.html
 http://es.wikipedia.org/wiki/Baldomero_S
  an%C3%ADn_Cano

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  • 1. POR: EDUAR AGUDELO CASTRO JOHANY VERGARA JUAN DAVID HERRERA FERNÁNDEZ Docente: JUAN CARLOS GONZÁLEZ
  • 2. La presente exposición se realiza basados en la documentación de la biblioteca de la universidad católica de oriente, y en las paginas de internet que presentan documentación sobre este gran autor rionegrero.
  • 3. Baldomero Sanín Cano, literato y escritor colombiano. Rionegro (Antioquia, Colombia), 1861 - Bogotá (Colombia), 1957. sus restos actualmente se encuentran en el cementerio de la ciudad de Rionegro(Antioquia, Colombia).  Profesor universitario, humanista, periodista y ensayista. Graduado de maestro en la Normal de Rionegro.  Colaborador de la revista Hispania y redactor del diario La Nación de Buenos Aires, Ministro plenipotenciario en la Argentina en 1934. Miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.  (Rionegro, 1861 - Bogotá, 1957) Prosista colombiano que desde el ensayo y la crítica contribuyó a introducir en su país el pensamiento de autores modernos. Inició su larga vida intelectual en 1880 como maestro de escuela, y luego de cinco años de ejercicio se trasladó a Bogotá, donde colaboró en el periódico La Luz como comentarista de literatura y relaciones internacionales; después pasó a escribir para La Nación como critico de teatro y literatura, fue amigo personal de J. Asunción Silva y contemporáneo de G. Valencia y J. Flórez.  En 1905 formó parte de la Asamblea Nacional, en calidad de suplente del general Rafael Reyes, y entre 1909 y 1927 vivió en Londres dedicado a la docencia, la investigación y la traducción, constituyendo éste un periodo definitivo en su consolidación intelectual. En 1927 regresó a Colombia, en 1933 fue nombrado embajador en Argentina y en 1941 fue designado rector de la Universidad del Cauca e inició una larga colaboración con el diario El Tiempo.  Sus libros de ensayo responden a una sensibilidad y a un criterio universal de las cosas y de los hechos; obras suyas son La civilización manual y otros ensayos (1925), Indagaciones e imágenes (1926), Crítica y arte (1932), Divagaciones filosóficas y otros apólogos literarios (1934), Ensayos (1942), Letras colombianas (1944), De mi vida y otras vidas (1949), El humanismo y el progreso del hombre (1955) y Pesadumbre de la belleza (1957).
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  • 5. “El crítico trata de comprender y de explicar con el espíritu abierto a todas horas a las fruiciones de la rectificación.” “Lo malo no es imitar autores extranjeros. Lo malo es calcar a oscuras; lo más reprobable es el escoger pobres modelos. Seguir una corriente literaria que nos atrae, es tan legítimo como el dejarla cuando nos desplace.” Baldomero Sanín Cano nació este 27 de junio, en la población de Río Negro (Antioquia), hace 150 años. Murió en Bogotá, a la patriarcal edad de 96 años, el 12 de mayo de 1957, dos días después de la caída del general Gustavo Rojas Pinilla. Nacido en un lejano pueblo de las sierras colombianas – recuerda que ni 10 personas habían visitado la capital-, de familia de artesanos y maestros de escuela, en sus funerales hablaron quienes llegarían a ser los dos primeros presidentes del Frente Nacional, a saber, por el partido liberal Alberto Lleras Camargo y por el conservador Guillermo León Valencia. A su muerte, la Colombia que auguraba superar su larga noche de Violencia y sus dictaduras, se abocó a experimentar un nuevo modelo político sin salida. La euforia con que las elites tradicionales se aprestaron a saludar y hacer propaganda al “Pacto de Benidorm” se vio pronto envuelta en la telaraña de los compromisos bipartidistas. El modelo excluyente del bipartidismo reinante –oficialmente cuatro periodos presidenciales, de hecho hasta el día de hoy, con los avatares del caso- recreó la ficción, avalada por la historiografía oportunista de última hora, de que se superaba la intolerancia política y que el fanatismo sangriento que encubría una guerra social sorda era cosa del pasado. Caído el general populista Rojas Pinillas, se abrió el compás de un entusiasmo desaforado inducido que incluía como premisa el olvido sistemático de la historia reciente (y en realidad de toda la historia, desde la precolombina hasta el mismo origen del pacto del diablo firmado en Benidorm entre los prohombres liberal y conservador) y la simulación cómplice como método de perpetuarse en el trono los de siempre. Los Lleras (primos), Valencia, los Gómez (padre e hijo), los López (padre e hijo), Echandía, entre muchos más, volvieron al ruedo público: llamaron a cerrar filas para la restauración de una democracia que ellos, con sus favoritismos y erradas componendas políticas, habían hecho pedazos.
