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REFRANES
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Al amigo que no es cierto, con un ojo cerrado y el otro abierto.
Allégate a los buenos, y serás uno de ellos.
Amigo de muchos, amigo de ninguno.
Dime con quien andas y te diré quien eres.
La lengua del mal amigo, más corta que cuchillo.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
El que se fue a Sevilla perdió su silla.
Juego de manos, juego de villanos.
Zapatero a tus zapatos.
Lo cortés no quita lo valiente.

ADIVINANZAS
Tiene ojos y no ve,
tiene agua y no la bebe,
tiene carne y no la come
tiene barba y no es hombre.
(El coco)

Agrio es su sabor,

bastante dura su piel
y si lo quieres tomar
tendrás que estrujarlo bien.

(El limón)
Blanco fue mi nacimiento
colorada mi niñez,
y ahora que voy para vieja
soy más negra cada vez.

(La mora)
Soy redonda como el mundo,
al morir me despedazan;
me reducen a pellejo
y todo el jugo me sacan.

(La naranja)

Campanita, campanera,
blanca por dentro,
verde por fuera,
si no lo adivinas,
piensa y espera.

(La pera)

Tiene ojos y no ve,
posee corona y no es rey,
tiene escamas sin ser pez,
¿qué rara cosa ha de ser?

(La piña)
Ordenes da, órdenes recibe,
algunas autoriza, otras prohíbe.
(El cerebro)

Dicen que son de dos
pero sólo son de una.
LOS DEDOS

Canta cuando amanece
y vuelve a cantar
cuando el día desaparece.
(El gallo)

Lenta dicen que es
porque sólo asoma
la cabeza, las patas y los pies.

(La tortuga)
CHISTES
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Mamá, mamá, ¿Es cierto que descendemos de lo monos?
No lo sé cariño, tu padre nunca me ha presentado a su familia.
El niño a su papá:
¡Papá, papá, vinieron a preguntar si aquí vendían un burro!
¿Y qué les dijiste, hijo?
Que no estabas.
Dos niñas están en un campamento donde compartían habitación y litera. A la
hora de irse a la cama, la niña de la litera de arriba reza:
Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María y el Espíritu
Santo.
Pocos segundos después, se le hunde la litera, y la niña de la litera de abajo
exclama:
¿Lo ves? ¡Eso es lo que pasa por dormir con tanta gente!
Estaban dos niños cada uno con un trompo y uno le dice al otro:
A ver, baila el trompo.
Y el otro le contesta:
No sabo.
El otro le dice:
No se dice "no sabo" se dice "no sepo".
En ese momento una señora estaba escuchando la conversación de los niños y
les dice:
No se dice ni no sabo ni no sepo.
Los niños le preguntan:
Entonces, ¿Cómo se dice?
La señora les contesta:
No sé.
Y los niños le dicen:
Entonces, por qué se mete en lo que no le importa.
En el colegio:
-Señorita profesora, ¿verdad que no se debe castigar a un niño por una cosa
que no haya hecho?
-No, claro que no.
-Estupendo, no he hecho los deberes.
¿Cuál es el animal más antiguo?
La vaca
¿Por qué?
Porque esta en blanco y negro.
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¿Qué le dice Tarzán al ratón?
Tan pequeño y con bigote.
¿Qué le dice el ratón a Tarzán?
Tan grandote y con pañal.
Había un niño que jugando a la pelota se le salió un diente, y le preguntó a su
madre:
Mamá mamá se me salió un diente, ¿Qué hago?
Y en esto la madre le contesta:
Déjalo debajo de tu almohada y el ratoncito de los dientes te dará algo.
El niño eso hizo, y el día siguiente su mamá le preguntó:
¿Y qué te trajo el ratoncito?
Y el niño le responde:
Nada, me dejó un papelito que decía, "sigue participando".
En una juguetería, un niño escoge un peluche de canguro. Va a la caja y le
entrega un billete de monopoli a la cajera, ésta le dice amablemente:
Amor, esto no es dinero de verdad.
Y el niño le contesta:
Este tampoco es un canguro de verdad.

RETAHÍLAS
•

Todos cuentan hasta tres
en la casa de Andrés
uno dos y tres.
Todos cuentan hasta cinco
en la casa de Francisco
uno, dos, tres, cuatro y cinco.

•

Pito, pito colorito
Dónde vas tu tan bonito?
A la era verdadera
pin, pan, fuera.

•

Choco, choco, la, la,
Choco, choco, te, te,
Choco, la; choco, te.
¡cho-co-la-te!

•

Gallinita ciega,
qué se te ha perdido?
Una aguja y un dedal,
date tres vueltas y lo encontraras.
•

Sana, sana
colita de rana;
si no sana hoy
sanará mañana.

•

El que se fue a Sevilla
perdió su silla,
pero como fue a Granada
no perdió nada.

•

Calabaza, calabaza,
cada uno a su casa.
Cocama, Cocama,
cada uno a su cama.

•

Bate, bate,
chocolate,
con harina y con tomate.

•

A la una sale la luna,
a las dos sale el sol,
a las tres sale Andrés,
a las cuatro sale un gato,
a las cinco pego un brinco!

•

Ronda, ronda,
el que no se haya escondido,
que se esconda,
y si no,
que responda.

CUENTOS

LA SIRENITA
Erase una vez en el fondo del más azul de los océanos, un maravilloso palacio en el
cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba
blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas,
junto
a
sus
hijas,
cinco
bellísimas
sirenas.
Sirenita, la más joven, además de ser la más bella, poseía una voz maravillosa; cuando
cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para
escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusa al oírla dejaban
de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía
levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través
de las aguas profundas. "¡Oh!, ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin
el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el
perfume de las flores!" "Todavía eres demasiado joven". Respondió la madre. "Dentro
de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para salir a la superficie,
como
a
tus
hermanas".
Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de
sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable
curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba
salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso
jardín ornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los
delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar,
quisquillosas, no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y,
durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el
padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro
una
hermosísima
flor.
"¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de
arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos
alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían
desgracias!" Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió
hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces
conseguían
alcanzarla.
De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las
primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el
horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las
gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de
bienvenida. "¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro
y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde
estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó
sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios.
"¡Cómo
me
gustaría
hablar
con
ellos!".
Pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y
se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!". A bordo parecía que todos estuviesen
poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores:
"¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!". La pequeña sirena, atónita y
extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel
alborozo.
Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. Sirenita no podía dejar de mirarlo y una
extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido
con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se
encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían
aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de
negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a
la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus
gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más
altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los
marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro
fragor
el
barco
se
hundió.
Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a
nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas
gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio
sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven
estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para
rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba,
que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a
tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder
andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las
manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que
se
aproximaban
la
obligaron
a
buscar
refugio
en
el
mar.
"¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la
playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevémosle al castillo!" " ¡No!
¡No!
Es
mejor
pedir
ayuda..."
La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso
semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le
susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había
salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo
había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa,
detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué
maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al
joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato,
pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su
habitación.
Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta
los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza,
porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los
Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla.
"¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos
piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies
en el suelo sentirás un terrible dolor." "¡No me importa" respondió Sirenita con
lágrimas en los ojos, "a condición de que pueda volver con él!" "¡No he terminado
todavía!" dijo la vieja." Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para
siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo
desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por último
Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa.
Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se
arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera.
Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí,
vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El
príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió
tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. "No temas" le dijo de
repente, "estás a salvo. ¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda,
no
pudo
responderle.
"Te
llevaré
al
castillo
y
te
curaré."
Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba
maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada
al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada
movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir
junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del
príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en
su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del
naufragio.
Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida
dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le
profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la
pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría
aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a
la
playa.
Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo,
fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a
recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el
corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. Sirenita,
petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería
a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el
príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba
enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a
hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto.
Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche,
Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta.
Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a
desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas:
"¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un
puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo
y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una
sirenita como antes y olvidarás todas tus penas." Como en un sueño, Sirenita,
sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Más cuando vio el
semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta.
Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que
dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.
Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y,
Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de
improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la
transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la
primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un
sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?"
murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz "¿Dónde
estáis?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento.
No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan
demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia
el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de
lágrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que
nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras!
FIN.
EL RATONCITO PÉREZ
Erase una vez Pepito Pérez, que era un pequeño ratoncito de ciudad, vivía con su
familia
en
un
agujerito
de
la
pared
de
un
edificio.
El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí no les faltaba la comida.
Vivían junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo
que encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de
arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la
primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía que
alguien
se
iba
a
instalar
allí.
Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que
le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de
entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José Mª. Miraba y
aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de
cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien
los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina.
Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas
partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él,
ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos...
Todos
querían
que
el
ratoncito
Pérez
les
arreglara
la
boca.
Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No
tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían
comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a
estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una duda, subió a la
clínica dental a mirar. Allí vio cómo el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos
a un anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los
dentistas. Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.
Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la
clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche
para que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El doctor se lo quitó y se lo dio de
recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución: "Iré a la casa de ese niño y le
compraré el diente", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la
casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez se esperó a
que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había
dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada. Al
pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le
dejó
al
niño
un
bonito
regalo.
A la mañana siguiente el niño vio el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos
sus amigos del colegio. Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche
debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito
regalo.
FIN
RICITOS DE ORO.
Erase una vez una tarde, se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a coger flores. Cerca
de allí, había una cabaña muy bonita, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa,
se acerco paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujo.
La puerta estaba abierta. Y vio una mesa. Encima de la mesa había tres tazones con
leche y miel. Uno, era grande; otro, mediano; y otro, pequeño. Ricitos de Oro tenía
hambre, y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Luego, probo del
tazón mediano. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Después, probo del tazón pequeñito, y le supo
tan rica que se la tomo toda, toda.
Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era
mediana, y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande,
pero esta era muy alta. Luego, fue a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha.
Entonces, se sentó en la silla pequeña, pero se dejo caer con tanta fuerza, que la
rompió.
Entro en un cuarto que tenía tres camas. Una, era grande; otra, era mediana; y otra,
pequeña. La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego, se
acostó en la cama mediana, pero también le pereció dura.
Después, se acostó, en la cama pequeña. Y esta la encontró tan de su gusto, que Ricitos
de Oro se quedo dormida.
Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia
de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche.
Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro, era
mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro, era un osito pequeño y usaba
gorrito: un gorrito muy pequeño.
El Oso grande, grito muy fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Oso mediano, gruño
un poco menos fuerte:
-¡Alguien ha probado mi leche! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han
tomado toda mi leche!
Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían que pensar. Pero el Osito pequeño
lloraba tanto, que su papa quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera
caso, porque ahora iban a sentarse en las tres sillas de color azul que tenían, una para
cada uno.
Se levantaron de la mesa, y fueron a la salita donde estaban las sillas.
¿Que ocurrió entonces?
El Oso grande grito muy fuerte: -¡Alguien ha tocado mi silla! El Oso mediano gruño un
poco menos fuerte...
-¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han
sentado en mi silla y la han roto!
Siguieron buscando por la casa, y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo:
-¡Alguien se ha acostado en mi cama! El Oso mediano dijo:
-¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:
-¡Alguien esta durmiendo en mi cama!
Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres osos tan enfadados, se asusto tanto,
que dio un salto y salió de la cama.
Como estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y corrió sin
parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.
FIN
LA RATITA PRESUMIDA
Erase una vez, una ratita que era muy presumida. Un día la ratita estaba barriendo su
casita, cuando de repente en el suelo ve algo que brilla... una moneda de oro. La ratita
la recogió del suelo y se puso a pensar qué se compraría con la moneda.
? Ya sé me compraré caramelos... u no que me dolerán los dientes. Pues me comprare
pasteles... u no que me dolerá la barriguita. Ya lo sé me compraré un lacito de color
rojo
para
mi
rabito?
La ratita se guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado
le pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casita. Al
día siguiente cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita y salió
al balcón de su casa. En eso que aparece un gallo y le dice:
Ratita,

