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DISTANCIAMIENTO EMOCIONAL:
             RASGO PSICOLÓGICO COMÚN ENTRE LOS ASESINOS EN SERIE Y
                            LOS ASESINOS DE GÉNERO

                                                                         Jaime Gutiérrez Rodríguez


“Una cabeza humana tiene el volumen y el peso aproximado de un pollo para asar” es lo que se le
ocurrió pensar a Mary Roach para comenzar su libro titulado “Fiambres. La fascinante vida de los
cadáveres”, en el ejercicio que tuvo que hacer para poderse distanciar emocionalmente de la
experiencia a la que decidió someterse, que no era otra cosa que participar en una situación en la
que cuarenta cirujanos plásticos iban a practicar, en un curso sobre cirugía facial, con el mismo
número de cabezas de cadáveres humanos.

A algunos les puede parecer una locura pero, efectivamente, el distanciamiento emocional es una
habilidad o potencial que todos tenemos al nacer y que a lo largo de nuestra vida podemos
aprender a desarrollar en mayor o menor medida, a pesar de que en un momento dado tengamos
la sensación de que nunca nos vamos a poder enfrentar a cierto tipo de estímulos como son, por
ejemplo, presenciar una autopsia en directo o acudir a un seminario sobre cirugía facial en el que
se practica con cabezas diseccionadas de cadáveres.

Así pues, si queremos conceptuar la distancia emocional como una variable de la personalidad del
ser humano tal cual lo hacen los teóricos de los rasgos de la personalidad, se podría decir que
existen dos extremos opuestos de este rasgo en el que las personas nos situamos en una posición
concreta en comparación estadística de los demás personas y que –al tratarse de una posición con
respecto a los demás y no de una característica fija y estable– los individuos podemos en un
momento dado, bien por propia iniciativa, como en el caso de Mery Roach, o bien por las
necesidades que plantea el entorno, modificar nuestra posición en esa variable.

Por lo tanto, hay que dejar claro desde el principio, que no estamos hablando de ninguna patología
sino, más bien, de una capacidad del ser humano para adaptarse al entorno ya que ¿nos hemos
parado a pensar qué ocurriría si el médico que nos tiene que operar a vida o muerte sintiera los
mismos escrúpulos que nosotros a la hora de intervenir con el bisturí? Así, al hilo de esto, recuerdo
el día en el que lamentablemente descarriló un tren de pasajeros en Villada (Palencia) y el Colegio
de Psicólogos de Castilla y León que entonces no tenía organizado un grupo de intervención en
crisis, tuvo que improvisar como pudo –o sea, llamando a los primeros que se les ocurrió que
podían echar una mano con las víctimas, y sus familiares, y conseguir que un puñado de
voluntarios se acercaran al tanatorio de Palencia para intervenir con ellos– y cuando Vicente Martín
Pérez, que se encargó de coordinarnos como grupo, nos preguntó a los psicólogos que habíamos
podido acudir y que no estábamos preparados para esa situación en ese momento, si alguien tenía
reparos en identificar en directo y de forma fehaciente a los fallecidos, como es lógico, muchos
contestaron que no podrían hacerlo, que no eran capaces de acudir a la sala donde se
encontraban los cadáveres e identificarlos de la manera más exhaustiva posible con el fin de que
los familiares, cuando tuviesen que reconocer los cuerpos de sus seres queridos, no tuviesen que
pasar por el mal trago añadido que supondría, además, el tener que ver a otras personas fallecidas
que no son sus propios familiares. Así pues, la profesión en sí misma no te otorga el desarrollo de
la habilidad para distanciarte emocionalmente de las situaciones sino que, en algunos casos, van a

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ser acontecimientos críticos los que obliguen –como a mi en aquel momento– a la persona a poder
desarrollarlo en una situación determinada.

Traducido a la vida cotidiana, ya que la mayoría de las personas no se han tenido que enfrentar ni
a situaciones críticas ni mucho menos a autopsias en directo, a diario todos nosotros nos
distanciamos emocionalmente de muchos acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor, así
por ejemplo, la mayoría de las personas que vivimos en ciudades ni nos planteamos siquiera de
dónde provienen ciertos “objetos” que consideramos alimentos, que se nos pueden ofrecer bien en
formatos que no guardan ninguna relación con su origen o bien literalmente “descuartizados” en
pescaderías y carnicerías de cualquier mercado o gran superficie; y si no ¿quién piensa que una
salchicha o un palito de pescado pertenecieron alguna vez a un ser vivo que tuvo que ser
sacrificado para poder presentarse en ese formato en una estantería ante nosotros?

De hecho, es habitual encontrarnos con personas que no comen cierto tipo de alimentos si estos
se presentan frente a ellos de forma similar a la que tendrían si se encontrasen vivos, como es el
caso del conejo, el pollo y no digamos ya el cochinillo, o que no se acercan a una pescadería por el
sufrimiento que les provoca el comprobar que en algunos casos se suministran piezas que aún
están vivas como por ejemplo los crustáceos.

Por otro lado, en el extremo contrario, nos podríamos encontrar con los propios carniceros o
pescaderos que poseen más o menos sensibilidad ante el ser vivo que tienen frente a ellos, pero
que conceptualizan sus acciones dentro de un entorno adaptativo ya que el acto de sacrificar un
ser vivo lo que supone es que tanto ellos mismos como sus familias puedan sobrevivir gracias a su
oficio y, claro está, eso no les convierte a ellos en peores personas que a los primeros, sólo que se
han tenido que adaptar a un entorno en el que había que distanciarse emotivamente en mayor
medida de los seres vivos a los que sacrifican, pero no por ello padecen ningún tipo de enfermedad
o trastorno.