  • 6. La restauración frentenacionalista se impuso, tras el fallecimiento de Sanín Cano. Este longevo cerebro había tenido la oportunidad “en su mejor edad de aprovechar su permanencia en Londres y Buenos Aires para asimilar directamente la vida cosmopolita” y había elevado la escritura ensayística a “modelo del género” . Es decir, mientras moría una de las figuras más renovadoras del siglo, el país corrió a abrazarse a sus añejas tradiciones, a su engolamiento y a sus injusticias seculares. En la hora de la partida del irónico y exigente pensador antioqueño, el periódico “El Tiempo”, donde había colaborado por 22 años, volvió a abrir sus puertas el 8 de junio de 1957. A los años de Violencia que ellos habían alentado se le llamó “los días limpios y gloriosos de la república” y al general que habían montado para que siguiera sus dictados, pero que se había desviado hacia un peronismo a la Colombie, se le calificó de “jefe omnipotente e irresponsable de la clase armada”. Una nueva comedia de errores fatídicos para la nación colombiana se inauguró, ante el cadáver aún tibio de Sanín Cano. Este tal vez había presentido, en sus últimos años, que la debacle era esa sucesión de grandes, medianas y pequeñas acciones erradas de gobiernos que él había conocido desde los años de la Guerra de los Mil Días y que se sucedía sin solución de continuidad hasta el presente. La maldita violencia se volvía a adueñar del ánimo de los colombianos y los beneficiarios de tal estado político perenne se perpetuarían en el poder. Nadie en el momento de su desaparición, se preguntó en Colombia “si se va a encontrar un filósofo que siga la tarea comenzada o un artista que revele la existencia de mundos nuevos” –como escribía Sanín mismo a la muerte de Taine en Francia- porque simplemente la pregunta era incómoda e innecesaria. Aquí “la tarea comenzada” estaba concluida a favor de los Mismos y estos solo entendían el pasado que los legitimaba como vencedores del presente sin otro “mundo nuevo” que el de la clase privilegiada a la que pertenecían.
  • 7. Sanín Cano publicó su primer libro, La civilización manual y otros ensayos, en 1925 en Buenos Aires, a donde había arribado como encargado de la sección internacional de “La Nación”, el periódico de mayor prestigio de lengua española. Tenía la edad de 65 años. Poco antes de morir, editó su séptimo y último libro, en Buenos Aires, por editorial Losada: El humanismo y el progreso del hombre (1955). En esos treinta años, el tono sereno de su escritura, el interés universal de sus temas, la manera discreta y profunda de tratarlos, las cualidades maestras comunicativas que lo distinguieron, la moderación y distancia irónica que guardaba con el asunto, con el público y consigo mismo, pareció no cambiar. Y no cambió, en efecto, no por una terquedad inmune al paso de los años y las circunstancias del mundo; no cambó, no por el arte de un autismo intelectual complacientemente anacrónico. El tono y sus formas diversas permanecieron, más bien fieles a un estilo de pensar, de expresar y de generar una atmósfera de inconfundible actualidad. Esta actualidad dimanaba de su conciente y discreta labor de publicista elegante, informado y penetrante. Su labor de una inteligencia libre, sin compromisos ni acomodaciones, en un medio tan parcializado y frenéticamente volcado al culto de la tradición española y su herencia sagrada. La mirada al mundo de Sanín Cano sobrepasaba no solo los presupuestos de este culto que empecinadamente se prolongó hasta los años sesenta del siglo XX (basta leer a Eduardo Caballero Calderón y su fervor cursi por Castilla); sino que obligaba a comprender la actualidad de modo que esta no se constituía en moda de fácil imitación ni en snobismo sectario. Sanín Cano ejerció su actividad intelectual por más de medio siglo libre de las tácitas exigencias de mediocridad y de las oportunas rectificaciones acostumbradas por los miembros de la elite social y política. Su distancia y su reserva frente estas burdas maneras sutilmente generalizadas y tenidas como de “buen tono”, constituyen un legado ético para el escritor contemporáneo. Sin dejarse tentar por las clásicas maneras de declinar sus aficiones intelectuales y sin renunciar al modo eficaz y digno de traducir al público sus inquietudes y sus pensamientos, Sanín Cano ejerce sobre el lector colombiano de hoy una fascinación indiscutible. Fue no solo serio, sereno, soberano en el arte de transmitir sus infinitas lecturas. Fue también discreto, honrado, escéptico y punzante. Fue en fin un ejemplar consumado de un raro clasicismo, si así cabe llamar, por su ideal “supratemporal” de belleza y de bondad política; y a la vez un raro caso de romántico “roussoneano” atemperado en las fuentes de una época razonada e inevitablemente posromántica.