ratita

tú

que

eres

tan

bonita,

¿te

quieres

casar

conmigo??.

Y la ratita le respondió: ?No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces??
Y el gallo le dice: ?quiquiriquí?. Ay no, contigo no me casaré que no me gusta el ruido
que
haces?.
Se fue el gallo y apareció un perro. Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres
casar
conmigo?.
Y
la
ratita
le
dijo:
-No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces? Guau, guau? Ay no, contigo no me
casaré
que
ese
ruido
me
asusta?.
Se fue el perro y apareció un cerdo. ?Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres
casar
conmigo??.
Y la ratita le dijo: ?No sé, no sé, ¿y tú por las noches qué ruido haces??. ?Oink, oink?. ?
Ay no, contigo no me casaré que ese ruido es muy ordinario?.
El cerdo desaparece por donde vino y llega un gato blanco, y le dice a la ratita: ?Ratita,
ratita tú que eres tan bonita ¿te quieres casar conmigo?. Y la ratita le dijo:
No sé, no sé, ¿y tú qué ruido haces por las noches?. Y el gatito con voz suave y dulce le
dice: Miau, miau?. Ay sí contigo me casaré que tu voz es muy dulce!
Y así se casaron la ratita presumida y el gato blanco de dulce voz. Los dos juntos
fueron felices y comieron perdices y colorín colorado este cuento se ha acabado.
EL GATO CON BOTAS
Erase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. Acercándose la hora de su muerte
hizo llamar a sus tres hijos. "Mirad, quiero repartiros lo poco que tengo antes de
morirme". Al mayor le dejó el molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le
dejó lo último que le quedaba, el gato. Dicho esto, el padre murió.
Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más
pequeño cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se
fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo la sombra de
un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las bolsas que tenía el amo, la
llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese momento se acercó un conejo
impresionado por el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato
tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la
bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi
amo, el marqués Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó
la
ofrenda.
Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día,
el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se enteró de ella y pronto
se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo
sigue mis instrucciones." El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no
tenía nada que perder, así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el
río." Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se
acercaban el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!".
El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La princesa se
quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués y se subió a la
carroza.
El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del pueblo y
pidió a los del pueblo que dijeran al rey que los campos eran del marqués y así
ocurrió. Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del
castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de
los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es
verdad."
El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en un
feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan
grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una
mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño
ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. En
ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo! Vamos,
entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso
que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el
gato
como
el
marqués
vivieron
felices
y
comieron
perdices.
PETER PAN
Erase una vez 3 niños llamados Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían
en las afueras de Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su
admiración
por
Peter
Pan.
Todas las noches les contaba a sus hermanos las aventuras de Peter. Una noche,
cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse por la habitación.
Era Campanilla, el hada que acompaña siempre a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste
les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los
Niños Perdidos... - Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo
mágico
para
que
podáis
volar.
Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló: - Es el
barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le
devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando
oye
un
tic-tac!
Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así
que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un
gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por
fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus
hermanitos
y
del
propio
Peter
Pan.
Procuraban no tropezarse con los terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido
noticias de su llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se
llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John. Para que Peter no pudiera
rescatarles, el Capitán Garfio decidió envenenarle, contando para ello con la ayuda de
Campanilla, quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio
aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas
gotas
de
un
poderosísimo
veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida
de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran
unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan
diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las
hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se
salvó. Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas.
Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda.
Parecía que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz: - ¡Eh, Capitán
Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo! Era Peter Pan que, alertado por
Campanilla, había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte cierta.
Comenzaron
a
luchar.
De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror.
El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es
muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio
nadando
desesperadamente,
perseguido
por
el
infatigable
cocodrilo.
El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron
dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás
niños. Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que
se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a
sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa. - ¡Quédate con
nosotros! -pidieron los niños. - ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-.
No os hagáis mayores nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni
vuestra imaginación. De ese modo seguiremos siempre juntos. - ¡Prometido! -gritaron
los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós.

LOS MÚSICOS DE BREMEN
Un hombre tenía un burro que, durante largos años, había estado llevando sin
descanso los sacos al molino, pero cuyas fuerzas se iban agotando, de tal manera
que cada día se iba haciendo menos apto para el trabajo. Entonces el amo pensó en
deshacerse de él, pero el burro se dio cuenta de que los vientos que soplaban por
allí no le eran nada favorables, por lo que se escapó, dirigiéndose hacia la ciudad de
Bremen. Allí, pensaba, podría ganarse la vida como músico callejero. Después de
recorrer un trecho, se encontró con un perro de caza que estaba tumbado en medio
del camino, y que jadeaba como si estuviese cansado de correr.
-¿Por qué jadeas de esa manera, cazadorcillo? -preguntó el burro.
-¡Ay de mí! -dijo el perro-, porque soy viejo y cada día estoy más débil y, como
tampoco sirvo ya para ir de caza, mi amo ha querido matarme a palos; por eso
decidí darme el bote. Pero ¿cómo voy a ganarme ahora el pan?
-¿Sabes una cosa? -le dijo el burro-, yo voy a Bremen porque quiero hacerme
músico. Vente conmigo y haz lo mismo que yo; formaremos un buen dúo: yo tocaré
el laúd y tú puedes tocar los timbales.
Al perro le gustó la idea y continuaron juntos el camino. No habían andado mucho,
cuando se encontraron con un gato que estaba tumbado al lado del camino con cara
avinagrada.
-Hola, ¿qué es lo que te pasa, viejo atusa bigotes? -preguntó el burro.
-¿Quién puede estar contento cuando se está con el agua al cuello? -contestó el gatoComo voy haciéndome viejo y mis dientes ya no cortan como antes, me gusta más
estar detrás de la estufa ronroneando que cazar ratones; por eso mi ama ha querido
ahogarme. He conseguido escapar, pero me va a resultar difícil salir adelante.
¿Adónde iré?
-Ven con nosotros a Bremen, tú sabes mucho de música nocturna, y puedes
dedicarte a la música callejera.
Al gato le pareció bien y se fue con ellos. Después los tres fugitivos pasaron por
delante de una granja; sobre el portón de entrada estaba el gallo y cantaba con
todas sus fuerzas.
-Tus gritos le perforan a uno los tímpanos -dijo el burro-, ¿qué te pasa?
-Estoy pronosticando buen tiempo -dijo el gallo-, porque hoy es el día de Nuestra
Señora, cuando lavó las camisitas del Niño Jesús y las puso a secar. Pero como
mañana es domingo y vienen invitados, el ama, que no tiene compasión, ha dicho a
la cocinera que me quiere comer en la sopa. Y tengo que dejar que esta noche me
corten la cabeza. Por eso aprovecho para gritar hasta desgañitarme, mientras
pueda.
-Pero qué dices, cabeza roja -dijo el burro-, mejor será que te vengas con nosotros a
Bremen. En cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte. Tú tienes
buena voz y si vienes con nosotros para hacer música, seguro que el resultado será
sorprendente.
Al gallo le gustó la proposición, y los cuatro siguieron el camino juntos.
Pero Bremen estaba lejos y no podían hacer el viaje en un sólo día. Por la noche
llegaron a un bosque en el que decidieron quedarse hasta el día siguiente. El burro y
el perro se tumbaron bajo un gran árbol, mientras que el gato y el gallo se colocaron
en las ramas. El gallo voló hasta lo más alto, porque aquél era el sitio donde se
encontraba más seguro. Antes de echarse a dormir, el gallo miró hacia los cuatro
puntos cardinales y le pareció ver una lucecita que brillaba a lo lejos. Entonces gritó
a sus compañeros que debía de haber una casa muy cerca de donde se encontraban.
Y el burro dijo:
-Levantémonos y vayamos hacia allá, pues no estamos en muy buena posada.
El perro opinó que un par de huesos con algo de carne no le vendrían nada mal. Así
que se pusieron en camino hacia el lugar de donde venía la luz. Pronto la vieron
brillar con más claridad, y poco a poco se fue haciendo cada vez más grande, hasta
que al fin llegaron ante una guarida de ladrones muy bien iluminada. El burro, que
era el más grande, se acercó a la ventana y miró hacia el interior.
-¿Qué ves, jamelgo gris? -preguntó el gallo.
-¿Que qué veo? -contestó el burro-, pues una mesa puesta, con buena comida y
mejor bebida, y a unos ladrones sentados a su alrededor que se dan la gana vida.
-Eso no nos vendría mal a nosotros -dijo el gallo.
-Sí, sí, ¡ojalá estuviéramos ahí dentro! -dijo el burro.
Entonces se pusieron los animales a deliberar sobre el modo de hacer salir a los
ladrones; y al fin hallaron un medio para conseguirlo.
El burro tendría que alzar sus patas delanteras hasta el alféizar de la ventana; luego
el perro saltaría sobre el lomo del burro; el gato treparía sobre el perro, y, por
último, el gallo volaría hasta ponerse en la cabeza del gato. Una vez hecho esto, y a
una señal convenida, empezaron los cuatro juntos a cantar. El burro rebuznaba, el
perro ladraba, el gato maullaba y el gallo cantaba. Luego se arrojaron por la ventana
al interior de la habitación rompiendo los cristales con gran estruendo. Al oír tan
tremenda algarabía, los ladrones se sobresaltaron y, creyendo que se trataba de un
fantasma, huyeron despavoridos hacia el bosque.
Entonces los cuatro compañeros se sentaron a la mesa, dándose por satisfechos con
lo que les habían dejado los ladrones, y comieron como si tuvieran hambre muy
atrasada.
Cuando acabaron de comer, los cuatro músicos apagaron la luz y se dedicaron a
buscar un rincón para dormir, cada uno según su costumbre y su gusto. El burro se
tendió sobre el estiércol; el perro se echó detrás de la puerta; el gato se acurrucó
sobre la cocina, junto a las calientes cenizas, y el gallo se colocó en la vigueta más
alta. Y, como estaban cansados por el largo camino, se durmieron enseguida. Pasada
la medianoche, cuando los ladrones vieron desde lejos que en la casa no brillaba
ninguna luz y todo parecía estar tranquilo, dijo el cabecilla:
-No deberíamos habernos dejado intimidar.
Y ordenó a uno de los ladrones que entrara en la casa y la inspeccionara. El enviado
lo encontró todo tranquilo. Fue a la cocina para encender una luz y, como los ojos
del gato centelleaban como dos ascuas, le parecieron brasas y les acercó una cerilla
para encenderla. Mas el gato, que no era amigo de bromas, le saltó a la cara, le
escupió y le arañó. Entonces el ladrón, aterrorizado, echó a correr y quiso salir por
la puerta trasera. Pero el perro, que estaba tumbado allí, dio un salto y le mordió la
pierna. Y cuando el ladrón pasó junto al estiércol al atravesar el patio, el burro le dio
una buena coz con las patas traseras. Y el gallo, al que el ruido había espabilado,
gritó desde su viga:
-¡Quiquiriquí!
Entonces el ladrón echó a correr con todas sus fuerzas hasta llegar donde estaba el
cabecilla de la banda. Y le dijo:
-¡Ay! En la casa se encuentra una bruja horrible que me ha echado el aliento y con
sus largos dedos me ha arañado la cara. En la puerta está un hombre con un cuchillo
y me lo ha clavado en la pierna. En el patio hay un monstruo negro que me ha
golpeado con un garrote de madera. Y arriba, en el tejado, está sentado el juez, que
gritaba: « ¡Traedme aquí a ese tunante!». Entonces salí huyendo.
Desde ese momento los ladrones no se atrevieron a volver a la casa, pero los cuatro
músicos de Bremen se encontraron tan a gusto en ella que no quisieron
abandonarla nunca más. Y el último que contó esta historia, todavía tiene la boca
seca.