Siguiendo con la observación de la vida cotidiana, el ser humano de nuestros días –y de nuestra
cultura– se enfrenta con la misma cantidad de información en una semana que la que se tenía que
enfrentar una persona de la Edad Media a lo largo de varios años. Este desarrollo de los medios de
comunicación tiene muchas repercusiones sobre las personas que consumen la información que
estos medios emiten y una de las consecuencias es precisamente la desensibilización y, por lo
tanto, el distanciamiento emocional ante cierto tipo de noticias como es, por ejemplo, el caso de la
muerte de personas desconocidas. Ya no nos escandalizamos de los cientos de muertos que
produce un atentado suicida en un mercado de Iraq, o de los niños hospitalizados por el ataque del
ejército israelí sobre la población de Gaza, etc. Este tipo de noticias sólo nos llaman la atención –y
perturban nuestra conciencia– cuando se trata de personas conocidas, geográficamente cercanas
o a las que nos une algún rasgo característico como un oficio o una afición, etc. Si no es así, si los
fallecidos no comparten con nosotros ninguna de estas variables la noticia no produce en nosotros
más impacto que la del resultado sin goles de un encuentro futbolístico entre dos equipos con los
que no tenemos ninguna afinidad ni interés; o sea, nada en absoluto.

En realidad, esto no pretende ser una crítica a la sociedad de la información en la que vivimos, ya
que en la mencionada Edad Media se entretenían con pasatiempos que en nuestros días se
consideran cuando menos macabros y que podemos comprobar en los museos sobre objetos
utilizados para tortura, donde además se ilustra a los visitantes cómo, en aquel entonces, tanto las

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ejecuciones públicas como algunas de las torturas más comunes al uso se llevaban a cabo en
ambientes masivos y también festivos en los que las personas de las localidades cercanas a donde
se iba a realizar las ejecuciones se desplazaban para poderlas presenciar en directo y pasar con la
familia un día de fiesta lleno de diversión y experiencias fuertes.

Hoy, sin embargo, hemos evolucionado y, como diría el magnifico Groucho Marx “el hombre es el
único ser que partiendo de la nada, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de la miseria”, no
necesitamos desplazarnos al pueblo de al lado para presenciar una ejecución ya nos la trae la
televisión en directo en muchos casos, a través de los noticiarios, o el cine con las películas de
género gore o incluso internet con sus videos fantásticos o no, no se sabe muy bien, de tipo snuff...
aunque eso no es todo, también tenemos los juegos de las videoconsolas en los que los más
vulnerables, que no podemos olvidar que son los niños, practican y desarrollan conductas
sociopáticas.

Digo que son los más vulnerables ya que, a diferencia de los adultos, los niños no distinguen muy
bien entre la realidad y la ficción e incluso dependiendo de la edad a la que se enfrenten al
videojuego va a estar asesinando, de forma virtual claro, a personajes de ese “entretenimiento” sin
tener aún desarrollada la idea de la muerte en si misma ni del dolor más allá del que les aparece
cuando padecen inflamación de las amígdalas, aunque con esto no estoy inventando nada sino
que lo único que hago es suscribirme a las clásicas teorías del modelado simbólico de Bandura
que proponía que los niños aprenden de lo que les ocurre a ellos mismos como de lo que les
ocurre a los personajes que les rodean –sean estos reales o de ficción– precisamente por la
dificultad que tienen de distinguir entre unos y otros. Además, estos niños, que se han educado a
través de la pequeña pantalla, con el paso del tiempo terminan convirtiéndose, inexorablemente,
en adolescentes que junto con los videojuegos les empieza a interesar la sexualidad aunque,
desafortunadamente, en muchos casos van a recibir gracias a la televisión y no a sus educadores,
sus primeras “clases de educación sexual” en las que van a generar un concepto distorsionado e
irreal de lo que en sexualidad es normal por culpa de la pornografía ya que ésta no retrata –en la
mayoría de los casos– una sexualidad sana o positiva, sino una ficticia y teatralizada en la que en
demasiadas ocasiones se asocia la violencia, la degradación, la manipulación de las personas u
otros seres, al placer sexual y a diferencia de otro tipo de géneros de ficción como por ejemplo el
western, donde un adolescente sabe perfectamente que el actor que interpreta al indio apache no
se muere realmente cuando es derribado del caballo por el siempre acertado en el tiro vaquero de
turno; sin embargo, es muy característico que los adolescentes y por desgracia, en muchas
ocasiones los adultos, tienen auténticas dificultades en darse cuenta de que en la pornografía
intervienen también actores y que, además, las conductas que se muestran no corresponden con
un placer sexual real, igual que no es real la puntería del implacable vaquero.

En este sentido, cuando una persona se enfrenta a la ficción, y es consciente de ello, no hay
ningún problema; de tal manera que un espectador no sale del cine, regresa a casa, carga su
Winchester, monta su caballo y va en busca del apache más cercano para hacer justicia, pero con
la pornografía eso no está tan claro ya que mientras gracias al distanciamiento emocional que se
produce frente al personaje de ficción que aparece en un western, en la pornografía existe un
vínculo emocional fuerte entre el espectador y el personaje ya que en el primero se produce una
excitación sexual real que en ocasiones provoca que cuando el espectador sale del cine –por
llamar de alguna manera al lugar donde ha observado el material pornográfico– sí que va a casa, o
a cualquier otro lugar, a intentar descargar su pulsión sexual y, entonces, cuanto más violento,

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degradante para el ser humano o incluso relacionado con las propias parafilias sea el contenido
pornográfico, más peligro se corre de que el espectador quiera emular estas conductas, teniendo
en cuenta además que la pornografía provoca un distanciamiento emocional entre la persona que
la consume y los individuos reales con los que esta persona se relaciona, ya que en su fantasía
sexual observa a estos individuos reales como meros objetos sin emociones a los que se les
puede exigir incluso que practiquen conductas que son aberrantes, pero que en la ficción
pornográfica se representan como normales.