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  • 9. Se le acusó a Sanín Cano de no ser colombiano, acaso porque no se persignaba, antes de escribir, ante la Real Academia de la Lengua y su sacrosanto deficiente Diccionario ni menos mandaba votos en cada escrito por la eterna salud del jerarca del Vaticano. Sanín Cano quiso enseñar a pensar al país sin referencias a los dogmas de la infalibilidad del Papa, de la concepción inmaculada de María, reina de los cielos cantada por Julio Flórez y reverenciada por Luis María Mora. Sus altares, si los tuvo, no fueron otros que la filosofía audaz del siglo XIX, encarnada por Nietzsche, la literatura insólita de Ibsen, la obra de Cervantes y Shakespeare, y las buenas letras americanas. Sanín Cano no reverenció ni halagó –pecado mortal en su tiempo- a Juan Valera ni a Castelar ni a Ortega y Gasset ninguno de los genios literarios peninsulares. Admiró y amó, más bien, a José Asunción Silva y tuvo siempre palabras oportunas para con Rubén Darío, Leopoldo Lugones o Guillermo Valencia. Su credo fue más humano y quizá por eso no tan colombiano como se le exigía: por el amor a las ideas libres, las letras universales. También creyó en el hombre que trabaja honestamente con las manos, en la mujer a la que siempre vio en su papel ancilar, inmerecidamente, en las razas vencidas. Basta una frase “anti-colombiana” para delatar su simpatía por los vencidos: “El español desadaptó al indígena sin educarlo para que se readaptara, y los hombres que hoy rigen la República no han modificado en este punto el régimen de la Colonia. El español ignoró completamente, se esforzó por ignorarla con un empeño ciego, la mentalidad indígena. No tuvo idea de que en América, y menos que en parte alguna, en el Nuevo Reino de Granada, hubiese una cultura y de que las tradiciones y creencias de los indios mereciesen respeto... El blanco de hoy, dueño de América, no entiende todavía al indio”.
  • 10. Su dilatada y ejemplar obra permanecen, pese a algunas ediciones de las últimas tres décadas, en la penumbra . Sobre ella recae la sospecha de que fue ensayística; un modo de descalificarla, es decir, de considerar que fue fragmentaria, inconclusa, fracasada. El sambenito de este presunto fracaso, o supuesto fracaso, estimula a recordar su talla de gigante en medio de un siglo XX colombiano que cuenta sus pensadores con los dedos de la mano y se puede predecir que sobran dedos. Pero detrás del reproche hay no solo incomprensión sino mala fe consciente. El reproche por incomprensión delata una petición de principio equívoca, a saber, solo se considera una obra acabada aquella que se presenta en forma de Suma Magna o de Enciclopedia o de Sistema. La mala fe conciente parte de otro supuesto y llega a la misma conclusión, a saber, la obra de Sanín Cano no es ni Suma Magna ni Enciclopedia ni Sistema por la simple razón de que ella no se funda en un principio dogmático. En la carencia de militancia doctrinal, subyace el error, el fracaso condicional, la pena grave que debe pagar ante la cárcel de la inquisición escolástica, cualquiera sea su tendencia o extremo, sea este católico-jesuita o estalinista.
  • 11. Sanín Cano se opuso a la pretensión abusiva de los académicos como propietarios de la lengua: “Don Juan (Valera) es académico. La corporación a la que pertenece se sostiene, como todo individuo o todo cuerpo deliberante, sobre una mentira vital. La mentira vital de los académicos, así de España como de Francia, es la convicción en que están de que ellos son los depositarios de la lengua… El académico… se sobrepone al pueblo que es el verdadero y único depositario de las lenguas: en este viven ellas mientras duran; cuando el pueblo las deja, no hay corporación, ni tirano ni principios que las salven.” Con este comentario –y su obra ensayística contiene importantes reflexiones sobre la historia de las lenguas- quería hacer una crítica indirecta a Rufino José Cuervo, a quien no dejaba de admirar, pero en quien podía ver la distancia que mediaba entre su sabiduría lingüística indiscutible y el estéril empeño de ortopedia del hablar que se auto- imponía y procuraba imponer. Gutiérrez Girardot, Rafael. Hispanoamérica: imágenes y perspectivas. Editorial Temis.  Sanín Cano, Baldomero. Escritos. BBC. Bogotá, 1977. Pág. 489.  Se destacan las emprendidas por Juan Gustavo Cobo Borda para Colcultura y Biblioteca Ayacucho y por Otto Morales Benítez para la Universidad Externado de Colombia. En Antioquia se ha pagado su inteligencia, habitualmente, con un generalizado desprecio y un desconocimiento que es rencor provinciano.  Sanín Cano, Baldomero. Escritos. Pág. 292.  Sanín Cano, B. Escritos. Pág. 317.
  • 12. La administración de princesas 1904-1909 (1909)  Colombia hace ocho minutos (1888)  An elementary spanish grammar (1918)  La civilización manual y otros cuentos (1925)  Indagaciones e imágenes (1926)  Manual de historia de la literatura italiana (1926)  Crítica y arte (1932)  Divagaciones filológicas y apólogos literarios (1949)  El humanismo y el progreso del hombre (1955)  Pesadumbre de la belleza y otros ensayos y apólogos (1957)  Letras colombianas (1984).
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  • 15.  http://www.desdeabajo.info/fondo- editorial/le-monde- diplomatique/item/17608-dos-o-tres- cosas-sobre-baldomero-san%C3%ADn- cano.html  http://es.wikipedia.org/wiki/Baldomero_S an%C3%ADn_Cano