EL LOBO Y LOS SIETE CABRITOS
Había una vez una cabra que tenía siete cabritos, a los que quería tanto como
cualquier madre puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir al bosque a buscar
comida, de modo que llamó a sus siete cabritillos y les dijo:
-Queridos hijos, voy a ir al bosque; tened cuidado con el lobo, porque si entrara en
casa os comería a todos y no dejaría de vosotros ni un pellejito. A veces el malvado
se disfraza, pero podréis reconocerlo por su voz ronca y por sus negras pezuñas.
Los cabritos dijeron:
-Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros sabremos cuidarnos.
Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada, emprendió el
camino hacia el bosque.
No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta, diciendo:
-Abrid, queridos hijos, que ha llegado vuestra madre y ha traído comida para todos
vosotros.
Pero los cabritillos, al oír una voz tan ronca, se dieron cuenta de que era el lobo y
exclamaron:
-No abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y agradable y la
tuya es ronca. Tú eres el lobo.
Entonces el lobo fue en busca de un buhonero y le compró un gran trozo de tiza. Se
lo comió y así logró suavizar la voz. Luego volvió otra vez a la casa de los cabritos y
llamó a la puerta, diciendo:
-Abrid, hijos queridos, que vuestra madre ha llegado y ha traído comida para todos
vosotros.
Pero el lobo había apoyado una de sus negras pezuñas en la ventana, por lo cual los
pequeños pudieron darse cuenta de que no era su madre y exclamaron:
-No abriremos; nuestra madre no tiene la pezuña tan negra como tú. Tú eres el
lobo.
Entonces el lobo fue a buscar a un panadero y le dijo:
-Me he dado un golpe en la pezuña; úntamela con un poco de masa.
Y cuando el panadero le hubo extendido la masa por la pezuña, se fue corriendo a
buscar al molinero y le dijo:
-Échame harina en la pezuña.
El molinero pensó: «Seguro que el lobo quiere engañar a alguien», y se negó a hacer
lo que le pedía; pero el lobo dijo:
-Si no lo haces, te devoraré.
Entonces el molinero se asustó y le puso la pezuña, y toda la pata, blanca de harina.
Sí, así son las personas.
Por tercera vez fue el malvado lobo hasta la casa de los cabritos, llamó a la puerta y
dijo:
-Abridme, hijitos, que vuestra querida mamá ha vuelto y ha traído del bosque
comida para todos vosotros.
Los cabritillos exclamaron:
-Primero enséñanos la pezuña, para asegurarnos de que eres nuestra madre.
Entonces el lobo enseñó su pezuña por la ventana y, cuando los cabritos vieron que
era blanca, creyeron que lo que había dicho era cierto, y abrieron la puerta. Pero
quien entró por ella fue el lobo. Los cabritos se asustaron y corrieron a esconderse.
El mayor se metió debajo de la mesa; el segundo, en la cama; el tercero se escondió
en la estufa; el cuarto, en la cocina; el quinto, en el armario; el sexto, bajo el
fregadero, y el séptimo se metió en la caja del reloj de pared. Pero el lobo los fue
encontrando y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos uno detrás de
otro. Pero el pequeño, el que estaba en la caja del reloj, afortunadamente consiguió
escapar. Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó muy despacio hasta
un prado verde, se tendió debajo de un árbol y se quedó dormido.
Muy poco después volvió del bosque la vieja cabra. Pero ¡ay!, ¡qué escena tan
dramática apareció ante sus ojos! La puerta de la casa estaba abierta de par en par;
la mesa, las sillas y los bancos, tirados por el suelo; las mantas y la almohada,
arrojadas de la cama, y el fregadero hecho pedazos. Buscó a sus hijos, pero no pudo
encontrarlos por ninguna parte. Los llamó a todos por sus nombres, pero nadie
respondió. Hasta que, al acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oír su
melodiosa voz:
Mamaíta, estoy metido en la caja del reloj.
La madre lo sacó de allí, y el pequeño cabrito le contó lo que había sucedido,
diciéndole que había visto todo desde su escondite y que, de milagro, no fue
encontrado por el lobo. La mamá cabra lloró desconsoladamente por sus pobres
hijos.
Luego, muy angustiada, salió de la casa seguida por su hijito. Cuando llegó al prado,
encontró al lobo tumbado junto al árbol, roncando tan fuerte que hasta las ramas se
estremecían. Lo miró atentamente, de pies a cabeza, y vio que en su abultado
vientre, algo se movía y pateaba. « ¡Oh Dios mío! -Pensó-, ¿será posible que mis
hijos vivan todavía, después de habérselos tragado en la cena?» Entonces mandó al
cabrito que fuera a la casa a buscar unas tijeras, aguja e hilo. Luego ella abrió la
barriga al monstruo y, nada más dar el primer corte, el primer cabrito asomó la
cabeza por la abertura y, a medida que seguía cortando, fueron saliendo dando
brincos los seis cabritillos, que estaban vivos y no habían sufrido ningún daño, pues
el monstruo, en su excesiva voracidad, se los había tragado enteros. ¡Aquello sí que
fue alegría! Los cabritos se abrazaron a su madre y saltaron y brincaron como un
sastre celebrando sus bodas. Pero la vieja cabra dijo:
-Ahora id a buscar unos buenos pedruscos. Con ellos llenaremos la barriga de este
maldito animal mientras está dormido.
Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras que pudieron y se las metieron
en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con hilo y aguja, y lo
hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de nada, y ni siquiera se movió.
Cuando el lobo se despertó, se levantó y se dispuso a caminar, pero, como las
piedras que tenía en la barriga le daban mucha sed, se dirigió hacia un pozo para
beber agua. Cuando echó a andar y empezó a moverse, las piedras de su barriga
chocaban unas contra otras haciendo mucho ruido. Entonces el lobo exclamó:
¿Qué es lo que en mi barriga bulle y rebulle? Seis cabritos creí haber comido,
y en piedras se han convertido.
Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las piedras lo arrastraron al
fondo, ahogándose como un miserable. Cuando los siete cabritos lo vieron, fueron
hacia allá corriendo, mientras gritaban:
-¡El lobo ha muerto! ¡El lobo ha muerto!
Y, llenos de alegría, bailaron con su madre alrededor del pozo.
La lámpara azul
Érase un soldado que durante muchos años había servido lealmente a su rey. Al
terminar la guerra, el mozo, que, debido a las muchas heridas que recibiera, no
podía continuar en el servicio, fue llamado a presencia del Rey, el cual le dijo:
- Puedes marcharte a tu casa, ya no te necesito. No cobrarás más dinero, pues sólo
pago a quien me sirve.
Y el soldado, no sabiendo cómo ganarse la vida, quedó muy preocupado y se
marchó a la ventura. Anduvo todo el día, y al anochecer llegó a un bosque. Divisó
una luz en la oscuridad, y se dirigió a ella. Así llegó a una casa, en la que habitaba
una bruja.
- Dame albergue, y algo de comer y beber -pidió le- para que no me muera de
hambre.
- ¡Vaya! -exclamó ella-. ¿Quién da nada a un soldado perdido? No obstante, quiero
ser compasiva y te acogeré, a condición de que hagas lo que voy a pedirte.
- ¿Y qué deseas que haga? -preguntó el soldado.
- Que mañana caves mi huerto.
Aceptó el soldado, y el día siguiente estuvo trabajando con todo ahínco desde la
mañana, y al anochecer, aún no había terminado.
- Ya veo que hoy no puedes más; te daré cobijo otra noche; pero mañana deberás
partirme una carretada de leña y astillarla en trozos pequeños.
Necesitó el mozo toda la jornada siguiente para aquel trabajo, y, al atardecer, la
vieja le propuso que se quedara una tercera noche.
- El trabajo de mañana será fácil -le dijo-. Detrás de mi casa hay un viejo pozo seco,
en el que se me cayó la lámpara. Da una llama azul y nunca se apaga; tienes que
subírmela.
Al otro día, la bruja lo llevó al pozo y lo bajó al fondo en un cesto. El mozo encontró
la luz e hizo señal de que volviese a subirlo. Tiró ella de la cuerda, y, cuando ya lo
tuvo casi en la superficie, alargó la mano para coger la lámpara.
- No -dijo él, adivinando sus perversas intenciones-. No te la daré hasta que mis
pies toquen el suelo.
La bruja, airada, lo soltó, precipitándolo de nuevo en el fondo del pozo, y allí lo dejó.