Pero el tema de la pornografía sería menor si no influyera de forma decisiva en el distanciamiento
emocional que produce en las personas que la consumen, y si no estuviera tan estrechamente
unida la conducta sexual con la conducta violenta a todos los niveles, sobre todo tendiendo en
cuenta que en muchas ocasiones el comportamiento de los asesinos en serie está estrechamente
unido a las conductas sexuales aberrantes como son las violaciones. En este sentido, en España
tenemos por ejemplo paradigmático el tristemente famoso asesino José Antonio Rodríguez Vega
conocido primero como “el violador de la moto” que después de convencer a cuatro de las cinco
víctimas por las que fue juzgado de violación que se pusieran en contacto con el juez para que le
rebajase la condena, fue aumentando su violencia hacia sus víctimas pasando a convertirse en el
“el asesino de ancianas”, apodo que se ganó después de violar y asesinar a dieciséis indefensas
ancianas de Santander.

Pero como ya he dicho en otos artículos –y a pesar de poder ser repetitivo– en España, estos
casos son excepcionales, aunque para quien quiera profundizar más en el conocimiento de la
conducta de los asesinos en serie españoles, es recomendable que se acerque a la lectura de
libros de reconocidos autores como Francisco Pérez Abellán, Lluis Borrás Roca o Vicente Garrido,
entre otros. En nuestro país, sin embargo, lo que se producen con más frecuencia son “series de
asesinos” que comparten un rasgo o característica común y es que terminan con la vida de las
personas que forman o formaron de alguna manera su propia familia –teniendo en cuenta el
término de familia desde el punto de vista más amplio posible para que entren dentro de este
concepto todas las uniones entre personas que se están dando en nuestra sociedad– ya que
algunas de ellas no existían tal y como las conocemos ahora hasta hace bien poco tiempo.

Recientemente, pudimos ver como sólo en una jornada en nuestro país, cuatro mujeres fallecieron
a manos de sus parejas o antiguas parejas, lo que provocó que mientras que un fin de semana
normal el teléfono de Atención a Victimas de Malos Tratos del Ministerio de Trabajo y Asuntos
Sociales “016” recoge alrededor de 700 llamadas, el fin de semana siguiente a estos cuatro
asesinatos pasara a recoger más de 3.600 llamadas de mujeres que tienen miedo de que se repita
la historia; esta vez, con ellas mismas como protagonistas.

Llama la atención que es precisamente durante el fin de semana, el momento de menor distancia
física entre la pareja, cuando el miembro más vulnerable, que suele ser la mujer en la inmensa
mayoría de los casos, se sienta más amenazada por la persona de la que un día, seguramente
hace tiempo, se sintió completamente unida, por causa del amor que sentía y que es la expresión
más intensa de la menor distancia emocional posible.

Este hecho merece una pequeña reflexión; si analizamos el proceso por el cual en nuestra cultura
se unen la mayoría de las parejas –que Eduardo Punset describe y que en los seres humanos se
ha denominado enamoramiento– vemos que cuando este proceso se desata, se producen una

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serie de acontecimientos que van desde la liberación de ciertos neurotransmisores y hormonas
hasta la pérdida del apetito y el sueño, pasando por una serie de innumerables procesos cognitivos
como son la idealización de la persona enamorada, el deseo de compartir la mayor cantidad de
tiempo y actividades diversas junto a ella, la sensación de poder dejarlo todo y a todos para
compartir el resto de la vida junto a esta persona y así una interminable relación de conductas que
tienen una fuerza motivacional inagotable en el individuo que lo experimenta, hasta tal punto que
se llega a sentir que la persona que es objeto de este proceso pertenece a quien lo siente y pasa
de ser un individuo ajeno a esa persona, para convertirse en un objeto íntimamente propio
mediante un complicado proceso de cosificación del ser sobre el que se experimenta la emoción
del enamoramiento.

La cuestión es que, durante ese periodo de enamoramiento, se generan una serie de expectativas
a todos los niveles que en muchos casos puede que se cumplan pero que, en otros, una vez que
se calma la explosión que produce el proceso de enamoramiento, lo que deja es una innumerable
lista de frustraciones y de incumplimiento de las mencionadas expectativas lo que lleva, en muchos
casos, a la ruptura sentimental y efectiva de la pareja por, al menos, uno de sus miembros. En este
caso, lo que antes era intenso amor, puede convertirse en un no menos intenso odio irreprimible
que provoca no pocas situaciones de tipo kafkiano cuando no se llega a la violencia en todos sus
ámbitos tanto físicos como psicológicos.

Al llegar a este punto, es cuando normalmente se comprueba cómo, en realidad, el enamoramiento
sólo había florecido en uno de los miembros de la pareja, mientras que el otro, por su incapacidad
para empatizar y mucho menos para amar –al igual que ocurre con los asesinos en serie– lo único
que hacía era aprovecharse de la obnubilación que provoca el amor en la persona que lo
experimenta y que a pesar de que en muchos casos era percibido por las personas que rodean a
la victima que estaba enamorada, es precisamente este sentimiento cegador lo que hace que ésta
no se dé cuenta del peligro que corre y si, además, el agresor se percata de que el medio en el que
se relacionan se percibe su agresividad y violencia, se va a encargar de que la víctima pierda
paulatinamente el contacto con las personas de su entorno social y familiar para poder sentirse
menos amenazado por las influencias del mencionado entorno y así hemos comprobado
recientemente como un asesino de su esposa fue capaz de seguir cobrando la pensión de su
difunta durante cuatro años después de haber acabado con la vida de ésta, sin que nadie pudiera
haber hecho nada al respecto ya que él, después de haberla aislado socialmente por completo
impidiéndola incluso el contacto con su propia familia y así, cuando ésta se intentaba poner en
contacto con la víctima, el asesino se refugiaba en el argumento de que como ella estaba muy
enferma no se la podía molestar, incluso llegó a decir a la familia de la víctima que la había llevado
a un hospital en Inglaterra para intentar no levantar sospechas.

