2. “¿O menosprecias las riquezas
de su benignidad, paciencia y
longanimidad, ignorando que
su benignidad te guía al
arrepentimiento?” (Romanos 2:4)
Nuestra naturaleza carnal se
opone al arrepentimiento, se
niega a aceptar que podemos
hacer algo mal.
Dios es el que nos “guía”, nos
lleva al arrepentimiento. Por
ello, el arrepentimiento es un
don de Dios.
El Espíritu Santo es el que
produce en nosotros la
convicción de pecado para que
acudamos a Jesús, la fuente
del perdón.
3. El arrepentimiento es un
sentimiento de pesar por algo
que se ha hecho y que, por
algún motivo, desearíamos no
haberlo hecho.
El motivo que produce nuestro
arrepentimiento define si éste
es verdadero o falso; si es “la
tristeza que proviene de
Dios”, o es “la tristeza del
mundo”.
“La tristeza que proviene de Dios produce el
arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no
hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del
mundo produce la muerte” (2ª de Corintios 7:10 NVI)
4. En la conversión de Pablo vemos los ingredientes
de un verdadero arrepentimiento:
1. Existe una firme decisión de
abandonar el pecado y
cambiar de conducta.
2. El recuerdo de nuestros
pecados perdonados no
produce un sentimiento
depresivo, sino un deseo de
alabar a Dios por su amor, y
nos lleva a dar testimonio
ante los demás del poder
perdonador de Jesús.
“Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino
que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y
Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se
arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento”
(Hechos 26:19-20)
5. “Los ejemplos de arrepentimiento y humillación genuinos que da la Palabra
de Dios revelan un espíritu de confesión que no busca excusas por el pecado ni
intenta su justificación propia. El apóstol Pablo no procuraba
defenderse, sino que pintaba su pecado con sus colores más obscuros y no
intentaba atenuar su culpa… Sin vacilar declaró: “Cristo Jesús vino al mundo
para salvar a los pecadores; de los cuales yo soy el primero.” (1ª de Timoteo
1:5)”
E.G.W. (El camino a Cristo, cp. 4, pg. 41)
6. Esaú
(Hebreos 12:17)
Faraón
(Éxodo 12:29-32)
Balaam
(Números 22:32-35)
Judas
(Mateo 27:4-5)
¿Qué elementos
comunes ves en el
arrepentimiento
de los siguientes
personajes
bíblicos?
Ninguno de ellos
sintió pesar por sus
pecados, sino por
las consecuencias
de ellos.
7. Arrepentimiento verdadero
Tristeza por haber pecado
contra Dios.
Confesión clara del pecado
cometido.
No se presentan excusas, sino
que se asume la culpa.
Decisión de alejarnos del
pecado.
Arrepentimiento falso
Tristeza por las consecuencias
del pecado.
Confesión vaga de
culpabilidad.
Se presentan excusas y se
buscan otros culpables.
Volvería a hacer lo mismo, si
supiese que no tendría las
mismas consecuencias.
8. La confesión es el acto que da validez a nuestro arrepentimiento.
“La confesión no es aceptable para Dios si no
va acompañada por un arrepentimiento
sincero y una reforma. Debe haber cambios
decididos en la vida; todo lo que ofenda a Dios
debe dejarse. Tal será el resultado de una
verdadera tristeza por el pecado”
E.G.W. (El camino a Cristo, cp. 4, pg. 39)
El Espíritu Santo no da sentimientos vagos de
culpa, nos convence de nuestras faltas específicas.
La confesión ha de ser concreta:
“Señor, he hecho esto mal, he pecado y
quiero que me perdones este pecado”.
La confesión sincera debe ir más allá
de las meras palabras.
9. En el Salmo 32, David
refleja los sentimientos
que le invadieron
(e incluso los cambios
físicos que se produjeron
en él) antes y después de
confesar su pecado.
Mientras guardé
silencio, mis huesos se
fueron consumiendo por mi
gemir de todo el día. Mi
fuerza se fue debilitando
como al calor del
verano, porque día y noche
tu mano pesaba sobre mí”
(Salmos 32:3-4 NVI)
“Por eso los fieles te invocan en momentos de
angustia; caudalosas aguas podrán
desbordarse, pero a ellos no los alcanzarán. Tú
eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y
me rodearás con cánticos de liberación…
¡Alegraos, vosotros los justos; regocijaos en el
Señor! ¡cantad todos vosotros, los rectos de
corazón!” (Salmos 32:6-7, 11 NVI)
“Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije:
«Voy a confesar mis transgresiones al Señor», y tú perdonaste mi
maldad y mi pecado” (Salmos 32:5 NVI)
10. “El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un
poder vivificante. Da salud a cada una de las partes
vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio
las energías más potentes de nuestro ser despiertan y
entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de
la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida.
Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma
un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que
hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida”
E.G.W. (El ministerio de curación, pg. 78)