Cayó el pobre soldado al húmedo fondo sin recibir daño alguno y sin que la luz azul
se extinguiese. ¿De qué iba a servirle, empero? Comprendió en seguida que no
podría escapar a la muerte. Permaneció tristemente sentado durante un rato.
Luego, metiéndose, al azar, la mano en el bolsillo, encontró la pipa, todavía medio
cargada. "Será mi último gusto", pensó; la encendió en la llama azul y se puso a
fumar. Al esparcirse el humo por la cavidad del pozo, apareció de pronto un
diminuto hombrecillo, que le preguntó:
- ¿Qué mandas, mi amo?
- ¿Qué puedo mandarte? -replicó el soldado, atónito.
- Debo hacer todo lo que me mandes -dijo el enanillo.
- Bien -contestó el soldado-. En ese caso, ayúdame, ante todo, a salir del pozo.
El hombrecillo lo cogió de la mano y lo condujo por un pasadizo subterráneo, sin
olvidar llevarse también la lámpara de luz azul. En el camino le fue enseñando los
tesoros que la bruja tenía allí reunidos y ocultos, y el soldado cargó con todo el oro
que pudo llevar.
Al llegar a la superficie dijo al enano:
- Ahora amarra a la vieja hechicera y llévala ante el tribunal.
Poco después veía pasar a la bruja, montada en un gato salvaje, corriendo como el
viento y dando horribles chillidos. No tardó el hombrecillo en estar de vuelta:
- Todo está listo -dijo-, y la bruja cuelga ya de la horca. ¿Qué ordenas ahora, mi
amo?
- De momento nada más -le respondió el soldado-. Puedes volver a casa. Estate
atento para comparecer cuando te llame.
- Pierde cuidado -respondió el enano-. En cuanto enciendas la pipa en la llama azul,
me tendrás en tu presencia. - Y desapareció de su vista.
Regresó el soldado a la ciudad de la que había salido. Se alojó en la mejor fonda y se
encargó magníficos vestidos. Luego pidió al fondista que le preparase la habitación
más lujosa que pudiera disponer. Cuando ya estuvo lista y el soldado establecido en
ella, llamando al hombrecillo negro, le dijo:
- Serví lealmente al Rey, y, en cambio, él me despidió, condenándome a morir de
hambre. Ahora quiero vengarme.
- ¿Qué debo hacer? -preguntó el enanito.
- Cuando ya sea de noche y la hija del Rey esté en la cama, la traerás aquí dormida.
La haré trabajar como sirvienta.
- Para mí eso es facilísimo -observó el hombrecillo-. Mas para ti es peligroso. Mal lo
pasarás si te descubren.
Al dar las doce abrió la puerta bruscamente, y se presentó el enanito cargado con la
princesa.
- ¿Conque eres tú, eh? -exclamó el soldado-. ¡Pues a trabajar, vivo! Ve a buscar la
escoba y barre el cuarto.
Cuando hubo terminado, la mandó acercarse a su sillón y, alargando las piernas,
dijo:
- ¡Quítame las botas! -y se las tiró a la cara, teniendo ella que recogerlas, limpiarlas
y lustrarlas. La muchacha hizo sin resistencia todo cuanto le ordenó, muda y con los
ojos entornados. Al primer canto del gallo, el enanito volvió a trasportarla a palacio,
dejándola en su cama.
Al levantarse a la mañana siguiente, la princesa fue a su padre y le contó que había
tenido un sueño extraordinario:
- Me llevaron por las calles con la velocidad del rayo, hasta la habitación de un
soldado, donde hube de servir como criada y efectuar las faenas más bajas, tales
como barrer el cuarto y limpiar botas. No fue más que un sueño, y, sin embargo,
estoy cansada como si de verdad hubiese hecho todo aquello.
- El sueño podría ser realidad -dijo el Rey-. Te daré un consejo: llénate de guisantes
el bolsillo, y haz en él un pequeño agujero. Si se te llevan, los guisantes caerán y
dejarán huella de tu paso por las calles.
Mientras el Rey decía esto, el enanito estaba presente, invisible, y lo oía. Por la
noche, cuando la dormida princesa fue de nuevo transportada por él calles a través,
cierto que cayeron los guisantes, pero no dejaron rastro, porque el astuto
hombrecillo procuró sembrar otros por toda la ciudad. Y la hija del Rey tuvo que
servir de criada nuevamente hasta el canto del gallo.
Por la mañana, el Rey despachó a sus gentes en busca de las huellas; pero todo
resultó inútil, ya que en todas las calles se veían chiquillos pobres ocupados en
recoger guisantes, y que decían:
- Esta noche han llovido guisantes.
- Tendremos que pensar otra cosa -dijo el padre-. Cuando te acuestes, déjate los
zapatos puestos; antes de que vuelvas de allí escondes uno; ya me arreglaré yo para
encontrarlo.
El enanito negro oyó también aquellas instrucciones, y cuando, al llegar la noche,
volvió a ordenarle el soldado que fuese por la princesa, trató de disuadirlo,
manifestándole que, contra aquélla treta, no conocía ningún recurso, y si
encontraba el zapato en su cuarto lo pasaría mal.
- Haz lo que te mando -replicó el soldado; y la hija del Rey hubo de servir de criada
una tercera noche. Pero antes de que se la volviesen a llevar, escondió un zapato
debajo de la cama.
A la mañana siguiente mandó el Rey que se buscase por toda la ciudad el zapato de
su hija. Fue hallado en la habitación del soldado, el cual, aunque -aconsejado por el
enano- se hallaba en un extremo de la ciudad, de la que pensaba salir, no tardó en
ser detenido y encerrado en la cárcel.
Con las prisas de la huida se había olvidado de su mayor tesoro, la lámpara azul y el
dinero; sólo le quedaba un ducado en el bolsillo. Cuando, cargado de cadenas,
miraba por la ventana de su prisión, vio pasar a uno de sus compañeros. Lo llamó
golpeando los cristales, y, al acercarse el otro, le dijo:
- Hazme el favor de ir a buscarme el pequeño envoltorio que me dejé en la fonda; te
daré un ducado a cambio.
Corrió el otro en busca de lo pedido, y el soldado, en cuanto volvió a quedar solo,
apresurase a encender la pipa y llamar al hombrecillo:
- Nada temas -dijo éste a su amo-. Ve adonde te lleven y no te preocupes. Procura
sólo no olvidarte de la luz azul.
Al día siguiente se celebró el consejo de guerra contra el soldado, y, a pesar de que
sus delitos no eran graves, los jueces lo condenaron a muerte. Al ser conducido al
lugar de ejecución, pidió al Rey que le concediese una última gracia.
- ¿Cuál? -preguntó el Monarca.
- Que se me permita fumar una última pipa durante el camino.
- Puedes fumarte tres -respondió el Rey-, pero no cuentes con que te perdone la
vida.
Sacó el hombre la pipa, la encendió en la llama azul y, apenas habían subido en el
aire unos anillos de humo, apareció el enanito con una pequeña tranca en la mano y
dijo:
- ¿Qué manda mi amo?
- Arremete contra esos falsos jueces y sus esbirros, y no dejes uno en pie, sin
perdonar tampoco al Rey, que con tanta injusticia me ha tratado.
Y ahí tenéis al enanito como un rayo, ¡mis, zas!, repartiendo estacazos a diestro y
siniestro. Y a quien tocaba su garrote, quedaba tendido en el suelo sin osar mover
ni un dedo. Al Rey le cogió un miedo tal que se puso a rogar y suplicar y, para no
perder la vida, dio al soldado el reino y la mano de su hija.
EL DINERO LLOVIDO DEL CIELO
Había una vez una niña que era huérfana y vivía en tan extremada pobreza que no
tenía ni cuarto ni cama donde dormir. No poseía más que el vestido que cubría su
cuerpo y un pedacito de pan que le había dado un alma caritativa, pero era muy
buena y piadosa.
Como se veía abandonada por todos, se puso en camino, confiando en Dios. A los
pocos pasos encontró un pobre que le dijo.
-¡Si me pudieras dar algo de comer, porque tengo tanta hambre!...
Ella le dio todo su pan y le dijo:
-Dios te ayude.
Y continuó andando.
Poco después encontró un niño que lloraba, diciendo:
-Tengo frío en la cabeza, dame algo para cubrirme.
Se quitó su gorro y se lo dio. Un poco más allá vio otro que estaba medio helado
porque no tenía jubón y le dio el suyo; otro por último la pidió su saya y se la dio
también.
Siendo ya de noche llegó a un bosque, donde halló otro niño que la pidió la camisa.
La caritativa niña pensó para sí:
-La noche es muy oscura, nadie me verá, bien puedo darle mi camisa.
Y se la dio también.
Ya no la quedaba nada que dar. Pero en el mismo instante comenzaron a caer las
estrellas del cielo y al llegar a la tierra se volvían hermosas monedas de oro y plata,
y aunque se había quitado la camisa se encontró con otra enteramente nueva y de
tela mucho más fina. Reunió todo el dinero y quedó rica para toda su vida.