No estamos hablando entonces tampoco de asesinos pasionales –aunque su crimen es igual de
despreciable– que en un momento de frustración y de rabia provocado por la comprobación del
desamor de su pareja hacia ellos decide acabar con la vida de su amada que no le corresponde
con el mismo amor que él siente hacia ella, sino de auténticos depredadores humanos que planean
sus crímenes sin ser capaces de sentir nada por la persona que ha estado compartiendo su vida
con ellos y a las que han ido arrinconando y maltratando en todos los sentidos.

Llama la atención cómo en otras culturas, no hace falta desgraciadamente irnos a otras épocas,
donde los matrimonios son meros pactos entre las familias de los cónyuges que arreglan las

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uniones matrimoniales pensando más en la aportación económica que va a suponer esta unión
para estas familias que en la felicidad de la pareja, la violencia de género no es tan virulenta ni tan
extrema como en nuestra cultura ya que mientras nuestra sociedad ha sido capaz de avanzar
cultural, social, tecnológica y científicamente, la mentalidad del maltratador es de la misma
categoría medieval que en los matrimonios pactados ya que siguen pensando que las mujeres con
las que contraen matrimonio, o simplemente con las que deciden establecer una relación de pareja
les pertenecen hasta que la muerte les separe y ven cómo las mujeres con las que un día
decidieron compartir su vida sí que han sido capaces de evolucionar en una sociedad mucho más
flexible, justa y adaptada socialmente a las necesidades y propuestas del entorno que las rodea y
que hace que se sientan insatisfechas e infelices ante una situación de dependencia emocional y
social y no digamos nada ante una situación de violencia física y psicológica.

Al hilo de esta reflexión, es interesante comprobar, al menos desde el punto de vista psicológico,
cómo una de las características comunes entre los asesinos en serie y los maltratadores o series
de asesinos de sus parejas, es que se convencen a si mismos de que sus víctimas les pertenecen
de alguna manera y que éstas no son más que objetos que deben mostrarse sumisos a sus
deseos y macabras intenciones, existiendo entonces la mayor de las distancia emocional posibles
entre ellos y sus víctimas que les hace insensibles al dolor, el sufrimiento y la angustia que éstas
padecen.

No estaríamos hablado de la teoría de la indiferencia hacia la víctima producto de la autoestima
exagerada y el sentimiento de superioridad del agresor que propone Vicente Garrido ni del lugar de
control externo (LCE) que propusieron en sus estudios sobre el aprendizaje social Rotter y Murly
en el que los agresores perciben como culpables de la situación que ellos crean a las víctimas a
las que someten, a pesar de que en muchos de los casos pudiera coincidir que el agresor además
de considerar a la persona agredida como un objeto del que se siente emocionalmente distanciado
fuera la culpable de las agresiones a las que está siendo sometida, llegando a convencerse incluso
de que son merecedoras de la muerte.

Por lo tanto, como decía al comienzo de este artículo no estamos ante una enfermedad mental, no
se trata tampoco de una justificación, ni un atenuante o eximente; a lo que me refiero es a que
existe una variable más entre otras muchas, eso no se discute, que influye sobre la conducta de
los asesinos en serie, hayan cometido estos más de un crimen o no, ya que estoy convencido de
que cuando se levanta el cadáver de una víctima de género en este país, a su lado se encuentra
un individuo que volvería a hacer lo mismo en una situación similar y que al igual que ocurre con
los asesinos en serie no mostraría ningún atisbo de arrepentimiento que fuera capaz de convencer
de su sinceridad más allá de su intención de librarse de una merecida condena.

Está claro que en la explicación de la conducta de los asesinos en serie influyen muchas variables
tanto internas como externas al individuo, que en muchos casos esas variables han sido sometidas
a investigación y se han descrito de forma impecable por autores de reconocidísimo prestigio que
todos conocemos, como es el caso de Enrique Echeburúa o Marisol Donis aunque, hasta ahora,
parece que el único factor que unía la conducta psicopática con la del maltratador de género era la
exposición a las conductas violetas en el hogar durante su infancia, hay otros aspectos menos
estudiados como los que proponía Sánchez que hablaba –tal y como cita Vicente Garrido– de los
valores y de las pautas de conducta que eran promovidas por la propia sociedad y como es el caso


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de la distancia emocional que han de merecer en el futuro mayor atención de la que se le ha
prestado hasta el momento.

BIBLIOGRAFÍA.

Mary Roach: Fiambres. La fascinante vida de los cadáveres. Global Rhythm. Biblioteca Maledicta.
Barcelona, 2007;
Eduardo Punset: Viaje al amor. Las nuevas claves científicas, Ediciones Destino, Barcelona, 2007;
Vicente Garrido: Contra la violencia. Las semillas del bien y del mal, Algar Editorial, Valencia, 2002;
Enrique Echeburúa: Personalidades Violentas, Pirámide, Psicología, Madrid, 1994; y
Marisol Donis: Hasta que la muerte os separe. Víctimas de la violencia familiar, Espejo de la Tierra,
Madrid, 2004.




