El documento describe al Espíritu Santo desde la perspectiva de la creación como el principio de una nueva creación de Dios que incorpora al hombre al cuerpo de Cristo y renueva el mundo. Actúa creando, introduciendo vida y conduciendo al hombre. El Concilio Vaticano II mantuvo una perspectiva cristológica del Espíritu Santo y reconoció su papel en la evolución cultural e histórica así como en fortalecer a los más débiles y promover el amor.