CUENTO DE BLANCANIEVES
El

cuento

de

Blancanieves

y

los

Siete

Enanitos.

En un país muy, muy lejano vivía una bella princesita llamada Blancanieves, que tenía
una madrastra, la reina, muy vanidosa. La madrastra preguntaba a su espejo mágico y
éste
respondía:
Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres. Y fueron pasando los años. Un
día la reina preguntó como siempre a su espejo mágico: - ¿Quién es la más bella? Pero
esta vez el espejo contestó: - La más bella es Blancanieves.
Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador: - Llévate a
Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme
en este cofre su corazón. Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de
la inocente joven y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.
Blancanieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la noche,
hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una preciosa
casita. Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete
platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete
camitas. La pobre Blancanieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque,
juntó
todas
las
camitas
y
al
momento
se
quedó
dormida.
Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas
minas y se admiraron al descubrir a Blancanieves. Entonces ella les contó su triste
historia. Los enanitos suplicaron a la niña que se quedase con ellos y Blancanieves
aceptó, se quedó a vivir con ellos y todos estaban felices. Mientras tanto, en el palacio,
la reina volvió a preguntar al espejo: - ¿Quién es ahora la más bella? - Sigue siendo
Blancanieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos...
Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y
partió hacia la casita del bosque. Blancanieves estaba sola, pues los enanitos estaban
trabajando en la mina. La malvada reina ofreció a la niña una manzana envenenada y
cuando
Blancanieves
dio
el
primer
bocado,
cayó
desmayada.
Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blancanieves tendida en el
suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de
cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella. En ese
momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más contemplar a
Blancanieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente,
Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe
rompió el hechizo de la malvada reina. Blancanieves se casó con el príncipe y
expulsaron a la cruel reina y desde entonces todos vivieron felices.