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Rasgo psicológico asesinos

  • 1. DISTANCIAMIENTO EMOCIONAL: RASGO PSICOLÓGICO COMÚN ENTRE LOS ASESINOS EN SERIE Y LOS ASESINOS DE GÉNERO Jaime Gutiérrez Rodríguez “Una cabeza humana tiene el volumen y el peso aproximado de un pollo para asar” es lo que se le ocurrió pensar a Mary Roach para comenzar su libro titulado “Fiambres. La fascinante vida de los cadáveres”, en el ejercicio que tuvo que hacer para poderse distanciar emocionalmente de la experiencia a la que decidió someterse, que no era otra cosa que participar en una situación en la que cuarenta cirujanos plásticos iban a practicar, en un curso sobre cirugía facial, con el mismo número de cabezas de cadáveres humanos. A algunos les puede parecer una locura pero, efectivamente, el distanciamiento emocional es una habilidad o potencial que todos tenemos al nacer y que a lo largo de nuestra vida podemos aprender a desarrollar en mayor o menor medida, a pesar de que en un momento dado tengamos la sensación de que nunca nos vamos a poder enfrentar a cierto tipo de estímulos como son, por ejemplo, presenciar una autopsia en directo o acudir a un seminario sobre cirugía facial en el que se practica con cabezas diseccionadas de cadáveres. Así pues, si queremos conceptuar la distancia emocional como una variable de la personalidad del ser humano tal cual lo hacen los teóricos de los rasgos de la personalidad, se podría decir que existen dos extremos opuestos de este rasgo en el que las personas nos situamos en una posición concreta en comparación estadística de los demás personas y que –al tratarse de una posición con respecto a los demás y no de una característica fija y estable– los individuos podemos en un momento dado, bien por propia iniciativa, como en el caso de Mery Roach, o bien por las necesidades que plantea el entorno, modificar nuestra posición en esa variable. Por lo tanto, hay que dejar claro desde el principio, que no estamos hablando de ninguna patología sino, más bien, de una capacidad del ser humano para adaptarse al entorno ya que ¿nos hemos parado a pensar qué ocurriría si el médico que nos tiene que operar a vida o muerte sintiera los mismos escrúpulos que nosotros a la hora de intervenir con el bisturí? Así, al hilo de esto, recuerdo el día en el que lamentablemente descarriló un tren de pasajeros en Villada (Palencia) y el Colegio de Psicólogos de Castilla y León que entonces no tenía organizado un grupo de intervención en crisis, tuvo que improvisar como pudo –o sea, llamando a los primeros que se les ocurrió que podían echar una mano con las víctimas, y sus familiares, y conseguir que un puñado de voluntarios se acercaran al tanatorio de Palencia para intervenir con ellos– y cuando Vicente Martín Pérez, que se encargó de coordinarnos como grupo, nos preguntó a los psicólogos que habíamos podido acudir y que no estábamos preparados para esa situación en ese momento, si alguien tenía reparos en identificar en directo y de forma fehaciente a los fallecidos, como es lógico, muchos contestaron que no podrían hacerlo, que no eran capaces de acudir a la sala donde se encontraban los cadáveres e identificarlos de la manera más exhaustiva posible con el fin de que los familiares, cuando tuviesen que reconocer los cuerpos de sus seres queridos, no tuviesen que pasar por el mal trago añadido que supondría, además, el tener que ver a otras personas fallecidas que no son sus propios familiares. Así pues, la profesión en sí misma no te otorga el desarrollo de la habilidad para distanciarte emocionalmente de las situaciones sino que, en algunos casos, van a 1 Vol. I agosto-diciembre 2008 www.somecrimnl.es.tl
  • 2. ser acontecimientos críticos los que obliguen –como a mi en aquel momento– a la persona a poder desarrollarlo en una situación determinada. Traducido a la vida cotidiana, ya que la mayoría de las personas no se han tenido que enfrentar ni a situaciones críticas ni mucho menos a autopsias en directo, a diario todos nosotros nos distanciamos emocionalmente de muchos acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor, así por ejemplo, la mayoría de las personas que vivimos en ciudades ni nos planteamos siquiera de dónde provienen ciertos “objetos” que consideramos alimentos, que se nos pueden ofrecer bien en formatos que no guardan ninguna relación con su origen o bien literalmente “descuartizados” en pescaderías y carnicerías de cualquier mercado o gran superficie; y si no ¿quién piensa que una salchicha o un palito de pescado pertenecieron alguna vez a un ser vivo que tuvo que ser sacrificado para poder presentarse en ese formato en una estantería ante nosotros? De hecho, es habitual encontrarnos con personas que no comen cierto tipo de alimentos si estos se presentan frente a ellos de forma similar a la que tendrían si se encontrasen vivos, como es el caso del conejo, el pollo y no digamos ya el cochinillo, o que no se acercan a una pescadería por el sufrimiento que les provoca el comprobar que en algunos casos se suministran piezas que aún están vivas como por ejemplo los crustáceos. Por otro lado, en el extremo contrario, nos podríamos encontrar con los propios carniceros o pescaderos que poseen más o menos sensibilidad ante el ser vivo que tienen frente a ellos, pero que conceptualizan sus acciones dentro de un entorno adaptativo ya que el acto de sacrificar un ser vivo lo que supone es que tanto ellos mismos como sus familias puedan sobrevivir gracias a su oficio y, claro está, eso no les convierte a ellos en peores personas que a los primeros, sólo que se han tenido que adaptar a un entorno en el que había que distanciarse emotivamente en mayor medida de los seres vivos a los que sacrifican, pero no por ello padecen ningún tipo de enfermedad o trastorno. Siguiendo con la observación de la vida cotidiana, el ser humano de nuestros días –y de nuestra cultura– se enfrenta con la misma cantidad de información en una semana que la que se tenía que enfrentar una persona de la Edad Media a lo largo de varios años. Este desarrollo de los medios de comunicación tiene muchas repercusiones sobre las personas que consumen la información que estos medios emiten y una de las consecuencias es precisamente la desensibilización y, por lo tanto, el distanciamiento emocional ante cierto tipo de noticias como es, por ejemplo, el caso de la muerte de personas desconocidas. Ya no nos escandalizamos de los cientos de muertos que produce un atentado suicida en un mercado de Iraq, o de los niños hospitalizados por el ataque del ejército israelí sobre la población de Gaza, etc. Este tipo de noticias sólo nos llaman la atención –y perturban nuestra conciencia– cuando se trata de personas conocidas, geográficamente cercanas o a las que nos une algún rasgo característico como un oficio o una afición, etc. Si no es así, si los fallecidos no comparten con nosotros ninguna de estas variables la noticia no produce en nosotros más impacto que la del resultado sin goles de un encuentro futbolístico entre dos equipos con los que no tenemos ninguna afinidad ni interés; o sea, nada en absoluto. En realidad, esto no pretende ser una crítica a la sociedad de la información en la que vivimos, ya que en la mencionada Edad Media se entretenían con pasatiempos que en nuestros días se consideran cuando menos macabros y que podemos comprobar en los museos sobre objetos utilizados para tortura, donde además se ilustra a los visitantes cómo, en aquel entonces, tanto las 2 Vol. I agosto-diciembre 2008 www.somecrimnl.es.tl
  • 3. ejecuciones públicas como algunas de las torturas más comunes al uso se llevaban a cabo en ambientes masivos y también festivos en los que las personas de las localidades cercanas a donde se iba a realizar las ejecuciones se desplazaban para poderlas presenciar en directo y pasar con la familia un día de fiesta lleno de diversión y experiencias fuertes. Hoy, sin embargo, hemos evolucionado y, como diría el magnifico Groucho Marx “el hombre es el único ser que partiendo de la nada, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de la miseria”, no necesitamos desplazarnos al pueblo de al lado para presenciar una ejecución ya nos la trae la televisión en directo en muchos casos, a través de los noticiarios, o el cine con las películas de género gore o incluso internet con sus videos fantásticos o no, no se sabe muy bien, de tipo snuff... aunque eso no es todo, también tenemos los juegos de las videoconsolas en los que los más vulnerables, que no podemos olvidar que son los niños, practican y desarrollan conductas sociopáticas. Digo que son los más vulnerables ya que, a diferencia de los adultos, los niños no distinguen muy bien entre la realidad y la ficción e incluso dependiendo de la edad a la que se enfrenten al videojuego va a estar asesinando, de forma virtual claro, a personajes de ese “entretenimiento” sin tener aún desarrollada la idea de la muerte en si misma ni del dolor más allá del que les aparece cuando padecen inflamación de las amígdalas, aunque con esto no estoy inventando nada sino que lo único que hago es suscribirme a las clásicas teorías del modelado simbólico de Bandura que proponía que los niños aprenden de lo que les ocurre a ellos mismos como de lo que les ocurre a los personajes que les rodean –sean estos reales o de ficción– precisamente por la dificultad que tienen de distinguir entre unos y otros. Además, estos niños, que se han educado a través de la pequeña pantalla, con el paso del tiempo terminan convirtiéndose, inexorablemente, en adolescentes que junto con los videojuegos les empieza a interesar la sexualidad aunque, desafortunadamente, en muchos casos van a recibir gracias a la televisión y no a sus educadores, sus primeras “clases de educación sexual” en las que van a generar un concepto distorsionado e irreal de lo que en sexualidad es normal por culpa de la pornografía ya que ésta no retrata –en la mayoría de los casos– una sexualidad sana o positiva, sino una ficticia y teatralizada en la que en demasiadas ocasiones se asocia la violencia, la degradación, la manipulación de las personas u otros seres, al placer sexual y a diferencia de otro tipo de géneros de ficción como por ejemplo el western, donde un adolescente sabe perfectamente que el actor que interpreta al indio apache no se muere realmente cuando es derribado del caballo por el siempre acertado en el tiro vaquero de turno; sin embargo, es muy característico que los adolescentes y por desgracia, en muchas ocasiones los adultos, tienen auténticas dificultades en darse cuenta de que en la pornografía intervienen también actores y que, además, las conductas que se muestran no corresponden con un placer sexual real, igual que no es real la puntería del implacable vaquero. En este sentido, cuando una persona se enfrenta a la ficción, y es consciente de ello, no hay ningún problema; de tal manera que un espectador no sale del cine, regresa a casa, carga su Winchester, monta su caballo y va en busca del apache más cercano para hacer justicia, pero con la pornografía eso no está tan claro ya que mientras gracias al distanciamiento emocional que se produce frente al personaje de ficción que aparece en un western, en la pornografía existe un vínculo emocional fuerte entre el espectador y el personaje ya que en el primero se produce una excitación sexual real que en ocasiones provoca que cuando el espectador sale del cine –por llamar de alguna manera al lugar donde ha observado el material pornográfico– sí que va a casa, o a cualquier otro lugar, a intentar descargar su pulsión sexual y, entonces, cuanto más violento, 3 Vol. I agosto-diciembre 2008 www.somecrimnl.es.tl