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Refranes

  • 1. REFRANES • • • • • • • • • • Al amigo que no es cierto, con un ojo cerrado y el otro abierto. Allégate a los buenos, y serás uno de ellos. Amigo de muchos, amigo de ninguno. Dime con quien andas y te diré quien eres. La lengua del mal amigo, más corta que cuchillo. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. El que se fue a Sevilla perdió su silla. Juego de manos, juego de villanos. Zapatero a tus zapatos. Lo cortés no quita lo valiente. ADIVINANZAS Tiene ojos y no ve, tiene agua y no la bebe, tiene carne y no la come tiene barba y no es hombre. (El coco) Agrio es su sabor, bastante dura su piel y si lo quieres tomar tendrás que estrujarlo bien. (El limón)
  • 2. Blanco fue mi nacimiento colorada mi niñez, y ahora que voy para vieja soy más negra cada vez. (La mora) Soy redonda como el mundo, al morir me despedazan; me reducen a pellejo y todo el jugo me sacan. (La naranja) Campanita, campanera, blanca por dentro, verde por fuera, si no lo adivinas, piensa y espera. (La pera) Tiene ojos y no ve, posee corona y no es rey, tiene escamas sin ser pez,
  • 3. ¿qué rara cosa ha de ser? (La piña) Ordenes da, órdenes recibe, algunas autoriza, otras prohíbe. (El cerebro) Dicen que son de dos pero sólo son de una. LOS DEDOS Canta cuando amanece y vuelve a cantar cuando el día desaparece. (El gallo) Lenta dicen que es porque sólo asoma la cabeza, las patas y los pies. (La tortuga)
  • 4. CHISTES • • • • • • Mamá, mamá, ¿Es cierto que descendemos de lo monos? No lo sé cariño, tu padre nunca me ha presentado a su familia. El niño a su papá: ¡Papá, papá, vinieron a preguntar si aquí vendían un burro! ¿Y qué les dijiste, hijo? Que no estabas. Dos niñas están en un campamento donde compartían habitación y litera. A la hora de irse a la cama, la niña de la litera de arriba reza: Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María y el Espíritu Santo. Pocos segundos después, se le hunde la litera, y la niña de la litera de abajo exclama: ¿Lo ves? ¡Eso es lo que pasa por dormir con tanta gente! Estaban dos niños cada uno con un trompo y uno le dice al otro: A ver, baila el trompo. Y el otro le contesta: No sabo. El otro le dice: No se dice "no sabo" se dice "no sepo". En ese momento una señora estaba escuchando la conversación de los niños y les dice: No se dice ni no sabo ni no sepo. Los niños le preguntan: Entonces, ¿Cómo se dice? La señora les contesta: No sé. Y los niños le dicen: Entonces, por qué se mete en lo que no le importa. En el colegio: -Señorita profesora, ¿verdad que no se debe castigar a un niño por una cosa que no haya hecho? -No, claro que no. -Estupendo, no he hecho los deberes. ¿Cuál es el animal más antiguo? La vaca ¿Por qué? Porque esta en blanco y negro.
  • 5. • • • ¿Qué le dice Tarzán al ratón? Tan pequeño y con bigote. ¿Qué le dice el ratón a Tarzán? Tan grandote y con pañal. Había un niño que jugando a la pelota se le salió un diente, y le preguntó a su madre: Mamá mamá se me salió un diente, ¿Qué hago? Y en esto la madre le contesta: Déjalo debajo de tu almohada y el ratoncito de los dientes te dará algo. El niño eso hizo, y el día siguiente su mamá le preguntó: ¿Y qué te trajo el ratoncito? Y el niño le responde: Nada, me dejó un papelito que decía, "sigue participando". En una juguetería, un niño escoge un peluche de canguro. Va a la caja y le entrega un billete de monopoli a la cajera, ésta le dice amablemente: Amor, esto no es dinero de verdad. Y el niño le contesta: Este tampoco es un canguro de verdad. RETAHÍLAS • Todos cuentan hasta tres en la casa de Andrés uno dos y tres. Todos cuentan hasta cinco en la casa de Francisco uno, dos, tres, cuatro y cinco. • Pito, pito colorito Dónde vas tu tan bonito? A la era verdadera pin, pan, fuera. • Choco, choco, la, la, Choco, choco, te, te, Choco, la; choco, te. ¡cho-co-la-te! • Gallinita ciega, qué se te ha perdido?
  • 6. Una aguja y un dedal, date tres vueltas y lo encontraras. • Sana, sana colita de rana; si no sana hoy sanará mañana. • El que se fue a Sevilla perdió su silla, pero como fue a Granada no perdió nada. • Calabaza, calabaza, cada uno a su casa. Cocama, Cocama, cada uno a su cama. • Bate, bate, chocolate, con harina y con tomate. • A la una sale la luna, a las dos sale el sol, a las tres sale Andrés, a las cuatro sale un gato, a las cinco pego un brinco! • Ronda, ronda, el que no se haya escondido, que se esconda, y si no, que responda. CUENTOS LA SIRENITA Erase una vez en el fondo del más azul de los océanos, un maravilloso palacio en el
  • 7. cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas. Sirenita, la más joven, además de ser la más bella, poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusa al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. "¡Oh!, ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!" "Todavía eres demasiado joven". Respondió la madre. "Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para salir a la superficie, como a tus hermanas". Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín ornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. "¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!" Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida. "¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Cómo me gustaría hablar con ellos!". Pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!". A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores:
  • 8. "¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!". La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. "¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevémosle al castillo!" " ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda..." La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los
  • 9. Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. "¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor." "¡No me importa" respondió Sirenita con lágrimas en los ojos, "a condición de que pueda volver con él!" "¡No he terminado todavía!" dijo la vieja." Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por último Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. "No temas" le dijo de repente, "estás a salvo. ¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. "Te llevaré al castillo y te curaré." Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta.
  • 10. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas." Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Más cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?" murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz "¿Dónde estáis?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! FIN. EL RATONCITO PÉREZ Erase una vez Pepito Pérez, que era un pequeño ratoncito de ciudad, vivía con su familia en un agujerito de la pared de un edificio. El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía que alguien se iba a instalar allí. Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José Mª. Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de
  • 11. cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina. Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos... Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca. Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vio cómo el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos a un anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada. Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El doctor se lo quitó y se lo dio de recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución: "Iré a la casa de ese niño y le compraré el diente", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez se esperó a que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada. Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le dejó al niño un bonito regalo. A la mañana siguiente el niño vio el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos sus amigos del colegio. Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito regalo. FIN RICITOS DE ORO. Erase una vez una tarde, se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a coger flores. Cerca de allí, había una cabaña muy bonita, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acerco paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujo. La puerta estaba abierta. Y vio una mesa. Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, era grande; otro, mediano; y otro, pequeño. Ricitos de Oro tenía hambre, y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Luego, probo del tazón mediano. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Después, probo del tazón pequeñito, y le supo tan rica que se la tomo toda, toda.
  • 12. Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana, y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero esta era muy alta. Luego, fue a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha. Entonces, se sentó en la silla pequeña, pero se dejo caer con tanta fuerza, que la rompió. Entro en un cuarto que tenía tres camas. Una, era grande; otra, era mediana; y otra, pequeña. La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego, se acostó en la cama mediana, pero también le pereció dura. Después, se acostó, en la cama pequeña. Y esta la encontró tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedo dormida. Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche. Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro, era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro, era un osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito muy pequeño. El Oso grande, grito muy fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Oso mediano, gruño un poco menos fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han tomado toda mi leche! Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían que pensar. Pero el Osito pequeño lloraba tanto, que su papa quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso, porque ahora iban a sentarse en las tres sillas de color azul que tenían, una para cada uno. Se levantaron de la mesa, y fueron a la salita donde estaban las sillas. ¿Que ocurrió entonces? El Oso grande grito muy fuerte: -¡Alguien ha tocado mi silla! El Oso mediano gruño un poco menos fuerte... -¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han sentado en mi silla y la han roto! Siguieron buscando por la casa, y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama! El Oso mediano dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama! Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo: -¡Alguien esta durmiendo en mi cama! Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres osos tan enfadados, se asusto tanto, que dio un salto y salió de la cama. Como estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y corrió sin parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa. FIN LA RATITA PRESUMIDA
  • 13. Erase una vez, una ratita que era muy presumida. Un día la ratita estaba barriendo su casita, cuando de repente en el suelo ve algo que brilla... una moneda de oro. La ratita la recogió del suelo y se puso a pensar qué se compraría con la moneda. ? Ya sé me compraré caramelos... u no que me dolerán los dientes. Pues me comprare pasteles... u no que me dolerá la barriguita. Ya lo sé me compraré un lacito de color rojo para mi rabito? La ratita se guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado le pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casita. Al día siguiente cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita y salió al balcón de su casa. En eso que aparece un gallo y le dice: Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo??. Y la ratita le respondió: ?No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?? Y el gallo le dice: ?quiquiriquí?. Ay no, contigo no me casaré que no me gusta el ruido que haces?. Se fue el gallo y apareció un perro. Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?. Y la ratita le dijo: -No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces? Guau, guau? Ay no, contigo no me casaré que ese ruido me asusta?. Se fue el perro y apareció un cerdo. ?Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo??. Y la ratita le dijo: ?No sé, no sé, ¿y tú por las noches qué ruido haces??. ?Oink, oink?. ? Ay no, contigo no me casaré que ese ruido es muy ordinario?. El cerdo desaparece por donde vino y llega un gato blanco, y le dice a la ratita: ?Ratita, ratita tú que eres tan bonita ¿te quieres casar conmigo?. Y la ratita le dijo: No sé, no sé, ¿y tú qué ruido haces por las noches?. Y el gatito con voz suave y dulce le dice: Miau, miau?. Ay sí contigo me casaré que tu voz es muy dulce! Y así se casaron la ratita presumida y el gato blanco de dulce voz. Los dos juntos fueron felices y comieron perdices y colorín colorado este cuento se ha acabado. EL GATO CON BOTAS
  • 14. Erase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. Acercándose la hora de su muerte hizo llamar a sus tres hijos. "Mirad, quiero repartiros lo poco que tengo antes de morirme". Al mayor le dejó el molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le dejó lo último que le quedaba, el gato. Dicho esto, el padre murió. Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más pequeño cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda. Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis instrucciones." El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que perder, así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río." Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se acercaban el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!". El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués y se subió a la carroza. El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que los campos eran del marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es verdad." El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en un feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. En ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo! Vamos, entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron perdices.