  • 4. degradante para el ser humano o incluso relacionado con las propias parafilias sea el contenido pornográfico, más peligro se corre de que el espectador quiera emular estas conductas, teniendo en cuenta además que la pornografía provoca un distanciamiento emocional entre la persona que la consume y los individuos reales con los que esta persona se relaciona, ya que en su fantasía sexual observa a estos individuos reales como meros objetos sin emociones a los que se les puede exigir incluso que practiquen conductas que son aberrantes, pero que en la ficción pornográfica se representan como normales. Pero el tema de la pornografía sería menor si no influyera de forma decisiva en el distanciamiento emocional que produce en las personas que la consumen, y si no estuviera tan estrechamente unida la conducta sexual con la conducta violenta a todos los niveles, sobre todo tendiendo en cuenta que en muchas ocasiones el comportamiento de los asesinos en serie está estrechamente unido a las conductas sexuales aberrantes como son las violaciones. En este sentido, en España tenemos por ejemplo paradigmático el tristemente famoso asesino José Antonio Rodríguez Vega conocido primero como “el violador de la moto” que después de convencer a cuatro de las cinco víctimas por las que fue juzgado de violación que se pusieran en contacto con el juez para que le rebajase la condena, fue aumentando su violencia hacia sus víctimas pasando a convertirse en el “el asesino de ancianas”, apodo que se ganó después de violar y asesinar a dieciséis indefensas ancianas de Santander. Pero como ya he dicho en otos artículos –y a pesar de poder ser repetitivo– en España, estos casos son excepcionales, aunque para quien quiera profundizar más en el conocimiento de la conducta de los asesinos en serie españoles, es recomendable que se acerque a la lectura de libros de reconocidos autores como Francisco Pérez Abellán, Lluis Borrás Roca o Vicente Garrido, entre otros. En nuestro país, sin embargo, lo que se producen con más frecuencia son “series de asesinos” que comparten un rasgo o característica común y es que terminan con la vida de las personas que forman o formaron de alguna manera su propia familia –teniendo en cuenta el término de familia desde el punto de vista más amplio posible para que entren dentro de este concepto todas las uniones entre personas que se están dando en nuestra sociedad– ya que algunas de ellas no existían tal y como las conocemos ahora hasta hace bien poco tiempo. Recientemente, pudimos ver como sólo en una jornada en nuestro país, cuatro mujeres fallecieron a manos de sus parejas o antiguas parejas, lo que provocó que mientras que un fin de semana normal el teléfono de Atención a Victimas de Malos Tratos del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales “016” recoge alrededor de 700 llamadas, el fin de semana siguiente a estos cuatro asesinatos pasara a recoger más de 3.600 llamadas de mujeres que tienen miedo de que se repita la historia; esta vez, con ellas mismas como protagonistas. Llama la atención que es precisamente durante el fin de semana, el momento de menor distancia física entre la pareja, cuando el miembro más vulnerable, que suele ser la mujer en la inmensa mayoría de los casos, se sienta más amenazada por la persona de la que un día, seguramente hace tiempo, se sintió completamente unida, por causa del amor que sentía y que es la expresión más intensa de la menor distancia emocional posible. Este hecho merece una pequeña reflexión; si analizamos el proceso por el cual en nuestra cultura se unen la mayoría de las parejas –que Eduardo Punset describe y que en los seres humanos se ha denominado enamoramiento– vemos que cuando este proceso se desata, se producen una 4 Vol. I agosto-diciembre 2008 www.somecrimnl.es.tl
  • 5. serie de acontecimientos que van desde la liberación de ciertos neurotransmisores y hormonas hasta la pérdida del apetito y el sueño, pasando por una serie de innumerables procesos cognitivos como son la idealización de la persona enamorada, el deseo de compartir la mayor cantidad de tiempo y actividades diversas junto a ella, la sensación de poder dejarlo todo y a todos para compartir el resto de la vida junto a esta persona y así una interminable relación de conductas que tienen una fuerza motivacional inagotable en el individuo que lo experimenta, hasta tal punto que se llega a sentir que la persona que es objeto de este proceso pertenece a quien lo siente y pasa de ser un individuo ajeno a esa persona, para convertirse en un objeto íntimamente propio mediante un complicado proceso de cosificación del ser sobre el que se experimenta la emoción del enamoramiento. La cuestión es que, durante ese periodo de enamoramiento, se generan una serie de expectativas a todos los niveles que en muchos casos puede que se cumplan pero que, en otros, una vez que se calma la explosión que produce el proceso de enamoramiento, lo que deja es una innumerable lista de frustraciones y de incumplimiento de las mencionadas expectativas lo que lleva, en muchos casos, a la ruptura sentimental y efectiva de la pareja por, al menos, uno de sus miembros. En este caso, lo que antes era intenso amor, puede convertirse en un no menos intenso odio irreprimible que provoca no pocas situaciones de tipo kafkiano cuando no se llega a la violencia en todos sus ámbitos tanto físicos como psicológicos. Al llegar a este punto, es cuando normalmente se comprueba cómo, en realidad, el enamoramiento sólo había florecido en uno de los miembros de la pareja, mientras que el otro, por su incapacidad para empatizar y mucho menos para amar –al igual que ocurre con los asesinos en serie– lo único que hacía era aprovecharse de la obnubilación que provoca el amor en la persona que lo experimenta y que a pesar de que en muchos casos era percibido por las personas que rodean a la victima que estaba enamorada, es precisamente este sentimiento cegador lo que hace que ésta no se dé cuenta del peligro que corre y si, además, el agresor se percata de que el medio en el que se relacionan se percibe su agresividad y violencia, se va a encargar de que la víctima pierda paulatinamente el contacto con las personas de su entorno social y familiar para poder sentirse menos amenazado por las influencias del mencionado entorno y así hemos comprobado recientemente como un asesino de su esposa fue capaz de seguir cobrando la pensión de su difunta durante cuatro años después de haber acabado con la vida de ésta, sin que nadie pudiera haber hecho nada al respecto ya que él, después de haberla aislado socialmente por completo impidiéndola incluso el contacto con su propia familia y así, cuando ésta se intentaba poner en contacto con la víctima, el asesino se refugiaba en el argumento de que como ella estaba muy enferma no se la podía molestar, incluso llegó a decir a la familia de la víctima que la había llevado a un hospital en Inglaterra para intentar no levantar sospechas. No estamos hablando entonces tampoco de asesinos pasionales –aunque su crimen es igual de despreciable– que en un momento de frustración y de rabia provocado por la comprobación del desamor de su pareja hacia ellos decide acabar con la vida de su amada que no le corresponde con el mismo amor que él siente hacia ella, sino de auténticos depredadores humanos que planean sus crímenes sin ser capaces de sentir nada por la persona que ha estado compartiendo su vida con ellos y a las que han ido arrinconando y maltratando en todos los sentidos. Llama la atención cómo en otras culturas, no hace falta desgraciadamente irnos a otras épocas, donde los matrimonios son meros pactos entre las familias de los cónyuges que arreglan las 5 Vol. I agosto-diciembre 2008 www.somecrimnl.es.tl
  • 6. uniones matrimoniales pensando más en la aportación económica que va a suponer esta unión para estas familias que en la felicidad de la pareja, la violencia de género no es tan virulenta ni tan extrema como en nuestra cultura ya que mientras nuestra sociedad ha sido capaz de avanzar cultural, social, tecnológica y científicamente, la mentalidad del maltratador es de la misma categoría medieval que en los matrimonios pactados ya que siguen pensando que las mujeres con las que contraen matrimonio, o simplemente con las que deciden establecer una relación de pareja les pertenecen hasta que la muerte les separe y ven cómo las mujeres con las que un día decidieron compartir su vida sí que han sido capaces de evolucionar en una sociedad mucho más flexible, justa y adaptada socialmente a las necesidades y propuestas del entorno que las rodea y que hace que se sientan insatisfechas e infelices ante una situación de dependencia emocional y social y no digamos nada ante una situación de violencia física y psicológica. Al hilo de esta reflexión, es interesante comprobar, al menos desde el punto de vista psicológico, cómo una de las características comunes entre los asesinos en serie y los maltratadores o series de asesinos de sus parejas, es que se convencen a si mismos de que sus víctimas les pertenecen de alguna manera y que éstas no son más que objetos que deben mostrarse sumisos a sus deseos y macabras intenciones, existiendo entonces la mayor de las distancia emocional posibles entre ellos y sus víctimas que les hace insensibles al dolor, el sufrimiento y la angustia que éstas padecen. No estaríamos hablado de la teoría de la indiferencia hacia la víctima producto de la autoestima exagerada y el sentimiento de superioridad del agresor que propone Vicente Garrido ni del lugar de control externo (LCE) que propusieron en sus estudios sobre el aprendizaje social Rotter y Murly en el que los agresores perciben como culpables de la situación que ellos crean a las víctimas a las que someten, a pesar de que en muchos de los casos pudiera coincidir que el agresor además de considerar a la persona agredida como un objeto del que se siente emocionalmente distanciado fuera la culpable de las agresiones a las que está siendo sometida, llegando a convencerse incluso de que son merecedoras de la muerte. Por lo tanto, como decía al comienzo de este artículo no estamos ante una enfermedad mental, no se trata tampoco de una justificación, ni un atenuante o eximente; a lo que me refiero es a que existe una variable más entre otras muchas, eso no se discute, que influye sobre la conducta de los asesinos en serie, hayan cometido estos más de un crimen o no, ya que estoy convencido de que cuando se levanta el cadáver de una víctima de género en este país, a su lado se encuentra un individuo que volvería a hacer lo mismo en una situación similar y que al igual que ocurre con los asesinos en serie no mostraría ningún atisbo de arrepentimiento que fuera capaz de convencer de su sinceridad más allá de su intención de librarse de una merecida condena. Está claro que en la explicación de la conducta de los asesinos en serie influyen muchas variables tanto internas como externas al individuo, que en muchos casos esas variables han sido sometidas a investigación y se han descrito de forma impecable por autores de reconocidísimo prestigio que todos conocemos, como es el caso de Enrique Echeburúa o Marisol Donis aunque, hasta ahora, parece que el único factor que unía la conducta psicopática con la del maltratador de género era la exposición a las conductas violetas en el hogar durante su infancia, hay otros aspectos menos estudiados como los que proponía Sánchez que hablaba –tal y como cita Vicente Garrido– de los valores y de las pautas de conducta que eran promovidas por la propia sociedad y como es el caso 6 Vol. I agosto-diciembre 2008 www.somecrimnl.es.tl
  • 7. de la distancia emocional que han de merecer en el futuro mayor atención de la que se le ha prestado hasta el momento. BIBLIOGRAFÍA. Mary Roach: Fiambres. La fascinante vida de los cadáveres. Global Rhythm. Biblioteca Maledicta. Barcelona, 2007; Eduardo Punset: Viaje al amor. Las nuevas claves científicas, Ediciones Destino, Barcelona, 2007; Vicente Garrido: Contra la violencia. Las semillas del bien y del mal, Algar Editorial, Valencia, 2002; Enrique Echeburúa: Personalidades Violentas, Pirámide, Psicología, Madrid, 1994; y Marisol Donis: Hasta que la muerte os separe. Víctimas de la violencia familiar, Espejo de la Tierra, Madrid, 2004. 7 Vol. I agosto-diciembre 2008 www.somecrimnl.es.tl