  • 15. PETER PAN Erase una vez 3 niños llamados Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su admiración por Peter Pan. Todas las noches les contaba a sus hermanos las aventuras de Peter. Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse por la habitación. Era Campanilla, el hada que acompaña siempre a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los Niños Perdidos... - Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico para que podáis volar. Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló: - Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac! Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe. Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John. Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno. Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó. Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz: - ¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo! Era Peter Pan que, alertado por
  • 16. Campanilla, había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo. El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños. Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa. - ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños. - ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese modo seguiremos siempre juntos. - ¡Prometido! -gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós. LOS MÚSICOS DE BREMEN Un hombre tenía un burro que, durante largos años, había estado llevando sin descanso los sacos al molino, pero cuyas fuerzas se iban agotando, de tal manera que cada día se iba haciendo menos apto para el trabajo. Entonces el amo pensó en deshacerse de él, pero el burro se dio cuenta de que los vientos que soplaban por allí no le eran nada favorables, por lo que se escapó, dirigiéndose hacia la ciudad de Bremen. Allí, pensaba, podría ganarse la vida como músico callejero. Después de recorrer un trecho, se encontró con un perro de caza que estaba tumbado en medio del camino, y que jadeaba como si estuviese cansado de correr. -¿Por qué jadeas de esa manera, cazadorcillo? -preguntó el burro. -¡Ay de mí! -dijo el perro-, porque soy viejo y cada día estoy más débil y, como tampoco sirvo ya para ir de caza, mi amo ha querido matarme a palos; por eso decidí darme el bote. Pero ¿cómo voy a ganarme ahora el pan? -¿Sabes una cosa? -le dijo el burro-, yo voy a Bremen porque quiero hacerme músico. Vente conmigo y haz lo mismo que yo; formaremos un buen dúo: yo tocaré el laúd y tú puedes tocar los timbales. Al perro le gustó la idea y continuaron juntos el camino. No habían andado mucho, cuando se encontraron con un gato que estaba tumbado al lado del camino con cara avinagrada.
  • 17. -Hola, ¿qué es lo que te pasa, viejo atusa bigotes? -preguntó el burro. -¿Quién puede estar contento cuando se está con el agua al cuello? -contestó el gatoComo voy haciéndome viejo y mis dientes ya no cortan como antes, me gusta más estar detrás de la estufa ronroneando que cazar ratones; por eso mi ama ha querido ahogarme. He conseguido escapar, pero me va a resultar difícil salir adelante. ¿Adónde iré? -Ven con nosotros a Bremen, tú sabes mucho de música nocturna, y puedes dedicarte a la música callejera. Al gato le pareció bien y se fue con ellos. Después los tres fugitivos pasaron por delante de una granja; sobre el portón de entrada estaba el gallo y cantaba con todas sus fuerzas. -Tus gritos le perforan a uno los tímpanos -dijo el burro-, ¿qué te pasa? -Estoy pronosticando buen tiempo -dijo el gallo-, porque hoy es el día de Nuestra Señora, cuando lavó las camisitas del Niño Jesús y las puso a secar. Pero como mañana es domingo y vienen invitados, el ama, que no tiene compasión, ha dicho a la cocinera que me quiere comer en la sopa. Y tengo que dejar que esta noche me corten la cabeza. Por eso aprovecho para gritar hasta desgañitarme, mientras pueda. -Pero qué dices, cabeza roja -dijo el burro-, mejor será que te vengas con nosotros a Bremen. En cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte. Tú tienes buena voz y si vienes con nosotros para hacer música, seguro que el resultado será sorprendente. Al gallo le gustó la proposición, y los cuatro siguieron el camino juntos. Pero Bremen estaba lejos y no podían hacer el viaje en un sólo día. Por la noche llegaron a un bosque en el que decidieron quedarse hasta el día siguiente. El burro y el perro se tumbaron bajo un gran árbol, mientras que el gato y el gallo se colocaron en las ramas. El gallo voló hasta lo más alto, porque aquél era el sitio donde se encontraba más seguro. Antes de echarse a dormir, el gallo miró hacia los cuatro puntos cardinales y le pareció ver una lucecita que brillaba a lo lejos. Entonces gritó a sus compañeros que debía de haber una casa muy cerca de donde se encontraban. Y el burro dijo: -Levantémonos y vayamos hacia allá, pues no estamos en muy buena posada. El perro opinó que un par de huesos con algo de carne no le vendrían nada mal. Así que se pusieron en camino hacia el lugar de donde venía la luz. Pronto la vieron brillar con más claridad, y poco a poco se fue haciendo cada vez más grande, hasta que al fin llegaron ante una guarida de ladrones muy bien iluminada. El burro, que era el más grande, se acercó a la ventana y miró hacia el interior.
  • 18. -¿Qué ves, jamelgo gris? -preguntó el gallo. -¿Que qué veo? -contestó el burro-, pues una mesa puesta, con buena comida y mejor bebida, y a unos ladrones sentados a su alrededor que se dan la gana vida. -Eso no nos vendría mal a nosotros -dijo el gallo. -Sí, sí, ¡ojalá estuviéramos ahí dentro! -dijo el burro. Entonces se pusieron los animales a deliberar sobre el modo de hacer salir a los ladrones; y al fin hallaron un medio para conseguirlo. El burro tendría que alzar sus patas delanteras hasta el alféizar de la ventana; luego el perro saltaría sobre el lomo del burro; el gato treparía sobre el perro, y, por último, el gallo volaría hasta ponerse en la cabeza del gato. Una vez hecho esto, y a una señal convenida, empezaron los cuatro juntos a cantar. El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo cantaba. Luego se arrojaron por la ventana al interior de la habitación rompiendo los cristales con gran estruendo. Al oír tan tremenda algarabía, los ladrones se sobresaltaron y, creyendo que se trataba de un fantasma, huyeron despavoridos hacia el bosque. Entonces los cuatro compañeros se sentaron a la mesa, dándose por satisfechos con lo que les habían dejado los ladrones, y comieron como si tuvieran hambre muy atrasada. Cuando acabaron de comer, los cuatro músicos apagaron la luz y se dedicaron a buscar un rincón para dormir, cada uno según su costumbre y su gusto. El burro se tendió sobre el estiércol; el perro se echó detrás de la puerta; el gato se acurrucó sobre la cocina, junto a las calientes cenizas, y el gallo se colocó en la vigueta más alta. Y, como estaban cansados por el largo camino, se durmieron enseguida. Pasada la medianoche, cuando los ladrones vieron desde lejos que en la casa no brillaba ninguna luz y todo parecía estar tranquilo, dijo el cabecilla: -No deberíamos habernos dejado intimidar. Y ordenó a uno de los ladrones que entrara en la casa y la inspeccionara. El enviado lo encontró todo tranquilo. Fue a la cocina para encender una luz y, como los ojos del gato centelleaban como dos ascuas, le parecieron brasas y les acercó una cerilla para encenderla. Mas el gato, que no era amigo de bromas, le saltó a la cara, le escupió y le arañó. Entonces el ladrón, aterrorizado, echó a correr y quiso salir por la puerta trasera. Pero el perro, que estaba tumbado allí, dio un salto y le mordió la pierna. Y cuando el ladrón pasó junto al estiércol al atravesar el patio, el burro le dio una buena coz con las patas traseras. Y el gallo, al que el ruido había espabilado, gritó desde su viga: -¡Quiquiriquí!
  • 19. Entonces el ladrón echó a correr con todas sus fuerzas hasta llegar donde estaba el cabecilla de la banda. Y le dijo: -¡Ay! En la casa se encuentra una bruja horrible que me ha echado el aliento y con sus largos dedos me ha arañado la cara. En la puerta está un hombre con un cuchillo y me lo ha clavado en la pierna. En el patio hay un monstruo negro que me ha golpeado con un garrote de madera. Y arriba, en el tejado, está sentado el juez, que gritaba: « ¡Traedme aquí a ese tunante!». Entonces salí huyendo. Desde ese momento los ladrones no se atrevieron a volver a la casa, pero los cuatro músicos de Bremen se encontraron tan a gusto en ella que no quisieron abandonarla nunca más. Y el último que contó esta historia, todavía tiene la boca seca. EL LOBO Y LOS SIETE CABRITOS Había una vez una cabra que tenía siete cabritos, a los que quería tanto como cualquier madre puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida, de modo que llamó a sus siete cabritillos y les dijo: -Queridos hijos, voy a ir al bosque; tened cuidado con el lobo, porque si entrara en casa os comería a todos y no dejaría de vosotros ni un pellejito. A veces el malvado se disfraza, pero podréis reconocerlo por su voz ronca y por sus negras pezuñas. Los cabritos dijeron: -Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros sabremos cuidarnos. Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada, emprendió el camino hacia el bosque. No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta, diciendo: -Abrid, queridos hijos, que ha llegado vuestra madre y ha traído comida para todos vosotros. Pero los cabritillos, al oír una voz tan ronca, se dieron cuenta de que era el lobo y exclamaron: -No abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y agradable y la tuya es ronca. Tú eres el lobo. Entonces el lobo fue en busca de un buhonero y le compró un gran trozo de tiza. Se lo comió y así logró suavizar la voz. Luego volvió otra vez a la casa de los cabritos y llamó a la puerta, diciendo: -Abrid, hijos queridos, que vuestra madre ha llegado y ha traído comida para todos vosotros.
  • 20. Pero el lobo había apoyado una de sus negras pezuñas en la ventana, por lo cual los pequeños pudieron darse cuenta de que no era su madre y exclamaron: -No abriremos; nuestra madre no tiene la pezuña tan negra como tú. Tú eres el lobo. Entonces el lobo fue a buscar a un panadero y le dijo: -Me he dado un golpe en la pezuña; úntamela con un poco de masa. Y cuando el panadero le hubo extendido la masa por la pezuña, se fue corriendo a buscar al molinero y le dijo: -Échame harina en la pezuña. El molinero pensó: «Seguro que el lobo quiere engañar a alguien», y se negó a hacer lo que le pedía; pero el lobo dijo: -Si no lo haces, te devoraré. Entonces el molinero se asustó y le puso la pezuña, y toda la pata, blanca de harina. Sí, así son las personas. Por tercera vez fue el malvado lobo hasta la casa de los cabritos, llamó a la puerta y dijo: -Abridme, hijitos, que vuestra querida mamá ha vuelto y ha traído del bosque comida para todos vosotros. Los cabritillos exclamaron: -Primero enséñanos la pezuña, para asegurarnos de que eres nuestra madre. Entonces el lobo enseñó su pezuña por la ventana y, cuando los cabritos vieron que era blanca, creyeron que lo que había dicho era cierto, y abrieron la puerta. Pero quien entró por ella fue el lobo. Los cabritos se asustaron y corrieron a esconderse. El mayor se metió debajo de la mesa; el segundo, en la cama; el tercero se escondió en la estufa; el cuarto, en la cocina; el quinto, en el armario; el sexto, bajo el fregadero, y el séptimo se metió en la caja del reloj de pared. Pero el lobo los fue encontrando y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos uno detrás de otro. Pero el pequeño, el que estaba en la caja del reloj, afortunadamente consiguió escapar. Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó muy despacio hasta un prado verde, se tendió debajo de un árbol y se quedó dormido. Muy poco después volvió del bosque la vieja cabra. Pero ¡ay!, ¡qué escena tan dramática apareció ante sus ojos! La puerta de la casa estaba abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos, tirados por el suelo; las mantas y la almohada, arrojadas de la cama, y el fregadero hecho pedazos. Buscó a sus hijos, pero no pudo encontrarlos por ninguna parte. Los llamó a todos por sus nombres, pero nadie
  • 21. respondió. Hasta que, al acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oír su melodiosa voz: Mamaíta, estoy metido en la caja del reloj. La madre lo sacó de allí, y el pequeño cabrito le contó lo que había sucedido, diciéndole que había visto todo desde su escondite y que, de milagro, no fue encontrado por el lobo. La mamá cabra lloró desconsoladamente por sus pobres hijos. Luego, muy angustiada, salió de la casa seguida por su hijito. Cuando llegó al prado, encontró al lobo tumbado junto al árbol, roncando tan fuerte que hasta las ramas se estremecían. Lo miró atentamente, de pies a cabeza, y vio que en su abultado vientre, algo se movía y pateaba. « ¡Oh Dios mío! -Pensó-, ¿será posible que mis hijos vivan todavía, después de habérselos tragado en la cena?» Entonces mandó al cabrito que fuera a la casa a buscar unas tijeras, aguja e hilo. Luego ella abrió la barriga al monstruo y, nada más dar el primer corte, el primer cabrito asomó la cabeza por la abertura y, a medida que seguía cortando, fueron saliendo dando brincos los seis cabritillos, que estaban vivos y no habían sufrido ningún daño, pues el monstruo, en su excesiva voracidad, se los había tragado enteros. ¡Aquello sí que fue alegría! Los cabritos se abrazaron a su madre y saltaron y brincaron como un sastre celebrando sus bodas. Pero la vieja cabra dijo: -Ahora id a buscar unos buenos pedruscos. Con ellos llenaremos la barriga de este maldito animal mientras está dormido. Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras que pudieron y se las metieron en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de nada, y ni siquiera se movió. Cuando el lobo se despertó, se levantó y se dispuso a caminar, pero, como las piedras que tenía en la barriga le daban mucha sed, se dirigió hacia un pozo para beber agua. Cuando echó a andar y empezó a moverse, las piedras de su barriga chocaban unas contra otras haciendo mucho ruido. Entonces el lobo exclamó: ¿Qué es lo que en mi barriga bulle y rebulle? Seis cabritos creí haber comido, y en piedras se han convertido. Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las piedras lo arrastraron al fondo, ahogándose como un miserable. Cuando los siete cabritos lo vieron, fueron hacia allá corriendo, mientras gritaban: -¡El lobo ha muerto! ¡El lobo ha muerto! Y, llenos de alegría, bailaron con su madre alrededor del pozo. La lámpara azul
  • 22. Érase un soldado que durante muchos años había servido lealmente a su rey. Al terminar la guerra, el mozo, que, debido a las muchas heridas que recibiera, no podía continuar en el servicio, fue llamado a presencia del Rey, el cual le dijo: - Puedes marcharte a tu casa, ya no te necesito. No cobrarás más dinero, pues sólo pago a quien me sirve. Y el soldado, no sabiendo cómo ganarse la vida, quedó muy preocupado y se marchó a la ventura. Anduvo todo el día, y al anochecer llegó a un bosque. Divisó una luz en la oscuridad, y se dirigió a ella. Así llegó a una casa, en la que habitaba una bruja. - Dame albergue, y algo de comer y beber -pidió le- para que no me muera de hambre. - ¡Vaya! -exclamó ella-. ¿Quién da nada a un soldado perdido? No obstante, quiero ser compasiva y te acogeré, a condición de que hagas lo que voy a pedirte. - ¿Y qué deseas que haga? -preguntó el soldado. - Que mañana caves mi huerto. Aceptó el soldado, y el día siguiente estuvo trabajando con todo ahínco desde la mañana, y al anochecer, aún no había terminado. - Ya veo que hoy no puedes más; te daré cobijo otra noche; pero mañana deberás partirme una carretada de leña y astillarla en trozos pequeños. Necesitó el mozo toda la jornada siguiente para aquel trabajo, y, al atardecer, la vieja le propuso que se quedara una tercera noche. - El trabajo de mañana será fácil -le dijo-. Detrás de mi casa hay un viejo pozo seco, en el que se me cayó la lámpara. Da una llama azul y nunca se apaga; tienes que subírmela. Al otro día, la bruja lo llevó al pozo y lo bajó al fondo en un cesto. El mozo encontró la luz e hizo señal de que volviese a subirlo. Tiró ella de la cuerda, y, cuando ya lo tuvo casi en la superficie, alargó la mano para coger la lámpara. - No -dijo él, adivinando sus perversas intenciones-. No te la daré hasta que mis pies toquen el suelo. La bruja, airada, lo soltó, precipitándolo de nuevo en el fondo del pozo, y allí lo dejó. Cayó el pobre soldado al húmedo fondo sin recibir daño alguno y sin que la luz azul se extinguiese. ¿De qué iba a servirle, empero? Comprendió en seguida que no podría escapar a la muerte. Permaneció tristemente sentado durante un rato. Luego, metiéndose, al azar, la mano en el bolsillo, encontró la pipa, todavía medio cargada. "Será mi último gusto", pensó; la encendió en la llama azul y se puso a
  • 23. fumar. Al esparcirse el humo por la cavidad del pozo, apareció de pronto un diminuto hombrecillo, que le preguntó: - ¿Qué mandas, mi amo? - ¿Qué puedo mandarte? -replicó el soldado, atónito. - Debo hacer todo lo que me mandes -dijo el enanillo. - Bien -contestó el soldado-. En ese caso, ayúdame, ante todo, a salir del pozo. El hombrecillo lo cogió de la mano y lo condujo por un pasadizo subterráneo, sin olvidar llevarse también la lámpara de luz azul. En el camino le fue enseñando los tesoros que la bruja tenía allí reunidos y ocultos, y el soldado cargó con todo el oro que pudo llevar. Al llegar a la superficie dijo al enano: - Ahora amarra a la vieja hechicera y llévala ante el tribunal. Poco después veía pasar a la bruja, montada en un gato salvaje, corriendo como el viento y dando horribles chillidos. No tardó el hombrecillo en estar de vuelta: - Todo está listo -dijo-, y la bruja cuelga ya de la horca. ¿Qué ordenas ahora, mi amo? - De momento nada más -le respondió el soldado-. Puedes volver a casa. Estate atento para comparecer cuando te llame. - Pierde cuidado -respondió el enano-. En cuanto enciendas la pipa en la llama azul, me tendrás en tu presencia. - Y desapareció de su vista. Regresó el soldado a la ciudad de la que había salido. Se alojó en la mejor fonda y se encargó magníficos vestidos. Luego pidió al fondista que le preparase la habitación más lujosa que pudiera disponer. Cuando ya estuvo lista y el soldado establecido en ella, llamando al hombrecillo negro, le dijo: - Serví lealmente al Rey, y, en cambio, él me despidió, condenándome a morir de hambre. Ahora quiero vengarme. - ¿Qué debo hacer? -preguntó el enanito. - Cuando ya sea de noche y la hija del Rey esté en la cama, la traerás aquí dormida. La haré trabajar como sirvienta. - Para mí eso es facilísimo -observó el hombrecillo-. Mas para ti es peligroso. Mal lo pasarás si te descubren. Al dar las doce abrió la puerta bruscamente, y se presentó el enanito cargado con la princesa.
  • 24. - ¿Conque eres tú, eh? -exclamó el soldado-. ¡Pues a trabajar, vivo! Ve a buscar la escoba y barre el cuarto. Cuando hubo terminado, la mandó acercarse a su sillón y, alargando las piernas, dijo: - ¡Quítame las botas! -y se las tiró a la cara, teniendo ella que recogerlas, limpiarlas y lustrarlas. La muchacha hizo sin resistencia todo cuanto le ordenó, muda y con los ojos entornados. Al primer canto del gallo, el enanito volvió a trasportarla a palacio, dejándola en su cama. Al levantarse a la mañana siguiente, la princesa fue a su padre y le contó que había tenido un sueño extraordinario: - Me llevaron por las calles con la velocidad del rayo, hasta la habitación de un soldado, donde hube de servir como criada y efectuar las faenas más bajas, tales como barrer el cuarto y limpiar botas. No fue más que un sueño, y, sin embargo, estoy cansada como si de verdad hubiese hecho todo aquello. - El sueño podría ser realidad -dijo el Rey-. Te daré un consejo: llénate de guisantes el bolsillo, y haz en él un pequeño agujero. Si se te llevan, los guisantes caerán y dejarán huella de tu paso por las calles. Mientras el Rey decía esto, el enanito estaba presente, invisible, y lo oía. Por la noche, cuando la dormida princesa fue de nuevo transportada por él calles a través, cierto que cayeron los guisantes, pero no dejaron rastro, porque el astuto hombrecillo procuró sembrar otros por toda la ciudad. Y la hija del Rey tuvo que servir de criada nuevamente hasta el canto del gallo. Por la mañana, el Rey despachó a sus gentes en busca de las huellas; pero todo resultó inútil, ya que en todas las calles se veían chiquillos pobres ocupados en recoger guisantes, y que decían: - Esta noche han llovido guisantes. - Tendremos que pensar otra cosa -dijo el padre-. Cuando te acuestes, déjate los zapatos puestos; antes de que vuelvas de allí escondes uno; ya me arreglaré yo para encontrarlo. El enanito negro oyó también aquellas instrucciones, y cuando, al llegar la noche, volvió a ordenarle el soldado que fuese por la princesa, trató de disuadirlo, manifestándole que, contra aquélla treta, no conocía ningún recurso, y si encontraba el zapato en su cuarto lo pasaría mal. - Haz lo que te mando -replicó el soldado; y la hija del Rey hubo de servir de criada una tercera noche. Pero antes de que se la volviesen a llevar, escondió un zapato debajo de la cama.
  • 25. A la mañana siguiente mandó el Rey que se buscase por toda la ciudad el zapato de su hija. Fue hallado en la habitación del soldado, el cual, aunque -aconsejado por el enano- se hallaba en un extremo de la ciudad, de la que pensaba salir, no tardó en ser detenido y encerrado en la cárcel. Con las prisas de la huida se había olvidado de su mayor tesoro, la lámpara azul y el dinero; sólo le quedaba un ducado en el bolsillo. Cuando, cargado de cadenas, miraba por la ventana de su prisión, vio pasar a uno de sus compañeros. Lo llamó golpeando los cristales, y, al acercarse el otro, le dijo: - Hazme el favor de ir a buscarme el pequeño envoltorio que me dejé en la fonda; te daré un ducado a cambio. Corrió el otro en busca de lo pedido, y el soldado, en cuanto volvió a quedar solo, apresurase a encender la pipa y llamar al hombrecillo: - Nada temas -dijo éste a su amo-. Ve adonde te lleven y no te preocupes. Procura sólo no olvidarte de la luz azul. Al día siguiente se celebró el consejo de guerra contra el soldado, y, a pesar de que sus delitos no eran graves, los jueces lo condenaron a muerte. Al ser conducido al lugar de ejecución, pidió al Rey que le concediese una última gracia. - ¿Cuál? -preguntó el Monarca. - Que se me permita fumar una última pipa durante el camino. - Puedes fumarte tres -respondió el Rey-, pero no cuentes con que te perdone la vida. Sacó el hombre la pipa, la encendió en la llama azul y, apenas habían subido en el aire unos anillos de humo, apareció el enanito con una pequeña tranca en la mano y dijo: - ¿Qué manda mi amo? - Arremete contra esos falsos jueces y sus esbirros, y no dejes uno en pie, sin perdonar tampoco al Rey, que con tanta injusticia me ha tratado. Y ahí tenéis al enanito como un rayo, ¡mis, zas!, repartiendo estacazos a diestro y siniestro. Y a quien tocaba su garrote, quedaba tendido en el suelo sin osar mover ni un dedo. Al Rey le cogió un miedo tal que se puso a rogar y suplicar y, para no perder la vida, dio al soldado el reino y la mano de su hija. EL DINERO LLOVIDO DEL CIELO Había una vez una niña que era huérfana y vivía en tan extremada pobreza que no tenía ni cuarto ni cama donde dormir. No poseía más que el vestido que cubría su
  • 26. cuerpo y un pedacito de pan que le había dado un alma caritativa, pero era muy buena y piadosa. Como se veía abandonada por todos, se puso en camino, confiando en Dios. A los pocos pasos encontró un pobre que le dijo. -¡Si me pudieras dar algo de comer, porque tengo tanta hambre!... Ella le dio todo su pan y le dijo: -Dios te ayude. Y continuó andando. Poco después encontró un niño que lloraba, diciendo: -Tengo frío en la cabeza, dame algo para cubrirme. Se quitó su gorro y se lo dio. Un poco más allá vio otro que estaba medio helado porque no tenía jubón y le dio el suyo; otro por último la pidió su saya y se la dio también. Siendo ya de noche llegó a un bosque, donde halló otro niño que la pidió la camisa. La caritativa niña pensó para sí: -La noche es muy oscura, nadie me verá, bien puedo darle mi camisa. Y se la dio también. Ya no la quedaba nada que dar. Pero en el mismo instante comenzaron a caer las estrellas del cielo y al llegar a la tierra se volvían hermosas monedas de oro y plata, y aunque se había quitado la camisa se encontró con otra enteramente nueva y de tela mucho más fina. Reunió todo el dinero y quedó rica para toda su vida. CUENTO DE BLANCANIEVES El cuento de Blancanieves y los Siete Enanitos. En un país muy, muy lejano vivía una bella princesita llamada Blancanieves, que tenía una madrastra, la reina, muy vanidosa. La madrastra preguntaba a su espejo mágico y éste respondía: Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres. Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo mágico: - ¿Quién es la más bella? Pero esta vez el espejo contestó: - La más bella es Blancanieves.
  • 27. Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador: - Llévate a Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón. Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí. Blancanieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una preciosa casita. Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete camitas. La pobre Blancanieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque, juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida. Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas minas y se admiraron al descubrir a Blancanieves. Entonces ella les contó su triste historia. Los enanitos suplicaron a la niña que se quedase con ellos y Blancanieves aceptó, se quedó a vivir con ellos y todos estaban felices. Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo: - ¿Quién es ahora la más bella? - Sigue siendo Blancanieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos... Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque. Blancanieves estaba sola, pues los enanitos estaban trabajando en la mina. La malvada reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blancanieves dio el primer bocado, cayó desmayada. Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella. En ese momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más contemplar a Blancanieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina. Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina y desde entonces todos vivieron felices.